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ArribaAbajoFlores Roa, Julio

Chiquinquirá (Colombia). 1867 - Usiacurí (Colombia). 1923

Poeta romántico colombiano. En su época fue muy popular.




La lágrima del diablo


   Del infernal abismo, con estruendoso vuelo,
rasgando la tiniebla, surgió Satán; ¡quería
ver otra vez la comba donde se espacia el día,
ver otra vez su patria, ver otra vez el cielo!

   Miró durante un siglo; cuando colmó su anhelo,  5
y recordó el proscrito que allá no volvería,
con honda pesadumbre la formidable y fría
cabeza hundió en el polvo del solitario suelo.

   Después... lanzó un sollozo que pareció un rugido,
y yerta, azul, y amarga, pugnó una gota en vano  10
por no salir del ojo del gran querug caído;

   crujieron valle y cumbre y otero y bosque y llano,
porque la gota aquella, buscando inmenso nido,
¡formó, al rodar, la mole del pérfido océano!






La desahuciada


   -Tus manos son dos lirios -le decía
cuando endulzar queriendo su amargura
de víctima incurable, le oprimía
sus luengas manos de marmórea albura.

   -Tus ojos son violetas -le decía  5
cuando extinguir queriendo sus enojos
de niña enferma, en el azul del día
de sus ojos bañándose mis ojos.

   -Es un clavel tu boca -le decía
cuando al verla tan triste, me bebía  10
de sus labios de púrpura la miel.

   Una mañana la llevé a la fosa...
Y han nacido en la tierra que reposa
dos lirios, dos violetas y un clavel.






La pedrería del dolor


   El Divino Señor, bajo la fría
impasibilidad del firmamento,
tronchado por el último tormento
en el regazo maternal yacía...

   Ni un reproche, ni un ¡ay! ¡Sólo se oía  5
en aquel melancólico momento
como un susurro musical, el lento
gotear de los ojos de María!

   El llanto de la madre que bañaba
el cadáver del hijo, se mezclaba  10
con los grumos de sangre carmesíes.

   Y era así las carnes nazarenas:
un búcaro de lirios y azucenas
cubierto de diamantes y rubíes.






Soneto


   Una vez acérqueme compungido
a mi madre. -Mi madre fue una santa
que pasó por el mundo, bondad tanta
en otro corazón no he conocido-.

   Valor la iba a pedir, consuelo, olvido,  5
para seguir viviendo. En mi garganta
se anudaba la voz. Ella con cuánta
piedad oyó mi acento dolorido.

   ¡La iba a mostrar el mar de mi tristeza,
la roca de mi duda, la maleza  10
agresiva y hostil de mi fastidio:

   a pedirla de amor una mirada
que, al radiar en mi senda desolada,
me apartase del antro del suicidio!






Soneto


   Esperaré, y en día no lejano,
cuando se apiade mi contraria suerte
y me depare el ósculo de muerte
que ha de salvarme del contagio humano,

   pienso que cielo y tierra y océano  5
de gozo temblarán.., y que yo, al verte,
caeré de nuevo en tu regazo, inerte,
después de traspasar el hondo arcano.

   Mas luego nuestras almas en un grito
de amor se fundirán..., y un mismo anhelo  10
nos llevará a los pies de Dios bendito;

   y así como esos astros de áureo vuelo,
que vagan de infinito en infinito,
volaremos los dos de cielo en cielo.





   Y en un eterno abrazo confundidos,
lejos de las mudanzas mezquindades,
airemos en las altas claridades
de la angélica orquesta los sonidos.

   Y veremos con ojos sorprendidos  5
la desaparición de las edades,
hasta que el mundo envuelto en tempestades
caiga en rotos fragmentos esparcidos.

   Y cuando en esa vida misteriosa
toda mi sed de dicha se mitigue  10
y tú sientas la calma prodigiosa

   -como en el cielo todo se consigue-,
¡tú serás una estrella esplendorosa;
yo, un satélite tuyo... que te sigue!






Altas ternuras en la muerte de mi madre


   Desde aquel día refrené la amarga
obsesión de morir; y con paciencia,
madre, por ti, llevé de la existencia,
calladamente, la penosa carga.

   Hoy que el recuerdo de tu amor embarga  5
mi corazón, resurge tu presencia
de mártir en la sombra y la clemencia
de esta noche tan lúgubre y tan larga.

   Oígote alzar tus fervorosas preces,
y, por poner a mis temores traba,  10
ocultarme tu angustia; cuántas veces,

   por no hacerme sufrir -¡tarde lo entiendo!-
contuviste la tos que te mataba...
pues, sin saberlo yo... ¡te ibas muriendo!





   Aún te miro -con el alma loca
por el pesar- tendida sobre el suelo;
de tus pupilas empañado el cielo,
sangre manando la entreabierta boca.

   ¡Me perece que aún mi mano toca  5
tu frente blanca y fría como el hielo,
y que me abrazo a ti, con un anhelo
furioso, como el náufrago en la roca!

   Beso otra vez tu boca inanimada,
como una flor de nieve empurpurada  10
por la sangre que rápida caía...

   Y oigo mi grito, el formidable grito,
que voló de mi pecho al infinito;
aquel grito de: «¡Muerta! ¡Madre mía!»





