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Resonancias, protagonistas y temas inspirados en el Antiguo Testamento y la liturgia judía en la obra de Antonio Enríquez Gómez

Nechama Kramer-Hellinx


York College, City University of New York




Dios de mis padres, dice autor eterno
de los tres mundos soberanos Atlante.
Incircunscrito, sancto, y abeterno
Dios de Abraham, tu verdadero amante
Dios de Isaac, cuyo altísimo gobierno
en la divina ley vive triunfante,
Dios de Jacob, de bendiciones lleno
oye a Sansón, escucha al Nazareno.1


Antonio Enríquez Gómez, descendiente de una familia de genealogía judaizante, nació en Cuenca en 1600. Desde el siglo XVI, más de treinta de sus antepasados paternos -los Mora- habían sufrido persecuciones inquisitoriales por herejía. La familia inmediata de Enríquez Gómez era objeto de perpetuas investigaciones inquisitoriales y vivió toda la vida bajo el escrutinio del Santo Oficio. La indiscutible genealogía de la familia fue establecida por Israel S. Révah en 1962, publicada por Heliodoro Cordente en 1992, y recogida por Carsten Wilke en 20032. Ahora ya conocemos la irrefutable herencia mosaica de la familia y las adversidades sufridas por acción del Santo Oficio. Unos antepasados fueron encarcelados en la cárcel perpetua por la Inquisición española; otros fueron sometidos a procesos y autos de fe, y algunos inclusive fueron relajados a las autoridades seglares para ser quemados en la hoguera inquisitorial. Diego de Mora, el bisabuelo paterno del autor, era el «rabino» de Quintanar de la Orden. Fue denunciado por haber tratado de adoctrinar a sus parientes y vecinos en la Ley de Moisés y murió en la cárcel oscura de la Inquisición (Caro Baroja, I, 450; Wilke; Révah, Antonio Enríquez Gómez, 110-138; Cordente, 29-38)3. El más deplorable y mórbido espectáculo fue el del Auto de Fe del 12 de agosto de 1590 en la Plaza Mayor de Cuenca, donde Francisco de Mora, el tío viejo de Francisco de Mora Molina, abuelo paterno de Enríquez Gómez, y Beatriz de Mora, la prima de Francisco de Mora Molina, fueron apedreados por la muchedumbre antes de ser quemados vivos en la hoguera (Cordente, 33; Wilke, 134).

Por haber escondido dinero en su jardín, la abuela paterna de Enríquez Gómez, Leonor Enríquez, y su marido Francisco de Mora Molina fueron encarcelados, y sus dos hijos, Diego y Antonio, de apenas 7 y 8 años de edad, quedaron desamparados. Para proteger a sus hijos, Leonor cambió su apellido a Enríquez Villanueva y omitió el apellido Mora, asociado con herejes condenados a la hoguera. Afortunadamente, al estar en la cárcel perpetua, Leonor podía salir de día a trabajar o pordiosear para sustentar a sus hijos y a sí misma, y volver a la cárcel por la noche (Cordente, 10; Rose, 59). Antonio Enríquez de Villanueva (o de Mora) y Diego Enríquez Villanueva (o de Mora), respectivamente tío y padre del escritor, se escaparon clandestinamente a Francia después de haber sido denunciados a la Inquisición: uno por haber llevado ropa fina con toque de seda, cosa prohibida a los descendientes de judíos y conversos, y el otro por haber degollado un cordero según la ley judía. La Inquisición confiscó al padre de Enríquez Gómez toda su hacienda más la herencia de su mujer Isabel Gómez, cristiana vieja, y la dote de su nuera, Isabel Basurto, también cristiana vieja, invertida en un negocio de su marido, Antonio Enríquez Gómez, con su padre. En 1624, Antonio Enríquez Gómez pide al Tribunal la restitución de la herencia de su madre y de su esposa. Aunque el Tribunal reconoció sus derechos a las herencias, le devolvieron sólo un porcentaje mínimo de lo adeudado (McGaha, «Biographical Data»)4.

Después de dos siglos -entre la expulsión de los judíos en 1492 hasta el siglo XVII-, los conversos y sus descendientes, impedidos de seguir la fe de Moisés, debían de tener sólo una memoria nebulosa de la liturgia judía y de las cabales costumbres religiosas. Sin embargo, el odio y las persecuciones de la Inquisición, en vez de acercarlos al cristianismo, los motivaban a adherir cuanto fuera posible a lo que la sociedad declaraba herejía. De aquí se origina la insistencia de los judaizantes en memorizar su liturgia y seguir las costumbres hebreas, aunque fuera de modo simbólico.

En 1634, Enríquez Gómez decide exiliarse rumbo a Francia (Caro Baroja, III, 331)5. El autor describe la España coetánea: «Vivimos entre muertos, comemos muertos, vestimos muertos, lisonjeamos muertos, y con tener a nuestra vida tanto cadáver, queremos vivir para siempre» (Enríquez Gómez, El siglo pitagórico, edición de Ch. Amiel, 123.) Deja su patria con gran congoja ya que, a pesar de la odiosa Inquisición, España le era el innegable hogar. En 1642, en su primera obra en el exilio, Academias morales de las musas, llora con añoranza su exilio de España: «Extrañarás con razón, aber dado este libro en estrangera patria: respóndate que escribí sobre mi peregrinación, si no voluntaria, forzosa, ocasionada por algunos que, ynficionandos la República recíprocamente falsos, venden por antídoto el beneno a los que militan debaxo del Solio» (Enríquez Gómez, Academias morales, «Prólogo al lector», s/p.)

Antonio Enríquez Gómez, resentido contra la Inquisición que lo había maltratado y desheredado, empleaba su obra literaria para declarar entre líneas su desprecio del Santo Oficio, y a la vez expresar sus creencias judaicas (Kramer-Hellinx, 1994)6. Se destacan en sus obras tópicos e inspiraciones en héroes y conceptos del Viejo Testamento y en versos llamativos de la liturgia judía7. En algunas aprovecha para declarar su adhesión al pueblo de Israel. Lamenta la injusticia de la sociedad que, por descender de conversos carentes de limpieza de sangre, le consideró despojado de derechos humanos aún antes de haber nacido (Sicroff, 1985):


Ay de mí que vine al mundo
a solicitar tragedias.
Nací llorando el delito
antes que lo cometiera.


(Academias, 402.)                


