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ArribaAbajo De Trompetas de oro
Inédito





ArribaAbajo Cabalgata heroica


¡Redoblad, redoblad, tambores
resonad, resonad, trompetas!
A vuestros redobles marciales, terribles,
tambores
a vuestro clamor estridente, trompetas.

Walt Whitman                



Huracán, resonad vuestras roncas trompetas.
Desnudad vuestras ígneas espadas, ¡relámpago!
Vuestros bélicos parches redoblad, ¡oh truenos!
Muchedumbre, ¡elevad vuestro acento oceánico!
Por los que vienen, con rumores de mar, a través de los siglos  10
las corazas fúlgidas, flameantes los vivos penachos
con las agudas lanzas goteando chispas,
¡como agujas de acero que ensartaran astros!
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¡Ellos! Los pilotos del destino de América;
los que la gigante epopeya forjaron  15
en sonoros bronces de heroísmos:
pasan, con su altiva corona de bélicos actos
y es como un gran mar que a otro mar se encamina
y cuya presencia motiva los sublimes pánicos
y es como si Dios arrojara a la tierra  20
sus iracundos ángeles, ¡sembradores de estragos!

A vuestras unánimes dianas, trompetas matinales;
clarines, a vuestro grito armonizado;
retiemble el plafond de la celeste bóveda,
¡como el rumor de una cabalgata de centauros!  25
Y las desnudas espadas flameantes;
y el carraspeo de los tambores, áspero;
y los rostros soberbios de sagrada cólera;
y los corceles parecidos a leopardos:

El heroico tumulto resonante y magnífico,  30
mirad, hombres tristes, meditabundos pálidos,
       buscadores de infinito,
      nefelibatas inspirados,
que auscultáis los interiores abismos,
   presos de divino pasmo:  35
ved el regreso de águilas y cóndores
y vuestro sol de oro, americanos.

Que aviven sus alientos las moribundas lámparas
de vuestros corazones, de hastío colmados;
que su verbo de llama encienda,  40
en vuestros espíritus débiles, el fuego sacro;
y temple su forja nuestros sueños floridos;
fortalezca su antiguo vigor nuestros miembros lasos;
cuando torne a través de los épicos siglos de lucha,
¡la heroica falange que revive los triunfos lejanos!  45

Una vez más sientan los Andes los pies de la raza
y sea de nuevo el ademán estupefacto,
mudo asombro ante el prodigio,
que vieron Pichincha y Chimborazo,
¡a los conductores del alma de América!  50
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      Del piélago Sur al Atlántico
hombres mundonovistas: sonó la hora de dar un divino,
un sublime, formidable espectáculo,
al decrépito siglo podrido de malos ensueños
y a los ojos puros de los astros.  55

1918

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ArribaAbajoLos libertadores

Ante la columna de los próceres de Octubre.

A don José María Barona.




Sobre el trajín de la ciudad aún niña
que alarga sus músculos en ansia de vivir tumultuosa,
sobre el diario bregar por el mendrugo
y contra la miseria de pupilas hoscas;
serena y magnífica,  5
sancta sanctorum de nuestras glorias;
tabernáculo de nuestro orgullo:
la columna se eleva en el cielo rosa
de la tarde, en el cielo
dorado de las matinales horas;  10
en el cielo nocturno, bajo la escarcha
de oro de las estrellas y la leche de las nebulosas;
señalando, como un índice pétreo,
las constelaciones remotas.
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Padres: Heme ante el simulacro  15
de mármol y bronce que perenniza nuestra gloria;
vosotros, que violasteis la noche profunda
para un divino parto de auroras.
Vosotros, que nutristeis con sangre, vuestra sangre,
la libertad recién nacida; que fuisteis la copa  20
de sacrificio que regó la simiente
libertaria; la mano que rasgó la entraña tenebrosa
del Siglo y extrajo el futuro de América:
-fraternos, en canto, con cisnes y alondras;
joviales y bélicos, hijos de Apolo y Belona;  25
con Joaquín, el Homérida, canores y líricos;
con Abdón, el efebo, mártires, tizonas y rimas;
guerreros laureles
y apolíneas rosas.

Padres: en mi labio que sella el asombro,  30
duerme el himno de alas armoniosas,
y callan los coros de unánimes liras,
y refrenan su paso rítmico las aéreas cuadrigas (de la Oda
y enmudece el verbal Tequendama irisado de imágenes
que haría vuestra loa:  35
la diga el Océano
moviendo la crespa melena graciosa,
los blancos potros piafantes que Poseidón rige
el palmoteo de las olas,
la voz del cantante monstruo marino que espumea bajo la fusta  40
del Huracán de aullante cólera;
vuelvan los corazones en vuestra sacra hoguera encendidos
hacia el gran sol de octubre; pífanos y trompas
desaten sus lenguas metálicas
y asorde al Continente la catarata melódica  45
de laudes, salmos, himnos
con que los hijos de Letamendi, Ximena y Llona
saludan la venida de las augustas águilas
que anuncian el alba libertadora;
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y las tronantes dianas que dicen los triunfos pretéritos  50
y los versos, templados en fraguas heroicas,
vuelen en el diáfano azul de la nueva mañana,
con un estremecimiento de alas de cóndores y palomas.
Y la tea que, en actitud alada,
culmina en la columna, como viva corona  55
de palpitante gracia, la antorcha flameante en la diestra,
señala la ruta que lleva a la raza, solar y magnífica,
hacia la aurora.

1919

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ArribaAbajoBolívar y el tiempo

Yo venía envuelto en el manto del Iris.


Bolívar.- (De «Mi delirio sobre el Chimborazo»).                



El Huracán aullaba, como un mastín de caza
a la noche invasora... La niebla era una gasa
velando el rostro puro del día, se dijera
que el hálito del viento apagaba la hoguera
del sol... La sombra inmensa de los montes crecía,  5
como haciendo la noche... cada cumbre fingía
una mano extendida para coger estrellas.
Alzaba sobre el mundo la más altiva de ellas
un pabellón de llamas. Viéndola, se diría
que de aquella montaña fuera a salir el día.  10

El Chimborazo alzaba su cabeza de abuelo
entre todos. El viejo monte vecino al cielo
conocía la voz del Padre de las cosas.

El Alba filialmente encendía de rosas
su frente de patriarca. El sol era su hermano;  15
otro gigante lo era también: ¡el Océano!
Su actitud al Titán rememora del Mito:
quizá pensó robar un astro al infinito
y la mano de Dios, frustrando la ventura,
¡lo inmoviliza a tiempo que escalaba la altura!  20
—444→

De súbito, un rumor, levísimo, tan leve
como el rumor de una hoja sobre el tapiz de nieve
de la montaña. Aquel rumor crecía lento.
El Silencio se hacía, momento por momento,
tan grande, que atendiendo a mil ocultos sones,  25
se hubiera oído el paso de las constelaciones.

Era de pies humanos aquel suave rüido,
el Chimborazo alzó la faz, semidormido;
y vio un hombre parado enfrente del vacío
¡y el monte sintió algo como un escalofrío!...  30

La túnica de ese hombre era de llama, cielo
y sangre. Lo envolvía como si, en vez de velo,
fuera de su propia carne. Su frente despedía
un fulgor parecido al del naciente día;
su mano era capaz de doblar al Destino;  35
le circundaba un halo de prestigio divino
como una emanación de sí. Cuando el sonido
de su voz rasgó el aire, se oyó como un rugido
armonioso y el Tiempo refrenó su carrera,
en la nevada cúspide, ¡para mirar lo que era!  40

Y sobre la montaña, al prodigio propensa,
se detuvo un instante la eternidad suspensa.
¡Nunca, desde el Tabor, se vio mayor grandeza
humillando de un monte la vetusta cabeza!

Y aquellos dos gigantes se hallaron frente a frente:  45
los siglos como una fugitiva corriente,
circundaban las sienes del viejo; su corona
eran los muertos días; en su mano temblona
llevaba una hoz por cetro...
      Y la figura homérica  50
¡era Simón Bolívar, Libertador de América!

1919

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ArribaAbajoMi ciudad

(Aguas fuertes y óleos de la ciudad de Santiago de Guayaquil)


Se encuentra mi ciudad circundada de cerros
y si sobre los cerros la corva luna brilla,
en los patios ululan tristemente los perros
el vagamundo espectro de la diosa amarilla.

Tienen sus calles reminiscencias provincianas,  5
infantil alegría sus casas de madera,
dulzura familiar sus sencillas mañanas;
y es siempre una mentira su fugaz Primavera.

Oh, ciudad de Santiago, ciudad pequeña y mía
que abrigas mi alegría y mi melancolía  10
y el Universo lírico que dentro el pecho llevo;

Imagen de mi alma tantas veces vencida
que resurges más bella, cada vez más erguida,
con un ritmo más puro, y con un ideal nuevo.

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ArribaAbajo Varios

Malecón nocturno


Revive las medrosas leyendas coloniales
el malecón dormido, en estas noches brunas,
con su ría poblada de barcos fantasmales
que mueven sus siluetas con un vaivén de cunas.

Faroles cuyas flamas hacen extraños signos,  5
al derramar su luz tras cristales mugrientos,
en una procesión de cíclopes malignos
nos clavan, al pasar sus mil ojos sangrientos.

Todo duerme... Y apenas si se oye, intermitente,
algún reloj que late acompasadamente,  10
y el paso de los guardias por las calles desiertas.

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ArribaAbajo Calle Villamil

Cae de los aleros sobre la estrecha vía
una larga sombra húmeda en el aire pesado,
una pena opresora, una melancolía
contra la que no puede nada el sol enclaustrado.

Y es dolor mayor, al áureo mediodía,  5
mirar el cielo azul y la calle fangosa
y ver, como a través de angosta celosía,
un palmo de la inmensa bóveda luminosa.

¡Ah, pero en las celestes noches aurinevadas
de luna, qué lirismos en la oscura calleja,  10
y en las casas que fingen ancianas inclinadas.

¡Qué leyendas se evocan si de un portal oscuro,
a la luz de un farol, se proyecta en el muro
la sombra de un transeúnte que se aleja.

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ArribaAbajoTarde frente al puerto

La colina, rosada del poniente, se mira
en el agua, y se ven los árboles rosados,
y a su ligera sombra que en el aire se estira
hacen dulces sus sueños los remeros cansados.

Da tregua a sus mandíbulas aceradas la grúa...  5
la hora crepuscular se inclina sobre el mundo
vestida como de una luminosa garúa,
diademada la frente con un astro errabundo.

Velas sonoras se hinchan en el puerto... Banderas
de lejanos países y navíos humeantes,  10
cuyas proas conocen las heladas riberas:

todo habla a nuestras almas bajo el cielo encendido
y exalta la pasión por las cosas distantes
y la sed insaciable de lo desconocido.

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ArribaAbajoLa ronda de noche

(Barrio de San Alejo)


Rueda como una lágrima en la atmósfera fina
la voz del campanario antiquísimo: la una...
y su eco pasa, leve como una ave marina,
sobre los techos blancos de escarcha de la luna.

Finge un lanzón la antigua torre de San Alejo  5
a cuyo extremo brilla, temblando una estrellita...
húmedos callejones... casas de tiempo viejo
con ventanas que el viento, como un ladrón, agita...

Una copla canalla tiembla en el aire puro...
guiña un farol, su guiño se refleja en el muro  10
y hace mayor el duelo de los sucios portales...

El paso de la ronda se pierde en la calleja
y el rumor de las armas, en la penumbra, deja
épicas remembranzas de días coloniales...

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ArribaAbajoLa «quinta pareja»

A la luz del candil se proyecta en el muro
una danza de sombras, en impresión goyesca,
y, las frentes veladas de mechones oscuros;
disputan los matones amigos de la gresca.

Los roídos faroles, con lenguas amarillas  5
de luz, lamen las calles; y en todas las chinganas
mujeres cenicientas de chupadas mejillas
excitan los rigores de las bestias humanas.

Por las torcidas rutas de este inmundo vivero
la Lujuria y la Muerte caminan de bracero...  10
y sube infecto vaho de la sombra tremente.

Cual la respiración de una fiera cansada,
el olor que en la noche difunde la barriada:
olor de hembras, a guisos, a lodo y aguardiente.

  —451→  


ArribaAbajoEl can del augurio

(Tradición del Barrio)


Lo dicen las vecinas: en la tuerta calleja
ambula, ciertas noches, un mastín vagamundo
de sangrientas pupilas, de lázara pelleja...
ladra... y parece el estertor de un moribundo...

Los niños se desvelan... y el caso ya es sabido:  5
cuando con las tinieblas huye el horror humano;
penetra, en el hogar un cualquier conocido
y nos anuncia: anoche, mataron a fulano...

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ArribaAbajoEn el bar

Entre tanto individuo que charla bebe y fuma,
el poeta que se siente extraño. La neblina
del tabaco rubrica en el aire, y se esfuma
con cierta voluptuosa levedad femenina.

La fatigada frente a los sueños se inclina  5
y se añora el encanto de esa mujer de bruma,
leve, como en la copa de Sèvres cristalina,
la fugaz explosión de la pálida espuma.

¿Soñar? ¿Soñar...? Qué valen alegría o tristeza,
semejante a una copa de espuma de cerveza,  10
que dura lo que duran las huellas en el mar...

Vale más la mentida ilusión que perdura,
del ensueño imposible la eternidad segura
y la estrella remota que no hemos de alcanzar...



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ArribaAbajoDe Poemas en prosa y varios

ArribaAbajoSímbolo

A José Eduardo Molestina S.

Paseaba por la ribera, oyendo el discurso que murmuraba el río, cuando vi a un niño, a un rubio adolescente que se entretenía en arrojar piedras al agua bulliciosa. Los cabellos desordenados, chispeantes los ojos, las cejas casi unidas, en alto el puño rosa que lanzaba los guijarros, era su actitud la de esos efebos que los artífices latinos modelaron en el bronce inmortal.

