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ArribaAbajo Sección II


ArribaAbajoPedro Franco Dávila

Estudio y selecciones de Abel Romeo Castillo


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ArribaAbajo Introducción
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Le cupo la suerte a quien escribe estas líneas, hace algunos años, revivir para el mundo culto la elevada personalidad de don Pedro Franco Dávila, emiente sabio ecuatoriano, cuyo recuerdo había quedado apenas dibujado en la mente de sus coterráneos por las escasas noticias que de él nos habían transmitida los historiadores nacionales y extranjeros y cuya abundante documentación tuve la suerte de descubrir, recoger y anotar en Europa -principal escenario de sus actuaciones científicas- como la prueba fehaciente de la grandeza de nuestro pueblo y de la sublime inteligencia de sus hijos, de los cuales uno de ellos, el ilustre naturalista don Pedro Franco Dávila, se incorporó así a la legión de sabios ecuatorianos del pasado, junto al geógrafo Pedro Vicente Maldonado, el botánico Fray Vicente Solano, el protomédico Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, el consejero de pontífices Juan Bautista Aguirre, los historiadores Juan de Velasco, Jacinto Morán de Butrón y tantos otros que han honrado las ciencias del Ecuador, para demostrar al mundo que a la pequeñez de nuestro territorio -a la que hemos quedado reducidos- oponemos la grandeza de nuestra tradición cultural y científica.


La discutida cuna

Si no hubiese otro comprobante para demostrar la importancia de la personalidad científica de don Pedro Franco Dávila, habría que hacer valedero el hecho   —468→   de que otros países, intencionada o inintencionadamente, han querido arrebatárnoslo, discutiendo o creando dudas acerca del lugar en que vio por primera vez la luz. En efecto, nada menos que el famoso historiador y biógrafo sureño don Manuel de Mendiburu, en su Diccionario Histórico-Bibliográfico del Perú dice, refiriéndose a nuestro coterráneo:

«No hemos podido descubrir con certeza si nació (Franco Dávila), en Lima, como han dicho algunos o en otro lugar del virreynato...»



Muchos diccionarios biográficos y enciclopedias españolas y francesas le dan, en cambio, por español, aún cuando señalando Guayaquil como el lugar de su nacimiento.

De entre los historiadores y biógrafos ecuatorianos, el primero que le da por nacido en Guayaquil, es el quiteño Antonio de Alcedo y luego siguen, cronológicamente, don Pedro Fermín Cevallos, don Francisco Campos, el Ilustrísimo don Federico González Suárez, don Camilo Destruge, don José Gabriel Pina Roca, el suscrito, don Alejandro Gangotena Carbo, don Pedro Robles Chambers, el doctor Carlos A. Rolando, el señor Jorge Pérez Concha y, tal vez, algún otro que se nos escapa.

De entre los extranjeros sus contemporáneos: el italiano Roselli, el inglés Adanson, los españoles Pons, Sampere, el Padre Flores, Iriarte y otros, al estudiar las valiosas colecciones del guayaquileño o al analizar algunas piezas del famoso gabinete suyo, hicieron referencia, de pasada, al lugar del nacimiento del insigne naturalista e indicaron a Guayaquil como el sitio donde primero se meció su cuna.




La partida de bautismo guayaquileña

Sin embargo, fue sólo en 1932, cuando a instancias nuestras desde Madrid, donde en aquel año nos encontrábamos,   —469→   un joven investigador, por desgracia, prematuramente desaparecido -el señor don Alejandro Gangotena Carbo- tuvo la fortuna, para él y para Guayaquil, de encontrar la partida de bautismo del famoso guayaquileño, quien -según dicho documento- nació en Guayaquil el venturoso día 21 de Marzo de 1711 y fue bautizado en la Parroquia del Sagrario, con lo que quedó comprobada irrefutablemente la original nacionalidad ecuatoriana de nuestro compatriota.

Desgraciadamente, nada sabemos de los ascendentes familiares de don Pedro, carecernos de documentos, de retratos, de historia acerca de ellos. No nos ha sido, pues, posible establecer de que noble ascendencia provino la actitud estudiosa del naturalista guayaquileño, su afán de coleccionista, su buen gusto artístico, pictórico, escultórico, cerámica, sus conocimientos arqueológicos, étnicos y paleontológicos; los que -siguiendo las leyes de la herencia sanguínea y biológica- procedían o se habían iniciado, con toda seguridad, breve o esbozadamente, en algún antecesor suyo.




El capitán Franco Dávila

Es indudable que su familia poseyó grandes bienes de familia, como él mismo lo reconoce posteriormente, según veremos más adelante. Consta documentalmente que su padre, el Capitán don Fernando de Ávila o Dávila -católico fervoroso como lo fue también su hijo- fue persona de distinción en la ciudad de Guayaquil donde lo eligieron Mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen y obsequió un hermoso frontal de plata de valor de mil pesos para adorno y culto del Altar de Nuestra Señora del Carmen y otro hermoso frontal del mismo argénteo metal, valor de mil pesos, para adorno y culto de   —470→   Nuestra Señora del Rosario que se veneraba en el Convento de la Orden de Predicadores. Consta también que, en vísperas de viajar a España, en 1731, otorgó un poder general y testó ante el Escribano don José Ignacio Moreno.




La niñez y la juventud ignotas

Ni siquiera de nuestro propio personaje sabemos toda la historia. Ignoramos por completo cualquier noticia referente a su infancia y juventud.

Sabemos, únicamente, que salió muy joven de su ciudad natal. Así nos lo aseguran algunos de sus biógrafos, pero sospechamos que no fue precisamente en la infancia cuando viajó al exterior, y que, de haberla hecho en esta temprana época de su vida, sería para trasladarse a algún otro sitio de América antes de emprender el viaje a París, donde le vamos pronto a encontrar convertido ya en el naturalista por todos bien conocido. Nos induce a pensar así el conocimiento de su matrimonio contraído en América antes de ir a Europa y el hecho de que su esposa fuese natural de la villa de Iscuandé, provincia de Chocó, donde residía en 1790. Bien pudiese ser, sin embargo, que Franco Dávila hubiese conocido y casádose con esta señora en el propio Guayaquil, pues ya hemos dicho que no tenemos noticia ninguna de su juventud.

Con todo, algo hay de misterioso y de extraño en este matrimonio. La circunstancia de partir a Europa sin llevar consigo a su esposa, teniendo él, como veremos más adelante, grandes bienes de fortuna, es rara en verdad. Más raro aún es el que ocultase su matrimonio y no estuviese en comunicación con su esposa, ni conste que se hubiera comunicado con ella, como hay pruebas fehacientes de que lo hizo con sus hermanos.

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Mucho misterio -por desgracia indescifrable para nosotros- hay en este matrimonio de don Pedro Franco Dávila con doña María Manuela Merenciana de Reina, verificado, como hemos dicho, en Guayaquil o en otro sitio de América y en edad que nos es de todo punto imposible precisar.




El coleccionista pasa a Europa

«Por asuntos particulares» pasa a Europa «a donde permaneció siempre después», el año de 1745. Contaba a la sazón 34 años.

Muy luego, Franco Dávila comienza a aficionarse de los objetos arqueológicos y artísticos y, gracias a su bienestar económico, va adquiriendo valiosos ejemplares. Este es el origen de su vastísima colección en la que va a gastarse «su legítima y la de sus siete hermanos... en cantidad de 100.000 pesos.»

Es indudable que Franco Dávila, además de sus aficiones artísticas, arqueológicas y literarias, tuviese más que ninguna otra, la afición al estudio de las ciencias naturales. De otra manera no se explica que las colecciones de arqueología y arte y su biblioteca -las tres muy valiosas- que fueron el origen de sus afanes de coleccionista, se vieran pronto relegadas a un segundo término, en tanto que cada día tomaba más incremento y era enriquecida su colección de objetos relacionados con la Botánica, la Zoología y la Geología, hasta llegar a convertirse en el gabinete de historia natural, le plus riche que aucun particulier ait encoré formé, según categóricas palabras del naturalista francés Romé de Lisle.

Por desgracia, después de muchos años de constantes y repetidos sacrificios de todo orden para acrecentar su colección, Franco Dávila se ve envuelto en deudas y arruinado por los desembolsos extraordinarios   —472→   de dinero que ha tenido que hacer en la consecución de su empeño. Es posible también -aunque Dávila no lo dice- que sus hermanos, cuya fortuna ha invertido en acrecentar su colección, le reclamen insistentemente el reembolso de lo que legítimamente les pertenece.




Las ciencias naturales en España

Dice el Rvdo. Padre Agustín Jesús Barreiro en su Capítulo de la Historia del Museo de Historia Natural de Madrid. Su fundación y primeros años (1711-1780), publicado en las Memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural, tomo XV (1929):

«Vivía en París por los años 1744-1771 un caballero español oriundo de Guayaquil y cuyo nombre era don Pedro Franco Dávila. Sus aficiones a las Ciencias Naturales le impulsaron a formar un Gabinete compuesto no sólo de objetos relacionados con la Geología, Botánica, etc., sino también de bronces, vasos de tierra cocida, medallas, miniaturas, etc.»



«Veinticinco años invirtió Dávila en tan laudable empresa, sin escatimar gastos ni ahorrarse molestias para aumentar más y más sus preciadas colecciones, de las cuales esperaba obtener gran provecho para la Ciencia, haciéndolas objeto de interesantes estudios. En 1767 se vio precisado, por achaques de salud , a vender su amado Museo ante las dificultades de llevarlo consigo al Perú, a donde pensaba trasladarse. Con tal motivo se dirigió al Rey de España, don Carlos III, proponiéndole la adquisición del mismo y remitiéndole a la vez los tres volúmenes del catálogo correspondiente, que acababa de imprimir.»



El Monarca ordenó a su Ministro, el Marques de Grimaldi, pidiese parecer sobre el asunto al R. P. Enrique   —473→   Flórez. Con fecha 27 de Junio de 1767 se dirigía Grimaldi a éste, por medio de la siguiente carta: «Reverendísimo P. Flórez, hay en París un vasallo del Rey, don Pedro Dávila, nacido de Guayaquil, que ha formado un copioso Gabinete cuyo Catálogo compone tres tomos. Propone venderlo al Rey, y, antes de contestarle, quiere S. M. saber el juicio que forma. Vuestra Rvdma. de la calidad, circunstancias y valor que tiene.»

A esta carta contestó el Padre Flórez, lo siguiente:

«El Gabinete de Dávila puede ser un principio que se roce con el fin más glorioso de que cuando se adelante ceda en eterno en nombre de Su Majestad, a quien la posteridad deberá tributar las ventajas que dentro de poco tiempo hará España a las demás naciones en Gabinetes de Historia Natural, porque el principio de Dávila es un principio de veintidós años continuos de perpetua solicitud y crecidas expensas, copioso en muchas líneas y en algunas celebrado del más formal.»






