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ArribaAbajoCasal, Julián del

La Habana (Cuba). 1863 - 1893

Periodista. Crítico teatral y literario. Amigo de Silva y Rubén Darío.




A mi madre


   No fuiste una mujer sino una santa
que murió de dar vida a un desdichado,
pues salí de tu seno delicado
como sale una espina de una planta.

   Hoy que tu dulce imagen se levanta  5
del fondo de mi lóbrego pasado,
el llanto está en los ojos asomado,
los sollozos comprimen mi garganta.

   Y aunque yazgas trocada en polvo yerto,
sin ofrecerme bienhechor arrimo,  10
como quiera que estés siempre te adoro,

   por que me dice el corazón que has muerto
por no oírme gemir como ahora gimo,
por no verme llorar como ahora lloro.




Día de fiesta


   Un cielo gris. Morados estandartes
con escudos de oro; vibraciones
de altas campanas; báquicas canciones;
palmas verdes ondeando en todas partes;

   banderas tremolando en los baluartes;  5
figuras femeninas en balcones;
estampido cercano de cañones;
gentes que lucran por diversas artes.

   Mas ¡ay! mientras la turba se divierte,
y se agita en ruidoso movimiento  10
como una mar de embravecidas olas,

   circula por mi ser frío de muerte,
y en lo interior del alma sólo siento
ansia infinita de llorar a solas.




Pax animae


   No me habléis más de dichas terrenales
que no ansío gustar. Está ya muerto
mi corazón, y en su recinto abierto
sólo entrarán los cuervos sepulcrales.

   Del pasado no llevo las señales,  5
y a veces de que existo no estoy cierto,
porque es la vida para mí un desierto
poblado de figuras espectrales.

   No veo más que un astro oscurecido
por brumas de crepúsculo lluvioso,  10
y, entre el silencio de sopor profundo,

   tan sólo llega a percibir mi iodo
algo extraño, confuso y misterioso
que me arrastra muy lejos de este mundo.




Salomé


   En el palacio hebreo, donde el suave
humo fragante por el sol deshecho,
sube a perderse en el calado techo
o se dilata en la anchurosa nave,

   está el tetrarca de mirada grave,  5
barba canosa y extenuado pecho,
sobre el tronco hierático y derecho
como adormido por canciones de ave.

   Delante de él, con veste de brocado
estrellada de ardiente pedrería,  10
al dulce son del bandolín sonoro

   Salomé baila y, en la diestra alzado,
muestra siempre, radiante de alegría,
un loto blanco de pistilos de oro.




Elena


   Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas.

   Cual humo frío de homicidas mechas  5
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto por la brisa encumbra
a las torres de Ilión, escombros hechas.

   Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte  10
de ruinas hacinadas en el llano,

   indiferente en lo que en torno pasa,
mira Elena hacia el lívido horizonte
irguiendo un lirio en la rosada mano.




Galatea


   En el seno radioso de su gruta
alfombrada de anémonas marinas,
verdes algas y ramas coralinas,
Galatea, del sueño bien disfruta.

   Desde la orilla de dorada ruta  5
donde baten las ondas cristalinas,
salpicando de espumas diamantinas
el pico negro de la roca bruta.

   Polifemo, extasiado ante el desnudo
cuerpo gentil de la dormida diosa,  10
olvida su fiereza, el vigor pierde,

   y mientras permanece absorto y mudo
mirando aquella piel color de rosa,
incendia la lujuria su ojo verde.




Venus Anadyomena


   Sentada al pie de verdinegras moles
sobre la espalda de un delfín cetrino
que de la aurora el rayo purpurino
jaspea de brillantes tornasoles.

   Envuelta en luminosos arreboles,  5
Venus emerge el cuerpo alabastrino
frente al húmedo borde del camino
alfombrado de róseos caracoles.

   Moviendo al aire las plateadas colas,
blancas nereidas surgen de las olas  10
y hasta la diosa de ojos maternales

   llevan entre las manos elevadas,
níveas conchas de perlas nacaradas,
igneas ramas de fúlgidos colores.




Júpiter y Europa


   En la playa fenicia, a las boreales
radiaciones del astro matutino,
surgió Europa del piélago marino,
envuelta de la espuma en los cendales.

   Júpiter, tras los ásperos breñales,  5
acéchala a la orilla del camino
y, elevando su cuerpo alabastrino,
intérnase en oscuros chaparrales.

   Mientras al borde de la ruta larga
alza la plebe su clamor sonoro,  10
mirándole surgir de la onda amarga,

   desnuda va sobre su blanco toro
que, enardecido por la amante carga,
erige hacia el azul los cuernos de oro.




Tristissima nox


   Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.

   Del horizonte hasta el confín difuso  5
la onda marina sollozando rueda,
y con su forma insólita remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.

   Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,  10
solo mi pensamiento vela en calma.

   Como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.




A un amigo


   No busques tras el mármol de mi frente
del ideal la esplendorosa llama
que hacia el templo marmóreo de la Fama
encaminó mi paso adolescente;

   Ni tras el rojo labio sonriente  5
la paz del corazón de quien te ama,
que entre el verdor de la florida rama
ocúltase la pérfida serpiente.