   Terriblemente pálida a tu lecho
te llevé... y vi, por la hemorragia rojos
tus labios mustios; tus abiertos ojos
grandes y ascuosos, fijos en el techo.

   Te entrelacé las manos sobre el pecho,  5
y tus miembros, aún tibios y flojos,
palpé aturdido... y ante tus despojos
permanecí, de un hálito en acecho.

   Fue lentamente congelando el frío
tus facciones augustas y serenas;  10
quedó tu cuerpo rígido y... vacío;

   porque bajo tu carne de azucenas,
también huyó con el sangriento río,
hasta el azul del cauce de tus venas.





   Al verte, madre, entre los brazos presa
de la Parca, ceñíme a tus despojos,
y con mis dedos, te cerré los ojos,
cumpliendo así mi funeral promesa.

   ¡Cómo es la vida! Aquella tarde, ilesa,  5
del sol poniente ante los rayos rojos,
de un crucifijo al pie, puesta de hinojos,
yo dejádote había; y ¡oh sorpresa!

   Tornaba aquella tarde más dichoso
a tu lado que nunca; de repente  10
entre a tu cuarto; hallélo silencioso...

   Y, al buscar tu mirada y tu sonrisa,
con tu cadáver tropecé... ¡y hay gente
que afirma aún que el corazón avisa!





   ¡Ah, pobre madre mía idolatrada:
yo te juré vivir mientras vivieras;
y aunque bien sé que sin cesar me esperas,
tú no quieres que acorte la jornada!

   ¡Porque tú estás en mí reconcentrada,  5
como si el todo de mi vida fueras:
«¡Madre -te juré yo- mientras no mueras,
esta existencia atroz será sagrada!»

   ¡Y como tú no has muerto -aunque a la fosa
dicen que te llevé- porque te siento  10
junto a mí, más querida y cariñosa,

   no sé si al exhalar mi último aliento,
hoy por mi voluntad, madre piadosa,
será o no quebrantar mi juramento!






Todo nos llega tarde


   Todo nos llega tarde... ¡hasta la muerte!
Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza
cuando el deseo acósanos más fuerte.

   Todo puede llegar: pero se advierte  5
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia: la alabanza
cuando ya está la inspiración inerte.

   La justicia nos muestra su balanza
cuando sus siglos en la Historia vierte  10
el Tiempo mudo que en el orbe avanza;

   y la Gloria, esa ninfa de la suerte,
sólo en las viejas sepulturas danza.
Todo nos llega tarde...¡hasta la muerte!






Resurrecciones


   Algo se muere en mí todos los días:
la hora que se aleja me arrebata,
del tiempo en la insonora catarata,
salud, amor, ensueños y alegrías.

   Al evocar las ilusiones mías,  5
pienso: «¡Yo no soy yo!» ¿Por qué, insensata,
la misma vida con su soplo mata
mi antiguo ser tras lentas agonías?

   Soy un extraño ante mis propios ojos,
un nuevo soñador, un peregrino  10
que ayer pisaba flores y hoy... abrojos.

   Y en todo instante, es tal mi desconcierto,
que, ante mi muerte próxima, imagino
que muchas veces en la vida... he muerto.






El canto libre


   Soy el pájaro lírico; yo estuve
en una jaula; la ciudad; hoy vuelo
sin trabas, como el cóndor y la nube,
por el mar, por la tierra y por el cielo.

   Ayer en mi prisión ruidosa y basta  5
hondamente canté mis propias penas,
mis decepciones y mis iras, y hasta
mis otras desventuras: las ajenas.

   Entonces fue mi canto un gran gemido;
mas hoy, que libre el firmamento sondo,  10
lejos del fausto y del odioso ruido,

   a las miradas del burgués me escondo
de un monte en lo más hondo, y cuelgo el nido
al aire, porque así canto más hondo.






A mi madre


   Todavía el dolor ara su frente
Se entristecen sus ojos todavía
BSus ojos, ay, donde también el día
radió como en las cumbres del oriente.

   Huyen las tempestades de mi mente  5
cuando los dedos de su mano fría
se hunden temblando en la melena mía
y amorosos la erizan blandamente.

   Ella es el astro de mi noche eterna
su limpia luz en mi interior se expande  10
como lampo de sol en la caverna.

   Yo la adoro, la adoro sin medida,
con un amor como ninguno grande
Grande, a pesar de que me dio la vida!






A mi hijo, León Julio


(De Mi retiro y otros poemas)


   ¿Ves ese roble que abatir no pudo
ayer el huracán que asoló el monte
y que finge en el monte un alto y rudo
centinela que mira el horizonte?

   El rayo apenas lo agrietó; sereno  5
sobre su vieja alfombra de hojarasca
se yergue aún como retando al trueno
que la furia azuzó de la borrasca.

   Se tú como ese roble: que la herida
que abra en tu pecho el dardo de la suerte  10
sin causarte escozor sane enseguida.

   Labora y triunfa como sano y fuerte
para que el lauro que te da la vida
flote sobre el remanso de la muerte.






Aún


(De Cardos y lirios)


   Mil veces me engañó; más de mil veces
abrió en mi corazón sangrienta herida;
de los celos, la copa desabrida,
me hizo beber hasta agotar las heces.

   Fue en mi vida, con todos sus dobleces,  5
la causa de mi angustia -no extinguida-
aunque, ¡pobre de mí!, toda la vida
su mentiroso amor... pagué con creces.

