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ArribaAbajoPrimeras poesías




ArribaAbajoLa estrella de la tarde


I

ArribaAbajo ¡Salud, oh estrella de la tarde!, rosa
del jardín del crepúsculo brotada;
¡salud, estrella de la tarde!, hermosa
cual virgen al festín aparejada.

¡Estrella del amor!, cuando te miro  5
brillar entre las sombras ¿por qué, dime,
triste mi corazón lanza un suspiro
y un ansia vaga de llorar me oprime?

¿Por qué tu puro rayo me estremece?...
¿Por qué, oh Natura, si tus cuadros veo  10
a esta hora melancólica, padece
mi alma, mecida en triste devaneo?

¡Vaga tristeza! ¡Envuélveme en tu velo!
Guía mis pasos por la hojosa alfombra
de estos hermosos árboles; anhelo  15
sólo silencio, soledad y sombra...

La dulce sombra de mi amada, a solas,
vendrá tal vez a suspirar conmigo,
junto a este río de dormidas olas,
de los placeres de los dos testigo.  20
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II

Era la tarde. Aquí bajo estos sauces,
sentado al margen de este mismo río,
yo te miraba, estrella, en el sombrío
      crepúsculo brillar.

El agua en su cristal te reflejaba  25
y corría con plácido murmullo;
de la tórtola oía el blando arrullo
      del aura el suspirar.

Y yo esperaba con el alma triste,
inquieto el corazón y palpitante;  30
atento oyendo de la brisa errante
      el más leve rumor;

y al fin de tantas, tan amargas horas
de vano padecer y ansiar penoso,
¡ay! esperaba el término dichoso  35
       de mi acerbo dolor.

La sombra del cuidado, de mi frente,
al escuchar tu voz desparecía,
a tu celeste aparición latía
      mi amante corazón.  40

La esperanza que el pecho me agitaba
se exhaló al aire en canto melodioso;
mi lira resonó con vagaroso,
      melancólico son.


III

Cual sílfide ligera que del prado  45
no huella con sus pies la leve alfombra,
cual con callado vuelo, entre la sombra
viene un ángel al triste a visitar,
por entre la espesura de ese bosque,
y de la tarde al esplendor de rosa,  50
ligera y sin rumor, cándida, hermosa,
cuán venturoso, la miré llegar.
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Después, tú viste, estrella de los cielos...
Mas, ¿quién podrá contar lo que tú viste?
¿Dónde una misteriosa lengua existe  55
que dé su acento al inefable amor?
¡Ah! ¡si supiera hablar como las auras
que vagan por el aire y se adormecen
en tálamos de flores, o estremecen
los árboles con plácido rumor!  60

Si fuera el ruiseñor enamorado
que cuenta a los rosales sus dolores
que revela a la brisa y a las flores
los ardientes secretos de su amor;
si tuviera la lengua del arroyo  65
que manso corre por el prado hermoso,
que bulle en los jardines sonoroso,
o salta del marmóreo surtidor.

Entonces, al compás de mi arpa triste,
contara mi secreto a las auroras,  70
a la luna y al sol... a todas horas,
y siempre, siempre con igual fervor.
Mas quede oculto: el sello del silencio
guarde en mi alma el tesoro de ternura;
y cuelgue el arpa aquí de mi ventura...  75
¡ya el placer, el amor, todo pasó!

¡El placer, el amor!... ¡Ah! mi existencia
de nuevo la tristeza martiriza;
esta lágrima, oh Dios, que se desliza
te dice sola lo feliz que fui.  80
Cuando luce la estrella vespertina,
vuelvo a pensar en mis pasadas glorias
y en la copa feliz de mis memorias
vuelvo a beber el néctar que bebí.



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ArribaAbajoLas estaciones




ArribaAbajoA Laura

ArribaAbajo Cuatro estaciones hay en nuestra vida
      como en el año, Laura:
Una en que el cielo es puro, mansa el aura,
que corre entre las flores adormida:
ésta es aquella dulce edad primera,  5
de nuestra vida alegre primavera.

Tras ésta viene aquella que aquilones
       tan furiosos desata,
que nuestras ilusiones arrebata,
y nos deja por fin sin ilusiones;  10
como el ventoso otoño que despoja
de su verdor el bosque hoja por hoja.

Después, muerta la fe, la ilusión ida,
       y en su lugar la duda,
nuestra existencia en soledad se muda,  15
se esteriliza el campo de la vida
al abrasado soplo del hastío;
ésta es la edad sin flor, es el estío.

Y viene en fin aquella edad sombría
      de miserias cargada,  20
que ya se hunde en las sombras de la nada,
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la escuálida vejez, la vejez fría,
envuelta de dolor en las tinieblas:
invierno triste de ateridas nieblas.

Y estas cuatro estaciones de la vida,  25
      una tras otra vienen,
y pasan ¡ay! y nunca se detienen
del raudo tiempo en la veloz corrida,
que sacando a los hombres de la nada
los lleva de la muerte a la morada.  30



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ArribaAbajoMelancolía




ArribaAbajoA Laura


ArribaAbajo Flota en los aires, de la tarde el velo;
y al mismo paso que las sombras cunden
de la atezada noche en el espacio,
dolorosos y oscuros pensamientos
nacen dentro del alma y se difunden.  5

Contempla, Laura, en el tendido cielo
esas nubes que vuelan
arrebatadas de invisibles vientos...
¿A dónde van?... Mi triste fantasía
suelta vagando, por doquiera mira  10
misterios que al placer no se revelan.
Parece que suspira
en torno nuestro el aura voladora;
parece que al oído
nos dice cosas tales,  15
que sin saber nuestra alma su sentido,
al escucharlas se estremece y llora.