El rey acepta el obsequio de Franco Dávila

A este informe contestó el Marqués de Grimaldi que había sido del agrado del Rey, pero, a pesar de él, no se determinó el monarca español a comprar lo que le ofrecían. En vista de ello, Franco Dávila se dispuso a poner su valioso Gabinete a la venta pública durante los meses de Octubre y Noviembre de 1767. Pero no debieron de presentarse postores o no fueron aceptables sus proposiciones, si es que las presentaron, pues cuatro años después insiste de nuevo en su anterior propósito para que adquiera su Gabinete el Rey Carlos III. Este ordenó entonces que se consultase de nuevo al Padre Flórez, quien respondió inmediatamente   —474→   aduciendo, en una elocuente epístola, razonamientos tan sólidos y numerosos, que el Rey adoptó, por fin, con fecha 17 de Octubre de 1771, la resolución de comprar el Gabinete y nombrar para Director del mismo a don Pedro Franco Dávila, como aconsejaba el citado Padre Flórez.

El sueldo anual del Director Vitalicio del Museo fue fijado en mil doblones sencillos.

En el mismo documento suscrito por el Marqués de Grimaldi, en que se disponía lo anterior, se daba también a don Francisco Ventura de Llovera, Tesorero del Real Giro de París y a don Fernando de Magallón, Secretario de Embajada de Su Majestad cerca del Rey Cristianísimo, la orden correspondiente para que encajonasen y remitiesen a España los objetos que componían el Gabinete de Franco Dávila.




Traslado a Madrid

Con gran actividad se llevó a cabo el traslado del Gabinete desde París a Madrid, iniciándose enseguida la ordenación de los objetos que lo formaban.

Antes de pasar adelante mencionaremos que el Catálogo de las colecciones de Franco Dávila, en tres volúmenes a que se hace referencia por parte del Padre Flórez, se titula, traducido al francés: «Catálogo sistemático y razonado de las curiosidades de la naturaleza y del arte que componen el Gabinete del señor Dávila». Impreso en París en 1767, el año crítico de la vida de nuestro sabio, quien, atenazado por sus acreedores y no habiendo podido arreglar nada aún con la Corona Española, perdió la serenidad y puso a subasta sus valiosas colecciones, tan crecidas y magníficas que no pudieron ser compradas en su totalidad y sí sólo en sus piezas duplicadas, con lo que nuestro sabio salió de apuros momentáneamente y pudo, por   —475→   fin, disponer en forma decorosa su traslado a España, lo que se verificó entre los años de 1771 y 1772, tardándose hasta 1776 la apertura al público madrileño del Real Gabinete de Historia Natural.

No tenemos el dato exacto de la llegada a Madrid de Franco Dávila, mas consta que se hallaba ya en la Villa y Corte precisamente el 19 de Diciembre de 1772 en que concurrió y rindió juramento de rigor en calidad de Miembro Supernumerario de la Academia de Historia para la que fue elegido en gracia de sus méritos científicos.




Instalación del Real Gabinete

Varias fueron las mansiones antiguas que fueron inspeccionadas por los directores de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y por el del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, hasta que, por fin, instaláronse ambas instituciones en el magnífico palacio, levantado en el comienzo de la calle de Alcalá, a pocos pasos de la típica y tradicional Puerta del Sol madrileña, edificado por el arquitecto don Pedro Rivera y comprada a su propietario don Francisco de Goyeneche, Marqués de Belzunce y Conde de Saceda. Instaláronse pues, en la planta baja, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, creada en 1754; y, en segundo piso, el Real Gabinete de Historia Natural, hermanando así, bajo un mismo techo, el estudio de las bellas artes y el de las ciencias naturales, según lo expresa la elegante inscripción que en letras de bronce doradas sobre granito, figura grabada hasta hoy sobre el dintel de la entrada de dicho imponente edificio, siendo un testimonio público y fehaciente que aún subsiste del paso de don Pedro Franco Dávila por Madrid. El texto de la inscripción fue compuesto por don Bernardo de Iriarte, personaje político   —476→   harto conocido de la historia española, hombre de letras, miembro de la Academia de San Fernando y amigo de Franco Dávila, según veremos más tarde. La inscripción latina que aún pueden leer con orgullo los ecuatorianos que pasen por Madrid y transiten por la más importante calle de esa capital dice textualmente:


Carolus III Rex
Naturam et artem sub uno techo
in publicam utilitatem consociavit.
Annus MDCCLXXIV



Cuya traducción libre en castellano es la siguiente:


El Rey don Carlos Tercero
Unió bajo un mismo techo a las
Ciencias Naturales y las Artes para
utilidad pública.
Año de 1774.



En la bohardilla de ese mismo edificio fueron instaladas las habitaciones en que vivió sus últimos días nuestro ilustre compatriota.




El día de la solemne inauguración

Por fin llegó el día más grande de la vida de don Pedro Franco Dávila, el 4 de Noviembre de 1776, fecha onomástica del Rey don Carlos III, en que se inauguró y se abrió al público el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. El insigne naturalista ecuatoriano ve en ese inolvidable día, reunidas, ordenadas, catalogadas y exhibidas lujosamente en vitrinas, las colecciones de Historia Natural que, por más de 20 años de desvelos, ha reunido pacientemente.

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La afluencia de público madrileño fue enorme desde los primeros días de funcionamiento del Real Gabinete que, por cierto, fue el primer museo que se abrió en Madrid. El suceso fue de tanta trascendencia que tanto la «Gaceta de Madrid» como el «Mercurio», las dos más importantes publicaciones que aparecían, por entonces, en la Corte dieron cuenta del acontecimiento. El Rey y los Infantes visitaron el museo y fueron atendidos personalmente por nuestro compatriota, según expresa la información de la «Gaceta de Madrid», del martes 2 de Enero de 1776, unos cuantos meses antes de la apertura oficial del local.




La «Instrucción» de Franco Dávila

Aquel año de 1776 en que se inauguró oficialmente el Real Gabinete, parece haber sido el de la consagración de nuestro compatriota. En esa misma fecha fue nombrado Miembro de la Real Sociedad de Londres y circuló en las Américas su Instrucción hecha de Orden del Rey para que fuesen enviadas a su Real Gabinete de Madrid todas «las producciones curiosas de la Naturaleza» que fuesen encontradas en los vastos dominios españoles. Hablaremos con más detenimiento de estos dos importantes sucesos.




En la Real Sociedad de Londres

La aceptación de nuestro ilustre coterráneo en calidad de «Fellow» de «The Royal Society» de Londres fue hecha en la sesión del 6 de Junio de 1776, aún cuando la solicitud de admisión había sido presentada desde el 9 de Noviembre del año anterior de 1775.

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Franco Dávila era ya Miembro Correspondiente por las Ciencias Naturales y fue ascendido en esa fecha a «Fellow» o «Miembro de Número». El texto de la solicitud dice, traducida al castellano, lo siguiente:

«Don Pedro Franco Dávila (Director) del Gabinete de Historia Natural de Madrid de Su Majestad Católica, Correspondiente de esta Real Sociedad, por las Ciencias Naturales, sabio muy conocido en Europa por los estudios que ha realizado en muchos años de estudio y viajes, tras de los cuales ha logrado reunir una magnífica colección de Historia Natural, que ha sido descrita al público en una obra en tres volúmenes in octavo que tiene por título Catálogo Sistemático y Razonado de las curiosidades de la Naturaleza y de las Artes que componen el Gabinete de don Pedro Franco Dávila, con figuras de madera las principales piezas que aún no han podido ser grabadas, obra impresa en París en 1767, deseando tener el honor de ser admitido como Miembro de la Real Sociedad, los suscritos le recomendamos, por el conocimiento personal que poseemos de él a quien consideramos como una persona que merece sobradamente el honor que ambiciona por tener todas las condiciones para convertirse en un miembro respetable de la Sociedad.»



Esta solicitud está redactada en francés, de puño y letra por el célebre naturalista Conde de Buffon y firmada, en primer lugar, por el Príncipe de Maserano y luego por los miembros de la Sociedad, Juan Bautista Le Roy, Joseph Banks, Dainas Barrington, Daniel Charles Solander, Charles Blatden, Lord Mulgrave y Mattyo Mattheu. Figura desde entonces Franco Dávila en todos los records oficiales e historias de The Royal Society como Miembro electo el 6 de Junio de 1776.



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En Berlín

Ya desde 1767 nuestro sabio compatriota había sido nombrado Académico por el Rey Federico de Prusia a pedido de los miembros de la Academia de Berlín, según reza el respectivo documento fechado en Potsdam, el 8 de Septiembre de 1767, en idioma francés.




En Madrid

Como vimos ya, Franco Dávila perteneció también a la Academia de Historia de Madrid, que era entonces la única institución científica que existía en la Capital de España. Figura también en algunas biografías españolas -Semper y Guarinos, Tomo II, pp. 242-45-, como perteneciente a la Sociedad Vascongada y a la Academia de Antigüedades de Hesse Cassel, pero no hemos podido obtener datos referentes a ellos.

Igualmente fue en 1776 cuando don Pedro Franco Dávila redactó y publicó su segunda obra cuyo título resumido es el siguiente: Instrucción hecha, de orden del Rey Nuestro Señor para... los Virreyes, Gobernadores, Corregidores, Alcaldes Mayores e Intendentes de Provincias, de la misma que se incluyen muchos párrafos importantes al final de este esquema biográfico.




Auge del Gabinete

Tanto fue el aumento y auge que alcanzó el Real Gabinete que dirigía nuestro sabio naturalista que muy pronto el segundo piso del enorme edificio de la calle de Alcalá resultó estrecho para contener todas   —480→   las colecciones de Franco Dávila, aumentadas con las que se le entregaron provenientes de otros pequeños museos que habrían existido anteriormente, colecciones particulares donadas al Real Gabinete y de los innumerables envíos provenientes de España y América como consecuencia del pedido consignado por él en su Instrucción. Así fue como en 1785, Don Carlos III mandó erigir en el Paseo del Prado un nuevo Palacio de proporciones colosales que destinaba a Museo de Historia Natural. El célebre arquitecto Juan de Villanueva, primera figura de su época, fue designado por el Rey para que planeara el edificio del nuevo Museo y se indicó a Franco Dávila para que le asesorara y le indicara cuáles eran las necesidades materiales que debían ser tenidas en cuenta. Las tres fachadas de distintos órdenes arquitectónicos, habrían de representar los Tres Reinos de la Naturaleza.