Analicemos su poco comentada obra La sobervia de Nembrot, cuyo protagonista es el personaje bíblico de ese nombre.8 ¿Quién era Nimrod? Su figura aparece sólo brevemente en la Biblia: «Y Cus engendró a Nimrod, que cobró fama en la tierra. Fue gran cazador ante el Eterno, y solía decirse: Como Nimrod gran cazador ante el Eterno. Y fue el comienzo de su reino Babel, Ereg, Acad y Calné, en tierra de Sinar» (Génesis, X: 8-10.)9

Se lo menciona también en Crónicas: «Y Cus engendró a Nimrod, que comenzó a ser poderoso en la tierra» (Crónicas, I, I: 10.) Otra mención se encuentra en Miqueas: «Y asolarán la tierra de Asiria con la espada, y la tierra de Nimrod con la espada afilada» (Miqueas, V: 6.) Nimrod fue el hijo de Cus, hijo de Cam, uno de los tres hijos de Noé. Más adelante en Génesis, se comenta la invención del ladrillo por los descendientes de Noé en Sinar, y su deseo de edificar una ciudad y una torre cuya cúspide toque los cielos (Génesis, XI). Para castigar su soberbia, Dios les confundió las lenguas y los dispersó por toda la haz de la tierra. Por ello se nombraba el sitio «Babel», que significa en hebreo «confundir».

La leyenda de Nimrod recibe mayor atención en el Talmud, y se intercala en la sección de la Agadah10. Nimrod fue el primer líder depravado de la generación del pos-diluvio. Su nombre en hebreo proviene de la raíz de «rebelar». Se asocia su personalidad con «el que causó que la gente se alce contra Dios» (Pesahim, 94b), y simboliza la rebelión humana contra el Todopoderoso. Se le atribuía la posesión de las pieles de los animales que Dios preparó para Adán y Eva: «E hizo Dios el Eterno para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió» (Génesis, III: 21.) De ahí se fabulaba su facultad mágica de conversar con animales y controlarlos. También tenía fama de haber sido el primero en comer carne y en declarar guerra contra otros pueblos (Midrash Agadah). Deseaba dominar todo el mundo y logró llegar a ser rey. Téraj, el padre de Abraham, era su ministro y los dos rendían culto a los ídolos (Pirkei de R. Eliezer, 24). Se reputaba igualmente que, al saber Nimrod por sus astrólogos que iba a nacer Abraham, quien habría de suspender la idolatría, ordenó la matanza de todos los primogénitos. Para dar a luz a su primogénito la madre de Abraham se escondió en el campo, y de tal modo lo salvó de la muerte. Más tarde, Nimrod desafió a Abraham a adorar ídolos, y cuando éste se negó, Nimrod lo arrojó a la hoguera, de donde milagrosamente salió vivo. Harán, hermano de Abraham y padre de Lot, es testigo de ello sin defender a su hermano, y por lo tanto se murió joven, aún antes de la muerte de su padre Téraj (Génesis, Midrash Raba, VIII: 13)11.

Finalmente, Nimrod, símbolo de la confrontación cósmica entre la maldad-idolatría y el bien-monoteísmo, fue derrotado por el mismo Abraham. El hijo de éste, Esaú, consecuentemente asesina a Nimrod porque desea poseer las pieles mágicas y su fama de cazador. Nimrod construyó la Torre de Babel, para sublevar a los humanos contra Dios, y por lo tanto la Torre es conocida por los rabinos como «la casa de Nimrod». El Talmud lo identifica con Amraphel, rey de Shinar (Génesis, XIV: 1, 9), cuyo nombre se interpreta por los rabinos como amar pol, en hebreo «él mandó caer», es decir que él mandó a Abraham a caer dentro del fuego12. Otra interpretación es «él cuyas palabras son oscuras» o «el que trajo las tinieblas al universo». Se cree que Nimrod fue el primero en declarar una guerra (Midrash Agadah de Génesis, X: 9).

Lo interesante es que, para describir a Nimrod en La Sobervia, Antonio Enríquez Gómez no refiere a la Biblia sino a las escrituras de la Agadah, hecho indicativo de su conocimiento y versatilidad en temas judíos, más allá del Viejo Testamento. Entre los personajes bíblicos, además de Nimrod, se encuentran los dos hijos de Noé, Sem y Jafet, y el abuelo de Abraham, Nacor. Siguiendo la fama talmúdica del interés que Nimrod demostraba hacia la astrología y la magia, hay en la obra dos personajes que practican la magia, Caidem el mago y Delbora, la hermana de Calmaná, importante personaje femenino que es la voz del autor y simboliza la bondad del género humano. Nimrod la desea, pero ella lo rechaza y se casa finalmente con Jafet, enemistado con Nimrod. El típico gracioso, Caimán, sirviente de Nimrod, provee a su dueño de cordura y sentido común, entretejidos con elementos cómicos basados en su cobardía.

El autor se refiere en La Sobervia al concepto del honor bíblico tradicional: la sumisión y la obediencia ante Dios y la adhesión a sus preceptos. La ambición y la soberbia son antitéticas a la virtud. La aspiración de Nimrod de reemplazar a Dios y tener control total del universo es adhesión al paganismo. Tal como lo hace en la Agadah, Nimrod demuestra una ambición subversiva a subyugar a los seres humanos y retar a Dios, jactándose de producir pavor a los seres humanos y al cielo: «Que soy pasmo del día /.../ Asombro de los Cielos, y el abismo» (1).

Los demás personajes de la comedia lo inculpan por los mismos atributos asociados con él en la Agadah. Sem, en su arenga a Nimrod, justifica el título de la comedia llamándolo: «Hijo de Cus, soberbio descendiente / de Canaán» (2). Sifara, una dama, lo nombra: «Terror del mundo, espanto del oriente» (2). Nimrod mismo define su soberbio impulso: «El globo tener vengo» (2), y desea ser «Rey de todos» (3).

La Biblia cuenta que, por haber presenciado Cam la desnudez de su padre durante su embriaguez, Noé maldijo a Cam y a sus descendientes, comenzando por Canaán, diciendo que serían los siervos de sus hermanos, Sem y Jafet: «Y despertóse Noé de su embriaguez y supo lo que su hijo menor había hecho. Dijo entonces "Maldito sea Canaán. Siervo de siervos será para sus hermanos". Y añadió: "Bendito sea el Dios Eterno de Sem, y sea Canaán siervo de s u descendencia"» (Génesis, IX: 24-26.)

En La Sobervia, Nimrod, refiriéndose a estos versos, aspira a la suspensión de la maldición y por venganza procura avasallar al linaje de Sem y de Jafet:


Dice Noé vuestro padre
(si bien fábula oportuna)
que todos los descendientes
de Cam, que hoy en la espesura
de Arfagad viven, son todos,
(y así lo dice y divulga)
malditos, y que vosotros
tenéis, porque de ello gusta
la bendición de una causa
primera, que con segura
majestad manda los Orbes
del Imperio de la Luna.


