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Restablecimiento de la Compañía. Novena a la Santísima Trinidad

Texto procedente del «Diario» de Manuel Luengo, recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans




ArribaAbajoIntroducción

Los jesuitas españoles desterrados por Carlos III de todos sus Dominios en España y América en 1767, arribaron un año largo después a los Estados Pontificios. Por entonces vivía en Valentano, población ubicada también en los mismos Estados del Papa, una campesina, llamada Bernardina, ya famosa por sus dones proféticos. Aquellos jesuitas se fiaron de sus predicciones: primero «bastonate» (palos) del mismo Papa, pero luego «sucesos felices». En 1773 se cumplió «la más dolorosa de las bastonate», la extinción de la Compañía de Jesús. Pero la mayoría de los jesuitas exiliados siguió esperando el suceso feliz. Y 16 años después, a fines de 1789, conocieron otra «señal del restablecimiento de la Compañía», que al menos al cronista P. Manuel Luengo le reafirma para esperarla «con intrepidez y firmeza mientras me dure la vida». He aquí cómo la presenta el mismo Luengo en su extenso y no menos famoso «Diario».




ArribaAbajoPresentación del P. Luengo

En la Ciudad de Venecia hay al presente una Señora casada de singular virtud, que ha padecido gravísimas enfermedades con heroica paciencia y es muy favorecida del Señor. Su Confesor es su propio Párroco, aunque el Sr. Patriarca no la pierde de vista y es de algún modo su Director. Tuvo esta Señora una inspiración que la movía a hacer con todo fervor una Novena a la Santísima Trinidad, pidiendo con ella el restablecimiento de la Compañía de Jesús. Ejecutólo así con la aprobación y consentimiento de su Confesor, y después de haberla acabado le ordenó éste que escribiese en un papel lo que había pasado en su interior en aquella Novena; y obedeciendo a sus órdenes, escribió prontamente y a pluma corriente, como se suele decir, una relación de todo. El Sr. Patriarca ordenó al Párroco que entregase aquel escrito en original al Sr. Canónigo Venancio, que fue jesuita, y es hermano de la dicha Señora; y el dicho Venancio se lo comunicó, con permiso de hacer copia, al P. Francisco Antonio Zaccharias, jesuita italiano bien famoso, que está en Roma, y de sus manos casi inmediatamente vino a las mías, aumentado con un informe de las circunstancias, que aquí se han insinuado, y de algunas otras que se pueden ver en el mismo escrito.

No duda decir Zaccharias que se ven en este escrito señales clarísimas de la Divinidad, que le sugería las súplicas que le había de hacer, y protesta que al leerlo sintió una conmoción de afectos que no se puede experimentar sino cuando Dios habla, y concluye de todo que ahora más que nunca tiene una vivísima esperanza del restablecimiento de la Compañía. Y aquí no ha habido uno, entre todos los que han leído este papel, que no haya experimentado en sí estos mismos efectos. ¿Y cómo se puede menos de reconocer la mano y virtud de Dios, oyendo a una mujer sin estudios algunos y sin más latín que el que se puede haber pegado del Oficio Parvo de Nuestra Señora, que escribe sin detenerse las súplicas y oraciones que ha hecho a las tres Personas de la Santísima Trinidad con expresiones tan propias y acomodadas, tan elevadas y tan sublimes, y todas apoyadas en testimonios oportunísimos de la Sagrada Escritura, que un hombre sabio en muchos días no pudiera escribirlas mejor, ni acaso tan bien? Y más que todo esto me agrada cierta grandeza y majestad en sus palabras, cierta familiaridad unida a un sumo respeto, y otras muchas cualidades que sólo se hallan en lo que hablan y escriben inspirados de Dios.

A continuación presento el escrito de la Señora veneciana, traducido al castellano. Procuraré ser lo más fiel posible en mi traducción.