Este gran Palacio se construyó al lado del Jardín Botánico, de reciente creación por aquel entonces y del Observatorio Astronómico, reuniéndose así un grupo de establecimientos científicos de notable provecho -según un honorable autor moderno, Manuel Casurro- «de haber podido disfrutar siempre de la protección de Carlos III para el Real Gabinete de Historia Natural de Franco Dávila»; desgraciadamente vivió poco más el Rey Don Carlos III y la realización de obra de tal importancia que requería mucho tiempo y dinero quedó a medio realizar. Vinieron luego los trastornos políticos de finales del infeliz reinado de Don Carlos IV y la invasión francesa y el edificio planeado por Villanueva, casi concluido, pero amenazando ruina a consecuencia de los destrozos de la invasión, quedó abandonado hasta la vuelta a España del Rey Don Fernando VII, quien ordenó su conclusión, pero dispuso utilizarlo para pinacoteca siendo desde entonces el local del mundialmente conocido Museo del Prado.



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Enfermedad de Pedro Franco Dávila

Si el gran Rey Don Carlos III, sólo vivió hasta 1788, su protegido y amigo, don Pedro Franco Dávila sólo alcanzó a vivir hasta comienzos de 1786. Desde mucho antes, la salud del anciano don Pedro era, muy frecuentemente, alterada por continuos achaques que le obligaban a dejar por unos días su activo trabajo de la dirección del Real Gabinete. Alguna vez solicitaba permiso para ir a tomar baños medicinales, alguna otra, se quejaba de los sabañones que le habían tenido imposibilitado. A medida que corren los años, los achaques del septuagenario iban en aumento. Su protector el Marqués de Grimaldi había sido sustituido en el Ministerio de Estado por el Marqués de Floridablanca, quien le siguió atendiendo con toda estimación.

Con fecha 24 de Diciembre de 1785 escribió al Ministro: «Excmo. señor. Muy Señor Mío: Lo quebrantado de mi salud en estos días no me ha permitido pasar personalmente a participar a Vuestra Excelencia hallarse ya colocados enteramente en este Real Gabinete de mi cargo, todos los minerales que se sacaron de él con motivo de la obra que hubo, en la sala, de suerte que se halla este Museo en estado de reabrirse para satisfacer la curiosidad del público».




La muerte del piadoso sabio

Franco Dávila fijaba para el lunes 9 de Enero del año siguiente la reapertura del Museo, sin prever en absoluto que unos días antes su endeble naturaleza se doblegaría al peso de los años y de los muchos y pacientes trabajos. En efecto, el viernes 6 de Enero de 1786, encontrándose de gravedad, llama a los empleados del Real Gabinete a sus habitaciones privadas y   —482→   entrega al Escribano de la Corte don Manuel Antonio Ochoíta un sobre sellado y lacrado, conteniendo su testamento, el cual promete ratificar si es que mejora, aun cuando no puede realizar ese deseo, pues ni siquiera pudo suscribir el acta de entrega del documento conteniendo su postrera voluntad, lo que hizo el testigo don José Clavijo y Fajardo, «a ruego del señor otorgante que no pudo firmar», según se afirma literalmente.

El mismo viernes 6 de Enero, a la edad de 75 años, siendo al rededor de las diez de la noche, en su habitación en los altos del Real Gabinete, ubicado en la calle de Alcalá N.º 16, el anciano sabio guayaquileño, gloria de la ciencia española e hispanoamericana, fallece de muerte natural. Inmediatamente de producirse el lamentable deceso, su albacea testamentario, Ayudante del Real Gabinete y entrañable amigo don Nicolás de Vargas, solicita judicialmente se abra el testamento por cuanto el «citado don Pedro, difunto, no tiene en esa Villa, mujer, ni otro deudo», y es necesario cumplir «todas las disposiciones que haya dado en dicho su testamento». El Escribano don Manuel Antonio Ochoíta accede a la petición de Vargas y practica una información sumaria en que comparecen todos los testigos presenciales a quienes consta la muerte natural de Franco Dávila, después de lo cual se ordena abrir el testamento en el que el insigne naturalista con toda humildad había dispuesto que se le amortajase con el raído sayal de los hermanos de San Francisco de Asís, que se le pusiera «de cuerpo presente en el suelo con cuatro luces, se le enterrase en secreto en la vecina Iglesia Parroquial de San Luis», y se verificase «el entierro sin pompa y con la mayor moderación». Todas estas órdenes fueron cumplidas ad pedem litera.

En su última voluntad, don Pedro disponía que se vendiesen sus bienes para atender a sus herederos que reconoce eran: en primer lugar, su viuda doña María Merenciana de Reina, natural de la Villa de   —483→   Iscandé, en el Chocó, en caso de vivir todavía; en segundo lugar, a sus hermanos y hermanas guayaquileños en caso de vivir ellos y ellas o a sus descendientes. Reconoce que es natural de Santiago de Guayaquil, hijo legítimo de don Fernando Franco Dávila quien procedía de Utrera, Sevilla y de doña María Magdalena Ruiz de Eguino, nacida en Guayaquil, ambos difuntos. Menciona en su testamento a sus hermanos: Diego, residente en Lima; a don Francisco Xavier y a don Ignacio Fernando, residentes en Quito; a los hijos legítimos de su hermana doña María Magdalena, que murió casada en Guayaquil; a sus hermanas doña Elvira, viuda; a doña Josefa y doña María Francisca, también casadas en Guayaquil.




El busto de Madrid

Don Nicolás de Vargas fue el encargado de dirigir provisionalmente el Real Gabinete cuya dirección había quedado vacante por muerte de su fundador. El mismo Vargas se ocupó de inventariar todas las propiedades reales que se encontraban en las antiguas habitaciones del Director, según éste había dispuesto antes de morir; y también las pertenencias del difunto que debían ser vendidas para atender a los legados en metálico dispuestos por él mismo. Admirador sincero de Franco Dávila, don Nicolás de Vargas, sugiere en oficio a Grimaldi que se perpetúe la memoria del gran guayaquileño erigiendo un busto de mármol o bronce para lo cual puso a disposición del Ministro una mascarilla mortuoria que hizo tomar al cadáver antes de su inhumación.




Colofón

El busto de don Pedro Franco Dávila preside desde entonces la sala de la Dirección del antiguo Real   —484→   Gabinete convertido al cabo de los años en el Museo de Historia Natural de Madrid.

Sus restos que se hallaban en la cripta cerrada de la antigua Iglesia de San Luis, en la popular Calle de la Montera de Madrid, fueron aventados y esparcidos cuándo -después del incendio sufrido por dicha Iglesia durante la Guerra Civil Española (1936-1939) se hicieron profundas excavaciones en el terreno en que quedó enclavado un elevado edificio moderno.

La mayor parte de la documentación acerca de la instalación del Real Gabinete y de las actuaciones de Franco Dávila se hallaban en numerosos legajos del antiguo Archivo General de la Nación Española de Alcalá de Henares, que fue también pasto de las llamas, en los aciagos días de la Guerra Civil Española antes mencionada. Felizmente para el Ecuador tuvimos nosotros la prudencia de copiarlos en su integridad y, gracias a esa feliz circunstancia, pueden ahora ser conocidos, estudiados y revisados en el archivo del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil, donde fueron depositados -en dos copiosos volúmenes que suman 665 páginas y contienen las copias de 265 documentos- para uso de los historiador es que deseen profundizaren la paciente y laboriosa vida de este sabio naturalista, orgullo y prez de la patria ecuatoriana.





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ArribaAbajo Notas bibliográficas
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«Diccionario Histórico Biográfico del Perú», de Manuel de Mendiburu, tomo III, letra D, pág. 5 (1.ª edic., Lima, 1874-80 y en el tomo IV, letra D, págs. 362-2 Edición última: Lima, Imp. Enrique Palacios, 1932). (N. del E.)

«Biographie Universelle ou Dictionaire Historique», de M. Weiss, tomo X, París, 1841, (pág. 317, col. 2.ª) «Dávila (don Pedro Franco), Naturaliste, né Perou en 1713». (N. del E.)

«Biographie Universelle ancienne et Moderne» Nouvelle edition, tomo X, París, Michaud, 1852: «Dávila (don Pedro Franco), né au Perou, á Guayaquil». (N. del E.)

«Nouvelle Biographie Generale», por Didot Freres, tomo X, XIII, París, 1855. (Idénticas noticias que el anterior). (N. del E.)

«La Gran Encyclopedie», tomo XIII (sin año) pág. 1009, columna 1.ª «Dávila (Pedro Franco), naturaliste espagnol, né a Guayaquil».

«Diccionario Biográfico Americano», de José Domingo Cortés, 2.ª edic. París, Tip. La Hure, 9 calle Fleurus, 9, 1876 (p. 149, 2.ª columna:) «Dávila (M) literato ecuatoriano».

«Enciclopedia Sopena», t. I, p. 1136 columna 1.ª: «Franco Dávila (Pedro) Célebre naturalista español nacido en Guayaquil» (1713-1785.)

«Enciclopedia Espasa», tomo XXIV, p. 1094, columna 2.ª: «Franco Dávila (Pedro).- Bióg. Naturalista español, nacido en Guayaquil».

«Diccionario Hispano Americano», tomo 24, 1898. «Franco Dávila (Pedro) Bióg. Naturalista español, nac. en Guayaquil».

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«Diccionario Enciclopédico Americano», tomo VI, p. 131, columna 1.ª y 2.ª: «Dávila (Pedro Francisco)- Bióg. Naturalista español nacido en Guayaquil».

«Enciclopedia Uteha».

«Diccionario Geográfico de las Indias», de Antonio de Alcedo, (Madrid 1786), indica que P. F. D. «fue natural de Guayaquil».

«Resumen de la Historia del Ecuador», de Pedro Fermín Cebollos, desde su origen hasta 1845, 2.ª edición. Tomo II, Guayaquil. Imprenta de «La Nación», 1886: P. Franco Dávila aparece en una lista de autores ecuatorianos de la, colonia, Cap. VIII de este tomo que trata del: «Estado Político, social y literario durante la presidencia, en los siglos XVII y XVIII».

«Galería Biográfica de Hombres Célebres Ecuatorianos», de Francisco Campos, Guayaquil, Imprenta de «El Telégrafo», 1885 (p. 31, 1.ª columna) «fue natural de esta ciudad de Guayaquil».

«Compendio Histórico de Guayaquil desde su fundación, hasta el año de 1826», de Francisco Campos, Guayaquil Imp. de la Escuela de Artes y Oficios de la Filantrópica, 1894 (págs. 91-92) «Don Pedro Franco Dávila, nació en la ciudad de Guayaquil».

«Historia de la República del Ecuador», de Federico González Suárez, (tomo V, págs. 319 a 321:) «Franco Dávila, Guayaquileño ilustre.»