   Despójate de vanas ilusiones,
clava en mi rostro tu mirada fría  10
como su pico el pájaro en el fruto,

   y sólo encontrarás en mis facciones
la indiferencia del que nada ansía
o la fatiga corporal del bruto.




Paisaje espiritual


   Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mudanza liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.

   Sumergido en estúpido marasmo  5
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.

   Y aunque no endulcen mi infernal tormento
ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,  10
soporto los ultrajes de la suerte,

   porque en mi alma desolada siento
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.




A la primavera


   Rasgando las neblinas del invierno
como velo sutil de níveo encaje
apareces envuelta en el ropaje,
donde fulgura tu verdor eterno.

   El cielo se colora de azul tierno,  5
de rojo el sol, de nácar el celaje
y hasta el postrer retoño del boscaje
torna también su verde sempiterno.

   ¡Cuán triste me parece tu llegada!
¡Qué insípidos tus dones conocidos!  10
¡Cómo al verte el hastío me consume!

   Muere al fin, creadora ya agotada,
o brinda algo nuevo a los sentidos...
¡Ya un color, ya un sonido, ya un perfume!




A un crítico


   Yo sé que nunca llegaré a la cima
donde abraza el artista a la quimera
que dotó de hermosura duradera
en la tela, en el mármol o en la rima;

   yo sé que el soplo extraño que me anima  5
es un soplo de fuerza pasajera
y que el olvido, el día que yo muera,
abrirá para mí su oscura sima.

   Mas sin que sienta de vivir antojos,
y sin que nada mi ambición despierte,  10
tranquilo iré a dormir con los pequeños,

   si veo fulgurar ante mis ojos,
hasta el instante mismo de la muerte,
las visiones doradas de mi sueño.




Flor de cieno


   Yo soy como una choza solitaria
que el viento huracanado desmorona
y en cuyas piedras húmedas entona
hosco búho su endecha funeraria.

   Por fuera sólo es urna cineraria  5
sin inscripción, ni fecha, ni corona,
mas dentro, donde el cielo se amontona,
cubre sus hojas fresca pasionaria.

   Huyen los hombres al oír el canto
del búho que en la atmósfera se pierde,  10
y, sin que sepan reprimir su espanto,

   no ven que, como planta siempre verde,
entre el negro raudal de mi amargura
guarda mi corazón su esencia pura.




Al juez supremo


   No arrancó la ambición las quejas hondas
ni el orgullo inspiró los anatemas
que atraviesan mis mórbidos poemas
cual aves negras entre espigas blondas.

   Aunque la dicha terrenal me escondas,  5
no a la voz de mis súplicas le temas,
que ni lauros, ni honores, ni diademas
turban de mi alma las dormidas ondas.

   Si algún día mi férvida plegaria
¡oh, Dios mío! en blasfemia convertida  10
vuela a herir tus oídos paternales,

   es que no siente mi alma solitaria,
en medio de la estepa de la vida,
el calor de las almas fraternales.




Inquietud


   Miseria helada, eclipse de ideales
de morir joven triste certidumbre,
cadenas de oprobiosa servidumbre,
hedor de las tinieblas sepulcrales.

   Centelleos de vívidos puñales  5
blandidos por ignara muchedumbre,
para arrojarlos desde altiva cumbre
hasta el fondo de infectos lodazales;

   ante nada mi paso retrocede;
pero aunque todo riesgo desafío  10
nada mi corazón perturba tanto,

   como pensar que un día darme puede
todo lo que hoy me encanta, amargo hastío,
todo lo que hoy me hastía, dulce encanto.




Tras una enfermedad


   Ya la fiebre domada no consume
el ardor de la sangre de mis venas,
ni el peso de sus cálidas cadenas
mi cuerpo débil sobre el lecho entume.

   Ahora que mi espíritu presume  5
hallarse libre de mortales penas,
y que podrá ascender por las serenas
regiones de la luz y del perfume.

   Has ¡oh Dios! que no vean ya mis ojos
la horrible realidad que me contrista  10
y que marche en la inmensa caravana,

   o que la fiebre, con sus velos rojos,
oculte para siempre ante mi vista
la desnudez de la miseria humana.




En un hospital


   Tabernáculo abierto de dolores
que ansía echar el mundo de su seno,
como la nube el estruendoso trueno
que la puebla de lóbregos rumores.

   Plácenme tus sombríos corredores  5
con su ambiente impregnado de veneno
que dilatan en su ámbito sereno
los males de tus tristes moradores.

   Hoy que el dolor mi juventud agosta
y que mi enfermo espíritu tranquilo  10
ve su sueño trocarse en hojarasca,

   pienso que tú serás la firme costa
donde podré encontrar seguro asilo
en la hora fatal de la borrasca.




Paisaje del trópico


   Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y, como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.

   El mar sus ondas glaucas paraliza  5
y el relámpago, encima de su seno,
del horizonte en su confín sereno
traza su rauda exhalación rojiza.

   El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo instante,  10
hienden el aire rápidas gaviotas,

   El rayo en el espacio centellea
y sobre el dorso de la tierra humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.




Mi ensueño


   Cuando la ardiente luz de la mañana
tiñó de rojo el nebuloso cielo,
quiso una alondra detener el vuelo
de mi alcoba sombría en la ventana.