(3)                


Tanto en la Agadah como en la obra, Nimrod tiene la obsesión de dominar el orbe, de ser Rey supremo: «Rey he de ser de las gentes» (4). Enríquez Gómez sigue la actitud bíblica ante la monarquía. El pueblo judío en la antigüedad bíblica se distinguía de los demás pueblos por no tener rey que los guiara. Dios era el único Rey Supremo de Israel y el profeta Samuel era el portavoz del Creador, mediante el cual el Omnipresente transmitía al pueblo sus mandatos. Se veía negativamente a los monarcas humanos. Al envejecer Samuel, el pueblo le exigió: «Que haya rey sobre nosotros, para que podamos ser como todas las naciones» (Samuel, I, VIII: 19.) Dios y Samuel se sienten traicionados por esta súplica, pero Dios insiste en permitirle al pueblo tener rey para que sepa y sufra las consecuencias de su propia decisión. Samuel previene al pueblo de las malicias posibles de tener a un ser humano por Pastor de la nación:

Ésta será la manera en que el rey reinará sobre vosotros: tomará a vuestros hijos y los pondrá a su servicio para sus carros de guerra... para arar su campo, y para recoger su cosecha... Tomará a vuestras hijas... Tomará vuestros campos y vuestros viñedos, y vuestros olivares... Y clamaréis en aquel día a causa de vuestro rey a quien habréis escogido, y el Eterno no os responderá en aquel día.


(Samuel I, VIII: 11-18.)                


En La Sobervia es evidente la actitud negativa hacia la autoridad de un Rey humano. Ciertamente, el bíblico Nimrod precedió a Samuel, pero Enríquez Gómez insiste aquí no en la cronología sino en el concepto de la veneración y el reino de un ser de carne y hueso contra la supremacía y la unidad de Dios. Se asocia el reino de un ser mortal con la soberbia y la deslealtad. Se puede reconocer aquí tanto un ataque velado hacia la Trinidad, donde un ser humano ocupa el trono de Dios, como contra la Inquisición, que quiere reinar sobre la humanidad en vez de Dios.

Nimrod justifica su empeño en reinar por el hecho de que todos los animales de la naturaleza, tal como los leones y las abejas, tienen un monarca que los gobierna; sólo el hombre no tiene rey de su especie. Ignorando la existencia del Creador del universo, declara que la suprema arquitectura del mundo exige un hombre fuerte tal como él, Nimrod, para proteger a sus sujetos, tal como el águila protege bajo sus alas a sus criaturas.


Este Rey os falta, y yo
lo soy, y a mi sien Augusto
es corta esfera este globo,
Palacio corto esa urna
de topacio, qué defensa
sobre sus alas difusas.


(4)                


Siguiendo la actitud bíblica ante la monarquía humana, Calmaná traza la historia de la interrelación del pueblo con el Supremo. Declara que bajo el cuidado de Dios, la humanidad vivía en armonía. El amor y el respeto mutuo eran la política del universo, y no había guerras entre los hombres. Para poder ser gobernados adecuadamente, designaron a jueces a ayudarlos e interpretarles las leyes del Creador. Sin embargo, nunca nombraron a un rey, ya que este puesto fue retenido por el Creador del universo:


Mas jamás el nombre aceptan
de Rey, materia que entre ellos
fue tenida por tan buena,
que nunca la Majestad
fue en ella divina, o regia:
Vivieron en paz las gentes
sin Rey, en la edad primera;
hasta que el diluvio vino
a castigar su soberbia.


(5)                


Calmaná, antítesis de Nimrod, representa la generación contemporánea, los descendientes de Noé, cuya creencia tradicional rechaza la soberanía de un rey mortal y estima la autoridad del Todopoderoso:


Mi Palacio es el mundo,
mi padre Sem, en él mi valor fundo;
mi poder, mi valor, mi ayuda, el Cielo
su autor mi Rey, a quien de todo apelo.


(5)                


Calmaná implora a los descendientes de Sem y Jafet que no consientan el reino de un ser humano, ya que Dios es el Único Rey: «No queraos Rey de sangre / de Canaán», y «El Criador es nuestro Rey» (7). Ella declara que pensar en edificar un monumento arquitectónico y acercarse al firmamento es un escándalo impío que desafiaría al Todopoderoso: «¿Quién eres tú, que a la Sacra / República de luceros / te opones, y su luz manchas?» (15).

Calmaná, la portavoz del autor, identifica el nombre de Nimrod con el orgullo y la tiranía: «Horror, pasmo, portento, / soberbia, y tiranía, / locura, fantasía» (5). Hay que reconocer que Nimrod, la Torre de Babel, la soberbia, el caos, las tinieblas, simbolizan para Enríquez Gómez la malvada Inquisición española que se rebeló contra el Todopoderoso y su pueblo escogido, Israel.

Calmaná reprocha a Nimrod por querer reemplazar a Dios y consecuentemente dividir el mundo en dos poderes en combate, imponiendo a un hermano contra el otro. Dios ha creado la tierra, salvando el universo del caos y de las tinieblas, trayendo cordura y luz a reemplazarlos. Efectivamente, Nimrod destruye la armonía y la tranquilidad que el mundo poseía. El hombre nació con «libre albedrío». Por consiguiente, cada individuo es el maestro de su propio destino. Es interesante observar aquí la defensa del libre albedrío sin insinuar en voz alta su antítesis, la predestinación católica. La religión judía, siguiendo a los filósofos griegos, estima que la conducta del hombre depende de su libre albedrío, y que sólo él es responsable de sus virtudes y de sus pecados. En el Viejo Testamento, el hombre es premiado o castigado al final de su vida por sus acciones durante su vida. El hombre nace libre a escoger entre lo vicioso y lo bueno. Dios declara: «Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra, que os di para escoger entre la vida y la muerte, para ti y tu simiente» (Deuteronomio, XXX: 19.) El profeta Ezequiel declara: «La rectitud del justo será con él, y la maldad del malvado será con él» (Ezequiel, XVIII: 20.). Jeremías expresa lo mismo: «Yo el Eterno busco el corazón, y pruebo los íntimos pensamientos, para dar a cada hombre conforme a sus caminos, de acuerdo con el fruto de sus acciones» (Jeremías, XVII: 10.)

Maimónides, quien adoptó el racionalismo griego, aducía que si Dios no hubiera dado al hombre su libre albedrío, no habría razón por darle los diez mandamientos. Dios juzga a la gente de acuerdo con su conducta. En la Biblia, después de cada mandamiento se menciona que «La bendición es válida si cumpliereis los mandamientos del Eterno vuestro Dios... y la maldición os valdría si no cumpliereis los mandamientos de vuestro Dios y apartareis de su Camino» (Deuteronomio, XI: 27-28.) Dios reconoce la debilidad y fragilidad humanas, y Él puede perdonarles sus pecados si mejoran su camino. Sin embargo, Dios nunca predestinaría al hombre. Comenta Calmaná: «De aquí nació que los hombres, / antes del Diluvio, eran / señores de su razón» (5).