Lanzadas por aquella catapulta de carne infantil, las piedras hendían el aire, trazando una graciosa parábola que rayaba de negro el espacio azul, y caían   —454→   en el agua rompiendo con agria música los cristales del río. Al caer de cada guijarro, el agua temblaba, delatándose en innúmeras circunferencias concéntricas, que se extendían, se extendían, se extendían, hasta agonizar en la opuesta orilla. Después, el agua volvía a su quietud especular y seguía corriendo, grácil y cantarina...

Y esto pensé yo, frente a ese niño, que lanzaba piedras al río: -Naturaleza, Madre: ¡cómo, en todo, nos das tus símbolos! Acabas de enseñarme la fragilidad de lo humano; bien se ve, en la piedra arrojada, nuestro destino: ascendemos en un instante, cruzamos la extensión de lo infinito; pero ¡ay! luego hemos de caer, irremisiblemente, a perdernos en la corriente de lo Innombrable y de lo Eterno...

Madre, ¿por cuánto tiempo se marcará en las ondas la huella de mi caída?...



  —455→  
ArribaAbajoDanza nocturna

Danzabas en la terraza, tu carne bañada por la luna, olía a luna. Y la luna era un escudo de plata, sobre el corazón de la Noche.

A la luz de las antorchas amarillas, tu desnudez enjoyada era una llama, rosa-pálida y tembladora.

Al danzar, tus pulseras, tus ajorcas, y tus collares producían una música metálica y sensual.

Y, bajo los ojos vigilantes de la Noche, la música de tu euritmia y la música de los lejanos mundos rutilantes se fundían en una vasta y silenciosa armonía.



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ArribaAbajoMomento pasional

Yacías semidormida, armada de tus encantos, junto a mi corazón inerme.

Con el ritmo de la onda, entre nubes de gasas malvas, movíanse las lunas rosadas de tus senos.

El cielo estaba más cerca de nosotros, como si Dios inclinara la frente para vaticinar nuestro destino.

Y una ternura inmensa oprimía mi corazón, mi corazón exaltado en un irrefrenable deseo de llorar.



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ArribaAbajo María Jesús
Breve novela campesina


Fragmento


A José Eduardo Molestina

Amigo:

Tengo el alma como un búcaro lleno de florecillas de nuestros campos; de ellas tomo la que es más querida: una violeta color de ojera, regada por el llanto de una emoción inolvidable. Acéptala. Y cuando vuelva a su reino mi espíritu desterrado en el mundo, deshoje sus pétalos y aspire en ellos el doloroso perfume de mi recuerdo.

Medardo Ángel.

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- I -

Vuelvo a vosotros -campos de mi tierra- malherido del alma, huyendo al tumulto de la ciudad en que viven los malos hombres que nos hacen desconfiados y las malas mujeres que nos hacen tristes.

En una curva de mi camino detengo el paso doloroso para evocaros, tierra de promisión digna de las dulces cañas de la égloga. A esta hora crepuscular en que os evoco, estaréis, húmedas campiñas olorosas a yerba buena y alfalfa, goteada de rocío preparando vuestras maravillosas escenografías de ocaso, para el rojo drama del poniente: la decapitación del rey solar tras la guillotina de los cerros. Y luego, cuando baja la noche su telón de seda estrellada y huele a mango y tamarindo la brisa suave de plumones de garza, y trasciende su dulzura el chirimoyo y se evaporan los floridos naranjos, tú, solemne campo del anochecer, estarás atento al músico río que habla, con voz enronquecida de cangagua, sibilinas palabras y a la flauta del sapo que estrena, plateado de luna, su levita verde y al violín que rasca el grillo que hospedan los gamalotes y al pito del chaguiz burlón.

Acaso irá, bordeando la vega, un peón que canta una de esas canciones, sencillas y tristes que hablan de amores, de besos, de sangre. Y la voz dulcificada por el viento que arrulla el platanal y rige el cabeceo de las palmas, se hundirá en el silencio nocturno como una queja de pájaro herido y rodará como una lágrima sobre el rostro de la noche azul y dorada...

¡Bendita, verde tierra, que fuiste caricia para mis ojos y reposorio y balsámico aceite para mi corazón! Dame la ingenua paz del espíritu, la santa sencillez del alma, la claridad de tus albas que sonrosan los cielos del color de las mejillas adolescentes, la transparencia de tu río que se enrosca a manera de musculoso brazo y te oprime, besándote. Y que, un día, retorne a ti, cuando esté mi cuerpo maduro para la eterna cosecha, y me lleven a   —459→   dormir el largo sueño en el herboso cementerio del pueblo; y que de mi carne dolorida brote, después, un ramo alegre de florecillas de los campos, en cuyos cálices beban las gotitas del cielo, las irisadas mariposas campesinas y los agrestes pájaros...

- II -

Como una garza, albeaba en la verdura de las palmas y el oro bruñido de los anchos platanales, la casa de la hacienda.

Era en un recodo del río donde el agua tenía apariencias de ondulado surá verde, a la sombra tembladora de las ramas. Como un beso de bienvenida oreó mi rostro el viento de campesino aroma; las rejeras reboneaban copiando en sus grandes ojos húmedos, la calma de los campos y, viéndolas, comprendí el sonante verso de Carducci: «il divino dei pian silenzo verde»36.

Al saltar me rodearon los curtidos rostros de los peones familiares; eran viejos amigos y más de uno me llevó en el arzón de su montura; cuando yo era un niño y tenía ojos alegres como estrellas de mayo y una risa tan sonora como un cascabel; y no era un melancólico.

Cordial, vino a mí don Simón, el mayordomo: ¡Pero este hombre! -decíame, sonriendo, el bonachón; y, en secreto: «Sé que escribe en los periódicos»... Y yo incliné la cabeza, confundido, en confesión de mi falta...

- III -

Clarín del gallo anunciador del alba; sonrisa de oro del sol sobre el mugido, patriarcal del buey en cándida evocación   —460→   betlemita; dulzor acariciante de la brisa mañanera; y las perlas del agua sobre el raso verdeante de la campiña; y la flauta del azulejo que cantaba, balanceándose en retorcido algarrobo; y los hombres rudos, con el machete en la cintura, en raudos potros de alegres relinchos; y la leche de azulada espuma tibia, olorosa a maternales ubres de la rejera que se acababa de ordeñar; y el gemido obstinado del ternerito que pedía su lactación; y la mórbida, la cebosa blancura, con estrías de oro, del suche que decoraba mi ventana; ¡y el sentir del alma como un nido de pájaros...!

¡Oh, mañanas divinas del campo, en la primavera...! Como me saludaran despierto a esta hora temprana, alguien llamó a mi puerta.

Era una mocita morena, bien garrida; traíame oloroso desayuno y diome los buenos días con voz musical de fresca resonancia.

-¿Cómo te llamas? -le pregunté.

-¿No se acuerda, señor no se acuerda de María Jesús?

-¡Oh, sí: María Jesús, sí! ¡Qué crecida! ¿sabes? Estás bonita.

María Jesús sonrió.

Y recordaba: esta María Jesús tenía una historia; era hija de un revolucionario, un montonero bravo como un tigre y una señorita primogénita de rico hacendado. Un día murió la madre -veinticinco años, trenzas rubias, ojos tristes, frente lunar y empalidecida de una enfermedad ignorada-; una noche murió el padre, luchando en la maraña palúdica, luchando contra los hombres del gobierno -o su gente- quemó la hacienda, destrozó los sembríos y mató las reses que no pudo pillar: había hecho justicia.

María Jesús tenía entonces 15 años, lindos como quince rosas; los ojos negros de mirar hondo y triste; la tez morena de manzana madura y el pelo azuleante de lo negro, y la boca sensual del progenitor audaz y bravo, y   —461→   los senos duros como frutos verdes, estrujados en el vestido blanco, limpísimo...

Y esta sed de amor, esta fiebre maldita que se consume sin tregua, que arde inextinguible, hoguera alimentada por mi propio corazón, hizo inclinar mi alma sobre el cristal diáfano de su alma cándida; y preguntele, ya temblando la voz con el divino -con el mil veces sabido y deseado- temblor de la pasión recién nacida:

-Y tú ¿me recuerdas?...

- IV -

Tras el bosque dormido la Noche avanzaba, extendiendo sobre los campos silenciosos la sombra de sus grandes alas azules, salpicadas de astros.

En la antigua sala, que tuvo en pretéritos días, rurales elegancias, el viejo Pleyel cubría un rectángulo.

Acababan de traerme un encargo de piezas de mis autores favoritos: Grieg, Chopin, Brahms, dulces aliviadores de mis nostalgias juveniles. María Jesús, con un enorme ramo de flores, entró luciendo su fresca sonrisa y su moño lila y sus ojos húmedos siempre, como un cielo estrellado de otoño, tras la lluvia.

En el viejo vaso de porcelana azul -donde un mandarín, bajo minúsculo cerezo florido, muequeaba con bizarra actitud decapitante, en kimono de oro y negro- las flores temblaban como estremecidas aún de dolor de haber abandonado sus ramas.

Por la ventana una llovizna de ópalo diluido se venía del campo, y María Jesús anunció:

-¡La luna!...

Y la cola felpuda del gato señaló el rostro empolvado de la reina fantasma que adelantaba arrastrando la túnica de algodón de una rizada nube.

Carraspeó, afuera, el grillo, y un azulejo probó su flautín en dos largos trémolos...

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Yo sentía en mi alma un dulce peso de lágrimas y emoción contenida.

Como un ensayo pulsé en la bemol y a la presión del índice la cuerda se quejó en largo suspiro metálico... Era un divino Nocturno Op. 9 del celeste mago de Polonia. No sé qué embriaguez de mi propia emoción me poseía y mi misma torpeza ejecutante, vencida por arrebato inspirado, hallaba extrañas pulsaciones y desconocidos acentos para interpretar, la melancolía desoladora del poeta del clavicordio.

La noche estrellada sobre los campos ahítos de silencio... la luna, desnuda como una blanca emperatriz, divina de impureza, en el triclinio azul del profundo cielo..., y aquel perfume de naranjos en flores... y aquel pájaro burlesco, trasnochador, cantante, que retornaba al nido silbando el leitmotiv de su agreste ópera... y aquel piano antiguo, evocador de pretéritas sonoridades, rozado por unos dedos trémulos y aquel Nocturno de encanto que vence toda expresión verbal, en una noche, en el campo, ¡bajo la luna!

Terminado el poema, estremecido de no sé qué sueños, volvime hacia mi dulce amiga: yacía en la penumbra violeta de la sala, cerca del balcón, y la luna le hacía un halo de santa, y su gracia leve sugería vírgenes empalidecidas de Boticcelli o Burne Jones; o bien aquella Beata Beatrix del extático prerrafaelita inglés Dante Gabriel Rossetti; y sus manos de rosa transparente cubrían su rostro inclinado en un escorzo de llanto y su cuerpo temblaba como una gran magnolia movida por el viento. Interroguela tímido:

-¿Qué tienes?...

Y ella volviendo a mí los ojos, rebosantes de infinito, me acarició con su negra mirada:

-No sé... es que esa música hace dar una penita -dijo, y se inclinó llorando.

Guayaquil, enero de 1918.





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ArribaAbajoDe La máscara irónica
(Inédito)



ArribaAbajoLa profesión literaria

(Para La pluma, de Guayaquil)

La profesión literaria que tú sueñas camino de gloria, es muy dura, joven iniciado.

Ante, todo, la gente se preocupa mucho, por eso que llaman la «Escuela» del escritor. Si escribes con la serena unción de Fray Luis, la gloriosa frescura del vino añejo del Marqués de Santillana o la pureza del hondo Jorge Manrique, te llamarán desenterrador de momias y encarnizante; si lo haces con la ingenua sencillez de los primitivos, sin oropeles, sin floreos retóricos ni mitologías de similor, serás un pobre bárbaro; si amas las modernas ondulaciones del Ritmo y pones tu alma melodiosa en áureos versos de melífero dulzor, que tengan el vago encanto de una tarde nórdica vestida de bruma, te dirán decadente y serás víctima de cuanto Hermosilla roe, zancajos de rimador.

Al comienzo de tu labor literaria te llamarán los cofrades ya ensayados por el sacro óleo del Tiempo, «esperanzas de futuras glorias»; pero tienes que resignarte a ser una esperanza vitalicia: si sospechan que puedes hacer tambalear sus tronos de pontífices, te lapidarán...

  —464→  

Para gozar de los favores del público tienes que despersonalizarte, que ingresar al rebaño, que pensar en armonía con la comunidad: nadie te perdonará la irreverencia de permanecer de pie cuando todos rastrean, y el triunfo es, casi siempre, de los que tienen las más flexibles espinas dorsales: para obtenerlo debes inscribirte en las muchas cofradías del elogio mutuo, en que se reciben y dispensan títulos literarios.

Si vas hacia la muchedumbre a darle, como Cristo, el pan de tu carne y el vino de tu sangre, en tus versos, dirán que mendigas los aplausos de la ignara turba y que estás sediento de glorias de plaza pública; si te encierras en tu yo, como en la torre inaccesible del conde de Vigny, desdeñoso de las modas literarias y de la réclame en boga, te tacharán de ególatra y se hará el vacío a tu alrededor.

Los «queridos compañeros», serán tus más fieles detractores. Eso no significa que se abstengan de elogiarte cuando tú puedas pagar el elogio en igual y más valiosa moneda...

En tan áspero camino irás dejando trozos de tu alma y cuando llegues a la anhelada cumbre -si llegas- serás un prematuro envejecido y los laureles de tu corona te punzarán las sienes como si fueran espinas.

Pero, lo más probable, es que mueras poco menos que desapercibido; tu defunción la anunciará, entre un aviso de específico yanqui y un suelto de crónica, el diario de que fuiste «asiduo colaborador»: aquello será el epílogo de la tragicomedia de tu vida, y debes agradecer -en ultratumba- al Director, que haya suprimido la inserción del réclame de una fábrica de embutidos para dar cabida a tu óbito.

Por lo demás, si te abstienes en tu propósito, ten la seguridad de que, soñador incurable, poseso de una santa locura, has de morir con los ojos deslumbrados por la luz de tus sueños imposibles, fijos en la cima ideal donde sonríe aquella divina proxeneta que se llama Gloria.