   Pero hallando cerrada la persiana,  5
fracasó en el cristal su ardiente anhelo
y, herida por el golpe, cayó al suelo,
adiós diciendo a su quimera vana.

   Así mi ensueño, pájaro canoro
de níveas plumas y rosado pico,  10
al querer en el mundo hallar cabida,

   encontró de lo real los muros de oro
y deshecho, cual frágil abanico,
cayó entre el fango inmundo de la vida.




Al carbón


   Bajo las ramas de copudo roble
y entre las ondas de negruzca charca,
blanco nenúfar, como débil barca,
se balancea sobre el tallo doble.

   Cerca del bosque, en actitud inmoble,  5
viejo león, cual vencedor monarca,
a los dominios que su vista abarca
dirige ufano la mirada noble.

   Cae la lluvia. En la arenisca ruta
abre su boca sepulcral caverna  10
cuya sombra abrillanta la llovizna,

   y una leona con la piel hirsuta
en su recinto lóbrego se interna
mordisqueando de yerba húmeda brizna.




Marina


   Náufrago bergantín de quilla rota,
mástil crujiente y velas desgarradas,
írguese entre las olas encrespadas
o se sumerge en su extensión ignota.

   Desnudo cuerpo de mujer que azota  5
el viento con sus ráfagas heladas,
en sudario de espumas argentadas
sobre las aguas verdinegras flota.

   Cuervo marino de azuladas plumas
olfatea el cadáver nacarado  10
y, revolando en caprichosos giros,

   alza su pico entre las frías brumas
un brazalete de oro, constelado
de diamantes, rubíes y zafiros.




Obstinación


   Pisotear el laurel que se fecunda
con las gotas de sangre de tus venas;
deshojar, como ramo se azucenas,
tus sueños de oro entre la plebe inmunda;

   doblar el cuello a la servil coyunda  5
y, encorvado por ásperas cadenas,
dejar que en el abismo de tus penas
el sol de tu ambición sus rayos hunda;

   tal es ¡oh soñador! la ley tirana
que te impone la vida en su carrera;  10
pero, sordo a esa ley que tu alma asombra,

   pasas altivo entre la turba humana,
mostrando inmaculada tu quimera,
como pasa una estrella por la sombra.




Coquetería


   En el verde jardín del monasterio,
donde los nardos crecen con las lilas,
pasea la novicia sus pupilas
como princesa por su vasto imperio.

   Deleitan su sagrado cautiverio  5
los chorros de agua en las marmóreas pilas,
el lejano vibrar de las esquilas
y las místicas notas del salterio.

   Sus rizos peina el aura del verano,
mas la doncella al contemplarlos llora,  10
e, internada en el bosque de cipreses,

   piensa que ha de troncharlos firme mano
como la hoz de ruda segadora
las espigas doradas de las mieses.




¡O altitudo!


   Joven, desde el azul de tu idealismo,
viste al cieno bajar tus ilusiones,
como se ve en bandada a los alciones
caer ensangrentados al abismo.

   Nadie sabe tu mal; porque tú mismo  5
ahogando en flor mortales sensaciones,
vivir en la tiniebla te propones
como un dios condenado al ostracismo.

   Mas yo veo que, aislado en tu grandeza,
cual sol poniente en sus vapores rojos,  10
huyes de los que el mundo juzga sabios,

   y llevas una sombra de tristeza
que, humedeciendo el brillo de tus ojos,
destierra la sonrisa de tus labios.




A un héroe


   Como galeón de izadas banderolas
que arrastra de la mar por los eriales
su vientre hinchado de oro y de corales,
con rumbo hacia las playas españolas,

   y, al arrojar en áncora en las olas  5
del puerto ansiado, ve plagas mortales
despoblar los vetustos arrabales,
vacío el muelle y las orillas solas;

   así, al tornar de costas extranjeras,
cargado de magnánimas quimeras,  10
a enardecer tus compañeros bravos,

   hallas sólo que luchan sin decoro
espíritus famélicos de oro
imperando entre míseros esclavos.




Medieval


   Monstruo de piedra, elévase el castillo
rodeado de coposos limoneros,
que sombrean los húmedos senderos,
donde crece aromático el tomillo.

   Alzadas las cadenas del rastrillo  5
y enarbolando fúlgidos aceros,
seguido de sus bravos halconeros
va de caza el señor de horca y cuchillo.

   Al oír el clamor de las bocinas
bandadas de palomas campesinas  10
surgen volando de las verdes frondas;

   y de los ríos al hendir las brumas
dibujan con las sombras de sus plumas
cruces de nieve en las azules ondas.




Preocupación


   Cual labrador que, con pujante brío,
del sol naciente a los fulgores rojos,
devastando del campo los abrojos,
granos siembre en el surco a su albedrío.

   Y en la noche, al oír el viento frío,  5
se le llenan de lágrimas los ojos,
porque teme encontrar sólo rastrojos
donde soñó la mies en el estío;

   así yo, que en mis verdes primaveras
siembro por mis caminos las quimeras  10
engendradas en días halagüeños,

   al sentir los rigores de la suerte,
temo que el soplo de temprana muerte
destruya la cosecha de mis sueños.




Ruego


   Déjame reposar en tu regazo
el corazón, donde se encuentra impreso
el cálido perfume de tu beso
y la presión de tu primer abrazo.