   Los tiempos han pasado; ya su boca
no me da sus caricias, no me abrasa  10
el fuego de sus ósculos de loca;

   y sin embargo mi pasión persiste...
pues, cuando a veces por mi senda pasa,
¡me alejo mudo, cabizbajo y triste!






LXI


(De Gotas de ajenjo)


   Blanco velo que al mármol importuna,
flota sobre la frente inmaculada
y tersa de la virgen desposada,
como un vago crepúsculo de luna.

   Sutil como las gasas de la cuna  5
de la niñez que duerme sosegada,
y luego cual la niebla aletargada
sobre el glauco cristal de la laguna.

   ¡Calma, oh novia, tu ardor, calma tu anhelo,
y expira, antes que alumbre el nuevo día  10
marchita tu inocencia -¡flor de cielo!

   ¡Y en vez de aquella toca tan sombría
que ponen a las muertas, aquel velo
lleva intacto a la tumba negra y fría!






Candor


(De Oro y ébano)


   Azul... azul... azul estaba el cielo.
El hálito quemaste del estío
comenzaba a dorar el terciopelo
del prado, en donde se remansa el río.

   A lo lejos, el humo de un bohío,  5
tal de una novia el intocado velo,
se alza hasta perderse en el vacío
con un ondulante y silencioso vuelo.

   De pronto me dijiste: -El amor mío
es puro y blando, así como ese río  10
que rueda allá sobre el lejano suelo-

   y me miraste al terminar, tranquila,
con el alma asomada a tu pupila.
Y estaba azul tu alma como el cielo.






Cárcel perpetua


(De Cesta de lotos)


   Yo vivo encadenado a tu hermosura,
lo mismo que a su roca, Prometeo;
sin poder quebrantar la ligadura
que me une a ti... por más que forcejeo.

   ¿De qué delito bárbaro fui reo,  5
para tener que soportar tan dura
y a la vez dulce pena? Mi deseo
es un placer que llega a la tortura.

   Me atraes como abismo luminoso;
lucho, por arrancarme de tu lado,  10
con las fuerzas terribles de un coloso.

   ¡Inútil! A vivir siempre abrazado
a tu cuerpo flexible y armonioso
parece que estuviera condenado.






XVI


(De Gotas de ajenjo)


   Cruzó como un relámpago el vacío,
bajo el trémulo palio de las frondas;
y cayó, de cabeza, en pleno río,
destrozando el espejo de las ondas.

   Tres veces resurgió su cuerpo impuro  5
-su cuerpo encenegado en la molicie-
y otras tantas hundióse en el oscuro
fondo, bajo la rota superficie.

   Después... flotó el cadáver en el agua,
en donde el sol, al expirar, ponía  10
el último reflejo de su fragua.

   ¡Y el cadáver se fue... con las abiertas
pupilas asombradas...: lo seguía
un callado cortejo de hojas muertas!





   ¡Agucé mis ternuras hasta vivir de hinojos
a sus plantas, en éxtasis: tal fue mi idolatría
sin ver más luz que el lampo divino de sus ojos,
ni ansiar más gloria que una: llamarla mía, mía.

   Un pescador la extrajo del agua el otro día.  5
La vi... Y entonces tuve frenéticos antojos
de ceñirme a su yerta carne por si podía
animar el turgente mármol de sus despojos.

   Me contuvo un amigo... el más amado: un hombre
cuyo nombre me callo... porque no importa el nombre.  10
-No te enloquezcas -dijo- ya que no fuiste experto:

   esa mujer que serte constante y fiel juraba,
te engañaba conmigo, y, oye: nos engañaba
con otro... ¡y por ese otro, es por quien ella ha muerto!






El entierro de Lila


(De Oro y ébano)


   La última roa en el jarrón expira.
-¿Quién vendrá a renovarla? El aire vuela
sobre la flor exánime y suspira,
en tanto que mi corazón se hiela.

   Huérfano de la albura de tu mano,  5
y en el silencio que el la sala flota,
polvoso, en un rincón, sueña el piano
sueña que tú le arrancas una nota.

   Mi perro Tom, agranda el dolor mío:
aúlla y viene y va de puerta en puerta;  10
cree que volaste y mira hacia el vacío...

   Quizás te ve... La alcoba está desierta
y el lecho tibio aún, mañana frío
y solo. Acaban de sacarte muerta.






En Usacurí


(De Mi retiro y otros poemas)


   Un inmenso arenal; dunas desiertas
álzanse allí, sinuosas, a millares;
los árboles sin nidos, sin cantares
con las hojas raquíticas y yertas.

   Sólo las golondrinas sus alertas  5
dan al marcharse a sus antiguos lares,
lejos del sitio aquél, donde los mares
dejaron al azar sus conchas muertas.

   Las brisas al pasar, su soplo débil
dan a una flor pequeña y delicada  10
que al suelo inclina su corola débil

   y que suelo llamar «La flor del muerto»
que se parece a ti, niña adorada,
flor de mi triste corazón desierto.






Los besos en los ojos


(De Oro y ébano)


   ¿Y los ojos? Son ánforas repletas
de luz espiritual, ventanas puras
de cuyo marco penden las violentas
de las ojeras místicas y oscuras.