¿Qué es esto, amada mía?...
¿Por qué en hondo silencio nos miramos
y tus ojos se llenan y los míos  20
de repentinas lágrimas?... No ha mucho
que en amorosos juegos la pradera
nos miró andar, sus flores recogiendo:
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tú reías alegre y yo reía...
Y ahora al recuerdo del placer perdido,  25
lloro yo... lloras tú... y ambos callamos.
Laura, la noche avanza y muere el día...
¿Será que el veloz tiempo nos advierte
en esta muda escena de agonía,
que tu pasión así, y así la mía,  30
morirán al venir la oscura muerte?...


Laura, la sombra sube y se adelanta,
y al aire tiende ya su negro tul;
la estrella de la tarde se levanta
      al firmamento azul.  35

«Ella verá a los dos», tú me dijiste;
«quiero hablarte a su cándido fulgor».
Hela allí que ya luce; inquieto y triste
      te espero dulce amor.

Y no apareces... ¡ay! los ojos míos  40
los vuelvo en derredor con ansiedad,
mirando por los árboles sombríos,
       y no hallan tu beldad.

¿Por qué tardas? Hermosa es tu presencia
como en la sombra el astro del amor,  45
paz esparcen tus ojos e inocencia,
      y tu frente candor.

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ArribaAbajoEl amor en la adolescencia


E un bel desio, che nasce
allor che men s'aspetía.

Metastassio                



ArribaAbajo ¿Quién eres tú, oh muda compañera
de mi tristeza solitaria? Di,
¿quién eres tú que fuese a donde quiera
siempre a mi lado cándida te vi?

¿Por qué al mirarte el alma estremecida  5
siento, y el pecho palpitar de amor?
¿Por qué me ves como a piedad movida?...
¿Qué a ti mi soledad y mi dolor?

¿Qué lazo te une a mí? ¿Qué malhadada
suerte te pudo a un infeliz ligar?  10
¿Eres visión, verdad, sombra de nada,
o de mi vida el genio tutelar?

Acaso vienes tú del alto cielo,
y no sé yo tu celestial misión...
¿A qué viniste? ¿Traes el consuelo  15
a mi desconsolado corazón?

Mis infantiles goces y recreos
no conocieron tu amorosa faz.
¿Creáronte por dicha los deseos
cuyo vago anhelar siento voraz?  20
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Yo no sé, dulce sombra, desde cuándo,
no sé dónde, visión, te uniste a mí;
conmigo estás desde que estoy penando;
junto con el dolor te conocí.

Te veo en el silencio, en los festines;  25
te encuentro allí donde mi planta va,
en el bosque, en el valle, en los jardines;
en ésta, en otra parte, aquí y allá.

Ninfa en el bosque, en los jardines Flora,
grave genio en la agreste soledad;  30
en los campos con sayo de pastora,
con rico velo y manto en la ciudad.

Dulces tus ojos son y pensativos
cual los ojos del ángel del amor;
y vas flechando en mí sus atractivos  35
con muda magia y silencioso ardor.

Tienes la faz de cándido querube,
misteriosa mujer, sombra ideal;
vaporoso es tu traje cual la nube,
y liviano tu talle y virginal.  40

Con la aurora apareces en oriente,
y envuelta en su rosado velo vas;
y aunque te vayas con el sol poniente,
conmigo en la callada noche estás.

Oigo tu voz en la aura pasajera,  45
del arboleda en el fugaz rumor,
cual la voz del deleite lisonjera,
tierna como el suspiro del amor...

Perfecta es tu beldad: pero ¿quién eres?,
no comprendo el arcano de tu ser.  50
¿Has venido del cielo?... ¿Qué me quieres?
Tu nombre y tu misión hazme saber.
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-«¿No revelan mi nombre a tus oídos
      »el río, la pradera
       »los céfiros floridos,  55
»el cielo, el sol, Naturaleza entera?

      »El amor es mi nombre:
»nazco de la esperanza y el deseo
      »en el pecho del hombre,
»y soy primero un vago devaneo;  60

»Después soy el placer que en dulce fuego
      »el universo inunda,
       »y soy el dolor luego
»que le sumerge en lobreguez profunda».

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ArribaAbajoA las flores

ArribaAbajo    Prole gentil del céfiro y la aurora,
nacida con el don de la belleza;
gracias con que la gran naturaleza
ríe, y su augusta majestad decora.

    La luz del sol, que el universo dora,  5
no tanto de su frente en la grandeza,
cuanto en vosotras linda se adereza,
y con matiz más gayo se colora.

    En el campo del éter las estrellas
son flores celestiales, y en el suelo  10
vosotras sois estrellas de colores.

    Tan puras sois, en fin, al par que bellas,
que pienso que del mundo el claro cielo
no tiene cosas más... que almas y flores.

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ArribaAbajoEspera

(De Víctor Hugo) - Traducción - Esperaba, desesperaba.


ArribaAbajo Ardilla, sube a la rama
de la corpulenta encina
que tiembla, al cielo vecina,
del aura al soplo menor;

cigüeña, a las torres fiel,  5
oh, vuela con ligereza
del campo a la fortaleza,
del campanario al torreón.

Vieja águila, de tu nido
vuela al monte centenario  10
que envuelve como un sudario
la blanca nieve invernal;

y tú, a quien muda en el lecho
nunca halló la bella aurora,
sube, sube voladora  15
al cielo, alondra vivaz.

