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Proyecto de bases para constituir la propiedad rústica en cotos redondos

José Ramírez Ramos



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ArribaAbajoAdvertencia

La Comisión organizadora del Congreso agrícola que se celebró en León el año 1906, me honró con el encargo de ser ponente en el tema 9.º, «Defectuosa constitución de la propiedad rústica en España, sus inconvenientes y medios de corregirlos», cargo que, como es sabido, obliga a presentar una Memoria, haciendo en ella el estudio del tema.

La importancia del derecho de propiedad, el más discutido de todos; la defectuosa constitución de la propiedad rústica en España; los grandes inconvenientes y obstáculos que ésta opone al buen cultivo; y las distintas y encontradas opiniones que se han expuesto para corregir esos defectos, exigían hacer un trabajo o estudio extenso y bien documentado.

Pero esto era incompatible con la necesidad de reducir la Memoria a las dimensiones que deben tener los trabajos que se presentan en los Congresos agrícolas, cuyo reglamento no concede más que el breve tiempo de treinta o cuarenta minutos para la exposición de cada tema.

Para obviar la dificultad; para armonizar el precepto del reglamento que me obligaba a presentar un estudio sumarísimo y sintético del tema, con lo que exigía la importancia de éste, que requería exponer los muchos y gravísimos defectos de que nuestra propiedad rústica adolece, y proponer los medios eficaces de corregirla, adopté la forma que me pareció más compendiosa y práctica, la presentación de un Proyecto de Bases para constituir las fincas de cultivo en cotos redondos, limitándome a comentar lo más brevemente posible, cada uno de los Motivos y Bases del Proyecto, y haciendo constar que, para cumplir con el reglamento, renunciaba a consignar multitud de datos y razonamientos que hubieran completado mi estudio; datos y razonamientos que, por su importancia, procurarla publicar en otra ocasión.

Nombrado Vocal de la Comisión creada por el Sr. Ministro de Fomento, en Marzo de 1907, para el estudio de la concentración parcelaria, el convencimiento, en mí cada día mayor, de que la única forma de constituir bien la propiedad rústica es la que propuse en dicho Congreso, me ha obligado a reproducir ante la expresada Comisión el Proyecto de cotos redondos, y me ha parecido que era llegada la ocasión de ampliarle con los datos y razonamientos que en el Congreso de León tuve que suprimir.

Así, este Proyecto es el mismo del año 1906, sin más variación que alguna corrección de estilo y la ampliación, bastante extensa, de los comentarios o explicación que para su mejor inteligencia acompañaban a los Motivos y Bases.




ArribaAbajoVoto particular

El que suscribe, Vocal de la Comisión de Concentración parcelaria, creyendo ineficaces las reformas que propone dicha Comisión para corregir los defectos de la actual constitución de la propiedad rústica y formar fincas de la extensión más conveniente a los intereses de la agricultura y de la sociedad, se considera obligado a formular voto particular, proponiendo la transformación de toda la propiedad rústica en cotos redondos, en la forma que se expone y razona en el adjunto Proyecto de Bases.

Es un hecho por todos reconocido que el estado económico de la familia labradora en España es tan aflictivo y angustioso que raya en miserable.

Débese tal situación al escaso rendimiento de las cosechas y al excesivo coste de los productos, que impiden a nuestros labradores competir con los extranjeros, aun dentro de España, en la baratura a que los venden.

En esto creo yo que consiste el problema agrícola, el problema de la producción, que puede formularse diciendo que producimos poco y caro, necesitando producir mucho, bueno y barato.

Que producimos poco, lo prueba el que las cosechas de trigo, que constituyen la base de nuestros cultivos, no pasan de ocho a nueve hectolitros por hectárea, cuando en la generalidad de las naciones el término medio es, por lo menos, 15 hectolitros, llegando en algunas a 35.

Y producimos caro, porque la fanega de trigo hace un gasto de nueve a nueve y media pesetas, y en muchas naciones ese gasto es sólo de cuatro a cinco pesetas.

Como la baratura de todo artículo de consumo es un bien, no debemos buscar el remedio al malestar de nuestra agricultura en el encarecimiento artificial de los productos, por más que en circunstancias extraordinarias, como las en que se encuentra la producción agrícola española y como recurso transitorio, mientras se estudian y plantean las reformas agrícolas necesarias y se remueven los obstáculos que nos impiden producir económicamente, puede y debe admitirse tal encarecimiento, siempre que no sea excesivo.

Hoy, los cereales de España necesitan un derecho protector de siete a ocho pesetas en cada 100 litros para poder malvivir los labradores. Derecho protector que no puede suprimirse mientras no desaparezcan las causas que impiden la reforma y mejora del cultivo, mientras no desaparezcan las causas que impiden aumentar el rendimiento de las cosechas en condiciones económicas.

Esas causas son muchas y muy complejas, por ser muchos los factores que intervienen en la producción, constituyendo cada una de ellas un obstáculo para el progreso y perfeccionamiento de la agricultura. Pero no todas tienen igual importancia, siendo las dos capitales, las que a todo trance y con la mayor urgencia hay que remover: LA FALTA DE INSTRUCCIÓN AGRÍCOLA Y LA DEFECTUOSA CONSTITUCIÓN DE LA PROPIEDAD RÚSTICA.

Doy tan extraordinaria importancia a estos dos factores de la producción, por creer que todos los demás obstáculos que se oponen al perfeccionamiento del cultivo dependen de ellos; por estar convencido de que el día que los labradores tengan la instrucción necesaria y esté bien constituida la propiedad rústica, desaparecerán las demás trabas que hoy impiden cultivar bien y económicamente.

Y no ofrece duda que también el Sr. Ministro de Fomento da capitalísima importancia a estos dos obstáculos, que yo considero como de primer orden, cuando por decreto de Octubre de este año de 1907 ha publicado un plan de organización de la enseñanza agrícola, y por otro de 22 de Marzo nombró una Comisión para el estudio de la concentración parcelaria.

Esta Comisión, de la que tengo el honor de formar parte, ha estudiado los defectos de la actual constitución de la propiedad rústica y los medios de corregirla.

Y aunque todos estamos conformes en los grandísimos inconvenientes que ofrece la actual parcelación, la excesiva división a que han llegado las tierras de cultivo, no sucede lo mismo respecto a las reformas que conviene adoptar para constituir bien la propiedad rústica.

El Vocal que suscribe este voto particular, complaciéndose en reconocer la mayor ilustración e inteligencia de sus compañeros de Comisión, tiene ideas tan distintas a las por ellos sustentadas respecto a la forma en que debe constituirse la propiedad rústica y al procedimiento que debe emplearse, que le es imposible suscribir las reformas que proponen, por creer que el único remedio está en el fomento de la población rural.

Y esto no se conseguirá más que señalando como límite mínimo de la extensión que han de tener las fincas de cultivo, lo que en un año pueda cultivarse con una yunta, y como límite máximo un radio de uno y medio a dos kilómetros desde el centro al extremo de la finca, o sea, constituyendo la propiedad en cotos redondos, haciendo desaparecer minifundios y latifundios, y permitiendo únicamente la existencia de fincas pequeñas en los ruedos de los pueblos.

Por eso, aunque la Comisión ha sido nombrada exclusivamente para que estudie el medio de conseguir la concentración parcelaria, como yo creo que la mejor forma es la constitución de la propiedad rústica en cotos redondos, y a esto se oponen también los latifundios, me veo obligado a proponer la reforma de toda la propiedad rústica, tanto de los minifundios como de los latifundios.

Y como la experiencia de muchos años intentando formar la finca normal del cultivo por medio de permutas voluntarias, sin haberlo conseguido, me ha enseñado que la iniciativa particular es ineficaz, por muchos que sean los alicientes y ventajas que se la concedan, para llegar por dicho medio a constituir bien la propiedad rústica, considero indispensable la intervención del Estado, y creo que éste debe encargarse de transformar los minifundios y latifundios en cotos redondos, declarando obligatorias las permutas de terreno, mediante la expropiación forzosa por causa de utilidad pública, salvo ciertas excepciones que se enumeran en el adjunto Proyecto de Bases.

Sin la formación de los cotos redondos por el Estado, no es posible ninguna reforma ni mejora importante en el cultivo; no es posible producir económicamente; no es posible que la agricultura española salga del atraso en que se encuentra.

Como la mejor forma de demostrar los defectos de la actual constitución de la propiedad rústica, la inutilidad de confiar su modificación a la iniciativa particular, el derecho del Estado a intervenir y a formar los cotos redondos, y las ventajas que éstos tienen para todos, propietarios, colonos y sociedad, presento, como voto particular, el adjunto Proyecto de Bases para la formación de cotos, dividiéndole en dos partes:

Primera parte. -Exposición de Motivos.

Segunda parte. -Bases para la formación de los cotos redondos por el Estado.

Y como se trata de una reforma tan importante y trascendental, he creído necesario explicar detalladamente, a continuación de cada Motivo y de cada Base, los fundamentos o razones que tengo para formularlos.

José Ramírez Ramos.

Diciembre 1907.






ArribaAbajoPrimera parte

Exposición de motivos



ArribaAbajoMotivo primero

Constitución actual de la propiedad rústica.


La propiedad rústica de España está constituida por fincas de extensión extraordinaria (latifundios) en gran parte del Mediodía, y por fincas sumamente pequeñas, de figura irregular y discontinuas (minifundios) en el Centro y Norte, desconociéndose casi por completo la propiedad media.

Comentario:

Antes de estudiar el medio de corregir los defectos de la propiedad rústica es preciso demostrar que las fincas, en España, son o excesivamente grandes o muy pequeñas, y que los dos extremos son viciosos, son perjudiciales al buen cultivo, al progreso agrícola.

No puede fijarse de una manera exacta la extensión que debe tener una finca para considerarla como pequeña, mediana o gran propiedad.

Según D. P. J. Moreno Rodríguez, en Francia es gran propiedad la que pasa de 40 hectáreas; en Alemania, la superior a 100; en Austria, la que excede de 200, y en Inglaterra, la mayor de 400. Y las mismas diferencias se notan respecto a lo que se entiende por pequeña propiedad.

En los Estados Unidos de América se dice que predominan las fincas de extensión media, considerando como tales las de ocho a 70 hectáreas.

El sabio Grandeau, en su monumental obra La Agricultura y las Instituciones agrícolas del mundo al empezar el siglo XX, dice que en Hungría consideran gran propiedad la mayor de 570 hectáreas; media, la de 115 a 570; y pequeña, la menor de 115; en Rumanía llaman propiedad media a la de 100 a 250 hectáreas; en Austria, es pequeña la menor de 200 hectáreas; y en Francia, consideran pequeña la menor de 10 hectáreas; mediana la de 10 a 40; y grande de 40 para arriba; notándose análogas diferencias de clasificación en otras naciones.

Yo considero como fincas pequeñas las que no tienen extensión suficiente para constituir una labor de una yunta; fincas medias las que no pasan de 100 hectáreas, y fincas grandes las mayores de 100 hectáreas.

En España, como luego demostraré, las fincas pequeñas no suelen llegar a una hectárea, y las grandes pasan con mucho de 100 hectáreas.


ArribaAbajoExcesiva acumulación de la propiedad rústica hasta que se decretó la desamortización. -Causas que produjeron la concentración de la propiedad

Muy antigua es en España la constitución de la propiedad rústica en fincas de gran extensión; a ello contribuyeron diversas causas.

El constante estado de guerra en que hemos vivido los españoles, los absurdos privilegios de la Mesta, concedidos a la ganadería, y la amortización civil y eclesiástica, estancando la propiedad en manos muertas, fueron fatales para la agricultura, ocasionando la formación de grandes latifundios y la casi completa desaparición de la mediana y pequeña propiedad.

Las guerras, en la Edad antigua y media, impidieron a las familias agricultoras vivir en casas aisladas, dentro del campo que cada una cultivaba, obligándolas a agruparse y formar pueblos grandes. Hicieron perder a los españoles los hábitos de trabajo y enviciarse en la vida de aventuras, encontrando más cómodo mantenerse de la conquista y la rapiña que de la agricultura y el comercio.

La conquista llevaba antiguamente, como consecuencia, el reparto del suelo y las donaciones de terreno a los caudillos vencedores. Costumbre fue, muy generalizada en la Edad media, que los reyes hiciesen donaciones de tierras, con el nombre de feudos, a los caudillos que a su lado peleaban; donaciones que se otorgaron también a ciudades y villas, iglesias y monasterios; a unos, como prueba de afecto y para premiar sus servicios, y a otros, para demostrar los reyes su piedad. Estas donaciones, unas eran hechas en pleno dominio, y otras a título de simple señorío.

A generalizarlas contribuyó la necesidad de repoblar, defender y cultivar las tierras abandonadas por los vencidos.

Por otra parte, la guerra exigía muchas veces la tala y destrucción de los cultivos que no se pueden trasladar de un punto a otro como se traslada la ganadería.

Así se comprende que la propiedad se concentrase en pocas manos, formándose fincas muy grandes y que sus dueños las dedicasen a pastos para convertirse en ganaderos, despreciando el cultivo.

D. Esteban Boutelou, en la Introducción al Libro de Agricultura de Abu-Zacaria, dice:

«La prosperidad agrícola de España en tiempo de la dominación romana, empezó a decaer cuando perdieron su importancia las curias, se aumentaron los tributos y desaparecieron los pequeños propietarios, acumulándose la riqueza territorial en pocas e inhábiles manos, dando así origen a los latifundios, de tan funestas y desastrosas consecuencias.»

Agravose el mal cuando España quedó subyugada por las naciones bárbaras. En esa época tuvieron origen los baldíos; se abandonó el cultivo de los terrenos que no pudieron vender ni repartir los conquistadores, destinándolos a que los pastase la ganadería, principal ocupación de aquellos pueblos. Con la venida a España de los godos aumentaron, en vez de disminuir, las grandes propiedades, ya porque los invasores se adjudicaron las dos terceras partes del terreno conquistado (leyes 8 y 16, tít. I, lib. 10 del Fuero Juzgo), ya por sus hábitos guerreros que les hacía mirar con desprecio el trabajo del campo y preferir la ganadería.

Los ocho siglos de guerra de reconquista, con motivo de la invasión árabe; la expulsión de moriscos y judíos, que nos hicieron perder dos millones de hombres de los más útiles para la agricultura; el descubrimiento de América, que si fue muy útil para la civilización, perjudicó a España por contribuir a conservar nuestro espíritu aventurero y a excitar en muchos el deseo de hacerse ricos sin trabajar, yéndose a Ultramar y restando brazos al cultivo; y, por último, los errores de la casa de Austria, que nos enredaron en nuevas guerras y aventuras en Europa, América, Asia y África, durante dos siglos, fueron causa de que disminuyese extraordinariamente la población y riqueza de España, y aumentase la concentración de la propiedad.

No menos contribuyeron a la formación de latifundios los privilegios de la Mesta.

Por favorecer a la ganadería se establecieron cordeles y cañadas de 45 y 90 varas de anchura respectivamente; se prohibió roturar y cerrar las heredades; arrendar las que otro hermano de la Mesta dejase por agravios recibidos; pujar un hermano la postura de otro; comprar los hermanos de la Mesta dehesas para labrarlas; se concedió derecho de posesión al ganado que sin reclamación de nadie ocupase una dehesa durante un invierno, y otros absurdos privilegios, contrarios todos al derecho natural, como la tasa de pastos, por la que se señalaba a los propietarios lo que habían de cobrar por el pasto de sus fincas, etc.

Y se completó la concentración de la propiedad, con la amortización civil, por la creación de mayorazgos y vinculaciones y la amortización eclesiástica, estancando en la Iglesia la propiedad rústica.

Los mayorazgos, nacidos de la vanidad, coartaron la libre disposición de los bienes, quedando muchos terrenos fuera del comercio, para vincularse en determinada persona de ciertas familias.

Lo mismo sucedió con los bienes raíces que por donaciones, herencias, etc., adquirió la Iglesia. Estos eran tan numerosos que a principios del siglo XVI se calculaba ascendían las riquezas del clero a la tercera parte de las de toda España (Escriche, Diccionario de Legislación).

De la antigüedad de los latifundios tenemos pruebas por lo que dicen escritores de distintas épocas.

Columela, en su célebre obra Los doce libros de Agricultura, escrita a principios de la Era cristiana, se quejaba de que las fincas rústicas aumentaban en extensión más de lo debido (lib. 1.º, cap. III).

Boutelou (Esteban), en la Introducción al Libro de Agricultura de Abu-Zacaria, lamenta la desaparición de los pequeños propietarios y la acumulación de la riqueza en pocas manos.

Jovellanos, cree que la concentración de la propiedad rústica en España empezó en la época de la dominación romana, extendiéndose los latifundios no sólo por Italia, sino por las provincias conquistadas y agregadas al Imperio (informe en el expediente de la ley Agraria).

Y D. Joaquín Costa dice (Colectivismo agrario) que en el siglo XVIII las tres cuartas partes del territorio español pertenecían a manos muertas o eran baldíos.

Con las reformas del siglo XIX en las leyes que regulaban el derecho de propiedad, la concentración de ésta ha desaparecido en la mayor parte de España, quedando reducida a siete u ocho provincias.




ArribaAbajoExcesiva división de la propiedad rústica en la actualidad en la mayor parte de España. -Causas que la han producido

La gran acumulación de la propiedad rústica en manos que no sabían explotarla y los absurdos privilegios de la Mesta, que impedían el cultivo racional del suelo, fueron la preocupación de los intelectuales del siglo XVIII y principios del XIX; y economistas, sociólogos y políticos, a cuya cabeza figuraban Jovellanos, Floridablanca, Campomanes, el Conde de Aranda, Olavide y más tarde Flórez Estrada, propusieron medidas más o menos radicales para reformar la propiedad.

Al influjo de sus ideas se debieron las leyes desvinculadoras del siglo XIX. Pero al querer concluir con la concentración de la propiedad, al querer extinguir los latifundios, caímos en el extremo contrario. «Lamentose por siglos, dice D. Fermín Caballero, la excesiva aglomeración de tierras, y queriendo dividirlas las hemos triturado.»

Entre las distintas causas que han contribuido a la extraordinaria división a que ha llegado la propiedad territorial, dos son las principales: la defectuosa forma en que se hizo la desamortización, y la costumbre, hija de la ignorancia, que se estableció, a raíz de ser suprimidos los mayorazgos y vinculaciones, de dividir las fincas rústicas en tantas suertes como interesados hay en las transmisiones de dominio, especialmente tratándose de herencias.

Al vender los bienes desamortizados no se tuvieron en cuenta más que dos fines, los dos políticos: aumentar los ingresos en las arcas del Tesoro e interesar en la causa liberal a los compradores de bienes nacionales, olvidándose de las conveniencias del cultivo, por no comprender que todo se hubiera podido armonizar, que no eran incompatibles el fin político y el agrícola.