«Álbum Biográfico Ecuatoriano», de Camilo Destruge, Guayaquil 1903, Tip. El Vigilante. (Tomo I, Segunda Parte, Época Colonial en la pág. 113 reproduce lo dicho por Campos en su «Galería Biográfica». Ob. cit. D'Amecourt (don Camilo Destruge) «Historia de la Revolución de Octubre y Campaña Libertadora de 1820-22».

Primera Parte. Guayaquil. (Cap. IV, Subcap. III: «Sociedad. Hombres nobles. Raza indígena», pág. 93:) «Pedro Franco Dávila. Nació en Guayaquil»

«Breves apuntes para la historia de la Medicina y sus progresos en Guayaquil», de Gabriel Pino Roca, Guayaquil. Imp. Papelería Sucre 1915 (pág. 25:) (Cap. IV: Franco Dávila...) «Franco Dávila nació a las orillas del Guayas».

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«Los Gobernadores de Guayaquil del siglo XVIII», de Abel Romeo Castillo (Madrid 1931), págs. 241 y 348.

Alejandro Gangotena Carbo, fue el descubridor de la partida de nacimiento de P. F. D., a comienzos de 1932, en el Cedulario de Bautizos de la Parroquia del Sagrario de Guayaquil. (Libro N.º 1, pág. 107, vuelta.)

«Diccionario Biográfico de la República del Ecuador», de Gustavo Arboleda, (sin año) pág. 63. «Franco Dávila, (Pedro) nacido en Guayaquil.»

«Glorias Guayaquileñas», de Pedro Robles Chambers, don Pedro Franco de Avila (o Dávila). (Artículo publicado en Revista de la Universidad de Guayaquil. Tomo XIII, N.º III, setiembre-diciembre de 1942, págs. 378-380.)

Doctor Carlos A. Rolando, «Discurso pronunciado en la sesión solemne del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil», el 9 de julio de 1950.

Señor Jorge Pérez Concha.- Discurso de contestación en su calidad de Miembro de Número del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil, en la sesión de 9 de julio de 1950. «Viaje de España», a Antonio Pons, Madrid (1772-1894) (18 Tomos).

Juan Sampere y Guarinos- «Ensayo de una Biblioteca Española de los mejores escritores del reinado de Carlos III». Madrid (16 tomos) (1785-1799.)

Roselli y Adanson- (Citados por otros autores).

El Padre Enrique Flores y el fabulista Tomás de Iriarte, ambos mencionados en el contexto de esta monografía.



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ArribaAbajo Selecciones

ArribaAbajo Instrucción
Hecha por orden del rey para la recolección de las «Producciones curiosas de la naturaleza», destinadas al Real Gabinete de Historia Natural de Madrid


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Instrucción

Hecha de orden del Rey N. S. para que los virreyes, gobernadores, corregidores, alcaldes mayores e intendentes de provincias en todos los do minios de S. M. puedan hacer, escoger, preparar y enviar a Madrid todas las producciones curiosas de Naturaleza que se encontraren en las tierras y pueblos de sus distritos, a fin de que se coloquen en el Real Gabinete de Historia Natural que S. M. ha establecido en esta Corte para beneficio e instrucción pública.

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Reino Mineral

El Reino Mineral comprende las tierras, piedras, minas, sales y betunes....

I Las tierras y arenas son de diferentes colores, como blancas, negras, rojas, amarillas, azules, etc. Unas son puras, otras mixtas con ocres, con sales, azufres o betunes, con partes animales y vegetales, con polvos o pajitas de oro, etc. Se enviará en un saquito cosa de tres o cuatro libras de cada una de las diferencias que se encontrasen en cada país.

II De las piedras como mármoles, alabastros, granitos, pórfidos, jaspes y otras que se encuentran en masas y canteras, se enviarán tabletas de una cuarta de largo, otra de ancho, y una pulgada de grueso, pulidas a lo menos en una de sus /Pág. 2/ caras; y si no se pudiere así, vendrán en bruto. Enviaranse también de todas las diferencias que se hallen, ágatas, coralinas, ónix, calcedonias, y otras piedras que se hallan sueltas como guijarros, y especialmente de las rojas, y las de color de miel con venas blancas, llamadas las primeras Cornalinas o Cornerinas,   —495→   y las segundas Ónix o Sardónix. Los cristales de roca están reputados como piedras finas por su dureza. Su figura es siempre hexaedra, o de seis caras: encuéntranse en grupos grandes, y también en cristales sueltos. Los mayores, más blancos y limpios son los mejores. También los hay de color amarillo, negro, rojo, verde, etc.; y otros encierran en su interior algunos cuerpos extraños, como metales, amiantos, hierbas y gotas de agua, cuyo movimiento se distingue. Estos últimos son más raros. También hay otro género de cristales blandos que al golpe del eslabón no dan fuego, los cuales son conocidos en Europa con el nombre de Espatos, y se encuentran frecuentemente en las minas junto con los metales. Estos varían mucho en sus figuras, pues se encuentran de todas las regulares, de muchas irregulares y también en masas y de todos colores. Las piedras preciosas son diamante, rubí, zafiro, topacio, esmeralda, granate, jacinto, crisólito, agua-marina o berilo, ópalo, etc. Las más de estas piedras se encuentran separadas o sueltas como guijarros del tamaño de una cabeza de alfiler hasta el de un huevo de gallina, poco más o menos. Todas tienen sus figuras diferentes, regulares o irregulares; y se desea vengan en bruto, como salen de la tierra, para su demostración en el Real Gabinete. De las esmeraldas que vienen del Gobierno que tiene este mismo nombre, y del Reino de Santa Fe, se piden con especialidad algunos grupos de los mayores que sea posible adquirir, con las piedras o matrices en que se encuentran, sean de mineral o de cristal, teniendo cuidado de no quitar esmeralda alguna, como suele acontecer, porque pierden todo el valor y lucimiento que se desea. El ópalo es una piedra que tiene todos los colores del arco iris, y sería muy estimable se enviase, por ser muy rara. Hay noticia segura de que se ha   —496→   traído del Perú; pero se ignora de qué paraje. También se sabe que se encontraron ópalos en los sepulcros de los Incas. Las turquesas, que son piedras azules opa /Pág. 3/ cas, vienen del Perú. Las piedras figuradas, llamadas así porque representan árboles, países, ruinas, figuras de hombres, de animales, de frutas y otras cosas, también son curiosas y apreciables.

III Los seis metales: oro, plata, cobre, plomo, estaño y hierro, y los seis semi-metales cinabrio o mercurio, cobalto, antimonio, arsénico, bismuto y zinc, se encuentran en todos los países conocidos, particularmente en los dominios de S. M. y así se encarga con especialidad se envíen los pedazos más curiosos, y más grandes que sea posible de todos ellos según sus especies y variedades. Por ejemplo, en las minas de plata hay la plata virgen, la plata roja, o rosicler, la plata gris o negrillo, etc. La primera se divide en plata virgen en masa, en hilos o capilar, que los indios llaman en maraña, en vegetación o arbolitos, en hojas gruesas y en hojas delgadas, en forma de raíces de árboles, y así de otras suertes. El oro se halla en polvos, en pepitas y también en matrices de piedras duras, conocidas en Europa con el nombre de cuarzo, en pizarras, mármoles y otras piedras. Hay una especie de oro que se llama en el Perú charque, en la cual se v e el oro sobre la piedra en forma de hilos cruzados unos sobre otros como un enrejado. También se encuentra la misma especie de oro en Nueva España, en la mina llamada Potosí; y ambas serán muy estimables, siempre que se encontrare en una misma piedra la mina de oro, y la de plata, de modo que estos metales se distingan bien el uno del otro, será pieza muy curiosa; como también cuando cualquiera de estos dos metales se hallare   —497→   junto con cristales de roca, de suerte que el metal atraviese los cristales. En las minas de cobre, el virgen es rarísimo, y se encuentra de diferentes especies como la plata. En el Reino del Perú le hay muy abundante y pueden enviarse pedazos de todas sus variedades. Las otras minas de cobres, como los azules, verdes y amarillos, los de colores cambiantes como el cuello de las palomas, son igualmente curiosos. Las minas de estaño que se encuentran en grupos de cristales negros, amarillos, o encarnados, que parecen granates, y también blancos, son raros, sobre todo el blanco. Se sabe que en el Perú hay muchas minas de estaño; y se desea adquirir todas sus /Pág. 4/ variedades y diferencias. Entre las especies de minas de plomo hay el verde y el blanco cristalizados, que son raros, y el encarnado, rarísimo. De la platina llamada de Pinto, que viene del Reino de Santa Fe en polvos, se necesitan a lo menos dos cajones de seis arrobas cada uno para hacer experiencias químicas; y de la misma platina, mezclada con las tierras, arenas y piedrecitas, como se encuentra antes de separarla, se enviará también una porción como de 24 libras, cuidando de remitir la platina que se hallare en masa o pegada a alguna piedra.

IV Deben enviarse las especies de sal-gema o de comer que se encuentran en Cataluña y otras partes, las cuales son blancas, azules y rojas; también las hay con fajas de estos tres colores y en forma de estalactitas; los alumbres naturales, sean en masa o cristalizados, y también el que llaman de pluma, que es fibroso como el amianto; los vitriolos blancos, verdes, azules y los amarillos, llamados caparrosa; los nitras; la sal amoníaca; la sal bórax y todas las demás y sus tierras.

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V Los carbones de tierra, los azabaches, los petróleos, la brea mineral, los alquitranes, los betunes, los azufres amarillos y rojos (este último se encuentra cerca de Quito, y es más raro) las piritas y marcasitas, que son sulfúreas y varían mucho, las producciones de volcanes, como lavas, cenizas, piedra pómez y otras sustancias inflamables, etc.

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Reino animal

El Reino Animal comprende al hombre, y todos cuantos vivientes pueblan la tierra, el agua y los aires.

Aunque se desearía juntar en el Gabinete todas las especies de animales, bien se ve la dificultad de conseguirlo; sólo se puede esperar del celo de los virreyes, gobernador, etc., aquellos que son naturales de las posesiones de S. M. y alguno de los países vecinos que comercian con los nuestros. Por ejemplo el Gobernador y Capitán General de Manila puede solicitar de la China, de las costas de Malabar, de Goa, de Pondicheri y de otros establecimientos extranjeros muchas curiosidades y cosas raras; y así también los go- /Pág. 5/ bernadores de Ceuta y de Orán; y también los padres misioneros de Africa, en donde los pájaros exceden en colores a los de las Américas, y hay cuadrúpedos muy particulares. Esto supuesto, se deben enviar cuantos animales se hallaren, grandes y pequeños, de todos géneros, especies y variedades, sin detenerse en que sean feos o hermosos, pues en un museo en donde debe haber de todas las producciones naturales, la   —500→   piedra más común tiene su lugar, como la tiene el más rico diamante.

