Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Quetzalcoatl

Agustí Bartra



portada



A Alberto y Ana Cecilia Gironella


¿Cuix ye nelli? ¿Cuix oquimaceuh in tlacatl in topiltzin,
in Quetzalcoatl, in teyocoyani, in techihuani?
¿Auh cuix oquito in Ume tecutli in Ume cioatl?
¿Cuix omocuepane in tlatolli?


(¿Es verdad acaso? ¿Lo mereció el señor, nuestro príncipe,
Quetzalcoatl, el que inventa hombres, el que los hace?
¿Acaso lo determinó el Señor, la Señora de la dualidad?
¿Acaso fue transmitida la palabra?)





  —11→  

ArribaAbajoPrólogo

Con Quetzalcoatl sé más, naturalmente, lo que he querido realizar que lo que he realizado. Quizás por sus múltiples implicaciones vitales y subjetivas, en este poema he podido comprobar agudamente que cuando una visión o un tema se nos entraña en obra ineludible, nos trasciende tanto como nos limita. Ignoro hasta qué punto he fundado aquí con el Canto, pero ciertamente no olvidaré nunca en qué momentos de poesía inclinaba humildemente la cabeza, poseído...

Por encima de todo, me interesaba arrancar de la roca mítica mexicana la estatura del Hombre Luz, para que acompañase con dimensión más pura y distinta otras figuras mías anteriores. «La luz es siempre acción», dijo Novalis. Se podría objetar que la Sombra lo es también, y acaso más todavía. Lo es, sí. Lo sabemos, en el cuerpo y en el espíritu: nos golpean las ciegas idolatrías de nuestro tiempo, nos acomete Tezcatlipoca. Y el dualismo es agonal, porque «la joven luna», «el espejo humeante», «el hermano gemelo» nos hinca en el ser la certeza de que el hombre no puede oponerse a su destino.

  —12→  

Como poeta, lo que me importaba era crear, de ninguna manera glosar: ser fiel a la prodigiosa figura desde lo hondo, pero comunicándole una nueva actualidad palpitante, aprovechando los sutiles hilos de la trama de oro del mito antiguo para tejer por mi cuenta; buscar esencialidades coincidentes y darles contenidos visionarios; volver a elaborar los símbolos subyacentes y dar a la figura otra epifanía, una anunciación que brotase de mi temporalidad. Había que palpar lo primigenio y pegar el oído sobre el corazón del futuro, amasar estrellas y raíces mexicanas y mezclarlas, trenzarlas con vientos, ecos y resonancias universales que levantaran la nueva fabulación como la resurrección de un prodigio que no había muerto, sino que estaba ahí, esperando. Dejé que Quetzalcoatl hiciese de mí uno de sus retornos.

No creo que en ningún otro mito del mundo haya nada tan bello y cargado de símbolo trascendental como el momento en que de las cenizas del corazón de Quetzalcoatl sale su espíritu en forma de estrella y asciende al cielo. Si Quetzalcoatl es el dador, hombre y dios solar, símbolo del eterno retorno, estrella que muere y astro que resucita, en una palabra, conciencia y creación, Tezcatlipoca, en cambio, es la noche, el que roba y asalta en las encrucijadas, el destructor, el frío del Norte negro, el jaguar, la fuerza ciega de la naturaleza. Quetzalcoatl es, para mí, la encarnación de una grandeza que quiere ser, y es, un poder, mas no una voluntad de poder, como diría Buber. Los contenidos de su fuerza espiritual le impedirían, si por otra parte no estuviera lleno de amor, traicionar su meta por medio de falaces justificaciones. Es un codificador del alma. Tezcatlipoca representa la lucha continua del poder vacío y maniqueo que sólo tiende a su propio acrecentamiento y que si cesara en su acción   —13→   sin misión se derrumbaría como un espectro de corteza en medio del estrépito de los acontecimientos. En cierto modo, Tezcatlipoca es la historia en su aspecto deshumanizado: lo que se cierra para devorar lo que ha apresado. Veo a Quetzalcoatl como el héroe espiritual que se niega a combatir la violencia con la violencia. Ha de crearse por la palabra y por la acción luminosa, se derrama, abraza, conquista espíritus, canta la vida porque la vive en la plenitud del yo-tú-él, grávido de conciencia terrestre y de verdades atravesadas por el espíritu. Si frente a Tezcatlipoca su actitud es prometeica, la conciencia de su condición humana le evita toda desmesura. Así, lo acompañan Nanotzin, la mujer, y Xelhua, el discípulo más amado.

Tuve que desnudarme de muchas cosas para poder sumergirme en el poema, donde lo fundamental me esperaba, los temas en torno a los cuales había yo girado siempre: Amor, Tiempo y Muerte. No necesitaba más para cantar a la vida. El resto eran presencias. Y misterio. «Algo muere en todo nacimiento, algo nace en toda muerte...», digo en alguna parte de mi poema. Y así era yo mientras componía mi Quetzalcoatl: nacía y moría. Vivía la aurora de las palabras, el fuego de los signos, el grito de las atalayas que retumba en las oquedades. Sufría y era feliz. Y me rodeaban rostros de hermanos. Lo que he hecho me lo dirán tal vez los ecos, si mi voz hace saltar lo dormido, si cae como hilo de agua en la boca que modela una hora profunda...

Agustí Bartra





  —[14]→     —15→  


ArribaAbajoQuetzalcoatl



Cosmogonías del alba
—[16]→
—17→

Quetzalcoatl andaba por la noche del bosque... Oyó la voz del pájaro,
arriba de la alta fronda -una breve nota líquida y medrosa
entre la dulzura de la brisa en el follaje. Y se detuvo, y esperó,
hundido en su misterio y en su vasta nostalgia...
Saltando fuera del sueño, torcido por la altura y el anhelo,
elevose el hilo del trino, empeñada el ave en el impulso de florecer
en el canto que escalaba las sombras de donde ya colgaba
el fruto terminal de su ascensión-
silencio de plenitud, peso oscurecido que de pronto se quebró
en el comienzo de una vertiginosa caída vertical sin alas
que se detuvo en el corazón de Quetzalcoatl, de donde se levantó
en abierto vuelo mítico hacia la aprobación de las estrellas...
Y la fábula y el tiempo recordaban en el espíritu de Quetzalcoatl-
—18→

Se aquietaban las aguas bajo el árbol de un cielo
de estrellas caedizas y estupor de cometas,
y en circulares albas lentamente empezaba
la asunción de las cumbres...

En silencio afloraban las nacencias de roca:
hocicos de cetáceos, corolas de martirio,
ojos de cataclismo, futuras latitudes
de águilas y de nieves.

Erguidos y ataviados de claras lontananzas,
los vientos esperaban en los cuatro horizontes;
en sus ojos brillaban lejanos resplandores
de hielos boreales.

Las mareas dormían una ausencia de luna,
y en la vasta llanura de inmóviles sargazos
las bonanzas azules se apoyaban en rojos
cayados de corales...

Andaba Quetzalcoatl con el gorjeo en la sangre y fértiles de imágenes los ojos interiores-

El Norte, susurrante, abrió a los arcos iris
el sueño tembloroso de sus senos de niebla,
y de su virginal cabellera de nieves
alzose la gaviota.
—19→

Por la luz desfilaban huestes de meteoros,
las islas sostenían sus coronas ciclónicas
y delicadas lúnulas sangraban sobre raudas
yacijas de crepúsculo.

¡Oh trombas vaginales de las cósmicas noches
del abismo oceánico! ¡Oh sumisión del agua
cuando el cielo marcaba lomos de cordilleras
con sus hierros astrales!

La luz sirgaba el cuerpo virgen del continente
que un cielo delirante ya estrechaba en sus brazos.
A edades de oro y hoja nacían litorales
de flancos de doncella...