La desamortización pudo favorecer la buena constitución de la propiedad rústica, haciendo las ventas en lotes de terreno indivisibles y de una extensión apropiada al mejor aprovechamiento del suelo (la labor de una yunta), imponiendo a los compradores la limitación de no roturar los terrenos pobres y los de gran pendiente, siendo obligatorio dedicarlos al cultivo forestal.

Por no haber prohibido la destrucción de ciertos montes, cuyo terreno no servía para otros cultivos, se han descuajado en pocos años muchos miles de hectáreas que hoy ni dan productos forestales ni sirven para otros cultivos.

No se puso límite a la división de las fincas que se desamortizaban, por considerar que cuanto mayor fuese esa división más aumentaba el número de interesados en la causa liberal, y eso fue un gran error económico. A eso hay que agregar que se vendían las fincas sin justipreciarlas, que se aceptó para su pago el papel consolidado, y que lo poco que produjo la desamortización se aplicó a la deuda pública.

Por no haber seguido los consejos de Flórez Estrada, por no haber dado los bienes desamortizados a censo redimible a los mismos colonos que venían cultivándolos, o, caso de venderlos, haberlo hecho en la forma que dejó indicada, la desamortización no produjo los efectos sociales y agrarios que debió producir.

La segunda causa que contribuyó a la excesiva división de la propiedad, fue el constituir la legítima de los hijos los cuatro quintos de la herencia, ley vigente hasta la publicación del Código civil. Debido a eso, ha venido siendo práctica constante que todos los herederos tengan igual participación en las fincas de la testamentaría (de la mejora del tercio se ha hecho poco uso). Y este mal se agrava con la costumbre, general en las testamentarías, de dividir cada una de las fincas en tantas suertes como herederos deja el testador.




ArribaAbajoFormas en que hoy esta constituida la propiedad en España

Respecto a su extensión, la propiedad rústica puede clasificarse en tres grupos:

Primer grupo. -Constituida por latifundios o fincas de gran extensión, en la mayor parte de Andalucía y Extremadura.

Segundo grupo. -Constituida a la vez por fincas muy grandes y otras muy pequeñas, en unas cuantas provincias, como Toledo, Ciudad Real, Salamanca, Albacete.

Tercer grupo. -En forma de minifundios o fincas muy pequeñas, con raras excepciones, en el resto de España.

Las fincas de extensión intermedia, de cabida regular, de 10 a 100 hectáreas, son tan pocas que constituyen la excepción.

Latifundios:

Su existencia, en las comarcas antes citadas, nadie la pone en duda y hasta se atribuye, con razón, a su existencia el malestar de la clase obrera; por eso no necesito demostrarla. Pero para dar una idea de lo que son consignaré algunos datos referentes a su extensión.

Según el Sr. Moreno Rodríguez «los cortijos grandes andaluces suelen tener 1.250 fanegas (800 hectáreas); los medianos 400 (apropiadas para el cultivo) y algunas dehesas comprenden hasta 2.000 hectáreas (3.100 fanegas).

»Jerez tiene 45 leguas cuadradas, o sea 140.000 hectáreas: de éstas, 122.000 constituyen los terrenos de labor y las dehesas que forman cortijos. La Comisión que el año 1886 estudió en Jerez el problema agrario calculó, y se quedó corta en el cálculo, el término medio de los cortijos en 250 hectáreas. Ochenta y tantos propietarios poseen entre todos 38 leguas, 6 sea 118.000 hectáreas.

»La Junta Consultiva fija la extensión de cada labor de las provincias andaluzas en 300 a 600 hectáreas y algunas aún mayores; pero advierte que son pocos los casos en que esas tierras pertenecen a un solo propietario.»

Según D. Juan José Morato, los términos municipales de Andalucía tienen la siguiente extensión media: en la provincia de Granada, 12 leguas; en la de Málaga, 14; en la de Almería, 17; en la de Huelva, 27; en la de Jaén y Sevilla, 28; en la de Cádiz, 35, y en la de Córdoba, 37. Siete Municipios: Lorca, Cáceres, Badajoz, Jerez, Albacete, Almodóvar del Campo y Montoro, tienen casi la misma superficie que toda la provincia de Guipúzcoa con sus 90 concejos.

Y por añadidura, los baldíos suman en 40 provincias más de tres millones de hectáreas, o sea 30.000 kilómetros cuadrados.

El Sr. Rodrigáñez dice que en el Mediodía las dehesas a cargo del Ministerio de Hacienda son:

En Cádiz 3, con 951 hectáreas; Córdoba 6, con 2.993; Huelva 2, con 864; Jaén 12, con 9.569; Málaga 1, con 404; Sevilla 10, con 17.608; Badajoz 59, con 16.276, y Cáceres 80, con 50.048 hectáreas. Existiendo otras muchas que no cita porque no las conoce.

Con lo copiado basta para formar idea de la extensión extraordinaria de las fincas en esas comarcas.

Minifundios:

Todos saben que la propiedad rústica está excesivamente dividida en la mayor parte del territorio español; pero son muchos los que ignoran hasta qué extremo llega esa división. Y a fin de que se conozca con la exactitud posible, creo necesario hacer el resumen de las opiniones de la mayoría de los escritores que, directa o indirectamente, han estudiado la parcelación, y, además, hacer un cálculo aproximado de la cabida media de las parcelas de cultivo, para demostrar que no pasa de 30 a 35 áreas.

Reconocen que la división es excesiva:

1.º La Academia de Ciencias Morales y Políticas, en el hecho de haber ofrecido (bienio de 1897 a 1899) el premio creado por el Conde de Toreno a la mejor Memoria sobre el tema: «Disposiciones que podían impedir en España la división de las fincas rústicas, cuando esta división perjudica al cultivo.»

2.º Los Registradores de la propiedad señores Pazos y Ondovilla, en las Memorias que presentaron en el Concurso a que se refiere el número anterior y que obtuvieron el 1.º y 2.º premio. Memorias dignas de estudio; la del Sr. Pazos, más que por las soluciones que propone, ineficaces en mi opinión, por los curiosos datos que contiene; y la del Sr. Ondovilla, notable por todos conceptos, y de cuyas opiniones sólo disiento en un punto, para mí de mucha importancia.

3.º La generalidad de los Ayuntamientos, Corporaciones, Comité del ferrocarril del Norte, Junta Consultiva Agronómica y la gran mayoría de los particulares que contestaron a la pregunta 14 del interrogatorio formulado por la Comisión encargada de practicar la información sobre la crisis agrícola y pecuaria el año 1888; contestaciones que pueden verse en el extracto que de ellas hace el Sr. Pazos (Memoria citada, cap. XXI).

4.º La Comisión encargada de recibir la información sobre la crisis agrícola y pecuaria dicho año 1888. Propuso que se diese una ley fijando la extensión mínima de la pequeña propiedad.

5.º El Centro agrícola Salmantino, en su informe al proyecto de Código rural de D. Manuel Danvila. Reconoce que «la división de la propiedad sin límites de ningún género, como acontece entre nosotros, es muy perjudicial para la agricultura». «Llevada más allá, dice, de lo permitido por exigencias de los cultivos, produce funestos resultados.»

6.º D. Manuel Colmeiro, Catedrático que fue de Derecho Político y Administrativo en la Universidad de Madrid.

7.º D. Eduardo Chao, en su proyecto de ley que publicaron los periódicos.

8.º D. Saturnino Álvarez Bugallal, en su proyecto de ley de 1880.

9.º El sabio Catedrático D. Gumersindo Azcárate, en el juicio crítico del libro Derecho inmoviliario español del competentísimo tratadista D. Bienvenido Oliver, y en su Ensayo sobre la Historia del derecho de propiedad. El señor Azcárate llama absurdo al desmembramiento a que ha llegado la tierra en algunas comarcas, y considera aún más absurda la diseminación de las parcelas. Y cita el caso de existir en Galicia una finca con sólo el terreno preciso para contener un árbol que pertenece a varios dueños.

10. El Ingeniero agrónomo D. Esteban Sala y Carrera, en un artículo publicado por la prensa agrícola, donde, para demostrar el grado de división a que ha llegado la propiedad territorial, dice que de 437.788 fincas enajenadas el año 1873, el 32,63 por 100 eran menores de 20 áreas, y el 66,35 por 100 menores de una hectárea.

11. El Sr. Mallada, en su libro Los males de la Patria. Dice (páginas 106 a 110): «Como si fuesen impertinentes filosofías dedicadas a los habitantes de otro planeta, así se escuchan las razones que, desde la publicación de la Memoria de Caballero hasta la fecha, se exponen con el fin de corregir los defectos de la división de la propiedad rural.» Y más adelante añade: «Uno de los fundamentales problemas que hay que resolver, es la determinación de los límites inferior y superior que la finca típica normal debe tener para su mejor aprovechamiento.»

12. La Comisión encargada de formar el Proyecto de ley adicional a la Hipotecaria de 10 de Abril de 1864. Con su indiscutible autoridad afirma que «las diminutas propiedades que tanto abundan en España, y prevalecen por completo en algunas provincias, son absolutamente incompatibles con los progresos de la agricultura y la riqueza».

13. Todos o casi todos los Registradores de la propiedad, en sus respectivas Memorias. La Dirección de los Registros, cuando estuvo desempeñada por D. Javier Gómez de la Serna en el año 1896, empezó a publicar, con el título de Datos para el estudio de la propiedad inmueble en España, un resumen de las Memorias de los Registradores de la propiedad. Pero como no se ha impreso más que el primer tomo, que sólo comprende cinco Audiencias, extractaré las opiniones de los Registradores, tomándolas de la ya citada Monografía del Sr. Ondovilla, que hace un resumen de ellas.

«Califican de extremada la parcelación en los pueblos que comprenden sus respectivos Registros, los de Madrid, Ávila, Guadalajara, Segovia y Toledo.

»Aseguran que está dividida la propiedad rústica, más allá de los límites que señala la ciencia agronómica, la mayor parte de los Registradores de las provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Murcia.

»Se lamentan de la subdivisión del suelo los de las provincias de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora.

»Afirman que en su territorio abundan las fincas que no pasan de 4 a 6 áreas los de la provincia de Oviedo.

»Piden se favorezca la reunión de parcelas los de las Baleares.

»Consideran pulverizada la propiedad territorial los de la Audiencia de Burgos.

»En Extremadura, los de Jarandilla, Hervás y Hoyos, atribuyen que en sus distritos llegue hasta desconocerse el colonato a la circunstancia de estar dividida la tierra en diminutas parcelas de valor insignificante.

»Y los Registradores de Galicia dicen que las tierras están fraccionadas en lotes homeopáticos y que todos los habitantes de aquella región aspiran a ser propietarios aunque sea de un surco, siendo la creciente pulverización del suelo obstáculo a toda reforma progresiva.»

14. D. Fermín Caballero, considerado por todos como la primera autoridad en esta materia, publicó el año 1862 una notabilísima Memoria sobre el fomento de la población rural, premiada por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que afirma que llegaba a tal grado la división de la propiedad en las fincas de cultivo, que su cabida media no pasaba de 50 áreas y las labores de una yunta constaban generalmente de 51 fincas discontinuas. Esa división en vez de disminuir ha aumentado, como luego demostraré.

15. D. Braulio Mañueco, uno de los que mejor conocen la excesiva división de la propiedad rústica de España por su profesión de agrimensor, lleva muchos años escribiendo contra los males de la parcelación.

16. Por último, la inmensa mayoría de las Corporaciones (Comunidades de labradores, Sindicatos, Sociedades agrícolas, Consejos de Agricultura, Brigadas del servicio agronómico, etc.) y de los particulares, que han contestado al Cuestionario formulado por la Comisión para el estudio de la concentración parcelaria, en 20 de Junio de 1907, lo han hecho afirmativamente a la pregunta primera, que dice así: ¿Está en esa comarca excesivamente dividida la propiedad rústica y disgregada la correspondiente a un solo dueño?

Con las citas que quedan copiadas basta para adquirir la convicción de que la propiedad territorial en España está extraordinariamente dividida; pero como se trata de un mal de tanta trascendencia para el cultivo, conviene llevar más adelante la investigación y ver si se puede averiguar, aproximadamente, cuál es la cabida media de las fincas destinadas a cultivos anuales y bisanuales.

Sin que tenga valor absoluto el cálculo siguiente, por no existir datos exactos en qué fundarlo, puede asegurarse que es muy aproximado.




ArribaAbajoCabida media de las fincas rústicas

Tomándolo, no recuerdo de qué estadística, afirmé hace doce años, en mi Estudio de los obstáculos que se oponen al progreso agrícola, que en España había unos 25 millones de fincas. Hoy, con mejores datos, creo que el número de fincas es de unos 46 millones, y su cabida media de 30 a 35 áreas, y voy a tratar de demostrarlo.

Para calcular la cabida media de las fincas rústicas de España, hay que averiguar: 1.º, el número de hectáreas en cultivo, y 2.º, el número de fincas en que están divididas las hectáreas cultivadas.

Número de hectáreas dedicadas al cultivo.

Según los datos del Ministerio de Fomento, tomados de las Memorias de los Ingenieros agrónomos provinciales, los terrenos dedicados al cultivo el año 1900, eran:

Hectáreas
Cereales 12.800.500
Leguminosas 999.500
Viñas 1.450.000
Olivares 1.360.000
Raíces y tubérculos 860.000
Plantas industriales 235.000
Huertas y frutales 640.000
Prados cultivados 250.000
Regadío 1.250.000
Total 19.845.000

En el regadío van incluidas 340.000 hectáreas de riego eventual.

El resto de las 19.845.000 hectáreas hasta 50 millones que tiene España de extensión superficial, está destinado a pastos, montes, poblaciones, caminos, ríos, etc.

Número de fincas que hay en España.

Por deficiencias de las estadísticas no se puede averiguar de una manera exacta el número de fincas de cultivo que hay en España; pero puede hacerse un cálculo aproximado.

Cálculo hecho por los datos del Registro de la propiedad.

Las fincas inscritas en los Registros de la propiedad son, según el Registrador Sr. Pazos, 22.575.089 (Memoria citada).

Parece a primera vista que este debe ser el número de fincas que hay en España, pero no es así.

A esos 22 millones y medio de fincas hay que añadir:

1.º Las que «con arreglo a la ley del Registro de la propiedad se consideran como una sola finca, cuando en realidad son varias».

El Registrador Sr. Pazos y García dice: «Se inscriben como una sola finca todas las que situadas dentro de un término municipal radiquen en un término o lugar de cada foral de Galicia o Asturias, que pertenezcan a un solo dueño directo o varios pro indiviso, o en que no estén divididas por este concepto las porciones de terreno, y todas las fincas rústicas gravadas con censos enfitéuticos en el mismo caso anterior.»

Y el Reglamento añade que, a instancia de los interesados, pueden figurar en el registro como una sola finca «las explotaciones agrícolas conocidas con los nombres de cortijos, haciendas, labores, masías, dehesas, cercados, torres, caseríos, granjas, lugares, casales, cabañas, etc., que formen un cuerpo de bienes, dependientes o unidos con uno o más edificios y una o varias piezas de terreno, aunque no linden entre sí, con tal que pertenezcan al mismo cuerpo de bienes. Considera asimismo una sola finca las piezas de tierra colindantes que pertenezcan por cualquier título a un mismo dueño».

Difícil es determinar con exactitud cuántas fincas hay que aumentar por estos conceptos a los 22 millones y medio; pero siendo tantas las que pueden inscribirse como una sola cuando en realidad son varias, no es aventurado afirmar que el aumento es de importancia y calcularle en un millón o más, lo que nos dará un total de 23 y medio a 24 millones de fincas. Fundado en eso, el Sr. Pazos calcula el número de fincas en 23 millones o algo más. Pero su cálculo es erróneo, porque se olvida de lo más importante, que es lo siguiente:

2.º Las fincas que no están inscritas.

Don Agustín Ondovilla, Registrador de la propiedad de Jerez, persona competentísima en todo lo que al Registro de la propiedad se refiere, dice, apoyándose en la opinión de los demás Registradores de la propiedad, que las fincas inscritas en toda España no pasan del 48 por 100 (Monografía ya citada).

En confirmación de este cálculo he leído que en cuatro años, 1901 a 1904 inclusive, se inscribieron en los Registros de la propiedad de toda España 2.110.854 fincas, y se liquidaron, para el impuesto de derechos reales, 5.075.978 fincas, quedándose sin inscribir 2.965.124. De modo que en esos cuatro años han dejado de inscribirse más de la mitad, el 58 por 100. Las fincas inscritas fueron: el año 1901, el 53 por 100; el 1902, el 39; el 1903, el 40, y el 1904, el 37, lo que da un promedio de 42 por 100 inscritas y el 58 sin inscribir.

En vista de lo expuesto, no puede ofrecer duda que el número de fincas que hay en España pasa del doble de las inscritas. Y por consiguiente, si duplicamos los 23 y medio o 24 millones de fincas inscritas, tendremos un total de 47 o 48 millones.

Es verdad que de esto hay que descontar las fincas inscritas no dedicadas al cultivo, no incluidas en los 20 millones de hectáreas consideradas como cultivadas; hay que descontar los montes, dehesas de pasto, etc.; pero su número es tan insignificante que no altera la cifra de los 48 millones.

Según el Ingeniero de montes Sr. Armenteras (Árboles y montes, páginas 226 y siguientes), el número de montes de aprovechamiento común, dehesas boyales, montes enajenables y montes investigados y no clasificados, es sólo de 8.121. Pues aun suponiendo que los particulares tengan inscritas doble y aun triple de ese número de fincas no dedicadas al cultivo; aun suponiendo, lo que es una exageración, que entre todas las fincas inscritas no dedicadas al cultivo hubiese 50, 60, hasta 100.000, esto no alteraría la cifra de los 48 millones de fincas más que en la décima parte de una unidad y quedarían 47.900.000 fincas.

Y para que no se pueda poner el menor reparo a mi cálculo, le haré rebajando esa cifra a 46 millones de fincas.

Como última prueba del gran número de fincas que hay sin inscribir, consignaré el hecho siguiente:

Sabido es que los amillaramientos son una farsa. Pues aun así, en cinco provincias, Cuenca, Guadalajara, León, Orense y Soria, resultan amillaradas próximamente doble número de fincas que las inscritas. Tienen esas cinco provincias: amillaradas, 7.090.018, e inscritas, 3.671.854 fincas.

Y por si se quisiera sacar del amillaramiento cifras con que rebatir lo que dejo dicho, voy a examinarle.

Cálculo por los datos del amillaramiento.

