Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.




- XXVIII -


ArribaAbajo   Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
   dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?

   Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
   dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?

   Si en el luminoso día
y en la alta noche sombría;
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
    dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?




- XXIX -


ArribaAbajo   Sobre la falda tenía
       el libro abierto;
en mi mejilla tocaban
      sus rizos negros;
no veíamos las letras
       ninguno creo;
mas guardábamos entrambos
       hondo silencio.
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
       pude saberlo;
sólo sé que no se oía
       más que el aliento,
que apresurado escapaba
       del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
       los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
       y sonó un beso.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Creación de Dante era el libro,
       era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos
       yo dije trémulo:
-¿Comprendes ya que un poema
       cabe en un verso?
Y ella respondió encendida
       -¡Ya lo comprendo!




- XXX -


ArribaAbajo   Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto
y la frase en mis labios expiró.

   Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: «¿Por qué callé aquel día?»
Y ella dirá: «¿Por qué no lloré yo?»




- XXXI -


ArribaAbajo   Nuestra pasión fue un trágico sainete
       en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
      risas y llanto arrancan.

   Pero fue lo peor de aquella historia
       que, al fin de la jornada,
a ella tocaron lágrimas y risas
       ¡y a mí sólo las lágrimas!




- XXXII -


ArribaAbajo   Pasaba arrolladora en su hermosura
       y el paso le dejé;
ni aun a mirarla me volví, y, no obstante,
algo a mi oído murmuró: «ésa es».

   ¿Quién unió la tarde a la mañana?
      Lo ignoro; sólo sé
que en una breve noche de verano
se unieron los crepúsculos, y... «fue».




- XXXIII -


ArribaAbajo   Es cuestión de palabras, y, no obstante,
       ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
      en quién la culpa está.

   ¡Lástima que el amor un diccionario
       no tenga donde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
       y cuándo es dignidad!




- XXXIV -


ArribaAbajo   Cruza callada, y son sus movimientos
       silenciosa armonía;
suenan sus pasos, y al sonar, recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica.

ArribaAbajo   Los ojos entreabre, aquellos ojos
      tan claros como el día;
y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
arde con nueva luz en sus pupilas.

   Ríe, y su carcajada, tiene notas
      del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
      de ternura infinita.

   Ella tiene la luz, tiene el perfume,
      el color y la línea,
la forma, engendradora de deseos;
la expresión, fuente eterna de poesía.

   ¿Que es estúpida?... ¡Bah! Mientras callando
       guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla
más que lo que cualquiera otra me diga.




- XXXV -


ArribaAbajo   ¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
       me admiró tu cariño mucho más,
porque lo que hay en mí que vale algo,
      eso... ¡ni lo pudiste sospechar!




- XXXVI -


ArribaAbajo   Si de nuestros agravios en un libro
       se escribiese la historia,
y se borrase en nuestras almas cuanto
      se borrase en sus hojas,

   te quiero tanto aún, dejó en mi pecho
       tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una
       ¡las borraba yo todas!




- XXXVII -


ArribaAbajo   Antes que tú me moriré escondido;
       en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
      la ancha herida mortal.

   Antes que tú me moriré, y mi espíritu,
      en su empeño tenaz,
sentándose a las puertas de la muerte,
      allí te esperará.

   Con las horas los días, con los días
       los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo...
      ¿Quién deja de llamar?

   Entonces, que tu culpa y tus despojos
       la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
      como en otro Jordán;

   allí, donde el murmullo de la vida
      temblando a morir va
como la ola que a la playa viene
       silenciosa a expirar;

   allí, donde el sepulcro que se cierra
       abre una eternidad...
¡todo cuanto los dos hemos callado
      lo tenemos que hablar!




- XXXVIII -


ArribaAbajo   Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
      ¿sabes tú adónde va?




- XXXIX -


ArribaAbajo   ¿A qué me lo dices? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa,
antes que el sentimiento de su alma
brotará el agua de la estéril roca.

   Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda:
que es una estatua inanimada...; pero...
      ¡es tan hermosa!




- XL -



ArribaAbajo   Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro.
¡Dios sabe cuántas veces,
con paso perezoso,
hemos vagado juntos,
bajo los altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico!
Y ayer... un año apenas,
pasado como un soplo,
con qué exquisita gracia,
con qué admirable aplomo,
me dijo al presentarnos
un amigo oficioso:
-Creo que en alguna parte
he visto a usted. -¡Ah! bobos,
que sois de los salones
comadres de buen tono,
y andáis por allí a caza
de galantes embrollos:
¡Qué historia habéis perdido!
¡Qué manjar tan sabroso
para ser devorado
sotto voce en un corro,
detrás del abanico
de plumas y de oro!


    ¡Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico,
callad, y que el secreto
no salga de vosotros!
Callad; que por mi parte
lo he olvidado todo:
y ella... ella... ¡no hay máscara
semejante a su rostro!




- XLI -


ArribaAbajo   Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o abatirme!...
      ¡No pudo ser!

   Tú eras el Océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
      ¡No pudo ser!

   hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
      ¡No pudo ser!




- XLII -


ArribaAbajo   Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.

   Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma...
¡y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!

   Pasó la nube de dolor... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
¡Me hacía un gran favor!... Le di las gracias.




- XLIII -


ArribaAbajo   Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío, la pupila inmóvil
      clavada en la pared.

   ¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme
la embriaguez horrible del dolor,
expiraba la luz, y en mis balcones
       reía el sol.

   Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba y qué pasó por mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.




- XLIV -


ArribaAbajo   Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo;
       ¿a qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?

   ¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
      ¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre... ¡y también lloro!




- XLV -


ArribaAbajo   En la clave del arco mal seguro,
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra del cincel rudo, campeaba
      el gótico blasón.

   Penacho de su yelmo de granito,
la hiedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo, en que una mano
       tenía un corazón.

   A contemplarlo en la desierta plaza
       nos paramos los dos,
y «ése -me dijo- es el cabal emblema
       de mi constante amor».

   ¡Ay! es verdad lo que me dijo entonces.
       Verdad que el corazón
lo llevará en la mano... en cualquier parte,
       pero en el pecho, no.




- XLVI -


ArribaAbajo   Me han herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello, y por la espalda
       partiome a sangre fría el corazón.

   Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
Porque no brota sangre de la herida...
      ¡Porque el muerto está en pie!