Quetzalcoatl cruzaba al azar entre los grandes árboles del tiempo.
Sus pasos no turbaban la sombra donde dormían los animales del dolor
y se demoraba en los calveros de las lágrimas sobre las cuales brillaban
las estrellas del cielo de los símbolos-

¡Tierra aún no despierta y tiempo en ella hincado
como un halcón de viento! ¡Oh silenciosas bodas
de púberes montañas con los dormidos ríos
de genésicos limos!

Redondos ojos líquidos
con párpados de juncos
—20→
y lunares murmullos...
menguantes florecidos
y doseles de cañas...
blanco torso de nubes
y rodillas de hierba de la alta primavera...

La mujer ventisquero...
Con velos descendía
hasta los rojos pies de secoyas titánicas;
pupilas de edelweiss seguían migraciones
de celestes rebaños...

Solo, Quetzalcoatl, buscando los manantiales de su alma,
vagaba por las colinas sin senderos de las reminiscencias-

Y taciturnas hordas de guedejas salobres
levantaron sus remos en los negros cantiles.
Silbaron pedernales en los mitos hirsutos,
¡oh totémicos fuegos...!

El nuevo sol de todos se mordía en la hierba.
Cuando luna y colina fueron en los recuerdos
una sola dulzura, los anales del reno
entraron en las cuevas.

Y el cielo descendió
a las pintadas orzas...

Quetzalcoatl se tambaleaba sobre huellas que cantaban, mordía
  —21→   mitos en raíces cada vez más hondas, se buscaba en las crónicas
que acariciaba con dedos ciegos en estucos que dormían en vientres de selva.

Pero los orígenes de su tiempo eran como los secretos ojos de agua
en la montaña donde nace un gran río-

Y el anhelo en los brazos alzados de una núbil
señaló los caminos hacia las tierras rojas.
¡Oh sur de las estrellas, allende los tronantes
aludes de bisontes!

Guirnaldas de canoas se alargaban en ríos
protegidos por cielos más poblados de estrellas,
pero en los horizontes abríanse misterios
de bocas verticales.

Las rodantes herencias de las constelaciones
se hacinaban en ojos de escuálidos augures.
Adalides de viento danzaban los terrores
de rojos plenilunios.

¡Oh lentas trashumancias! Cada aurora anunciaba
la epopeya del arco y el canto de la flecha.
Humaredas de paz trazaban en el aire
enormes cornamentas.

En guijos de colores se buscaba el destino.
El pasado dormía en ollas funerarias.
La esperanza sin nombre aún apacentaba
sus rebaños de géyseres.
—22→

Cayó Quetzalcoatl. Y besó la tierra con sus labios ensangrentados.
Y silenciosas bandadas de aves se posaron en las cimas nocturnas
de la espera de su espíritu-

Vocerío de clanes en moradas de pieles,
bajo lunas de fríos...
¡Oh tributo del canto
a los dioses pequeños, entre abedul y alerce...!
¡El Gran Coyote Azul subió a los estandartes!

¡Bélicos matriarcados!
Siervos eran los hombres
de telúricas madres, ¡oh robustas guerreras
cuyas sangres oscuras solamente eran fieles
al parto y a la muerte!

Tatuábanse en los senos bermejos calendarios,
de sus trenzas colgaban negras piedras y frutos,
y sus amargos sexos abríanse a la sombra
de las hincadas lanzas...

Y mientras Quetzalcoatl esperaba el descenso del canto del ave solitaria de los cielos,
las imágenes aún hallaban libres ámbitos en su inmemorial conciencia-

Siglos de mudas huellas, de manantial a páramo
y de cuevas a túmulos...
Gobernaban los vientres
rutilantes de miel de las obesas reinas...
Nocturnas sediciones junto a los cactos fálicos
—23→
y legislación de hambres en los nuevos desiertos...

Saeteros de polen entre floras de espinas...
(¡Viento del blanco venado!)
Dioses de las tinieblas reían en las hachas...
(¡Sueños del venado rojo!)
Latigazos solares y colmillos de hielos...
(¡Huellas del negro venado!)
Las tiendas allanadas, como grandes murciélagos...
(¡Fuga del venado de oro!)
Hito de halcón clavado en la seca biznaga...

¡Oraciones de ríos,
las sagradas montañas,
lisa Roca del dios
y las trémulas hordas del maíz jubilante
entrando en las miradas...!

Y de pronto oyó el canto del pájaro-
no en la altura que seguía cerrada en la inmutabilidad
de la noche y de los ámbitos salpicados de plata,
sino enterrado en él como el estallido de una gran semilla,
trino de hondura socavando su corazón,
latido y borbolleo más allá de la conciencia y de las imágenes,
puro son de principio y de fin en la desnudez total de su ser tendido y vasto,
con la luna en su cabello y el viento en la cara,
susurros de hierba en el pecho
y sus dos brazos ramificándose como ríos,
—24→
él mismo espacio,
canto
y noche,
expulsado del tiempo y divinamente sencillo en aconteceres
que levantaban sus meteoros y azares, las bóvedas transparentes
de los sueños nacidos en sus manos fluviales, que atraían
hacia su corazón el silencio de la eternidad,

sombra de torso y pájaro,
acostada y pesando sobre latido y gorjeo,
ni despierto ni dormido,

huésped ingente de su futuro y envión de destino mortal odiado
por los dioses, renovándose en el agotamiento de sus entregas,
de sus caídas, de sus vuelos, vientre de la noche preñado de relámpagos,
de bruces sobre la tierra en acto de posesión y de rendición,
desembocadura atónita y mar penetrado, ¡oh infinito amor de infinitos nombres,
oh puño de polen sobre la negra boca de la muerte!,

y finalmente sus manos asaltando el cielo-
el trino vibrando en sus dedos de raíces que pulsaban las tinieblas y,
en los espacios que retrocedían, trazaban el inmenso círculo
que encerraba a la vez el beso y la Estrella...
—25→


El sembrador
—[26]→
—27→

Quetzalcoatl salió del bosque oscuro al alba...

Ya alto el sol, se detuvo, cansado, entre magueyes,
y a un lento ademán suyo un halcón descendió
para posarse en su hombro...

¡Oh! ¿Cuándo la visión
total de su destino descendería a su alma
como un ave de fuego,
y los cantos serían misión y cumplimiento,
no grito migratorio en monótonos cielos
ni árbol de primavera rajado por el rayo
en su gloria floral?
¡Oh! ¿Y cuándo una voz, una voz entre todas
las voces de su espíritu, trocaríase en viento
que roería el rostro de piedra de los dioses,
con el asentimiento de las puras estrellas
terrestres de sus noches...?

La mañana, en el cielo, era un hacha de jade.
—28→
Con el halcón inmóvil posado en su hombro izquierdo,
Quetzalcoatl anduvo,
siempre fijos los ojos en la azul lontananza
y envuelto en luz y viento y rumor de arboledas.

¡Oh altas encrucijadas de voces-meteoros:
parajes de corolas, iris, flautas salvajes,
simientes volanderas, cuerdas sonoras, lluvias...!
¡Y nunca advenimiento! ¡Siempre, siempre lo efímero
condenado a distancias, adioses y caídas!
¡Nunca, nunca el gran canto,
el canto anunciador, como una epifanía,
la imagen dando a luz al verbo capital!

El día
bajaba de las cumbres con amarillos cántaros.

Cogiendo rojas bayas tibias de mediodía,
Quetzalcoatl oyó la llamada del río
y, a través de los sauces,
enderezó sus pasos hacia la umbrosa orilla...

Desnudo entró en el agua, bajo el sauce más alto.
Raudo, el halcón voló hacia la otra ribera.
Un silencio augural estranguló las voces
y la paz del remanso invadió a Quetzalcoatl.
Oscilaron las ramas largamente hojecidas,
y de lo alto bajó un rayo de luz,
brusca coa dorada que se hincó unos instantes
—29→
en la diáfana gleba donde se reflejaban
el cuerpo sorprendido y el árbol tembloroso...