Las cuotas amillaradas hace más de veinte años, según un estado que copia el Sr. Pazos, eran 22.718.533. Las amillaradas en la actualidad, según los datos del Instituto Geográfico y Estadístico, datos que me ha proporcionado D. Faustino Navarrete, vienen a ser las mismas.

Para calcular las fincas rústicas que hay en España, tomando por base el amillaramiento, hay que proceder de modo análogo que con las fincas inscritas.

A los 22 millones y medio de cuotas amillaradas hay que añadir:

1.º El número de fincas que representan las ocultaciones, las que no están amillaradas, para no pagar contribución.

Sabido es que hay una gran ocultación de riqueza rústica que se calcula en más del 30 por 100, según los trabajos que lleva hechos el Instituto Geográfico y Estadístico.

En prueba de ello, véanse las cifras siguientes:

Provincia de Córdoba: Hectáreas
Superficie amillarada 901.223
Según el Instituto Geográfico 1.372.662
Ocultación 471.439 o sea el 33 por 100.

En las provincias de Málaga y Sevilla dicen que la ocultación es mayor aún, y en la de Granada que es escandalosísima.

Es verdad que una gran parte de la ocultación consiste en dar a las fincas menor cabida de la que realmente tienen, en calificarlas como de calidad inferior a la que corresponde y en no poner la verdadera clase de cultivos a que están dedicadas. Pero no es menos verdad que también hay muchas fincas sin amillarar.

2.º El número de fincas que representan cada una de las cuotas del amillaramiento que comprende varias fincas.

Por no hacer interminables los amillaramientos, a causa de la excesiva división de la propiedad, es costumbre en muchos Ayuntamientos que cada cuota de contribución sea la suma de lo que a un propietario corresponde pagar por todas sus fincas de la misma calidad, representando a veces una sola cuota 10, 20 o más fincas.

Las fincas de regadío, huertas, prados y las de secano cuando están cerradas, suelen amillararse separadamente, formando tantas cuotas de contribución como fincas de esas clases hay en el término municipal; pero las tierras de secano, abiertas y dedicadas al gran cultivo, se amillaran a cada propietario en tres grupos: tierras de primera, de segunda y de tercera calidad, formando una sola cuota las de cada calidad, aunque comprendan 20 o más fincas. Y si el propietario las tiene dadas en renta o colonia, se amillaran las que lleva cada colono en los mismos tres grupos, en esta forma: Por tantas hectáreas de ... calidad, suma la riqueza imponible ...; corresponde pagar al propietario ...; ídem al colono ...

Puedo citar propietario que, poseyendo en un solo Municipio más de 300 fincas y estando todas amillaradas, no figura más que por unas 30 cuotas. Y lo mismo le sucede en otros pueblos.

Sólo por este dato se puede asegurar que existen más de doble número de fincas rústicas que cuotas amillaradas.

De modo, que si a los 22 millones y medio de cuotas amillaradas se añaden las ocultaciones de fincas sin amillarar y las fincas incluidas en cada cuota, resultarán más de los 46 millones.

Por otro procedimiento, el de la comparación por provincias de cuotas amillaradas con las inscritas, se confirma las deficiencias, tanto del amillaramiento como de los Registros de la propiedad, y se prueba que hay más de doble número de fincas que las descritas en unos u otros libros.

Por ejemplo, las cuotas amillaradas en las seis provincias siguientes: Alicante, Almería, Ávila, Pontevedra, Segovia y Valladolid, suman 1.116.044, mientras que las fincas inscritas son 3.888.248, lo que da en estas provincias tres veces más fincas inscritas que amillaradas. Y como, según queda dicho, las fincas inscritas no pasan del 48 por 100, puede calcularse que en esas seis provincias hay siete veces más fincas que cuotas amillaradas.

Sólo así, figurando en cada cuota varias fincas, se explica que en la provincia de Segovia, donde no hay ocultación de riqueza rústica, y si la hay será muy pequeña, en uno solo de los cinco Registros de la propiedad, el de la capital, existen inscritas mayor número de fincas que cuotas amillaradas en toda la provincia.

Según el Sr. Ondovilla, Registrador que ha sido de Segovia, las fincas inscritas en el Registro de la capital son 143.160, mientras que las cuotas amillaradas en toda la provincia no pasan de 121.839.

En cambio, en otras provincias sucede lo contrario; las fincas inscritas no llegan a la mitad de las amillaradas. Así, las inscritas en las cinco provincias de Cuenca, Guadalajara, León, Orense y Soria suman 3.671.854, y las cuotas amillaradas llegan a 7.099.018.

Después de lo expuesto no creo que se pueda tachar mi cálculo de exagerado.

Aceptando como muy aproximado el cálculo de 46 millones de fincas de cultivo, ¿cuál será su cabida media?

Fácil es deducirlo. Si tenemos 20 millones, escasos, de hectáreas destinadas al cultivo y están divididas en 46 millones de fincas, el término medio de cada finca resultará de unas 40 áreas.

Y si en vez de hacer el cálculo para toda España, excluimos de él los grandes latifundios de las siete u ocho provincias en que domina esa forma de propiedad, la cabida media bajará para el resto de la nación, y tendremos que en la generalidad de las provincias no pasa de 30 a 35 áreas.

Para confirmarlo, voy a copiar los únicos datos que he encontrado referentes a una comarca determinada.

El Sr. Ondovilla, siendo Registrador de Segovia, hizo una estadística de la cabida de las fincas inscritas en su Registro. Y resulta que de 143.160 fincas inscritas, su cabida es la siguiente: 542 desconocidas, 9.000 mayores de una hectárea y 133.617 menores de una hectárea, con la particularidad de que más del 70 por 100 de las 133.617 son menores de 39 áreas.

Y añade el Sr. Ondovilla que las fincas inscritas no llegan al 48 por 100, y que puede asegurarse que las no inscritas son las más pequeñas, por ser las que no pueden sufragar los gastos que ocasiona el tener corriente la titulación.

Y aunque no afirmase autoridad tan competente como el Sr. Ondovilla que son las fincas más pequeñas las que no están inscritas, sería fácil demostrarlo.

Los que hemos ejercido la abogacía fuera de las grandes poblaciones, y no sólo los Abogados, sino todos los que vivimos en pueblos de corto vecindario, sabemos que de cada 100 testamentarías, 70 se hacen por los Secretarios de los Ayuntamientos, en papel común, sin elevarlas a escritura pública y, por consiguiente, sin inscribirlas; y de cada 100 contratos de compraventa, más de 50 se hacen también sin las formalidades legales, en documentos privados, con sólo la garantía de dos testigos; contratos que en los pueblos llaman ventas de cocina y que legalmente no son más que promesas de venta.

Cierto es que, con el tiempo, una parte de esas transmisiones de dominio entra en el Registro de la propiedad por la puerta falsa de la información posesoria, pero la mayoría, constituida por las fincas más pequeñas, se queda sin inscribir.

Y si, como se demuestra con los estados del Sr. Ondovilla, el 93 por 100 de las fincas inscritas en Segovia son menores de una hectárea, y el 70 por 100 menores de 39 áreas, y a eso se añade que están sin inscribir las fincas más pequeñas, cuyo número no baja del 50 por 100, ¿no es indudable que en ese distrito la cabida media de las fincas rústicas con dificultad llegará a 30 áreas?

Pues lo mismo sucede en toda la provincia y en la generalidad de España.

Tan extraordinaria división de la propiedad no puede menos de ser incompatible con el cultivo racional y económico, como demostraré al estudiar sus inconvenientes, y exige un pronto remedio.






ArribaAbajoMotivo segundo

Defectos e inconvenientes de los latifundios.


Perjudican al progreso y perfeccionamiento del cultivo las fincas constituidas por grandes extensiones de terrenos, cuando éstas son la regla y no la excepción, porque los propietarios ni quieren, ni saben, ni pueden explotarlas bien.

Unos no quieren, por estar dominados por el absentismo.

La generalidad no sabe, por falta de instrucción.

Y ninguno o casi ninguno puede, por falta de capital, o porque la excesiva extensión de la finca impide cultivarla económicamente.

Comentario:

La constitución de la propiedad rústica en latifundios, cuando ocupan toda o casi toda la comarca, desconociéndose la mediana y pequeña propiedad, no sólo impide el buen aprovechamiento del terreno, sino que es causa de miseria y despoblación.

Los latifundios sólo pueden existir donde constituyan la excepción y no la regla, donde domine la propiedad media y pequeña, y con la condición de que su explotador disponga de gran capital.

Jovellanos, en su célebre informe, escrito por encargo de la Sociedad Económica de Madrid, con motivo del expediente de la ley Agraria, refiriéndose al período de la dominación romana, dice: «La inmensa acumulación de la propiedad territorial, el establecimiento de las grandes labores, el empleo de esclavos en su dirección y cultivo y su consiguiente abandono, y la ignorancia y vilipendio de la profesión no pudieron dejar de sujetarla (a la agricultura) a los vicios y desaliento inseparables de semejante estado.» «Ya en tiempo de Vespasiano, añade, se quejaba Plinio el Viejo de que la gran cultura, después de haber arruinado a la agricultura de Italia, iba acabando con la de las regiones sujetas al imperio, y así decía: Verunque confitentivus latifundia perdidere Italiam, yam vero et provintias.»

Y al examinar los obstáculos que en el siglo XVIII se oponían al progreso agrícola, los clasificó en tres grupos: Políticos o derivados de la legislación; morales o derivados de la opinión; y físicos o derivados de la naturaleza; incluyendo entre los políticos, como uno de los principales, la amortización eclesiástica y civil, que excluían del comercio la mayor parte de las tierras.

Henry Jeorge (Progreso y miseria) cree que los latifundios ocasionaron la ruina de Grecia y Roma.

Tan perjudicial se consideró en el sigo XVIII la acumulación de la propiedad, que todos a una, economistas, sociólogos, políticos, etc., pidieron su reforma (véase Motivo 1.º).

Extremadura acudió al Rey (año 1764) por medio del Diputado D. Vicente Pamo, pidiendo remedio a la crisis agrícola producida por la concentración de la propiedad en pocas manos, y proponiendo 17 conclusiones para su remedio. (Costa, Colectivismo agrario, páginas 135 y siguientes.)

En la 9.ª de esas conclusiones se dice: «Para evitar que los poderosos lo disfruten todo o la mayor parte en agravio de los pobres, se ha de limitar el número de yuntas y ganados, sin que ninguno pueda exceder este señalamiento, que se aumentará o disminuirá a proporción que aumente o disminuya el número de labores con respecto a la extensión del término municipal.»

Esta reclamación fue la que dio motivo al expediente sobre la crisis agrícola y pecuaria de Extremadura (1764-1771). En él emitieron su opinión todas las principales autoridades de España, entre ellas: Floridablanca y Campomanes, como Fiscales del Consejo; Jovellanos, en nombre de la Sociedad Económica de Madrid; el Corregidor de Cáceres, los Intendentes, Procurador general del Reino, Olavide, etc., y todos opinaron contra la acumulación de la propiedad, por considerarla un gran mal, y propusieron reformas más o menos radicales.

A esa unanimidad de pareceres contra los latifundios se debió el que, a principios del siglo XIX, se llevase a las Cortes de Cádiz el problema de la desamortización (año 1811).

D. Francisco Salazar, en su libro Restauración política, económica y militar de España, enumera como males de la agricultura los mayorazgos, las manos muertas y personas que no administran y cultivan por sí mismas; la prohibición de poner en cultivo las tierras baldías; los abusivos privilegios de la Mesta; el hallarse casi toda la tierra en poder del clero, fundaciones, encomiendas, etc., no poseyendo sino una porción mínima los verdaderos labradores (Costa, Colectivismo agrario).

Y no es sólo en España donde se consideran perjudiciales los latifundios, sino en el extranjero.

M. Cauwes (Economía política) cree que las grandes propiedades son causa de decadencia.

En Inglaterra, país de los latifundios, pues de 40 millones de habitantes sólo son propietarios 300.000, la población disminuye extraordinariamente, siendo tan grande la emigración del campo a las ciudades, que en pocos años ha llegado a la cuarta parte, y los habitantes rurales no son hoy más que el 18 por 100. Rider Haggard se lamenta de que muchas comarcas inglesas se están quedando desiertas, y cree que deben reducirse de extensión las explotaciones agrícolas en ciertas regiones. El estado físico y moral de la población rural le considera alarmante.

En Italia, los latifundios están ocasionando una gran emigración al extranjero. M. Fr. Lenormant dice que, desde la República romana, los latifundios han sido el obstáculo al progreso de la agricultura italiana y uno de los principales factores de la despoblación del país. Y Grandeau, en sus Instituciones agrícolas del Mundo, escribe: «Entre las varias causas que producen la cruel miseria de los campos, la principal es el latifundio, la falta de medianos y pequeños propietarios. Así se ha formado en Italia la clase de fattori o mercanti di campagna, que toman en arrendamiento, mediante una renta fija, la explotación de grandes dominios, y se imponen como intermediarios entre el propietario y los cultivadores. Estos intermediarios se enriquecen a expensas de propietarios y colonos, citándose intendentes de propietarios aristócratas que con ese oficio se han hecho rápidamente millonarios. Debido a ese sistema de intermediarios el dominio de Policoro, que tiene 140 kilómetros cuadrados, no produce al Príncipe Gérace más que 296.000 francos al año.»

Se explica que los latifundios sean perjudiciales, porque su gran extensión los hace más propios para el cultivo extensivo, en el que se deja gran parte del terreno inculto, dedicado a pastos naturales, que para el cultivo intensivo, que constituye la forma más perfecta de aprovechamiento del suelo. De ahí que las comarcas donde dominen los latifundios sean comarcas atrasadas, pobres y de escasa población, como en el Mediodía de España.

He dicho que los latifundios suelen estar mal explotados en España, porque la generalidad de los grandes propietarios ni saben, ni quieren, ni pueden cultivarlos bien, y voy a demostrarlo.

Primero. La generalidad de los propietarios y colonos no saben explotar los latifundios por falta de instrucción general y agrícola.

La falta de instrucción agrícola ha sido y es tan general en España que hasta hace poco se ha creído, y aun hoy se sigue creyendo por muchos, que no hace falta estudiar para ser agricultor, que no se necesitan maestros. Absurda creencia que ya fue criticada por Columela, al principio de la Era cristiana, en el prefacio de su obra Los doce libros de la Agricultura.

Por pensar así, hemos tenido hasta hace poco, como únicas leyes agrícolas, el empirismo y la rutina; suponiendo que para ser labrador bastaba tener una yunta, un arado y semillas.

Tan necesaria considero la instrucción agrícola, que hace doce años decía yo, en mi Estudio de las causas que se oponen al progreso de la agricultura, que el primero y principal obstáculo para el perfeccionamiento del cultivo es la falta de instrucción, el no conocer los labradores la agricultura como arte.

Bajo tres formas podemos considerar la agricultura: como ciencia, como arte y como oficio; correspondiendo respectivamente a esas tres formas los nombres de agrónomo, agricultor y cultivador. Las unas son el complemento de las otras, debiendo existir las tres a la vez y guardar la relación conveniente.

Esa relación no existe en España.

Tenemos muy pocos Ingenieros agrónomos, que son los que conocen fundamentalmente la ciencia agrícola y las ciencias auxiliares.

No hay casi ningún agricultor; no conocen la generalidad de los que están al frente de los cultivos, ya sea como propietarios, ya como colonos, las principales leyes de la ciencia agronómica, y no pueden aplicarlas racionalmente, cuando debíamos tener tantos agricultores como explotaciones agrícolas.

Y, en cambio, casi todos los labradores, lo mismo los propietarios que los colonos, no son más que simples cultivadores, no tienen más conocimientos que los prácticos, no conocen ni aun los teóricos elementales que necesita un buen obrero; de ahí que generalmente se practiquen rutinariamente las operaciones del cultivo.

La instrucción, indispensable en todas las industrias, en todas las profesiones y oficios, lo es aún más en la agrícola, por ser la más importante, difícil y compleja.

Y es tanto más necesaria, cuanto más en grande se cultive.

Por falta de instrucción, por desconocer la economía rural, muchos prefieren explotar fincas de gran extensión, teniendo que seguir un sistema primitivo muy extensivo, dedicando a pastos permanentes parte del terreno, en vez de dividirlas en cotos o sea en varias labores, y cultivarlas por un sistema más perfecto y económico. Y de este defecto adolecen también los colonos.

Segundo. La mayoría de los grandes propietarios no quieren explotar por sí sus fincas rústicas por estar dominados por el absentismo y prefieren arrendarlas.

El absentismo, el espíritu antirrural, el afán de vivir en las grandes poblaciones, de hacer la vida de casino y de café, domina en muchos propietarios, haciéndoles aborrecer el campo y no comprender sus ventajas y sus encantos.

Realmente el absentismo es una consecuencia de la ignorancia, de la falta de instrucción general y agrícola, y también de la defectuosa constitución de la propiedad rústica. Por eso concluiría o por lo menos disminuiría mucho el día que la instrucción agrícola se generalizase y la propiedad rústica estuviese bien constituida.

La viciosa educación y la escasa instrucción hacen que generalmente se mire con desprecio la agricultura y se la considere como oficio vil.

Por no haber dado al labrador la debida consideración social, por creer que el ejercicio de la industria agrícola es menos noble que el de las otras, la inmensa mayoría de los propietarios no quieren dedicarse a la agricultura, y prefieren poner sus tierras a renta, yéndose a vivir a las grandes poblaciones.

Y no sólo no explotan directamente sus fincas, sino que, en su desprecio a la agricultura, se empeñan en que sus hijos sigan una carrera literaria, sirvan o no para ejercerla, con lo que restan inteligencias al cultivo para llevarlas con exceso a otras profesiones, donde, para corregir ese exceso, por la ley de la selección, son excluidos los menos aptos, que no sabiendo o no pudiendo utilizar sus estudios literarios, concluyen por solicitar algún destino o empleo, formando ese numerosísimo ejército de pretendientes, empleados y cesantes, plaga de zánganos y parásitos que es preciso extinguir.

El cultivo exige la presencia del director de la explotación en la finca cultivada, y mientras los dueños de latifundios vivan en las grandes poblaciones no podrán explotar sus fincas.

D. Miguel López Martínez, en su libro El Absentismo, dice: «La base esencial de la vida del campo (yo diría del cultivo) es la residencia del agricultor en el predio rústico. Esta circunstancia es tan necesaria para el progreso agrícola, que sin ella no es posible que se realice.

»El absentismo del propietario es causa constante de ruina, porque con él son de todo punto imposibles la enseñanza que resulta de la observación, la experiencia que da el ensayo, el lucro que proporciona la aplicación al cultivo de las ciencias que constituyen o sirven de complemento a la agronomía.

