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ArribaAbajoMatamoros, Mercedes

Cienfuegos (Cuba). 1858 - Guanabacoa (Cuba). 1906




Venus


   Del bosque umbrío bajo el manto espeso
que la luna alumbraba misteriosa,
en un lecho de musgo hallé a la diosa
dormida del cansancio al dulce peso.

   Despertarla intenté de su embeleso  5
por saber si era tierna cuanto hermosa,
y con blando rozar de mariposa
dejó mi labio en su mejilla un beso.

   Más ¡ay! que inmóvil continuó y callada
y viendo yo mi aspiración burlada  10
junto a la estatua yerta sentí frío;

   y aunque seguí admirándola por bella
como el alma inmortal no hallaba en ella
al fin mi admiración se volvió hastío.




Retorno


   ¡Cuán grato es ver de nuevo el dulce suelo
donde fuimos dichosos y queridos,
con sus árboles siempre florecidos
y las mismas estrellas en su cielo!

   ¡Cuán grato es recorrer con tierno anhelo  5
los hermosos lugares preferidos
y en el hogar paterno hallar los nidos
en que el pájaro fiel detuvo el vuelo!

   Pero, cuán triste es para el ser errante,
que el cáliz apuró del sufrimiento,  10
hallarlo todo igual, todo constante,

   -el espacio y la tierra en su armonía,
las aves en su amor y rendimiento-
menos el alba que fue suya un día!




Cleopatra


   Del baño de alabastro ante la clara
linfa, que ondula fresca y bulliciosa,
entre siervos, la infiel y voluptuosa
reina, al nuevo deleite se prepara.

   El manto le desprenden y la tiara  5
y la de seda túnica lujosa
quedando al fin desnuda, y tan hermosa
que la Venus de Milo la envidiara.

   La sierva entonces que en su torno gira
al etíope le muestra allá en la entrada,  10
guardián inmóvil que en silencio admira;

   mas ella le responde indiferente:
¡no es un hombre el esclavo! y extasiada
se abandona entre espumas blandamente.




Anhelos


   ¡Quiero abundar tus rizos abundosos
con perfume embriagante de verbenas;
y tu cuello enlazar con las cadenas
ardientes, de mis brazos amorosos!

   ¡Quiero encender con besos fervorosos  5
la sangre que circula por tus venas;
y trocar en fogosas las serenas
miradas de tus ojos luminosos!

   Porque siempre han de ser en mis amores,
venenosas las más fragantes flores,  10
borrascosas las noches y los días;

   y así no olvidará sus horas bellas;
¡qué siempre dejan en el mundo huellas
las tempestades locas y sombrías!




El amor carnal


   Por ti olvidé -cual flores sin esencia-
ilusiones de bien que fueron mías;
y troqué por culpables alegrías
lo más bello del alma, la inocencia!

   Lleváronse la paz de mi existencia  5
tus locas noches y revueltos días;
en el fuego mortal de tus orgías
quemó sus níveas alas mi conciencia!

   Hollé por tu favor lo más sagrado;
apagué con tu risa el sentimiento;  10
escondí en tu cinismo mis sonrojos;

   y en cambio, ingrato amor, ¿qué me has dejado?
¡Sombrío cual la noche el pensamiento,
inerte el corazón, secos los ojos!




El bohío


   Yo siempre he amado el rústico bohío
que a los buenos indígenas sirviera,
entre el verdor de la feroz pradera
de albergue en el invierno y el estío.

   Me place contemplarlo junto al río  5
bajo el mango frondoso y la palmera,
como recuerdo de la edad primera
en que fue tan dichoso el sueño mío.

   Humilde es esa herencia que guardamos;
mas si ante la injusticia resignamos  10
como el indio infeliz, nuestros derechos,

   heredamos también con su alma altiva
el ansia de ser libres, que honda y viva
arde cual llama eterna en nuestros pechos.




A Cienfuegos


   ¡Cuán hermosa en mis sueños te levantas
a los rayos de un sol resplandeciente,
flor marina, a quien besan blandamente
las ondas que suspiran a tus plantas!

   Tú cual visión deslumbradora encantas  5
los tristes años de mi edad presente,
y a tu nombre, despiértase en mi mente
todo un pasado de memorias santas!

   Favorita gentil de la fortuna
la que halló en ti su venturosa cuna,  10
sin lágrimas no logra recordarte;

   bajo tu cielo -que mi pecho ansía-
duermen los restos de la madre mía,
¿cómo pudiera yo dejar de amarte?...