NOTA de algunos animales más curiosos y apetecidos para el Real Gabinete de Historia Natural.

La fara o ravala es un cuadrúpedo de América que tiene una bolsa en el pecho, en donde, después de parir, recoge sus hijos para criarlos. El mapurito es un animalito muy hermoso, que cuando le persiguen, se defiende con una ventosidad tan hedionda, que no hay hombre ni animal que la pueda tolerar, y le dejan. El león, el tigre, la pantera, el rinoceronte, la gazela, la cebra o asno rayado, el erizo de cola larga de la América, muy raro, el gato de Argelia, el oso hormiguero de México, llamado por los indios izquiepalt; otro oso hormiguero pequeñito de color de canela, mas raro; la ardilla volante de la Virginia; otra ardilla muy rara de Nueva España, con pintas blancas sobre un color gris que tiene la cola abierta o partida en cuatro colas, que parecen otras tantas ramas que salen de un tronco; el gato montés, y el venado de Nueva España diferente de los de Europa: el ciervo de especie muy pequeñita, cuyas piernas suelen los curiosos engastar en oro porque son tan delgadas como una pluma de escribir: el ratón salvaje, llamado marmota, cuyos hijos se agarran por el rabo al de la madre, y se tienen sobre las espaldas, y así los libra ella cuando teme algún peligro: el jabalí de las Indias Orientales, llamado babirossa, raro, que tiene dos colmillos que salen del cráneo, encorvados hacia arriba, a manera de dos cuernecillos: el perro volador que se encuentra en la América Austral, y tiene desde la cabeza hasta la extremidad del cuerpo una   —501→   membrana extendida de ambos lados con la que vuela: el cutú, animal que conocemos /Pág. 6/ en Europa de poco tiempo a esta parte, se cría en las Indias Orientales, y es una especie de cabrón que tiene las astas muy grandes, levantadas en alto y torneadas en espiral, que parecen trabajadas con arte. De los cuadrúpedos con conchas, llamados armadillos en unas partes de las Indias, y en otras quiriquinchos, hay muchas especies que se distinguen por las más o menos fajas que tienen encima del cuerpo, como también por sus cabezas, asimilándose en unos a la de un puerco, y en otros a la de un perro. Los portugueses tienen una especie que se cría en las cercanías de Macao y le llaman vergoñoso. Los holandeses tienen otro, que llaman el diablo de Jaba. Estos son mucho más grandes y en todo diferentes de los de nuestra América; los cocodrilos difieren de los caimanes o lagartos, y se desearía lograr de cada especie uno de los más grandes. Hay tortugas o galápagos de mar, de tierra y de agua dulce. Entre los géneros que conocemos, la tortuga que da la concha o carei de que se hacen cajas para tabaco, embutidos, etc., es muy estimada. En las Islas de Barlovento y en otras partes de Indias es comida muy sana y regalada la tortuga; y hay algunas grandes, que pesan hasta cuatrocientas libras. Los géneros de monos y micos que hay son muchos, que llaman hombres de los bosques: otros tan pequeñitos, que no son mayores que un gato de un mes. En Filipinas hay una especie de ellos todos blancos: hay otros que tienen los labios y los pechos de color de rosa. De los titíes, que son los más chiquitos, hay unos que tienen un moño sobre la cabeza. Los macacos tienen el pelo verdoso, lustroso y bello. En la Provincia del Chocó hay una casta de monos negros, que tienen en aquella tierra por comida muy regalada;   —502→   en los valles hay otros, que los naturales del país llaman en su lengua tutacusillo; estos velan de noche, y duermen de día. La que llaman onza en el Perú, es grande como un carnero y diferente de la que tiene el mismo nombre en África, que es muy pequeña, y viene por Orán. El perezoso es común en las provincias de Guayaquil y de Cartagena de Indias, en donde los llaman por ironía pericos ligeros. De estos animalitos se conocen dos especies, que se distinguen por los dedos de las manos: los unos tienen tres, y los otros solamente dos. El /Pág. 7/ y mansaca o samarguge en la Provincia de Jaén, es animal curioso. La vicuña, el guanaco y la llama se encuentran en el Perú, en la sierra. Entre los murciélagos que se conocen en las Indias los hay que tienen más de una vara de largo desde la extremidad de una ala a la otra. Entre los sapos se trae uno de las: Indias Orientales, conocido con el sobrenombre de pipa o tonel, por ser muy grande y grueso. Hay otra especie de sapo o rana muy singular que tiene cuernos. Hay iguanas, camaleones, salamandras, zincos, lagartijas de muchas variedades y géneros, tanto terrestres como acuáticos: unas tienen rabos redondos y otras anchos: las hay espinosas, voladoras o con alas, llamadas dragones, de las que conocemos dos especies, unas que tienen las alas unidas a los brazos y otras que las tienen separadas: las hay que tienen a las extremidades de los dedos unas carnosidades orbiculares como verrugas . Los mexicanos tienen una, llamada tapayaxín, que es de forma redonda.

Pájaros

El avestruz, la mayor de todas las aves, se cría en las pampas de Buenos Aires y también   —503→   en África. Hay dos variedades que se distinguen por los dedos de los pies: las unas tienen dos y las otras tres. El quebranta-huesos, alias carnero de las Malvinas, es muy grande. El cóndor tiene cuatro varas de largo desde la punta de una ala a la otra. El onocrótalo, alias pelícano, llamado en la América (donde hay muchos) alcatraz, se diferencia en tener pico dentado o pico sin dientes y también en el color blanco o encarnado. Hay otra suerte de pelícano o rabiorcado, que extendidas las alas, ocupa un espacio de más de catorce pies. Este pájaro vuela tan alto que apenas se divisa. Solicítanse los flamencos y sus variedades: las cucharas, llamadas en Europa patelas o espátulas por la similitud que tiene su pico con éstas; las garzas y garzotas de varios colores; los gallinazos todos negros, y los de cabeza colorada; el sopiloto o rey de los gallinazos; el piquero, pájaro de mar muy hermoso; el piche con el pecho colorado; la putilla con el pecho de color de nácar; el corregidor con cola grande; el cardenal todo rojo, de Nueva España; el cardenal blanco, negro y rojo, llamado dominicano, de Buenos /Pág. 8/ Aires; las variedades de gallaretas, gallinetas y una multitud de otros que se encuentran en Lima y sus cercanías; los pavos de la montaña, y también los pavos granaderos que se crían en los valles y son muy hermosos; el cacique de Guayaquil, de color amarillo, negro y punzó, rojo que es de los más vistosos y de mejor canto; los tucanes, conocidos en el Perú con el nombre de pájaros predicadores, y en España con el de picofrascos, que se encuentran en los Reinos del Perú, de México y de Santa Fe de muchas variedades, con los picos ya dentados, ya sin dientes; unos que tienen las plumas del pecho todas amarillas, otros negras, otros punzó, etc.: el tucán verde de México, y el amarillo con una faja de color gris en   —504→   el pescuezo, los cuales son muy raros; los guacamayos y papagayos; los loros, cotorras y pericos que son de tantas variedades; los pajaritos llamados en las Indias visita-flores, de los cuales hay muchas especies: unos tienen las colas tres veces más largas que el cuerpo, otros medianas; y los hay entre ellos tan pequeñitos, que los llaman pájaros moscas: sus colores son cambiantes, y parecen diferentes por cada parte que se miran, y por esta razón los llaman también los indios pájaros de siete colores. En los cerros de Puertobelo, en la Provincia de Caracas y en la Isla de la Margarita se crían unos pájaros hermosos llamados paujies, que tienen un moño de plumas negras rizadas como la escarola, y otra especie, llamada pauji de piedra, porque en lugar de moño tienen una carnosidad o eminencia dura del tamaño de un huevo de gallina, de color ceniciento jaspeado, que parece efectivamente piedra. El pájaro llamado rinoceronte es grande y de los más raros: tiene el pico poco más corto que el de los picofrascos, pero más grueso, el cual en la parte superior tiene como otro medio pico, en unos encorvado hacia atrás, en otros oblicuo, siguiendo la dirección del pico principal; y otro hay que tiene encima del pico una prominencia de figura de media caña excavada espiralmente por su longitud. El pájaro llamado manucodiata, conocido también con el nombre de ave del paraíso, es de los más raros, y los autores cuentan cinco especies, de las cuales se hallan más fácilmente tres; la primera y más común es la de los que tienen las plumas de la cabeza verdes cambiantes, las del cuerpo de color obscuro, y las de las alas y co- /Pág. 9/ la, que son muy largas, amarillas; la segunda la de los que son todos rojos, con dos plumas sin pelo muy largas que salen de la cola como dos hilos, y se enroscan en sus extremos: la tercera, que es   —505→   rarísima, tiene las plumas de delante del pescuezo como escamas de oro bruñidas, y las de detrás del mismo pescuezo parecen de plata resplandeciente: desde la cabeza hasta los pies caen dos plumas delgadas como hilos que rematan en una plumita redonda de color verde cambiante, siendo las de todo su cuerpo de color obscuro que tira a rojo. Todo género de águilas y aves carnívoras y de rapiña; de lechuzas, búhos y otras nocturnas; los pájaros palmistas, como ánsares, patos, y otros que abundan en los ríos, lagunas, y mares, de multitud de especies. Sólo en Guayaquil se conocen ocho, que son cucubíes, marías, labancos, bermejuelos, nadadores, zambullidores, patos reales y patillos. En Cartagena de Indias hay un ánade muy hermoso, llamado vindilia, que tiene el pecho rojo; en la laguna de México hay una cantidad de ellos: en las Islas Malvinas es bien conocido el pájaro niño; y en el Reino de Chile en las Costas de Valparaíso hasta Chiloé hay otras especies más pequeñas. Las grivas, que vienen del Brasil, de color de púrpura y blanco y de los colores azul, púrpura y negro, son las más hermosos, como todos los otros pájaros que vienen de aquel país. En Mallorca y Menorca se encuentra una grulla conocida con el nombre de pájaro real, que es rara y hermosa por un moño que tiene sobre la cabeza de una especie de pluma o pelo que parece grama. En el Golfo de Honduras de la Provincia de Guatemala hay un pájaro rarísimo por la hermosura y variedad de sus colores, llamado por los naturales quetz-altototl; en el río Sinú, Provincia de Cartagena de Indias, hay el pájaro llamado chavaria, que es un acérrimo defensor de las gallinas y gansos; la especie de tordo, llamado por los naturalistas orfeo, y por los indios cencotlatolli, que canta con tanta dulzura que encanta a cuantos le oyen. En la Provincia   —506→   del Chocó, en Cartagena, en el Reino de Santa Fe, en todas las Cordilleras son muchísimos los géneros de pájaros que se crían de colores exquisitos. Del Reino de México se trajo a España una águila de dos cabezas. Finalmente cada provincia tiene sus faisanes, sus tórtolas, sus palomas, sus pájaros /Pág. 10/ caseros o domésticos y sus pájaros de canto. Se procurará enviar de todos los huevos de aves que sea posible y sus nidos.