Se notan aquí diatribas tanto contra la Inquisición española que dividió entre los cristianos y los judaizantes, como contra la Trinidad donde un hombre de carne y hueso toma el lugar de Dios, y en cuyo nombre la Inquisición aniquila a los conversos. Calmaná declara que, ya que el hombre nació libre, rechazaría ser subyugado a otro ser mortal. Aun si un día la especie humana llega a tener un monarca, procuraría que el mismo fuese una persona caritativa y piadosa y no un tirano odioso y soberbio:


Pero yo, que me gobierna
mejor espíritu: digo,
que el mundo no lo consienta;
libres nacimos, no es bien
que nuestra naturaleza,
le sujete a un hombre solo;
y cuando Rey se eligiera
entre nosotros, no es bien
ser hijo de la soberbia,
nieto de la tiranía.


(6)                


Reconociendo la leyenda talmúdica que atribuye a Nimrod poderes sobrenaturales sobre los animales, Calmaná se refiere a él despectivamente: «Quien es bruto con los brutos, / quien es con las fieras, fiera» (6). Enríquez Gómez manipula aquí la leyenda de la interacción que Nimrod tenía con los animales y la leyenda de que él fue el primero en comer carne, y crea una nueva leyenda sobre el nacimiento de Nimrod: nació en una cueva remota, lejos de la civilización, a duras penas, pues rasgó la matriz de su madre y causó su muerte. Una onza salvaje lo adoptó y lo amamantó. Ella lo sosegaba y halagaba, lo arrullaba y lo adormecía con sus canciones de cuna. La cueva era su abrigo, la carne cazada su comida, la hierba le servía de mesa y los ríos Tigris y Ganges de fuentes de agua. Es interesante notar como el autor ya coloca a Nimrod en la orilla del Tigris, en Mesopotamia, la cuna de las civilizaciones babilónica y asiria donde, más tarde, fue edificada la Torre de Babel.

Nimrod, rechazado por Calmaná y apoyado por fuerzas sobrenaturales y por gigantes -tal como en la Agadah-, declara guerra contra Calmaná y Jafet y de hecho contra la especie humana. Hay que señalar que obviamente los gigantes tienen una fama bastante peyorativa en el Antiguo Testamento. Jafet declara el anhelo del Creador de acabar con el desafío y la rebelión de Nimrod y de sus cómplices salvajes, lo cual simbólicamente constituye una crítica a la Inquisición por causar derramamiento de sangre. Hay aquí una advertencia sobre el hecho de que, al reinar un ser humano que se designa a sí mismo como Dios, se acabará la paz en la tierra: «Quiera el Cielo que se acabe / este linaje de fieras, / por quien dulce paz abrace...» (11).

Nimrod responde irreverentemente, menospreciando al Supremo, con versos que son una evidente identificación de Nimrod con la cristiandad inquisitorial guiada por la religión y gobernad a por un ser mortal:


Si soy el mayor señor
que pisa el orbe inferior,
a quien por divina ley
el nombre de primer Rey
me da el mundo con temor.


(14)                


Calmaná injuria a Nimrod por el desdén y enemistad que muestra hacia la humanidad, o mejor dicho por la injusticia que muestra el Santo Oficio hacia los judaizantes, en nombre del Rey Monarca de su Fe. Calmaná destaca que la razón indica que el desprecio, la arrogancia, el menosprecio y la injusticia son escandalosos en quienes gobiernan a la humanidad:


Y así de la pretensión
desiste, que no se paga
desprecio con Monarquía,
con valentía, mudanza,
desdenes, con arrogancia;
con imposibles un gusto;
con poder una constancia
con fuerza, una fe invencible;
que ni aun la muerte le acaba.


(15)                


Nimrod reta al firmamento e, ignorando la omnipotencia de Dios, desea obtener el Arca de Noé. Ahora se introduce en la obra la genealogía talmúdica del protagonista, declarando que Nimrod enseñó la veneración de los ídolos a Téraj, hijo de Najor y padre de Abrahán. El autor introduce a Najor en el escenario como una fuerza que, junto con la magia, ayuda a Nimrod en su guerra contra Jafet. Recordemos que Téraj era descendiente de Sem, el hermano de Jafet, y Nimrod era el nieto de Cus. A pesar del anacronismo que aquí mezcla generaciones distintas, presenciamos la primera guerra entre hermanos en la Biblia. Las guerras se montan entre Jafet y Najor, y más tarde tiene lugar una batalla cara a cara entre Jafet y Nimrod.

Caimán, que en la Biblia es hijo de Sem, aquí sirve el papel del gracioso. Como buen judaizante se burla del concepto del honor coetáneo y afirma que no valdría la pena sacrificar la vida por la honra: «Porque el pundonor llegando / la vida importa muy poco» (17). Caimán se quita la ropa y se queda tan puro como el día que lo crió Dios. Ahora ya no es sirviente sino sólo una criatura del Creador: «Esto es honra, lindo es esto / soy noble, si soy criado, / esto ha de ser, voy por Dios» (17). Nimrod, símbolo del poder inquisitorial, se jacta con arrogancia de su potencia:


Yo soy hijo de poder,
del poder de mí mismo, y no
conozco en el mundo quien
pueda igualarme.


(19)                


El «Arca de Noé» está estacionada sobre el Monte de Ararat, y Nimrod y su compañero el mago Caidmen aspiran a destruirla, ya que ella recuerda a la especie humana que debe obedecer al Todopoderoso para impedir otro diluvio. Sin la evocación de Noé, y bajo la autoridad de Nimrod, la sociedad contemporánea aspiraría a guerras, haciendas y poder:


Príncipes, Reyes, Caudillos,
y con bélico poder,
os coronarán las gentes
con el supremo laurel.


(21)                


Nimrod de la Agadah edificó la Torre de Babel. En nuestra obra también él esclaviza a la especie humana, obligándola a erigirla. Sarcásticamente, insinúa que el Creador es el origen de todo el tumulto y la destrucción de la humanidad. Noé construyó la conocida arca que llevaba y salvaba sólo ocho personas, siguiendo órdenes directas de Dios. Desde que el arca se detuvo sobre la cima del Monte de Ararat en Armenia, se convirtió en símbolo del pacto de paz y de obediencia entre el Creador y el hombre. Efectivamente, esta alianza fue el primer convenio que contrajo Dios con el hombre. Nimrod declara que él nunca respetará los preceptos de Dios, sino reemplazará al Creador para que jamás se repita el diluvio en la tierra. Esta pretensión es paralela a la de la Inquisición española, en tanto su establecimiento tenía como fin impedir los pecados de la humanidad, con lo cual, en el nombre de Dios, actúa viciosamente contra la especie humana. Nimrod se declara ser él mismo el antídoto del diluvio:


... No está
segura la tela humana
de que le pueda rasgar
al golpe de otro diluvio;
esta Torre ha de guardar
el mundo, si acaso Dios
nuevo golfo de cristal
arroje de las nubes.