En un ungenio


   Opulentos y verdes campos míos,
testigos de los juegos de mi infancia,
montes llenos de sombra y de fragancia,
do nacieron mis tiernos desvaríos;

   vuestros dulces encantos están fríos,  5
ya no existe la paz y la abundancia;
ni las cañas meciéndose a distancia,
ni entre el palmar los rústicos bohíos.

   Negros escombros, tenebrosas ruinas,
luto y desolación solo proclama  10
el viento en las praderas y colinas.

   ¡Ay! culpa fue de la implacable tea;
pero ¿qué importa, si brilló en su llama
¡oh, Libertad! tu sacrosanta idea?...




La gota de rocío


   Diáfana, temblorosa, deslumbrante,
cual átomo de luz entre las flores,
robas a las estrellas sus fulgores
y sus vívidas chispas al diamante.

   Perla del cielo, el sol con su brillante  5
rayo, te da del iris los colores,
y del tiempo estival en los ardores
es el zunzun tu libador constante.

   Mas aunque en ti encuentre la frescura
del néctar que el jazmín guarda en su seno,  10
nunca serás tan bella ni tan pura

   como la dulce lágrima piadosa
que vi brillar, ante el dolor ajeno,
en los divinos ojos de una hermosa.




Los enamorados


   Cual enjambre de alegres mariposas
impulsadas por ávidos empeños,
en el jardín de los ardientes sueños
van el mirto a buscar entre las rosas.

   Del alma de las bellas ruborosas  5
con sutiles astucias se hacen dueños,
y ellas con risas o fingidos ceños
a su vez los enlazan caprichosas.

   Y después del combate por la gloria
de alcanzar un ferviente «yo te adoro»,  10
les queda sólo a veces por memoria

   algunas dulces cartas desgarradas,
algún rizo o retrato ya incoloro,
o algunas tristes flores deshojadas.




A una coqueta


   Con tu oscura y ondeante cabellera
que el aura tropical besa y agita,
formas la red de amor en que palpita
el alma que a tu encanto se rindiera.

   Tornas tu voz en música hechicera  5
que a los ensueños del placer invita;
en dardos tu mirada; en infinita
seducción tu sonrisa placentera.

   Mas ¡ay! del corazón que por ti llora
¿qué haces tú con las lágrimas vertidas  10
en noches de dolor, hora tras hora?

   Las dejas ¡oh, mujer! que se deshagan
como las flores en el mar perdidas,
cual los aromas que en los aires vagan.




En el libro de poesías


   Del libro en que tú y él habéis leído
graba ¡oh, niña! en la página postrera
la palabra más triste y lastimera
para el ardiente corazón: ¡olvido!

   Símbolo de la muerte, al que ha sentido  5
la dicha, la pasión, la fe sincera,
le dice esa palabra que es quimera
cuanto está por nacer o que ha nacido.

   Y esos versos que a amar te convidaron,
y a dos almas dormidas despertaron  10
que sobre ellos sus lágrimas vertieron,

   serán ¡ay! cual las notas suspiradas
que exhalaron dos olas enlazadas
y en el mar de la vida se perdieron.




A la muerte


   ¿Eres tú? ¿Y en la góndola enlutada
por tu pálida mano dirigida,
de mi cruento dolor compadecida,
quiere llevarme a la región soñada?

   ¡Partamos, pues! La brisa perfumada  5
cual nuncio de la tierra prometida
con ósculos de amor y bienvenida
acaricia mi frente atormentada!

   ¿Hieran los remos la brillante espuma,
rasgue la proa audaz la densa bruma,  10
que a nuestros pies se rinda el mar profundo;

   y de la Eterna Luz a los reflejos,
piérdase, como un átomo, a lo lejos,
con sus venturas míseras el mundo!




Transformación


   Mira volando en el pensil ameno
la oruga transformada en mariposa;
cómo el capullo se despierta en rosa,
como la rosa se convierte en cieno.

   Al rostro juvenil, dulce y sereno,  5
triste sucede el de vejez llorosa;
tórnase arrugas la mejilla hermosa,
en mármol frío el palpitante seno.

   Y yo, sujeta a la eternal mudanza,
en los ritmos del arpa estremecida  10
-fluctuando entre la duda y la esperanza-

   ya canto a la tristeza, ya al contento,
porque en cada minuto de la vida
cambian el corazón y el pensamiento.




En la roca de Leucades


   ¡Son ellas! Son olas turbulentas
que se levantan bruscamente airadas,
y con su ronca voz, desesperadas,
responden a mis íntimas tormentas!

   ¡Son ellas! Sus vorágines violentas  5
cual mis locas pasiones desatadas,
me llaman a las grutas ignoradas
para ocultar mis desventuras cruentas!

