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Rafael Altamira y la Extensión Universitaria

Francisco Moreno Sáez





Se ha escrito bastante sobre las circunstancias que confluyeron en la creación, en la Universidad de Oviedo, en los años que se sitúan entre los siglos XIX y XX, de la Extensión Universitaria y sobre las características que tuvo esta interesante experiencia1. No hay duda de que la confluencia en la Facultad de Derecho de Oviedo de un grupo de profesores de extraordinaria altura intelectual, muy influidos en su mayoría por la Institución Libre de Enseñanza, fue determinante en esa experiencia y en el momento excepcional que vivió la propia Universidad, como lo prueba que esta volviera a una cierta atonía cuando varios de esos profesores -Adolfo González Posada, Álvarez Buylla, Rafael Altamira, Ureña, Alvarado- fueron llamados a desempeñar cargos técnicos o políticos en Madrid: el que Costa denominara «movimiento de Oviedo» «había dejado de existir y nuestra Universidad se reintegraba involuntaria y lúcidamente al territorio gris en el que malvivían sus hermanas españolas»2, tal y como reconocía el propio rector de la Universidad en el discurso de apertura del curso 1911-1912, que atribuía el hecho a que «la vida de provincia, de una provincia oscura, donde el movimiento intelectual es forzosamente escaso, está llena de dificultades para los que aspiran a seguir al día el curso que las cosas llevan en el mundo».

Se ha señalado que no fue casual que esta experiencia apareciese en Asturias, por las condiciones sociales específicas de la región, donde empezaban a ser importantes las tensiones entre capital y trabajo, dado su desarrollo económico e industrial. Desde la propia iglesia católica -que estableció colegios en poblaciones de la zona minera, a instancias y bajo la protección de los patronos- y desde otros sectores sociales se había comenzado a tender puentes hacia la clase obrera, por medio de la promoción de la educación popular: además, antes de 1898, varios componentes del Claustro ovetense como Álvarez Buylla y González Posada, ya habían establecido contacto con sociedades obreras3.

A propuesta de Leopoldo Alas, que recogía la idea expresada por Altamira en su discurso inaugural del curso 1898-18994, el Claustro de Derecho de la Universidad de Oviedo acordó el 11 de octubre de 1898 la creación de la Extensión Universitaria y el 24 de noviembre comenzó a funcionar, precisamente con una conferencia de Rafael Altamira sobre «Leyendas de la Historia de España». Aunque desde el primer momento la Extensión tuvo dos tipos de público -la clase media y los obreros manuales, a los que más específicamente se dedicaría más tarde la llamada Universidad Popular-, y a pesar de que, según Posada5, se podía considerar como tal toda labor de carácter educativo y social, realizada por la Universidad fuera de su esfera oficial docente, lo que llamó la atención de la experiencia asturiana -que, además, coincidía con sus antecedentes ingleses- era el acercamiento a la clase obrera, la decisión de ejercer sobre ellas «una tutela educativa», como propuso Altamira.

Los promotores de la Extensión eran conscientes de la injusta situación en que vivían los trabajadores y de su miseria moral y fisiológica; creían que los obreros tenían que conseguir gran parte de sus reivindicaciones y deseaban sinceramente el mejoramiento de sus condiciones de vida, pero se oponían a ciertos métodos y, en última instancia, a su organización política, abogando por una solución gradual de los problemas, a través de la educación. Ante la despreocupación del estado y de la burguesía por la situación de los obreros -que los hombres de la Extensión criticarán- exigen una mayor atención estatal a la enseñanza profesional y técnica, atender las peticiones de los obreros, examinar sus necesidades «y adelantarse a las reclamaciones violentas», como proponía Posada. Al mismo tiempo, estaban convencidos de que era necesario capacitar al obrero para que participase en la vida política, formar en ellos «un hombre interior», «dignificar su alma», etc.6. El propio Altamira escribía en 1901 que la principal misión de la Extensión Universitaria era no tanto instruir, sino educar, es decir «elevar el espíritu, abrirle horizontes nuevos, dignificarlo, ponerlo en condiciones para que guste y paladee los grandes goces de la inteligencia que dan a la vida mayores encantos y compensan la monótona y al cabo embrutecedora repetición de un trabajo mecánico casi invariable»7.