Y ahora, de lo alto del árbol,
de lo alto del campanario,
desde el monte centenario
y desde el cielo turquí,  20

en el brumoso horizonte,
¿no veis flotar una pluma
y un caballo entre la bruma?...
¿No veis mi amante venir?

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ArribaAbajoTrova

ArribaAbajo Son tus ojos dos estrellas
que derraman luz y amores
      celestial;
y luces entre las bellas,
como el lirio entre las flores  5
      virginal.

Tú, la más linda en la danza,
tú, la de más gentileza,
      más primor;
y puestas en la balanza  10
mil bellezas, tú belleza
      la mejor.

Feliz aquel que se abrace
en la lumbre de tus ojos
      seductores;  15
feliz quien su vida pase
en tributarte de hinojos
      su amores;

y por ti viva gimiendo,
por ti viva suspirando,  20
      por ti muera;
aunque se fuere volviendo
un sueño el bien que, soñando,
       de ti espera:
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que no han de ser duras penas  25
las que por ti en los amores
      le vendrán,
y del amor las cadenas
pesadas no, mas de flores
      le serán.  30

Dichoso quien de tu boca
suspire por solo un beso
      de ambrosía,
y en la ilusión que él evoca,
sea tu sombra su embeleso,  35
      noche y día.

Y de la noche a la aurora
de un alba a la otra, soñando,
      crea cierto
que de hinojos te enamora,  40
y entre un sí y un no, temblando,
      dude incierto:

que esa angustia que le prensa,
esa profunda zozobra
       que le abisma,  45
tiene en sí su recompensa:
el dulce placer que cobra
       de sí misma...

¡Oh, quien goce de tu amado
labio las sonrisas llenas  50
       de consuelo,
podrá decir que ha gozado
en este valle de penas
      todo un cielo!

Y aquel feliz que obtuviera  55
un beso en prenda inefable
      de tu amor,
¡vive Dios! que no dijera
que la vida es yermo horrible
      de dolor.  60

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ArribaAbajoAl dolor

ArribaAbajo Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo
mi inerme pecho: el protector escudo
que en otro tiempo rechazó tus dardos,
roto en pedazos estalló a tus golpes,
y contra ti ya nada me defiende.  5
¡A ti me entrego en mi fatal despecho!
Hiere, pues, rompe, hiende,
destroza sin piedad mi inerme pecho.
Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,
a ti me doy perdida la esperanza;  10
no me verás doblar la erguida frente
y el rudo bote de tu ardiente lanza
del corazón herido
no arrancará ni queja ni gemido
ni de su llanto hará correr la fuente.  15
Y acaso el solo ruego
que escuchen de mis labios tus oídos,
será que de tu brazo formidable
en mí descargues tan tremendo y fuerte
que con sólo ese golpe me des muerte,  20
dando fin a esta vida miserable.

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ArribaAbajoA mis lágrimas

ArribaAbajo    Corred, lágrimas tristes,
que es dulce al alma mía
sentiros a raudales
del corazón manar;
corred, que los suspiros  5
que exhalo en todo el día
las ansias de mi pecho
no bastan a calmar.

    Triste, férvido llanto,
tus gotas de amargura  10
mitigan celestiales
la sed del corazón;
y sólo tú suavizas
mi horrenda desventura,
y sólo tú consuelas  15
mi lúgubre aflicción.

    Que cuando de la cima
de dulce venturanza
desciende el alma al golpe
del dardo del pesar,  20
si entonces con la dicha
perdemos la esperanza,
nos queda sólo el triste
consuelo de llorar.
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    Y así la flor marchita  25
revive del consuelo
con lágrimas regadas
por lóbrego dolor,
como al nocturno llanto
de tenebroso cielo  30
cobran las flores secas
su aroma y su color.

    Corred, lágrimas mías,
consuelo a mis dolores;
en férvidos raudales  35
del corazón manad;
y así, de mis ensueños
revivan ¡ay! las flores
que ha marchitado el rayo
del sol de la verdad.  40

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ArribaAbajoA mi corazón

ArribaAbajo ¡Corazón! ¡Corazón! ¿Por qué suspiras?
¿Por qué los muros de tu cárcel bates?
Es imposible, corazón.... ¡Deliras!
Infeliz corazón, en vano lates!

Siempre contuve tu ímpetu violento  5
desde que pude conocer el mundo;
siempre fui sordo a tu amoroso acento,
sin tener compasión de tu ¡ay! profundo.

¿Sabes por qué? Tras vanas ilusiones
(ilusiones no más, bien lo sabía)  10
quisiste ir como otros corazones
a buscar, necio... ¿qué?, lo que no había.

A buscar el amor... amor no se halla;
a buscar la virtud... la virtud, menos;
por eso yo te opuse firme valla,  15
y no tuviste días de horror llenos.

Conozco el mundo y sé la red que tiende:
su mano oculta enherbolada vira
a cuya punta el corazón aprende
lo que va del amor a la mentira...  20

Y tú querías con ardor vehemente
lanzarte al mundo, ciego en el engaño;
ibas a perecer, pobre inocente,
al filo de su arma, el desengaño...
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¡No, jamás corazón! Cese tu acento;  25
calma tu afán, desecha la esperanza;
ese bien que demanda tu lamento
es un bien que en el mundo no se alcanza.

¡La virtud! ¡La virtud!... es vano nombre;
sonar la oirás en nuestra impura boca,  30
pero en verdad no la conoce el hombre
ni responde a su voz cuando la invoca.