   Los ojos son los faros de la vida,  5
son los cristales donde amor asoma
su faz como una rama florecida
hecha de lumbre y de celeste aroma.

   Los besos en los ojos... Todo beso
que en los ojos se da, se da en el alma;  10
beso dulce, castísimo... Por eso

   cuando tras de besar tus labios rojos
quiero infundir a mis sentidos calma
pongo a soñar mis labios en tus ojos






Soneto


(De Oro y ébano)


Soneto rondel


   Cantaba el ruiseñor su serenata.
En el nocturno piélago se hundía
detrás de la imponente serranía
la luna como góndola de plata.
Cantaba el ruiseñor su melodía.  5
En mi mente el recuerdo de la ingrata
mujer que en llanto mi dolor desata,
como un rayo de sol resplandecía.

   Cantaba el ruiseñor bajo la umbría.
Así como la niebla se delata  10
se dilataba mi melancolía.

   Y en tanto que por la mujer ingrata
en llanto mi dolor se deshacía,
cantaba el ruiseñor su serenata.






Visión


   ¿Eres un imposible? ¿Una quimera?
¿Un sueño hecho carne, hermosa y viva?
¿Una explosión de luz? Responde esquiva
maga en quien encarnó la primavera.

   Tu frente es lirio, tu pupila hoguera,  5
tu boca flor en donde nadie liba
la miel que entre sus pétalos cautiva
al colibrí de la pasión espera.

   ¿Por qué sin tregua, por tu amor suspiro,
si no habré de alcanzar ese trofeo?  10
¿Por qué llenas el aire que respiro?

   En todas partes te halla mi deseo:
los ojos abro y por doquier te miro;
cierro los ojos y entre mí te veo.






¡Abandonado!


(De Cardos y lirios)


   Solo, como un espectro por el mundo
iba, cuando me hallaste y me dijiste:
«Refúgiate en mis brazos, hombre triste.
Soy tuya, Soñador Meditabundo.»

   Y fuiste mía: sin embargo hoy hundo  5
la frente en la almohada en que pusiste
tu cabecita núbil y en que oíste
la serenata de mi amor profundo.

   Y ya no estás allí. La marejada
del mal, con golpe aleve y tremebundo  10
te arrojó al lupanar... ¡Desventurada!

   Y hoy, mientras haces tu comercio inmundo,
yo prosigo como antes mi jornada,
solo, como un espectro por el mundo.






Deshielo


(De Cardos y lirios)


   Nunca mayor quietud se vio en la muerte;
ni frío más glacial que el de esta mano
que tú alargaste al espirar, en vano
y que cayó en las sábanas, inerte.

   ¡Ah... yo no estaba allí! Mi aciaga suerte  5
no quiso que en el trance soberano,
cuando tú entrabas en el hondo arcano,
yo pudiera estrecharte y retenerte.

   Al llegar, me atrajeron tus despojos;
cogí esa mano espiritual y breve  10
y la junté a mis labios y a mis ojos...

   Y en ella, al ver mi llanto que corría,
pensé que aquella mano hecha de nieve
en mi boca al calor... se derretía.






El poder del canto


(De Oro y ébano)


   Tañe Orfeo su cítara y avanza
con pie seguro hacia el remoto oriente;
canta y su voz desbórdase en torrente
de fe y amor, de vida y esperanza.

   Camina... y la brumosa lontananza  5
despéjase ante el lírico potente,
cuyo canto retumbaba en el ambiente
rindiendo todo cuanto a herir alcanza.

   Al vasto azul se asoman los querubes...
El mago mira en torno , y sus sombríos  10
ojos le advierten que a distancia corta,

   hombres, fieras, reptiles, aves, nubes,
montes y valles, piélagos y ríos
lo van siguiendo en procesión absorta.






IV


(de Gotas de ajenjo)


   En las tardes brumosas del invierno,
cuando el sol taciturno, paso a paso
va cayendo en las sombras del ocaso
como envuelto en las llamas de un infierno,

   abro las mustias alas y me cierno  5
por la infinita bóveda al acaso,
falto de luz y de vigor escaso,
presa de las nostalgias de lo eterno.

   Y subo, subo, y cuando el ojo mío
descubre entre los velos de la noche  10
mi supremo ideal, en el vacío

   una mano brutal mis olas cierra
y caigo... sin una ¡ay! sin un reproche,
sobre el fangal inmundo de la tierra.






Job


   Job, el leproso formidable, hediondo
hasta asfixiar, su acuosa podredumbre
siente un día rodar bajo la lumbre
de un sol de estío, refulgente y blondo.

   Y el ojo clava en el azul sin fondo  5
de la impasible, sideral techumbre
y, olvidando su antigua mansedumbre,
lanza un rugido lastimero y hondo.

   Es ya de noche: un charco nauseabundo
de carnes desleídas y asquerosas  10
se dilata a los pies del santo inmundo.

   Y entre aquel charco, atónitas y bellas,
como enjambre de abejas luminosas,
mira Job, cabizbajo, las estrellas






¡Oh muerte!


(De Manojo de zarzas)


   Amad la muerte, amadla... Ella procura
el supremo descanso, ella nos guía
en el camino del silencio, es fría
pero buena; ...ella mata la amargura.

   Ella es la maga de la sombra... es pura  5
y eterna... y todos la llamáis impía.
¿Por qué? ¿Porque nos besa en la agonía,
y un tálamo nos da en la sepultura?