   Caí del mal en el potente lazo,  5
pero a tu lado en libertad regreso,
como retorna un día el cisne preso
al blando nido del natal ribazo.

   Quiero en ti recobrar pedida calma
y rendirme en tus labios carmesíes  10
o al extasiarme en tus pupilas bellas,

   sentir en las tinieblas de mi alma
como vago perfume de alhelíes,
como cercana irradiación de estrellas.




Aegri somnia


   Yo sueño en un país de eterna bruma
donde la nieve alfombra los caminos,
y el aire pueblan de salvajes trinos
pájaros reales de encendida pluma;

   donde el húmedo ambiente se perfuma  5
con la savia fragante de los pinos,
el jugo de los líquenes marinos
y el olor salitroso de la espuma;

   donde grupos de místicas visiones
ahuyentan el tropel de las pasiones,  10
bañando el cuerpo de sudor profundo;

   donde a la mente lo infinito asombra
y oye el alma vibrar entre la sombra
voces desconocidas de otro mundo.




Oración


   ¡Ah, los muertos deseos! Nada ansío
de lo que el mundo ofrece ante mi vista:
aquello que mi alma no contrista
tan sólo me produce amargo hastío.

   Como encalla entre rocas un navío  5
que se lanza del oro a la conquista,
así ha encallado el ideal de artista
entre las nieblas del cerebro mío...

   ¡Oh, Señor! si la sombra no deshaces
y en mi alma arrojas luminosas haces,  10
como un sol en oscuro firmamento,

   haz que sienta en mi espíritu moroso
primero la tormenta que el reposo,
primero que el hastío... ¡el sufrimiento!




En el mar


   Abierta al viento la turgente vela
y las rojas banderas desplegadas,
cruza el barco las ondas azuladas,
dejando atrás fosforescente estela.

   El sol, como lumínica rodela,  5
aparece entre nubes nacaradas,
y el pez, bajo las ondas sosegadas,
como flecha de plata raudo vuela.

   ¿Volveré? ¡Quién los sabe! Me acompaña
por el largo sendero recorrido  10
la muda soledad del frío polo.

   ¿Qué me importa vivir en tierra extraña
o la patria infeliz en que he nacido,
si en cualquier parte he de encontrarme solo?




El arte


   Cuando la vida como fardo inmenso
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último Dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;

   cuando probamos con afán intenso  5
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío con rostro enmascarado
nos sale al paso en el camino extenso;

   el alma grande, solitaria y pura,
que la mezquina realidad desdeña,  10
halla en el arte dichas ignoradas,

   como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.




Las horas


   ¡Qué tristes son las horas! Cual rebaño
de ovejas que caminan por el cieno,
entre el fragor horrísono del trueno
y bajo un cielo de color de estaño,

   cruzan sombrías, en tropel huraño,  5
de la insondable Eternidad al seno,
sin que me traigan ningún bien terreno
ni siquiera el temor de un mal extraño.

   Yo las siento pasar sin dejar huellas,
cual pasan por el cielo las estrellas,  10
y, aunque siempre la última acobarda,

   de no verla llegar ya desconfío
y más me tarda cuanto más la ansío
y más la ansío cuanto más me tarda.




El anhelo de una rosa


   Yo era la rosa que, en el prado ameno,
abrí mi cáliz de encendida grana,
donde vertió sus perlas la mañana,
como en un cofre de perfumes lleno.

   Del lago azul en el cristal sereno  5
vi mi corola retratarse ufana,
como ante fina luna veneciana
ve una hermosura su marmóreo seno.

   Teniendo que morir, porque el destino
hizo que breve mi existencia fuera,  10
arrojándome al polvo del camino;

   anhelo estar, en mi hora postrimera,
prendida en algún seno alabastrino
o en los rizos de oscura cabellera.




Vespertino


   Pensativo, vagando entre las ruinas
de las viejas moradas señoriales,
que rodean espesos matorrales
erizadas de múltiples espinas,

   veo las azuladas golondrinas  5
llegar a las regiones tropicales,
donde no braman vientos invernales
ni oscurecen el cielo las neblinas.

   Pasan después los rudos labradores,
caído el hombro al peso de la azada  10
en que dejó la tierra impuras huellas;

   y mostrando sombríos esplendores
aparece la noche coronada
con su diadema fúlgida de estrellas.




A los estudiantes


   Víctimas de la cruenta alevosía
doblásteis en la tierra vuestras frentes,
como en los campos llenos de simientes
palmas que troncha tempestad bravía.

   Aun vagan en la atmósfera sombría  5
vuestros últimos gritos inocentes,
mezclados a los golpes estridentes
del látigo que suena todavía.

   ¡Dormid en paz los sueños postrimeros
en el seno profundo de la nada,  10
que nadie ha de venir a perturbaros;

   los que ayer no supieron defenderos
solo pueden con alma resignada,
soportar la vergüenza de lloraros!




Soneto Pompadour


   Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes lunas venecianas.

   Amo también las bellas castellanas,  5
la canción de los viejos trovadores,
los árabes corceles voladores,
las flébiles baladas alemanas,

   el rico piano de marfil sonoro,
el sonido del cuerno en la espesura,  10
del pebetero la fragante esencia,

   y el lecho de marfil, sándalo y oro,
en que deja la virgen hermosura
la ensangrentada flor de su inocencia.