Y entonces Quetzalcoatl
oyó en su alma la voz:
«Tú, sembrador de soles...»,
y alzando lentamente la mano ya entreabierta,
se inclinó hacia el agua al tiempo que vertía
las bayas, una a una, en el hueco de luz
ahondado en su imagen a la altura del pecho.

Por la fluvial anchura flotaba Quetzalcoatl,
fúlgido primogénito de sus arduas auroras...
—[30]→
—31→


Las manos que cantan
—[32]→
—33→

Al pie de la ladera yacían los cadáveres,
de prisa amontonados después de la batalla
en que Huitzilopochtli rió bosques de filos:
hacinas de faisanes y teñidas tortugas,
predio en donde crecían, en profusión confusa,
tallos de lanzas, flechas...-
mientras lejos sonaban
las roncas caracolas de la guerrera marcha,
y los vientos alzaban cosechas de estandartes,
y el tendido horizonte envolvíase en humo...

No lloró Quetzalcoatl ante la muerte inútil.
Se alejó del lugar cuando los zopilotes
descendían del cielo a trillar la hecatombe.
No vio la primavera en el nopal cubierto
de grandes mariposas
ni escuchó labios de agua en la faz de la hierba.

Su angustia era el silencio del mundo sin espíritu,
—34→
vacío de Tonatiuh y de canto fraterno.
En su desolación, ¿a quién invocaría,
con mirada de adiós o puños levantados,
en el reino de su alma: cisternas de ceniza
junto a la sombra armada de cactos gigantescos...?
Si el nudo de sollozos se levantara en grito,
¿podría abrir los brazos a algún viento de pájaros
sin caer fulminado por duras claridades,
bajo nubes inmóviles como rojos trofeos...?

Ninguna voz hermana deja en su corazón
un peso de corola,
mientras marcha sin eco por los fúnebres musgos
en donde se entreabre el helado esplendor
de diminutas flores, sobrevivientes ojos
de olvidadas infancias...

¡Río! Ancestral corriente,
¡oh ala tutelar de sus antiguos júbilos!

Y Quetzalcoatl sube
lento al puente colgante,
como un gran rey pluvioso con túnica de lodos...

Y avanza entre las sogas
de trenzadas lianas,
oscilando en la niebla
-que canturrea abajo, en las cunas del agua,
y luego, levantándose en el aire dormido,
—35→
estrecha entre sus brazos un sol de cempasúchil-,
oscilando
inclinado
a los hondos
murmullos,
dócil presa, en la altura, de sonoras espumas...

Quetzalcoatl en vilo
en su puro vacío
-donde la niebla hila
con sus ruecas de frío
tanto trémulo trino de lejanas cascadas,
verticales alondras y viento de hoja herido-,
inmóvil y esperando que las manos que cantan
se posen en su pecho y dulcemente pulsen
los rayos de su sueño
y la lluvia de su éxtasis...

¡Oh! Como ondas de son
fíltranse en su dolor
los dedos luminosos,
las alfareras manos que penetran en su alma
y turban el letargo de pesadas palabras,
que a un brusco vuelo caen
como en oscura cueva
apiñados murciélagos...

Y Quetzalcoatl gime, tocado en lo más hondo
de su gélida angustia,
—36→
y florecen las lágrimas en el árbol de hielo
de su desesperanza,
y germinan los nombres en la resurrección
de su boca solar.

Canta, ciego y vidente,
envuelta la cabeza con truenos de palabras
que en el dolor del ser retumban y celebran
el latir del espacio de la nueva ternura
donde lo presentido se colma con el verbo;
ciego por el fulgor de la tormenta de alas
que brilla en el regazo de la eterna montaña.
Porque no de los ojos sino del vuelo nacen
las más radiantes cumbres,
y los himnos retornan a sus felices fuentes...
—37→


La red
—[38]→
—39→

En el centro del lago Nanotzin saca el remo
de las aguas tranquilas y mira a Quetzalcoatl,
que continúa inmóvil y sin sombra,
con la red en la mano dispuesta a ser lanzada.

(En la lejana orilla, las doncellas anudan
sus largas trenzas.)

Acostada en la popa, Nanotzin, soñolienta,
reclina la cabeza sobre la lisa borda
y entrecierra los ojos, mecida por el ritmo
de la brisa y las aguas y la erguida figura
luminosa que oscila circundada de cielo
y verdes resplandores...

(Calladas, las doncellas se adentran en el agua.)

En sí mismo sumido, Quetzalcoatl murmura:
«Tiembla el sol en las aguas..., se mecen arboledas...
—40→
Plenitud del silencio... Las palabras dormitan
como sombras echadas en torno a un centinela
de imagen y temblor...
¿Qué esperas, corazón? ¿Acaso sólo lates?
¿Sólo cuentas instantes que nunca más retornan?
¡Lanza la red del alma a las aguas profundas!
Eterno es lo profundo,
y el alma sólo quiere más honda eternidad,
soñar en el abismo los actos del espíritu,
fundar en las tinieblas...
¿Qué esperas, corazón? ¿Te tienta el mediodía
y sus reales éxtasis...?».

(Nanotzin se ha dormido junto al remo mojado.
Su cabellera cae.)

Balanceándose al ritmo de las aguas,
Quetzalcoatl levanta con lentitud el brazo,
y luego, bruscamente, como un rayo girante,
lanza la larga red por sobre su cabeza.
Y la red gira rauda, con un rumor de pájaros,
hasta que, tras el grito, huye abierta hacia arriba...

(Nanotzin duerme luz. Su suelta cabellera
vive sola en el agua.)
—41→


El sermón del lago
—[42]→
—43→

A orillas del lago color de campánula, un atardecer, Quetzalcoatl habló así a su gente:

-Palabras recién despiertas suben para vosotros a mis labios, oh hermanos en Tonatiuh!,
y quisiera que mi voz fuese como la soga con que ha sido lentamente
varada esa canoa cargada de jaulas con pájaros ya dormidos,
y que vuestro corazón semejara estas tranquilas aguas en las que
no se refleja ni el sol que se ha puesto ni la luna que aún no ha salido...

Palabras nacidas de estrellas invocadas en los llanos del silencio,
infinitas como las cosas y grávidas de espíritu,
comunión de vientos y hoguera de verbo;
palabras que llevan a cuestas la luz desde las raíces de los tiempos
y pueden morir como muere la brisa dentro de las caracolas;
—44→
palabras atravesadas por el colibrí de la resurrección o las que
se abren como flores en la loma de huesos de la tristeza...

Digo las palabras para las ceremonias lustrales ante el alba de muros de oro,
o las que se alzan como lanzas brillantes apoyadas en los mil hombros de un canto,
o las artesanas que fundan una eterna capital de belleza y amor, cronistas de fuegos y plumas
y cosechas lejos del vuelo del murciélago y del copal de temblorosos brazos;

la palabra paz, en la que duermen las semillas y despierta el mar;
la palabra retorno, imagen de torso de rojo tezontle, cabeza de mariposas y pies de polen,
y la palabra Tamoanchan, arco iris que empieza en la matriz de los orígenes y termina en la boca del cielo...


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Ay que no nazca la luna
      roja de Tezcatlipoca!
      Oh terror de negros senos,
      parto de sombra en la roca!

-Cuatro soles descansaban sobre el vientre del mundo,
sarta desprendida del cuello de los infinitos años...
—45→


SOL DE AGUA:

Se abrieron las cuatro bocas blancas del Norte y del Sur, del Este y del Oeste,
y remolineante llegó la diosa de las sayas azules, tocada de caña y enarbolando estandarte de lluvias.