  —465→  
ArribaAbajoA los poetas de mi tierra

Por muchos soles, por mucha sucesión de lunas, han resonado nuestras voces en la sacra sella de Apolo, Nuestro Señor; el discorde concierto de las liras, de las arpas, de las trompas, de las guzlas ha volado, como bandada armónica de pájaros líricos, bajo nuestro divino cielo de impar belleza, a las cuatro direcciones del infinito. Mas, casi siempre, advirtiose en nuestro canto el eco velado de lejanas voces maestras y extrañas sugestiones guiaron los dedos que tan sabiamente despertaban esas amables músicas, sometidas a pautas ajenas.

¿Os acordáis? Eran las fastuosas fiestas de Versalles, las soirées de las palatinas elegancias, el Grand Trianon, bazar de las aristocracias extintas, las sonrisas de las marquesas Pompadours, los minuets y las gavotas ritmadas a un aire cortesano de Scarlatti o Couperin, los cabellos empolvados que copiaban las cornucopias de oro, las siluetas casi aéreas de exquisitas languideces que Watteau, Fragonard o Creuzo aprisionaron, con toda su vaporosa gracia, en telas admirables.

  —466→  

¿Os acordáis? Eran los boscajes de bellorita húmeda, en las tardes rosalinas, las desnudas rondas, los tibios muslos de Calixto, las siete cañas -oh, adorable Sirinx! del dios-sátiro, las armoniosas caderas de Hermafrodito, el rapto de las ninfas, la cuadriga radiosa del hijo de Hiperión, los venustos cuellos, los lirados brazos de ebúrnea morbidez, los galopantes centauros: toda la fábula amable del pueblo selecto; de la Hélade dulce de Palas Atenea, al Musageta y Afrodita.

¿Os acordáis? Era el Oriente de las ensoñaciones: las reinas impúdicas, temblorosas de febriles deseos bajo las túnicas consteladas de pedrería, los cuerpos reales macerados en perfumes, las balanceantes caravanas, los tetrarcas nutridos de crueles voluptuosidades, la humareda aromática de los pebeteros, las rizadas barbas de los tiarados príncipes de Assur y Nínive, de los rajás de las mil y una nochescas Indias, de los magnates de los fabulosos califatos. Y los remotos países del sol naciente: las niñas pálidas, de ojos oblicuos y pies increíbles, los cornígeros cascos de los samurais, las visiones de Ou-ta-ma-ro, las sugerentes figuras de O-ku-say, el cerezo florido de los parques minúsculos, rodeando las pagodas parecidas a tazas de porcelana en el misterio de la tierra legendaria que oyó a Confucio las prédicas vespertinas; las ondulosas espirales de humo de la buena droga que da la paz, la serenidad espiritual, la sabiduría.

Todo el Mito: en cortejo interminable del Ayer legendario; la teoría ingenua o espantable, trágica o sonriente de la Fábula.

Y fuimos, como niños deslumbrados, recogiendo en nuestras pupilas cándidas, de hombres sin pasado, las visiones del museo de las gracias difuntas, de los poderes dormidos en seculares sueños.

Y donde el Tiempo díjonos: ¡Adora! inclinamos piadosos las cervices. Y donde dijo: ¡Arrodíllate y reza! doblamos las rodillas. Venite adoremus, clamábamos, en el umbral de la Historia, a las sombras empalidecidas de los dioses difuntos. Y el pedestal de todos los ídolos, y las peanas de todos los iconos, supieron de nuestros ósculos.

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Más, la voz áurea de los nuevos clarines anuncia, amigos, el santo advenimiento de todos los días. Heme de retorno del Archipiélago que recorrí en la trirreme del orfebre de Los trofeos; de retorno de la Hélade a que guiome el marmóreo Leconte; del país de los arrozales y los yamenes que visité con Téophile, «mago perfecto de las Letras»; de la Thulé brumosa, poblada de ligeras sombras de almas, a do fui en el yatch ligero del sibilino Stéphane de la Herodiade; del Versalles diciochesco del galante satanida, nuestro padre Verlaine...

Y tienen mis labios el sabor amargo de las heces de todos los vinos y el Hada Curiosidad ya no me sonríe tentadora; porque llevo el alma triste del fin de todas las fiestas carnales.

Pero hay, Hermanos, una divina ventura que tentar.

Os hablo en nombre del ancho azul que auspicia nuestros alados sueños; en nombre de nuestras selvas, donde florece el prodigio, y de nuestros bosques en continuo parto de maravillas; en nombre de nuestros ríos, que ciñen plateados anillos al dorso desigual del Colombino Continente; en nombre de las espesuras fragantes que respiran aromas tan intensos que son un placer doloroso para los sentidos exasperados; en nombre de los nidos musicales en que los pájaros se columpian tal un ramillete de trinos; en nombre del Cotopaxi, mirador de los Andes, y del Chimborazo, que sintió en la testa nívea el pie del sublime Simón, padre de Naciones; y del Pichincha, donde la espada fúlgida del héroe escribió, con la sangre de un efebo mártir, la última página de la Ilíada libertadora.

Nuestro pasado es Palenke, Utlatán, Imbaya y la antigua Quito. Bolívar supera mil veces al deiforme Aquiles; Sucre es más que el raptor de Helena; Calderón vale Ayax.

No es el Taigeto más bello que el monte patrio cuya elegancia gótica se yergue como un altar de la enorme Basílica de mármol níveo de los Andes; ni la vetusta   —468→   pirámide de Cheops tiene mayor prestigio de belleza que el inmenso Cotopaxi, monstruoso diamante pulido en cono por un celeste artífice; ni eres -Oh, Ganges, estremecido por los avatares de las viejas razas de las oscuras teogonías- lo que nuestro armonioso río oriental, ese místico Amazonas que se encrespa sobre triclinio de oro, como el azteca emperador en su lecho flamígero.

Nuestros son las venusinas palomas, los cóndores de acerado pico y garra corva y el águila emblemática, golada de armiño, que asciende en ansias de abanicar el sol; nuestros los elásticos tigres de no menos gracia flexible que los que siguieron al carro de Baco, en su retorno de las Indias, en los mitológicos desfiles dionisíacos; y los esbeltos corceles de piel corruscante y alígero galope; y las mariposas, miniaturas del iris, con toda la gama cromática temblándoles en el peluche, espolvoreado de sol, o brillante de luna, de sus alitas frágiles.

Que el sol de América desvanezca, en una esfumación de incoloras nubes, los pálidos fantasmas del cortejo de los pretéritos siglos. Y sea el nuestro el idioma divina del eterno Dolor, del Amor eterno.

Y cantemos nuestros cielos, más pródigos de astros, más millonarios de constelaciones que los lejanos cielos nórdicos; nuestro sol, que es más sol que los empalidecidos astros de las islas de las heladas brumas; nuestros árboles -enormes liras que pulsa el Beethoven iracundo del huracán, el suspiroso Chopin del viento del crepúsculo, el susurrante Schumann de la brisa de la mañana. Cantemos -rapsodas y líridas- las hazañas de aquellos que fatigaron a las alas de la Victoria y para cuya grandeza es paupérrimo el bravo idioma de Castilla, este prócer idioma, sonoro como el rebote de las lanzas de los escudos broncíneos de los conquistadores.

Cantemos la faz rosada de nuestra Aurora y el rostro dulcísimo, velado por una tristeza innominable, de nuestro Crepúsculo; y el Mediodía en que el éter vibrante hace un halo de oro a cada cosa; y nuestra Noche,   —469→   rubia reina que arrastra, por las salas del infinito, su larga túnica bordada de perlas y diamantes.

Cantemos las rutas desconocidas del Futuro; cantemos al Futuro, intacto vientre en que se incuban los brillantes destinos del porvenir.

Y bajo el azul baldaquino en que escriben los astros su pitagórico abecedario de signos luminosos, resuene la sonora orquesta, que canta la espléndida apoteosis de la Raza hija del sol, de los antiguos capitanes progenitores de la Libertad del Continente, de los artistas, de los profetas, de los mártires, de los conductores de pueblos y los cazadores de hombres: de Calderón, de Olmedo, de Rocafuerte, de Llona y de Montalvo.



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ArribaAbajoHacia la luz lejana

(Para los de La idea de Quito)

Hasta el retiro donde, en laboriosas vigilias, cincelo, con paciente amor de orífice mis gemadas custodias, mis cálices, combados armónicamente, como la cadera de Calixto, mis joyantes copones -para contener el vino purpúreo de mi corazón, en la celeste misa diaria celebrada en la silla del Arte- me llega vuestra voz, vuestra fina voz colmada de juvenil ternura, anunciando que, una vez más, la falange apolínea se lanza, a golpes de ala de Pegaso y Clavileño, como nuevos cruzados, a la conquista de la jerosilimitana ciudad de la Gloria, donde erige sus cúpulas, de mórbidas curvaturas de senos jóvenes, la catedral del Verso.

Y vuestra pura voz de adolescentes líricos, trae a mi juventud, inclinada en gesto meditativo, la visión intacta de aquellas horas primeras de la iniciación, cuando paseaba por los claustros del Colegio mi gesto indolente de   —471→   prematuro melancólico y desmadejaba, en el Gimnasio, mis melenas de tinta, anubarradas en mi frente donde los ensueños recién nacidos ensayaban su vuelo, con las débiles alas de las estrofas primogénitas.

No es, en verdad, la hora propicia para que el Cisne -símbolo de la Belleza Pura- fíe al eco de los bosques dormidos la música, llorosa o letífica, de sus crepusculares cantos; Calibán atisba en la sombra espesa; y los soñadores inútilmente esperan ver salir, con el nuevo sol de la mañana, al invicto Caballero, al loco divino, que esgrimiendo «la lanza en ristre todo corazón», liberte a la Princesa Poesía prisionera, por malsines y follones, en hermética torre de almenado castillo inaccesible.

Pero, vosotros, jóvenes amigos, tenéis la fe -que derribó las murallas de la ciudad de Jericó, según el texto de los sagrados libros, y que salva al héroe, al místico y al santo: ella os salve.

Vosotros venís escudados de primaveras, millonarios de entusiasmo, vibrantes de anhelos fervorosos, sonrientes y alocados y canoros, como una bandada de gorriones; sois, en los labios de la Patria envejecida, paupérrima y desangrada, como una luminosa sonrisa prometedora; os nutrís de conocimiento y aún no tenéis el corazón envenenado por los vinos ponzoñosos de los viñedos de la Vida.

Cantad, cantad como carillones de oro que estremece la brisa de Primavera; decid los cantos nuevos, las nuevas palabras reveladoras; marchad de espaldas a la sombra, en armonioso grupo, unánimes, como los efebos dionisíacos de las metopas, como las canéforas de los bajos relieves, o las vírgenes de rostros magnolinos en la procesión de las Grandes Panateneas; y, como la divinidad helénica, cortadle a la trágica Medusa del Odio la cabeza horripilante y clavadla en el bronce argentino de vuestros escudos.

Que sea vuestra guía la Atenea Promakos, que, desde la áurea colina, presidió los destinos de la metrópoli griega y señalaba a las generaciones de hombres sabios   —472→   y bellos la ruta solar -el camino de la gloria hacia el Futuro- con el extremo chispeante de su lanza de oro.

El espíritu de Ariel presida, con su invisible, pero cierta presencia, vuestra lírica guerra; sed altos, sed nobles, sed puros; haceos diamantinos, por la claridad y la firmeza, y acordaos que las almas excelentes, como las piedras preciosas, deben multiplicar en infinitas irradiaciones, la luz que reciben.

Grabad en vuestros blasones, como divisa, el alejandrino de Rubén:

Adelante, en el vasto azur; siempre adelante.



Y, si el amigo que estas frases os dice, tiene algún sitio en vuestros corazones, puros de la purísima claridad del alba, sólo os ruega que le recordéis con cariño como a un hermano mayor, como aquel que, liberado ya de las disciplinas paternales, añora el cordial fuego de la casona familiar y vuelve los ojos nostálgicos al dulce asilo de sueños primeros, allí donde escuchó, en horas de revelación, ¡la voz de miel de la sirena del Ideal!

¡Que Apolo y las nuevas fraternas inspiradoras os asistan!









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Bibliografía


- I -

Obras de Medardo Ángel Silva


(Publicadas e inéditas)


(1) El árbol del Bien y del Mal.- (Poesía y poemas en prosa).

-1.ª edición de 100 ejemplares.- Imprenta «La Reforma», Guayaquil, 1918. En 8.º- Portada con ilustración renacentista. (Agotada).

-2.ª edición, con prólogo de Alejandro Carrión («Medardo Ángel Silva o el cansancio al amanecer».) Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1953.- 184 págs. numeradas y 6 de índice, s. n. (De una copia del libro original proporcionada a la Casa de la Cultura por Abel Romeo Castillo.)

(2) María Jesús.- Novela montubia.

-1.ª edición, en el folletín del diario El Telégrafo de Guayaquil (26 a 29 de enero de 1919).

-2.ª edición, Editorial Mundo Moderno de J. M. Pérez Flores, Guayaquil, 1925 (Agotada).

-3.ª edición revista Claridad.- Quito, 1927.

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(3) La máscara irónica.- Libro en prosa, conteniendo ensayos de crítica literaria y crónicas periodísticas (las de la sección «Al pasar», aparecidas en 1919 en las columnas de El telégrafo de Guayaquil, bajo el seudónimo de «Jean d'Agrève»).- (Inédita).

(4) El crimen del puente del Machangara.- Relato novelesco, escrito en 1919 y no publicado. (Inédito. Debió desaparecer en el incendio que destruyó después de la muerte del poeta, la casa habitación perteneciente a su madre, en el Callejón Juan Pablo Arenas, de Guayaquil).

(5) Trompetas de oro.- (Poesías épicas).- (Quedó inédito. - Un ejemplar manuscrito entre sus papeles, en la biblioteca de doña Piedad Castillo de Leví y otro ejemplar enviado en cuaderno de recortes a don Rufino Blanco Fombona para ser incluido en la colección de poetas americanos de la Editorial América de Madrid, que no fue publicado).