Además de la Extensión Universitaria, desde la Universidad de Oviedo se impulsó también la Universidad Popular, que había sido creada en 1898 por el tipógrafo francés Jorge Deherme, que quería promocionar una cultura obrera autóctona para formar así una «elite proletaria» que sería el núcleo vivo de la sociedad futura: la primera lección que se dio en ella se titulaba «Educación y revolución». En principio, esa organización nada tenía que ver con la Universidad y, sobre todo en Francia, se concebía como un claro instrumento de la clase obrera para la lucha de clases. A pesar de la evidente diferencia existente con la Extensión Universitaria, controlada por la burguesía para «suavizar la cuestión social», en la Universidad de Oviedo se confundirán ambas, de manera que la Universidad Popular será «una manifestación camuflada de la Extensión Universitaria», aunque algo más especializada y sistematizada en sus programas, abiertamente dirigidos a los trabajadores8. Ya en 1902 escribía González Posada que el triple propósito de la Universidad Popular era «difundir la instrucción, ejercer una acción educativa sobre aquellos que respondan a su llamamiento y provocar corrientes de simpatía social, suavizando las rivalidades de clases»9.

La Extensión Universitaria y las Universidades Populares se desarrollaron en muchas localidades de Asturias y hubo experiencias similares en Salamanca, Valencia -desde 1903, impulsada por Blasco Ibáñez-, Madrid, Santander, Cáceres -donde el propio Altamira intervino, en 1908, en un acto de la Extensión, junto a Miguel de Unamuno-, Guadalajara, Castellón, Barcelona, Granada, Sevilla, Bilbao, Zaragoza, Córdoba, La Coruña, León y Baleares. Hay que advertir, sin embargo, que la idea que subyace en todo el proyecto de Extensión Universitaria -la de que quienes los poseían, tenían la obligación de extender, divulgar sus conocimientos, atendiendo sobre todo a aquellos sectores de la población más necesitados de cultura10- se desarrolló en muchas ciudades españolas, aunque en ellas no hubiese Universidad. Como decía Aniceto Sela, «forma parte la Extensión de un movimiento general, en pro de la educación post-escolar... que borra diferencias y rivalidades odiosas, que trabaja eficazmente por la paz del mundo y por el reinado de la fraternidad y la justicia»11. En todas las ciudades de mediana importancia hubo clases nocturnas para obreros organizadas por distintas entidades12, con diversa intencionalidad y con escaso éxito. La prensa alababa sin reserva esas iniciativas: «Para los honrados hijos del trabajo, no hay mayor elemento de progreso que esos centros de enseñanza, en donde todas las noches, antes de dedicarse al descanso, consagran una o dos horas, al estudio del arte o al perfeccionamiento de las rudas tareas de su oficio, seguros de ilustrarse y de mejorar por ese medio su condición social»13.

El movimiento obrero de signo socialista -que fue el que con mayor interés colaboró con la Extensión Universitaria de Oviedo- solía invitar a miembros de algunas profesiones liberales y profesores de Instituto o maestros para que colaborasen en la tarea de organizar en los Centros Obreros y Casas del Pueblo algunas charlas instructivas. Hoy, cuando el derecho de todos a la educación es un dogma consagrado, resulta difícil comprender la situación de desamparo en que se encontraba la clase trabajadora a finales del siglo XIX en el terreno educativo y cultural: de ahí que, ante la indiferencia de la clase dominante y de las autoridades, los trabajadores conscientes, integrados en sindicatos de diversa orientación ideológica, mostrasen un enorme interés por adquirir una cultura propia que se consideraba como arma imprescindible para su emancipación social. Todos los obreros organizados, fuesen socialistas o anarquistas, propiciaban en sus sociedades la creación de escuelas, bibliotecas14, grupos teatrales, la organización de conferencias instructivas, etc. Uno de los mayores defectos de esa labor era su dispersión, que también se dio en la Extensión Universitaria, no tanto porque se tratase de proporcionar una visión de conjunto, casi enciclopédica, del saber, sino por cuanto los colaboradores -abogados, médicos, profesores- en esta labor solían hablar de temas relacionados con su especialidad15, fuese la escritura cifrada, la numismática o los equinodermos16. De todos modos, lo que caracterizó a la Extensión Universitaria de Oviedo fue el hecho mismo de que esa labor divulgativa estuviera impulsada por la Universidad, su carácter sistemático y la claridad de ideas con que se abordó.