   ¡Oh, Dioses! Desatad de vuestra ira
sobre el infiel los rayos vengadores;  10
y que esas olas que me brinda el cielo,

   de sus espumas entre el blanco velo
mi cuerpo envuelvan y la dulce lira
con que canté mis últimos amores!...




Principio y fin



I


   Fue una mañana en que el Amor cantaba
del sol de Agosto entre el dorado velo,
y la campiña con ardiente anhelo
al ritmo de su acento despertaba.

   El sauce en la onda pura se miraba,  5
las nubes se buscaban en el cielo,
y hacia el árbol la brisa en raudo vuelo
el fecundante polen impulsaba.

   Entonces, el hermoso adolescente
que con la virgen de modesta frente  10
vagaba por la selva rumorosa,

   fue con ella a sentarse junto a un nido,
le dijo dulces frases al oído,
y besaron los dos la misma rosa!




II


   Mas la noche llegó, pura y hermosa
cual desposada del ardiente día,
que con trémula mano le ceñía
corona de diamantes luminosa.

   El tronco de la palma, cariñosa,  5
la liana entre sus redes envolvía,
y al oculto nidal rauda volvía
con anhelos de amante, la tojosa.

   Y el mismo adolescente que admiraba
la flor en que a la virgen otorgaba  10
casta caricia que no deja agravios,

   clavó en la bella la mirada ansiosa,
y abandonando la marchita rosa,
se embriagó con la esencia de sus labios.




A la vejez


   Cuando llegan tus años tenebrosos
bañas en llanto el corazón que heriste,
como cubre de escarcha invierno triste
los troncos deshojados y ruinosos.

   ¿En dónde, en dónde están los venturosos  5
sueños, que el alma en adorar persiste?
¿Por qué la rosa del placer no existe
y quedaron los tallos espinosos?

   ¡Oh, noche! Ya desciendes gravemente,
y la nave gentil de la Esperanza  10
vuelve sin joyas del lejano Oriente!

   Y hacia la playa, donde el viento a solas
gime, la hermosa Juventud avanza,
cadáver yerto entre las negras olas...!




Reposo


   Como errante viajera fatigada
quiero olvidar del tiempo en que he vivido
la punzadora espina que me ha herido
y la copa de néctar rebosada.

   Ni aun siento abandonar la bien amada  5
tierra hermosa del sol en que he nacido;
¡tanto mi corazón ha padecido
de su triste existencia en la jornada!

   Quédanse aquí la gloria, los amores,
los diamantes, los pájaros, las flores,  10
cuanto a gozar y sonreír convida;

   mi único anhelo es verme sepultada
en el seno del Todo o de la Nada,
y no tornar a conocerte ¡oh, vida!




El último amor de Safo


Safo a Faón


   ¡Vengo a ofrecerte mi mayor tesoro!
¡Vengo a brindarte mi glorioso encanto!
¡La que recoge de mi amor el llanto!
¡La que te dice sin cesar: te adoro!

   ¡Es mi lira! La dulce lira de oro  5
con que tu hechizo irresistible canto;
cuyos himnos en gozo y en quebranto
son ruiseñores que te forman coro.

   En ella enlazo notas y colores,
porque a tus plantas elocuente sea  10
símbolo de mi vida y mis amores;

   ¡qué es en mis manos la vibrante lira,
flor que se abre, llama que chispea,
onda que ruge, cisne que suspira...!




Yo


   Tengo el color de golondrina oscura;
sombríos los cabellos ondulantes,
y mis ojos ¡tan negros! son diamantes
en cuyas chispas la pasión fulgura!

   Es urna de coral y esencia pura  5
mi boca, en que los besos palpitantes
buscan -cual pajarillos anhelantes-
de la tuya el calor y la dulzura!

   Mi cuerpo es una sierpe tentadora
y en el mórbido seno se doblega  10
lánguidamente el cuello como un lirio!

   ¿No es verdad que es tu Safo encantadora?
¡Oh, ven! Y en este amor que a ti me entrega,
tú serás el Placer y yo el Delirio.




Arrepentimiento


   ¿Y vuelves cariñoso?... ¡Bienvenido!
con las dulces turquesas de tus ojos,
tus áureos buques y tus labios rojos,
que en mi regazo encontrarán un nido.

   Quédate blandamente en él dormido  5
sin recordar mis celos, mis enojos,
ellos son de mi amor tristes despojos,
llévelos en sus alas el olvido.

   Contempla la pradera perfumada
en que te conocí... Los dos gustamos  10
de esta gran vid la fruta delicada:

   duerme a su sombra, juntos reposemos
sin afán ni dolor... ¡Hoy nos amamos!
¡Quiera el cielo que nunca despertemos!