¡El amor! ¡El amor! Dulce consuelo,
supremo goce de la humana vida,
única flor que aromatiza el suelo,  35
felicidad del cielo descendida...

Mas, otra vez, oh corazón, suspiras
y el fuerte muro de tu cárcel bates.
¡Es imposible, corazón!... ¡Deliras!
¡Infeliz corazón, en vano lates!  40

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ArribaAbajoEl llanto

ArribaAbajo Cuando yo considero que en la vida
no he cogido de amor ninguna rosa;
cuando no miro en duda tenebrosa
surgir lejana una ilusión querida;

cuando de hiel colmada la medida  5
de mi dolor el cálice rebosa;
cuando el alma en su lucha tormentosa
se postra al fin sin fuerzas abatida,

la frente inclino; en abundante vena
desátase mi llanto, y baña el suelo,  10
y mi alma poco a poco se serena.

De la tormenta así el nubloso velo,
revuelto en confusión, se rompe, truena,
desciende en lluvia, y resplandece el cielo.

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ArribaAbajoMadrigal

ArribaAbajo    ¿Qué dices, Laura, de esta flor? ¡Qué hermosos
sus pétalos en lustre y en color!
Mira con qué arte agrúpanse graciosos
del frágil tallo asidos al redor.

   Empero, ve de un soplo disipada  5
tanta hermosura... ¡Efímero primor!
¿Qué ves ya de la flor? El tallo... nada,
porque en no habiendo pétalos, no hay flor.

   Ahora, Laura, dime: ¿De qué el emblema
aquellas hojas y este tallo son?  10
¿De tu placer, de tu beldad suprema,
de tu inocencia o tu fugaz pasión?

    No imagen tuya, Laura, esas caídas
hojas, y el despojado tallo son:
las hojas son mis ilusiones idas  15
y el tallo es mi desierto corazón.

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ArribaAbajoEn tempestad sin tregua de bonanza...

ArribaAbajo    En tempestad sin tregua de bonanza
sufrir, llorar, de amor la pena dura,
sin ver para más grande desventura
ni en tu esquivez ni en mi dolor mudanza.

   Fingir acaso en bella lontananza  5
dichoso porvenir a mi tristura;
ver luego disiparse su luz pura,
y, cual siempre, quedar sin esperanza.

   Aquéste es mi destino, Delia impía.
Mas, tú contemplas con desdén mi llanto...  10
¡Ay! Si has de ser de piedra a la agonía

   del pobre corazón que te ama tanto,
¿de qué me ha de servir esta traidora
llama que en él prendiste y le devora?

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ArribaAbajoYo vi esa triste nube...

ArribaAbajo    Yo vi esa triste nube el firmamento
apacible cruzar en claro día,
brillante de arrebol y de alegría
cual de mi dicha el rápido momento.

   En medio del celeste pavimento  5
que en purísima luz resplandecía,
en las auras del cielo se mecía,
como en sueño de amor el pensamiento.

   Mas, ay, que huyó su brillo y hermosura
al estallar el trueno en la alta cumbre,  10
y ahora la miro en tempestad oscura,

   en centellas arder de roja lumbre:
imagen triste de mi cruel Señora,
¡antes tan dulce, y tan airada ahora!



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ArribaAbajoDe La Naturaleza




ArribaAbajoLa mañana

ArribaAbajo    Leve cinta de luz brilla en Oriente,
como la fimbria de oro
del ropaje del sol resplandeciente;
y éste es el nuncio de la luz del día.
El pueblo de las aves que dormía  5
en el regazo de callada noche
rompe el silencio en armonioso coro,
y un cántico levanta al que infalible
su cotidiano sol al mundo envía.

    Raya el alba; las sombras que esparcidas  10
por los aires, tejían silenciosas
el tenebroso velo
en que yacía envuelto el ancho suelo,
ciegas ante la luz y confundidas
se rompen, al ocaso retroceden,  15
y el espacio y el cetro al día ceden.
Recoge el manto la vencida noche,
y aparece triunfante
entre aplausos y goces de victoria,
en su inflamado coche,  20
el Rey del Cielo espléndido y radiante.
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    Cunde al punto la luz de la mañana,
se alegra el valle, el monte resplandece,
la niebla que en la noche cubrió el suelo
se rompe fugitiva y desvanece,  25
o en ondeantes penachos sube al cielo.
Bulle el viento en los árboles sonoro,
brilla en las verdes hojas el rocío,
murmura el arroyuelo
entre las flores dulce, y más osado  30
rumor levanta el impetuoso río;
allá resuena la floresta umbría
con el alegre, bullicioso coro
de pájaros cantores.

    Despiertan la cabaña y la alquería;  35
del humo del hogar al cielo sube
la doméstica nube,
y la vista recrea
el afanar del laborioso día:
ya el labrador empuña el curvo arado,  40
y alegre con la idea
de la futura henchida troje, rompe
el seno inculto del fecundo suelo,
poniendo la esperanza y el cuidado
en el labrado surco y en el cielo;  45
se abre el redil y saltan las ovejas
y vanse por el campo derramadas
la tierna grama que mojó el rocío
paciendo regaladas.
Allá se agita, la afanosa siega  50
y la dorada espiga
al corvo diente de la hoz entrega
el precioso tesoro,
galardón del sudor y la fatiga.

   ¿En dónde estás ahora,  55
oh noche, ciega noche engendradora
de larvas espantosas?
¿Dónde llevaste ya tu triste luna,
y tu corte de estrellas silenciosas?
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Éste es él sol, que el alto cielo dora.  60
Éste es el sol, que viste
la campiña de espléndidos colores:
pintadas brillan a su luz las flores;
a su luz resplandece
la vívida esmeralda de los montes,  65
y aspirando en su luz Naturaleza
de inmortal vida el poderoso aliento,
rejuvenece su inmortal belleza.