ArribaDocumento original

Ante vuestro augusto y adorable Trono, Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, mi verdadero Dios Creador, Redentor y Santificador, me presento hoy en espíritu de viva fe, con un corazón verdaderamente humillado, contrito y animado por vuestra infinita bondad y clemencia, para pediros una gracia que, cuanto más grande me parece, tanto más me animo a conseguirla: enteramente despojada de mí misma, me abandono por completo en Vos y, no fijándome en mis fallos, confío en vuestra inmensa e infinita piedad y benignidad, que tanto más me la concederá cuanto yo menos pueda solicitarla y desearla jamás. Por piedad, Dios mío, no me miréis como la indigna pecadora que soy, miradme como obra y factura de vuestras Divinas manos, creada incluso a vuestra imagen y semejanza, puesto que Vos mismo dijisteis al crear al hombre: Faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram (Gen., 1,26). Y por ello no me rechacéis, como bien lo merecería, ni desdeñéis mis humildes y fervorosas súplicas, que antes que a cualquier otro, expongo ante Vos, Eterno y Divino Padre, en favor de la digna Compañía de vuestro Unigénito Hijo Jesús, que fiel y amorosa le ha seguido con auténtica constancia combinada con oprobios, abatimientos e infame muerte en Cruz. Acordaos, amorosísimo Dios, de este vuestro Hijo Único y Amado, que sacrificaste a la muerte por vuestro Amor infinito, para lo trajese a todo el mundo: Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum Unigenitum daret (Jn., 3,16). Éste es aquel que os fue siempre obediente hasta la muerte en Cruz, factum obediens usque ad mortem, mortem autem crucis (Fil., 2,8). Pero que luego resucitó triunfante y glorioso para no morir jamás: Christus resurgens ex mortuis iam non moritur, mors illi ultra non dominabitur (Rom., 6,9). Y por eso, Eterno Divino Padre, si su pobre y angustiada Compañía se pareció a él en los oprobios que padeció por su humilde y abnegada obediencia a vuestros soberanos Decretos, que permitieron su destrucción, haced que ella también resucite con gran triunfo y gloria a semejanza de su dulcísimo Compañero Jesús para no desaparecer hasta el fin del mundo. Este Jesús es quien, identificado conmigo, como Vos bien sabéis, anima mi vida y mi misma miseria para no confundirse y para pedir esto por él mismo. Por ello, Dios mío, respice in faciem Christi tui (Ps., 83,10). Y a su vista, escuchando mis deseos, sea propicia vuestra infinita bondad, convirtiendo el luto de tantos afligidos en gozo, a fin de que todos los vivientes alaben y bendigan vuestro Santo Nombre: Exaudi deprecationem meam, et propitius esto, et converte luctum in gaudium, et viventes laudent nomen tuum (Est., 13,17). Bien sé que Vos lo podéis todo: Scio quia omnia potes (Job., 42,2). Y siendo Vos solo Dios fuerte y omnipotente, escuchad las voces de tantos verdaderos Compañeros de vuestro Amado Hijo, que no tienen más esperanza que en Vos y liberadlos de las manos de los inicuos que tanto les persiguen: Deus Fortis super omnes, exaudi vocem eorum qui nullam aliquam spem habent, et libera eos de manu iniquorum (Est., 14,19). Todo queda puesto en vuestras manos, Señor Rey Omnipotente, y no hay quien pueda oponerse a vuestra Voluntad: Dominus Rex Omnipotens, in ditione tua cuncta sunt posita, et non est qui possit tuae resistere voluntati (Est., 13,9). Haz que aparezca ante el mundo clara completamente como el sol su inocencia y desaparezcan en las tinieblas aquellas cosas que fueron causa de su ruina y se conviertan en luz resplandeciente aquellas sombras de muerte que con tanta malignidad oprimieron, angustiaron y dieron muerte a quien no sólo no lo merecía sino debía ser exaltado y glorificado, puesto que sois Vos qui revelat profundum de tenebris et producit in lucem umbram mortis (Job., 12,22). Y puesto que sois también qui immutat cor Principum (Job., 12,24), os suplico que cambiéis esos corazones Vos, que sois el único que todo lo podéis, y aliviéis de sus angustias a aquellos pobres, que formaban tal Compañía, como soléis hacerlo puesto que sois Vos quien eripiet de angustia sua pauperem (Job., 35,15). Sus gemidos, sus justas quejas, sus miserias lleguen hasta vuestro Augusto Trono y os hagan levantaros de él, como lo afirmaste: Propter miseriam inopum et gemitum pauperum nunc exurgam (Ps., 11,6). Y extendiendo vuestro formidable brazo, sostenedlos con fuerza omnipotente contra toda potencia contraria, para que, sostenidos por el Autor de la Vida, no haya quien pueda vencerles y darles muerte. ¡Oh Dios mío!, enviad a estos huesos, a estos cadáveres descarnados, un Profeta que con el soplo omnipotente de vuestra Divina boca haga retornar a su lugar carne, huesos y nervios, como antaño hiciste en el Campo de Israel. Que haya quien de vuestra parte les diga: Ossa arida, audite verbum Domini (Ez., 37,4). Y ¡oh! cómo volverán a estar vivos y animados estos mismos que ahora sólo se hallan como huesos secos. Que os mueva a piedad su desolación actual, su miserable estado jamás merecido ni ciertamente querido por Vos, que no podéis rechazar a los sencillos ni ofrecer la mano a los malvados: Deus non projiciet simplicem, nec porriget manum malignis (Job., 8,20). Y si por vuestros inescrutables Divinos Juicios habéis permitido tan enorme desventura como que sea abandonada y casi destruida la santa, amada y grata Compañía de vuestro querido y Único Hijo Jesús, levantadla, Dios mío, por los inestimables méritos de tan querido Hijo: os lo ruego por su preciosa Sangre derramada, por sus atroces dolores, por sus torturadoras penas, por su dolorosísima muerte, os conjuro y os suplico que os levantéis a juzgar esta vuestra causa, y digo vuestra porque se trata de vuestro honor y de vuestra gloria: Exurge, Deus, judica causam tuam; memor esto improperiorum tuorum (Ps., 73,22). Recordad, sí, tantos improperios, tantas calumnias, tantas injurias, tantas injusticias imputadas y practicadas contra tantas personas inocentes, virtuosas y beneméritas, que sostenían vuestro Trono. Y si habéis dado a vuestro Hijo todo poder de juicio: Omnem iudicium dedit Filio (Jn., 5,22), habiéndole constituido Juez de vivos y muertos: Constitutus est a Deo Judex vivorum et mortuorum (Hch., 10,42), permitidme que también os presente mi súplica por ellos.