Mis trenzas


   Las trenzas de azabache ¡tan hermosas!
que en espirales a mis pies descienden,
guardan aromas que en el alma encienden
recuerdos de promesas engañosas.

   Las cubrieron de perlas y de rosas  5
esas pérfidas manos que hoy me venden.
Manos que sus guedejas ya no extienden,
ni con ellas se enlazan cariñosas.

   Pasaron los contentos de otros días,
y al morir con tu amor mis alegrías,  10
¿de qué me sirven ¡ay! mis trenzas bellas?

   ¡Quisiera que en serpientes transformadas
dejaran en tu cuerpo, envenenadas,
de su aguijón sutil las rojas huellas!




El pañuelo


   Ayer, en la cajita misteriosa
que encierra tus recuerdos adorados,
entre ramos de mirto deshojados,
otra prenda encontré, la más preciosa.

   Tu pañuelo, con mano temblorosa  5
desdoblé, y en los pliegues perfumados
con aromas ya casi evaporados,
desolada oculté la faz llorosa.

   ¡Cuántas veces con él acariciaste
mi frente, si dormida entre tus brazos,  10
no despertaba a tus alegres risas!

   ¡Oh, viento que mi dicha arrebataste!
Como hizo el cruel mi corazón pedazos,
llévaselo en tus alas hecho trizas.




La bestia


   Es lo más negro de aquel monte umbrío,
nuestro lecho, Faón, he preparado,
¡de mi pecho el volcán se ha desbordado!
¡de la fiebre fatal ya siento frío!

   ¿No escuchas a lo lejos el sombrío  5
león, que con rugido apasionado
responde a la leona, en el callado
y hondo recinto de su amor bravío?

   ¡Amémonos así! Ven y desprende
de mi ajustada túnica los lazos,  10
y ante mi seno tu pupila enciende!

   ¡Es el amor que humilla y que deprava!
¡No importa! Lleva a Safo entre tus brazos,
donde loco el Placer la rinda esclava!...




La declaración


   ¡Tras la cita de ayer, por el camino
voy con el corazón regocijado,
hallando en cuanto miro, retratado,
¡oh, Faón, tu semblante peregrino!

   Veo en el clavel tu labio purpurino,  5
tu blanca frente en el jazmín nevado,
tus ojos son el cielo abrillantado,
y el sol refleja tu mirar divino!

   ¡Mas recuerdo tu voz! Y no hay murmullo
de brisa musical, o grato arrullo  10
de onda pura, o tímido reclamo,

   que puedan igualarse al blando acento
con que el oído, en celestial momento,
trémula me dijiste: «¡Yo te amo!»




La primera traición


   ¡Ah! ¡Te he visto! Detrás de la enramada
estabas con Cloé bien escondido,
y de tus besos conocí el sonido
en su fresca mejilla sonrosada.

   Seductora, voluble y descocada,  5
me llamaba tu labio fementido;
y yerta de dolor, perdí el sentido,
de mi amor inaudito avergonzada!

   ¡Y reía Cloé!... La mujercilla
que supone ser bella entre las bellas  10
y es amiga de sátiros lascivos!

   ¡Pues bien! ¡En esa impúdica mejilla
que tú has besado, dejará sus huellas
el nácar de mis dientes incisivos!...




La orgía


   ¡Te acuerdas!... Fue una noche deliciosa
Cupido en torno nuestro sonreía,
y en el loco bullicio de la orgía
a tu lado me hallé, tierna y gozosa!

   Dulce vino de Chipre, en la preciosa  5
copa te dio a libar la mano mía;
con mis trémulos brazos te ceñía,
más que nunca incitante y voluptuosa!

   ¡Sentí en la boca un ósculo de fuego!
Después, voluble, con suprema calma  10
te fuiste, sin oír mi blando ruego!

   Mas del beso fugaz quedó la huella,
¡ y aun palpita, encendido, aquí en mi alma,
como en cielo nocturno, ardiente estrella!...




Mirene


   ¡Sé que Mirene, la gentil romana,
conmigo tan rebelde, tan esquiva,
anoche te entregó la siempreviva
con que su seno espléndido engalana!

   Pero más frágil que la flor lozana  5
es la regia beldad que te cautiva!
En Glauco y Antenor yo sé que activa
el fuego impuro de pasión temprana!

   ¡Y qué insensato en tu inconstancia eres!
¡Cómo sin tino y sin razón prefieres  10
la cruel romana a la sensible griega!

   Ella te ordena cuando yo me rindo;
y el amor verdadero -el que te brindo-
no es el que manda, sino aquel que ruega!