(6) Poesías escogidas.

Selección y Prólogo de Gonzalo Zaldumbide.

-1.ª edición Editorial Bouret, 23 rue Visconti, París 1926.- XVI y 162 páginas, en 32.º.

-2.ª edición.- Incluida en la Antología de la Moderna Poesía Ecuatoriana (Volumen I, páginas 125 a 185).- Edición patrocinada por el alcalde de Quito Dr. José Ricardo Chiriboga Villagómez.- Dirección Artística: Dr. Humberto Salvador.- Medina Hnos. libreros-editores- Quito, 1949.- Prólogo del volumen primero por Alfredo Pareja Díez-Canseco.

-3.ª edición.- SOLCA, Quito, 1953.- XXXIII y 198 páginas en 32.º. (Imprenta Talleres Gráficos de la Universidad Central.- Edición para cooperar a la lucha contra el cáncer).




- II -

Antologías nacionales y extranjeras


(En las que figura Medardo Ángel Silva)


Por orden cronológico

(1) Parnaso Ecuatoriano por José Brissa- Editorial Maucci, Barcelona, s. a. (1918-?).

(2) «Resumen Antológico de la Moderna Poesía Lírica Ecuatoriana» (incluida en el n.º IX de la revista Vida Intelectual, correspondiente a 19 de marzo de 1921.- Año IX.- Imprenta Nacional, págs. 38 a 103.- Lo referente a Medardo Ángel Silva corre de las páginas 55 a 63).

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(3) Selección de modernos poetas y prosistas ecuatorianos, publicado por la Sociedad de Escritores Los Hermes. (Quito, 1924).

(4) Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea.- Prólogo y Selección de Benjamín Carrión.- Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1937.

(5) Producciones de poetas ecuatorianos (en alemán), publicado por el Departamento de Propaganda, Turismo e Información del Ministerio de Previsión.- Folleto de 50 páginas. (Quito, 1941).

(6) Antología de poetas americanos por Ernesto Morales.- Santiago Rueda, editor.- Buenos Aires, s. a. (1941).

(7) Antología de poetas ecuatorianos.- Selección, prólogo y notas de Augusto Arias y Antonio Montalvo.- Ediciones del Grupo América.- Imprenta del Ministerio de Educación Pública.- Quito, 1944.

(8) Historia de la Literatura Hispanoamericana, obra en 2 tomos, por Julio A. Leguizamón.- Editoriales Reunidas S. A.- Buenos Aires, 1945.

(9) Antología de la moderna poesía ecuatoriana.- Edición Patrocinada por el Alcalde de Quito Dr. J. R. Chiriboga Villagómez.- Director Literario: Dr. Humberto Salvador.- Medina Hnos. libreros-editores.- Volumen I (la obra consta sólo de dos volúmenes y reproduce en el primero, la obra completa de Ernesto Noboa Caamaño, Arturo Borja, Humberto Fierro y Medardo Ángel Silva; con prólogo de Alfredo Pareja Díez-Canseco; el segundo la de Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero y Miguel Ángel León, con prólogo de Benjamín Carrión. (Quito, 1949).

(10) Poesía Universal (Grandes Poemas).- Selección y ordenación de María Romero.- Editorial Zig-Zag.- Santiago de Chile, s. a. (1949-?).

(11) Los mejores versos de la poesía ecuatoriana.- Cuadernillos de Poesía (n.º 24).- Dirigidos por Simón Latino.- Prólogo y notas por S. L.- «Poesía ecuatoriana» por Cristóbal Garcés Larrea. (l.ª edición.- Bogotá, 1950- Reproducción en Buenos Aires, 1956).



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- III -

Historias literarias o estudios sobre literatura ecuatoriana


(En las que figura Medardo Ángel Silva)


Por orden cronológico

(I) «La nueva poesía guayaquileña», por Julio César Endara. (En la revista Renacimiento) de Guayaquil, Año I, Número II (agosto de 1916).

(2) Panorama de la literatura ecuatoriana, por Augusto Arias, Imprenta Nacional.- Quito 1936.

(3) Historia de la literatura americana, por Luis Alberto Sánchez (5 ediciones: Editorial Ercilla, Santiago de Chile), 1937 y 1940; Buenos Aires, 1944 y 1950.- 5.ª edición bajo el título de Nueva Historia de la Literatura Americana, Editorial Guaranie, Asunción del Paraguay, 1950.

(4) Esquema de la poesía ecuatoriana, por Vicente Moreno Mora.- Tipografía de la Universidad.- Cuenca, 1938.

(5) Destino de la poesía ecuatoriana, por Jorge Carrera Andrade.- (En Revista Iberoamericana.- octubre, 1942).

(6) Valores ecuatorianos, escritores y poetas, por el Rvdo. Reginaldo María Arízaga O. P..- Quito, 1942.

(7) Presencia del pasado por Hugo Alemán (29 Semblanzas y 1 Paisaje).- Casa de la Cultura.- Vol. I.- Quito, 1949.

(8) «Retablo de una generación decapitada» por Raúl Andrade, ensayo incluido, primero en el libro Gobelinos de niebla (Quito, 1943) y luego, en El perfil de la quimera (Quito, 1951).

(9) Historia de la literatura ecuatoriana, por Isaac J. Barrera. l.ª edición en 3 volúmenes.- Publicaciones de la Academia Ecuatoriana correspondiente a la Española.- Quito, 1944 1950; 2.ª edición en 4 volúmenes.- Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana.- Quito, (1953-1955).

(10) La literatura del Ecuador, por Isaac J. Barrera.- En la colección de «Las Literaturas Americanas» de la Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Literaturas: Sección Argentina y Americana.- Universidad de Buenos Aires.- Imprenta de la Universidad.- Buenos Aires, 1947.

(11) La novela ecuatoriana, por Ángel F. Rojas (Ediciones del Fondo de Cultura Económica), México, 1949.

(12) El relato ecuatoriano, por Benjamín Carrión.- Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2 volúmenes.- Quito, 1950.

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(13) Ruta de la poesía ecuatoriana contemporánea (Breve contribución para una crítica selectiva), por César Andrade y Cordero Cuenca, 1951.

(14) El movimiento moderno en la poesía guayaquileña por J. A. Falconí Villagómez.- Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana.- Quito, 1952.

(15) Breve Historia del Modernismo por Max Henríquez Ureña.- Fondo de Cultura Económica.- México-Buenos Aires.- l.ª edición, México, 1954.




- IV -

Artículos, ensayos y conferencias


(Con estudios dedicados a Medardo Ángel Silva)


Por orden cronológico

(1) «Letras Ecuatorianas» por J. A. Falconí Villagómez, en «Los jueves literarios» de El telégrafo de Guayaquil, edición de 4 de noviembre de 1915.

(2) «Un niño poeta», por Próspero Salcedo Mac Dowall en el n.º 2 de la revista Anarkos, correspondiente a 17 de enero de 1916.

(3) Medardo Ángel Silva, artículo por Guillermo Latorre, en la revista Vida Intelectual de Quito, época IV, n.º 4, correspondiente a 19 de marzo de 1916.

(4) Medardo Ángel Silva por Luis Alberto Sánchez, en la revista Vida Intelectual de Quito, Época VII.- Núm. VI, correspondiente a 19 de marzo de 1918.

(5) «María Jesús», juicio crítico por Gladio Isar (J. A. Falconí Villagómez) en El telégrafo de 23 de febrero de 1919.

(6) «Retrato», por don (Jorge Díez), en Caricatura de Quito, n.º 26, de 15 de junio de 1919.

(7) «Un poeta suicida», por Gonzalo Zaldumbide, en la revista Caricatura, en el Suplemento Literario.- Serie I, n.º 1, del Domingo 13 de junio de 1920. (Con algunas variantes fue adaptado más tarde, en 1926, para Prólogo de la Selección de Poesías de Medardo Ángel Silva publicada en París, 1926).

(8) «El extraño caso de Silva» por J. A. Falconí Villagómez, en la revista Patria, número 167, en homenaje al poeta fallecido. (Guayaquil, 1921).

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(9) «Un poeta americano poco conocido en España», por Abel Romeo Castillo, en la revista madrileña Patria grande, órgano de la Federación Universitaria Hispanoamericana, n.º 7 de julio de 1926.

(10) «Vida y muerte de Medardo Ángel Silva», por José Ayala Cabanilla, artículo fechado en Guayaquil el 25 de julio de 1936 y publicado en la Página Literaria de El telégrafo de esa fecha.

(11) «Aniversario de un poeta suicida», artículo de Raúl Andrade, publicado en La mañana de Quito e insertado en su libro Coctails.- Crónicas (1934-1935).- Prólogo de Benjamín Carrión.- Portada y ex libris de Canela.- Caricatura de Guillermo Latorre.- Talleres Gráficos de Educación, Quito, 1937.

(12) Medardo Ángel Silva, por Mary Corylé, pequeño ensayo firmado en Quito, a 3 de marzo de 1942 y publicado en la Página Literaria de El Telégrafo.

(13) Semblanzas Biotipológicas (la de Medardo Ángel Silva, entre otras) por el Dr. Agustín Cueva Tamariz.- Cuenca, 1944.

(14) Medardo Ángel Silva, conferencia, por Adolfo H. Simonds. Pronunciada en el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en el ciclo especial dedicado al poeta en junio de 1946. (Inédita).

(15) Medardo Ángel Silva, conferencia, por J. J. Pino de Icaza. Pronunciada en igual ciclo de junio de 1946.

(16) Primeros años y luchas de Medardo Ángel Silva, conferencia por Abel Romeo Castillo. Leída en el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, dentro del mismo ciclo el lunes 21 de junio de 1946. (Inédita).

(17) «La Trágica Muerte de Medardo Ángel Silva», conferencia, por Abel Romeo Castillo.- Leída en el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el lunes 28 de junio de 1946, cerrando el ciclo mensual en homenaje al poeta, organizado por el autor de la conferencia, quien presidía, entonces, interinamente el Núcleo del Guayas, por ausencia del titular. (Inédita).

(18) «Poesías épicas de Medardo Ángel Silva: Cabalgata Heroica y otras», por J. A. Falconí Villagómez, en El Telégrafo de 10 de junio de 1952.

(19) «La muerte trágica» del poeta Medardo Ángel Silva, fragmento de la conferencia sobre el mismo tema, por Abel Romeo Castillo, en El Telégrafo de 10 de junio de 1952.

(20) «Medardo Ángel Silva o el Cansancio al Amanecer» (prólogo a la 2.ª edición de El árbol del Bien y del Mal) por Alejandro Carrión, fechado en Quito, 1953.

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(21) Una interpretación de Medardo Ángel Silva, ensayo por T. J. Pino de Icaza. Imprenta del Colegio Nacional Vicente Rocafuerte.- Guayaquil, enero de 1955.

(22) «Una nueva interpretación de Medardo Ángel Silva», artículo por Otto Raúl González, en Letras del Ecuador, n.º 105, Año XI.- enero-marzo de 1956.




- V -

Revistas literarias


(En las que colaboró o se publicaron en época de Medardo Ángel Silva)


Por fecha de aparición

(1) Vida intelectual.- Órgano del «Comité 19 de marzo».- Publicación eventual (Anual) Quito, 1911-1923.- (Cada año cambiaba el Comité, de dirección y de taller editorial).- N.º 1-19 de marzo de 1911; n.º 11.- Número extraordinario.- 5 de junio de 1923.- Colección revisada en la Biblioteca Municipal de Quito.

(2) Revista Juan Montalvo.- Publicación Literaria mensual.- Director: José Buenaventura Navas.- Guayaquil.- Imprenta y Litografía del Comercio.- Calle 18 A (Antes S. Vicente) número 1111-13.- (1912-1916)- n.º 1, abril de 1912.- n.º 25.- Julio de 1916. Colecciones revisadas en las Bibliotecas Municipales Quito y Rolando de Guayaquil.

(3) Letras.- Revista Mensual de Literatura: Director: Isaac J. Barrera.- Imprenta de la Universidad Central.- Quito, 1912-1919.- (N.º 1 de agosto de 1912; n.º 51 y último, enero de 1919; al final del n.º 48.- Julio-agosto de 1917.- publicó un «Índice» del contenido anterior; (colección revisada en la Biblioteca Nacional de Quito).

(4) Ciencias y letras.- Revista Mensual.- Directores: Dr. Bartolomé Huerta y José Ricardo Palma; luego sólo este último.- Guayaquil, 1912-1940 (?)

(5) El telégrafo literario.- Directores: Manuel Eduardo Castillo, José Antonio Falconí Villagómez y Miguel Ángel Granado y Guarnizo.- Guayaquil, 1913-1914. (N.º 1- 9 de octubre de 1913.- N.º 16 y último.- 22 de enero de 1914).- (Colección propia de Abel Romeo Castillo).

(6) Anarkos.- Revista ilustrada.- Director: Ernesto López Mindreau.- Guayaquil, 1916.- (N.º 1 enero; n.º 4, marzo 20).- Colección revisada en las Bibliotecas Nacional de Quito y Rolando de Guayaquil.

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(7) Helios.- Revista Mensual.- Director: Carlos S. Granado y Guarnizo.- Imprenta Moderna.- Guayaquil, 1916.- (N.º 1.- abril; n.º 9.- diciembre).- Colección revisada en la Biblioteca Nacional de Quito.

(8) Renacimiento.- Revista Mensual de Literatura.- Dirección: J. A. Falconí Villagómez.- José María Egas M. (después fue ampliada con Wenceslao Pareja, Medardo Ángel Silva, M. E. Castillo y Castillo, J. Eduardo Molestina, Alfredo Espinoza Tamayo, Aurelio Falconí y Adolfo Hidalgo Nevares).- Guayaquil 1916-1917.- (N.º 1.- Julio de 1916.- N.º 2.- Vol. II.- Agosto de 1917.- Al final del n.º 10.- Abril de 1917, apareció un Índice de Autores y trabajos aparecidos en el Vol. I que se cerró con dicho número).- Colección propiedad de Abel Romeo Castillo.