Insectos

Las mariposas son los insectos que más adornan los gabinetes, por la gran variedad y hermosura de sus colores. Entre ellas unas son diurnas y otras nocturnas: las primeras se conocen por una masita oblonga o redonda, que tienen a la extremidad superior de sus antenas: las nocturnas tienen las antenas más cortas sin masitas, con unos pelitos de un lado y otro como los de una pluma. No hay país conocido que no tenga sus mariposas. En el Río de las Amazonas se encuentran unas grandes como la mano de un hombre, de un color azul tan brillante que parece esmalte. Todas las que mademoiselle de Merian publicó en su Historia de Insectos de Surinam, las tenemos en Guayaquil, en donde los árboles frutales, y los otros son también los mismos. Las que vienen de la China son muchísimas y raras y se pueden adquirir por la vía de Manila. Las hay de una cuarta de largo, con unas pintas sobre las alas de un blanco transparente que parece talco. Los escarabajos y todos los insectos de estuche no son menos considerables y curiosos en sus géneros y variedades. Hay unos llamados rinocerontes,   —507→   por un cuerno que tienen sobre la frente. Los capricornios se distinguen por sus antenas nudosas, en algunos tres veces mayores que el cuerpo. Los ciervos volantes por sus astas ramosas que imitan las de un venado. El cucuyo es bien conocido en toda la América, por la luz tan clara y durable que despiden sus ojos en la obscuridad. Los indios dejan de noche en sus aposentos algunos de ellos a fin de tener luz toda la noche, pues se ve alternativamente que cuando unos ocultan la luz, otros la manifiestan. Encuéntranse muchos géneros de chicharras o cigarras, de cantáridas, de abejas, abejones, avispas, arañas, alacranes, gusanos, cienpiés, hormigas, e infinidad de otros insectos todos admirables, y todos dignos de conservarse en el Gabinete de Historia Natural.

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Reptiles

La culebra boba, o buyo que se encuentra en muchas partes de América, es tan grande y gruesa, que ha sucedido sentarse un hombre sobre una que estaba dormida creyendo que era un tronco de árbol, sin haber salido de su engaño hasta que con asombro reparó empezaba el animal a moverse. En la Provincia de Jaén hay una culebra boba, llamada por los indios mecanchi, que tiene la singularidad de ser corta como de una vara, y gruesa como el muslo de un hombre. Las culebras de cascabel se crían en muchas partes de las Indias: tienen el cascabel a la extremidad de la cola, de suerte que cuando andan, avisan con el sonido del cascabel para que huyan de ellas, porque la mordedura es mortal. En Guayaquil hay dos culebras singulares: una   —508→   toda verde que llaman de papagayo por su color, y voladores por que se lanzan de un árbol a otro a distancia de cinco a seis varas; la otra que llaman de coral tienen todo el cuerpo dividido en fajas circulares alternativas, una blanca y otra de color coral. En el Chocó hay una víbora muy pequeñita, que llaman de bejuquillo. Esta suele estar debajo de las hojas secas que caen de los árboles; y si los indios, que de ordinario andan descalzos, la pisan, los pica; y es tan eficaz su veneno, que al instante el paciente empieza a echar sangre por las narices, y por todos los poros de su cuerpo, muriendo en poco tiempo sin remedio. En las costas de Malabar se crían unas culebras de dos cabezas, la una junto a la otra, de las cuales hay quien ha visto una conservada en licor, y también se halla grabada en autores clásicos como Aldobando, Seba, etc., por lo que se cree no ser monstruosidad sino una especie. Las culebras llamadas amphisbenas, que algunos pretenden tener dos cabezas, una a cada extremidad de su cuerpo, no tienen en realidad más que una; ocasionando este error el ser iguales por todo el cuerpo, y el que la cola no remata en punta, como en las otras, sino que es ancha como la cabeza. La culebra con anteojos, es llamada así, porque tiene encima de las espaldas cerca de la cabeza, unos, formados por sus escamas, que parecen pintados. Hay una culebra muy hermosa que tiene siete listas prolongadas desde la cabeza hasta la cola, cada una de di- /Pág. 12/ ferente color; esto es, rojo, amarillo, azul, blanco, verde, negro y de violeta. Los portugueses tienen una serpiente de cabeza muy grande, que llaman cobra de capello, que tiene una banda hermosa, y sobre ella una especie de cara que se parece a la de un hombre. La serpiente porttacruz, llamada así porque tiene en todo su cuerpo   —509→   unas rayas que se atraviesan y forman cruces; la serpiente pintada como la piel de un tigre; la serpiente marina de cabeza coronada; la serpiente argos de Guinea, rara; la del Brasil llamada ibiara de color rojo con cola doble, muy rara; la de México llamada bitín, gruesa, y corta; la del Río de la Plata cubierta de estrellas; la serpiente negra como el carbón; otra del mismo color con cabeza blanca adornada de una especie de corona o diadema; la serpiente de Nueva España de cien ojos, llamada tamacuilla huilia, y otra del mismo paraje llamada el emperador de Guadalajara; la del Paraguay llamada tucumán, y otras son todas muy curiosas.

No es el mar menos fecundo en animales que la tierra y el aire. Las ballenas son tan grandes, que sólo pueden esperarse para el Gabinete algunas de sus partes, como huesos, etc. El pez llamado narval tiene por defensa un hueso o marfil muy sólido, de forma redonda, de 8 a 9 pies de largo, que en su nacimiento tendrá como tres pulgadas de diámetro y va disminuyendo hasta acabar en punta. Se conocen dos especies: la una tiene este hueso de forma redonda retorcida, o en espiral, y la otra que lo tiene redondo y liso, es muy rara. El peje-espada tiene su defensa en la frente, y hay dos especies; la defensa del uno es como una hoja de espada ancha de dos cortes, y la del otro como una sierra con dientes por ambos lados. El pez llamad o martillo es singular por la similitud que tiene su cabeza con la de los martillos ordinarios. Entre los peces llamados orbes por su figura redonda, hay unos erizados de puntas en todo el cuerpo, otros con estrellas, otros cuyas escamas forman como unas rodelas pequeñas. El perro-marino es muy voraz: tiene la boca muy grande con   —510→   diferentes órdenes de dientes. Hay el corcobado, llamado así porque tiene una gran prominencia sobre el cuerpo; el pez cofre; el triangular; el manatí o vaca marina; el lobo marino, los dorados, los voladores, las serpientes y agujas de mar; los /Pág. 13/ peces llamados rinocerontes, porque tienen un cuerno sobre la cabeza; la rémora, y otros infinitos; admirables por sus formas, colores, etc.

Conchas

Las conchas o caracoles se dividen en tres clases: la primera comprende las de una sola pieza llamadas univalvas: la segunda las de dos piezas nombradas bivalvas; en la tercera se incluyen las diferentes piezas, conocidas con el nombre de multivalvas. De estas tres clases se forman muchos géneros o familias; y éstas se subdividen en especies y variedades. Cada familia tiene su nombre particular; y cada concha también tiene el suyo propio que se ha tomado o de su figura o de sus colores, etc.

Si se citasen aquí las conchas que tenemos por más raras, en Europa, con los nombres que las damos acá, acaso no los entenderían bien en Indias de donde vienen las más curiosas; y como es difícil indicar el nombre que las dan en aquellas tierras, será necesario explicar algunas de ellas por señas y comparaciones. Esto supuesto, se procurará en primer lugar enviar de cuantos géneros y variedades de conchas se encontraren en cualquier país, tanto grandes como pequeñas, escogiendo las más sanas, sin picaduras (porque también hay animalitos en el mar que las taladran como la polilla) y sin otro defecto,   —511→   eligiendo las de colores más vivos y dibujos más regulares; y finalmente que estén enteras, esto es, que las bivalvas que tienen dos partes, como son las otras, no traigan sólo una parte o mitad.