Ciertamente, se le podría achacar a muchas de esas experiencias el mismo defecto que ya Rafael Altamira y algunos otros miembros de la Extensión Universitaria atisbaban y que se había producido también en las experiencias francesa e inglesa, precursoras de la española. En efecto, en un artículo escrito en 1905, que incorporaría después a Cuestiones Obreras17, Altamira advertía de la necesidad de no incurrir en los defectos en que la Extensión había caído en Inglaterra y Francia, evitando «los errores del intelectualismo, la erudición y la retórica, que en obras como esta pueden ser fatales»18. Para ello, recomendaba prestar mucha atención al modo de enseñar y sugería que fuesen los mismos oyentes -a través de sus sociedades- quienes establecieran los temas de los cursos.

Sin embargo, tal vez estuviese más acertado en su crítica a la Extensión Universitaria y a todos esos intentos de «llevar» la cultura al pueblo Maurice Duhamel cuando, en 1904, aseguraba que los obreros habían abandonado no ya la Extensión Universitaria, sino también las Universidades Populares, más ligadas al movimiento obrero, porque en ellas no se les proporcionaban las «conclusiones científicas» que les permitieran avanzar en el camino de su emancipación. Los obreros habían acudido a las Universidades esperando que allí encontrarían «el secreto de su miseria y el medio de remediarla» y querían conocer «las bases económicas de la sociedad moderna y las causas de su servidumbre social»19. En la evolución que los temas culturales experimentan entre la clase obrera hay que destacar que, paulatinamente, de ese concepto según el cual, como rezaba un cartel de la Universidad Popular de Montreuil, «la ignorancia es para el obrero la causa principal de su esclavitud política y económica», se fue pasando a una concepción de la cultura como instrumento de lucha para transformar radicalmente la sociedad y dar origen así a un hombre nuevo, alejado de los vicios de la sociedad burguesa.

Rafael Altamira colaboró con entusiasmo tanto en la Extensión Universitaria como en la Universidad Popular. Además de actuar como guía en excursiones culturales por los monumentos románicos y góticos asturianos, propició la creación de Grupos de Lecturas20, dio conferencias y explicó cursos sobre temas muy diversos, como la Historia de España -desmontando una serie de leyendas y tópicos-, la literatura -lecturas comentadas de Homero, Shakespeare, Víctor Hugo o Cervantes-, la música -la ópera alemana-, la propia Extensión Universitaria, etc. Merecen ser destacados un seminario en el curso 1904-1905 sobre «La vida del obrero en España desde el siglo VIII», unas conferencias sobre la educación de la mujer21 y otra sobre la obra de Darwin. Con la experiencia de varios cursos de Extensión Universitaria y Universidad Popular, Altamira dio en la inauguración de la Universidad Popular de Mieres, el 10 de enero de 1909, una charla -que Alas consideraba «acaso la mejor de las suyas»- en que analizaba la propia obra de la Extensión22, señalando su tolerancia, «pues en ella caben los hombres de todas las ideas, despojándose al entrar de sus hábitos religiosos y políticos». Resaltaba, una vez más, que su fin no era «principalmente» instruir, sino «abrir espíritus hacia lo serio», «formar el hombre nuevo», que no puede ser «un radical», porque «la reflexión y el saber son pacíficos» y «la revolución interior es la fructífera».