»La vida del campo es sostén mucho más firme y duradero del sosiego de las naciones que la vida de la ciudad; la primera predispone a la sencillez de costumbres y a suavizar las pasiones, mientras la segunda tiende al lujo, a la holgazanería y al vicio.»

Tercero. Los propietarios de fincas de extensión extraordinaria, aunque sepan y quieran explotarlas bien, no pueden hacerlo económicamente, unas veces por falta de capital y siempre por las pérdidas de tiempo y aumento de jornales que representan las grandes distancias que hay que recorrer de un extremo a otro de la finca; esto es, por tratarse de latifundios, por su mucha extensión.

Tanto el defecto de cultivar la tierra con poco capital, como el de explotar bajo una sola dirección más terreno de lo que aconseja la economía rural, se deben principalmente a la falta de instrucción, a la ignorancia de lo que debe ser el cultivo.


ArribaAbajoFalta de capital con relación al terreno que se explota

Ocurre en España con frecuencia que los labradores cultivan más terreno de lo que les permite su capital de explotación, y esta mala costumbre es aún más general tratándose de latifundios; resultando que la industria agrícola no rinde lo debido, siendo unas veces poco lucrativa y otras ruinosa.

No están de acuerdo los economistas al definir el capital, habiendo llegado algunos, como Rossi, a no dar ese nombre más que a los valores destinados a la reproducción; mientras que otros, como Juan Bautista Say, consideran como capital todo producto acumulado, cualquiera que sea el uso a que se le destine.

En economía rural, la palabra capital se emplea comprendiendo con este nombre los distintos elementos que entran en la producción.

La agricultura necesita varias clases de capitales, pudiendo clasificarse en dos grandes grupos: fijo y de explotación.

El capital fijo comprende: el intelectual y el territorial (pudiendo tenerse éste en propiedad, arrendamiento, censo, etcétera).

El de explotación se divide en mueble y circulante.

Capital mueble: puede ser vivo (ganado de trabajo y ganado de renta) y muerto (instrumentos de cultivos, íd. de transporte, arneses, utensilios de granja y granero y mobiliario propiamente dicho).

Capital circulante, consiste en el trabajo (del hombre, de los animales y de las máquinas), las materias primeras (alimentos, forrajes, semillas y abonos), gastos generales y alquileres y fondos de reserva (que pueden ser de amortización, de seguros y de imprevistos).

Auxiliar indispensable en todas las industrias el capital, lo es más que en ninguna en agricultura.

Y no sólo necesita el agricultor las distintas clases de capital enumerados, sino que es preciso guarden éstos entre sí la debida proporción. Organizar bien una explotación agrícola es más difícil de lo que a primera vista parece y de lo que muchos creen. Hay que armonizar muchos elementos para producir con economía y utilidad.

Hoy, según va progresando la ciencia agrícola va disminuyendo la importancia del capital tierra. Ésta, sin dejar de ser el agente principal de la producción, no lo es en proporción tan considerable como antes. Y lo que ha perdido en importancia el capital tierra lo han ganado los capitales de explotación: abonos, enmiendas, labores, máquinas, metálico, etc.

En los sistemas primitivos de cultivo la producción se debía casi exclusivamente a las fuerzas de la naturaleza, a la fertilidad del suelo; pero según se ha ido perfeccionando el cultivo, ha aumentado la parte que en la producción toman las fuerzas y la inteligencia humanas, la parte que se debe al capital de explotación; y en la misma proporción ha disminuido la parte que en los productos y beneficios corresponde a la tierra.

En España, por ignorancia y por la defectuosa constitución de la propiedad, no suelen guardar relación el capital tierra y los demás capitales; siendo mucho mayor el primero que los segundos. Puede asegurarse que más del 50 por 100 de los labradores no tienen el capital mueble necesario, y más del 80 por 100 carecen del capital circulante indispensable.

Unos, los propietarios de minifundios, por estar sus tierras divididas en pequeñísimas parcelas, discontinuas, diseminadas en todo el término municipal, no tienen aliciente ni gusto para cultivarlas y forman con ellas pequeños lotes para darlos en renta. Esto contribuye a que se improvisen labradores sin capital, o con un capital tan pequeño, que no guarda proporción con la tierra que cultivan.

Otros, los propietarios de latifundios y los arrendatarios de éstos, por vanidad de cultivar fincas muy grandes y por el error, hijo de la ignorancia, de creer que cuanto más terreno exploten mayor es la ganancia, no reparan en labrar mucha tierra con poco capital.

Este error es una de las varias causas de nuestro atraso agrícola.

No tienen en cuenta que vale más cultivar poco y bien que mucho y mal; que «una hacienda grande mal cultivada, rinde menos que una pequeña que lo está bien». Columela dice (lib. 1.º cap. III): «en todas las cosas se ha de guardar modo y medida, que nadie quiera comprar una hacienda mayor de lo que permitan sus fondos», y cita la sentencia de Virgilio (Geórgicas, lib. 2.º, verso 397): «celebra las haciendas grandes, pero cultiva una pequeña». Consigna, además, la opinión de los cartagineses, que decían: «la heredad debe ser más débil que el labrador, porque como ha de luchar con ella, si puede más ésta, él queda arruinado».

Esto es lo que no quieren aprender los que cultivan latifundios; la heredad por su gran extensión, puede más que ellos. Si lo aprendiesen, los dividirían en varias labores y se duplicaría la producción.

Algo pueden suplir la falta de capital las instituciones de crédito, pero ni éste se halla bien organizado en España, ni es la panacea que ha de salvar la agricultura, como algunos pretenden, desconociendo que no se debe utilizar más que en ciertos casos.

Las instituciones de crédito no pueden resolver el problema agrícola, porque el préstamo no debe ser condición natural de la agricultura. El estado normal de la propiedad es la ausencia de toda deuda. Así opinó el Dr. Thiel, Consejero de Estado de Rusia; así lo acordó el Congreso agrícola internacional celebrado en Budapest el año 1885, y así lo afirmaba el Vizconde de Campo Grande, en nuestras Cortes, al discutirse el dictamen sobre la crisis de cereales y legumbres en 1889.

Además, antes de crear establecimientos de crédito, es necesario reformar la propiedad rústica, único medio de que el capital produzca un interés regular y de que el agricultor inspire confianza y tenga crédito.

Mejor medio que recurrir al crédito para suplir la falta de capital, cuando éste escasea para cultivar bien los latifundios, es constituir una Sociedad agrícola anónima por acciones, que haga la explotación. En ella el propietario del terreno puede recibir en acciones el valor que representa el capital tierra que aporta a la sociedad.

Esta clase de asociaciones son la mejor forma de explotar las fincas de gran extensión, que exigen mucho capital y mucha inteligencia; sobre todo, cuando dichas fincas se prestan a explotar alguna de las industrias derivadas del cultivo, como, por ejemplo, fábricas de azúcar, elaboración de mantecas y quesos, etc.

Pero el mayor inconveniente, el mayor obstáculo para cultivar bien los latifundios es su mucha extensión.

Los inconvenientes de que una finca tenga más extensión de la que económicamente se puede cultivar son: pérdida de tiempo y jornales, por las grandes distancias que hay que recorrer al hacer cada una de las operaciones del cultivo; no hacer esas operaciones con oportunidad, y tener que dejar sin labrar, dedicándola a pastos, una parte del terreno, aunque sea de buena calidad.

No desconozco que en los últimos años las condiciones del cultivo han cambiado y fincas que antes se consideraban excesivamente grandes hoy no lo son. Es verdad que los modernos procedimientos de cultivo exigen fincas de mayor extensión que antiguamente, pero todo tiene sus límites.

Con el perfeccionamiento de los instrumentos de cultivo resultan hoy más económicas las labores en las fincas relativamente grandes que en las pequeñas, por utilizarse mejor en las primeras el trabajo de las máquinas.

Cuando no se conocía más arado que el romano, y con él se hacían todas las labores; cuando no se habían inventado las sembradoras, segadoras, gradas, extirpadores, arados de varias rejas, rodillos, malacates, etc., el cultivo de fincas grandes era imposible económicamente. Pero hoy que una máquina sembradora extiende y cubre tanta semilla como antes cinco o seis yuntas; hoy que una segadora corta en un día cuatro hectáreas de mies, para cuya operación se necesitan segando a mano 25 hombres, la extensión que puede tener una explotación agrícola ha aumentado mucho.

Mas no por eso puede darse a las labores una extensión ilimitada; cuando la distancia entre la casa de labor y el terreno que se cultiva es excesiva, cuando pasa de ciertos límites, aun con los instrumentos perfeccionados se pierde mucho tiempo y jornales en recorrer la distancia entre la casa de labor y el extremo de la finca y se encarece la producción, siendo poco o nada remuneradora.

En el Congreso agrícola de Salamanca (año 1904) al tratar del barbecho, dije que si el terreno que se explota dista más de dos kilómetros de la casa de labor, aun siendo fértil, no debe dedicarse a cultivos que exijan labores de arado, por resultar cara la producción; y cité las opiniones de Moll, que cree deben destinarse a pastos permanentes, y de F. Nicolle que afirma no se debe labrar ninguna tierra a más de 1.500 metros de la casa habitación.

Por evitar repeticiones no examino aquí las pérdidas de tiempo y jornales que se experimentan en los cultivos a gran distancia, y lo haré en el Motivo tercero al estudiar los defectos de la parcelación.

Y a esas pérdidas hay que añadir las que representa el hacer mal las labores por falta de tiempo, o por no ejecutarlas oportunamente, y el que algunas veces se queden sin hacer; defectos comunes también a los minifundios.

Se calcula que en Andalucía, por las causas expuestas están sin cultivar las tres cuartas partes del terreno, empleándose en su explotación el sistema pastoral. Y tanto en Andalucía como en Extremadura, en el terreno dedicado al cultivo se sigue el sistema de rozas, defectuosísimo y anticuado.

Examinando las ventajas e inconvenientes del barbecho, en el citado Congreso de Salamanca, sostuve que la economía rural no condena en absoluto ningún sistema de cultivo; que hasta los más primitivos, como el forestal y pastoral combinados, son racionales y hasta necesarios en ciertos casos, por constituir el mejor medio de explotar unos terrenos. Pero añadí que eso es la excepción, admisible sólo donde el rigor del clima, la pobreza del suelo, lo quebrado del terreno, etc., impiden el cultivo por procedimientos más perfectos.

Y como la generalidad de los terrenos dedicados al sistema pastoral en Andalucía, Extremadura y algunas otras comarcas, no se encuentran en esos casos, hay que condenar se siga allí ese sistema primitivo de explotación, que sólo es debido a que las fincas son excesivamente grandes, a que la propiedad está constituida en latifundios.

En el sistema de pastoreo, tan general en el Mediodía de España, como consecuencia de los latifundios, no se aprovechan más que las fuerzas de la naturaleza.

Y a los defectos del sistema pastoral hay que añadir los de la trashumación, pues muchos latifundios se explotan con ganado trashumante. Y es que los latifundios son apropiados para el sistema pastoral, el de los grandes rebaños.

La trashumación es un sistema propio de los pueblos primitivos, como los Númidas en África, los Tártaros en Asia y como los Godos y otras naciones del Norte de Europa, y constituye uno de los mayores obstáculos al progreso agrícola.

Consiste en llevar de un extremo a otro de España grandes rebaños de ganado lanar, para que pasten, durante el invierno, en Andalucía, Extremadura y parte de la Mancha, y durante el verano, en las montañas de León, Asturias y Norte de Castilla; utilizando para el paso grandes extensiones de terreno llamadas cañadas, cordeles y veredas. (De León a Badajoz y lo mismo de Logroño a Córdoba, hay de 600 a 700 kilómetros.)

Representa la incultura, la agricultura en estado rudimentario y resulta incompatible con el progreso, la vida moderna y la mejora y perfeccionamiento del cultivo.

El ganado trashumante es uno de los mayores errores económicos: 1.º Por necesitar extensos terrenos y en distintas comarcas, para poder trasladar los ganados de unas a otras, con el fin de evitar los rigores de las estaciones extremas. -2.º Porque en este sistema están encomendadas a la naturaleza la alimentación y la reproducción, resultando la ganadería cara, mal alimentada y hasta pasando hambre en algunas épocas; vive a la intemperie, padeciendo unas veces por el frío y otras por el calor, expuesta a toda clase de enfermedades, a merced de los pastores, sin poder ser vigilada por el dueño y perdiéndose los abonos.

Las cañadas, con sus 90 varas de anchura, y los cordeles, con 45, son terrenos improductivos que se roban al cultivo, y comprenden, según el Sr. Calderón (Fomento de la ganadería), 2.000 kilómetros de largo, equivalentes a unas 100.000 hectáreas.

Perjudican a la agricultura, no sólo por el terreno que la roban, sino por los daños que el ganado trashumante causa en las heredades colindantes. Y perjudican a la misma ganadería trashumante porque en tan larga jornada se fatiga, pasa hambre, desmerece la lana, y además, las cañadas constituyen un medio de contagio de toda clase de enfermedades infecciosas.

Con el ganado trashumante se aprovecha mal la leche para la elaboración de quesos y mantecas, no se crían más que una mitad de los corderos que nacen y se pierden los abonos.

Otra consecuencia de los latifundios, es que en España se críe otra clase de ganado más perjudicial aún que el trashumante: los toros bravos o de lidia.

Los terrenos más fértiles, dice D. Francisco Espinosa, tomándolo de una Memoria de la Junta Consultiva agronómica, están dedicados a dehesas de pasto para la cría de toros de lidia. Sólo en Andalucía hay 56 ganaderías. Y como éstas tienen que vivir exclusivamente de pastos permanentes y constantemente a la intemperie, necesitan mucho y buen terreno para mantenerse, alimentándose seis bueyes de labor, donde sólo puede sostenerse un toro bravo.

Las corridas de toros, dice el Sr. Calderón, distraen de la agricultura 100.000 cabezas de ganado vacuno. Y a esto hay que agregar que los toros son, como con razón afirman los hermanos Reclus, «espectáculos repugnantes, de gente cobarde, que se deleita con el dolor ajeno y contribuyen a convertir en sanguinarios a los pueblos».

Todos estos defectos de la ganadería son consecuencia de los latifundios.

No debe ser ganadero el que no sea labrador. El ganado debe guardar proporción con el terreno que cada uno cultiva.

Hoy, para mantenerse la ganadería, ni necesita la trashumación, ni las grandes extensiones de terreno que representan los latifundios. Se conocen medios más económicos de proporcionar alimento al ganado, como son: los prados artificiales, el cultivo de plantas forrajeras y el de tubérculos y raíces en alternativa con los cereales, el aprovechamiento de los residuos de muchas industrias, como fábricas de azúcar, destilerías, feculerías, mantequerías, etc.

De todos los sistemas de explotación del suelo, el pastoral es el más caro, el que menos produce y, por consiguiente, el más antieconómico. Y si el ganado es trashumante, la explotación resulta aún más defectuosa. Con el aprovechamiento de los latifundios por el sistema pastoral, donde se podían mantener media docena de personas, sólo se mantiene una.

En el Memorial ajustado del expediente de concordia entre la Mesta y la Diputación General del Reino, se dice:

«El ganado estante produce triple que el trashumante» (núm. 1.722).

«El exceso de producto de un terreno destinado a labor sobre el producto de ese mismo terreno ocupado por ganado trashumante es inmenso» (núm. 1.724).

«Con 100 ducados de capital mantiene el labrador dos personas, y con 1.000 apenas necesita de una el ganadero» (número 1.742).

Comparando las utilidades del terreno de labor con el de pasto, dice el mismo documento (números 1.724 y 1.727): «Las utilidades del labrador en cada millar de tierra ascienden a 17.000 reales, que al 7 por 100 de contribución representan para el Estado un ingreso de 1.190 reales; mientras que en el mismo terreno dedicado a pasto sólo se mantienen 800 cabezas de ganado trashumante, que a 4½ reales de utilidad, por cabeza, para el ganadero, y al 5 por 100 de contribución, sólo cobra el Estado 180 reales.»

Y en otra parte he leído, que 1.000 hectáreas dedicadas al pastoreo dan un producto bruto de unas 8.000 pesetas, y la misma cantidad de terreno, dedicada a un cultivo no intensivo, como, por ejemplo, cereales con barbecho, produce 141.000 pesetas, pagándose por salarios en el primer caso 1.300 pesetas, y en el segundo 28.000 pesetas.

M. Royer dice que la producción guarda en los distintos sistemas de cultivo la proporción siguiente: el sistema forestal es el de mínima producción; el pastoral se puede representar por 1.000 kilos de heno seco por hectárea; el cereal por 3.000 a 5.000 kilos, y el hortícola llega al máximum.

Y se comprende; se calcula que en terreno de secano con pastos permanentes, cada oveja necesita al año para mantenerse cerca de media hectárea, y como una cabeza de ganado caballar equivale a 10 lanares, una de vacuno a siete y una de cerda a cuatro, resulta que la manutención de cualquier clase de ganado con pastos naturales permanentes exige grandes extensiones de terreno.

Por último, el número de personas que, en igualdad de terreno, pueden mantenerse con la industria ganadera, es muy inferior al de las que pueden vivir del cultivo. En el cultivo con barbecho se emplea un hombre por cada tres o cuatro hectáreas, y en el sistema de pastoreo sólo se emplea un hombre por cada 30 a 40 hectáreas.

Después de lo expuesto no ofrece duda que la explotación de todo o una parte del suelo por la ganadería (sistema del que no se puede prescindir en los latifundios) es una de las causas que contribuyen a la pobreza de las comarcas en que se practica ese sistema, a la falta de jornales, al malestar de la clase obrera, al atraso de la agricultura, a la carestía de los artículos de primera necesidad y a complicar el problema social, tanto por ocupar muy pocos brazos, como por dar una producción muy escasa.

Contra lo que dejo expuesto se objetará que no todos los latifundios están explotados por el sistema de pastoreo, que algunos están dedicados al cultivo y otros tienen parte del terreno destinado a pastos y parte al cultivo.

Es verdad; pero también lo es que por el hecho de ser latifundios, el sistema de explotación que emplean es el céltico, mixto de cultivo y pastos; el menos productivo, el más imperfecto y caro, después del forestal y pastoral.

En el sistema céltico, que es el que se emplea con el nombre de rozas en Extremadura y con el de tercio en Andalucía, a las fuerzas de la naturaleza se las ayuda algo con el trabajo del hombre, pero en la menor proporción posible, empleando muy pocos brazos y aprovechándolos mal, y no se explotan las industrias derivadas del cultivo.

En este sistema se destina el terreno, en períodos alternos, al cultivo y a pastos; después de obtener en él una cosecha de cereales se deja varios años, dos o tres, para que le paste el ganado.