   La Muerte es la ceniza de la llama;
es el «no ser» de lo que vibra; muda  10
ante el placer o el infortunio, ama.

   El sueño, matador de los dolores;
la calma, que del daño nos escuda,
y la tierra que es madre de las flores.






¡Salud!


(De Manojo de zarzas)


   Para no darme cuenta de la vida,
hoy vivo en un constante aturdimiento:
así no lloro la ilusión perdida,
así no sufro el mal del pensamiento.

   Así las horas de pesar no cuento,  5
ni me hace sollozar la doble herida
que tú dejaste en mi alma dolorida
y en mi profundo corazón sangriento.

   Ves, mi copa está llena; alzo mi copa
y bebo a tu salud... Huye la pena,  10
surgen los sueños como alada tropa.

   Todo pasa de prisa... muy de prisa...
y soy feliz: ante la copa llena,
el gesto del dolor se cambia en risa.






A bordo del «Barranquilla»


(De Mi retiro y otros poemas)


   El oro de la tarde se diluye
en la plata del río; cruza un ave
el ámbar vesperal, da un grito y huye...
¿De qué? ¿De quién? ¿Adónde va? ¡Quién sabe!

   Cruje el barco. Refulge la candela  5
del sol sobre el verdor del monte bravo;
y el ave vuela, y vuela y vuela
hasta perderse de mi vista al cabo.

   Y al pensar que aquella ave en fuga loca,
tal vez dejando en apartada roca  10
su nido, huyó tras mentirosa huella.

   Pienso en mí que, doliente y aturdido,
me voy huyendo como el ave aquella,
dejando sólo en mi montaña el nido.






En el río


   En un playón del bajo Magdalena,
que lame el agua con su oleaje mudo,
hay un árbol fantástico, desnudo
de toda pompa, en medio de la arena.

   Igual a mí con majestad serena,  5
resiste el golpe de huracán sañudo:
solos y sin verdor... yo te saludo:
compañero, la misma es nuestra pena.

   Una tímida garza cruza el cielo
y de aquel tronco en las calladas ruinas,  10
refrena el blando y silencioso vuelo;

   y encima de esos míseros escombros,
se me parece a ti... cuando reclinas
tu cabecita frágil en mis hombros.






Mi casa


   En medio de los árboles mi casa,
bajo el denso ramaje florecido,
aparece a los ojos del que pasa
como un fragante y delicioso nido.

   Y hay razón: el amigo o el curioso  5
que a visitarme van de cuando en cuando
hallan de mi mansión en el reposo
fresco pan, agua pura y lecho blando.

   Cinco avecillas plena la garganta
de las más inefables melodías,  10
allí reposan bajo el ala santa.

   Mientras para acrecer sus alegrías,
el padre -un viejo ruiseñor- les canta
una canción de amor todos los días






Ocaso y orto


(De Oro y ébano)


   El gran león azul, de alba melena,
no ruge ya... parece que dormita
debajo de la bóveda infinita,
en su cubil de rocas y de arena.

   Huye la tarde; prodigiosa escena:  5
¡ensangrentado el sol se precipita
en su tumba de oro, y la marchita
frente le anubla un hálito de pena!

   El toque de oración resuena
en la ciudad distante que se agita  10
con el vago rumor de una colmena.

   Mientras la luna -blanca margarita-
ante el sol -rojo lirio- asoma llena.
Mirad: ¡Él muere y ella resucita!






Tempestad en el Magdalena


(De Mi retiro y otros poemas)


   Esta noche ha soltado sus jaurías
el huracán. La selva cruje, el trueno
revienta en rocas salvas; las sombrías
ondas arrastran árboles y cieno.

   Desgarrando la trágica negrura  5
que encrespona la bóveda celeste
el sangriento relámpago empurpura
la majestad del panorama agreste.

   La lluvia en cataratas se desploma;
del virgen monte asciende intenso aroma  10
de resinas, de tierra y de hojarasca...

   Y entre la vasta orquestación del ruido,
retumba en las tinieblas el rugido
de un tigre, como un reto a la borrasca.






A Colombia


(De Oro y ébano)


   Golpea el mar el casco del navío
que me aleja de ti, patria adorada.
Es medianoche; el cielo está sombrío;
negra la inmensidad alborotada.

   Desde la yerta proa, la mirada  5
hundo en las grandes sombras del vacío;
mis húmedas pupilas no ven nada.
Qué ardiente el aire; el corazón qué frío.

   Y pienso, oh patria, en tu aflicción, y pienso
en que ya no he de verte. Y un gemido  10
profundo exhalo entre el negror inmenso.

   Un marino despierta... se incorpora...
aguza en las tinieblas el oído
y oigo que dice a media voz ¿Quién llora?




A Bogotá

(De Oro y ébano)





I


   ¡Oh, mi ciudad querida!, hoy tan lejana
y tan inaccesible a mi deseo,
que al evocarte en mi memoria creo
que fuiste un sueño de mi edad temprana.

   Te evoco así, como a quimera vana,  5
y al evocarte, sin cesar te veo
resplandecer bajo el ardor febeo
sobre la gran quietud de la sabana.

   Y al pensar que en ti van, hora tras hora,
sucumbiendo los seres que amé tanto  10
y que la tierra sin cesar devora,

   surges bajo la nube de mi llanto,
no como ayer: alegre y tentadora,
sino como un inmenso camposanto.