La aparición


   Nube fragante y cálida tamiza
el fulgor del palacio de granito,
ónix, pórfido y nácar. Infinito
deleite invade a Herodes. La rojiza

   espada fulgurante inmoviliza  5
hierático el verdugo, y hondo grito
arroja Salomé frente al maldito
espectro que sus miembros paraliza.

   Despójase del traje de brocado
y, quedando vestida en un momento,  10
de oro y perlas, zafiros y rubíes,

   huye del Precursor decapitado
que esparce en le marmóreo pavimento
lluvia de sangre en gotas carmesíes.




ArribaAbajoCasals y Llorente, Jorge

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Martí


   Gigante paladín de un Continente,
divino ruiseñor de la mañana;
¡en la fértil llanura americana
tus trinos fueron luz en el ambiente!

   Con tu genialidad de omnividente  5
fuiste el asombro de la hueste hispana;
dictó el destino su sentencia arcana
¡y la inmortalidad besó tu frente!

   ¡Qué sueño tan hermoso fue tu sueño!
¡Qué realidad tan magna la «utopía»  10
que alimentaste con tenaz empeño!

   Rugió la tempestad de la metralla
¡y el machete rimó su epifanía
en el revuelto campo de batalla!




ArribaAbajoCastaing, Rodolfo

Costa Rica. Siglo XIX - XX

Poeta. Prosista y erudito notable.




Pasionaria


   Tú bien sabes que vivo para amarte
con fervor, sin quebrantos ni medida;
tú sabes que, al hacerte mi elegida,
la existencia he querido consagrarte.

   Tú sabes que jamás podré olvidarte,  5
pues lo que bien se quiere, no se olvida
y mientras tenga un hálito de vida,
ese hálito será para adorarte.

   Por tu amor yo he luchado con desvelo,
desgarrándome el alma en los abrojos  10
crecidos a la sombra de ese anhelo;

   y cuando, al fin postrándome de hinojos,
para no sucumbir buscaba el cielo,
¡tú me diste dos cielos en tus ojos!




Madre mía


   En una de las vueltas del sombrío
Maravilla, atrevido y turbulento,
hay un roble tronchado por el viento,
confundiendo sus ramas con el río.

   Privado del salvaje poderío  5
que guardaba en su leño corpulento,
sólo anhela un consuelo a su tormento
de aquella agua en el loco desvarío.

   Al igual de ese roble destronado
que en las linfas oculta la tortura  10
de sentirse abatido y destrozado,

   ¡cuántas veces rendido de amargura,
en tu pecho la frente he reclinado
para ocultar allí mi desventura!




Su pañuelo


   No pretendas, con fútiles engaños,
rescatar el pañuelo tan deseado,
que una noche, encontrándome a tu lado
hice mío a pesar de tus regaños.

   Emblema delicioso de tus años,  5
ese tesoro, blanco y perfumado,
sobre el pecho lo guardo apasionado,
para enjugar posibles desengaños.

   Porque en lúgubres horas de desvelo,
cuando llevo a mi frente adolorida  10
tu reliquia, en demanda de consuelo,

   me parecen que en ella viven presos,
¡el encanto sonriente de tu vida
y el rumor inefable de tus besos!




Sus caprichos


   Una vez, por saber si cumpliría
lo que ella me ordenaba zalamera,
arrojó en la prisión de una pantera
el pañuelo que tanto le pedía.

   Yo intenté, demostrando valentía,  5
librar aquella prenda de la fiera,
y, al hacerlo, una zarpa traicionera
castigó duramente mi osadía.

   Ella entonces, con paso vacilante
vino a mí, de su hazaña arrepentida;  10
y al mirar en mi pecho palpitante

   el rastro de la garra maldecida,
¡desató su cabello rutilante
para limpiar la sangre de mi herida!




Vuelo supremo


   Cruza el ave rozando la sabana
que le extiende una alfombra de verdor,
y, al potente vibrar de su motor,
se remonta, gallarda y soberana.

   En la gloria triunfal de la mañana  5
es el cielo de luces una flor;
y en los aires, audaz, el aviador,
lanza un reto a la muerte tan lejana.

   Mas el ave que ha sido detenida
en la rauda carrera de su vuelo,  10
por la parca se siente sacudida;

   y al hacerse pedazos contra el suelo,
¡glorifica a dos bravos que, sin vida
en su almas se vuelven hacia el cielo!




Anhelos


   En la copa nevada de un jazmín,
donde el aura conviértese en rumores,
un trono han fabricado a sus amores,
dos gorriones que habitan el jardín.

   Cuando el sol al perderse en el confín  5
baña a la planta en suaves resplandores,
ilumina un idilio entre las flores,
cuyo ensueño de amor no tiene fin.

   ¡Deliciosa visión la de ese nido
columbrado a los rayos del ocaso!  10
¿Lograré yo, después de haber vivido

   resignado al capricho del acaso,
encontrar para siempre convertido
de amor en casto nido tu regazo?




ArribaAbajoCastellanos Abreu, Manuel

Cuba. Siglo XIX




Lasciate ogni speranza


   Mal haya ¡oh, Cuba! la tremenda hora
que tuvieron tus hijos aquel día,
a pesar de los años, todavía
con rabia cruel el corazón la llora.