(22)                


Nimrod insiste en esclavizar a todos sus súbditos, tal como lo hicieron los descendientes de Sem y Jafet, para edificar la Torre, «aquesta torre soberbia» (23), y nadie podría escapar de esta obligación. Propone la eliminación completa de la libertad personal, «la atrevida libertad». También aspira a destruir todos los bosques de Armenia para impedir la posibilidad de que se construya otra arca:


Esto se ha de hacer, vasallos;
que soy ira, ceguedad;
perdición, desdicha, pasmo,
vitupero, obscuridad,
terror, asombro, desmayo.


(24)                


Nimrod y el mago Caidmán continúan con el diabólico esquema de la rebelión contra el Creador del mundo. La cólera del Omnipresente no tarda de llegar, y como castigo confunde las lenguas del pueblo. Nimrod pierde todo su poder y la destrucción de la Torre es inminente: «No ves de Babel la casa / que es confusión en hebreo» (28). Como es belicoso, al perder este proyecto contra Dios Nimrod blasfema contra el Omnipotente, declara sus creencias paganas en los ídolos y trata de destruir el arca:


Yo sacrilegio al precepto,
yo incrédulo a su poder,
yo pertinaz a su ejemplo
he de acabar con el arca.
La idolatría es mi centro:
Dios soy, y adorado he sido
por tal y por Rey Primero
del mundo, él mismo me ha dado
la Corona Real, y Cetro.


(28-29)                


Jura deshacer el «leño», el «arca de testamento» para que no mantenga su poder mágico sobre la gente. Al modo de las leyendas de la Agadah, en su camino a Armenia se encuentra con muchos animales. El arca mágicamente aparece flotando y Noé amenaza a Nimrod: «Bárbaro, atrevido, loco» (31). Sigue aquí la magia del cuento de la Agadah, explicando que sólo Noé puede ver el arca original, y la que ha visto Nimrod es sólo una sombra de ella. Nimrod tiene que ser castigado para servir de ejemplo a la humanidad, para demostrar que la desobediencia a Dios sería punida severamente. Este es el mensaje que Antonio Enríquez Gómez desea enviar a la Inquisición española: que por sus pecados contra el género humano, ella también va a ser punida y va a desaparecer de la tierra.


... dar
al mundo Dios testimonio
de su castigo, Nembrot,
desdeñado cayó al foso,
de esa acaba confundido
e su soberbia.


(32)                


El Todopoderoso castigará de tal modo a todos los opresores de los conversos en este universo inquisitorial:


   ... el cielo amoroso;
y benévolo se muestra,
acaben tantos oprobios
como nos dio la fortuna,
conocer.


(32)                


La obra de Enríquez Gómez cuyos versos poseen mayor resonancia judaica es el Romance al divín mártir, Judá Creyente [don Lope de Vera y Alarcón] martirizado en Valladolid por la Inquisición13. El Romance canta la vida de Lope de Vera, un cristiano viejo nacido en 1626, desde el momento en que se identifica con la religión judía, dentro de la cárcel de la Inquisición. Debido a sus estudios de hebreo en la Universidad de Salamanca, Lope de Vera fue denunciado por opiniones judaizantes y encarcelado por la Inquisición. Al comienzo insistió en su ortodoxia católica, pero con el paso del tiempo se declaró judío, y en agosto de 1641 se circuncidó en su celda con un hueso y adoptó el nombre de Judá Creyente. Durante años los inquisidores trataron de devolverlo al cristianismo, pero él obstinadamente rechazó los argumentos de los teólogos inquisitoriales y mantuvo su creencia en la Ley de Moisés. De la circuncisión en adelante, Lope rechazó cualquier comunicación verbal con los inquisidores, con la excepción de declararles: «Viva la Ley de Moisés». El 25 de julio de 1644, fue relajado a las autoridades seglares para ser quemado en la hoguera inquisitorial, en un auto de fe en Valladolid. El caso fue muy divulgado en Francia, en Italia y en los Países Bajos. Entre 1644 y la vuelta de Enríquez Gómez a España en 1649 -según Timothy Oelman, probablemente en 1648-, Enríquez Gómez compuso anónimamente la exaltación de este heroísmo en el Romance del martirio de Judá Creyente.

La insistencia de Lope en su judaísmo paralela a la de Enríquez Gómez. El autor utiliza el testamento de Lope de Vera, el Héroe- Víctima, para declarar su propia creencia religiosa, basada esencialmente en fuentes judías tales como la liturgia judía y el Viejo Testamento. La negación absoluta del cristianismo y sus dogmas expresada en el Romance refleja su formación judía. Hay que esclarecer que existen opiniones según las cuales el Romance es ficción, una obra literaria en la cual el protagonista no es Antonio Enríquez Gómez, sino Judá Creyente (De la Rica)14. Yo opinaría que la interpretación válida depende de la perspectiva del lector mismo, ya que resulta casi imposible diferenciar de manera definitiva entre la autobiografía, las creencias sinceras y la ficción narrativa. Bien sabemos, sin embargo, que en otras obras, tal como Las Academias, se nota un paralelismo entre su vida verdadera y el argumento literario. Ejemplos serán el padecimiento ante el exilio, las lamentaciones por haber perdido su hacienda y la demanda de obtener libertad personal y justicia global. También se discierne fuertemente en su obra literaria su rencor personal con el Santo Oficio; no se trata de ficción sino de sentimientos y creencias auténticos del autor. Diría que la autobiografía es parte intrínseca de sus obras.

Declara Lope en el Romance a voz alta su creencia y fe en el Dios de Israel:


¡Judío soy, castellanos!
La Ley de Mosseh confieso
dada en el monte de Sinaí
por el Autor de los cielos.


(vv. 295-98)                


Y más adelante:


Amante soy de tu Ley
Y de tal suerte la celo,
Que muero por adorarla:
¡Mira Señor, sí la quiero!


(vv. 319-44)                


El Romance traza la estancia en la cárcel de Lope. Siguiendo el ejemplo de Abrahán, Lope establece convenio con el Dios de Israel ejecutando en sí mismo la circuncisión:


Circuncidóse en la cárcel
Cual otro Abraham, él mesmo
Escribiendo con su sangre
El carácter más supremo.