Rafael Altamira proyectaba, al parecer, escribir un libro sobre la Extensión Universitaria23, proyecto que, como tantos otros, no pudo llevar a cabo. Trató en varias ocasiones de la experiencia asturiana, casi siempre en un tono tanto más nostálgico e idealizado cuanto más se alejaba temporalmente. En Cuestiones Obreras se recogen algunos artículos sobre el tema, contemporáneos a la experiencia, en los que se plantean ciertos problemas, como la ineficacia de la publicidad, la indiferencia y abulia reinantes -y no solo entre los obreros-, la dificultad de acudir a las clases después de la jornada de trabajo manual, «retrasando la hora del descanso y de la cena», la inadecuación de los métodos de enseñanza, etc. Altamira asegura que su ideal sería «ver a la masa obrera y a sus amigos tan interesados en esto, dedicarles las energías espirituales y los recursos económicos con igual entusiasmo que dedican al mismo fin las congregaciones religiosas y los partidarios de ellas»24. Cuando Altamira se encontraba ya en el exilio, en su evocación de Tierras y hombres de Asturias, volvió a rememorar la experiencia de la Extensión Universitaria e insistió en que desde la Extensión Universitaria jamás se pretendió influir en las ideas políticas de los trabajadores25.

Es este un tema clave para analizar la Extensión Universitaria. Quienes han estudiado el tema han calificado a la experiencia ovetense de intento de la burguesía reformista y más avanzada de evitar futuros conflictos sociales, a través de la educación. Como predicaba la Institución Libre de Enseñanza, los intelectuales debían educar al pueblo en la libertad y la tolerancia, para formar ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes sociales. Para Altamira, además de instruir, la Extensión Universitaria trataba de «crear costumbres y, sobre todo, de despertar afectos y desvanecer prejuicios, algunos de los muchos prejuicios que suelen separar a las llamadas clases sociales e impiden el esfuerzo común, en los grandes fines de la vida, de los hombres de buena voluntad»26. En ese mismo sentido pacificador de la Extensión insistieron mucho otros de sus promotores, como Adolfo Posada27 y Fermín Canella28. Pensaban que a todos convenía que, como decía, Posada, «la vida social pierda cada vez más su carácter violento». La cuestión social se alejaba así de la lucha de clases para convertirse exclusivamente en un problema de cultura y educación, en el que a la Universidad le correspondía un papel fundamental. Para Santiago Melón, la propia institución de la Extensión Universitaria era un sistema defensivo de la burguesía europea «hipócrita e ineficaz». Y en Oviedo, «nuestros profesores, egregios representantes de la clase media, se acercan apostólicamente al proletariado porque no tienen conciencia de explotarlo, e ingenuamente pretenden atraerlo y domesticarlo». Para Leontina Alonso y Asunción García-Prendes, la obra que se lleva a cabo en Oviedo «está marcada por un fuerte idealismo», que llevaría a los promotores de la Extensión Universitaria a creer que el hombre puede encontrar la felicidad por sí mismo, en su propio perfeccionamiento interior, «independientemente de las condiciones que ofrece la realidad en que está inmerso». La miseria no radicaría, para ellos, en la falta de bienes materiales, sino en la ausencia de riqueza moral. «Esta concepción no hace sino enmascarar la desigualdad material de las clases sociales, al pretender presentarla como una desigualdad de tipo intelectual o moral». Los impulsores de la Extensión Universitaria creían que «el obrero debe abandonar sus protestas violentas y dedicarse únicamente a su perfeccionamiento interior, pues en él radican todos los bienes posibles»29.

Sin embargo, a pesar de las protestas constantes de Altamira30 y otros31 sobre la «neutralidad» de la Extensión Universitaria, pese a ese propósito reformista y nada revolucionario, incluso conservador en el fondo, dado que se piensa que el obrero no debe procurar cambiar la sociedad sino integrarse en ella, siempre que esta sea más justa, hubo en la época reacciones en contra de sectores conservadores como algunos medios de comunicación de la derecha clerical ovetense, que tildó a la Extensión Universitaria de sectaria y proselitista, republicana y socialistoide, pedante e inútil32, y los católicos se desmarcaron rápidamente del proyecto33, todo lo cual nos tendría que llevar a matizar esos juicios.