Subían las aguas estrangulando temblores forestales, entre pasmos de meteoros
y vertiginosas guirnaldas de asustados faisanes,
mientras en el fondo la luz asaetaba el tendido cuerpo pastoral de la hierba
que dormía con la cabeza apoyada sobre rocas llagadas de esmeralda
y la diosa dorada se alejaba sobre la haz del agua, con los ojos fijos en las águilas solares
que esperaban en las blancas cumbres volcánicas.

Y no había noche porque los dioses habían taraceado en la piel del cielo la piedra del sol,
y no soplaba el viento, ni caía la lluvia, ni nacía la sombra,
y las ramas de los árboles sumergidos se curvaban bajo el peso de dormidos cardúmenes luminosos...

Y la corriente se expandía como un interminable y transparente animal
convertido en resuello de flujo, distancia y fulgor,
sólo interrumpido de vez en cuando por flotaciones de jeroglíficos vegetales,
grandes frutas que boyaban como lunas pútridas,
islas de corolas que flotaban junto a rebaños de hinchadas bestias semejantes a cometas morados
—46→
y yertos ahogados con barbas de espuma y ojos vaciados por los últimos zopilotes...

Y al fin, cuando se cerraron las blancas bocas del horizonte
y las aguas y el cielo tuvieron el mismo rostro,
las cumbres se devolvieron unas a otras los ecos de los gritos incesantes de las águilas
que aún no podían volar hacia el inmóvil sol,
y sobre la inmensa paz de las solitarias aguas flotó el hueco tronco donde yacían el hombre y la mujer...

Sobre la vasta quietud menguante, en el día inmutable de las aguas y bajo el dolor del atascado astro rojo,
el tronco flotó,
con la pareja abrazada dentro del hueco oscuro
y una hormiga en la seca corteza,
seguido por una tenue niebla azulosa,
hasta que el peso del amor lo detuvo...

Y entonces un águila hendió el firmamento y entró, palpitante, en el nuevo sol,
ya lanzado otra vez a la parábola de sus resurrecciones y muertes.
A lo lejos, en la virgen tierra que asomaba, Xilonen empezó a cantar,
y luego, tras soltarse su cabellera de mariposas, entró desnuda en el agua
y avanzó, cara al viento rumoroso de besos, hacia el tronco que se balanceaba...
—47→


CORO DE DONCELLAS:

      Oh verano de la sangre
      tendido en los ventisqueros!
      ¡Oh Deseo, oscura hormiga
      en corporales graneros!

-Y advino el tiempo del


SOL DE VIENTO:

Cayó del cielo la primera ave, bruscamente madurada a blancura y dureza,
plomada de hielo vertical soltada sobre el áureo estupor de las tierras altas,
y sonó como un golpe de fruta sobre un atabal nocturno.

Y un miedo de hoja se levantó en vilo sobre los ríos:
anuncio de la muerte por el frío sobre la tierra, porque los hombres
habían aprendido a amar demasiado lo real, ¡oh hermanos en Tonatiuh!,
y el Gran Espíritu había huido con el sol...

Y la nieve y el viento llegaron juntos, como una girante pirámide invertida, heraldos
del monarca radiante y puro que esculpía en el fondo de todo lo creado una instantánea muerte de estrella,
dura presencia transparente del sueño absoluto,
ingrávida soberanía del hielo sin rodillas que ajusticiaba con una dulzura de mano de musgo sobre el agua...
—48→

El gran enemigo de la llama avanzaba con sus corimbos de silencio,
propagando doquiera la inmaculada apoteosis de sus geometrías.
Violadora deidad sin sombra, de ademán azul y mirada de cal de luna,
a su paso las humaredas se derrumbaban sobre sus pies de espejo
y nacían erizos de cristal en las profundas leches...

Oh orfebre de las briznas, joyero de los insectos, verdugo de horizontes!
Era el reino de la luz difunta, ¡oh hermanos! No había luz en el mundo, sino una claridad boreal sin alas.
Era el reino de la muerte por súbita estatura y filigrana de escarcha.
Era el reino sobre la tierra de la perfecta calavera de cristal de roca.
Era el reino de los vientos de la soledad que soplaban sus caracolas arrodillados a los pies de Coatlicue,
o de los que se habían ahorcado en los inmensos bosques mudos
y colgaban de las ramas como banderas mojadas,
o de los que yacían exánimes sobre las cornamentas de grandes rebaños inmóviles,
mientras el rey glacial dormía en la azul soledad de sí mismo
y el negro Tezcatlipoca lanzaba a través del anillo de las constelaciones la pelota de su luna...

Pero el imperio de la noche, ¡oh hermanos!, era negado por las estrellas,
que colgaban sobre las blancas montañas del dolor en cuyas laderas
  —49→   gigantescos árboles de sangre interrogaban al cielo entre ruinas y nieblas de lágrimas.

¡Oh estrellas de la resurrección, ternura de la esperanza del universo,
cascadas de lianas de luz en descenso seminal hacia la tierra de piernas abiertas!
¡Oh entrañas de Coatlicue en cuyas honduras una fuente comenzaba su murmullo de metamorfosis: subía...!


CORO DE DONCELLAS:

      En la piedra de los dioses
      el símbolo exacto anida.
      Mas el amor tiene estatuas
      de viento y de llama erguida.

-Y llegaron los días aciagos del


SOL DE FUEGO:

La lontananza seguía roja de un atardecer que no cedía sus luces a la noche,
sino que se vislumbraba como un lento y raso alud de resplandor,
mientras atrás las frustradas tinieblas yacían entre la luna y la Estrella de la Tarde...

Lentamente se desvanecían en el cielo del oeste las guedejas del crepúsculo,
—50→
al tiempo que millares de luminarias se encendían sobre el círculo del horizonte,
como un collar de fogatas colgando del cuello estival de la tierra,
y un sordo retumbo de innumerables pezuñas confirmaba la insólita migración
de vastos rebaños de venados...

Avanzaban a un ritmo letárgico, fijos los inmóviles ojos en las distancias que no veían,
y balanceando levemente las testuces de las que surgía el espanto ramificado de las astas,
que ardían como simbólicas grecas de la destrucción que propagaba su marcha.
Con ellos llegaba la apoteosis del espíritu entregado a sus despóticas llamas
y a la consumación cósmica de sí mismo.
Porque alma y mundo habían sido totalmente sacrificados a los estáticos dioses sin tiempo
y la tierra no era morada, sino umbral gastado por los pies de las generaciones sin destino...

Huían de las astas las mariposas del fuego: ardían las cosechas y los árboles,
bocas furiosas mordían las piedras
y desnudos sacerdotes de viento y llama braceaban en la cumbre de las colinas;
de los zarzales saltaban bruscos guerreros rojos,
jorobados de centella rodaban por los taludes,
—51→
la brisa arrojaba doncellas de ceniza sobre los esqueletos de carbón de las selvas;
tras un grito se inflamaba una cabellera de mujer,
las palomas trazaban en el aire el arco fulgurante de su muerte
y en las atalayas de los templos se clamaba el mensaje feroz de las estrellas...

Silencioso quedó el mundo, negra la tierra, como la estatua derribada del dios
que tiene su lugar en el norte,
y en el cielo el humo levantaba inmensos brazos de mendigo...
No había sol ni luna, ¡oh hermanos en Tonatiuh!,
y en llanuras y montañas, en lo cerrado y en lo disperso, toda vida había huido...

Pero arriba, en la expansión de la última altura, comenzaban a abrirse los ojos de arco iris de Tlaloc,
y en el surco de su boca asomaba la brizna de una sonrisa.
Despertó el dios a la congoja de su espíritu al ver sus manos desnudas de retornos
y su corazón se llenó de recuerdos que subían a sus ojos.
Suavemente lloró Tlaloc sobre sus manos abiertas,
donde las lágrimas se convertían en agua viva que cantaba el futuro: ¡caía...!