II


   ¡Oh mi bella ciudad! Cómo en tu seno
vibró mi ser y aleteó mi rima
cuando en tu corazón hallé la cima
que asalta el rayo y que apostrofa el trueno.

   Te poseí bajo tu azul sereno,  5
entre el halago dulce de tu clima,
y te ofrendé mi juventud opima
con tanto ahínco y con amor tan pleno,

   que en las tinieblas de tus noches frías
y hasta en tus más recónditos rincones  10
deben sonar, cual ecos de otros días:

   los sollozos de todas mis canciones,
los estruendos de todas mis orgías
y los gritos de todas mis pasiones!






Antioquía


(De Mi retiro y otros poemas)


   Tuyo es el porvenir, pueblo de atletas,
porque fecundas todo lo que tocas;
blandes la pica y de las rubias vetas
el oro le disputas a las rocas.

   Hinchas tus trojes; paga tu denuedo  5
pródigo el humus que la mies anima.
Estudias; y el obstáculo, sin miedo,
salvas en tu ascensión hacia la cima.

   Puestas en el progreso tus miradas,
no te aduerme el rumor de tu plantío  10
ni el oro de cristal de tus cascadas.

   Y agiganta el incendio de tu brío
la luz que de tus tres grandes llamaradas:
Uribe Uribe, Córdoba y Berrío.






El bogotano


(De Mi retiro y otros poemas)


   Correcto en el vestido; por su semblante
nunca pasa una sombra de duelo insano:
así va por las calles el bogotano,
siempre fino y alegre, siempre elegante.

   Entre amigos y damas luce el chispeante  5
ingenio, que derrocha cortés y llano;
y como es un modelo de cortesano,
ama así... a la ligera: por ser galante.

   Al hundirse en el lecho tras el quebranto
de una noche de danzas y de emociones,  10
se apodera de su alma cruel desencanto,

   y mira, entristecido, por los rincones
del oscuro cerebro, vagar, en tanto,
deshojadas y mustias sus ilusiones.






XV


(De Gotas de ajenjo)


   El hombre engendra al hombre; da la vida
(es decir: la inquietud, la pena, el llanto)
en un espasmo lúbrico, y, en tanto,
la sociedad lo aplaude complacida.

   El hombre mata al hombre; el homicida  5
da el consuelo: la paz del camposanto;
y la ley le persigue... y, con espanto,
la sociedad repúdialo ofendida.

   Si el ser que nace es presa del quebranto,
y el que muere por fin descansa inerte...  10
este problema hasta el Creador levanto:

   ¿Quién es más criminal (que Dios decida)
aquél que, ciego y loco, da la muerte...?
¡o, aquél que, impuro y cuerdo, da la vida!






En Cartagena


   De noche cuando llego a la muralla
que la lima del tiempo desmorona,
y el mar, ebrio de yodo, se corona
de hirviente espuma que a mis pies estalla,

   al pensar en tu ausencia, en esa valla  5
que nos divide, mi pasión se encona...
y mi recuerdo, entonces, te aprisiona
en su invisible y resistente malla.

   Y entre mí te poseo. Entre mí mismo
te hablo, te aspiro, te contemplo y toco,  10
como entre las nieblas de un abismo.

   Mis párpados se cierran, poco a poco
y en un largo y supremo paroxismo,
beso tu sombra hasta volverme loco.






La lágrima de Satán


   Del infernal abismo, con estruendoso vuelo,
rasgando la tiniebla surgió Satán: quería
ver otra vez la comba donde se espacia el día,
ver otra vez su patria, ver otra vez el cielo!

   Miró durante un siglo. Cuando colmó su anhelo  5
y recordó el proscrito que allá no volvería,
con honda pesadumbre la formidable y fría
cabeza hundió en el polvo del calcinado suelo.

   Después... lanzó un sollozo que pareció un rugido,
y luenga, azul y amarga, pugnó una gota en vano  10
por no salir del ojo del gran querube caído.

   Crujieron valle y cumbre y otero y bosque y llano,
porque la gota aquella, buscando inmenso nido,
formó, al rodar, la mole del pérfido océano!






Mi retiro en el monte


(De Mi retiro y otros poemas)


   He quemado las naves de mi gloria.
Hoy en un monte milenario vivo
el resto de esta vida transitoria,
a todo halago mundanal esquivo.

   En la gran soledad del bosque inmenso  5
este resto de vida se consume
exhalando, lo mismo que el incienso
en los altares, todo su perfume.

   El monte, prodigioso laberinto,
es hoy mi patria, mi ciudad, mi centro:  10
hállome en él hasta en mi mal distinto,

   pues me parece que la dicha encuentro
mientras más solo estoy en su recinto,
mientras más hondo en sus arcadas entro.





   Huyendo de las míseras pasiones
de los hombres, en pos de ambientes puros,
con mi morral henchido de canciones
abandoné los solariegos muros.

   La mentira social, el placer mismo  5
cien veces apurado en una hora,
me arrancaron del fondo del abismo
lanzándome a la selva redentora.

   He entrado como el monje en «la escondida
senda» a vivir las horas placenteras  10
de aquella dulce y sosegada vida,

   convencido a la luz de otro horizonte,
de que hay en la ciudad muchas más fieras
¡oh sí! muchas más fieras que en el monte.