Como el propio Altamira escribe en una nota manuscrita, «Los que creen que la Extensión no es eficaz en el sentido liberal porque no es neutral y los conferenciantes no van a ella a hacer propaganda, desconocen que: 1. El ser laica y no hablar de religión es ya un acto liberal. Compárase con las conferencias de los Centros Obreros Católicos. 2. Que la cultura no vinculada a un dogma por sí es ya un disolvente. Lleva en sí misma el espíritu crítico. 3. Que el mejor medio de educar a los obreros es precisamente el de no excitarles con propagandas y cerrarles en una solución, sino darles datos, abrirles el espíritu para que luego se dirija a donde quiera. Nos hace más falta hacer razonadores, tolerantes y espíritus abiertos que sectarios. 4. Que las Universidades Populares tendenciosas fracasan todas. Se convierten en propaganda y se desnaturalizan. 5. Que la obra de libertad intelectual pide una política prudente que en vez de asustar, atraiga y parezca no hacer y haga. El que más chilla y perora no es el que labra más hondo. Harto asustada está la gente contra la cultura»34.

Más adelante, incluso se acercará a una posición más acorde con las que se defendían entre las organizaciones políticas y sindicales sobre la cultura, en cuanto instrumento de la lucha: «Cuando más cultivado está el espíritu mejor conoce sus necesidades y sus prerrogativas, mejor aprecia el valor de la personalidad y de las relaciones sociales, y de un modo más firme, más racional sabe luchar por el derecho. Los grandes revolucionarios de la Historia han sido todos hombres de cultura y por tenerla, han visto claro lo que hasta ellos parecía obscuro y han podido mover a las masas con el calor de sus convicciones. Acordémonos de los enciclopedistas, Lasalle y Marx»35.

En las clases dirigentes de la época, caracterizadas por una indiferencia absoluta ante la situación de la clase obrera y por su escaso interés por la cultura, no era frecuente el talante riguroso, tolerante y dialogante de la Extensión. Lo habitual era la pretensión proselitista: por citar un ejemplo, todavía en 1916 y 1917 el Círculo Maurista de Alicante organizó conferencias sobre higiene y legislación protectora del trabajo, en las que se advertía, además a los obreros que «no se dejaran alucinar por aquellos que, lejos de protejerles, los engañan y explotan»36. De ahí que la Extensión Universitaria de Oviedo haya llamado tanto la atención y haya sido en general alabada por los historiadores37 y por la prensa progresista de la época38, del mismo modo que fue bien acogida -al menos, como prueba de una cierta «buena voluntad»- por amplios sectores del movimiento obrero, sobre todo, los cercanos al socialismo, sin que ello suponga la ausencia de discrepancias, como ha señalado Jorge Uría para el caso de Asturias39. Pese a esas críticas, siempre consideraron los socialistas que la Extensión Universitaria podía despertar en los obreros otras necesidades y sacudir su apatía: cuando Rafael Altamira era atacado por su labor en la Dirección General de Primera Enseñanza desde sectores reaccionarios, Juan José Morato publicó un artículo en Heraldo de Madrid en que recordaba su afable actitud y su accesibilidad cuando trabajaba en el Museo Pedagógico y, en referencia a la Extensión Universitaria, decía: «Mientras a la masa de esos intelectuales no se les vio acercarse a los hambrientos de paz y de saber y de bondad, el señor Altamira, con sus compañeros de Oviedo, con Clarín, con Buylla, con Posada, con Sela, con otros y otros de fuera de Oviedo no escatimó esfuerzos, ni afanes, ni sacrificios por hacer mejores a esos hombres, y mejores incluso para trabajar ellos por su redención»40.

Lo que tanto ha llamado la atención de la Extensión Universitaria y de la Universidad Popular de Oviedo -que afectaba a un escaso número de obreros: no hemos de olvidar que los asistentes a las clases eran unos veinte o veinticinco- ha sido precisamente, y al margen de la calidad intelectual de sus impulsores, que fuese la Universidad la que se ocupaba de esta labor que era moneda corriente en cualquier Casa del Pueblo o Centro Obrero de muchísimas localidades españolas41. Como señala Jorge Uría, la originalidad de la Extensión Universitaria ovetense estribaba en que, por primera vez, un sector importante de profesionales universitarios «trataba de descender y tomar contacto con la realidad cotidiana, con la vida diaria de las capas populares»42.