   Tú sancionaste humilde pecadora  5
el acto aquel de inmensa cobardía,
de esa estúpida Ley ¡oh, Patria mía!
que te humilla, te infama y te desdora

   Para mirarte así tan desdichada
en mi loco dolor ¡ay! yo prefiero  10
verte pobre, infeliz, abandonada,

   yo ni las glorias ni riquezas quiero;
mientras ocupe solo una pulgada
de mi sagrada tierra el extranjero.




Al ejército libertador


   Si por ver a la patria redimida
luchásteis en los campos cual leones,
y en la boca feroz de los cañones
ofrendásteis valiente vuestra vida.

   Si una mano traidora y atrevida  5
quiere manchar cobarde tus blasones
y hacer de tu bandera mil jirones,
sin ver la oferta de tu fe cumplida.

   Si ese poder de vuestro honor los lazos
quiere romper despótico y tirano  10
ahogando vuestras glorias en su brazos,

   empuñad el fusil con fuerte mano;
que perezca la patria hecha pedazos;
que la trague en su seno el Océano.




ArribaAbajoCastellón, Pedro Ángel

La Habana (Cuba). 1820 - Estados Unidos de América. 1860

Periodista y poeta.




A los mártires de Trinidad y Camagüey


   Gozábase en su cieno el servilismo
cuando el tirano súbito alarmado
trémulo alzóse, se erizó alarmado
cual si viese a sus plantas un abismo.

   Era que el grito oyó del patriotismo  5
desde Cascorro y Trinidad lanzado,
heroico grito al firmamento alzado
provocando a combate al despotismo.

   Víctimas nobles de la inicua España
vengadas quedaréis, que no es delirio  10
que a nuestros pies el déspota sucumba.

   Vuestra la gloria fue de tal hazaña
que es gloriosa la palma del martirio
y la gloria también esté en la tumba.




Un pensamiento


   Lanzó tu inspiración fogosa al viento
su resonante voz, que el vate admira,
y vibraron las cuerdas de mi lira
que tímida te ofrece un pensamiento.

   Vuelve a cantar, y tu robusto acento  5
retumbará en la esfera donde gira
el dios del Inca que a tu genio inspira,
del bardo de la Grecia el noble aliento.

   Alza conmigo un nido de victoria,
porque si un mundo el inmortal coloso  10
por monumento tiene de su gloria,

   también tu pensamiento un mundo abarca,
y a tu sien ceñirás el lauro hermoso
de Homero, Ariosto, Milton y Petrarca.




ArribaAbajoCastillo, Aurelia

Cuba. Siglo XIX

Poeta hallada en Internet.




¡Victoriosa!


   ¡La Bandera en el Morro! ¿No es un sueño?
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio?
¿Cesó del corazón el cruel martirio?
¿Se realizó por fin el arduo empeño?

   ¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,  5
enciende, ¡oh Cuba!, de tu Pascua el cirio,
que surja tu bandera como un lirio,
único en los colores y el diseño!

   Sus anchos pliegues al espacio libran
los mástiles que altivos se levantan;  10
los niños la conocen y la adoran.

   ¡Y sólo al verla nuestro cuerpos vibran!
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran!




ArribaAbajoCastillo, Aureliano del

Granada. 1872 - Siglo XX

Catedrático del Seminario de Guadix. Licenciado en Filosofía y Letras. Archivero. Premiado en Granada, Ciudad Real, Almería y Madrid.




Canción de primavera


   En el bosque, cubierto de esmeraldas,
comienza el canto de la nueva vida,
bajo la nieve, por el sol fundida,
de la gigante sierra por las faldas.

   Se ciñe con policromas guirnaldas  5
la acequia rumorosa y escondida,
y pone el torreón, de mole erguida,
sobre el azul del cielo notas gualdas.

   ¡Todo se enciende! La fecunda vega
abre sus brazos al amor que llega...  10
Todo se enciende con vitales fuegos,

   y triunfa el áureo sol! ¡Helios divino!
no rememores los altares griegos
mientras tengas el trono granadino.




Castillo de González, Aurelia

Camagüey (Cuba). 1842 - 1920

Fundadora de la Academia Nacional de Artes y Letras.




Los Alpes


   De un resalto tremendo a otro resalto,
escalan el espacio las montañas,
como en ardiente emulación de hazañas,
van los pétreos gigantes en asalto.

   Llegan en confusión; y allá en lo alto,  5
entre las nubes son nubes extrañas,
mas el agua se filtra en sus entrañas,
burlando la pizarra y el basalto.

   Incubadora sin igual, la nieve
como alas tiende sus armiños puros;  10
ya no se suelta murmurante y leve.

   Ya no la bordan los alegres muros;
y, cerrando terrible el horizonte,
de blanco mármol aparece el monte.




¡Victoriosa!


   ¡La Bandera en el morro! ¿No es un sueño?
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio?
¿Cesó del corazón el cruel martirio?
¿Realizóse por fin el arduo empeño?

   ¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,  5
enciende, ¡oh, Cuba! de tu pascua el cirio,
que surge tu bandera como un lirio
único en los colores y el diseño!

   Sus anchos pliegues al espacio libran
los mástiles que altivos se levantan;  10
los niños la conocen y la adoran.

   ¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran!
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran!




La duda


   Entre la sombra que al pavor provoca
cruzada a trechos por destellos rojos,
sobre un techo de pálidos abrojos
la diosa vela que este siglo invoca.

   Sus manos pulverizan cuanto toca;  5
de reír y llorar viénenle antojos,
y si hay perlas pendientes de sus ojos,
otras se ven en su entreabierta boca.

   Yace rota a sus plantas una lira,
todo gastado en su redor se advierte,  10
libro, cetro, laurel, lábaro, espada...

   ¡No te acerques, mortal, que si te mira
tu divino cerebro se convierte
en escoria, en ceniza, en polvo, en nada!




ArribaAbajoCastillo Ledón, Luis

Santiago Ixcuintla (México). 1879 - Siglo XX

Poeta. Secretario del Museo Nacional. Profesor de Gramática. Diputado.




El alma de la fuente


   Como símbolo fiel de la tristeza
que llevo retratada en el semblante,
hay una vieja fuente que incesante
al pie de mi ventana llora y reza.

   Tiene un caudal de insólita terneza  5
su oración de novicia claudicante,
y escucho en su lamento sollozante
el alma de un dolor todo flaqueza.

   Por el pico de un cisne alabastrino,
rimando al aire lacrimoso canto,  10
lanza un chorro potente y cristalino.

   Después, el agua, cae en su quebranto
por las copas de bronce florentino,
hasta el tazón que se desborda en llanto.




ArribaAbajoCataneo, Joaquín V.

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Nombre rutilante


   Está listo el canal. Ya los océanos
se estrechan con ardiente paroxismo.
Cortado en dos mitades ved el Istmo,
vencido, tras esfuerzos sobrehumanos.

   Ese tajo brutal donde mil manos  5
hurgaron con frenético heroísmo,
es -¿quién sabe?- la fauce de un abismo
que oculta pavoroso cien arcanos.

   «¡Panamá!», grita, en tonos delirantes,
la audaz falange de los traficantes,  10
hartándose del oro que vislumbra.

   A Cipango sus naves ponen proa
e ignoran que sus ruta les alumbra
un nombre: ¡Vasco Núñez de Balboa!




ArribaAbajoCavestany, Juan Antonio

Sevilla. 1861 - Madrid. 1924

Ilustre dramaturgo y poeta sevillano. En 1902 ingresó en la Real Academia Española.




Calles entoldadas


   El sol de Junio impiedad fulgura
del claro Betis sobre la ancha orilla,
y las alegres calles de Sevilla
ofrecen por doquier sombra y frescura.

   La semioscuridad que les procura  5
la blanca vela, a modo de sombrilla,
es una triste lobreguez que brilla,
es una alegre claridad oscura.

   Al todo protector clemente y pío,
todo se acoge mustio y sofocado.  10
Desde que empieza el fuego del estío,

   con nardos y claveles por alfombra,
harto de claridad, de sol hastiado,
el pueblo de la luz vive en la sombra.




El primer hijo


   En rosa de magnífica opulencia
el capullo de ayer se ha convertido.
¡Tan niña y madre ya...! Dios ha querido
partir en dos mitades tu existencia.

   Yo te he visto nacer, y en tu presencia  5
hoy me siento turbado y conmovido;
¿por qué la que en mis brazos he tenido
veneración me inspira y reverencia?

   ¡Ah! Porque emblemas del amor sagrado
del sacrificio que con él se aduna,  10
de un bien perfecto, puro, inmaculado,

   sólo dos nos ofrece la fortuna:
primero, el Hombre Dios crucificado;
después, una mujer junto a una cuna!




ArribaAbajoCazabán y Laguna, Alfredo

Jaén. Siglo XIX

Cronista de su provincia y académico de la Historia.




El encuentro


   Despunta el alba del postrero día...
Lleno de angustia, con dolor pasea
la Cruz del Redentor; grita, vocea
con sed de sangre la canalla impía.

   A aquel cuadro de horror y de agonía  5
que alumbra un centurión de roja tea,
flotante el mando que en aire ondea,
víctima del dolor, llega María.

   Ambos se ven. Antes filiales lazos
ya no hieren a Cristo los abrojos,  10
ni ya le abruma de la cruz el peso.

   Y forman fuerte nudo con sus brazos,
y al mirarse con lágrimas sus ojos
sus dos almas se funden en un beso.




ArribaAbajoCazade, Enrique

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Alma moruna


   Voy a contarte mi origen: Yo soy hijo de un Rey Moro
para cuya curva daga nadie tuvo rebeldías,
que fue espléndido magnate derrochando su tesoro
y fue un hombre avaricioso para sus melancolías...

   De su vida tormentosa supo hacer una leyenda,  5
y su alma mahometana supo convertirse en luces.
En ninguna parte nadie le hizo deshacer su tienda
ni a su pecho se atrevieron disparar sus arcabuces.

   Sólo besó una creencia como un blanco crucifijo;
hacer grande la doliente alma enferma de su hijo,  10
hacerlo un héroe glorioso y un valiente como él...

   ¡Mas el hijo, árabe enfermo, aprendiendo sus lecciones,
supo dominar los hombres y conquistar las naciones,
y una noche llevó al padre amarrado a su corcel!