Y no pueden cultivar de otro modo: es la consecuencia de los latifundios. Hay que dejar dos o tres años una gran parte del terreno sin labrar por falta de tiempo, por la imposibilidad de abonar y cultivar tanta tierra.

Se alega, para defender ese sistema de cultivo tan extensivo en el Mediodía de España, que por la sequedad del clima no se dan allí bien los cereales, ni se puede establecer una buena alternativa de cosechas.

Los que así discurren no conocen bien la agronomía ni la fitotecnia.

En primer lugar la sequedad del clima se combate con las labores profundas. En mi estudio al tema Labores del Congreso agrícola de Segovia, celebrado el año 1903, demostré la influencia de las labores profundas para conservar la humedad en el suelo con las experiencias de Dehêrain y con las del Conde de San Bernardo. Y precisamente los experimentos del Conde de San Bernardo se hicieron en Andalucía.

Pero aun admitiendo que los cereales no se den bien en gran parte de esa región, y que allí no se pueda establecer una buena alternativa a base de cereales, esa no es razón para tener muchos terrenos incultos. Las plantas de cultivo no se limitan a la familia de los cereales, las constituyen muchas especies, y donde unas no se den bien se dan otras, como la vid, olivo, almendro, etc., plantas que por la mayor profundidad a que penetran sus raíces resisten mejor que los cereales las sequías. Esto sin contar con que hay leguminosas propias para climas y terrenos secos, como la sulla, esparceta, etc., cuyo cultivo no sólo da buena producción, sino que deja bien preparado el terreno para el de cereales.

Además, el clima del Mediodía no es incompatible en absoluto con los cereales, cuando éstos se cultivan con esmero. La selección de semillas, la elección de variedades apropiadas, las labores profundas, los abonos convenientes, permiten en ciertos terrenos ese cultivo. Lo que hay es que no debe hacerse extensivo a toda clase de tierras, que la siembra de cereales debe restringirse no sólo en el Mediodía, sino en muchas comarcas de España, y aumentar el cultivo de otras plantas, entre ellas las forrajeras.

El gran mal del Mediodía de España está en la falta de población rural, en la distancia entre los pueblos, o sea la casa donde vive el labrador y el terreno que cultiva. Las casas de los cortijos no suplen ese defecto, no son la casa habitación del explotador del terreno ni la de los obreros; unos y otros viven en el pueblo, a muchos kilómetros de distancia.

Donde hay pueblos cuyo término municipal tiene 14, 17, 20 y hasta 30 leguas, como muchos de Andalucía y Extremadura, no se puede cultivar bien. Pueblos de más de 26.000 habitantes como Lorca y Badajoz, y de 60.000 como Jerez, no pueden ser agrícolas.

Según dice D. José Quevedo en su Memoria sobre El problema agrario en el Mediodía de España, premiada con el accésit en el concurso abierto por S. M. el Rey, la provincia de Cádiz no tiene más que 42 pueblos, correspondiendo a cada uno por término medio de 18 a 20.000 hectáreas, habiendo alguno que tiene 140.000.

Análoga aglomeración de vecindario hay en Sevilla y Badajoz, y poco menos en algunas otras provincias.

Así se explica que Alcalá de los Gazules, de 46.877 hectáreas, tenga 26.800 de terrenos incultos; Los Barrios, de 33.600, tengan 25.000 incultas; Castellar, de 17.700, tenga 12.000, etc., y en toda la provincia, de 737.815 hectáreas, estén sin cultivo, dedicadas a pastos, 292.862; resultando sólo 347.543, o sea menos de la mitad del terreno destinadas a cereales, leguminosas, vid y olivo, y 390.273 destinadas a montes, dehesas y terrenos improductivos (véase Quevedo, Memoria citada, páginas 15 y 16).

A esas distancias ni se puede cultivar bien, ni las cosechas pueden ser remuneradoras. El único remedio está en aproximar la casa de labor a la finca que se labra, no dando a ésta más extensión que lo que permitan los modernos procedimientos de cultivo.

Y a los defectos enumerados hay que añadir el aumento en la pérdida de tiempo y de jornales que resulta por la forma en que se hace el cultivo en esa región, pérdidas que ya eran grandes por la mucha extensión de las fincas.

Es costumbre, dice D. José Quevedo, y lo confirman todos los que conocen cómo se cultiva en Andalucía, «labrar besanas larguísimas con 15 a 20 yuntas, lo que ocasiona: pérdida de tiempo para ponerse a labrar a la vez todos los gañanes; pérdidas por pasadas, bromas o distracciones de unos con otros, y pérdidas porque la labor de todas las yuntas tienen que regirse por la velocidad mínima de la yunta más débil».

Eso, además, da lugar a creación de un cargo especial, el de un gañán más, que tiene por oficio sustituir a los otros cuando se ven obligados a ausentarse para hacer alguna necesidad, lo que representa un obrero más y un jornal más por cada grupo de gañanes.

Y no sólo son los latifundios de particulares los mal explotados, sino todas las grandes fincas pertenecientes al Estado, Municipios y Comunidades.

La explotación del suelo por estas Corporaciones es siempre defectuosa y cara. Por eso, donde más propiedad tienen el Estado y Municipios es en las naciones más atrasadas, como Rusia, donde la propiedad rústica se caracteriza por la gran proporción de terreno que pertenece al Estado y a las Comunidades rurales.

Esta clase de propiedad ofrece el inconveniente de ser administrada por personas jurídicas, por colectividades que no tienen el interés del propietario individual, y algunas, además, el que se aprovechan en común o colectivamente.

Para evitar repeticiones, no he de tratar ahora de lo defectuoso que resulta el aprovechamiento en común; lo haré al estudiar en el Motivo quinto la ineficacia del colectivismo para corregir los defectos de la actual constitución de la propiedad.

Me limito aquí a consignar que los bienes rústicos del Estado, Municipios y Comunidades son aún mayor obstáculo al progreso de la agricultura que los latifundios de los particulares, y que dichas Corporaciones, por lo mal que las administran, no deben poseer esa clase de propiedad, sin más excepción que ciertos terrenos cubiertos de monte o que es conveniente poblar de monte; terrenos que por ahora, mientras no aprendamos lo necesario que es el arbolado, y estemos dispuestos a plantar y respetar los árboles, deben pertenecer al Estado.

Y no es que yo crea que los tres millones de hectáreas que suman los baldíos de 40 provincias ni todos los demás terrenos de propios y Comunidades se pueden roturar; hay una gran parte que nunca servirá más que para pastos; pero en vez de estar como ahora, aprovechados colectivamente, deben venderse y aprovecharse individualmente.

Con lo expuesto creo haber demostrado los inconvenientes de los latifundios. Más adelante estudiaré las ventajas de transformarlos en cotos redondos.






ArribaAbajoMotivo tercero

Defectos e inconvenientes de los minifundios.


Oponen grandes obstáculos al buen cultivo los minifundios o fincas muy pequeñas, porque aun sabiendo y queriendo explotarlas bien sus dueños, no pueden conseguirlo.

Sus principales inconvenientes pueden clasificarse en cuatro grupos:

1.º Ocasionar grandes pérdidas de tiempo y de jornales en todas las operaciones agrícolas.

2.º Perderse para el cultivo mucho terreno, debido al extraordinario número de lindes, veredas y caminos que exigen las fincas muy pequeñas, y aumentarse la exposición a sufrir daños en los frutos y tener disgustos, cuestiones y pleitos, a causa de la frecuencia con que se experimentan cambios de hitos e intrusiones por parte de los colindantes de mala fe.

3.º Dificultad de tener corrientes los títulos de propiedad, haciendo muy costosas y entorpeciendo las transmisiones de dominio, con lo que además disminuye el valor de las fincas.

4.º Impedir la mejora y perfeccionamiento del cultivo, por ser difíciles, cuando no imposibles, las reformas siguientes:

a) El empleo de ciertas máquinas agrícolas perfeccionadas.

b) La variedad de cultivos y la restricción o supresión del barbecho.

c) El encauzamiento de los ríos, la transformación en regables de algunos terrenos de secano y el saneamiento de los suelos húmedos.

d) La plantación de arbolado en tierras pobres.

e) El cierre de heredades.

f) El buen aprovechamiento de todos los productos.

g) La explotación de ciertas industrias.

h) La construcción de la casa de labor dentro del campo de cultivo.

Comentario:

Si la falta de instrucción no fuese el primero y mayor de los obstáculos al progreso y perfeccionamiento de la agricultura, lo sería indudablemente la parcelación1, la excesiva división de la propiedad rústica.

Defectuosa es la constitución de la propiedad cuando está formada por latifundios, como ya queda demostrado; pero aún son más defectuosos los minifundios. Los dos extremos, cuando constituyen regla y no excepción, son viciosos y perjudiciales.

Son más perjudiciales los minifundios que los latifundios, aunque al parecer los primeros no agravan tanto el problema social, porque es más fácil dividir las fincas grandes que reunir las pequeñas para hacer una regular, y por ser aún más cara la producción en los minifundios.

Conveniente es que las fincas no sean excesivamente grandes, pero también hay un límite mínimo que no se debe traspasar.

El cultivo de la tierra dividida en multitud de pequeñas fincas discontinuas, de figura irregular, desparramadas por todo el término municipal, no ha podido hacerse nunca en buenas condiciones económicas, y menos se puede hacer hoy que el material agrícola perfeccionado exige fincas de dimensiones relativamente grandes.

Mientras el defecto de la excesiva división de la propiedad rústica no se remedie, todas las reformas que se intenten serán poco menos que estériles, no alcanzarán a corregir el atraso de la agricultura española; no conseguirán hacer de ella una industria lucrativa; no llegarán a ponerla en condiciones de competir con la producción extranjera.

Los grandísimos inconvenientes de la excesiva división de la propiedad, los insuperables obstáculos que ésta opone al progreso agrícola, no se comprenden en toda su importancia más que viéndolos prácticamente.

Por eso, la generalidad de los políticos no sólo dejan de dar a la concentración parcelaria la importancia capitalísima que tiene, sino que buscan la resolución del problema agrícola en causas que, sin dejar de tener importancia, resultan de segundo orden ante la magnitud del daño que ocasiona la defectuosa constitución de la propiedad rústica.

Pero no me produce esto tanta extrañeza como el que los labradores que están todos los días tocando los inconvenientes de la parcelación y viven pobremente por esta causa, no sólo no claman constantemente contra ella, sino que, en su ignorancia, llegan hasta el extremo de oponerse a la reunión de esas pequeñas fincas para formar una regular.

Se alega por algunos en favor del extraordinario fraccionamiento de la propiedad, que así son todos o casi todos propietarios y disminuye el número de jornaleros.

Los que eso dicen no conocen las amarguras que pasan, la pobreza y miseria en que viven los labradores que cultivan muy en pequeño.

Éstos, por falta de capital, por el poco terreno que labran, por lo muy dividido que éste se halla, por no disponer más que de una yunta muy mala y a veces de una sola res, o sea media yunta, no pueden cultivar bien ni menos introducir reformas y mejoras, y los productos que obtienen son tan escasos, que no bastan para mantener a la familia, viviendo peor que los jornaleros.

Ya queda demostrado, al estudiar los inconvenientes de los latifundios (Motivo segundo), que sin capital es imposible el buen cultivo. Y Maltus dijo que el exceso de propietarios sin capital se opone al aumento de la riqueza, por no poderse mejorar y perfeccionar el cultivo.

Lo generalizado que está el error de creer ventajoso un gran fraccionamiento de la propiedad que facilite el que todos sean propietarios, hace más necesario examinar con gran detenimiento los inconvenientes de la excesiva división de la propiedad rústica.

Desde muy antiguo se consideró esta gran parcelación como un mal. Así decía Abu-Zacaria en el prólogo al Libro de la Agricultura: «Conviene saber que tener pequeñas posesiones juntas es la mitad mejor, más ventajoso, y útil que tenerlas grandes, separadas o distantes unas de otras.»

El mismo Jovellanos reconoció los inconvenientes de la excesiva división de la propiedad, en la carta sexta que escribió a D. Antonio Ponz (Obras de Jovellanos, Biblioteca de Autores Españoles, tomo L, pág. 290). Allí, después de afirmar que el primer inconveniente de la agricultura son las vinculaciones, dice: «Otro obstáculo se opone a la felicidad de los agricultores, y nace de la división de la tierra.» Esa división, añade, fue al principio un bien, pero «va resultando un mal que crece y debe agravarse por instantes si no se le pone remedio». Y completa así su modo de pensar en este punto: «Algunos creerán que la ilimitada multiplicación de las labores es siempre conveniente, pero se engañan. No basta que una provincia aumente el número de sus cultivadores, es menester que éstos tengan una subsistencia cómoda y sobre todo segura.»

¿Qué diría hoy Jovellanos si viese la pulverización a que ha llegado la propiedad rústica después de la desamortización, y de las particiones que de esa propiedad se han hecho en las testamentarías de tres o cuatro generaciones?

El Sr. Torres Muñoz, en su notable obra Catastro general parcelario y Mapa topográfico (pág. 160 y siguientes), reconoce «que la raíz del atraso de nuestra agricultura, de lo exiguo de su producción por unidad de superficie y lo elevado de su coste por unidad de productos y, por consiguiente, de la penosa situación del propietario y del obrero, está, más que en otra cosa, en lo antieconómica que es la constitución de nuestra propiedad territorial»; y para mover a que se ocupen de este mal nuestros legisladores, recuerda lo que en otros países se ha hecho para corregir ese daño y lo propuesto por D. Fermín Caballero.

De la opinión de D. Fermín Caballero, a quien tendré que citar muchas veces, se puede formar juicio por lo siguiente: La actual división de la propiedad, dice, constituye «la negación de todo progreso agrícola, la enfermedad que acaba con las fuerzas y salud del cultivador y el vicio nefando que corrompe las costumbres de las clases labradoras.» «El mal antiguo, la aglomeración de las tierras, era infinitamente menor que su actual fraccionamiento; las grandes heredades pueden partirse, pero las diminutas y desperdigadas no se reúnen sino con esfuerzos colosales y superando dificultades sin cuento.» «Una medida legislativa ha bastado para acabar en pocos años con la amortización de varios siglos, y no alcanzarán muchas leyes especiales y el concurso de todas las fuerzas del Estado a que en triple espacio de tiempo se forme en todas partes la finca rural del coto redondo.» «Este fraccionamiento de la propiedad es la clave maestra para explicar la falta de población rural y el atraso de la agricultura.»

A estas opiniones pueden agregarse las de diversas y respetabilísimas Corporaciones y particulares que he citado en el Motivo primero, para demostrar que la propiedad rústica está excesivamente dividida, pues todas ellas al afirmar la existencia de esa división, la lamentan y consideran perjudicial para la agricultura.

En Francia, donde la parcelación es en muchos departamentos tan grande como en España2, el sabio Grandeau, Director de la Estación agronómica del Este e Inspector general de las Estaciones agronómicas, se lamenta de los graves inconvenientes de la parcelación (Las Instituciones agrícolas del mundo, pág. 190, título II) y señala entre sus inconvenientes el que obliga a conservar el asolamiento trienal en más de cuarenta departamentos, porque los enclaves (esto es, las tierras intercaladas entre las de otros propietarios) se oponen a que los labradores puedan modificar su asolamiento o alternativa por la imposibilidad en que se encuentran de entrar en sus fincas para hacer un cultivo distinto al que hacen los vecinos. La reunión de las parcelas con supresión de los enclaves y la creación de caminos de explotación, dice que constituiría para la agricultura uno de los progresos más deseables.

Y en la nota de la pág. 190, título II, afirma que «la pequeña propiedad debe tener sus límites. Y entiéndase bien, añade, yo no vitupero que un obrero agrícola tenga su casa y su huertecito. No, al señalar los inconvenientes de la minúscula propiedad, entiendo mostrar los inconvenientes de una división excesiva que suprimirá la misma pequeña propiedad.»

En apoyo de estas ideas cita las opiniones de varios escritores...

M. Pinart, Procurador general (Discurso de 1865), que dice: «La parcelación, habiendo llegado a ser general en todos los grados de la escala social, ha pasado de la medida del bien que debía cumplir y constituye un peligro que se agrava en cada generación.»

François de Neufchâteau: «Con el territorio cortado, sin caminos para llegar a los pedazos que constituyen cada labor, la agricultura no puede progresar, está como un niño atado a su cuna con ligaduras de hierro.»

En otra nota cita a M. E. Chevalier, que dice: «Los grandes propietarios se duelen de los abusos de la parcelación, y Quesnay se lamenta con ellos. El célebre viajero inglés Arturo Young, hostil por origen y por educación a la pequeña propiedad y al pequeño cultivo, se admiró de la excesiva división de la propiedad francesa, y no cree que eso sea ventajoso, sino indicio de miseria próxima y cierta.»

Por último, un escritor que ha consagrado a la pequeña propiedad un volumen interesante (Propieté payssane), afirma que la pequeña propiedad tiene una influencia despobladora, y en apoyo de su tesis, cita cifras que demuestran ha disminuido proporcionalmente menos el número de obreros no propietarios que el de obreros propietarios. Y cita el hecho de que en las granjas de las cercanías de París los obreros son Bretones, Niverneses y también de Bélgica, que han ido a ocupar el puesto de los antiguos habitantes de la localidad que eran pequeños propietarios.

Todas estas censuras contra la excesiva parcelación son aplicables a España, donde la propiedad está tan subdividida como en Francia.

Y para que se vea que no se trata de vagas declamaciones, voy a demostrar con razonamientos evidentes cada uno de los principales inconvenientes de la parcelación.

El examen de esos inconvenientes le haré siguiendo la clasificación en cuatro grupos que va a la cabeza de este Motivo; clasificación que, sin ser igual, tiene cierta analogía con la de M. Voitellier.

Como yo, comprende también Voitellier en cuatro grupos los inconvenientes de la parcelación.

1.º Los que hacen más difícil y menos remuneradora la explotación del suelo. Aquí incluye la pérdida de tiempo al trasladarse el agricultor de una parcela a otra en los trabajos de labores, siembra y recolección; la mayor dificultad en la preparación de la tierra; las pérdidas de terreno en cada parcela; el número considerable de parcelas sin cultivar; la necesidad de seguir el asolamiento del vecino y los mayores, gastos en el cultivo.

2.º Los que impiden mejorar la explotación, a saber: no poder emplear muchos instrumentos o máquinas agrícolas; no poder dedicar el terreno a pastos ni permanentes ni temporales, y las dificultades para el buen empleo de los abonos.

3.º Los que impiden mejorar las fincas: como dificultad o imposibilidad de riegos o saneamientos, y el no conservarse nunca en buen estado los caminos y arroyos.

4.º Pérdida de valor de la propiedad por dificultad en las transmisiones de dominio, aumento de gastos en esas transmisiones, dificultades y mayor coste de los deslindes, disminución constante del valor de la finca y disminución del renuevo de la caza.