En efecto, también desde la organización obrera se apreciaba el carácter liberador de la cultura: en Alicante, un destacado intelectual socialista, José Verdes Montenegro, argumentaba que «el problema fundamental de la vida y de la mejoría de la vida de los pueblos estriba en satisfacer las necesidades materiales y procurar su cultura, o dicho de otro modo mejor: el de tener cultura para poder lograr lo otro: forma de Gobierno, organización del ejército, consolidación de la Hacienda, reorganización administrativa, purificación de la religión, reforma de las costumbres, fomento de la industria, protección a la agricultura, etc., todo ello es completamente adjetivo, secundario: la médula de la vida, en el nivel de evolución social en que nos encontramos, está en la cultura»43.

La idea de que el problema social podría resolverse mediante la adquisición de la cultura por parte de la clase obrera, sin tener para nada en cuenta la lucha de clases, pese a ser una apreciación interesada de los sectores más dinámicos de las clases dominantes, calaba en ocasiones entre los propios obreros, que llegaban a creer que bastaba conocer el mundo para haberlo ya transformado. Incluso en los años del llamado trienio bolchevique, en los que se produjo un enorme auge de la tensión social, algún sector del PSOE mantendrá esa postura, como forma de oponerse a la radicalización que representaban anarquistas y comunistas: «¡Cultura! y nada más que cultura es el arma que nos ha de redimir. Si verdaderamente queremos acabar con la injusta sociedad en que vivimos, dediquemos nuestro esfuerzo al desarrollo de nuestro entendimiento y conseguiremos cuanto deseamos»44.

Ciertamente, como señala David Ruiz, cuando el movimiento obrero -en Asturias y en otros lugares- fue organizándose mejor y se agudizaron las contradicciones de clase, la experiencia cayó en el olvido y los trabajadores adoptaron un concepto distinto de la cultura45, entendida como instrumento transformador de la sociedad, que habría de ser totalmente distinta de la instaurada tras la revolución burguesa. La mayoría de edad del movimiento obrero, su convencimiento de que no podían esperar de nadie, más allá de su propia organización sindical y política, la resolución de sus problemas modificaron la situación desde los años de la primera guerra mundial. La resistencia de las clases dominantes -lamentada en varias ocasiones por Altamira46- a conceder a los obreros sus derechos laborales y como seres humanos -recuérdese su lucha por el sufragio universal y por unas elecciones limpias- iba a dejar a un lado, por inservible, ese proyecto de superación de los conflictos mediante la educación. No hay que olvidar que todavía en 1930 el 36'8% de los hombres y el 58'1% de las mujeres eran analfabetos, lo que venía a demostrar que ni el estado se ocupaba debidamente del tema ni ese sector de intelectuales y pequeña burguesía interesados por la cultura del obrero había tenido mucho éxito en su intento de reconducir la cuestión social por el camino de la educación y la cultura.

El crecimiento de las organizaciones sindicales y políticas de la clase obrera, su autonomía en relación con los sectores republicanos y reformistas, la aparición del sindicalismo católico amarillo, la resistencia y radicalización de las organizaciones patronales, el revulsivo que en la economía y la sociedad española supuso la guerra europea en 1914, las convulsiones que se produjeron entre 1919 y 1922 arrumbaron esa experiencia en un rincón de la historia de las buenas intenciones. Sometidas a enorme presión -cierres gubernativos, preparación de huelgas, constantes asambleas- las Casas del Pueblo y los Centros Obreros de inspiración anarquista apenas podían, en esos años, ocuparse de la cultura. Sin embargo, tras el paréntesis de la dictadura de Primo de Rivera, el movimiento obrero de signo socialista colaborará con entusiasmo con los sectores más avanzados del republicanismo en el advenimiento de la Segunda República y en su primer bienio reformador en el que, por cierto, tanta atención se prestó al desarrollo de la educación y de la cultura, eso sí, junto a otras medidas de tipo social.





 
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