De las conchas univalvas hay una familia que tiene la forma de un cono o pan de azúcar. Esta es fecundísima en géneros y variedades, todos de hermosísimos colores; las más tienen de dos a tres pulgadas de largo, aunque las hay también muy pequeñitas, y grandes hasta de una cuarta. De esta familia son las que llamamos almirantes o vice-almirantes, que son muchas, y todas se distinguen por las más o menos fajas circulares que tienen, formadas de puntos en unas y de lineas en otras. En la mar del Sur hay algunas especies de estos almirantes y en el Golfo de México. En la familia que lla- /Pág. 14/ man tubos de mar, hay una concha rarísima, llamada escalata, porque forma de un tubo una espiral coma el caracol de una escalera, y a cada vuelta de espiral va disminuyendo hasta acabar en punta la cabeza. Esta concha, que es toda blanca y de materia muy delgada, es bellísima; y las más grandes, que son las más estimadas, tienen tres pulgadas de largo. Vienen de la China, en donde las mujeres las usan en gargantillas. En la misma familia hay un tubo que tiene desde seis hasta doce pulgadas de largo, cuya extremidad superior, que forma la cabeza, tiene de circunferencia el doble que la inferior, y está cerrada con una cubierta convexa, toda taladrada de agujeritos, y contorneada de una guarnición de tres a cuatro líneas de largo a manera de valona antigua plegada. Cuando se hecha agua por la punta inferior que está abierta como un carrizo, sale por los agujeritos de la superior como por una regadera, y por esta razón les han   —512→   dado este mismo nombre. Hay otros tubos que tienen la forma de un sacatrapo; otros derechos, y gruesos de media vara y más de largo, y una pulgada de diámetro; hay tubos muy menuditos de color de púrpura en grupos muy grandes. El caracol con que tiñen de morado el hilo de algodón en las costas de Nicaragua y otras partes del Perú, es muy curioso; y sería de desear se enviase con el animal metido en aguardiente de caña, pues se cree sea la verdadera púrpura o múrice de los Antonios que acá no se conoce y cuya especie piensan se ha perdido. Entre las conchas bivalvas hay las que llaman ostras espinosas, que son muy curiosas, y varían muchísimo, tanto en sus colores, como en sus puntas; unas las tienen muy finas y pequeñas; otras largas y gruesas; otras en lugar de puntas tienen hojas. De las conchas que llaman ordinariamente de Santiago, por que las traen los peregrinos de Santiago de Galicia, unas tienen dos orejas iguales; en otras las orejas son desiguales. También las hay sin orejas; unas con rayas que parten de la cabeza abajo; otras todas lisas; y de la hermosura y variedad de sus colores se derivan los nombres que se han dado a cada una, como manto ducal, manto real, la peregrina, la coralina, la ala de mariposa, etc. En el mar Pacífico se encuentran muchas especies de éstas, y son de las más raras. También las hay muy especiales en el Océano, en las costa de /Pág. 15/ Cádiz. La concha llamada martillo tiene la misma forma de él, y es de las más raras. Conócense dos, especies: la una es de un negro azulado y la otra blanca. La concha de nácar donde se encuentran las perlas, que es común, sería muy estimada si se enviase entera con dos valvas pegadas al nervio que tienen, pues no suelen traer más que mitades, que sólo son buenas para trabajar embutidos y otras obras. Entre   —513→   las conchas llamadas nautilos, hay una especie de las que tienen el interior como el nácar de perla. Esta concha tiene cerca de la cabeza por cada lado un agujero circular del tamaño de un real de plata, que los naturalistas llaman ombligo de la concha; y es la más rara de cuantas se conocen. Las conchas llamadas erizos de mar, porque están cubiertas de puntas, son muchísimas; unas redondas, otras ovaladas, otras chatas; unas con puntas pequeñitas, y delgadas como un cabello, otras largas y gruesas como los dedos de las manos. En las estrellas de mar no hay menos especies. Las que se encuentran más frecuentemente tienen cinco rayos; todas las que tienen más o menos de cinco son raras, y especialmente las de rayos pares, como cuatro, seis, ocho, etc. Se han visto muchas especies desde cuatro hasta treinta y siete rayos. De los cangrejos, langostas, camarones, jaibas, y toda suerte de crustáceos, deben enviarse cuantos se encontraren en cada país, desde los más chicos hasta los mayores, pues es una de las producciones de mar más curiosas por sus variedades. De los corales encarnados, como los que se cogen en el Mediterráneo, se desea tener los arbolitos más grandes y enteros, o mejor trata dos que se encontraren. También hay en el mismo mar corales blancos sólidos, que no difieren de los anteriores más que en el color. Estos son raros, y mucho más cuando se encuentra una misma rama de ambos juntos, como suele suceder. Pueden agenciarse estos corales por la vía de Cataluña, desde donde salen a la pesca. En Filipinas hay corales articulados encarnados y blancos. Estos últimos tienen las articulaciones negras; y unos y otros guardan la forma de arbolitos, algunos de más de una vara de alto. La variedad que se encuentra en todos los mares de una producción de consistencia   —514→   dura como el coral, pero menos sólida, conocida en Europa con el nombre de madrépora, de la cual en muchas partes de Indias sirven para hacer la cal, es tanta, que sería largo especificar cada uno de sus géneros. Unas hay ramosas en forma de árboles, otras sólidas; las hay redondas, ovaladas, y de otras varias formas; unas tienen las superficies estrelladas, otras con hojitas o láminas ondeadas: las hay en forma de setas, de lechugas, de coles, de claveles, etc. El color más común de todas es el blanco; no obstante que se hallan negras, amarillas, de color gris, de color de lila, moradas y últimamente se han encontrado azules en las Islas de Tres Hermanos. Los lithóphitos que parecen arbolitos y se dejan doblar sin quebrarse, son también de muchas especies. Estos tienen una incrustación por encima de consistencia dura, y de color encarnado, amarillo, de violeta, blanco, etc., y si ésta se les cae o se les quita de intento, queda solamente la parte lígnea, que es negra en las más, y es lo que el vulgo sin fundamento alguno llama coral negro. Las coralinas son producciones de animales, muchas de las cuales parecen arbolitos a los que las miran sin microscopio; pero con el socorro de éste han descubierto los naturalistas modernos que son obras de polípodos, y que hay muchas especies. Las esponjas son unas blandas, otras duras, o más ásperas que no chupan el agua como las primeras. Estas no son menos fecundas en calidades y formas, pues a más de las que conocemos para el uso, las hay en forma de vasos, monteras, sombreros, mitras, abanicos, como las manos humanas con sus dedos; como lechugas, como arbolitos con sus ramas, como las astas de un ciervo, etc. Hay, en fin, otras plantas de mar, como el sargazo que se encuentra en el mar del Sur.

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Reino vegetal

El reino vegetal comprende los árboles y plantas, sus maderas, raíces, hojas, flores, frutas, semillas, gomas, aceites y bálsamos, cuya multitud es tanta que sólo las plantas y árboles pasan de doce mil, según los autores modernos.

De todos los árboles que se encontraren cualquiera parte se enviará: I. Un pedazo de madera con su corteza, sea /Pág. 17/ del tronco o de las ramas, que tenga media vara de largo: y seis pulgadas de diámetro, poco más o menos. II. Una ramita con sus hojas y sus flores disecadas, y si se pudiere mandar dibujar las hojas y flores y enviar lo uno y lo otro, será mucho mejor. III. La fruta que diere el árbol, sea seca o en licor conservativo como el aguardiente de caña. IV. Las semillas. V. La goma, el bálsamo o aceite, sea puro o sacado por incisión u opresión. VI. Se dirá el nombre que tuviere el árbol en el país, sus virtudes, propiedades y usos, y finalmente todo lo histórico de él.

No obstante que se pide en general de todos los árboles y plantas, se nombrarán aquellos   —516→   que se desean con más particularidad; y son los siguientes:

Del árbol de la canela de los Quijos en el Perú, se encarga a más de lo que queda expresado en los seis números anteriores de la generalidad de las árboles, se envíe, y si acaso la hubiere, alguna oruga o gusano que se sustente de las hojas del árbol y la mariposa que saliere de él; los caracoles que se sustentan del árbol y finalmente todo cuanto se encontrase que tenga conexión con la canela; cascarilla o quinaquina o corteza peruviana; icho, hierba semejante al esparto, que abunda en el Perú, particularmente en los parajes altos y fríos: hacen de ella esteras, puertas, cuerdas, etc. es pasto común de los ganados, y sirve particularmente para fundir el cinabrio, y sacar el azogue; hierba del Paraguay, que es lo que usan en el Perú en lugar de ; obocuru, planta que se halla entre San Ignacio y el Paraguay, y es semejante a la sandía; la coca, hierba de que se hace un inmenso consumo en el Perú: los indios la mascan con mucho gusto, junto con la llipta, que es una lejía; y tiene tal superstición, que cuando les sabe bien, se prometen un éxito feliz en el trabajo en que a la sazón se ocupan. Se debe enviar con la coca la misma lejía, y lo histórico de su composición; la hierba que llaman de mataduras, y el modo de servirse de ella; la hualhua de los indios, de la que usan como vulneraria; la ipecacuana o bejuquillo, la jalapa; la planta de que se hace el añil, que se cría con abundancia en los territorios de la Alcaldía mayor de San Salvador en Nueva España, o en la Provincia de Guatemala; la planta que cría la co-/Pág. 18/ chinilla o grana, que se cría en el mismo paraje; los pinos de todos géneros, pero particularmente de aquellos que tienen en sus piñas   —517→   piñones que se comen; el alerce, árbol grande de la parte meridional del Reino de Chile, del cual están pobladas las cordilleras de Chiloé; los cedros de todas especies, los ébanos que se encuentran en las llanuras más bajas del Perú; el cascol, y el amarillo de Guayaquil; la madera de rosa, la cocogola, la colorada, la violeta, el moradillo, la serpentina, el palo-ferro, el granadillo, el sándalo rubio, el palo del Brasil, el de Campeche, el acebo blanco, el bálsamo blanco o tolutano, el bálsamo negro o del Perú, el de copaiba, el aceite de María, el de palo; la resina de palo-santo, la goma de limón de la más pura y verdosa; sandaraca, benjuí almendrado, estoraque, goma laca, finalmente todas las plantas, raíces, frutas y semillas que se conocieren ser útiles, o en la Medicina, o para los tintes, o para cualquiera otra cosa provechosa al hombre y a las bestias, etc.

Se procurará enviar algunos de los caracoles que se sustentan con las hojas de los cedros, de los árboles que dan los bálsamos, y de todos los otros raros que se piden en esta Instrucción, como apreciables para el Real Gabinete.

Petrificaciones

Llamamos petrificaciones diferentes animales, o partes de ellos, como peces, conchas, cangrejos, huesos, maderas, hojas de árboles, etc., que se encuentran debajo o encima de la tierra, convertidos en piedra, cuya trasmutación (digámoslo así), según algunos filósofos, proviene de los licores o sucos minerales vitriólicos, u otros que, penetrando por sus poros, circundando   —518→   y oprimiendo todas sus partes, impiden la destrucción de su primera figura, y les dan la consistencia lapídea.

En la mayor parte de nuestro globo se han encontrado petrificaciones y especialmente en Europa. En las costas de Malabar y en la China se hallan diferentes especies de cangrejos, jaibas, langostas y otros mariscos petrificados, que son raros, sobre todo los más grandes; y se piden particu- /Pág. 19/ larmente, deseándose con especialidad uno que viene de las Malucas, que tiene una punta redonda como un punzón de más de una cuarta de largo a la extremidad, interior del cuerpo, con la que hace mucho mal a los que la cogen en el mar, si se descuidan. Los galápagos o tortugas, peces, cualquiera otro animal, petrificados, son raros. También se hallan maderas con una parte petrificada, y otras en su estado natural, lo que es muy curioso. Las estrellas de mar petrificadas son rarísimas; y en general se piden cuantas petrificaciones se encontraren.

Curiosidades del arte

Como la intención del Rey es completar cuanto sea posible su Gabinete, no solamente de las substancias comprendidas en los tres reinos de la naturaleza: mineral, vegetal y animal, sino también de otras curiosidades del arte, como son vestidos, armas, instrumentos, muebles, máquinas, ídolos y otras cosas de que usaron los antiguos indios, u otras naciones, será muy estimable cualquier pieza de aquella clase que se pudiere adquirir, como por ejemplo algunas antiguallas de los indios Quitos, y otros que en el día subsisten.

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Modo de preparar y enviar lo que se pide

I. Polvos para la preservación de toda suerte de animales. Se tomarán cuatro partes de tabaco en polvo, una de pimienta y otra de alumbre calcinado. Reducido todo a polvos, y bien mezclado, se guardará en un bote de hoja de lata, o vaso vidriado para emplearlo cuando se necesite.

II. Los cuadrúpedos medianos y pequeños se deberán enviar disecados, en la manera que se dirá en el número siguiente: y de los grandes, solamente las pieles sin que les falte cosa alguna de las que caracterizan el animal, como cabeza , rabo, pies, etc.