Y dirigiéndome a Vos, mi querido y amado Jesús, permitidme que me desahogue amorosamente un poco con Vos. Ya sabéis que por aquella Santísima Humanidad, que habéis asumido por mi amor, os habéis convertido en el amado de mi alma, mi tesoro, mi delicia, mi amor, en una palabra, mi todo. Y perdonadme mi atrevimiento y mi osadía si os hablo con toda confianza suplicándoos humildemente que miréis piadoso desde el Cielo, en que con tanta gloria habitáis, a esta pobre y desolada viña de vuestra fidelísima y amorosísima Compañía, y contemplando su triste y deplorable e infelicísimo estado, la visitéis con una visita divina que la anime y reavive: Respice de coelo et visita vineam istam (Ps., 79,15). ¡Ay!, cómo ha quedado arrasada por los jabalíes de este mundo, que la han reducido a una extrema desolación: Exterminavit eam aper de sylva (Ps., 79,14). Replantadla, restauradla, reavivadla, recordad que había estado plantada por vuestra excelsa diestra: Et perfice eam, quam plantavit dextera tua (Ps., 79,16). Y si a Vos atañe juzgar, oh mi querido Jesús, juzgad a estos desventurados y desolados huérfanos, miembros de vuestra deshecha Compañía, justificad ante la faz de todo el mundo a estos pobres y humillados tan oprimidos y abatidos hasta el grado de hez más miserable e inmundo de la tierra: Giudicate egeno et pupilo; humilem et pauperem giustificate (Ps., 81,3). Y levantándoles de su miseria e infelicidad, liberadlos totalmente de las manos de sus inicuos perseguidores, resucitándolos con gran honor y gloria para confusión de sus impíos opresores: Eripite pauperem, et egenum de manu peccatoris liberate (Ps., 81,4). ¡Ah!, sí, mi querido Jesús, queden avergonzados y confusos todos aquéllos que a vuestros amados Compañeros, vuestros fidelísimos siervos, causaron tanto y tan gravísimo daño y queden confundidos al ver cuán débil sea todo su poder, y toda su fuerza se debilite y venga a menos para su confusión: Confundantur omnes, qui ostendunt servis tuis mala; confundantur in omni potentia sua, et robur eorum conteratur (Dan., 3,44). No resistid más a los dulcísimos afectos de vuestro amantísimo Corazón, no le hagáis más violencia. Languidece él al ver en tanto dolor a sus queridos y amados Compañeros; desea y ansía consolarles y vivificarles; secundad sus ansias, poned en práctica sus deseos redimiéndolos de la muerte en que están sumergidos: de morte redimam eos (Os., 13,14). Sólo Vos, que sois Sabiduría Infinita, conocéis sus dolores, sus fatigas; sopesadlas, pues, adecuadamente para que os muevan a piedad y compasión: Tu laborem et dolorem considera (Ps., 9,37); y siendo, como eres, el Hijo del Divino Padre, dueño absoluto de dar Vida a quien te place: Filius quos vult vivificat (Jn., 5,21), os ruego en consecuencia con todo el afecto de mi corazón que deis vida a vuestra amada y carísima Compañía. Os amo, mi caro y amado Jesús, y por eso la amo también a ella como consecuencia del recíproco afecto existente entre Vos y vuestra Compañía, fiel, constante y asiduo. ¿Quién mejor que ella podría, a nuestro modo de entender, observar e investigar (hasta donde puede llegar la capacidad humana) la dulzura, la amabilidad, la suavidad de vuestro amorosísimo Corazón Divino? ¿Quién lo podrá? ¡Ah!, mi dulce Jesús, ¿quién queréis que sea, dado que este mismo afán por exaltar vuestra infinita bondad, la inexpresable benignidad de vuestro Supremo e Inmenso Ser, la misericordia, la piedad, vuestra divina clemencia, fue un cuerpo de delito de la pobre Compañía y una acusación que no provino de personas viles e incrédulas, sino de las más cultas y respetables? Adoro, sin embargo, vuestros inescrutables juicios y me humillo de todo corazón ante Vos, hundida en el abismo de mis miserias, pero con la viva esperanza de poder volver a contemplar todavía vuestro santo templo en la Casa de vuestra Compañía: Abjectus sum a conspectu oculorum tuorum; verumtamen rursus videbo templum sanctum vestrum (Jon., 2,5). Tanto espero de Vos, que sois grande, inmenso y omnipotente para hacer cualquier cosa, no habiendo nadie semejante a Vos: Non est similis tui, Domine, magnus es tu (Jer., 10,6).