(9) Patria.- Revista Mensual.- Director: Carlos Manuel Noboa.- Redactor: Medardo Ángel Silva.- (1916-1920).

(10) Guayaquil gráfico.- Revista mensual.- Director: Antonio Lamota Guayaquil.- 1916-1934. (N.º 1.- Febrero 1916; n.º 12, marzo 1936).

(11) Atenea.- Revista mensual.- Directores: J. Buenaventura Navas y Medardo Ángel Silva.- Guayaquil.- 1916.- Publicó un solo número.- N.º 1, marzo 6, (1916).

(12) La idea.- Órgano de la Sociedad Literaria «César Borja».- Directores: Luis Alberto Sánchez y César A. Orellana.- Quito, 1917-1919. (N.º 1, 15 de abril de 1917.- N.º 17.- Marzo, de 1918).

(13) La ilustración.- Revista Mensual.- Director: Alejo Mateus.- Guayaquil, 1917-1923.

(14) España.- Revista Mensual de artes y letras hispanoamericanas.- Director Literario: Medardo Ángel Silva.- Guayaquil, 1917.- (N.º 1.- Noviembre de 1917).

(15) Caricatura.- Semanario Humorístico de la Vida Nacional.- Redactores: Jorge Díez, Enrique Teraum, Guillermo Latorre, Rafael Alvarado, Nicolás Delgado, Alberto Coloma Silva, etc..- Nota.- en el n.º 16.- «Este semanario no tiene Director». Quito, 1918-1920 (?).- N.º 1.- 8 de diciembre de 1918.- N.º 72, 20 de junio de 1920).

(16) La pluma.- Revista Literaria Ilustrada.- Director: José Buenaventura Navas.- Guayaquil, 1918.- (N.º 1, septiembre de 1918).

(17) Melpómene.- Revista Literaria Mensual.- Directores: José de la Cuadra y Jorge Japhet Matamoros.- Imprenta de la Sociedad Filantrópica del Guayas.- Guayaquil, 1918.- (N.º 1.- Junio.- N.º 3.- Agosto de 1918).

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(18) Juventud estudiosa.- Revista Mensual.- Director: Teodoro Alvarado Olea.- Redactores: José de la Cuadra, Tomás Alfonso Mateus Peñaranda, Colón Serrano, Abel Romeo Castillo y otros.- Imprenta de la Filantrópica.- Guayaquil, 1919.







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ArribaAbajo Últimas tendencias

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ArribaAbajoEstudio de Augusto Arias

Caso de aguzada sensibilidad el de Alfonso Moreno Mora (1890-1940) y, como tal, de esquivos ademanes, de contenida emoción que rima con una vida generalmente silenciosa. Al releerle en su libro prologado por Víctor Manuel Albornoz, en el que se distribuyen sus poemas de acuerdo con las épocas de su existencia o la afinidad de sus temas, nos afirmamos en que la expresión poética es la biografía del alma y si acuerda, casi siempre, con los pasos del hombre, descubre también la flor trémula de la última verdad, que no es posible revelar a quienes pasen desentendidos o indiferentes sino en la forma de la poesía por la que los sentimientos singulares, como depurándose, ingresan a la universalidad.

En tratándose de los poetas y los artistas, cada uno constituye el humano problema de su reacción y de sus expresiones, el creativo impulso en el que les buscamos. Alfonso Moreno Mora pertenece a la generación modernista y si no es uno de los poetas de la vida frustrada por «exquisitas dolencias», él también reproduce, en la ruta de su destino, la tristeza, casi temáticamente elaborada, que fue motivo de solitaria heroicidad y hasta de ennoblecimiento para los   —490→   que llegaron en los finales del siglo o en los comienzos de una centuria que ha marcado uno de los más violentos tránsitos entre la penúltima agonía de la rosa y el crecimiento del uranio.

Moreno Mora nace en 1890. Es un contemporáneo de Borja, de Noboa Caamaño, de Fierro, y, por el estado de alma, también del melodioso Medardo Ángel Silva que viene un poco más tarde, contradictoriamente oscuro y afinado, para morir por el flanco de la angustia, que no implica, desde luego, una tan cruenta lucha como la que toca a las generaciones de ahora. Moreno procede de una rama de poetas. De las raíces de aquel taciturno del Libro del Corazón que se sintió atraído por el ojo profundo de la cisterna. Su infancia -para evocar a Machado-, son recuerdos de la hacienda; visiones camperas; lentas veladas en las cuales se alzan las figuras de los abuelos; antigua teoría de mobiliarios y de retratos; viajes ecuestres, a campo traviesa. En su sonetario de evocador «A la sombra del recuerdo», Moreno ha trazado, con una seria ternura, las siluetas de sus antecesores; las de las estancias de la casa familiar que van de la sala a la capilla; las del jardín y el pesebre; las de los árboles amigos; las de los breves habitantes del campo como la torcaz y los mirlos, y nos ha referido, por fin, historias de caballos, cediendo, en otra vez, al gusto de dibujar la estampa huyente de los venados dentro de su propio sol de tarde que pone aplacados reflejos en su cornamenta de rama.

Abrasa, con poco interés, la profesión de farmacéutico y por rendirse a solicitaciones cotidianas, ejercita episódicamente el profesorado. Pero cuando regresa de los quehaceres que le habrán sonado a vulgar prosa, escribe para su propio saber de confesarse o rehacerse, o de agravar su dolencia, los poemas de Jardines de Invierno, de Elegías, de Estampas. Después de dárselos a conocer a sus amigos, destruye varios de sus versos, conformándose con su pensamiento de lo fugitivo. Entre contadas alegrías elabora el desencanto   —491→   y se aproxima al final. El 1.º de abril de 1940, como escribe Víctor Manuel Albornoz, le encuentran «dormido como lo quiso, dormido para siempre, sosteniendo la frente adusta en la diestra de extenuado marfil, con los ojos suavemente entrecerrados, como si siguiera soñando».

En estrecha coincidencia con los de la generación modernista, últimos románticos o simbolistas, este fino, doliente poeta, asume la postura irrevocable del melancólico. No es una manera, porque se viene desde el fondo de predestinada sensibilidad. Pero él, como los de La Flauta de Ónix, La Romanza de las Horas y El Laúd en el Valle, acrecerá su tristeza, dejará sin cortar los filos de sus cipreses.

De antemano ha fijado su parábola autobiográfica, en esos versos que tienen el tono de la queja de Darío por la fuga de la juventud. Su vida es una mariposa. Hay el vidrio de una ventana. Afuera, en el jardín, la rosa y la gracia matinal. Ver, y no gozar de la existencia, corta para tanto anhelo, mientras la primavera revuela, canta y perfuma. La mariposa iría sobre el jardín en ligeras alas, discurriría sobre la frescura del agua que revienta en espumas. Pero allí está el cristal, imagen de su tormento de encerrado contemplativo. Quiere volar, y porfía, hasta que han de verla, en una vez, al pie de los vidrios, muerta.

En sus Jardines de Invierno por cuyas estrofas pasa la melancolía del Juan Ramón Jiménez de los primeros días, su música delgada, habla Moreno Mora de su mal de otoño: «Mi juventud se ha acabado./ Tengo el mal de otoño. Tengo/ una tristeza tan grande/ que me muero, sí, me muero./ En el patio había rosas./ Las salas me daban miedo./ Las rosas del patio eran/ rosadas como sus dedos./ Ah, las cosas que se piensan/ acodado en la ventana,/ mientras se muere la tarde/ luminosa y resignada./ Huele el jardín. En la fuente/ debe estarse oliendo el agua./ Un vago perfume aroma/ el pañuelo de mis lágrimas».

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El suyo es más bien un otoño subjetivo, porque el otro, cuando las hojas ocres se desprenden en una seca lluvia, desconocido en parajes ecuatoriales, sería más extraño en la comarca azuaya de frutales y de molles, de ríos músicos y golondrinas que hacen verano. Pero Moreno Mora, ya en olor de pesadumbre, se ha puesto detrás de la ventana que será como un ritornello en buena parte de sus poemas. Así están el paisaje distante, las luces entrevistas; abierta, como hacía el pretérito, la memoria. Cuando escriba sus Elegías, la tinta del recuerdo aclarará las figuras y no obstante la seguridad de algunas de sus estampas que dieron razón a quienes creían en su tacto de parnasiano o en la pericia de sus sonetos de arte, es materia de ayer la que le reclama. No quiere vivir en presente; acentúa su retrospectivismo.

Hombre bueno, propicio por lo mismo a ese ceder de algo de sí que es la admiración, cuando ensaye sus sonetarios biográficos, se afanará en esos retratos móviles que dedica a Crespo Toral y a Honorato Vásquez. Explora en la serenidad de Crespo para preguntarse si aquella radiosa calma, cruzada de breves ironías, le viene del Evangelio. Para interrogarle si siempre la carne es triste y hay sólo heces al fondo de las copas. Cuando dibuja la silueta, de Vásquez, envuelto en su española capa, cuando le sigue en sus a la vez inocentes y sabios paseos de maestro y de estudiante, es su bondad la que esplende sobre todo, y cuando le ve dormir en paz última, inclinándose hacia el recuerdo de ese lector del Kempis, levanta otra vez su tristeza. Quedan solos los libros de su biblioteca. Su jardín se ha deshecho como flavo montón de hierba seca.

Temperamental o cultivado, habrá que señalar ese mal del siglo de los poetas del novecientos, que en el sutil Alfonso Moreno Mora toma el carácter de enfermedad de otoño. Menos premiosa que la de ahora, acaso por lo mismo, la edad de los modernistas no supo o no quiso buscar los antídotos. Pero advirtió, como en toda poesía verdadera, los días por venir. Así Moreno   —493→   Mora siente que el aire está impregnado de brea y gasolina y el paso de la humanidad va entre oleadas de sangre. Alcanza al tiempo de los países del hierro y de las incubadoras. Al de los bueyes pensativos que se quedan a rumiar su tristeza mientras avanza la máquina. Al ocaso de las gestas heroicas. Y escribe en sus tercetos de Visión Lírica: «La actitud noble y brava está sola en el mármol... ¡La belleza se acaba!».

Pero sobre la exclamación del poeta, la poesía que no termina realiza nuevos viajes sobre este mundo castigado por el fuego, quizá fuera para remodelarse y volver a vivir.

Miguel Ángel León (1900-1940) no fue de aquellos que como en el poeta de Valencia quisieron «sentirlo, verlo y adivinarlo todo», más por exceso de sensibilidad que por precoces meditaciones. Llegado después, cuando a las tóxicas o figuradas flores del mal reemplazaron los cantos ecuatoriales y la fecunda inquietud de otras tendencias, afila, desde el principio, como ágil venablo, su canto. Porque los poetas que dan sus versos desde el novecientos veinte, en días de primera adolescencia, si bien herederos de algún amable posromanticismo, si con próximas influencias de los simbolistas y los modernistas, llevaban más que la depresiva forma de anticipado duelo, voluntad alegre que determinó la resistencia de quienes, como lo quería el sereno González Martínez, lograron torcer el cuello del cisne de la elocuencia.

León escribió un poema de sugerencias cósmicas. Halló en el símbolo la fuerza vivificante de su temperamento. Originalmente cantó al fuego, al agua, al aire y a la brisa. Magnificó los paisajes, vistiendo de inesperado color a los sentimientos. No quiso modelar el mármol de los parnasianos, aún cuando en algunos   —494→   de sus sonetos haya la redondez del ritmo y la justeza de la rima. El barro dúctil surgió por él en nuevas figuras, con la propiedad del limo nativo y los latidos del Ande, y como lo creyeron algunos de sus críticos, tuvo también una voz alta y ancha para la épica.

Como en poético juego quiso en una vez darnos la prueba de que hubiera podido ilustrar las galerías discordes y al final olvidadas del «ultra», pero con esa su sonrisa seria que tanta autoridad confería a sus pensamientos. León abrió caminos, dijo cosas irreveladas. Una revista nacida bajo el alero de la provincia y al frígido contacto del aire chimboracense, aire alto y cernido, y cerca de las rosas riobambeñas, le reveló en sus primeros versos. Se llamaba Acuarela, en sus páginas escribían Miguel Ángel Zambrano, Gerardo Falconí, Rafael Vallejo Larrea, y tendía al fortalecimiento de los ritmos andinos, como en anticipación a ese «Canto al Chimborazo» en el que León desarrolló imágenes de vanguardia, acertando en ejemplar alegoría, digna de ponerse al lado de «Mi Delirio sobre el Chimborazo» de Bolívar, pero con una más numerosa y actual teoría metafórica.

De la generación de Jorge Carrera Andrade y Gonzalo Escudero, su nombre va unido al de estos poetas de obra notable en excelencia y consecuencia. Su primero y único libro, Labios sonámbulos, reúne poemas de grande modernidad, entre los cuales, como en otros de época mediada, hemos creído encontrar algún sentido de tragedia y una visión un tanto plenaria y pánica de la muerte. En ellos tienen escalofriante impresión el viento que toca la puerta, la soledad, la lámpara que cierra los ojos y las palabras que andan de puntillas.

Ignacio Lasso considera a la de Miguel Ángel León como a la única poesía creacionista de nuestra patria, cuando afirma: «Es curioso cómo León confesaba pertenecer a la línea poética de Tristán Tzara, el precursor de la lírica surrealista, cuando la verdad es que   —495→   trabajaba su poema -manera característica en él- con reflexiva asiduidad. Resultaba, pues, su poesía distinta del automatismo, el sarcasmo y la distorsión: calidades dominantes del dadaísmo. ¿Qué es lo que singulariza y da valor a la poesía de Miguel Ángel León? La transposición de su mundo sensible. El poema de León registra las más delicadas y nimias sensaciones. Los movimientos tenues que llegan del misterio. Los mensajes subjetivos que apenas se captan. Del mismo modo, en el poema de León palpitan los grandes latidos del cosmos. Valiéndose de la imagen, -técnica exclusiva- sugiere o contrasta, insinúa o define. Prefiere sorprender las sensaciones extrañas para traducirlas en un lenguaje plástico y rotundo. En el panorama de la poesía contemporánea del Ecuador -la que va de este siglo- destácase el duro y brillante estilo de León. No tiene antecedentes ni continuadores. Se queda como la única muestra de poesía creacionista».