(vv. 15-18)                


Este convenio entre Dios y Abrahán se encuentra en el primer libro bíblico, Génesis:

Este es mi pacto, que vosotros guardaréis, tú y tu simiente después de ti: todo varón de vosotros será circuncidado. Circuncidaréis pues la carne de vuestro prepucio, y ésa será la señal del pacto celebrado contigo. Al cumplir el octavo día todo varón de vosotros será circuncidado en todas vuestras generaciones.


(Génesis, XVII: 10-12.)                


Una de las doctrinas principales presentadas en el Romance es la unidad de Dios y la negación de la Trinidad y de la encarnación de Dios en un cuerpo humano (Posnanski)15. Lope y el autor luchan para conservar el concepto del monoteísmo contra los poderes diabólicos de la idolatría. El paganismo para Enríquez Gómez es la reverencia de un objeto, como el leño que simboliza la cruz, y a la vez la adoración de un ser mortal de carne y hueso. Más que todo, hay que darse cuenta de que Cristo era el Pastor de la cristiandad en cuyo nombre la Inquisición perjudicaba a los conversos. Obviamente, si no existiera una Inquisición cruel, no habría por parte de Enríquez Gómez ninguna crítica de Cristo ni de la Trinidad. Mientras reinaba el poder del Santo Oficio, el paganismo le servía a nuestro autor como un símbolo de la odiada Inquisición. Veamos la insistencia judía del Antiguo Testamento en la Unidad de Dios, comenzando con el credo del judaísmo, el Shema, que anuncia la unidad de Dios, diaria y reiteradamente: «Oye Israel, Adonái es nuestro Dios, Adonái es uno» (Deuteronomio, VI: 4-9.) La ley dada a Moisés declara claramente:

Yo soy el Eterno, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros Dioses fuera de Mí. No te harás esculturas ni imágenes de lo que hay arriba en el cielo, y abajo en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas, y no las servirás, pues Yo el Eterno, tu Dios, soy Dios celoso.


(Éxodo, XX: 2-5.)                


Se insiste en este precepto de nuevo en Éxodo: «No te postrará ante otros Dioses, porque el Eterno es celoso de Su Nombre... No harás para ti dioses de fundición» (Éxodo, XXIV: 14, 17.) Se repite el mismo mandamiento en Levítico: «No os volveréis a ídolos ni fabricaréis dioses fundidos. Yo el Eterno vuestro Dios» (Levítico, XIX: 4.) El tema retorna en los Salmos: «Porque todos los dioses de los pueblos no son nada, pero el Eterno hizo los cielos» (Salmos, XCVI: 5.).

Volvamos al Romance, donde se oyen conceptos en los que resuena la Biblia, en versos puestos en boca de Lope. El autor se mofa de la ignorancia del idioma de la Biblia por los cristianos que mal entienden el hebreo. Dice que puesto que los mandamientos fueron dados en hebreo, puede ser que no los hayan entendido bien los cristianos:


La unidad siendo distinta
no es unidad en hebreo,
y Ley dividida en dos
no tiene seguro asiento.
Quererme tú reducir
a tres distintos sujetos,
multiplicando deidades
con sus festivos desvelos,
es decirme que la Causa
se iguala con los efectos,
y lo propio es para mí
dividirla en tres que en ciento.
Ridículamente osado,
retóricamente necio,
te opones a quien te dice:
Yo, el primero, yo, el postrero.


(vv. 151-66)                


La Biblia y la liturgia nos recuerdan que Dios, el Creador originario, existía antes de la creación del universo. Es el Primero y cuando el orbe desaparezca será el Último. Isaías nos transmite la palabra de Dios: «Así dice el Eterno, el Rey de Israel, y su Redentor el Eterno de los ejércitos: "Yo soy el primero, y yo soy el último, y aparte de Mí, no hay Dios"» (Isaías, XLIV: 6.) «¡Escucha Mi llamado, oh Jacob, oh Israel! Yo soy Él. Yo soy el primero, también yo soy el último» (Isaías, XLVIII: 12.) Escuchemos la oración Ygdal Eiohim Jai, que atestigua que el Creador existía antes de la creación y nunca dejará de existir: «Único en la Unidad, palabras no lo pueden describir /.../ Él mismo, La Causa Primordial, sin principio vivía, / eterno antes de la confusión y vacío de la creación». En el Romance, describe el autor igualmente el mismo concepto de la omnipresencia de Dios en la tierra, por ser el Creador del orbe por excelencia y por servir como el Padre Eterno -«abeterno»- de la humanidad:


Deidad incomunicable,
como nos declara el verso,
no tiene fin ni principio
siendo su Nombre abeterno.


(vv. 83-86)                


La oración Adón Olam recuerda a los judíos que Dios, nuestro abeterno, es infinito en el verdadero sentido de la palabra. Es la Causa Primera de la creación: «Señor del universo, quien reinó... y Él era y Él es, y Él será para siempre... y Él es uno y no hay otro... sin comienzo, sin fin» (Adón Olam). El Romance también hace las mismas referencias:


Lo infinito de la Causa
no comunica al efecto
aquella unidad sagrada
del primer mandamiento.


(vv. 87-90)                


El profeta Zacarías expresa la unidad infinita del Omnipresente sobre la tierra: «Y será el Eterno Rey sobre toda la tierra: En aquel día el Eterno será Uno, y Su Nombre Uno» (Zacarías, XIV: 9.) No se permite agregar deidades al Único. No se debe partir el Uno en dos ni en tres. Si se aceptara la desmembración en tres, se podría aceptar la partición en 100, y por lo tanto volver de nuevo al seno del paganismo. Le recuerda Lope o sea el autor:


Dios es uno, y su palabra,
su espíritu y Nombre eterno
en una esencia infinita
sin distinción la creemos.
Para conocer la fe,
un solo Dios verdadero
no tiene necesidad
de materiales sujetos.
No ver a Dios y creerlo
es una fe con misterio, [...]
Si la fe consta de impulso
¿Qué padrino es el madero
para conciliar una alma
con su Criador en el cielo?