En Vos, pues, pongo toda mi confianza y esperanza, segura de que no quedarán defraudadas mis súplicas, nacidas tan sólo de un estímulo interno que me inspira el deber de hacerlo; y puesto que éste proviene del Dador de las luces, a Vos me dirijo, Dulcísimo Espíritu; y, agradecida a vuestra tan grande benignidad, os suplico tengáis piedad de tantos pobres. Vos, que sois su Padre, consoladles, aliviadles, e irradiando un rayo de luz divina sobre vuestra amada Esposa, la Iglesia, haced que vuelva a llamarles y les dé nueva vida. ¡Ah!, ella amaba a estos pobres como carísimos hijuelos suyos, y me parece oír renovadas las lamentaciones enunciadas en otro tiempo por vuestra Jerusalén a causa de sus doloridos hijos. ¡Ay, sí! Ella dijo: éstos eran mis queridísimos hijos, que yo alimenté con tanta alegría, pero que me ha visto precisada, violentada y forzada a abandonarles con llanto y tristeza: Nutrivi illos cum jucunditate; dimissi autem illos cum fletu et luctu (Bar., 4,11). Pero que nadie se goce de tan amarga desolación, de haber sido abandonada, afligida y contristada de mi mal, ¡ay!, que los gravísimos pecados de otros hijos míos han sido la causa, de que declinando de la vía del Señor e infringiendo su santa Ley, han hecho caer sobre mí los rayos de la ira divina: Nemo gaudeat super me desolatam; a multis derelicta sum propter peccata filiorum; quia declinaverun a lege Dei (Bar., 4,12). Al contrario, consolad a mis abandonados y desamparados amados hijos, que yo siempre he esperado vuestra salvación y redención eterna para toda la eternidad: Ego enim speravi in aeternum salutem vestram (Bar., 4,22). Y si os hice salir de mí con tanto luto, dolor y llanto, porque fui forzada a abandonaros, ¡ay!, estoy segura de que mi Dios, conmovido de piedad y compasión por mi dolor, os reconducirá hasta mí con gran gozo y alegría duradera por siempre: Emissi vos cum luctu et ploratu, reducat autem vos mihi Dominus cum gaudio et jucunditate in sempiternum (Bar., 4,23). Y en todo caso, Consolador Divino, vivificad, alegrad a esta vuestra amadísima Esposa, mi queridísima Madre, rociad y volcad sobre ella como un río de paz, haciendo resurgir de nuevo a sus amados hijos: Ecce ego declinabo super eam quasi fluvium pacis (Is., 66,12). Y ella tendrá paz, iluminando a quienes tienen su mente entenebrecida por su perversidad y malignidad contra tan santa Compañía, dándoles la gracia de conocer y enmendar su error. Insuflad un aura suave, que vivifique los miembros de la casi extinguida Compañía de Jesús. Y digo «casi» porque en alguna parte palpita este cuerpo con signos de vida. Y vuelva a regocijarse su querida Madre viendo a aquellos sus Hijos, que entre todos los otros le han llenado de mayor consuelo, sosteniéndola con su virtuosa doctrina, fortificándola con su insigne santidad y rigiéndola con la fuerza de su celo. Dios de paz, Dios de consolación, no permitáis gemir más ni suspirar a esta vuestra querida Esposa, haced retornar a su amoroso seno a sus queridos hijos, haced que los estreche de nuevo contra su pecho, contra su corazón, y que desahogue sobre ellos sus ternuras, su amor, que como un fuerte lazo los una estrechamente para jamás desligarse de ella. Y si me impeléis con tan fuerte impulso a pedíroslo con toda la intensidad de mi espíritu y con todo el afecto de mi corazón, haced que mi esperanza se mantenga consolada y vea resucitada de nuevo la Compañía de mi amorosísimo Jesús.