De gran vigorosidad su «Elegía de la Raza», descubre aptitud dramática y los versos engarzan imágenes de páramo y cordillera. Pequeña obra maestra, desarróllase completa hasta en las que llamaríamos proporciones aristotélicas y resiste, igualmente móvil y conmovedora, a la relectura y a todos los matices de la recitación.

Poeta original el que dijo que para escribir su libro encuadernará la sombra y grabará su rima con una punta de estrella.

Como en los poemas de su libro Camino, el de Antonio Montalvo (1901-1953) fue aparentemente tranquilo, si hemos de pensar en las desazones del hombre, sobre todo cuando de espíritus sensibles se trata; apoyado en una serena conformidad. Itinerario   —496→   para señalar la huella del deber y amor de poeta para ir fijando los recuerdos, como acuarelas de toque leal o reminiscencias de música. Porque Montalvo fue también un poeta de recuerdo. Sobre los escenarios de su marcha evocativa, la tierra frutal de Tungurahua, su cuna, y la ciudad de Quito en donde pasó la mayor parte de los años de su vida, supo animar esperanzas así cuando describía como cuando recordaba. Quiso que hasta sus lágrimas fueran «un rocío trémulo y rutilante» que caía sobre su corazón, y de tal modo, aún en sus horas de poeta de dolor, el ancestro soleado, el paisaje floral de su infancia, solían precaverle de los fríos invernales.

Hay que volver al título de su poemario, Camino, para pensar en la digna y conforme ruta de su paso; en su avanzar sin ambiciones; en el sencillo decoro de su confidencia y en la noble fraternidad de la que rebosaba su alma, sin las palabras excedentes de la retórica de la vida. De adolescente, levanta con Alfredo Martínez, en los tipos de imprenta, un libro conjunto y alterno, un «Alba de ensueño», en cuyas estrofas suspira y confía a la vez un alma sincera. El color de la provincia se ofrece para sus pinceladas y el subjetivo apunta también así su fe como su inquietud. Cuando funda Los centauros, revista de nuevas letras o cuando anima la hoja periódica que se bautiza con el nombre de la primera de las entregas de don Juan Montalvo, El cosmopolita, le guían el culto de la honradez y el amor de la belleza.

En Quito funda la revista América que se queda con su consistente monumento de volúmenes, para decir de toda su época de las letras ecuatorianas y de una labor de auténticos alcances americanistas que señala el ejemplo y la realidad. Antonio Montalvo ha madurado. El poeta acendra sus valores. Un aire de meditación circula por sus estrofas que rememoran el solar ambateño o dejan homenaje cariñoso para Quito. Escribe artículos sobre el Continente cuya literatura se ha dedicado a conocer con perspicaz atención   —497→   y se dedica al examen de las letras patrias en las notas críticas que traza para su revista. Glosa las páginas montalvinas, por las que siente predilección de familia y le tienta la vida del doctor de la Colonia, Eugenio, Espejo, para descubrir en la duna de su curiosidad universal, el vasto reflejo de las ideas. Su poema gana en plasticidad.

Carlos Dousdebés (1902-1950), quien se alista tempranamente en la revista Juventud37 que en 1920 publican Eduardo Samaniego y Álvarez, Alfredo Gangotena, Jorge Villagómez Yépez y otros colegiales más tarde alejados de las letras.

Dousdebés es el poeta intimista que busca motivos de luces y transparencia, y ama, como observa Alfonso Rumazo González, a las rosas, al cielo estrellado, al agua; que mantiene dolor que nunca llega a la queja y cuyos versos se doran como los fulgores de un cirio   —498→   místico y lleva espíritu religioso que le permite ser leve sobre las guijas del sendero.

Un solo libro de sus poemas fue ordenado y publicado por la Biblioteca Ecuatoriana, en 1930, cuando Dousdebés emprendió su viaje a Nueva York en busca del conocimiento de la gran ciudad de las elevaciones y las velocidades, y obtuvo de tal visión un tanto babélica, el contraste que le haría pensar más asiduamente en los aledaños nuestros, en la Quito de callejas retorcidas y memoriosas hornacinas, en la tierra de Mariana de Jesús, del barroco original y el encaje plateresco.

El nombre que se da al libro de Carlos Dousdebés acuerda con la pureza de los asuntos y las albares imágenes: Surtidores Blancos. Allí el poeta abre ventanas al jardín, como si fuesen las de su casa del viejo e historiado barrio de La Loma, y, a poco, quiere hablar «desde muy adentro». Tiéntanle las luces cristalinas y acude al tema «nerviano» de las rosas bellas cuyas espinas hieren, pero para la devolución, como en amable holocausto, de la gota de sangre. Decurre por su «arquería floral», y un tanto pensieroso escribe otros poemas para su «camino de la tarde», más presentido que real, con espíritu de resignación, pero aún le esperan sus «flores de nácar» y en los poemas finales dirá de la nueva primavera y de signos celestes como la brújula y el nadir.

Suave, cariciosa, la música de Dousdebés, prefiere la esperanza de las navidades; la fraternal confidencia, por más que le obsedan tristezas, o alcance, como todo ser humano, el perfil de los días aciagos. En su poesía armoniosa y de corazón salvado se buscará a Dousdebés para renovar esas tersas emociones que supo interpretar en fácil canto.

  —499→  

Alfredo Gangotena (1904-1944), «el poeta que el Ecuador dio a Francia, como Uruguay lo hizo con Lautréamont y Supervielle», es caso excepcional en nuestra literatura por las calidades de la obra, la originalidad de las imágenes y la estructura de sus libros, especie de interiores sinfonías por los tiempos que se relacionan y prosiguen. Poemas de «algebraico sentido» en los que se vertieron el análisis propio y la espiritual tormenta de aquel dilecto que penetró en la abstracción de las matemáticas y que fuera en la École de Mines de París -la tierra de sus elecciones, casi su segunda patria-, estudiante de singulares dones y después Ingeniero de Minas.

Poesía francesa han dicho algunos de sus comentaristas, pero no menos nuestra por varios de sus apuntes de la naturaleza de aquí y hasta recuerdos de la historia y de ancestros aborígenes, y, sobre todo, poesía que, en cuanto digna de su nombre de creación, está destinada a vencer los tiempos y los límites de países y circunstancias.

En Francia publicó sus libros Orogénie (1928), Nuit, con un poema prologal de Jules Supervielle (1938). En Quito y en lengua francesa Absence (1932), y un cuaderno en lengua española Tempestad Secreta (1940).

Varios de sus poemas fueron vertidos al castellano por Jorge Carrera Andrade para su Antología de la poesía francesa contemporánea y por Gonzalo Escudero y Filoteo Samaniego para su Poesía completa, editada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1956. Las más sutiles, las más altas esencias de la poesía dieron a su obra un contenido vital y de extraordinaria incursión en las zonas del misterio, en las íntegras soledades del hombre, más completas a veces cuando se pasa por entre la población de los seres que nos interrogan o acuden a resolver las preguntas que no hemos formulado. Desde su «Ausencia» se apuntan tales exploraciones en el limbo de la soledad y uno de sus libros   —500→   (Nuit), está en el dominio de la noche. «Tempestad secreta», para Jaime Barrera «es un canto de amor. Un poema alto y purísimamente erótico, en el que se entremezclan por igual palabras de vida y de muerte. La muerte rondando siempre por las cercanías de los poetas, celosa tal vez de su condición casi divina, y de su capacidad para ver y prever. Es un canto de amor con la soltura grata y concentrada que hace recordar la joya clásica del Cantar de los Cantares».

Alfredo Gangotena alcanzó lugar preferente entre los poetas franceses y su crítica encareció las expresiones logradas de amargura y angustia que alientan en sus símbolos y se revelan en algunas de sus tangibles figuras.

Juan David García Bacca que ha escrito una exégesis de sus libros, se rinde a paralelo -dentro de naturales diferencias- que comporta uno de los más grandes elogios que de nuestro poeta ha podido hacerse, buscando para posible título de sus páginas una frase igual a la que compendia o resume la maravillosa poesía de éxtasis y extrahumano sueño de San Juan de la Cruz, el senequita:

«Llama de Amor viva -dice García Bacca- uno de esos envidiables títulos que los autores geniales saben encontrar: para ciertas obras suyas, y en nuestro caso San Juan de la Cruz para una de las suyas en que declara en canciones las que "hace el alma en su íntima unión con Dios". No puso Alfredo Gangotena a su poemario en conjunto, pues no lo recopiló ni dejó que lo hiciera esa plebeya igualitaria que es la Muerte, título alguno significativo y clave de su oculto y propio, tras de su obvio y común sentido. A mi cuenta y riesgo, tal vez no muchos ni graves por mi fraterna amistad con el poeta, me atrevería a plagiar un tantico el título de la obra citada de Fray Juan; y dar a toda la obra poética de Alfredo Gangotena el título de Llaga de Amor viva» «Porque, concluye García Bacca, Gangotena vivía en carne viva, sin dermis   —501→   ni epidermis protectoras, y esto es afirmación de su sinceridad, puede añadirse, como también de su capacidad de sufrimiento. En llaga de amor viva, por eso, y también con el espíritu de aventura y geometría que le aprisiona en avalancha, como declaró en su poema "Cuaresma", recordando a Pascal, al "pequeño Blas"».

Ignacio Lasso (1911-1943), afinando poéticos apuntes desde las bancas del Colegio Mejía, se da a conocer en las páginas de Élan y en las revistas de esos estudiantes inquietos que mantuvieron la devoción literaria. Apenas vencidos los veinte años publica el único libro Escafandra, en cuyo nombre aparece la suerte del buzo por los mares interiores en pos de la perla de la emoción o de la rama de corales que parece arrancada del árbol que sangró. Benjamín Carrión dijo de esos veintiocho poemas de penetración, de sugestividad: «A pesar de sus incursiones rotundas, valientes, de alto valor poético por las barricadas revolucionarias, Lasso es nuestro caso más significado del poeta americano de mente y sensibilidad europeas. Su sitio estaría en la lista de poetas de Contemporáneos y Ulises de México. Su predilección expresa y su acercamiento a Jaime Torres Bodet, lo clarifican y fijan esa posición. Es transparente, claro, perfecto de técnica».

Otros críticos advirtieron en su manera una orientación surrealista y en la Antología de poetas ecuatorianos (1944) se dijo que todas las inquietudes del ser lírico se plantean en sus cuadernos y la presencia más conmovedora de su destino reside en las revelaciones de su mundo interior, de maravilla y desencanto. Su libro es el del buceo de la imagen. Poemas de visiones de la tierra, de la evocación marina -mar no visto, pero sentido, comprendido, por la intuición   —502→   de la poesía-, y otros, los más, de la penetrativa gracia en los paisajes interiores, en el remanso íntimo, alguna vez en el Caribdis propio. Tomó Lasso, dentro de una modalidad francamente moderna, puras esencias simbolistas y algo también de lo durable y trascendente del romanticismo. De simbolismo nuevo que da en el módulo del realismo y de breve reminiscencia romántica, es su poema «Pesadumbre», de la vejez, de la descomposición de las cosas: «No sé por qué he vuelto a ponerme muy triste,/ a mirar el mundo con ojos de huérfano/ acurrucado en medio de los desconciertos. / En el piano ya no suenan dos teclas./ Los zapatos, los libros y los sueños están viejos./ Las menudas ambiciones/ embarcaron en un tren que se ha descarrilado».

Poemas como «Cumpleaños», «Agro», «Orfeo», etc., merecen antologizarse y reunirse en volumen con los de su último tiempo, de pulidez formal que marchaba con el ahondamiento del pensar. Poemas del propio ambiente, otros como de ecuménico escenario y algunos para el rastreo biográfico, inclusive los que, como su bello «El monarca del país de la niebla», parecen distintos o extraños, pero que recomponen algo de su expectativa y hasta de sus premoniciones.

La poesía de Lasso, por más refinada que hubiese sido o parecido, está con las realidades y los signos de nuestro tiempo, que se precisan en su Ensayo sobre la angustia, esa especie de testamento poético, o se aclaran en sus poemas de la víspera, como cuando nota que hay un largo camino de inmóviles hormigas que acaban de morir porque ya sube el agua o cuando se refiere a las flores pisoteadas por el paso brutal de la historia o cuando piensa en los asfodelos que están inaugurando su colección de adjetivos heridos.



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ArribaAbajoSelecciones de Augusto Arias

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ArribaAbajoAlfonso Moreno Mora

Selección de Augusto Arias


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ArribaAbajoAutobiografía

Mi vida: una mariposa.
El vidrio de una ventana.
Afuera el jardín, la rosa,
la gracia de la mañana.

Ver y no gozar la vida,  5
corta para tanto anhelo,
y sentirla cohibida
con dos alas para el vuelo.

Afuera la primavera
revuela, canta, perfuma;  10
la luz del sol reverbera,
se va en el agua la espuma.

Todo es tálamo, amorío,
amor, pasión y locura.
De volar, sería mío  15
el jardín de la hermosura.
—508→

Adentro... nada hay adentro,
que estoy afuera y no estoy;
y sobre el cristal me encuentro
y tras el cristal me voy.  20

¡Pobre vida! Mariposa...
Vida que no realicé,
vida de vivir ansiosa
y que, ansiando, la anulé.

Copo de espuma en la arena,  25
mientras el río se va;
vida con angustia y pena
de lo que nunca será...

Suave vellón en la zarza
deja la oveja prendido;  30
dentro del nido lo engarza
el ave, al hacer su nido.

La linfa que deja el río
ablanda a la dura roca;
se evapora y de rocío  35
ser refrigerio le toca...