(vv. 179-98)                


Una cruz hecha de madera, creada por las manos de un set humano, es empleada por el sacerdote para reconciliar con su toque a los pecadores. ¡La madera al fin y al cabo es madera! La madera no tiene el poder divino de perdonar ni de reconciliar a las almas. El Creador es el Único Ser inmortal y de esencia infinita que tiene el derecho a juzgar a sus criaturas. No hay necesidad de artefactos materiales para comunicarse con el Omnipresente, ya que Él se encuentra entre nosotros, permanentemente. No hacen falta objetos concretos para interceder por nosotros. La materia es efímera. Dios es eterno. La fe en Dios es espiritual. Dios no necesita ningún mediador, ni aun a Jesús, para castigar o perdonar, ya que El Todopoderoso es Omnipresente y conoce los pensamientos del hombre, sin intervención ninguna. Isaías nos afirma que Dios es el Creador en cuyas manos somos solamente la arcilla: «Pero ahora ¡Oh Eterno! Tú eres nuestro padre. Nosotros somos la arcilla, y Tú el alfarero nuestro. Todos nosotros somos obra de tus manos» (Isaías, LXIV: 7.) El cristianismo, contradictoriamente, nos indica que el hombre, la creación-arcilla, es igual a su Creador. Insiste Enríquez Gómez que es ridículo declarar que el Creador sea igual a su creación, tal como enuncia Isaías: «¿Debe el hacha vanagloriarse ante quien corta con ella? ¿Debe la sierra envanecerse ante aquel que la maneja? Eso sería como si la vara moviese a quienes la levantan» (Isaías, X: 15.) Leamos la plegaria Aleinu Leshabéaj Leadón Hacol, que niega el paganismo:


Es para nosotros elogiar al Señor de todos,
para reclamar la fuerza del Dios de la creación.
Pues Él no nos creó paganos,
ni ha permitido que seamos una gente pagana,
ni nos ha dado la herencia
y el destino de las masas
que se inclinan a la vanidad y a la vaciedad
y rezan a un Dios que no puede salvar.


Dios prohíbe imágenes materiales para mediar con las ovejas de su rebaño. Para los seguidores de la Ley de Moisés la devoción de imágenes resultaría en idolatría. Aun al entregar los diez Mandamientos a Moisés, Dios mismo apareció en Sinaí y se los entregó en sus propias manos. La fe verdadera no precisa ninguna imagen de hierro ni de madera para transmitir su mensaje. Las imágenes matan al espíritu de los seres y los llevan a la vanidad. Escuchemos al mártir:


Fe con mezcla materiales
imán que halaga el hierro,
y fe con alma de piedra
cadáver fue de su dueño. [...]
Las demás son vanidades
de los sabios destos tiempos,
y es locura a lo divino,
intervalos del ingenio.


(vv. 199-210)                


Dios estableció personalmente su pacto con Moisés: «Y le dijo también el Eterno a Moisés: "Escribe estas palabras, por las cuales establezco el Pacto contigo y con Israel"» (Éxodo, XXXIV: 27.) Enríquez Gómez lamenta que los seguidores del cristianismo, desafortunadamente, han abandonado este convenio:


Si me confiesas que Dios
a su peregrino pueblo
dio Ley, ¿para qué me dices
que la deje torpe y necio?


(vv. 55-58)                


Al devolver la Torah al arca los devotos se dirigen a Dios mencionando la eternidad del pacto: «Tu ley es una ley eterna, / tu dominio se extiende por todas las generaciones». Enríquez Gómez expresa igualmente en el Romance:


Decir Dios Ley para siempre
oíste desde los cielos;
y no guardar su palabra
era engañar a su pueblo.
Pues si en Dios no puede haber
este insolente argumento...


(vv. 143-48)                


Reclama el autor que la ley es la palabra de Dios dada a Moisés, en el monte de Sinaí, y hay que mantener y respetar estos mandamientos para siempre. Ya que Dios es eterno su palabra es eterna, también:


Si la Ley es la palabra,
ésa venera su pueblo,
y, siendo infinito Dios,
a su palabra me atengo.


(vv. 91-94)                


La relación con Dios en la Biblia es muy personal. Él firma el pacto con Moisés con su propia mano. Enríquez Gómez se da cuenta de ello y lo emplea para probar la validez de este convenio:


Si Dios y el hombre firmaron
este sacro testamento
y se nos da por escrito
¿Cómo ha de haber otro nuevo?


(vv. 103-06)                


Lo repite el autor más adelante: «... La Ley santa / que escribió Dios con su dedo» (vv. 130-31.) Miremos las palabras paralelas exactas de Éxodo: «Cuando hubo acabado Adonái de hablar a Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Éxodo, XXXI: 18.) Y «Volvióse Moisés y bajó de la montaña, llevando en sus manos las dos tablas del testimonio, que estaban escritas de ambos lados, por una y otra cara. Eran obra de Dios, lo mismo que la escritura grabada sobre las tablas» (Éxodo, XXXII: 15-16.) Ya que Dios mantuvo su pacto con el universo, ¿cómo se atrevería un ser mortal de carne y hueso a intentar establecer nuevos pactos con discusiones insolentes? Alterar el pacto de Dios escrito por su propio dedo en las tablas en Sinaí es un sacrilegio:


Si dices: la Ley fue santa,
tú te engañas poco cuerdo;
pues lo que una vez fue santo
no puede dejar de serlo.
La ley del mundo mayor,
el orden del universo,
con la palabra de Dios
guardan la Ley que le dieron.
Pues si el orden natural
observaron tierra y cielo
sin varia la palabra
del mandamiento primero,
¿por qué este mundo menor,
a la imagen de Dios hecho,
no ha de guardar la Ley santa
que escribió Dios con su dedo?


(vv. 115-30)                


Enríquez Gómez denuncia al predicador de iglesia que perdona pecados al escuchar confesiones, «aplicar de oídos». Un ser mortal no debe interceder en la autoridad del Todopoderoso. En el judaísmo, se recompensa o se castiga a cada hombre según sus actos. Enríquez Gómez critica la religión que permita que los oídos humanos decidan la salvación de un alma:


Fe que aplica los oídos,
a perdonar con defectos
por la autoridad de un hombre,
fe puede ser de los necios.


(vv. 211-14)                


Cada hombre es responsable de sus propios pecados. Cada individuo, como insisten los profetas en el Viejo Testamento, es responsable de sus actos: «En esos días no se dirá más: "Los padres comieron agraz y los hijos sufrieron la dentera", sino que cada uno morirá por su propia iniquidad. Quien coma el agraz, ése sufrirá la dentera» (Jeremías, XXXI: 29-30.) Añade el profeta Ezequiel:

¿Qué queréis decir con ese proverbio que usáis en la tierra de Israel, el cual dice: «los padres comieron el agraz, y los hijos sufren la dentera»? Por mi vida dice Dios el Eterno, que no tendréis más ocasión de emplear ese proverbio en Israel. Me [falta algo?] aquí que todas las almas son Mías. Como el alma del padre, así también el alma del hijo es Mía. El alma que pecare, ha de morir.


(Ezequiel, XVIII: 1-4.)                


Solamente Dios tiene la autoridad de castigar o perdonar. Lope también propone que el único rescate puede venir de Dios:


Sólo Dios dice Mosseh,
os perdonó en el desierto,
castigando alguna parte
del pecado del becerro.