ArribaAbajoCazurro, Mariano Zacarías

Tordehumos (Valladolid). 1824 - Madrid. 1896

Periodista, poeta y autor dramático.




A Madrid en la entrada victoriosa de Su Majestad Alfonso XII


   Ya del bronce triunfal el ronco trueno
te anuncia a ti, la villa coronada,
que su hijo augusto, con la sien orlada
de lauros, torna de su madre al seno.

   El, que fue a tus desdichas nunca ajeno;  5
él, que es de tu esperanza la alborada
de paz, por la victoria hoy alcanzada,
palmas viene a pedirte como bueno.

   Eco de la de Dios llena el ambiente
de tu pueblo la voz, y ejecutoria  10
presta nueva a su trono, que es su cuna;

   ciñendo tres coronas a su frente,
de oro, el Derecho; de laurel la Gloria;
de pacífica oliva, la Fortuna.




ArribaAbajoCerda, Emilio de la

España. Siglo XIX

Poeta andaluz. Periodista en Córdoba, Madrid, Málaga y Barcelona. Autor dramático. Premios en Málaga y Córdoba.




El juicio de Phryne


   De adusto tribunal en la presencia
gime y llora la bella cortesana,
que acusada de impía y de liviana
deber perder en breve la existencia.

   El ruego y el ardor de la elocuencia  5
al defenderla Hipérides, hermana,
mas, ¡ay!, en vano, que la ley tirana
no concede al impío la clemencia.

   Desesperado al fin, con mano ruda
desgarra de Phryné la vaporosa  10
toga y la ostenta al tribunal desnuda.

   ¿Condenaréis, ¡oh, Jueces!, a esta hermosa?
Exclama. Y la Asamblea absorta y muda
que a la impía juzgó, salva a la Diosa.




ArribaAbajoCéspedes, Darío

España. Siglo XIX

Poeta. Tiene escritas alguna sobras dramáticas.




Ayala


   Cayó el atleta, el numen castellano,
gala del arte y poderosa égida;
y hasta el mortal cruel de su caída
asombraba su aliento sobrehumano.

   Luchó sin tregua contra el vulgo vano  5
serenó el corazón. la frente erguida,
y siempre de la hostil acometida
triunfaba con desprecio soberano.

   Ni honores quiso, ni buscó fortuna,
belleza varonil, gigante intento  10
lanzaron en la escena y la tribuna

   la luz de su preclaro entendimiento;
su fin honró la majestad de cuna;
era su majestad la del talento.




ArribaAbajoCéspedes de Escaverino, Úrsula

Cuba. Siglo XIX




A mi esposo


   Eras mi amor cuando me uní contigo,
y te adoraba como al bien se adora,
y ahora, apoyo de mi vida, ahora,
eres mi Dios, mi protector, mi amigo.

   Con tu sonrisa tu dolor mitigo  5
y cuando el sol al expirar colora
los altos montes, y al nacer la aurora,
yo te llamo mi dueño y te bendigo.

   Enlazadas resbalan nuestras vidas
como las olas en el mar profundo,  10
y así como ellas al perderse unidas

   dan un solo gemido moribundo,
nuestras almas se exhalan confundidas
y juntas partan del revuelto mundo.




ArribaAbajoCester, Ricardo

España. Siglo XIX




El antifaz


   Sarcasmo horrible, sociedad maldita,
farsa irritante, hipócrita finura;
por todas partes la mentira impura,
triunfante el vicio, la verdad proscrita.

   ¿ A qué el disfraz, cuando tras él palpita  5
ficción más necia y opresión más dura?
¡Cuando es el rostro en la mortal criatura
disfraz del alma que jamás se quita!

   Se miente con sonrisa aduladora
que odio envuelve, cual víbora rastrera,  10
que fingiendo besar muerde traidora.

   Y al decir la verdad franca y sincera
se oculta el rostro que el rubor colora...
¡Cual si oprobio y baldón la verdad fuera!




ArribaAbajoChavarría, Lisímaco

Costa Rica. 1877 - 1919




En tu ausencia


   Es un pétalo blanco de flor leve,
sobre la oscuridad de una tristeza,
tu mano, de blancor terso de nieve,
poniendo una caricia en mi cabeza.

   Murmurándome alguna gentileza,  5
tu enamorado susurrar de ave
es una dulce música suave,
fluyendo en el jardín de la tristeza.

   Queda el cielo, al triunfar de la tiniebla,
en un huerto de rosas convertido:  10
así, mi alma, en tu imagen deleitada...

   Mas queda, sobre un otro gris, perdido
el cielo en los cendales de la niebla:
¡así, lejos de ti, mi alma angustiada!




Los carboneros


   En un hogar medio salvaje, en una
guájara triste al páramo vecina
tiene Juan Chunche, que carbón cocina
su rancho allí, donde se ahumo su cuna.

   La lluvia desdeñando paramuna  5
de frailejón pirámide hacina;
y hosco y glacial como la usual neblina
ve prosperar su arracachil fortuna.

   La india, Censión, cantando una letrilla,
el chinchorro de junco zarandea  10
do el indio infame se esparranca y chilla;

   mientras, baquiana en múltiple tarea,
de un chamizo revuelve con la horquilla
el tiesto de habas que al fogón totea.



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