Pobre vida, vida mía,
mariposa en la ventana.
Pasa un día y otro día,
una noche, ¡una mañana!  40

Pasan... y siempre es lo mismo:
afuera todo, y adentro
nada, sino el fatalismo
de no haber hallado el centro.

Quiere volar y porfía...  45
quiere salir, y no acierta...
hasta que han de verla un día
al pie de los vidrios, muerta...

  —509→  


ArribaAbajoDe Jardines de invierno


Atardece lentamente,
muere la luz poco a poco;
esta tarde ha sido larga
de recuerdos dolorosos.

¡Cómo se va uno cambiando!
¡Cómo le llega el otoño!
Tenía entonces veinte años.
¡Qué lejos se queda todo!

Novia que pasas la tarde
mano a mano con tu novio,
la vida se va, se acaba
en un verano tan corto.

Cigarras que ayer cantaban
yacen hoy día en el polvo.
¡Ay! ¡cuántas torres azules
se pierden en los recodos!
—510→

A veces vuelvo la vista,
y en vano buscan los ojos
el jardín, el huerto, el valle
que alumbró el sol en su orto.


Ah, las cosas que se piensan
acodado en la ventana,
mientras se muere la tarde
luminosa y resignada.

Huele el jardín. En la fuente
debe estarse oliendo el agua.
Un vago perfume aroma
el pañuelo de mis lágrimas.

¿Quién va a venir? ¿Por qué estoy
acodado en la ventana?
¿A quién espero? ¿Qué buscan
mis ojos a la distancia?

El río pasa llorando
por la sombría encañada.
Duermen los sauces. La niebla
se cuelga en la azul montaña.

Ha anochecido. En su alcoba
se enrojecen las ventanas.
Hay luz. Una sombra leve
el rojo cristal empaña.

Tengo miedo de la noche:
voy a cerrar la ventana.
Yo no debiera estar solo
teniendo tan sola el alma.
—511→

Su boca me sonreía...
Discurren mis pensamientos
como un enjambre de abejas
en la paz del cementerio.

Flota un aroma impreciso
de nardos recién abiertos.
La brisa nocturna trae
olor de junco. ¡Ah, los perros

que ladran bajo la luna.
A veces, me muerde el miedo...
Quiero llamar, y la carne
tiembla de frío y silencio.


Su boca me sonreía...
Cuando se armiñe el sendero
con las flores del naranjo
quedará desnudo el huerto.

Al rubio sol, los azahares
se marchitarán y, luego,
a lo largo del camino
irán rodando en el viento.

Las noches, cuando descorra
la ventana que da al huerto,
no habrá un aroma en la brisa
que desgreñe mi cabello.

Y me estaré horas y horas
pensativo y en silencio,
con las pupilas clavadas
del jardín en lo más negro.

Después... La sombra, los árboles...
Tendré frío... Tendré miedo...
Entornaré la ventana
por no ver el duro cielo
—512→

que estará blanco de estrellas.
Iré a meterme en el lecho
viendo mi jardín sin rosas...
Y me dormiré sin sueño.

  —513→  


ArribaAbajoIdilio rústico

Una casa de campo, con ventanas azules,
que enfoquen los caminos, los árboles, las chozas;
una casa de campo, cercada de abedules,
fresca de agua y alegre de pájaros y rosas.

Una casa de campo, en un campo aldeaniego,  5
con vecinos que sean primitivos y rudos:
gente humilde y amiga de la paz y el sosiego,
buenos hombres barbudos...

En el pórtico blanco, tallado en piedra, al fondo
de una hornacina, el Santo protector de la granja,  10
San Isidro... y suspensa del hastial una esquila.

Feliz me llamaría, y más al ver tu blondo
cabello sobre mi hombro, bajo el cielo naranja
de una tarde de agosto, luminosa y tranquila.

  —514→  


ArribaAbajo Elegía del amor que había muerto

Ven a escuchar el canto tedioso de las ranas...
Su voz no sé qué tiene para mecer la pena;
trae acá la butaca, corre bien las ventanas
y estaremos sentados en la noche serena.

A veces se oye un pájaro cantar entre las ramas;  5
si en esta noche canta, dime tú lo que quieras
que el canto signifique... ¿Preguntaré si me amas...?
¿Si he de morir primero, antes que tú...? ¿Quisieras...?

-Mejor que sea eso lo que el canto nos diga;
mas, sabe estoy seguro de tu amor, yo no dudo;  10
entre todas has sido tú mi mejor amiga,

la única, la única que me ama y que me alegra..,
y pasamos sentados frente a la noche negra,
y el pájaro en las ramas pasó esa noche mudo...

  —515→  


ArribaAbajoMi madre

¡Mi madre!... Daban luz los ventanales;
una canción de cuna; otra devota;
mimo su voz, que del silencio brota,
caricia sus miradas maternales.

La primera palabra aprendí de ella,  5
di a su amparo de amor el primer paso;
cuántas veces, dormido en su regazo,
¡recibí de sus manos una estrella!

De una gruta de amor, estalagmitas
sus manos... Sí, me acuerdo, pequeñitas,  10
blancas y con hoyuelos claroscuros.

Un día ha de mirarla mi alma, pienso,
entre rayos de luz, nubes de incienso,
rodeada de los ángeles más puros...

  —516→  


ArribaAbajoSol de tarde

Las cinco... De una orilla a la otra orilla
ha tendido su sombra la alameda;
en el camino la hojarasca brilla
y en ella el viento, tal un aro, rueda.

Del recodo, al final de la avenida,  5
sale una larga fila de jumentos;
viene de la ciudad, triste y rendida,
la piara de borricos cenicientos.

Sobre la tierra luminosa y tersa
la sombra de los árboles conversa  10
de las cosas del campo en tierno idilio.

Y allí la dicha del que oculto vive,
verso tras verso con amor, escribe,
con el amor de Jammes o Virgilio.

  —517→  


ArribaAbajoElegía del caballo

Las moscas ponen un temblor intermitente
en la piel laxa y dura, las moscas le atormentan;
con la tristeza enorme de su vejez doliente
quisiera estarse en calma, pera ellas le impacientan.

La desmayada cola bate pesadamente,  5
las moscas se levantan y de nuevo se sientan;
hiere el suelo golpeando las manos fuertemente,
las moscas vanse y tornan y su fastidio aumenta.

Inmóvil, taciturno, con la cola en el anca,
es, en el llano verde, la sola mancha blanca;  10
pobre viejo caballo, quizá añora el pasado

viril, cuando los ríos cruzaba en lo más fuerte
de la creciente magna, desafiando a la muerte,
y era el padre de todos los potros del poblado.

  —518→  


ArribaAbajo Ensueño póstumo

Carpintero, la caja en que me encierren
hazla suave de un árbol de esta senda:
¡así podré soñar, cuando me entierren,
que estoy de vacaciones en la hacienda!

Este árbol diome sombra cuando niño,  5
a su abrigo pasé días enteros;
en el hogar fue todo de cariño
el resinoso olor de los gomeros.

En sus bosques vagué, de adolescente,
oyendo los lamentos casi humanos  10
que lanzan con el viento, de repente.

¡Cuántas horas de ensueño y de locura!
¡Cuántos nombres grabados con mi mano,
en su corteza sonrosada y dura!



  —519→  

ArribaAbajo Miguel Ángel León

Selecciones de Augusto Arias


  —[520]→     —521→  


ArribaAbajo El agua

El agua fluye,
el agua huye
por la campiña
y va cantando bajo la fronda
como una niña.  5

El agua huye sobre la gualda
alfombra de hojas de los eneros
y va cogiendo
dentro su falda
rosas marchitas, luna y luceros.  10

El agua corre por la campiña.
El agua lleva,
y a tientas busca el verde estanque
como una niña
que fuera ciega.  15

El agua sueña, bajo la sombra,
en torsos blancos, flores y nidos.
El agua nombra
nombres de amantes desconocidos.

  —522→  


ArribaAbajoEl fuego

El fuego araña el aire negro de la estancia,
y, cual gato diabólico, hacia el tejado brinca.
Tremola de coraje, se arremolina de ansia.
El fuego hasta en la piedra sus finas garras hinca.

Como un labio beodo bebe sombras, a tragos;  5
luego se desparrama en mil lágrimas rojas;
luego, cual sauce loco, sobre los quietos lagos
de la noche, hace caer sus cristalinas hojas.

Chirría el fuego, mordiendo como una fiera el suelo;
se inclina al latigazo del viento que le reta  10
y, cual sierpe, se ovilla para picar el cielo.

Como una cabellera, al viento, se desgreña,
se revuelca, se arrastra, palidece, se aquieta
y muere como un mártir abrazado a la leña.

  —523→  


ArribaAbajoRenovación

Abre bien la ventana
que no quede un residuo del aire de ayer,
que se renueve todo con este aire de la mañana,
lleno de risas de niño y voces de mujer.

Está el sol tan joven y tan contento  5
que parece un canario en el jardín
y es en las rendijas hasta el viento
una sonrisa, un leve si de violín.

Abre la ventana
que se entre toda la mañana,  10
con su sol juguetón y sus gorriones...
Así, bien abierta,
que se llene la estancia con la esencia
suave de magnolias que respira la huerta.
La mañana tiene la gracia de la inocencia  15
porque es el día niño.

Estábamos tan tristes anoche: aún en el ambiente
flota sangre de palabras. Se siente
el aire humedecido por los ojos de Ella;
ojos de ángelus, ojos llenos de almas de campana.  20
Abre la ventana
que no quede una huella
del aire de ayer;
que se renueve todo con este aire de la mañana,
lleno de risas de niño y voces de mujer.  25

  —524→  


ArribaAbajoElegía

El padre de la casa ha muerto...
Hoy le llevaron en la carroza;
los ojos dieron lágrimas y el huerto
dio su mejor rosa.

Lívidos espectros andan por la casa.  5
El perro el silencio hiere con aullidos.
Nadie va al mercado ni enciende la brasa
todo lo acabaron en droguería:
hoy día
nadie va al mercado ni enciende la brasa.  10
Va a morir de astenia su mejor hija.

Ayer llevaron a la prendería
la última sortija,
el reloj de mesa y hasta los espejos.

Y busca y busca la absurda mirada  15
que llevar hoy día...
¡Oh los muebles viejos! ¡Oh los muebles viejos!
Ya no valen nada.

La hermana mayor cogida de sus hermanas
más pequeñas mira sin rosas el huerto  20
y gimen al ver cómo las campanas
que lloran, no lloran por el recién muerto.

  —525→  


ArribaAbajoCriollismo

Catarata:
bufanda de los huracanes.
Relámpago:
lazo de plata
lanzado hacia los cuernos de la luna.  5

Se oye un largo bufido,
grita el torrente como un vaquero
y sus ondas retorcidas son como un vestido
de piel de cordero.

La noche es un gaucho  10
que tuviera por falda de su sombrero
los bordes del horizonte
y por cinta de su cintillo
la vía láctea.
El planeta Marte es una rodaja  15
roja, de tanto hincarse en el hijar de la nube.

La tormenta galopa: se hacen astillas
bajo sus cascos negros las estrellas;
y sólo entre un aprisco de sombra
se ven los pitones de las siete cabrillas.  20

Mostrando sus colmillos de rayos al oriente
la tormenta eriza su piel de lluvia,
y agazapada, en los chaparros de la sombra
se arma como un tigre para cazar el sol.

  —526→  


ArribaAbajoSe derrama el silencio

Se derrama el silencio de este jardín de seda.
Tus pupilas como aves silenciosas han vuelto.
Enciendes la estrella de tu lágrima, y tu lágrima rueda
por las nubes nocturnas de tu cabello suelto.

Revuelan mariposas de alas iluminadas;  5
y como en tu pupila hay rocío en la rosa.
En tu cabello duermen estrellas apagadas.
¿O es que de cada lágrima nació una mariposa?

Es un milagro que hace Amor, cuando mojas
de estrellas tus pupilas y cuando en tu cuello hago  10
caer mis besos cansados como caen las hojas
del rosal, en las ondas enlunadas del lago.

Mi alma como una lámpara de perfume, enciendes.
Hay la estela en tu labio de una sonrisa muerta.
Y la estrella de plata de tu llanto suspendes  15
en la noche cerrada de tu pupila abierta.

  —527→  


ArribaAbajoCanto al chimborazo

Montaña:
cimborio de platino.
Campanario de los huracanes.
Te oriflamas de crepúsculo en las tardes,
te incendias con fogatas de estrellas en las noches.  5
Campo de aterrizaje para cóndores,
abanderado de nuestra América,
que llevas en el pecho como una medalla
la huella dorada del pie de Bolívar.
Carpa más alta del vivac de los Andes  10
donde acampó la raza del indio.
Cubierto con el manto de piel de oso del polo
y con el iris curvado hacia atrás
me recuerdas la gloria de tus caciques bravos.

Montaña:  15
paracaídas de nuestros panoramas:
en las cuerdas sonoras de tus ríos
te pasas la vida cantando paisajes.
—528→

Montaña:
el trópico es un cinturón de sol  20
que sostiene la falda de raso de la tierra
y tú eres la hebilla.
En tu cima TA-HUAN-TIN-SUYO
gira la giralda de la rosa náutica.

Montaña:  25
ovillo del que se desovilla la vía láctea.
Carabela de tres velas
en el oleaje crespo de los horizontes;
sobre tu popa
iremos cantando nuestra canción autóctona.  30
Parábola de la altura,
mi alma disparada por ti
ha hecho blanco en el sol.

Montaña:
tu copa  35
en las manos de América
es una copa de champaña.

  —529→  


ArribaAbajoJaula dorada

Jaula dorada: Canario.
Evocación de madrugada: Sol, brisa.
Jaula dorada: incensario
de armonía
bajo la sonrisa  5
de la puerta.
Canario:
llama de sol que danza
entre un humo de música:
loanza del jazmín de la huerta.  10
Pico: grano de trigo.
Ojos: rocío de estrella.
Canario, buen canario amigo
de la mañana y de sus manos de Ella.