    Éste es el sol, a cuya luz el mundo
sacude el sueño que durmió profundo  70
en tu regazo, oh noche, y resonante
gira de nuevo en su eje de diamante,
lleno de juventud, de vida lleno,
como en aquel primero día, cuando
el ciego Caos fecundó tu seno,  75
y echaste dél afuera
la creación entera
que giró en los espacios rutilando.

   ¡Salve, oh tú esplendoroso
Rey de los otros orbes, sol fecundo!  80
Mi voz con la del mundo,
salve, te dice, genitor glorioso
de toda vida y todo ser que encierra,
por cuanto abarcas en tu luz, la tierra.

   ¡Cuán de otra suerte, oh sol, te saludaba  85
cuando yo, de los hombres
en el común tropel iba mezclado,
de la ciudad habitador hastiado!
El corazón marchito, el alma fría,
cegada ya la fuente  90
del entusiasmo, y el estéril tedio
consumiendo la flor de mi existencia,
mi juventud amada.

    Tal era yo aquel tiempo, y tal vivía;
y entonces maldecía  95
tu refulgente luz, tu luz sagrada
porque ella no traía
placer al alma, ni al dolor remedio.
—345→

    ¡Ya ese tiempo pasó!... Hora que el cielo,
propicio en fin, mis votos ha cumplido,  100
dándome horas de paz, serenos días;
húndase en las tinieblas del olvido
esta de gran dolor época fiera;
no vengan sus recuerdos
a acibarar mis dulces alegrías:  105
regenerado estoy, y no quisiera
la idea conservar de lo que he sido.

   A ti, naturaleza, esta que siento
inmensa vida rebosar en mi alma,
a ti la debo sola; tú eres fuente  110
de vida inagotable: el pecho triste
que se marchita al abrasado aliento.

   De mundanas pasiones,
bañado en ti, renacerá al momento
al perdido vigor y nuevamente  115
encontrará perdidas emociones.
El infelice que bebió del mundo
el cáliz del dolor emponzoñado,
el labio ponga en tu raudal fecundo
y beberá el placer... Naturaleza,  120
tal hice yo, y en mí nuevo infundiste
gozo, desconocido a mi tristeza;
por ti mi herido pecho desmayado
vuelve a latir y en nuevo ardor se inflama,
y por ti en fin mi espíritu cansado  125
que aborreció la vida, ¡ya la ama!

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ArribaAbajoEl mediodía


I

ArribaAbajo    En la amena floresta
de un bosquecillo, se alza la espesura,
do el ardor de la siesta
se templa, do murmura
una de humilde vena fuente pura.  5

   Allí, cuando subido
el sol a la mitad del alto cielo,
cuando más encendido
su ancho disco sin velo
el aire enciende y abochorna el suelo.  10

   Del césped en la alfombra
suelo sentarme de frescor sediento;
un árbol me da sombra,
blanda música el viento
e ilusiones el vago pensamiento.  15

   Allí, el sauce, agitando
su ramaje de plácida verdura
recrease mirando
su halagüeña hermosura
en el espejo de la fuente pura.  20

   Copa el cedro elevada
esparce en la región do el viento mora:
parece levantada
mano abierta que implora
dulce rocío a la celeste aurora.  25
—347→

    Y allí el de los amores
favorito gentil la frente umbrosa
levanta, y en las flores
derrama la amorosa
sombra que plugo a la más bella diosa.  30

   Y en dulce compañía
otros árboles crecen allí unidos;
y allí la melodía
de mil vagos ruidos
el ánimo suspende y los sentidos.  35


II

    ¡Oh, cuán dulce es oír los rumores
de las hojas, del céfiro lira!
¡Oh, cuán dulce aspirar de las flores
la fragancia que el éxtasis inspira!

    ¡Oh, qué grato escuchar de la fuente  40
el suspiro que apenas murmura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!

    ¡Y qué dulce y qué grato y qué hermoso,
entre aromas y paz y armonías,  45
no sentir el volar fatigoso,
no sentir el valor de los días!

   ¡Y dejar deslizarse serena
esta amarga, esta mísera vida,
como huye esa fuente en la arena,  50
en un sueño de paz adormida!

    ¡Y vivir sin que llegue al oído
a turbar el silencio profundo
de los hombres el vano ruido,
de ese mar que llamamos el mundo!...  55
—348→

    ¡Oh!, ¡si aquí, bella Cintia estuvieras,
si al aroma del aura tu aliento,
y tu voz amorosa añadieras
al murmullo del agua y del viento!

    ¡Si al matiz de estas flores juntaras  60
de tu labio el color purpurino;
si este bello jardín hermosearas
con tu rostro apacible y divino!...

   ¿Sacrificas la paz de tu alma
a esa vida de tristes pesares?  65
¿No apeteces del cuerpo la calma?
¿Te es tan grato el bullir de esos mares?...

   Aquí todo es amor, todo amores:
Ama el árbol, el ave y la fuente;
aquí amar aconsejan las flores,  70
y lo enseña la tórtola ardiente.