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Ay que no nazca la luna
      roja de Tezcatlipoca!
      ¡Oh terror de negros senos,
      parto de sombra en la roca!
—52→

Calló Quetzalcoatl. Luego se acercó a Xelhua, su discípulo más amado, y murmuró:
-Di a las doncellas que suelten los pájaros...
Y, dirigiéndose a todos, añadió:
-Es tarde, hermanos. Y pronto el cielo será de la luna. Hasta mañana, al alba...

Y, solo, se dirigió lentamente hacia el árbol cercano donde Nanotzin lo esperaba.
Al llegar, Quetzalcoatl sonrió: al rumor de alas que pasaba por encima de su cabeza,
al dulce rostro de Nanotzin y a la blanca túnica que ella le tendía en silencio...
—53→


El Quinto Reino
—[54]→
—55→

Quetzalcoatl esperó que callaran los pájaros, ya subida la aurora, y comenzó así:
-Sobre el derrumbe de la noche ya el día empieza a levantar sus muros de dorado adobe,
¡oh hermanos en Tonatiuh!,
y con la brisa llega el temblor de las últimas estrellas y el lejano gorjeo del cenzontle.

Raíz sois, ¡oh hermanos!, de la voz que florece en mí,
de las palabras donde pesa lo inefable del balbuceo de la tierra,
el conjuro de los cielos
y el canto del espíritu.

Yo soy el que invoca y anuncia, fundador de horizontes en la patria de la vida.
¡No dejéis que mis palabras pasen por vuestras almas como el viento
a través de las mallas de las tendidas redes...!
—56→


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Cae el muro de culebras!
      ¡Oh la luz, en las orillas,
      calza huaraches de barca
      y agita sus campanillas!

-Yo soy el que afirma y evoca y libera, el eco de la cantante conciencia de los tiempos.
Soy el yo en el tú del mundo,
boca de alma
y padre de símbolos.
Hincado en el ser como un ejemplo de árbol, canto la vida,
madurez que sube de la sombra y termina en los frutos:
¡oh soles que encierran la semilla de la resurrección -danza silenciosa y pura de las metamorfosis!

No sólo venimos a dormir, no sólo venimos a soñar en el mundo:
venimos a vivir los días de nuestro sol de tierra,
y la hierba de primavera no necesita nuestra muerte...
En verdad os digo, ¡oh hermanos en Tonatiuh!, que venimos a vivir los días de nuestro sol,
venimos a morar entre las cosas y a comprender que el tiempo gira siempre con las mismas imágenes
del cielo y de la tierra.

¡Oh cuarto sol, astro de nuestra realidad, esplendor del dios
por el cual los espacios se abren hacia adelante para la creación,
nuestros ojos se vacían de los terrores de la noche
—57→
y la muerte huye con su mueca de sílex!
¡Mirad, hermanos, ya asciende, milagroso y cotidiano -infante de oro
o bola de nixtamal sobre el metate del firmamento!,
y las sombras abandonan el espíritu, tambaleándose, como estatuas obesas...


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Ay que no nazca la luna
      roja de Tezcatlipoca!
      ¡Oh terror de negros senos,
      parto de sombra en la roca!

-¡Siempre, siempre la tierra! Su celo y su sueño no sufren ninguna triste duración,
porque para ella, la eternamente abierta, todo momento es futuro y pasado
y sonriendo inclina la cabeza coronada de viento, hormigas y constelaciones.

No así el hombre. Su mejor canto es de esperanza: en su corazón la tierra no es aún allegada certeza,
sino presentimiento y abandono fluvial,
y en sus noches de ojos cerrados el silencio cae como follaje invernal...
No así el hombre. Su miedo cambia como efímeras cicatrices de sol en el agua
o palpita como el corazón buscado por la obsidiana.
—58→
Su ademán tiembla al elevarse suplicante hacia las jerarquías astrales
y al llegar el día interroga las sembradas laderas y los triángulos migratorios de los pájaros...


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Por el aire transparente
      qué rumor de pluma y paja!
      ¡Oh risa de Xilonen
      dentro de verde sonaja!

-En verdad sabemos, ¡oh hermanos!, que los impasibles dioses
mueren cuando el hombre nace a su destino
y que la dulzura de la primavera en los ojos de las núbiles
anticipa la hecatombe de las piedras ensangrentadas
y derriba los altos silos de los huesos.

Somos la paz en la fuerza, ¡oh hermanos!,
y nuestra alegría se baña en las jaspeadas aguas de la aurora,
lejos del lugar donde los atabales convocan filos y penachos.
Establecemos códigos de astros para los hundidores de semillas
y grabamos en los troncos leyes de luna y viento para los adalides de rebaños.

En el amor caemos y brillamos, como una trenza de agua sobre un hombro pétreo.
Decimos: montaña, girasol, pez, árbol, rayo, como si mencionáramos
los motivos de la vasija pintada de nuestra alma.
—59→
Pero esto no es más que una claridad que nos sobrecoge y consuela
para que sin máscara podamos ser testigos de los partos de la luz:
lo real que nos modera, acrecienta y aloja...

El deseo
es como el halcón que desde la altura de su acecho interrumpe su vuelo circular
para lanzarse a la creciente delicia de su caída hacia la presa-
tal el adolescente se desploma sobre la ramera de risa de cinabrio
en la que dilapida su siembra como sobre una roca...

Sólo en la esposa colmada los orígenes nos sueltan para que a tientas
regresemos a ellos recordando profundamente.
Entonces nuestros ojos cantan y murmuramos: mujer, ante la que tiembla
como una humareda en mitad de un campo.
Pero tomamos en brazos un río dormido, que depositamos sobre las montañas del futuro,
y así el mundo no agota nuestros actos y todas las cosas vienen iluminadas hacia nosotros.

Aquí estamos, ¡oh hermanos en Tonatiuh!
(erguidos en nuestro hoy, colgando como atónitas corolas del cielo,
vibrando como flechas detenidas en el aire, hijos del tiempo y combatiéndolo
-sombra delante y sombra detrás-, tiempo de huracán de espinas y de soles erizados,
tiempo de coito entre cacto y horizonte, tiempo de litigio de antorchas nómadas y semillas negras,
tiempo de sauce   —60→   hendido y de simios estrangulados por las hiedras rojas,
tiempo de castidades bajo la mirada del jaguar, ¡oh lluvias!
¡oh iras de cobalto en las cumbres, hijos míos!);
y aquí somos,
¡en la comunión de la palabra que es flauta de los que lloran,
chinampa de imágenes y salto del venado de la sangre!

Cantar es desembocadura,
pasmo de agua tranquila bajo los ojos aprobadores del firmamento.
Cantar es llegada
después de las infinitas noches de cuerdas tendidas en el silencio del instrumento de la tierra.
¿Puede el corazón permanecer mudo cuando la mirada celebra la alegría
de la colmada mano dadivosa?
En el canto, las estrellas de la espera entran en lo inefable
como levadura de eternidad.

Río de las generaciones en incontables figuras entrelazadas en sudor, lágrimas y semen,
¡oh subterráneo caudal de besos, coágulos y luciérnagas lanzado a la marcha del ser,
ciego aluvión de hambres y muerte en cuyas orillas se jalonaban los pétreos pastores inmóviles
y La Terrible Divina cantaba, devoraba y acunaba,
mientras en los remansos donde brillaba el espíritu los herederos solares de la vida
levantaban sus torsos de llagada amapola!
—61→


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Dentro de un viento de hiedra
      el sueño rojo murmura!
      ¡Y en los vados de amor calla,
      con agua hasta la cintura!

-Que el canto, ¡oh hermanos!, dé pensamientos al alma, más allá del raudal y el acorde,
porque en verdad moramos entre dos reinos, y de contrarias potestades somos partición.
Celebremos la aurora con el grito alborozado que nace como vela en el mástil,
y dejemos que el silencio plante sus tiendas en nuestro espíritu, al atardecer,
cuando la ladera del collado es ternura y el sol se hunde arrastrando su roja vestidura
y llega la desnudez de la luna...
Moramos entre los trofeos del sol y las idolatrías de la sombra, entre el águila y la serpiente...