Ambas clasificaciones se diferencian poco; pero creo más metódica y práctica la mía, que paso a examinar.


ArribaAbajoPérdidas de tiempo y jornales en los minifundios

Siendo el fin de todas las industrias producir mucho, bueno y barato, se comprende que la pérdida de tiempo y como consecuencia de ella el aumento de jornales ha de constituir un grave inconveniente para la producción, porque la encarecerá. De ahí el constante afán de perfeccionar toda clase de instrumentos, máquinas y motores para economizar tiempo y jornales, y a la vez aumentar la producción.

Entre todas las industrias, la agrícola es la que menos, tiempo puede economizar.

En otras industrias obtienen los productos mecánicamente, y gracias a los adelantos de las ciencias físicas, máquinas y motores se están perfeccionando constantemente, lo que permite que cada día puedan vender más barato.

No sucede así en agricultura; la producción se verifica con intervención y ayuda de la naturaleza, y, como en el gran cultivo no son modificables las leyes físicas, la producción estará siempre limitada por el clima y terreno. Se pueden ganar algunos días empleando la maquinaria perfeccionada en las operaciones de cultivo (siembra, siega, trilla y otras labores), y con ello economizar también algunos jornales; pero no se podrá conseguir que el trigo, por ejemplo, esté menos de nueve a diez meses en la tierra, porque cada especie y aun cada variedad vegetal exige un número determinado de grados de calor, desde la germinación hasta la madurez, y el clima de Castilla no da esa suma de grados de temperatura en menos tiempo.

Hay que tener en cuenta que la agricultura crea productos, mientras que las otras industrias sólo los transforman.

Cuentan además las industrias no agrícolas con otra ventaja que contribuye al aumento de producción y economía de tiempo, la división del trabajo. En agricultura la división del trabajo está limitada por la variedad de productos que exige el buen cultivo.

De ahí, que siendo muy importante en todas las industrias evitar las pérdidas de tiempo y de jornales, lo sea mucho más en agricultura, que nunca llegará, por lo que acabo de decir, a producir con la economía que las otras industrias.

Y precisamente la excesiva división de la propiedad rústica hace perder al agricultor mucho tiempo y jornales, siendo una verdadera enormidad el capital que representan esas pérdidas.

Para demostrarlo voy a hacer el cálculo a que ascienden, rectificando el de D. Fermín Caballero en algunos de los supuestos que yo creo equivocados.

D. Fermín Caballero toma por tipo el caso que considera más general: el de un labrador que con una yunta cultiva 27 hectáreas, divididas en 51 fincas discontinuas, y dice: «Estableciendo una ruta, la más corta que permita la topografía para ir de tierra en tierra, le es forzoso (al labrador) discurrir por un trayecto de cinco leguas y media, o sea 30 kilómetros; y como anda y desanda trozos de ese camino todos los días, resulta que recorre al año una distancia de 300 leguas.

»Suponiendo que sólo haya al año doscientos días de trabajo agrícola, descontadas las fiestas y malos temporales, y suponiendo que en idas y venidas, mudanzas y otros entretenimientos, no pierda el labriego de población más que una hora diaria, perderá al año 20 jornales, que si trabaja diez horas al día suponen el diezmo del tiempo. En cuatro millones de individuos labradores representa al año 80 millones de jornales perdidos.»

Para la yunta hace el mismo cálculo, otros 80 millones de jornales, que sumados a los anteriores dan 160 millones.

Y tasando a peseta el jornal del mozo de labor y al mismo precio el de la yunta, saca 640 millones de reales como pérdida producida por la parcelación.

A este cálculo tengo que oponer algunos reparos:

1.º La labor de una yunta no suele ser de 27 hectáreas, sino de 20 a 24. Pero como la propiedad está hoy más dividida que en tiempo de D. Fermín Caballero, y el término medio de cada parcela no pasa de 30 a 35 áreas, puede aceptarse el número de 51 parcelas discontinuas como labor de una yunta.

2.º Los doscientos días de trabajo agrícola con la yunta no están mal calculados. Yo he llevado un año la cuenta, y han resultado 208, incluyendo los domingos de Julio y Agosto. Pero hay que hacer una distinción que no ha tenido en cuenta Caballero, y es que el gañán y la yunta trabajan doscientos días, pero las personas auxiliares (mujeres, hijos mayores de 12 años y jornaleros) no trabajan tantos días, sino muchos menos, como diré después. De ahí que se deba hacer separadamente el cálculo de pérdida de jornales para las personas auxiliares.

3.º Las horas diarias de trabajo son, según Caballero, diez. El mismo número señala el sabio Catedrático de Economía rural, Londet. Yo, teniendo en cuenta que en otoño se trabaja de siete a ocho horas; en invierno, seis; en primavera, de ocho a nueve; y en verano, de once a doce, saco como término medio poco más de nueve horas; pero por el respeto que me merece la opinión de personas tan competentes como Caballero y Londet, y por ser el número menos favorable para mi cálculo, admito que sean diez horas.

4.º La pérdida de una hora diaria de trabajo, o sea una décima, en idas, venidas, mudanzas, etc., no puede aceptarse para todas las operaciones del cultivo, por ser mucho mayor en algunas.

D. Braulio Mañueco deduce también, por otro procedimiento (calculando la distancia media que en cada viaje a sus parcelas dispersas tiene que recorrer un labrador), la pérdida de tiempo que ocasiona la excesiva división de la propiedad, y dice que es una décima; pero para labores de 13 hectáreas, lo que representa doble de lo supuesto por Caballero. El cálculo le hace así: suponiendo la labor dividida en parcelas discontinuas, la distancia media que tiene que recorrer un labrador es de 5.200 metros, mientras que reunida la labor en una sola finca, con la casa en el centro, sería sólo de 286 metros, lo que representa una hora diaria de pérdida por cada 13 hectáreas.

Pero aun admitiendo que sea aceptable la pérdida de una décima de tiempo para la generalidad de las labores de una yunta, nunca lo será para el acarreo; en éste resulta mucho mayor.

En mi Estudio de las causas que se oponen al desarrollo de la agricultura (año 1896), dije que, teniendo la labor bajo una sola linde, con la casa en el centro, se pueden hacer de 11 a 14 viajes en el acarreo de mieses y estiércoles, mientras que con la actual división de la propiedad rústica sólo se hacen de tres a cuatro. Influyendo en esto no sólo la distancia, sino los malos caminos y veredas. Es decir, que se pierde en el acarreo, no una décima como supone Caballero, sino el 66 por 100.

M. Block ha hecho el siguiente cuadro del acarreo con carro tirado por dos caballerías, trabajando diez horas diarias:

DISTANCIA Viajes. Arrobas.
De 1 a 350 varas 14.06 1.110
De 1 a 700 ídem. 11.01 868
De 1 a 1.050 ídem. 9.01 712
De 1 a 1.400 ídem. 7.07 608
De 1 a 1.750 ídem. 6.06 520
De 1 a 2.100 ídem. 5.09 468
De 1 a 2.450 ídem. 5.20 408
De 1 a 2.800 ídem. 4.75 373
De 1 a 3.150 ídem. 4.30 338
De 1 a 3.500 ídem. 4.00 312

En Castilla no se pueden hacer con carro, dada la actual parcelación de las fincas rústicas, más de tres a cuatro viajes al día, mientras que en un coto redondo acasarado se podrían hacer de 11 a 14.

Pero voy a suponer lo menos favorable para mi cálculo, voy a admitir que se puedan hacer cinco viajes, y que la pérdida en el acarreo sea sólo de la mitad, y deduciré para las demás operaciones una décima de pérdida, que es la calculada por Caballero.

5.º La cifra de cuatro millones de individuos, a la que computa Caballero la pérdida de una décima de tiempo y jornales, no es aceptable por exagerada.

El número de individuos que viven de la agricultura no es el de cuatro millones, como supone Caballero, sino el de cinco y medio o algo más. Pero no se puede computar a todos ellos la pérdida de una décima de tiempo en los doscientos días hábiles para el trabajo agrícola; porque ni todos trabajan, ni los que lo hacen se emplean en el cultivo los doscientos días.

Además, hay que deducir separadamente el número de jornales que pierden la yunta y gañán, que son los que trabajan los doscientos días, del que pierden los auxiliares (mujer, hijos mayores de doce años y jornaleros), que no trabajan más que una tercera parte de los doscientos días.

Según el Censo del año 1887, el número de individuos que vivían de la agricultura en aquella fecha era el de 4.853.018. De esos rebaja el Sr. Pazos y García (Memoria citada, página 228) las mujeres, que calcula en 820.606; los jóvenes mayores de doce años, 806.678; los jornaleros, 300.000, y los dedicados a la ganadería e industrias auxiliares, 1.100.000, quedando reducido el número de yuntas de labor a 1.826.713.

Desde esa fecha ha aumentado el número de los que viven de la agricultura y el de labores, debido a las nuevas roturaciones. Recientemente he leído que viven de la agricultura cinco millones y medio de españoles. Pero voy a aceptar la estadística de 1887, para mí menos favorable, y con ella que el número de labores sea 1.830.000, para deducir de esta cifra la pérdida de una décima de tiempo y jornales en la yunta y conductor, excepto el acarreo.

Y para descontar las pérdidas de tiempo y jornales de las personas auxiliares en los trabajos del campo, partiré del supuesto de que en cada labor de una yunta no ayudan más que dos personas y que éstas no trabajan más que la tercera parte de los doscientos días (siembra y recolección de cereales, patatas, remolachas, legumbres, escardas, desparramar el estiércol, recolección de heno, etc.), sumando 66 jornales para cada persona, o sea 132, cuya décima de pérdida será 13 jornales en cada labor.

6.º D. Fermín Caballero pone como valor del jornal de una yunta una peseta y otra por el jornal del obrero que la dirige, que multiplicados por 80 millones de jornales perdidos por la yunta y otros ochenta por el gañán, suman 640 millones de reales.

Muy baratos estaban los jornales hace cuarenta y cinco años, fecha en que escribió esto Caballero; pero me cuesta trabajo admitir que la baratura llegase a ese extremo y me inclino a creer que las cifras están equivocadas.

Una yunta, con su gañán para dirigirla, no gana hoy menos de seis pesetas, cuatro la yunta y dos el gañán; y bajo esta base calculo yo la pérdida de jornales.

Más difíciles son de tasar los de las personas auxiliares, porque si bien los de las mujeres y los jóvenes se pueden tasar en los dos tercios de los de los hombres (así los calcula Londet), es difícil averiguar qué número total representan éstos y cuál es el número de los jornaleros. Pero haciendo el cálculo menos favorable a mi propósito, los computaré todos a 1,25 pesetas.

Hechas estas rectificaciones al cálculo de D. Fermín Caballero, véase la pérdida en metálico que sufre la agricultura por el aumento de jornales a causa de la excesiva división de la propiedad rústica:

1.º Pérdida de una décima de tiempo que experimentan la yunta y conductor durante ciento ochenta días de trabajo en el campo (excluidos los veinte días de acarreo que se computan separadamente): diez y ocho días para cada labor, que multiplicados por 1.830.000 labores, suman 32.940.000 días o jornales.

2.º Pérdida de una mitad de tiempo durante los veinte días que dura el acarreo (mieses y estiércoles): diez días en cada labor, que multiplicados por 1.830.000 labores, representan 18.300.000 días o jornales perdidos.

3.º Pérdida de una décima de tiempo por las personas auxiliares en los trabajos del campo durante los ciento treinta y dos días o jornales que emplean en los trabajos de recolección, escarda, etc.; trece días por cada labor, que multiplicados por 1.830.000 labores, representan 23.790.000 jornales.

Valor en pesetas de estas pérdidas:

Pesetas.
51.240.000 jornales perdidos o de aumento de trabajo por la yunta y el gañán que la conduce (18.300.000 en el acarreo y 32.940.000 en las demás operaciones de cultivo) a seis pesetas diarias, suman 307.440.000
23.790.000 jornales perdidos por las personas auxiliares, a 1,25, suman 29.737.500
TOTAL PÉRDIDAS 337.177.500

o sea en reales 1.348.710.000. Más del doble de lo calculado por D. Fermín Caballero.

Y a esto deben añadirse además otros perjuicios, que son consecuencia de la pérdida de tiempo, como el desgrane de las espigas muy maduras, por no poder hacer la siega con oportunidad, y la mayor exposición a sufrir daños por las tormentas.

Tampoco he computado el tiempo que se pierde en arar los ángulos de las fincas por ser éstas de figura irregular. Pérdida que no deja de tener importancia, pues como dice Londet: «Influye también la forma geométrica de la parcela en su valor, por la pérdida de tiempo que ocasiona en las diferentes operaciones de cultivo; cuanto menor sea la finca mayor es el número de vueltas que tiene que dar la yunta y mayor el tiempo perdido.»

Y no acaban ahí los perjuicios que a causa de la parcelación ocasiona la pérdida de tiempo. Uno de los mayores es que muchas labores no se pueden hacer con oportunidad, cuando la tierra está en sazón, y otras no se hacen ni bien ni mal. Y si algún labrador hace todas las operaciones del cultivo con oportunidad, se debe a que labra dos o tres hectáreas menos de las que podría cultivar si las tuviese todas reunidas bajo una sola linde, con la casa de labor en el centro; lo que representa una pérdida equivalente a la que dejo señalada.

Para que se vea que no hay exageración en mi cálculo, voy a copiar el de un escritor extranjero, Voitellier.

Este escritor, para demostrar las pérdidas de tiempo que ocasiona la parcelación, pone el ejemplo de una hectárea cultivada en tres formas:

1.º En una sola pieza o parcela; 2.º, en cuatro parcelas, y 3.º, en veinte parcelas de cinco áreas cada una.

Hecho el experimento, resultó que en la hectárea de una pieza se emplearon veintitrés horas de trabajo; en la dividida en cuatro parcelas, veintinueve horas, y en la dividida en veinte, cuarenta y tres horas.

En la siembra en líneas, con sembradora, se pueden sembrar cuatro hectáreas por día en el primer caso, tres hectáreas en el segundo y una hectárea en el tercero.

Los gastos de una cosecha de trigo suman: en el primer caso, 171 francos por hectárea; en el segundo, 210, y en el tercero, 282.

El sabio Profesor Londet dice lo siguiente: «Suponiendo dos tierras iguales en todas las circunstancias que puedan influir en la producción y gastos de cultivo, menos en la distancia de la casa de labor, y suponiendo que disten de ésta la una 100 metros y la otra 1.000, el aumento de gastos en las labores será una décima parte, y aun mayor en el acarreo de estiércoles, mieses, etc.» Reducido a pesetas ese aumento de gastos, representa para la finca distanciada a 1.000 metros más de 12 pesetas, 0,63 por hectárea.

Pohl (Memoria del Ministerio de Fomento, ya citada), calcula que «los gastos de cultivo crecen por cada 500 metros de alejamiento en un 5 por 100 para el trabajo y labores; en un 20 por 100 para el transporte de abonos, y de 15 a 33 para la recolección. Siendo, además, las distancias de las parcelas entre sí, causa de que estos gastos alcancen mayores cifras, y de que sea muy difícil la vigilancia y defensa de las cosechas».

No creo se pueda hacer una demostración más completa de los enormes perjuicios, de las grandísimas pérdidas que, en tiempo y jornales, ocasiona la excesiva división de la propiedad rústica.

Y si en todas partes la pérdida de tiempo constituye un gran perjuicio para la agricultura, éste es mayor en España por la desigualdad del clima. Así, por ejemplo, el retraso de unos días en la siembra puede ser causa de que falte humedad en el suelo para que germine bien la semilla, o de que se presenten los hielos sin haber tomado fuerza la planta, y ya no será posible obtener una buena cosecha.




ArribaAbajoPérdida de terreno, exposición a sufrir daños y a intrusiones, cambio de hitos, etc.

Siguiendo el cálculo ya citado de D. Fermín Caballero, que supone dividida la labor de una yunta en 51 fincas discontinuas, resultan 204 lindes y veredas o caminos (unas 170 lindes y 34 veredas, sendas y caminos).

Eso produce necesariamente grandes perjuicios por pérdida de terreno, mayor exposición a sufrir daños en los frutos, probabilidades de disgustos y cuestiones con los propietarios colindantes por diferencias en los deslindes, y litigios por usurpación de terreno, cuando se tropieza con vecinos de mala fe.

Si, como todos sabemos, las lindes dan algunas veces ocasión a usurpaciones y daños, cuanto más se multipliquen las primeras, más aumentarán los segundos.

«Desarrollada en una línea, dice Caballero, toda la extensión de las lindes de esa labor (la de una yunta dividida en 51 fincas), arroja una longitud de 16.500 metros, por cuyas dilatadas fronteras se pueden recibir daños, usurpaciones, mezcla de semillas e interminables demandas.»

¡170 lindes en cada labor de una yunta! Difícil es, con tan extraordinario número de lindes, no tropezar con algún propietario de mala fe o quisquilloso que ocasione disgustos, molestias, pérdidas de tiempo en examinar los linderos de cada finca, y lo que es aún más grave, pleitos y gastos. Y además 170 puntos por donde se pueden sufrir daños y hurtos.

Ese exceso de lindes, sendas y veredas produce una pérdida grande de terreno. Multiplíquense las 170 lindes y las 34 veredas y sendas, o los 16.500 metros que representan, por el número de labores que hay en España, y se comprenderá los miles de hectáreas que se pierden para el cultivo.

En la Memoria del Sr. Ministro de Fomento, explicando el propósito del Decreto de 23 de Marzo de 1907 sobre Concentración parcelaria, se pone el siguiente ejemplo para demostrar el mucho terreno que se pierde con la actual subdivisión de la propiedad: «Si se admite que la faja de tierra de las lindes sea de 15 centímetros, tendremos que una hacienda de 251 hectáreas, compuesta de una sola finca, la linde será de dos kilómetros y el terreno perdido tres áreas; en tanto que si se halla dividida en 50 parcelas, tendrá 14 kilómetros y se perderán más de 21 áreas, sin contar la mayor facilidad de la pérdida de las lindes o su supresión por efectos de surcos fraudulentos.»

En este ejemplo se parte del supuesto de que la finca de 251 hectáreas se divida en 50 suertes, viniendo a tener cada una de éstas cinco hectáreas; pero como el término medio de las fincas de cultivo es, según he demostrado, la tercera parte de una hectárea, la pérdida de terreno es quince veces mayor, pasa de tres hectáreas.

Y más adelante dice la expresada Memoria: «El terreno que se gana por la desaparición de lindes, sendas, acequias y empalizadas, alcanza en muchos casos al 9 por 100. De modo que en unos 20 millones de hectáreas que hay de cultivo se ganarán, convirtiéndolas en cotos redondos, unos dos millones de hectáreas.»