    Aquí habita el placer en las rosas,
do quier vaga un deleite sin nombre,
dice el céfiro aquí tales cosas,
que no dice la lengua del hombre...  75


III

    ¡Ven, Cintia, ven! A mi amoroso lado.
Aquí, solos los dos, sin más testigos
que las aves, los árboles y el prado,
silenciosos amigos
de secretos amores,  80
me amarás con más fe, con mayor fuego.
Huye el aliento de ese mundo impuro
que cuanto toca lo corrompe luego:
aquí tu corazón será tan puro
como este cielo es puro y son las flores...  85
—349→

    Y tú, dejando aparte
esos adornos que inventara el arte
de necia vanidad, y engalanada
con la sencilla flor que la luz cría
del alba nacarada,  90
más hermosa serás que nunca fuiste.
El fastidio, el dolor, la duda triste:
eso el mundo te da; Naturaleza
te ofrece aquí la paz y la alegría
junto con la inocencia y la belleza...  95


IV

    Mas, ¿a dónde me llevas
en tu blanda corriente, oh desvarío?...
¡No! tus alas no muevas,
oh, pensamiento mío,
a do has de hallar el desengaño impío.  100

   Vuelve, vuelve a los senos
de este ameno recinto; libre gira
por ellos, que a lo menos
aquí nunca se mira
oculta la traición y la mentira.  105

   Ve al prado, al cielo puro,
al solitario monte, al bosque umbroso
y volarás seguro;
mas nunca al borrascoso
mar de los hombres vayas ambicioso.  110

   Porque allá el viento insano
de las pasiones mueve el desconcierto;
y buscarás en vano
allá tranquilo puerto:
aquí lo tienes más seguro y cierto.  115

  —350→  


ArribaAbajoLa tarde

ArribaAbajo    Con majestad sublime el sol se aleja,
y el extendido cielo
a las encapotadas sombras deja,
que ya le cubren con umbroso velo.

    ¡Qué solemne misterio! ¡Qué profunda  5
de paz y de oración grave tristeza.
ya el sol llega al ocaso
y la noche le sigue a lento paso.

   En duelo universal naturaleza
se despide de aquel que la fecunda:  10
triste el cielo se enluta, gime el viento,
el mundo eleva unísono lamento.

    Ya el rumiador ganado lentamente
desciende por la húmeda colina;
cansado el labrador deja la era  15
y a su rústica choza se encamina.

   ¡Qué misteriosa el aura pasajera
suspira y pasa! El ave en sordo vuelo
por las ramas se mete en pos del nido.
Sólo se oye el zumbido  20
de los insectos, que tal vez lamentan
desde la yerba del humilde suelo
la partida del claro rey del cielo.
—351→

    ¡Adiós, sol refulgente!
Yo también uniré mi voz humilde  25
a la voz elocuente
en que un sentido adiós te envía el mundo.
Tú no puedes parar, ni más despacio
puedes seguir tu arrebatado giro;
la mano omnipotente  30
a recorrer te impulsa sin reposo
las vastas soledades del espacio,
esos serenos campos de zafiro;
pero mañana volverás glorioso
a darnos vida y luz, astro fecundo...  35

   De la meditación la voz me llama
a vagar solitario en la arboleda.
Anhelo ahora soledad, silencio...
allí los hallaré. El aura leda
duerme en las flores y la blanda grama  40
el son apaga de mis pasos lentos.

    Como las sombras cunden de la umbría
noche en el cielo, así en el alma mía
cunden ya dolorosos pensamientos;
y una hoja que desciende,  45
algún eco fugaz, una avecilla
que errante y solitaria el aire hiende,
la leve nubecilla
que viaja a reclinarse allá en el monte,
o a perderse lejana  50
en el vago horizonte;
todo me causa una emoción profunda,
me aprieta el alma una indecible pena
y de improviso mi pupila inunda
de inesperado llanto amarga vena.  55

   ¡Melancólica tarde, tarde umbría!
Desde que pude amar me unió contigo
irresistible y dulce simpatía.
Tú fuiste siempre confidente mía,
—352→
tú fuiste, tú el testigo  60
de mis más tiernos e íntimos deseos
y locos devaneos;
tú de mi corazón, tú de mi alma
el seno más recóndito conoces.
¿Qué lágrimas vertí que no las vieras?  65
¿Exhalé alguna vez triste suspiro
que errando con las auras no lo oyeras?
¿Qué secreto agitó nunca mi seno
que a tus calladas sombras lo ocultara?
¡Qué de sueños de amor y de ventura,  70
qué de ilusiones halagüeñas viste
en mi pecho formarse
con esperanzas halagarme el alma
y para siempre en humo disiparse...!

   Todo esto, ¡ay infeliz, todo me acuerda  75
esa tu sombra triste
y sin poder valerme huye la calma
del centro de mi espíritu agitado
y el dique rompe en férvido torrente,
el llanto, por mis ojos desbordado...!  80

   ¡Es preciso olvidar! Córrase el velo
del olvido sobre ese de amargura
pasado tiempo. A mi dolor consuelo
sólo tú puedes dar, alma natura;
yo por ti el mundo abandoné engañoso,  85
para buscar en ti dulce reposo.

    ¡Oh, tarde! Estas heridas mal cerradas
que aún sangran y renuevan mi tormento,
pasará el tiempo y las verás curadas.
Nunca de hoy más, halagará mi oído  90
de pérfida ilusión el dulce acento,
ni buscaré la flor do está la espina.
Quiero vivir contento
en esta amable estancia campesina,
aquí cavaré tumba a mis dolores;  95
—353→
y ajeno de ambición, de envidia ajeno
aquí (si tanto diérame la suerte)
como tu sombra espero cada día
esperaré sereno
esa de la existencia tarde umbría,  100
nuncio feliz de la esperada muerte.