El ave sagrada arriba, oh vigilancia de las diáfanas alturas y símbolo de luz en la luz-
el pensamiento cerniéndose y girando en sus propios éxtasis, presa de la áurea calma
del silencio donde se apoyan sus grandes alas,
subiendo,
alejándose de las terrestres llamadas como una ráfaga de polen,
cerrando
—62→
en el ancho círculo de su vuelo lo que en su repudio ya ha olvidado:
guirnaldas blancas de sus cumbres natales, llanuras de la memoria, árboles de la vida,
tormentas de la pasión, humaredas de la tristeza, río del tiempo;
ascendiendo
como el puro meteoro de la soledad que lo aniquila con sus estériles fuegos,
ardiendo
con los ojos fijos en el sol absoluto de sí mismo cuya imagen le devuelve el espejo azul del cielo,
extinguiéndose
en su dura conflagración de ascua, enfriándose...

Forma furtiva, ¡serpiente!, fría sangre de evasivos meandros, boca de silbo y muerte de doble pistilo-
¡oh materia de sigilo, huida de trenza y pesada caricia sobre palpitantes arcillas,
ovillo de hartura soñolienta en los profundos bosques y viscoso laberinto de onda y anillo!
¡Oh círculo de reposo sobre las tibias rocas del devenir-
Conciencia de fijos ojos que derribas los pájaros de la inocencia,
asaltas con tus raudas ponzoñas a los hijos de múltiples brazos de la aurora
y danzas tus crueles sabidurías hasta que las mieles del día te convierten
en una flauta de joyas, diminutos soles y agujeros de sombra!
—63→
De tu inmovilidad fluye la música: atravesada por el viento y tocada por los dedos de la lluvia,
el puro son se tiende como un puente entre la negra y abierta montaña de la historia
y las rojas colmenas del tiempo...


CORO DE DONCELLAS:

      ¡Ay que no nazca la luna
      roja de Tezcatlipoca!
      ¡Oh terror de negros senos,
      parto de sombra en la roca!

-¡Aguas
del Quinto Reino! ¡Aguas
silenciosas que huellan el alma con sus cotaras de musgo!
¡Aguas
de eterno ritmo y retumbo, cunas profundas entre muros golpeados por puños de espuma! ¡Oh verbo
en los oleajes del espíritu de la vida,
la gran invocación del elemento primigenio, oh aguas
resplandecientes y puras de la liberación y la eternidad a través de las imágenes esenciales! ¡Oh aguas,
balumbos marinos de alga, ola y ala,
desnudez trágica y jadeante del Desollado azul con cuya piel de oro se cubre el día de la tierra!

¡Aguas
sembradas por la luz!
—64→
¡Anchas magnitudes de la memoria como fluviales ancianos sepultados por milenarias lunas! ¡Oh urnas
de reposo donde el desnudo pensamiento se sumerge y tañe los rayos-cuerdas de la cítara solar!

¡Cantemos, hermanos en Tonatiuh, las cíclicas aguas totales,
las puras fuerzas de la epifanía del espíritu abrazado a la naturaleza,
donde palpitan los retornos engendrados por la eyaculación de soles del infinito amor,
oscilantes puentes de oro tendidos entre la nada y el futuro!

Caudales y visiones, incansables cuerpos de los ríos, acostada estatura palpitante de la belleza, ¡oh aguas
del amor y la Estrella,
asalto de rompiente que levanta los felices nombres de la tierra, ¡surgencia del canto...!
—65→


El descenso
—[66]→
—67→

Como piel de venado
vahea la colgada
y blanca vestidura
de Quetzalcoatl.

Cuerpo desnudo
aun brillante de lluvia.

¡Oh rincón de la llama!
Silencio de las cumbres
en la choza de troncos.

Siglos de lunas
habitan en los ojos
de la inmóvil anciana
de sílex y de humo.
Del techo penden
golondrinas de musgo.
—68→

El viento del invierno
muerde oscuras cortezas
en el bosque profundo.
Sacrificada noche.
¡Oh corazón de luna!

Las manos de la diosa-
dos hojas de crepúsculo.

El fuego se coloca
las máscaras del mundo.

Entran rojas mazorcas
en la colgada túnica.

Ya duerme Quetzalcoatl,
desnudo.

Las manos de la diosa
tocan nieves de luz.

El hombre
en su sueño se sume...


*

Está la tierra inmóvil,
el sol sin movimiento,
huecos todos los hombres
y detenido el tiempo.
—69→

   En marchitas memorias
   duermen águilas ciegas.

Aguas de espejo atónito
guardan colgados vientos
y en sus urnas acopian
lunas de leche pétrea.

   La espera es una boca
   llena de piedras verdes.

Por oscilante soga
de raíz y tiniebla,
desciende Quetzalcoatl
al país de los muertos.

   En su gran caracola
   no se ha dormido el viento.

Monarca de su sombra,
mono de su tristeza,
lleva a cuestas un monte
de imágenes deshechas.

   Su blanca, caracola
   oscila en el silencio.

Baja escalas lodosas,
abre puertas de piedra...
—70→
Lejos susurran hojas
de fósiles recuerdos.

   En su helada corona
   brilla su Astro de fuego.

Como un gran ciego nómada
del Reino de la Muerte,
lo acompañan Xilonen
y gusanos y abejas.

   A los lados, alcores
   de alondras y murciélagos.

Tras los vados herbosos
y entre negros roquedos
brillan con luz mohosa
los esparcidos huesos.

   Y tejen sus canciones
   con hilos de agua espesa:

-La alegría dormimos
del eterno crepúsculo
en el País sin fin
de yacijas de musgo
donde se alarga el silbo
de fétidos augures...
—71→

      Porque de nadie será el Reino...

-Felices, ¡oh felices
ojos de cempasúchil
y sexos de cal líquida!
Contra todos los frutos
y sus rojos motines,
las sílabas del búho...

      Prevalece la sombra de Texcatlipoca...

-Cantamos las cenizas,
los hediondos tumultos,
los poderes extintos,
los gritos, en la bruma,
de las aves marinas.
Somos flautas de tumba
que niegan los orígenes
y besamos los surcos
que trazan las lombrices
con nuestros labios sucios
de jeroglíficos...

      Porque de nadie será el Reino...

-Somos sólo un susurro
de fósforo y llovizna,
una voz moribunda
en un valle perdido.
—72→
La eternidad afila
la muerte que dormimos...

      Prevalece la sombra de Texcatlipoca...

Quetzalcoatl ya sopla
sus sonidos terrestres.
La gran estrella roja
titila ahora en su pecho.

-... la eternidad... afila...

      Porque de nadie será...

-... la muerte... que dormimos...

      Prevalece la...

De miedo y horizonte
termina el frío incesto.
Perros de sombra roen
los apagados huesos.

   La callada Xilonen
   apila oscuras mieses.

Quetzalcoatl, en torno,
describe cuatro vueltas,
órbitas de los soles
de antiguos firmamentos.
—73→

   Su nahual luminoso
   se agiganta en el viento.

De mujeres y de hombres
juntos están los huesos,
atados por Xilonen
con trenzados vencejos.

   Rueda una luna monda
   por osarios agrestes.

Fuerte de hondos dolores,
Quetzalcoatl se acerca,
toma la hacina enorme
y comienza el regreso.

   Nacen vuelos de alondras
   en sus sueños abiertos.

Hormiga de su agobio,
Quetzalcoatl asciende,
cargadas de retornos
sus espaldas maternas.

   A nuevos meteoros
   suben los fríos huesos.

Con barba de sudores
y en sirga de resuello,
—74→
lleva resurrecciones
y futuro a la tierra.

   Quetzalcoatl el hombre
   sigue tortuosas sendas.