(vv. 215-18)                


A pesar de haber adoptado la Ley de Moisés más tarde en su vida, Lope declara que la lleva puesta sobre su corazón, como nos solicita hacer el Shema: «Y estas palabras, que te ordeno hoy día, estarán en tu corazón». Oigamos las palabras resonantes de Lope: «Últimamente la Ley / que tengo dentro de mi pecho / es de Dios...» (vv. 263-65).

Simultáneamente leamos la plegaria de Modeh Ani -«Agradecido estoy»- en la Amidah, que recuerda que nuestra alma está en las manos de Dios: «... agradeciéndote por nuestra vida confiada a tus manos, almas a ti encargadas...»16. Lope no tiene miedo a la muerte, ya que encomienda la parte más importante de su persona, el alma, a Dios que la va a apadrinar: «Salgo a morir en el fuego / por el Nombre del Señor, / a quien mi alma encomiendo» (vv. 268-70.)

Lope se identifica con Sansón que murió por su creencia, y con Elías que fue al cielo entre las llamas: «... que he aquí que apareció un carro de fuego y caballos de fuego, que los separaron, y Elías subió al cielo en su torbellino» (II Reyes II: 11.) Hay que notar que Elías era el mensajero de Dios, enviado a suspender la idolatría y la adoración de Baal de parte de Jezabel, la esposa del rey Acab. Bajo su reino, se abandonaban los preceptos de Dios y se adoraban los dioses paganos. Dios los castiga con la sequía y la hambruna. Muchos sacerdotes del templo de Baal mueren, provocando la ira de Jezabel, que manda matar a Elías. Sin embargo, éste fue salvado y subió al firmamento en carros envueltos de fuego. Consecuentemente, Lope no teme la hoguera inquisitorial, ya que Elías mismo subió al paraíso en un carro triunfal envuelto de llamas. Se nota la admiración que tiene Lope, o sea el autor, hacia Elías, que obraba por la reverencia de Dios y combatía la idolatría, que como hemos repetido simboliza para Enríquez Gómez la Inquisición española.


Esa llama abrasadora
que ha de devorar mi cuerpo,
será mi carro triunfal,
pues es de Elías mi celo.


(vv. 275-78)                


El autor recapitula aquí el cuento de Daniel, en el que Nabucodonosor intentó quemar en la hoguera a los tres judíos, Sadrac, Mesac y Abed-Nego, que se negaron a postrarse ante la imagen dorada. Tal como Lope, los tres sabios bíblicos negaron el paganismo y prefirieron sostener firmemente su fe en el Único Dios verdadero de Israel: «Oh Nabucodonosor, no tenemos necesidad de contestarte sobre este asunto. Pues nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno ardiente y de tu mano, oh rey. Mas si no fuere así, séate conocido, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni adoraremos la imagen de oro que has levantado» (Daniel, III: 16-18.) El pagano Nabucodonosor los mandó quemar en la hoguera, pero milagrosamente no fueron tocados por el fuego, mientras sus torturadores ardían. Notamos aquí la semejanza con la leyenda en la que Nimrod empujó a Abrahán al fuego pero éste salió sin que las llamas le hubieran tocado. Esto es un deseo siempre presente en la obra de Enríquez Gómez, el deseo de que el ejército de la Inquisición caiga en el mismo fuego que ellos han preparado para los judíos y los conversos seguidores de Dios de Israel. Los tres sabios se salvaron de la hoguera de Nabucodonosor, mientras, desafortunadamente, Lope de Vera, fue quemado vivo. Sin embargo, su alma se acompañó a los serafines de Dios, y su memoria se quedó con nosotros por los siglos.


En el horno de Babel,
uno de los tres mancebos
seré, alabando la Causa
por quien vivo y por quien muero.


(vv. 279-82)                


A pesar del riesgo de ser identificado como seguidor de la Ley de Moisés, Enríquez Gómez por la boca de Lope anuncia con voz viva, su creencia en el Dios de Israel:


¡Judío soy, castellanos!
La Ley de Mosseh confieso
dada en el monte de Sinaí
por el Autor de los cielos.


(vv. 295-98)                


Antes de ser echado a las llamas, oímos a Lope, o sea al autor, parafraseando la Amidah:


-Divino Señor, que asistes
en el Trono en el excelso
Tribunal que vio Isaías
de los serafines bellos;
Dios de Abraham, Dios de Isaac,
Dios de Jacob, Rey eterno,
cuyo nombre incircunscrito
sólo consta de sí mismo.
Causa de todas las causas,
Criador de Tierra y cielo,
sin principio y sin fin,
y un solo Dios verdadero;
esta vida que me distes
por sacrificio te ofrezco,
como nos dice David,
es sacrificio perfecto.


(vv. 319-34)                


Ahora comparemos esos versos con la Amidah:

Bendito sea tú oh Señor, nuestro Dios. Dios de nuestros antepasados, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, el Dios Grandioso, poderoso y temible. Dios supremo quien concede favores, forja todo, recuerda las virtudes de los patriarcas y redime con amor a toda su posteridad.


Declara el mártir que su alma pertenece a Dios, Creador de todas las almas, como confirma la Biblia. Cuando él muera, él podrá estar cerca de Dios, lo que no se le permitía en su vida sobre la tierra. De tal modo su sacrificio es un «sacrificio perfecto».



Que muero por tu Ley, dicen
mas no entienden el conceto,
que si muero por quien vivo,
ya vivo de lo que muero.

Amante soy de tu Ley
y de tal suerte la celo,
que muero por adorarla:
¡mira Señor, sí la quiero!


(vv. 337-44)                


Siguiendo la tradición del Cantar de los Cantares, se personifican las relaciones amorosas entre la ley de Moisés y la novia, el alma de Judá Creyente. Este ofrece su carne a las llamas inquisitoriales, sabiendo que el alma será purificada y sobrevivirá en el firmamento al lado del Omnipresente:



Por adorarla me matan,
pero, yo seré en el fuego
el ave simple que sabe
morir y vivir a un tiempo.

Como ésta es de Dios esposa,
poco importa que esté muerto
el cuerpo, siendo inmortal
el alma que a Dios ofrezco.


(vv. 365-72)                







Obras citadas

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  • Warshawsky, Matthew, «A Spanish Converso's Quest for Justice: The Life and Dream Fiction of Antonio Enríquez Gómez», Shofar: An Interdisciplinary Journal of Jewish Studies, 23.3 (Spring 2005), pp. 1-24.
  • Wilke, Carsten Lorenz, «Que salga a gusto de todos». La simulación religiosa en Antonio Enríquez Gómez, edición de C. de la Rica y A. Lázaro Cebrián, Cuenca, Monográfico, 44 (1996), pp. 129-41.


 
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