Y si en la angustia, ocasionada en mi alma por la destrucción de la Compañía, Vos habéis sido quien me ha hecho recordar la conveniencia de proponer mis humildes súplicas ante el Augusto Trono de la Trinidad Santísima: Cum angustiaretur in me anima mea, Domine, recordatus sum, ut veniat ad te oratio mea (Jon., 2,8), os ruego perdonéis mi osadía y escuchéis mis deseos, y de nuevo os suplico humilde, reverente y respetuosamente, Trinidad Santísima, que volváis a mirar piadosamente a la desolada y afligida Compañía, y la socorráis para elevarla de su actual miserable estado. Que las devotas oraciones de tantas almas santas y desoladas os muevan a piedad y compasión. Que la aflicción y el abandono de la Santa Iglesia os hagan extender vuestra omnipotente diestra. Que los gemidos, suspiros y llantos de tanta multitud de fieles, que ansían y desean con todo su corazón ese resurgimiento os haga exclamar con toda prontitud aquel fiat omnipotente que todo lo crea y que tan suspirado y solicitado a Vos con afectuosas lágrimas, con dolientes sollozos y con angustiosos suspiros que brotan del corazón amargado de tantas personas afligidas, pero cuya finalidad principal es vuestro honor Divino y el aumento siempre mayor de vuestra gloria. Si Vos sabéis que este restablecimiento ha de ser para estos santísimos fines, ¡ay! no tardéis más, Dios mío, en consolarnos. Mi alma, más pecadora que cualquier otra, os lo pide; pero os lo pide por los méritos infinitos de su Redentor; os lo pide por su preciosa Sangre, por su muerte infame, que él ha sufrido por mi amor. Escuchadme, pues, consoladme, si ésta es vuestra Santísima Voluntad, y hacedme conocer, Dios mío, que sólo Vos sois el Rey y el Señor de los Señores: Rex Regum et Dominus Dominantium (Ap., 19,16). ¡Ah, sí!, que todas las gentes conozcan que sólo Vos sois Dios, y que no otro fuera de Vos: Et omnes gentes cognoscant quia tu es Deus, et non est alius praeter te (Jdt., 9,19). Y que todas las criaturas os sirven, porque todo resulta a vuestra palabra y no hay quien resista a vuestra voz: Tibi servit omnis creatura tua, quia dixisti et facta sunt, et non est qui resistet voci tuae (Jdt., 9,17). Y cuando conocen claramente vuestra Soberana Majestad, todos se humillan, adoran y respetan vuestro inmenso poder y vuestra infinita grandeza, y a Vos, Rey de todos los siglos, inmortal e invisible, damos todos honor y gloria como al único Dios vivo y verdadero: Regi saeculorum immortali et invisibili soli Deo honor et gloria (I Tim., 1,17). Por ello comprendo que a vuestros pies experimento reavivarse mi fe y fortificarse mi esperanza y, excitada por un ímpetu amoroso, no puedo retenerme de exclamar: Bendito sea mi Dios, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación: Benedictus Dominus Pater misericordiarum et Deus totius consolationis (2 Cor., 1,3), que ensancha mi corazón y lo llena de segura esperanza de lograr lo que con tanto afecto y premura le he pedido.