Pega el jadeo al lodo-
se alza y se tambalea
sostenido por sombras
de hondas madres olmecas.

   Esparcido en el hoyo
   queda el haz de osamentas.

En la gran caracola
el viento canta y rueda,
y, hecho espíritu, corre
hacia los duros huesos.

   Sombra de Quetzalcoatl
   asaltada de helechos.

Reúne el haz Xilonen,
hija de sus esperas,
y con rebozo de hojas
envuelve su silencio.

   El viento queda inmóvil
   como un beso de hielo.
—75→

En su congoja, el hombre
siembra sobre los huesos
la gran Estrella roja
que brillaba en su pecho.

   Pero los huesos mondos
   siguen sin movimiento.

Quetzalcoatl entonces
se hiere hondo en su sexo,
y la sangre que brota
rocía estrella y viento.

   Bajo el cálido chorro
   la osamenta florece.

¡Oh sangre creadora
del alma en la materia,
simiente de ascensiones
en las bodas del fuego!

   En las tinieblas afloran
   verdes bocas de génesis.

¡Oh fecundantes soles
en la entraña del tiempo!
¡La maternidad cósmica
lleva a la luz lo eterno!
—76→

   Salpicada de aurora,
   Xilonen se detiene.

Ya rasga Quetzalcoatl
el telúrico seno-
bulto de mariposas
son ahora los huesos.

   Y a sus espaldas oye
   el nuevo canturreo:

-¡Ay! Subimos, subimos
a los claros azares
de morir en la vida,
de nacer al espanto
de la rosa del día.
¡Ya llegan los heraldos
de los terribles trinos!

      Porque de Tonatiuh es el Reino...

-¡Ay! De sol ataviados
y por la luna ungidos,
lloraremos gargantas
de putrefactos líquenes.
La leñadora Sombra
no afilará sus hachas
con sollozos...
—77→

      La Estrella es la mirada del Espíritu...

-Brillantes de salitre
y murmurando mohos,
lentamente salimos
por las fauces de polen
de jaguares divinos,
en parto de horizonte...

      Porque de Tonatiuh es el Reino...

A palpitantes formas
tristemente advenimos.
¡Redoblan los tambores
de vida
de nuevos corazones!
¡La sangre amanecida
danza rojos terrores!

      La Estrella es la mirada del Espíritu...

Xilonen sigue inmóvil,
mitad luz y tiniebla:
hierática mazorca
en basáltica estela.

   Quetzalcoatl se asoma
   al alba de su anhelo.
—78→

-Redoblan... los tambores...

      Porque de Tonatiuh...

-La sangre... amanecida...

      La Estrella es...

Auroral y teogónica
va asomando la testa
en medio del atónito
florecer de la tierra...
—79→


Ojo desnudo, vestida voz
—[80]→
—81→

Quebrador del Arco y Maestro de Discordia, me han llamado.

Diré cómo me ungió el sueño ante la sumisión de los cuatro rostros del viento

De las aguas dormidas yo surgía, sin otro canto que túnica de aire y aroma entre mis hombros y mis pies,
¡oh erguido nómada de mis palabras en el umbral de abejas del conocimiento!

Era la hora de la primera ternura de la luz, y en el País Alto donde las noches
nacen con lepra de plata en el rostro y los días llegan con máscaras de cuarzo,
cuando ofrecí a la Estrella la flor de escarcha de mi corazón y me investí de hojas
contra vosotros, ¡oh Poderes

sin estación ni risa, soledades rodeadas por las gigantescas tortugas invertidas de vuestras leyes!
—82→

Soñar es abrirse
mientras lo real hila vuestra sonrisa ante la unánime ovación de los maizales del amor,
¡oh Amantes que os doblegáis para ataros a un mismo haz con lo amado
y escuchar el trenzado gemido de ave que alzáis en canción hasta la frente del cielo,
en testimonio de la tierra, oh fieles de esplendor que negáis la sombría carcajada
de lava entre los muslos de una núbil...!

No quebré el arco, pero mi flecha ha doblado el recodo y asciende hasta la más alta fuente
de donde nace la que danza acostada sobre la tierra. Como el agua sois, ¡oh Amantes!

Y como el agua os levantáis de vuestro cansancio de sol para entrar en el invisible torbellino
que traza su espiral sobre los silencios en flor de las cimas de la creación -tú, el hombre,
que a tientas vas otra vez por los veranos del deseo; y tú, mujer, cargado de luna tu regazo,
que te doblas en el asilo de la madurez redonda del fruto, para que así el tiempo no envejezca al mundo.

Pero el canto va más allá de la desnudez dormida de la Amante
(rostro y cabellera de cometa detenido,
ansa rota del brazo izquierdo,
leve flexión de las piernas que sostienen aún el éxtasis y cataclismo de las caderas,
la mano abierta al salario del silencio,
el sexo como canoa varada en el fondo de la bahía del vientre
  —83→   y el olor de las axilas invadiendo afuera la sombra de los árboles...),
rueda en torno a la resurrección que palpita en lo cerrado,
a donde inútilmente golpean los dioses sin nostalgia...

El Amante, en cambio, como el emblema de su dual origen,
cuelga sobre la calma montañosa de la música de su radiante fuerza,
rozado únicamente por el aliento inmemorial y la llamada del futuro.

Sólo quien sereno sube de la sombra y tiembla en la luz puede presentir lo eterno y,
colmándose en la alabanza infinita, hacer que las cosas moren en el espíritu.
Dulce es lo temporal, y nada importa que la muerte hinque su uña de zopilote
en el flanco de corola de la mañana.

Halcón dorado, vuelo de alertas, a mi hombro te allego, y en la lunación del verbo,
las imágenes federo bajo la ofrenda de los senos del alba.

Ojo desnudo, vestida voz, me llamo a mí mismo.
—[84]→
—85→


La embriaguez
—[86]→
—87→

-No hables, Nanotzin, no levantes la cabeza apoyada en mi hombro.
Los álamos de plata se balancean en el viento. No hables. Cierra los ojos.

A mi memoria vuelven olvidados rostros,
agoreros huesos,
aves aurorales.
Mis manos te acarician con sombra de alondra.
Estás desnuda.
Las estrellas aún duermen en el rocío de las piedras.
Estás verano,
estás hierba,
estás luz sobre un cuchillo.
Eres y estás. No hables. Mi alma hunde su cántaro en mi espíritu.

Soy Ehécatl y huyo con los pájaros y la cítara de la lluvia; soy Topiltzin y viajo con harapos de viento;
soy Quetzalcoatl y camino llevando a cuestas mi árbol de piedra.
—88→

No hables, Nanotzin. Tu sonrisa se hunde como un anillo en el agua.
El alba quiebra sus flechas a tus pies. No abras los ojos.

Mis palabras, como el agua, siempre van vestidas de imágenes. Agua de recuerdos
y de desembocadura... Había un jeroglífico de luciérnagas a los pies de los cuatro gigantes de Tula.
El horizonte avanzaba con sus lanzas y alaridos. Caímos todos. Reían filos y había mariposas
de sangre en los muros de adobe. Se hundió el puente de llamas sobre el río negro...

En tus ojos nacen árboles dorados, Nanotzin, nombre habitado de follaje.
Entré en ti como un coyote de dulzura.
Antaño anduve tambaleándome, abrazado a un sol de polen, y mi voz era un hacha en el bosque
de las teogonías. Más allá del país verde se asomaba la sequía coronada de espinas.

¡Cómo pesan los besos, Nanotzin! Sembré soles en tu vientre. Ayer eras la doncella
de las brillantes guedejas. Hoy te llamaré Chalchiuhtlicue de rostro de agua cuadrada.