  —354→  


ArribaAbajoEl arroyuelo

ArribaAbajoArroyuelo que deslizas
tu cristal en la pradera,
tu corriente vocinglera
voy siguiendo con placer:
notando voy en tu curso  5
la variedad inconstante,
en esto tan semejante
a cuanto fue y ha de ser.

De las cosas de la vida
es imagen tu carrera,  10
que así mudan de manera
como tú de dirección;
y por esta semejanza,
al contemplar tu onda fría,
no sé si melancolía  15
siente, o gozo el corazón.

¡Cuántos sitios diferentes
conociendo vas al paso!
Este herboso, ese otro raso;
un florido, otro sin flor.  20
Ya en el llano corres fácil,
ya atraviesas matorrales,
o ya lanzas tus raudales
por pendientes de verdor.
—355→

Ya aquí te miro sereno  25
lamer la margen callado,
y quedar como encantado
en un éxtasis de paz;
copiando en tu seno puro
el profundo y azul cielo,  30
y un sauce mecido al vuelo
de los céfiros, fugaz.

Y «así es», me digo pasando,
«así es el hombre que sueña
con la esperanza risueña  35
en el seno del amor;
de la ilusión la aérea sombra
refleja su mente en calma,
y un cielo tiene en el alma
de mágico resplandor».  40

Borbollas en cavidades,
te dilatas con reposo,
o maldices y furioso
de estrechas márgenes vas.
Ya encuentras campo de flores,  45
¡y es de ver cómo allí giras,
cuál te aduermes y suspiras
por no salir dél jamás!

Bien haces, dulce arroyuelo:
breves los dichosos, largos  50
son los instantes amargos
que tenemos que pasar.
¡Qué bien entiendes y sabes
que la ventura en la vida
ha de llorarla perdida  55
quien no la supo gozar!

Bien haces en detenerte
en este sitio florido;
antes te veas sumido
que dél intentes salir.  60
—356→
Así pienso yo, arroyuelo,
que en la edad de los amores,
pues es la edad de las flores,
debiera el hombre morir...

¡Cómo te dilatas manso,  65
y enamorado murmuras,
músico de notas puras,
entre una y otra flor!
¡Qué artificioso revuelves
y formas remansos bellos,  70
porque se retrate en ellos
su hermosura y esplendor!

Si de alguna flor consigues
inclinarla a tu corriente,
la besas la dulce frente  75
una y otra, y otra vez;
mas de aquella que no inclinas
trepar por el tallo intentas,
y con suspiros lamentas
tu impotencia y su esquivez.  80

Así el trovador al pie
del castillo en donde mora
la dama a quien enamora,
suspira en trovas de amor;
mas ella ingrata y esquiva  85
acaso en la alta ventana,
escucha el cantar ufana,
pero burla del cantor...

Si de la flor que te burla
el viento arranca una hoja,  90
y a tu corriente la arroja,
ufano con ella estás;
¡y es de ver cómo festivo
en remolino la llevas!
Ya la hundes, ya la elevas,  95
y huyendo con ella vas...
—357→

Mas ¿a dónde, infeliz, huyes?
Vuelve a tu sitio florido,
que le llorarás perdido
cuando no puedas volver.  100
La pendiente te arrebata,
te cupo infeliz destino,
pues él te traza el camino
que tú no puedes torcer.

Un luengo y lóbrego caño  105
a poco que andas te encierra,
y te lleva bajo tierra
a muy distante lugar.
Correrás siempre adelante,
arroyuelo malhadado,  110
por la pendiente arrastrado
hasta arrojarte en el mar.

Quizás de arroyuelo claro
turbio torrente furioso
que nunca encuentra reposo,  115
andando te tornarás;
y entonces de aqueste humilde
sitio de flores vestido,
donde corriste adormido,
con dolor te acordarás.  120

Así al mortal el destino
le arrebata en su camino
      malhadado,
y pasa la edad de amores,
cual tú pasas el de flores,  125
sitio alegre y regalado;

y sigue y es sin piedad,
de una edad en otra edad
      impelido,
sin hallar nunca reposo,  130
como tú, cuando en furioso
torrente vas convertido.
—358→

Te arrastra a ti el desnivel,
la mano imperiosa, a él,
      de la suerte;  135
y, cual tú en brazos del mar,
él, a la fin, va a parar
en los brazos de la muerte.

  —359→  


ArribaAbajoEl bosquecillo

ArribaAbajo       Bosquecillo frondoso,
que a las orillas del sonante río
      abrigo delicioso
me das en los calores del estío.

      Cuando yo te contemplo,  5
mientras abrasa el aire el mediodía,
      el misterioso templo
te finge del placer mi fantasía.

      Los festivos amores
están en torno tuyo revolando,  10
      y en tu lecho de flores
se recuesta el deleite suspirando.

       Y al que en tu seno amparas
el numen del secreto dice aerio:
      «Sacrifica en mis aras;  15
mis sombras te prometen el misterio».

      Y acuden presurosas,
dejando las lejanas arboledas,
      las aves codiciosas
de la promesa de tus sombras ledas...  20

      Mas yo soy solitario,
no tengo como el ave compañera;
      me llama a tu santuario
más grata voz, si menos hechicera:
—360→

       ¡La voz del ocio blando!...  25
Aquí me tiendo en la mullida alfombra
      de tu césped, gozando
la frescura del río y de tu sombra.

      Y miro el curso lento
que en la pradera tuerce el sesgo río,  30
      y a su música atento
me pierdo en un sabroso desvarío.