¡Santa Compañía de mi querido Jesús!, forti animo esto: in proximo est ut a Deo cureris (Tob., 5,13), pues espero que ya esté vecina tu salvación. Fidelísimos Compañeros suyos, no temáis, no dudéis, que el Altísimo se acuerda de vosotros y el Dios fuerte no os ha olvidado en vuestra gravísima tentación: Est enim memoria vestri coram Altissimo, et Fortis non est oblitus vestri in tentatione (IV Esd., 2,14). Despójate, Compañía Santa, de la estola de luto y de vejación con que estás vestida y adórnate con belleza y honor, que Dios te dará sempiterna gloria: Exue te stola luctus et vexationis tuae; et indue decore et honore eius quae a Deo tibi est sempiternae gloriae (Bar., 5,1). Te vestirá con el vestido de justicia que se te debe e impondrá sobre tu cabeza una mitra de honor eterno en compensación de la que injustamente se te arrebató: Circumdabit te Deus diploide justitiae, et imponet mitram capiti honoris aeterni (Bar., 5,2). Y hará resplandecer en ti su esplendor divino que ilumina todo lo que vive bajo el cielo: Deus enim ostendet splendorem suum in te, omni qui sub caelo est (Bar., 5,3). Tu nombre será expresado siempre por Dios. La paz de la justicia y el honor de la piedad marcharán juntos: Nominabitur enim tibi nomen tuum a Deo in sempiternum: Pax justitiae et honor pietatis (Bar., 5,4). Observa bien por dónde nace el sol y contempla la alegría que te viene de Dios: Circunspisce ad Orientem et vide jucunditatem a Deo tibi venientem (Bar., 5,5). Mira, vuelven tus hijos, los que dejaste dispersos, vienen unidos los del Oriente con los del Occidente; y en la santa palabra de Dios, que jamás abandona a quien en Él confía de veras, vienen todos alegres y jubilosos para dar honor y gloria a su Dios, que con tanta bondad y benignidad los ha reunido y vivificado: Ecce veniut filii, quos dimissisti dispersos; veniunt collecti ad oriente usque ad occidentem, in verbo Sancti gaudentes in honorem Dei (Bar., 4,37). Y consolados, porque Dios se alegrará en ti: Gaudebit super te Deus (Is., 62,5). Alegraos, pues, cielos, y tú, tierra, exulta, y vos, montes, alabad con júbilo a Dios, que ha consolado a su pueblo y ha tenido misericordia de sus pobres: Laudate, coeli, et exulta, terra, jubilate montes laudem, quia consolatus est Dominus Populum suum, et pauperum suorum miserebitur (Is., 49,13). Todo esto lo espero ciertamente de Vos, Dios mío, que siendo infinitamente bueno has querido alegrar y vivificar a tantos pobres abandonados, y a tantos otros que sentían pena y dolor de su pobreza y miseria.

Te pido perdón, Dios mío, si me he lanzado quizá un poco demasiado a pedirte una gracia, que espero os resulte a Vos más grato realizarla de lo que yo he sabido pedírosla, suponiendo siempre que os la haya pedido con la debida sumisión y con aquel fiat voluntas tua que me enseñó mi Divino Salvador. Y agradeciéndoos el sufrimiento que habéis tenido al tolerarme, siendo tan miserable pecadora como soy, me ofrezco toda en vuestras manos, Divinísima Trinidad, para todo lo que de mí dispongáis, y haced todo lo que os plazca, no deseando ni rogando de mi parte sino vuestro santo amor para alabaros, bendeciros y agradeceros por todos los siglos. Así sea.





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