¡Siempre piedra y agua! Eternidad de piedra. Tiempo de agua. Los álamos semejan
centinelas de oro en el aire azul.
Soy el mesías de la luz contra los siglos de piedra roja,
los sacerdotes vestidos de insecto
y la sangre dilapidada.
Vine del este con una gaviota dormida en mi hombro; risas de   —89→   palmeras trazaron mis caminos;
una máscara de sal decía quién era yo.

Nanotzin, no duermas. Abre los ojos. No hables. Mírame. Mis palabras esculpen tu silencio.
En tus pechos se ocultan dos tortugas de miel.
Te llamaré día de cereal,
anchura de barca sobre mis aguas más hondas.
¡Siempre agua y piedra! Un día me iré por el agua, río arriba, hacia la paz de los meandros,
hollando la serpiente blanca tachonada de soles.
Mírame, Nanotzin. Tócame con tu sonrisa de amapola.
Estoy desnudo. Mírame.
Estoy llama,
estoy primavera,
estoy espiga...

Ahora en el cielo acecha un tigre de esmeralda y la acurrucada sombra del nopal,
afuera, más allá de la puerta, se mueve y avanza lentamente hacia nosotros...
La sombra se yergue como un laberinto de fauces y matriz y símbolos, y centellean los fríos
y verdes ojos de Coatlicue, la sombría madre, la madre muerte y la madre vida,
la diosa madre,
de senos colgantes,
collar de manos cortadas
y corazones arrancados.
¡Ay, Nanotzin! La de ojos verdes nos mira fijamente desde la sombra rodeada de aurora,
y su collar llora sangre. Ahuyéntala,   —90→   Nanotzin, con la luz de la Estrella de la Mañana
que se refleja en tus ojos.

La chorreante sombra retrocede, Nanotzin. No cierres tus ojos de manadero.
Ya no estamos solos ante los voraces orígenes, porque la sangre canta dentro del árbol del cuerpo,
el árbol donde Tonatiuh mora cargado de frutos.

El futuro, Nanotzin, pertenece siempre a las madres luminosas, como Chimalman,
que fue la mía, y esperó desnuda ante el maguey, con el cuerpo pintado de rojo y amarillo,
para recibir al que fue mi padre.
¡Mira el maguey, Nanotzin, allá junto al nopal ya sin sombra! Mayáuel surge entre las anchas hojas,
la diosa del pulque,
la mujer de los cuatrocientos pechos henchidos con los que amamanta a las estrellas.

Soy Quetzalcoatl de luz y de viento, Nanotzin. De mi fin nacerá mi principio.
Respiraré en el tiempo, moraré en mi Estrella y en mi último vuelo me acompañarán las gaviotas.
Hundiré mi coa de fuego en la sementera de la eternidad y de mi semilla brotarán nuevas milpas de astros.

Nanotzin, tu cuerpo es mitad de fuego, mitad de oro, como el de mi madre,
y el rumor de mis álamos en él halla cobijo.
Cuando salga el sol desaparecerá del cielo la Estrella que ahora brilla en mi mano de albor.
Entre sauces te vi la primera vez...
—91→

Apenas te miré entonces, entre los sauces, porque poco antes había escuchado
en mi corazón el primer canto de la tierra.
La noche anterior había luchado contra Tezcatlipoca y aún llevaba cicatrices de sombra.
Dejé a tus pies la flauta de barro del niño de la noche y me marché hacia el río.
Nanotzin, toma mi Estrella: la eterna hormiga de luz...

Mucho he cantado el sueño de la tierra
que se asemeja al libro de los destinos pintado por los cuatro vientos del alma.
Siempre cantaré la tierra visible que recuerda, invisible, en mi corazón de semillas.
Pero no somos la tierra, Nanotzin, porque la muerte estable pesa en nosotros,
y es nostalgia y distancia.

¡Cantar la tierra! ¡Oh, Nanotzin, el canto no basta entre la Nada y las furiosas Madres incansables!
¡Oh ser la tierra, un día, no cantarla como un niño que grita su miedo en un cráter extinto!
Siempre recién llegados, agradecemos lo perecedero:
un umbral,
una mazorca,
una flor,
y las cuerdas de nuestra música son caminos que corren infinitamente hacia el pasado,
bajo los astros interrogadores.
—92→

¡Oh amada tierra, demasiado han servido mis ojos a mi voz! Y en el canto poco viví la eternidad.
Sólo en caída y ascensión somos terrestres: entrega y don en el ritmo de los martillos del amor.
¡El viento en el yunque, Nanotzin! ¡La danza!

¡Oh grávida soledad de la tierra! ¡Oh silos de las esperas de la creación
donde duerme el vuelo de las bandadas de oro del futuro!
¡Oh pájaros surgidos del arco de la angustia y lanzados a la llamada de los puros espacios del ser!
Ante la nueva luz callan las antiguas voces, Nanotzin.
Pon la cabeza sobre mi pecho y escucha el canto de mi corazón.
La sombra del nopal sigue inmóvil. ¡Escucha!

¡Oh tambor de primaveras en el que redobla el ritmo de la sangre!
¡Oh brusca elevación del salto que nace en la música de las raíces!
¡Oh libres árboles de la fuerza que asciende hasta la dulzura y temblor de las constelaciones!

¡Mírame, Nanotzin! ¡Danzo para ti la alegría del mundo! ¡Danzo alrededor de tu cuerpo
y ante los inmóviles álamos rojos de la mañana!
¡Danzo en el cielo, en las encrucijadas de las brisas, mientras la tierra, debajo de mis pies,
juega con sus frutos y niños de niebla!
¡Soy un beso florido que danza, Nanotzin!
—93→

¡Cómo callas desnudez con los ojos cerrados! La luminosa hormiga se ha detenido sobre tu rodilla...
Callas remansos,
callas cimas,
callas fuegos de la tierra.

Arrodillado a tu vera, ya mendigo otro canto con manos extendidas y trémulos labios.
¡Y caigo, Nanotzin! Las raíces me llaman. ¡Lluevo! ¡Lluevo sobre ti, Nanotzin, tierra mía!
Ya soy agua acostada,
espejo de ti,
interjección de espuma,
hormiga...

El hilo de mi viaje se alarga por tus comarcas: tibias laderas de los vientos,
caracola secreta, valle de las dulces lunas, región de las dos colinas, cisterna de los besos...
¡Oh, Nanotzin, de tu cabeza de sauce cuelgan trenzas de brisa y gorjeo!
¡Méceme en tú regazo de corteza,
arrópame con sombra verde,
lava mis sueños con savia!

¡Oh! La silbante sombra del nopal se arrastra otra vez hacia aquí. ¡Nanotzin!
¡Llama con tus brazos a las aves del día! Escondámonos debajo de alas vivas...

Protégeme, Nanotzin, de la roja Coatlicue. Abrázame; estréchame   —94→   entre tus brazos
de rama y sálvame de la diosa terrible que abre sus ojos dentro de mi pavor de niño;
llévame contigo lejos de aquí, soy pequeño, muy pequeño, más que la hormiga...

Escóndeme, Nanotzin. No hay aves del día: sólo rumor de follaje y la tiniebla de verdes ojos minerales,
la rampante sombra sin estrella. Abrázame con fuerza, árbol de la vida... Húndete en la tierra
hasta las rodillas, madre... Quiero dormir en tu regazo, Nanotzin... Húndete..., así. Contigo el tiempo
no es violado por el sexo de granito de la muerte... Húndete antes que la Sombra llegue
con sus babosas de silencio... Así... Ya te hundes... Y sonríes a gaviotas, girasoles,
arcos iris que vienen a tu encuentro... ¡Oh! Abres tus ramas al mar... la ola se levanta,
se hincha, se encrespa, y cae, y duerme..., y yo también caigo y duermo... llovizno..., me duermo...,
llovizno sobre ti, madre gigantesca, y toco tu collar de mazorcas... Méceme, Nanotzin...,
cántame el mar, cúbreme...
-Sí.
IndiceSiguiente