Ambos inconvenientes, las lindes y las sendas y veredas, son a cual más perjudiciales, y sin embargo no se pueden suprimir mientras exista la parcelación.

Las lindes siempre tienen que existir, y las sendas y veredas no sólo no se pueden suprimir, sino que, como dice D. Agustín Ondovilla, o hay que multiplicarlas hasta el infinito, o hay que dar salida a las fincas por medio de las servidumbres legales establecidas en el art. 564 del Código civil.

Aun existiendo tantas sendas y veredas como existen, tiene que haber multitud de servidumbres legales. «Y como es axiomático, copio a D. Agustín Ondovilla, que en una buena organización de la propiedad territorial debe haber el menor número posible de servidumbres legales, y como entre éstas tenemos la de paso en favor de las fincas o heredades enclavadas entre otras ajenas y sin salida a camino público (art. 564 del Código civil), resulta que es manifiestamente viciosa una división del terreno laborable que forzosamente trae consigo la servidumbre legal de paso sobre multitud de suertes.»

El exceso de sendas y veredas trae como consecuencia el que éstas sean estrechas, pedregosas y estén mal cuidadas, no siendo posible pasar por ellas los instrumentos de cultivo perfeccionados, ni transportar las mieses en carros, teniendo que esperar a que los vecinos sieguen sus fincas para poder atravesarlas y sacar la mies.

Dígase, en vista de estos inconvenientes, si cabe mayor calamidad para la agricultura, y si hay nada comparable al mal de la subdivisión actual de la propiedad rústica.




ArribaAbajoLos minifundios impiden la reforma y mejora del cultivo

Por ley de la creación el mundo marcha, y en su virtud el hombre progresa y las sociedades se transforman.

Como lógica consecuencia, la industria, el arte, la ciencia, en una palabra, todo lo que de la humanidad depende, tiende a mejorarse y perfeccionarse, aunque con perfección relativa, como limitada por la condición del hombre, ser perfectible, pero nunca perfecto.

Sujeta a esa ley la industria agrícola, la hemos visto mejorar, progresar, perfeccionarse en casi todas las naciones, aumentando constantemente la producción en igualdad de simiente y disminuyendo los gastos de cultivo.

Sólo en España permanecemos casi estacionados, siendo escaso el aumento de cosecha y nula la disminución de los gastos de cultivo. De ahí la carestía de los productos, la imposibilidad de competir con los extranjeros y el malestar de los agricultores.

Porque es de advertir que no se trata de una crisis, y como tal pasajera, sino de un mal permanente. No hay que pensar en vender caro, el gran progreso agrícola de otras naciones lo impide. La agricultura no puede vivir ya más que produciendo mucho y barato, y para conseguirlo no hay otro camino que reformar el cultivo, perfeccionándole.

¿Por qué no se perfecciona el cultivo en España? Por la parcelación, como voy a demostrar.

Para perfeccionar, el cultivo es preciso introducir las reformas enumeradas en el epígrafe de este Motivo con las letras a hasta la h, y a ellas opone la parcelación los obstáculos siguientes:




ArribaAbajoMaterial agrícola perfeccionado

Dos son los principales obstáculos que encuentra el agricultor para su empleo: la dificultad de trasladarle de unas tierras a otras por falta de buenos caminos y la pequeñez de las fincas.

Las máquinas agrícolas perfeccionadas necesitan para funcionar económicamente fincas de mayor extensión que las de 20, 30 o 50 áreas, que son las que predominan en España. ¿Cómo ha de ser posible, por ejemplo, emplear las máquinas segadoras, guadañadoras, sembradoras, etc., en fincas de un 8.º o un 6.º de hectárea, y que por añadidura están a tres o cuatro kilómetros de la casa de labor? Sólo para colocar la segadora dentro de la finca en condiciones de funcionar hay que segar a mano una faja de mies que representa la tercera o cuarta parte del sembrado. Agréguese a esto que por la pequeñez de las fincas hay que trasladar la máquina todos los días tres o cuatro veces de unas tierras a otras, y resultará que entre segar a mano la faja de mies alrededor de las fincas y entre plegar, desplegar la máquina y trasladarla tres o cuatro veces al día, se pierde tanto tiempo que quedan anuladas todas las ventajas de la siega mecánica.

En segundo lugar, la multitud de sendas y veredas que hay que recorrer; el estar éstas llenas de baches y piedras; el ser la mayoría tan estrechas que no pueden pasar por ellas las máquinas; el haber muy pocas tierras en las que se puede entrar sin necesidad de atravesar las de otros propietarios; el que éstos no darán permiso para pasar la máquina por sus fincas hasta después de haber segado sus mieses; el resultar aun después del permiso imposible el paso de máquinas por muchas tierras, por no estar convenientemente preparadas y ofrecer multitud de obstáculos, como surcos profundos, caballones, vallados, zanjas, etc., son inconvenientes que explican haya pocos labradores que quieran gastarse un dineral en comprar segadoras, sembradoras, etc., para encontrarse con que en unas parcelas no hay posibilidad de emplearlas, porque se romperían en el camino, y en otras, porque a causa de las pérdidas de tiempo que dejo explicadas, saldrían las operaciones de cultivo tan caras como con los instrumentos antiguos.

La excesiva división de la propiedad, la parcelación, no sólo impide en la generalidad de las comarcas de España el empleo de los motores inanimados, sino que ni aun con los motores de sangre pueden emplearse la mayoría de los instrumentos perfeccionados.

En las fincas pequeñas sólo pueden emplearse arados sencillos de vertedera, gradas y con dificultad algún extirpador y rulo.

Y estos instrumentos, cuya utilidad reconozco y cuyo uso recomiendo, porque el cultivo con ellos resulta mucho mejor que con el arado romano, ni son mejora bastante, ni dejan de ofrecer dificultades de transporte por falta de caminos. ¿Qué arado, sino el antediluviano, dice D. Fermín Caballero, ha de adoptarse para ir cargado con él por todos los vericuetos del término municipal?3

El no poder emplear la máquina perfeccionada encarece extraordinariamente la producción y es una de las varias causas de que hasta dentro de España nos hagan competencia los productos extranjeros.

Entre los motores inanimados, el más caro, que es el de vapor, sólo gasta 15 céntimos por caballo y hora, mientras que el más barato entre los motores de sangre gasta 40 céntimos.

La siega a máquina cuesta de 10 a 12 pesetas por hectárea, y haciéndola a mano, o sea con hoz, cuesta 40 pesetas. Análoga diferencia se observa entre la siembra hecha a máquina y la hecha a mano, cubriéndola con el arado romano.

Como consecuencia de eso, el coste medio de la producción de 100 kilos de trigo en España sale a más de 20 pesetas, mientras que en otras naciones no suele pasar de 8 francos.

No se pueden poner en duda las ventajas del material agrícola perfeccionado; su empleo es uno de los principales medios de mejorar el cultivo.

Cuanto más perfecta sea la máquina con que se haga el trabajo, mejor y más barato resultará el producto. Por eso en todas las industrias representan un gran progreso las máquinas o instrumentos perfeccionados. Sin ellas, hace tiempo que se habría detenido el aumento de población, por la escasez de productos. Las máquinas, no sólo multiplican el trabajo del hombre y con él la producción, sino que la perfeccionan y abaratan.

Así, aunque la parcelación no ofreciese más inconveniente que el impedir el empleo de la maquinaria perfeccionada, sería motivo suficiente para pedir la reforma de la actual constitución de la propiedad rústica y el establecimiento de la finca normal, de extensión media, apropiada a las necesidades del cultivo.




ArribaAbajoVariedad de cultivos o alternativa de cosechas. -Supresión o restricción del barbecho

Sin ser el único, es indudable que la parcelación constituye uno de los principales obstáculos para la supresión del barbecho y el establecimiento de una buena alternativa de cosechas.

No es que yo pretenda que todos los agricultores, que en todas las explotaciones agrícolas, se suprima en absoluto el barbecho. Es verdad que el sistema de cultivo más perfecto es el intensivo puro; con él se aprovechan todos los elementos que contribuyen a la producción; el trabajo del hombre y las fuerzas naturales físicas y químicas; se duplican las cosechas y la renta del suelo, y se economizan tiempo y gastos. Pero también hay que tener en cuenta que es el más difícil de practicar, el que exige mayor número de conocimientos y, sobre todo, el que necesita condiciones más favorables que no siempre se pueden reunir.

En el estudio que hice el año 1896 de las Causas que se oponen al progreso de la agricultura y en la Memoria que sobre el barbecho presenté al Congreso Agrícola de Salamanca, el año 1904, dije, que resolver qué sistema de cultivo conviene seguir a cada labrador, es uno de los problemas más difíciles de economía rural, porque para ello hay que tener en cuenta multitud de factores, que a veces ofrecen obstáculos a la supresión del barbecho, como son: carencia de instrucción en el labrador, excesiva división de la propiedad, clima, naturaleza y grado de fertilidad del terreno, falta de capital, escasez de abonos, poca densidad de población, carestía de los jornales, corta duración de los arriendos, falta de caminos y mercados, carestía de los transportes, etc. Y añadía, que antes de decidirse el labrador por un sistema de cultivo, debe estudiarlos todos con relación a la comarca que habita.

La naturaleza de este Proyecto de Bases no permite examinar los obstáculos que cada uno de los factores enumerados puede oponer a la supresión del barbecho. Pero sí necesito hacer constar que exceptuando la excesiva división de la propiedad, los demás factores, si pueden en varios casos impedir la supresión absoluta del barbecho, no impiden restringirle, no impiden sustituir unos cultivos por otros y establecer una alternativa, sino perfecta, no tan pobre como la de cereales y barbecho, que hoy se sigue en casi toda España.

Sólo la parcelación, el cultivar cada propietario o colono tierras muy pequeñas, dispersas por todo el término municipal e intercaladas entre las de otros vecinos del pueblo, es el impedimento absoluto para restringir el barbecho y establecer una buena alternativa de cosechas; es la causa de que se cultiven de cereales los terrenos pobres, los que están en pendientes o laderas, los muy distantes de la casa de labor, etcétera; es la causa de que no aumente el cultivo de leguminosas, raíces y tubérculos y de que no se establezcan prados temporales.

El tener que cultivar fincas muy pequeñas y diseminadas por todo el término municipal, unido a la absurda costumbre, propia de una agricultura primitiva, de que la ganadería de cada pueblo (bueyes, yeguas y ovejas) recorran libremente todo el año la llamada hoja de barbecho para aprovechar los pastos naturales, obliga a los vecinos a sembrar la misma clase de vegetales.

Si un labrador quiere sembrar sus tierras enclavadas en la hoja de barbecho, se encontrará con que quedarán rodeadas de otras desnudas, y al ser éstas pastadas por la ganadería sufrirá su sembrado grandes daños, si no es destruido por completo.

En el caso de que le convenga cultivar pastos temporales en alguna de sus fincas intercaladas en la hoja sembrada de cereales por los demás vecinos, no encontrará medio de aprovecharlos, porque necesitará atravesar con sus ganados los trigos de otros propietarios, que no se lo consentirán.

Y si en el cambio de cultivos le conviene dedicar algunas tierras a viñas, árboles frutales, etc., al inconveniente de los daños del ganado habrá que añadir los hurtos de los merodeadores, o pagar un guarda para una sola finca, lo que resulta muy caro.

Así, el que, por ejemplo, quiere tener viñas, se ve precisado a plantarlas junto a las de sus convecinos, sea o no apropiado el terreno para ello.

Consecuencia de la parcelación es que queden excluidas de la alternativa muchas familias vegetales, que sólo se pueden cultivar en fincas de regular extensión; pues como decía el sabio Profesor de Economía rural, Londet: «En un país en que las tierras están muy divididas es necesario someterse al asolamiento de los demás, so pena de ver las cosechas destruidas, sin poder hacer respetar sus derechos.»




ArribaAbajoEncauzamiento de los ríos. -Transformación en regables de algunos terrenos de secano. -Saneamiento de los suelos húmedos. -Vallados horizontales

Sucede con estas mejoras del terreno lo que con todas las reformas del cultivo, que la parcelación las hace muy difíciles, cuando no imposibles.

Encauzamiento de ríos y arroyos. -Resulta muy difícil, por necesitarse la asociación de muchos propietarios.

A causa de la parcelación y dispersión de las fincas, los metros de terreno que cada propietario tiene lindando con ríos y arroyos están discontinuos. Y como nada se consigue defendiendo una propiedad si no se defienden las demás, necesitan asociarse todos los interesados, ponerse de acuerdo y hacer las obras a la vez y bajo un solo plan, lo que es muy difícil de conseguir, como he visto prácticamente. La ignorancia de unos y la apatía de otros ha sido causa de que en España se hayan perdido muchas hectáreas de tierra, de las más fértiles, arrastradas por las aguas de los ríos.

Riegos. -Muy importante es el riego, como que constituye una de las mayores mejoras del terreno, uno de los principales medios de aumentar la producción.

El agua ejerce una triple acción sobre las plantas: las proporciona la humedad que pierden por evaporación; las sirve directamente de alimento; y contribuye indirectamente a su nutrición, ya haciendo solubles muchos elementos del suelo, ya sirviendo a otros de vehículo para que los aproveche el vegetal.

Y si en todas partes es conveniente el riego, lo es aún más en España, donde la Naturaleza, por la altitud y configuración del terreno, impide que recibamos la lluvia en cantidad suficiente y con oportunidad.

Pero no basta construir canales y pantanos o alumbrar aguas por medio de zanjas, galerías, pozos ordinarios o artesianos, etc., para que el labrador riegue. Si se quiere que las obras de riego no resulten inútiles, hace falta realizar ciertas reformas, unas simultáneamente y otras con anterioridad, como son: hacer que desaparezca la excesiva división de la propiedad; poblar de árboles las cabeceras de los ríos y las grandes pendientes; encauzar ríos y arroyos; abaratar los transportes, etc., y averiguar el tipo a que los labradores de cada comarca pueden pagar el agua de riego.

Y para averiguar este tipo hay que tener en cuenta la clase y naturaleza del terreno que se va a regar, el grado de desarrollo de la agricultura de la comarca, grado de instrucción, aptitudes y capital con que cuentan los agricultores, relación entre el número de obreros de la comarca y el aumento que de ellos exige la transformación de los terrenos de secano en regadío, vías de comunicación, distancia de los mercados, medios de transporte, etc.

Por eso no se resuelve el problema con que los Ingenieros de caminos estudien proyectos de canales y pantanos; es preciso que en esos estudios intervengan los Ingenieros agrónomos, únicos que pueden apreciar en todo su valor los factores que dejo enumerados.

Concretándome al examen del factor objeto de este Proyecto de Bases, a la parcelación, debo hacer constar que de nada sirve que un terreno pueda regarse si está situado a mucha distancia del pueblo y su cabida es tan pequeña que no se puede edificar en él casa para el regante.

En esas circunstancias, el riego es muy difícil de aprovechar. Unas veces, porque para derivar las aguas de los ríos y arroyos hay que pasarlas por las fincas de otros propietarios, y éstos no lo consienten; otras, por ser necesario construir estanques o montar aparatos para el riego, resultando unos y otros muy caros para fincas tan pequeñas, pues por estar éstas discontinuas se necesitará un aparato o máquina para cada finca. Y otras veces por estar las parcelas muy distantes del pueblo, lo que es causa de que resulte el riego muy caro y sea muy difícil y molesto vigilarle.

No hay que olvidar que las fincas de regadío exigen un trabajo casi continuo y se pierde mucho tiempo en andar y desandar todos los días el camino, cuando están distantes del pueblo.

Además, siendo muy codiciados los productos de regadío, los hurtos serán frecuentes cultivando a mucha distancia de la casa del regante.

Por otra parte, el riego exige muchos abonos y no tendremos los orgánicos abundantes mientras esté tan dividida la propiedad.

El problema de la producción es muy complejo y la transformación del cultivo hay que empezarla por los dos principales factores que en él intervienen: la instrucción agrícola y la reforma de la defectuosa constitución de la propiedad.

Por desconocerlo, o por no haber tenido en cuenta, en primer lugar, estos dos factores y, en segundo lugar, los otros que anterior mente enumeré, es por lo que, hasta ahora, han dado tan mediano resultado en España las obras de riego.

Vallados horizontales. -Su construcción a distancia conveniente para unas veces evitar la entrada de las aguas de lluvia en las tierras de cultivo y otras retenerla a fin de conservar la humedad o favorecer la filtración, según convenga, resulta imposible dada la actual división de la propiedad.

Por la poca extensión de las fincas rústicas quedarían éstas inutilizadas en su mayor parte con los vallados horizontales y el favorecido sería el propietario vecino.

Saneamiento de suelos húmedos. -Ofrece las mismas dificultades que el riego. Para dar salida a la humedad sobrante, a las aguas estancadas en una tierra, o hay que echárselas al vecino o abrir una zanja alrededor de la finca. Lo primero no puede hacerse. Lo segundo, en fincas muy pequeñas, ofrece el inconveniente de exigir mucho trabajo y mucha pérdida de terreno, por el excesivo número de metros de zanja que hay necesidad de abrir con relación a la pequeñez de la finca.




ArribaAbajoPlantación de arbolado en tierras pobres y en las orillas de las fincas

Después de la instrucción agrícola y de la reforma de la propiedad rústica, lo más importante es la población y repoblación del arbolado.

Los árboles tienen tanta importancia, que sin ellos no puede prosperar la agricultura. No sólo son de mucha utilidad, sino de absoluta necesidad.

Dan un producto seguro en leñas, hojas, corteza y madera para construcciones; influyen en la salud del hombre y los animales, mejorando el clima, haciendo habitables comarcas que sin ellos no lo serían, y atenuando las temperaturas extremas; contribuyen a conservar la humedad y los manantiales; regularizan el curso de los ríos, aumentando su caudal de agua y evitando las inundaciones; alegran y hermosean el campo, y nos proporcionan sombra y abrigo.

Ningún cultivo exige menos gastos ni da productos tan seguros como el de los árboles, siendo el mejor medio de aprovechar los terrenos poco fértiles y los húmedos y pantanosos, cuando éstos no se pueden sanear de otro modo.

Hay muchos terrenos de inferior calidad, unos por su composición, otros por el poco espesor de la capa vegetal, otros por estar en pendiente, etc., en los que el cultivo de plantas herbáceas no es remunerador. Estos terrenos deben destinarse al cultivo de plantas leñosas, de árboles.