   Cerré todas las puertas a los vicios,
abandoné las brocas bacanales
y huí de los inmensos precipicios
lanzándome a regiones inmortales.

   Ya no canto aquel canto atormentado  5
que abrió en mi corazón surco tan hondo,
tan hondo, que aunque a verle me he asomado,
nunca le he visto al asomarme el fondo.

   Hoy mi canto es más puro, es más sereno
porque es ahora mi pesar más sano.  10
Canto en la soledad a pulmón pleno...

   Y aunque en el monte estoy no canto en vano:
me aplaude arriba con su salva el trueno...
y abajo, con su trueno el océano.





   Porque está el mar con su llanura
verde o azul, rojiza o cenicienta.
El mar, mi único hermano en amargura,
cómplice rugidor de la tormenta.

   Ora tranquilo y sin vigor, inerme  5
se arrebuja en los velos de las brumas
y en su gran lecho de coral se aduerme
bajo su frágil edredón de espumas.

   Ora ronco y fatal cuando se enoja,
aúlla, brama, se retuerce, grita,  10
y espumarajos de coraje arroja.

   Rompe sus anchas olas, y al romperlas
finge bajo la bóveda infinita,
enorme cofre azul lleno de perlas.





   Ni falso amigo ni mujer liviana
cerca de mí; la azul enredadera
y el roble rico de vejez lozana
son y serán mi amigo y compañera.

   Lejos del miasma, en vértigo inefable  5
del monte aspiro el secular perfume
y -águila enferma en jaula miserable-
mi espíritu las alas desentume.

   Al fin bajo el magnífico frondaje
de la selva sonora y afligida  10
hallé la paz, aunque al rendir el viaje.

   ¡Por qué por un sarcasmo de la suerte,
hoy por vez primera amo la vida
es cuando está acercándose la muerte!





   ¡Pero no importa! Mi ventura entera
será dormir allí, tras la borrasca
de mi pasado, en una primavera,
oyendo el susurrar de la hojarasca.

   Sé que la enredadera cariñosa  5
y el corpulento roble centenario
hundirán sus raíces en mi fosa
para estrechar mi cuerpo solitario.

   Cristalinas mañanas, tardes blondas,
noches azules de luctuoso velo  10
y albas estrellas de miradas hondas

   llorarán sobre mí. Y alzando el vuelo,
desde las altas y tupidas frondas
me cantarán los pájaros del cielo.






¿Quién oye?


   De noche, bajo el cielo desolado,
pienso en tu amor y pienso en tu abandono,
y miro, en mi interior, deshecho el trono
que te alcé como a un ídolo sagrado.

   Al ver mi porvenir despedazado  5
por tu infidelidad, crece mi encono;
mas, como sé que sufres, te perdono.
¡Oh!... ¡Tú, jamás me hubieras perdonado!

   Mis lágrimas, en trémulo derroche,
ruedan al fin.. y al punto, en inaudito  10
arranque, a Dios elevo mi reproche.

   Pero se pierde, entre el negror mi grito
y sólo escucho, en medio de la noche,
del silencio el monólogo infinito.






Son...sone...tes


(Improvisación)


   Oh tú que en gradación eterna y muda
has ostentado todos los colores,
como el iris que el sol con sus fulgores
forma en la negra inmensidad desnuda!

   Tú que conoces al varón que suda  5
de un mísero destino los rigores;
tú, que ya no tendrás días mejores
de esta existencia en la batalla dura;

   Tú, que verde y sutil como la malva
cubrir osaste como al sol la nube,  10
de nuestro amigo la luciente calva;

   Hoy que el sepulcro tu carrera ataja,
no te diré como a la niebla: ¡Sube!
Yo te diré como a la noche: ¡Baja!





    Duerme tú, que sufriste los sudores
de esa columna humana en cuya cumbre
tanto el alma vertió candente lumbre
que hasta el pasto quemó con sus ardores.

   Duerme tú, que jamás sucios favores  5
lograste, como muchos, por costumbre;
que toda tu asquerosa podredumbre
se torne al cabo en perfumadas flores.

   No, la muerte no es noche; es luz, es alba
que a la niebla de la nada aterra  10
y de la sombra sepulcral nos salva;

   Como el cadáver que la tumba encierra,
tú bajaras desde la estéril calva
de Carlos, ¡ay!, a fecundar la tierra.





   Tú, que la cumbre de Tamayo un día
ocupaste como águila altanera,
que bajo el dombo de la azul esfera
mira la muda inmensidad vacía;

   Tú, que en la noche tempestuosa y fría  5
diste abrigo en la calma y en la cuera
de aquel que es más delgado que una cera
y más largo tal vez, que una bujía.

   Debes dormir en el recinto oscuro
de la tierra, que es madre bondadosa,  10
que lecho da a su huésped, jamás duro,

   y que hace al rededor nacer la rosa
y tornar en ambiente blando y puro
todo lo que al morir rueda a la fosa.





   Reposa, pues entre la tumba hueca
que va a cambiar tu singular destino;
ya que malezas no hubo en tu camino
llevas al fenecer mucha manteca.

   Aunque muerta, tu cinta no está seca;  5
quizás untada de aguardiente o vino,
de la muerte en el raudo torbellino,
como todas irá de Ceca en Meca.