III. Después de muerto el animal, inmediatamente se pondrá sobre una mesa, y se abrirá por el vientre, empezan- /Pág. 20/ do por lo más bajo de él, y continuando hacia arriba. Se desollará con cuidado de un lado y otra, hasta poder sacar el cuerpo, que se debe cortar en la parte superior del pescuezo y en las coyunturas de los codos, para que queden estas partes esenciales del animal pegadas a su piel. Se descarnarán con mucha prolijidad la cabeza, pies y rabo, no haciendo incisión alguna a la piel, sino volviéndolo de dentro afuera, y raspando los huesos hasta que no quede ninguna carne en ellos. Asimismo se sacarán los sesos por el agujero que corresponde al espinazo, y se meterán y sacarán por el mismo agujero muchas veces algodones, para limpiar y quitar toda humedad. Después se llenará de los polvos preparados de que trata el N.º I, y también se estregará con los mismos polvos la piel. Se meterán unos alambres de un grueso proporcionado   —520→   al tamaño del animal, para poderle sostener, por las plantas de los pies y manos, los cuales alambres deberán subir hasta lo alto del cuerpo, dejando un pedazo como de cuatro dedos fuera, para poderlos fijar sobre un pie de tabla. Para llenar la piel, y para que el animal quede con la proporción que tenía cuando vivo, se pondrá sobre la mesa el cuerpo del animal desollado, y sirviéndose de él como de un modelo, se hará otro cuerpo del mismo tamaño, forma, y proporciones, de estopas o de espartos, metiendo un alambre en medio para que lo sostenga todo, y sujetando las estopas con hilos bien apretados para darle la forma requisito. Hecho este cuerpo de estopa, se meterá en la piel ya preparada, se ajustará bien a ella, se llenarán con nuevas estopas las partes que lo necesitaren, se les dará la forma y postura mejor que sea posible, se coserá con cuidado, de manera que quede el pelo encima de la costura, y no se vea ésta: se pondrá después sobre un pie de tabla, pasando los alambres que sobran de los pies, y remachándolos por debajo para que quede asegurado. Los ojos del animal se deben sacar sin maltratar los párpados y pestañas. El mejor modo se hará con un hierro corvo como un anzuelo, que se mete en medio del ojo bastante adentro y se tira hasta que salga. Se meten en el agujero, después de seco, los referidos polvos, se llenan bien de algodones, y se dejan así, a fin de que cuando se reciban en el Gabinete de Madrid, en lugar de los algodones se les pongan los ojos /Pág. 21/ de vidrio. Finalmente, puesto el animal como hemos dicho, se dejará secar un poco la piel por dos o tres días, y se le dará la última perfección metiéndole en un horno después de haber sacado el pan, teniendo cuidado, no obstante de que el demasiado calor no haga torcer o encrespar los pelos de la piel.

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IV. En cuanto a los animales grandes, que por su mucho volumen no se deben llenar, como hemos dicho en el Núm. II, se dejarán pegadas a las pieles las cabezas con sus astas si las tienen, y toda la calavera con sus quijadas y dientes, sus orejas, narices, barbas y labios, las piernas desde las rodillas hasta los pies, rabo, etc., observando para su conservación lo que queda dicho en el número antecedente. Con las culebras grandes llamadas bobas se deberá hacer lo mismo, y también con los animales grandes acuáticos, como la vaca marina, pues hasta ahora sólo se han visto por acá pieles sin cabeza de las primeras y cabezas sin cuerpo de las segundas.

V. Todos los pájaros se podrán enviar disecados, a excepción de los muy grandes, como el avestruz, etc., de que tendrá solamente las pieles, dejando pegadas a ellas las cabezas, pies y alas; y el modo de abrirlos y prepararlos deberá ser el mismo que hemos dicho en el Núm. III, hablando de los cuadrúpedos, poniendo especial cuidado al desollarlos, y al descarnar las alas, cabeza y piernas de no romper la piel ni manchar las plumas con la sangre. Los pajaritos pequeñitos como los picaflores, hasta los del tamaño de una tórtola, pueden venir enteros en aguardiente de caña, preparándose de esta suerte: Se toma un pedazo de lienzo usado, tres veces mayor que la circunferencia del pecho del pájaro y un poco más de largo; se extenderá el pájaro sobre el lienzo, de suerte que sus pies formen una línea derecha con el pico; y estando así, se envolverá tres veces en el lienzo sin doblarle las plumas. Después se dan algunas puntadas al lienzo, y de esta suerte se meterá en un barrilito con aguardiente con otros muchos.

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VI. Todo género de reptiles, como culebras, serpientes, víboras y también las ranas, sapos, lagartijas, tortugas pequeñas, cuadrúpedos muy chicos, monstruos y otros anima /Pág. 22/ litos, pueden venir en barrilitos con aguardiente de caña; observando que el aguardiente en que vinieren las culebras no sea de los más fuertes porque les quita los colores.

VII. Los insectos de estuche, como escarabajos y otros semejantes que tienen más resistencia, se deben también enviar en aguardiente, pero en vasos de vidrio o vidriados y pocos en cada vaso.

VIII. Para enviar las mariposas se harán unos cuadernitos de papel y se meterán entre sus hojas; pero se advierte que no han de pasar de doce las que se pongan en cada uno.

IX. El modo de coger las mariposas es éste: se tomará una vara la más larga que se pudiere, que tenga una de sus extremidades delgada y flexible. Ésta se arquea, y ata a la misma vara de suerte que forma un óvalo como media vara de largo, en el que se pone una tela de cedazo o gasa, y con esta vara larga se va por los campos y bosques a caza de mariposas. Cuando están paradas en el suelo o sobre las matitas, con gran facilidad se les pone encima la parte de la vara en que está la gasa, se mete con cuidado la mano y se coge la mariposa con dos dedos por el pecho, y a poco que se apriete, se muere, quedando entera, y sin perder ni aun los polvitos de las alas. Entonces se mete entre las hojas de un libro que se lleva para el intento, procurando que todas sus partes, como alas, piernas y antenas queden en aquella actitud que se desea; se ata el   —523→   libro con un hilo para que no tenga movimiento, y así continúa la caza. Cuando las mariposas están en los árboles altos, se espantan con la vara, o tirándolas alguna cosa, y se siguen hasta que se logra lo que se desea que es que se paren en el suelo, y así ninguna se escapa. También se cogen las mariposas de noche a la luz de una hacha, farol u otra cualquiera, presentándose con ella en los campos, bosques y arboledas. Ellas se vienen a la luz; se les echa encima un cedazo, y se cogen con mucha facilidad, consiguiendo de este modo muchas nocturnas que se ven rara vez. Se advierte que no se pongan dos mariposas en la misma hoja del libro, por evitar cualquiera movimiento que pueda perjudicar a las que están ya aseguradas.

X. Todos los peces se deben enviar en barriles con aguar / Pág. 23/ diente de caña, metiéndose enteros, sin que les falte cosa alguna.

XI. Las conchas, corales, madréporas, coralinas, esponjas, plantas marinas, etc., se deben secar bien, poniendo cada cosa separada de su papel con estopas, algodones, u otra cosa equivalente, para evitar que se quiebren en su transporte. Las conchas de materia delgada, las que tienen puntas y finalmente todo lo que fuere delicado, se enviará con separación en distintas cajitas y éstas vendrán en los cajones.

NOTA. Las conchas que se encuentran en las playas a orillas del mar, no son tan buenas como las que se pescan, porque las primeras son arrojadas por el mar después de muertos los animales; y como con el flujo y reflujo se estriegan en las arenas, pierden sus colores y se quiebran sus puntas y partes más delicadas. Lo contrario sucede en las segundas, que tienen   —524→   el animal vivo, y conservan su bella tez, y todas sus partes por entero; y así siempre se deben preferir éstas; para sacar el animal de la concha sin lastimar el testáceo, se meterán en agua bien caliente; entonces se abren y con facilidad se consigue el fin que se desea. Sería muy conveniente encargar a los pescadores tengan cuidado si acaso sacan en las redes algunas conchas y otras cosas curiosas, de guardarlas y de notar los parajes donde se hallan, para irlas a pescar de intento, si se creyere conveniente, como hacen otras naciones con utilidad.

XII. Las plantas se deben coger cuando están en flor y tiempo seco. Se meterán entre las hojas de un libro o papeles de estraza, extendiéndolas con mucha prolijidad, sin doblar las hojas, ni descomponer su figura natural. Se pondrán en prensa o con algún peso encima; se secarán a la sombra, se volverán al libro y en cada hoja se pondrá una sola planta con su número que corresponda al catálogo que se enviare, en el que se explicarán sus cualidades y usos, si dura un solo año o más, en qué especie de tierra se cría, cuándo da las flores, y cuándo madura su fruto o semilla, si las hojas se mantienen siempre verdes, o sólo algún tiempo limitado, etc. Las simientes deben escogerse perfectamente maduras; se secarán a la sombra, se meterán en papeles con sus números que correspondan a los del catálogo y se aplicarán todas sus /Pág. 24/ particularidades. Las frutas que se pudieren guardar secas se enviarán así; y las que no se pudieren secar, se pondrán en vasos con aguardiente y vendrán de este modo.

XIII. A cada cosa de las que se enviaren, sean animales, minerales o vegetales, se debe   —525→   poner su número que corresponda al del catálogo, en el cual se especificará el nombre que cada cosa tuviere en el país, y todas las particularidades que se supieren: si fuere animal, la edad y sexo, el tamaño ordinario, dónde vive o se halla, cuántos hijos pare cada vez, el tiempo de su preñez, de qué manera se matan, a qué uso sirven, en qué tiempo se juntan los machos con las hembras, qué comen, y de qué viven; y en fin, todo lo que sea posible saber de cada especie.

Los animales que vinieren en aguardiente deben también de traer su número. Este se señalará en una planchita de plomo, que se atará con un hilo al animal que corresponda, a fin de evitar equivocaciones.

NOTA. Como el aguardiente en que se meten los peces y otros animales enteros se empuerca con la sangre e impuridades de ellos, se tendrá cuidado de vaciarse a los quince días, y poner otro nuevo en su lugar, procurando que los animales queden bien sumergidos en el aguardiente y que el barril esté lleno del licor, para que vengan con seguridad.

Adviértese finalmente, que si en esta instrucción se especifica el modo de preparar los animales para su conservación, es con el fin de que se practiquen todas aquellas diligencias en los parajes en que se halle sujeto hábil, quien se pueda encargar; pues en los lugares en que no hubiere persona inteligente para tales operaciones, bastarán que se observen algunas de aquellas reglas en la parte que buenamente se pueda.