Por su mayor rusticidad, los árboles resisten mejor que las plantas herbáceas ciertas influencias del medio (clima y suelo). Así, donde por la sequía mueren las plantas herbáceas, las leñosas viven, debido a que encuentran humedad suficiente en el subsuelo, por penetrar hasta allí sus raíces; donde por la compacticidad del terreno no pueden otras plantas extender sus raíces, los árboles las extienden por tenerlas muy fuertes. Además, pueden vivir en suelos pobres por el mucho tiempo que permanecen en el terreno y por ser plantas muy poco esquilmantes.

Y como hay tantas especies arbóreas, pueden aprovecharse toda clase de terrenos de inferior calidad; terrenos que hoy, por la excesiva división de la propiedad rústica, no pueden plantarse de árboles y están destinados a cereales, no siendo remunerados sus productos.

Deben destinarse a la producción arbórea:

1.º Todos los terrenos cuya pendiente pasa del 10 o el 12 por 100. El cultivo en ellos de plantas que exijan labores anuales ofrece dos inconvenientes: ser muy difícil y costoso labrarlos y perderse con mucha facilidad y en poco tiempo la capa vegetal, arrastrada por las mismas labores y por las aguas de lluvia. Inconvenientes que se evitan con el arbolado que fija la tierra.

2.º Los terrenos cuya capa vegetal sea muy delgada; terrenos que se esterilizan pronto si se dedican a cualquier cultivo que no sea el arbolado. Éste no sólo conservará la capa vegetal, sino que la aumentará lentamente con los residuos que todos los años deja en ella.

3.º Los que sin tener la capa vegetal delgada son poco fértiles por el desequilibrio de sus elementos dominantes, cuando no pueden ser enmendados económicamente; como, por ejemplo, las arenas que forman páramos o landas. Y con doble motivo si esos terrenos poco fértiles están distantes de poblado.

4.º Las orillas de los ríos, cuando son cascajosas o arenas improductivas, y cuando siendo la tierra buena es poco consistente y no ofrece resistencia a la corriente del agua. Los árboles afirman el terreno defendiéndole contra las crecidas de los ríos, evitando que las aguas arrastren la buena tierra vegetal.

Tan necesarios son los árboles, que ya Columela aconsejaba constituyesen la parte principal de los cultivos: arborum cura pats rei rusticæ maxima.

Pero al querer transformar el cultivo y destinar a plantas leñosas las varias clases de terrenos que acabo de enumerar, se tropieza con el eterno inconveniente, con la parcelación, con la pequeñez de las fincas que lo impiden.

No se pueden plantar árboles en las orillas de las fincas, porque, dada la escasa cabida de éstas, ocupan mucho terreno y perjudican a los otros cultivos. Y no se pueden plantar en los suelos pobres, porque la ganadería, al recorrer libremente la hoja de barbecho, los destruye, y la poca extensión de la finca no permite guardarlos económicamente.




ArribaAbajoCierre de heredades

Constituye una mejora del terreno, porque aumenta su valor.

Hay labradores que consideran perjudicial el cierre de heredades, y se fundan: en que ocupan mucho terreno los materiales empleados en el cierre; en que perjudican por la sombra que dan; en que roban elementos nutritivos al suelo en perjuicio de las cosechas, cuando el cierre es de seto vivo; y en que sirven de vivero a las malas hierbas y de guarida a los insectos perjudiciales.

Mucho de verdad hay en esto cuando las fincas son pequeñas, como por desgracia sucede en España; pero esos inconvenientes son insignificantes ante las ventajas que produce el cierre cuando las fincas son grandes.

Cerrar una heredad cuando su extensión lo permite, es una verdadera mejora del terreno y constituye el ideal de todo propietario.

Jovellanos, en su informe en el expediente de la ley Agraria, después de pedir la abolición de la ley bárbara que prohibía cerrar las heredades, pondera la utilidad del cerramiento de tierras y dice que al cerramiento sucederá naturalmente la multiplicación de los árboles.

Por muchas razones conviene cerrar las heredades: para evitar los daños de ganados y merodeadores y aprovechar mejor los productos del cultivo; para evitar cuestiones de deslindes y usurpaciones de terreno; para formar abrigos que defiendan ciertos cultivos de los vientos e hielos, etcétera.

Pero tropezamos con el mismo obstáculo que para todas las mejoras, con la pequeñez de las fincas. Por ese inconveniente no pueden cerrarse generalmente más que las fincas de regadío o alguna de secano de calidad superior. En las demás es imposible, porque ya se haga el cierre con piedra, ya con seto vivo o muerto, la naturaleza de los cultivos que se defienden con el cierre no compensa lo caro que éste resulta y el mucho terreno y tiempo que se pierde.

Que el cierre resulta muy caro en las fincas pequeñas, se demuestra con el ejemplo siguiente: un cuadrado de 100 hectáreas no exige más que 4000 metros de cerca, mientras que el mismo terreno dividido en 100 fincas de a hectárea necesita 40000 metros, 400 metros para cada una de las 100 fincas, o sea, diez veces más metros de cercado; lo que representa diez veces más terreno, diez veces más tiempo de trabajo y diez veces más gastos.

Y hay que tener en cuenta que no sólo se pierde el terreno que ocupa el cierre, sino algo más, porque no se puede llegar con los instrumentos de cultivo hasta la pared o seto.

Y aun opone la parcelación otro gran obstáculo al cierre de heredades, el tener que sufrir casi todas las fincas rústicas la servidumbre de paso.




ArribaAbajoAprovechamiento perfecto de los productos del cultivo. -Industrias derivadas de la agricultura

Para que el cultivo resulte remunerador es preciso que se aprovechen bien todos sus productos, que no se pierda nada.

En España ese aprovechamiento deja mucho que desear, debido principalmente a la excesiva división de la propiedad.

Se aprovechan mal los estiércoles: primero, por perderse parte de ellos en las poblaciones, caminos y tierras extrañas, que es donde pasa casi todo el día el ganado; y segundo, porque faltando en las poblaciones un terreno apropiado para estercoleros, dejan los estiércoles en los corrales de las casas de labor, y allí, además de constituir un foco de infección, los lavan las lluvias, los seca el calor y el viento, y pierden la mayor parte de sus elementos fertilizantes. No aprovechándose tampoco bien el redeo, porque a causa de la distancia que hay de la casa de labor a las fincas redeadas, no se aran éstas antes y después de dormir allí las ovejas.

Se aprovecha mal la espiga que queda en los rastrojos después de la siega, por la libertad que tienen de pastarlos todos los ganados, no esperando a que concluyan las vacas para entrar las ovejas. Y esto no se evita, porque la excesiva división de la propiedad impide acotar las fincas.

La selección de semillas, escogiendo las mejores, las más puras y sanas, también es difícil; la pequeñez de las fincas es causa de que se mezclen fácilmente las de los predios colindantes, las del bueno con las del mal labrador. Y como también las escardas ofrecen mayores dificultades, las semillas resultan impuras y sucias.

Pero, sobre todo, mientras no se exploten racionalmente las industrias rurales, no se aprovecharán bien todos los productos del cultivo, y éste no resultará todo lo remunerador que es debido. Y las industrias rurales no se pueden aprovechar bien por la parcelación.

La multitud de industrias que se derivan de la agricultura pueden dividirse en dos grupos: las llamadas fitógenas, que tienen por objeto la transformación de las materias vegetales (elaboración de vinos, alcoholes, almidones, féculas, materias textiles, tintóreas, oleaginosas, etc.), y las llamadas zoógenas, que tienen por objeto la cría y multiplicación de los animales domésticos (ganadería y animales de corral), y la transformación de sus productos (elaboración de mantecas y quesos, salazón de carnes, curtido de pieles, etc).

La generalidad de las industrias fitógenas están mal explotadas en España, y algunas ni bien ni mal. A ello contribuyen varias causas, pues no desconozco que para la transformación de ciertas materias vegetales hace falta capital, asociación, etc.; pero la causa principal es la dificultad de transformar los cultivos por la excesiva división de la propiedad, como ya queda demostrado al tratar de la alternativa de cosechas.

A las industrias zoógenas y a las que de ellas se derivan, cuya explotación es esencial en toda labor bien organizada, no se las da la importancia que deben tener, porque a causa de la parcelación no comprenden muchos labradores su gran utilidad.

La cría de aves de corral (gallinas, pavos, patos, etc.), que debe ser una de las industrias más productivas para el labrador, está tan descuidada en España que deja muy poca utilidad; sin duda por eso hay un refrán que dice: «Animal de pico, no hace al amo rico.»

La explicación es muy sencilla: las casas de los pueblos no reúnen condiciones para explotar la cría de aves.

Es verdad que toda clase de desperdicios tienen aplicación como alimento de las aves de corral; pero los corrales son tan pequeños, sombríos y húmedos; los desperdicios de las casas de los labradores ofrecen tan poco alimento para una cantidad de aves de alguna importancia; los gallineros son tan reducidos y poco ventilados; y, por otra parte, la higiene es tan necesaria; que en las casas de los pueblos no se pueden criar con utilidad más que muy corto número de aves. Si se tienen muchas, hay que alimentarlas a pienso; la higiene es imposible por falta de terreno, y están muy expuestas a enfermar, no dejando ninguna utilidad.

Lo dicho de las aves de corral es aplicable a los conejos, cerdos, etc.

En cuanto a la ganadería, apenas produce esquilmos. Flaca y raquítica en general, y, además, poco numerosa con relación al territorio, a la población y al cultivo, dándose el extraño fenómeno de que en vez de aumentar ha disminuido en el siglo XIX, debido a la falta de alimentos baratos; recorriendo todo el día la hoja de barbecho, sin encontrar que comer y mal cuidada de noche, por no disponer el labrador más que de semillas de cereales y algunas leguminosas, que resultan caras para pienso; con los apriscos o majadas a tres o cuatro kilómetros del pueblo; sin poderse cultivar en buenas condiciones las plantas forrajeras, raíces y tubérculos, ni establecer prados temporales, y sin explotarse otras industrias que proporcionan pienso barato, ¿qué extraño es que el ganado no prospere?

Y no digo nada el ganado trashumante, porque ya he tratado de él en el Motivo segundo.

Como consecuencia del atraso de nuestra ganadería estante, se aprovecha muy poca leche; la explotación de la manteca apenas se conoce, y si se elabora algún queso, es muy poco, y no suele tener condiciones de conservación. El que por excepción haya algunas buenas fábricas de mantecas y quesos, no destruye lo dicho.

Las casas de los pueblos no reúnen condiciones para explotar ninguna de las industrias derivadas de la ganadería; no tienen habitaciones donde conservar ni desnatar la leche, ni donde salar quesos y mantecas, ni cuevas para fermentar los quesos, ni nada de lo que hace falta.

Verdad es que algunas de las industrias derivadas de la agricultura exigen un trabajo y atención que no puede prestarlas el pequeño agricultor; verdad que éste no puede disponer de los instrumentos y máquinas modernas para la explotación perfecta de esas industrias; verdad que la perfección con que hoy se elaboran ciertos productos se debe a la división del trabajo, siendo por todo esto más propia su explotación de las sociedades cooperativas que de los labradores aislados.

Pero hay industrias que pueden explotarse individualmente en pequeño. Y si éstas no se explotan, y si para las otras no se forman sociedades cooperativas, es porque la ganadería no produce esquilmos, no produce primeras materias. Y no puede producirlos más que en muy pequeña cantidad, porque la división de la propiedad rústica impide transformar el cultivo, y con ello impide tener piensos baratos.

Por todas partes la parcelación opone obstáculos al progreso agrícola.




ArribaAbajoConstrucción de la casa de labor dentro del campo de cultivo

No voy a examinar ahora las ventajas que produce tener la casa habitación dentro del campo que cada uno labra; lo haré al estudiar las ventajas de los cotos redondos acasarados. Lo que aquí me corresponde demostrar es la imposibilidad en que se encuentra el labrador de vivir en el campo que cultiva, y esa demostración es bien fácil.

Cuanto más dividida está la propiedad, tanto más se distancia el labrador de las tierras que cultiva. Así decía Londet: «La reunión de los edificios en los pueblos produce necesariamente el alejamiento de las parcelas del centro de la explotación, y la división de las propiedades aumenta también el alejamiento.»

Y D. Fermín Caballero escribía: «Dividida la labor de una yunta en 51 pedazos discontinuos, que salen a 53 áreas de superficie, ¿puede imaginarse siquiera que en esa hacienda se establezca casa de campo? ¿En cuál de las 51 suertes se hará el edificio que conserve en derredor espacio suficiente para la circulación de las personas y animales? ¿En qué pedazo se situará la familia que no tenga los demás a distancias semejantes a las que los separan del pueblo? ¿A qué fin dejar el domicilio querido y la buena compañía de deudos y amigos si no se mejora la posición del cultivador respecto a sus hazas? He ahí la dificultad material, el obstáculo superlativo, el estorbo supremo que importa remover.»

Esto no necesita comentario. Mientras subsista la actual parcelación es imposible construir la casa habitación del labrador en el campo que cultiva; es imposible la presencia constante del dueño en su heredad. Los labradores tienen que vivir agrupados formando pueblos y cultivar a distancias de dos, tres y más kilómetros, interrumpiendo todos los días su trabajo para trasladarse de unas a otras fincas.

Con el examen de las principales reformas y mejoras que conviene introducir en el cultivo creo haber demostrado hasta la evidencia que, con ser todas ellas muy importantes y necesarias, no es posible establecerlas mientras la propiedad rústica esté constituida en minifundios, mientras no desaparezca la actual parcelación, que es un obstáculo insuperable para el buen empleo de cada uno de los factores que intervienen en la producción agrícola.




ArribaAbajoLos minifundios dificultan tener corrientes los títulos de propiedad. -Dificultan las transmisiones de dominio, y disminuyen el valor de las fincas

Dificultan tener corrientes los títulos de propiedad. -Tener corriente la titulación de las fincas rústicas pequeñas resulta tan molesto y caro, que muchos propietarios se ven precisados a renunciar a esa garantía. Y no tenerla corriente, no tener las fincas inscritas, lleva como consecuencia la paralización del movimiento de la propiedad, la falta de crédito y la exposición a perder el todo o parte de algunas fincas.

Las transmisiones de dominio están gravadas por el Estado con derechos tan altos, que resultan siempre muy costosas, y el coste aumenta considerablemente cuando se trata de fincas pequeñas, por aumentar el número de pliegos de papel sellado, los derechos notariales, los de inscripción en el Registro, etc., sin contar las molestias y el tiempo que se pierde al deslindarlas.

En esa enormidad de gastos está la explicación de que la mayor parte de las compraventas y testamentarías se hagan en documentos privados, sin elevarlas a escritura pública, y haya tantos propietarios de fincas pequeñas sin títulos de propiedad.

D. Gumersindo Azcárate, dice: « En toda España, pero especialmente en el Norte, Nordeste y Noroeste (en igual caso se encuentra el centro de España) hay grandes y generales obstáculos para la inscripción de toda clase de adquisiciones en el Registro de la propiedad, consistentes en la excesiva división del suelo y en el estado de la titulación (juicio crítico de la obra Derecho inmobiliario español, de D. Bienvenido Oliver). Y cita el caso de estar en Navarra gravadas con frecuencia 60 fincas para asegurar el pago de 250 a 500 pesetas; tan pequeñas son y tan escaso su valor.

»De ahí -añade- que por la dificultad de deslindarlas, por el coste de la titulación y por el impuesto, sea asunto arduo la inscripción.»

De lo que en este punto opinan los Registradores de la propiedad, puede formarse juicio por lo que dice uno de los de mayor autoridad, D. Agustín Ondovilla. Copio de su ya citada Monografía: «Según las Memorias publicadas por la Dirección de los Registros, sólo un 48 por 100 de la propiedad rústica vive al amparo de la ley, y gran parte de esa propiedad ha entrado en el libro territorial por la puerta falsa del expediente posesorio. La principal causa de que la propiedad rural siga alejada del Registro es la parcelación.» «Las fincas pequeñas, por su escaso valor, son refractarias al título auténtico y formal. El impuesto de derechos reales, el del sello y timbre del Estado, los derechos del Notario, los honorarios del Registrador, son gastos que no pueden sobrellevar la pequeña propiedad. Y si a eso hay que agregar lo que supone una declaración de herederos, un nombramiento de defensor, una aprobación judicial de particiones, entonces, el hacer frente a todo, es la ruina del pequeño propietario.»

Dificultades para las transmisiones de dominio. -Por lo expuesto se comprenden las dificultades que la parcelación opone a las transmisiones de dominio (ventas, hipotecas, etcétera). Nadie quiere comprar fincas tan pequeñas, ni menos admitirlas como garantía de préstamos.

El acta Torrens, que constituye uno de los mejores medios de movilizar la propiedad, y para cuya implantación en España presentó una proposición a las Cortes el Conde de San Bernardo el año 1900, no daría resultado o lo daría muy escaso.

La pequeñez de las fincas, aun sin contar con lo caras que por ese concepto resultan las transmisiones de dominio, será siempre un obstáculo para que los capitalistas empleen en ellas su dinero, ya sea a título de compra, ya al de hipoteca, por el temor, en este segundo caso, de tener que cargarse con las fincas, y si las aceptan será por mucho menos de su valor.

Disminución del valor de las fincas. -La parcelación hace disminuir el valor de la propiedad rústica.

Es verdad que el primero de los factores para apreciar el valor de una tierra es su potencia productiva, su fertilidad. Pero entre los demás factores que influyen en su valor está la mayor o menor facilidad para explotarla.

Así decía el célebre Profesor de Economía rural Luis Londet: «Además de la potencia productiva y de la naturaleza del terreno, hay diversas causas naturales concernientes al suelo que influyen en su valor, y son: el alejamiento de las tierras del centro de la explotación, la forma geométrica de las parcelas, su separación y la división de las propiedades.»

Thaer (Memoria del Ministerio de Fomento, ya citada) calcula que por la excesiva división del suelo el valor del terreno es inferior en una mitad a lo que debiera ser. Y Thuenen afirma que la renta baja a medida que la distancia aumenta.

La pequeñez de las fincas, el estar discontinuas las de un mismo propietario y diseminadas por todo el término municipal, impide edificar en el centro de la explotación, y con ello aumenta necesariamente el alejamiento entre el cultivador y las tierras cultivadas, aumenta las pérdidas de tiempo y de dinero, y, como consecuencia, disminuye su valor.

En resumen, bajo cualquier aspecto que se examine la actual constitución de la propiedad rústica, resulta defectuosísima, constituye un obstáculo insuperable al progreso y perfeccionamiento del cultivo.

Así, como consecuencia de los defectos de la parcelación que en este motivo quedan examinados, la producción agrícola, en vez de ser mucha, buena y barata, es corta, de mediana calidad y cara, no pudiendo competir con la extranjera y complicando con ello el problema social, que no se puede resolver en la parte económica sin resolver antes el problema agrícola, por ser la agricultura la madre de todas las industrias y la base de la sociedad.





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