  —530→  


ArribaAbajoElegía de la raza

Era recio, el más recio de todos los vaqueros.
Bajo este sauce, como
bajo una jaula de jilgueros
habíamos plantado nuestra choza.
La vida me pasaba haciendo risas en su boca  5
como se pasa el río haciendo rosas en la campiña.
Yo le daba mis brazos para que con ellos se ciña,
como se ceñía la beta cuando se iba a luchar con los toros.

Venía con la tarde y con los ruidos sonoros
de su brava espuela.  10
La choza bien abierta, abierta como el día
sonreírle parecía
con sus menudos dientes claros de candela.
Yo sola, yo sola y mi perro,
cerca del fogón preparando la hogaza;  15
siempre me traía del cerro
plumas de cóndor y pieles de chacal,
adornos propios para mi raza.
—531→
Era de verle vestido, su vestido de cabra,
tenía rosas y espinas como tiene el rosal  20
y era un lazo de amor blandiendo su palabra.

Era recio, el más recio de todos los vaqueros.
Era de verle domando los potros más fieros.
La arcilla de su cuerpo estaba fundida en las candentes
fraguas de los volcanes;  25
de tanto darse contra los torrentes
se había endurecido
su carne bruñida;
le abrían paso hasta los huracanes,
y no le importaba dejar la vida  30
como una cinta de sangre
en la punta de una lanza.
Apto para la guerra;
apto para la labranza
hacía de un puñado de tierra  35
un océano de maíz;
agarrado a su chacra como una raíz,
afilaba el machete de venganza
en la piedra negra de su orgullo;
su palabra de odio era como un capullo  40
escarlata en la boca.
Esbelta su figura, bronceada la piel,
así era él.
Indio e la raza pura,
hijo legítimo del sol.  45

Un día, lo recuerdo, un día,
el amo hizo chasquear la rienda en el granito
de sus espaldas. Se oyó un grito,
un grito de coraje, un grito fiero
que parecía  50
vibrar entre sus dientes como una hoja de acero.
Ése grito, era el grito de aquel hombre mío,
que al sentir el rayo de la rienda en la cara
lanzose contra el amo
con los ojos cerrados  55
como se lanzan los toros
a embestir en el páramo.
—532→

El amo volviose del color que tienen
los pétalos de las retamas.
Dio un paso, un trágico paso,  60
trémulo hacia atrás y de repente,
sacudiendo su melena de llamas,
del cinturón de cuero
salta la fiera de una pistola...
El balazo  65
al sembrarse en la cara del recio vaquero
hizo brotar una amapola
de sangre.
Era la última víctima de la guerra
de la conquista;  70
sus labios besaban la tierra
y era como dos lucecillas
moribunda su vista;
sus ojos que tenían el color de las uvillas
se habían enverdecido  75
y como los tigres moría
mordiendo un bramido...

Cómo me pasé toda la noche hasta la madrugada
con el oído
puesto en su pecho oyendo su vida.  80
Después... todo fue nada.
Murió el más recio vaquero de las vaquerías,
el que tenía
las espaldas anchas como los troncos de pino.
Después... todo fue nada.  85
El amo ese día, como todos los días,
bebió leche fresca y un vaso de vino.
Después... todo fue nada.

Sólo yo en las noches oigo el ruido de su bocina
y siento que por los caminos camina  90
arrastrando su poncho;
y tengo envidia del perro de ojos de fósforo
que debe de verlo en el concho
de la nube, muy al fondo,
porque aúlla tan negro, porque aúlla tan hondo.  95
—533→

Canta mirlo negro; di tu de profundis torcaza.
Río que vienes gritando desde arriba
llora mi dolor y el dolor de la raza,
de esta raza vencida,
que juro que era fuerte como fue el hombre mío.  100
Que juro que era bello como los búcaros
de las aguacollas rojas;
juro que era bravo, por eso le domaron
como se doma a los chúcaros
con el látigo y la rodaja;  105
juro que tenía los músculos anchos
y duros como las chontas;
juro que algún día,
del bronce de su carne,
como de un pedrisco tiene que brotar la luz...  110

Pobre indio, pobre raza,
hasta de Jesús
no le enseñaron más que la cruz
y la corona de espinas,
nunca le dijeron que era hermano  115
del hombre que habla castellano
y a golpes como de las minas
extrajeron de su cuerpo el oro,
por eso no tiene más amigos
que el asno, el perro y el toro,  120
el que barbecha las tierras
y el que hace brotar los trigos.

Canta mirlo negro, di tu de profundis torcaza;
río que vienes gritando desde arriba,
llora mi dolor y el dolor de la raza.  125

  —534→  


ArribaAbajoEpílogo

Vivo como en un jardín entre los escombros
de mi juventud sin historia;
todo lo he borrado con una alzada de hombros
y amo más a mi perro que a la gloria.

El dolor, en mi pecho el dolor ya no vive:  5
todos los velos cayeron ante mis ojos claros;
mi corazón es un papel rugoso donde escribe
un muchacho travieso versos locos y raros.

Y he de morir de joven. Es tan triste esperar
que por falta de aceite se termine la lumbre;  10
para mí la vida es como una costumbre
que hoy, mañana -¿quién sabe?- le habré de abandonar.



  —535→  

ArribaAbajoAntonio Montalvo

Selecciones de Augusto Arias


  —[536]→     —537→  


ArribaAbajoYo pirata

Espiga de luz de oro, niña zarca
de las dulces miradas pensativas
por donde va, blanca de velas vivas,
de un ensueño de amor la linda barca.

El cisne de un suspiro, triste, enarca  5
su vuelo, de nostalgias sensitivas,
al hontanar azul, de aguas estivas
que platean las lunas de Petrarca.

Si el buzo de tus mares litorales
te halló en tu gruta, perla añil, dormida,  10
entre rosas de nácar y oros fríos,

yo, pirata, en mi nave envejecida,
voy a robar tus gracias celestiales
para llenar de amor los mares míos.

  —538→  


ArribaAbajoSerenata

Mayo. Noche romántica y fresca. Miraflores
de Ambato se adormila en un sueño de luna
y en el silencio blanco la voz del río es una
canción de amores buenos dicha por ruiseñores.

Paz fragante a eucaliptos, a rosas y a membrillo.  5
Vivo la gesta antigua del amor, cuando al son
de la guzla, el trovero cantaba su canción
al sueño de la novia bajo el alto castillo.

Un rancio encantamiento maravilloso y grato
envuelve el virgiliano lirismo del retiro.  10
Y en tanto los violines desmayan la armonía

de una música alegre, regocijado miro
cómo se queda mi alma perdida en la ambrosía
medievalesca de este Miraflores de Ambato.

  —539→  


ArribaAbajoFicoa

Ensueño vuelto una égloga bajo los cerros grandes
que beben en el alba su ordeño de rucio...
Arriba, la epopeya de nieve de los Andes
y abajo el himno lírico del cántico del río.

Frescura de la fronda que siembra madrigales  5
en los vibrantes surcos eólicos del viento.
En ritmo fiel de aromas, manzanos y perales
sus cantos melodizan con ancestral acento.

La Hespérides del mito, romántica y florida
allí vive escondida lo mismo que un tesoro:  10
dragones del encanto como cuidar su vida
vigilan el ensueño de las manzanas de oro.

En voz de arroyos prófugos suena su esquila el agua.
Y para ver esa égloga desdoblan su espinazo
sobre las altas nubes el alto Chimborazo  15
y sobre la distancia con luz el Tungurahua.
—540→

Allí todo es dulzura... y aromas y armonía
y panteísmo geórgico y eterna primavera:
con su belleza idílica que ríe y reverbera
todo Ficoa vibra como una sinfonía.  20

Si los cóndores prenden el alba de ese cielo
-los cóndores que el mismo sol nunca llega a herirlos-
en los áureos crepúsculos que al viento dan su vuelo
encienden las luciérnagas el canto de los mirlos.

Senderos del Elíseo de encanto circunscriptos  25
donde su olor desfloran glicinas y resedas...
Sobre el coral marino de las capulicedas
su azulidad de mar riegan los eucaliptos.

Sobre esa tierra fértil el roble índico-hispano
de don Juan irguió el torso de su figura homérica  30
y arqueó de allí su espíritu hasta la linde ibérica
por traernos el oro del verbo castellano.

Allí soñó sus sueños... Y mientras por el arco
de su espíritu fueron sus quejas en exilio
bajo esas sombras dulces platicó con Plutarco  35
y habló del clasicismo latino con Virgilio.

Toda la Cohorte antigua de la Sabiduría
llamada por la magia de voz ecuatoriana
allí encontró un asilo de estirpe castellana
para los festivales de la filosofía.  40

Viejo rincón histórico que huyendo a todo invierno
siempre tendrá el tesoro de su recuerdo en salvo,
porque en sus sombras pródigas vivió don Juan Montalvo,
sobre todos los siglos su encanto será eterno.

  —541→  


ArribaAbajo Feria de mi ciudad

Feria de mi ciudad: canción en la hoya
urbana de la plaza que canta algarabía.
Feria de mi ciudad: vernácula alegría
del devenir autóctono para un pastel de Goya.

Campanarios del campo los altos eucaliptos  5
llaman a misa de alba dando a volar sus tórtolas
y el indio, que es cristiano, bañándose en rocío,
madruga con sus mieses camino de la feria.

Y madruga la feria rural en las estancias
de las montañas de oro pascual de las mazorcas...  10
mientras la moza rústica descuelga sus ajorcas
y se peina con agua de silvestres fragancias.

Un sol triunfal de fiesta corre por los caminos
junta a las yuntas dóciles hermanas de las piaras.
Camino de la feria: ríos de campesinos  15
que despiertan al día con agua de algazaras.
—542→

El viento a la mañana besa con rubio lampo
en el silencio niño del alba florecida.
Y es como si en la alma de la ciudad dormida
se volcara la vida romántica del campo.  20

Mayordomos metidos en ponchos de crepúsculo,
indias con los rebozos de los cielos de Ambato...
En zumo de la caña se hunde el recuerdo ingrato
de la fatiga agreste que hizo gemir al músculo.

Feria de mi ciudad: cuando la primavera  25
bajo toldos de luna regala su tesoro:
las perlas de las uvas y las manzanas de oro
y el almíbar celeste que guarda cada pera.

Pero al ángelus suena la oración de la esquila
con un ritmo perfecto como canto de amor.  30
Y en la noche que avanza por los cerros, tranquila,
sólo queda, llorando la voz del rondador.

  —543→  


ArribaAbajoEl trópico

Recuerdo de mis días en el trópico... cuando
caracol de mi cuerpo, mi espíritu veía
nostálgico de nieve y olor de serranía,
morir a un sol de sangre, en el azul, cantando.

Yungla, la yungla brava sensual y capitosa  5
encendía la noche con luz de sus reptiles
y era una pirotecnia con alas y candiles
la fronda del cacao y de la pomarrosa.

El mirto florecido, poeta y buen feligrés
aventando sus flores en la brisa oportuna,  10
conjuraba a su novia romántica, la luna,
para enlunar la brama selvática del tigre.

Pero era en la canícula fragante del estío,
cuando los gallinazos de azul estaban hartos,
que en las orillas frescas, soñando, los lagartos  15
tragábanse el crepúsculo fantástico del río...
—544→

Allí, pescados de oro bronceando las montubias
-sirenas de las ondas vernáculas, sirenas
elásticas y bellas- sobre las aguas rubias
retorcían sus torsos de las pieles morenas.  20

A veces deshilábase la luna en blancas hebras...
Daba el cuervo sus gritos y las ranas los suyos
mientras la romería de luz de los cocuyos
iluminaba el silbo de amor de las culebras.

Belleza en la noche hórrida y en el fulgor del día:  25
bajo cielos de añil y el horizonte gualda,
un vuelo luminoso de loros de esmeralda
regaba en el espacio su loca sinfonía.

Y era alegre la risa de los amaneceres
destapando sus pomos sensuales de fragancia.  30
Las palmeras erguidas, como lindas mujeres
desnudas bajo el cielo cimbreaban su elegancia.

  —545→  


ArribaAbajoLáminas

Esta alegría azul
del cielo
hace cantar
a los nevados líricos
la canción blanca  5
de la nieve.

Y el arco del equinoccio
se curva
con un incendio de iris
al paso de las sombras  10
de los shyris
y las de los centauros
del Caporal Pizarro.

Mientras rítmicamente
danzando la cadencia  15
de su paso
sobre el lomo gigante
de los Andes
—546→
el llama nostálgico
mide con su cuello  20
la muda esplendidez
del horizonte.

Y el treno doloroso
del rondador del indio
-navegante en los vientos  25
que despeinan la testa
del cerro de Bolívar-
huye con la fragancia
del theobroma
sobre las hondas claras  30
del mar que vio Balboa.

  —547→  


ArribaAbajoCromo andino

Riobamba.
La rosa azul del cielo
se desflora en la tarde
alucinada y fresca
del verano.  5
Y hay un perfume exótico
que corre en la vernácula
soledad
de la ciudad,
mientras el rojo carbunclo  10
del crepúsculo
se desangra
en el flanco celeste
del horizonte.

Perfilan sus domos fantásticos  15
las blancas basílicas
de los cuatro nevados,
cuyos campaniles cantan
la avemaría de la nieve
en la emoción del ángelus.  20

Riobamba.
En la noche fragante del verano
el viejo Chimborazo
-en la oración de nieve de su testa-
eterniza el delirio  25
del Libertador.

  —548→  


ArribaAbajoPresencia

Por un mar musical, múrice y oro,
en un vuelo de alondra, así cantando,
viene tu voz, perfume y melodía,
a mis nieves de olvido y de silencio.

Escucho el caracol de tu palabra:  5
cántico de ola o grito de la nube,
bañándome los huertos del espíritu
con aguas de crepúsculos marinos.

Estás en mí, tatuada y esculpida,
estrella, flor de luz, resplandeciente  10
en la tiniebla azul de mi honda noche.

Siento en los ríos de mi sangre, vivo,
tu júbilo vernal, miel y armonía
para el tránsito amargo por la tierra.