      Ya ver se me figura
al dios de los pastores y ganados
      buscando la hermosura  35
de Eco por los valles y collados.

      La ninfa se le esconde
huyendo sus impúdicos amores,
      y tan sólo responde
con fugitivo acento a sus clamores.  40

      Porque ella aún deplora
los desprecios de Adonis afligida,
      y en las cavernas llora
en aerio y vago acento convertida.

      Dentro las claras linfas  45
del río, de cristal miro un palacio:
      cerniendo están sus ninfas
en cribas de esmeralda, oro y topacio;

      y entre ellas el sagrado
numen está del río, muellemente  50
       en la urna reclinado,
ceñida de limosa alga la frente...

      Todo se anima, todo
cobra voz, cobra vida y movimiento,
      y por extraño modo  55
todo lo prueba el vago pensamiento.
—361→

       ¡Oh, campiña agradable,
que dulcísimo encanto mío eres!
      ¡Séate favorable
el claro sol, propicia el alma Ceres!  60

      Flora te dé fragancia,
no destruya tus galas el invierno;
      Pomona la abundancia
derrame en ti de su colmado cuerno.

      Y a ti, bosque frondoso,  65
que a las orillas del sonante río
      abrigo delicioso
me das en los ardores del estío.

      Propicio a tus verdores
te sonría apacible el claro cielo,  70
      frutos te den y flores
las estaciones en su raudo vuelo.

  —362→  


ArribaAbajoLos árboles

ArribaAbajo Del África abrasada en las arenas,
de la Siberia en el perenne hielo,
en la sierra, en el llano,
del polo al ecuador; con larga mano,
cual las estrellas pobló su vasto cielo,  5
así los espació Dios Soberano
por toda la ancha faz del grande suelo.

Nacen doquier. En número sin cuento
la tierra los engendra y alimenta;
su tronco se levanta al vago viento,  10
y una corona de verdor sustenta
en sus flexibles ramas;
templan del sol las devorantes llamas,
y son gala del mundo y ornamento.

Purifican los aires con sus hojas,  15
hay en sus troncos bálsamos preciosos
que al cuerpo vuelven la salud perdida;
casa apacible, plácida guarida,
y tálamo fecundo de las aves
son sus ramos umbrosos;  20
pendientes de ellos nacen dulces frutos
que ofrecen generosos
a los hombres, las aves y los brutos.

En medio del desierto caluroso
que ardiendo reverbera  25
bajo un sol devorante,
—363→
halla el árabe errante
una umbría palmera
que sosiego y frescura le convida:
¡emblema dulce, hermoso,  30
del amor en el yermo de la vida!

Ciñe el mirto amoroso
la sien de Venus; la apacible oliva
orna la frente de la paz fecunda;
mientras el laurel glorioso  35
entreteje la bárbara corona
que ciñe la iracunda,
sangrienta sien de la feroz Belona.

Del voluptuoso Oriente en los serrallos
sirven para deleite de los moros:  40
allí suspiran y aman las sultanas
a la sombra de grandes sicomoros.

Del Inglés en los parques majestuosos,
en bellos grupos y armoniosas calles
muéstranse artificiosos  45
hasta do alcanza el arte de los hombres;
y en las selvas de América sin nombres,
a cuya sombra innumerables seres
crecen, se multiplican; muestran sólo
en su grandeza y profusión pasmosa  50
del Creador la mano poderosa.

Ellos son confidentes
de nuestros amorosos pensamientos:
los amantes confían sus tormentos
a sus cortezas rudas;  55
de ellas hacen papel, porque ellas cuenten
sus secretos amores,
sus íntimos dolores
a las agrestes soledades mudas;
y las aves también entre sus hojas  60
suspiran sus congojas,
cantan sus alegrías
y saludan con himnos armoniosos
el despuntar de los brillantes días.
—364→

A su apacible sombra juguetea  65
la festiva niñez, y se recrea
trepando por sus troncos elevados,
suspendiendo columpios en las ramas
para girar cortando el vago viento,
entre aplausos y risas de contento.  70
A su apacible sombra ama y suspira
la juventud ardiente,
y de sus hojas el murmullo vago
hace pasar por su inflamada frente
dulces sueños de amor con que delira.  75

A su apacible sombra, la marchita
ancianidad medita
sobre el pasado bien y el mal presente,
y el son del viento que en las hojas zumba
habla a su alma triste y vagamente  80
de la otra vida que tendrá, infinita.

¡Oh, cuántos los amamos!
¡Oh, cuánto en su hermosura nos gozamos!
Con su frescura y gala nos recrean
en nuestro hogar, y así la humilde choza  85
como el palacio espléndido hermosean.
¡Hasta en la tumba fría
nos hacen apacible compañía!

¡Y, cuánto os amo yo, árboles bellos!
¡Y cuántas, ya de amor, ya de tristeza,  90
o ya de soledad, fugaces horas
pasé a la sombra de las hojas vuestras!
¡Mil secretos de mi alma solitaria,
mil recuerdos de amor viven en ellas;
y siempre que las auras las agitan,  95
en su murmullo animador despiertan,
y una lágrima cae de mis ojos,
y hondo suspiro de mi pecho vuela!
Os amé en otro tiempo de ventura
y ahora os amo más en la tristeza.  100
—365→
Os amé alegre y os adoro triste,
y os he de amar hasta que muerto sea,
y más allá... ¡Ciprés de opaca sombra!
¡Triste ciprés! Vendrás cuando yo muera
a acompañar mi solitaria tumba;  105
¡y allí mi sueño sempiterno, vela!