   Pero tal vez la savia oscura y sola
de la fecunda tierra, cuyo aliento  10
vaga al acaso como inmensa ola,

   hará de ti, para halagar al viento
el cáliz de una trémula amapola
o la corola azul de un pensamiento.






XIII


(De Gotas de ajenjo)


   Te di el perdón y te alargué mi mano;
tú me juraste redimirte, al verte
libre de Mal, y lejos de la Muerte
y de la podre del comercio humano.

   Te salvé del abismo, del insano  5
foco en que te podrías como inerte
piltrafa en feria; trastoqué tu suerte,
sin ambición, sin interés liviano.

   ¿Y has caído de nuevo en el pantano;
y a pedirme perdón vienes ahora?  10
¿Y otra vez vienes a jurar en vano?

   ¡No más disculpas de ocasión murmures!
¡Llora, sí, llora mucho! ¡Llora, llora!
Y ven, si quieres... pero nada jures.






Todo nos llega tarde


(De Manojo de zarzas)


   Todo nos llega tarde, -hasta la muerte.
Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza
cuando el deseo acósanos más fuerte.

   Todo puede llegar; pero se advierte  5
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia; la alabanza,
cuando está ya la aspiración inerte.

   La Justicia nos muestra su balanza,
cuando sus siglos en la Historia vierte  10
el tiempo mudo que en el orbe avanza.

   Y la Gloria, esa ninfa de la suerte,
sólo en las viejas sepulturas danza.
Todo nos llega tarde: -hasta la muerte






Abstracción


   A veces melancólico me hundo
en mi noche de escombros y miserias,
y caigo en un silencio tan profundo
que escucho hasta el latir de mis arterias.

   Más aún: oigo el paso de la vida  5
por la sorda caverna de mi cráneo
como un rumor de arroyo sin salida,
como un rumor de río subterráneo.

   Entonces presa de pavor y yerto
como un cadáver, mudo y pensativo,  10
en mi abstracción a descifrar no acierto.

   Si es que dormido estoy o estoy despierto
si un muerto soy que sueña que está vivo
o un vivo soy que sueña que está muerto.






Resurrecciones


(De Cardos y lirios)


   Algo se muere en mi todos los días;
del tiempo en la insonora catarata,
la hora que se aleja me arrebata
salud, amor, ensueños y alegrías.

   Al evocar las ilusiones mías,  5
pienso: «!Yo no soy yo!.» ¿Por qué, insensata,
la misma vida con su soplo mata
mi antiguo ser tras lentas agonías?

   Soy un extraño ante mis propios ojos,
un nuevo soñador, un peregrino  10
que ayer pisaba flores y hoy... abrojos.

   Y en todo instante, es tal mi desconcierto,
que ante mi muerte próxima, imagino
que muchas veces en la vida... he muerto.






Soneto


(De Oro y ébano)


   Toma mi cuerpo, madre, te lo entrego
ensangrentado... como me lo diste;
sólo que a ti va ahora mudo y ciego,
menos lloroso... sí... pero más triste.

   Gracias. madre; fue hermoso, tuvo suerte,  5
el mejor vino y el amor más loco
gozó en la lucha pero poco a poco
lo echó el Asco en los brazos de la muerte.

   Dale un gran beso de perdón; no llores,
no vayas a llorar; agradecida  10
pronto lo estrechará la madre Tierra.

   ¡Tú y ella, mis dos madres, mis amores!
¡Alégrate: la vida, la gran vida
comienza en toda tumba que se cierra!






Todo nos llega tarde


(De Manojo de zarzas)


   ¡Todo nos llega tarde, -hasta la muerte.
Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza
cuando el deseo acósanos más fuerte.

   Todo puede llegar; pero se advierte  5
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia; la alabanza,
cuando está ya la aspiración inerte.

   La Justicia nos muestra su balanza,
cuando sus siglos en la Historia vierte  10
el tiempo mudo que en el orbe avanza;

   Y la Gloria, esa ninfa de la suerte,
sólo en las viejas sepulturas danza.
Todo nos llega tarde: -hasta la muerte.






Soneto


   Calló el mancebo, y con la faz helada
por la brisa nocturna, tristemente
llegóse al banco, mudo confidente
que gozó el dulce peso de la amada.

   Absorto le seguí con la mirada  5
a través de las hojas, de repente,
postróse de rodillas y, doliente,
de su boca brotó una carcajada.

   Yo, respetar queriendo sus querellas,
por las calles del parque medio oscuras  10
torné siguiendo mis recientes huellas.

   Alcé los ojos y ¡radiantes, puras,
me pereció que todas las estrellas
lloraban de dolor en las alturas!






Fulminado


   ¡Salta el rayo en la nube! Alfanje de oro
raja el ámbito negro y atraviesa
el abismo; desciende hasta la dehesa
y húndese en le testuz del viejo toro.

   Tras un brusco esplendor del meteoro,  5
del verde llano a la montaña espesa
el trueno pasa retumbando... Y cesa
de la borrasca el fecundante lloro.

   El huracán, terrible y altanero,
cierra sus fauces lúgubres; ya nada  10
se mueve... En el cenit brilla un lucero.

   Y desde la llanura dilatada
sube, como un reproche lastimero,
¡la gran lamentación de la vacada!





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