Celos


   ¡No me nombres jamás a otras mujeres!
Yo no anhelo saber si tus hermosas
sílfides son, o se parecen diosas...
Las odio a todas porque tú las quieres.

   ¡Cállate, por favor! No más alteres  5
mis sombrías pasiones silenciosas;
cual furias del Averno, tumultuosas
se alzarán contra ti, si me ofendieres!

   Mas perdona... ¡Oh, dolor! Yo bien ansío
doblar el cuello como dulce oveja,  10
y tras el golpe, acariciar tu mano!

   ¡Pero dueña no soy de mi albedrío!
¡Quien manda en mí, y el crimen me aconseja,
es sólo el corazón, el gran tirano!...




Los alfileres


   ¡Mátame sin temor! Yo fui quien puse
más de un fino alfiler en la almohada
de tu Mirene, mi rival odiada,
y su rostro de Venus descompuse.

   ¡Y quieres saber más! después me impuse  5
en su alcoba secreta con Andrada;
y con Cintia y Friné!... Desesperada,
grito, lloro!... Remedios le propuse,

   y aunque atenderla con piedad fingimos,
¡cómo luego a hurtadillas nos reímos!  10
¡Por Júpiter! ¡Qué triunfo! Yo creía

   que todos los placeres conocía,
y el más grande, a una rival temible
la encantadora faz dejarle horrible!...




Confidencias a Frine


   ¡Olvidarlo!... ¿Conoces tú sus besos?
Los que otros te hayan dado, estoy segura
que no tienen la magia, la dulzura
de los que aun viven en mi boca impresos!

   Los de Faón, amiga en los accesos  5
de su fogosa y rápida ternura,
son miel hiblea, rica esencia pura,
locas llamas, divinos embelesos!

   En sus purpúreos labios sonrientes,
son flores del amor primaverales;  10
cual la temprana edad, frescos y ardientes!

   ¡Son, Fridé, cual las fuentes de Juvencio;
vida y placer me dieron a raudales
de las noches de Mayo en el silencio!...




Presentimiento


   Sin fuerzas, ¡oh, Faón!, porque te ama,
es la que llora y a tu puerta expira,
¡alma de fuego que por ti delira!
¡hielo fundido por ardiente llama!

   Soy la mujer que tu verdad proclama,  5
que te persigue y con pasión te admira;
¡así en torno del Sol la Tierra gira
y con su hermoso resplandor te inflama!

   ¿Ves? ¡Ya surge en el Oriente el alba pura!
Cual cintas de oro sobre el mar Egeo,  10
la luz extiende sus guedejas blondas!

   Calma, ¡oh, cruel!, de mi pecho la amargura,
y si no acudes pronto a mi deseo,
tumba he de hallar en las cerúleas ondas!...




Tormento


   Yo no puedo vivir sin contemplarte,
ni puedo ser dichosa sin oírte;
¡alas no tengo ya para seguirte!
¡voces no tengo ya con qué llamarte!

   Quisiera ser voluble para odiarte;  5
quisiera tener fuerzas para huirte;
esquivez y desdenes para herirte;
orgullo y dignidad para olvidarte!

   Mas no me atrevo ningún daño a hacerte
¡yo no puedo dictar fallo de muerte  10
contra el tirano cruel que me tortura!

   Medito mi venganza hora tras hora,
¡y en lo íntimo del pecho que te adora,
para ti, caro bien, sólo hay dulzura!...




Invitación


   La Bacante: -Ya escucho la doliente
lira en que tu alma su pasión deplora...
¡Necia, en verdad, es la mujer que llora
cuando el vino en la copa salta hirviente!

   Si el hombre huye de ti, mi cuerpo siente  5
a tu lado un afán que lo devora!
¡Mira!... con verde pabellón decora
amor un nido entre la sombra ardiente!

   Safo: -¡Qué horror!... ya vuelven tentadores
los placeres que un tiempo que maldigo  10
me hundieron en el fango de la vida!...

   La Bacante: -¿Por qué vanos temores?
¡La dicha sólo encontrarás conmigo!
¡Baco te aguarda! ¡Embriágate y olvida!




Venganza


   Me levanté febril, sin hacer ruido
a media noche; y cautelosamente,
fui a tu estancia, pensando amargamente:
-¡Podré matarlo cuando esté dormido!-

   Por tu abandono el corazón herido,  5
lloraba sangre! Con furor creciente
a ti lleguéme... Te encontré sonriente,
de blanco sueño en el profundo olvido!

   ¡Cuán bello estabas! Por un breve instante,
a la luz de la lámpara, mis ojos  10
vieron de Apolo el poderoso encanto!
¡Entonces recordé que fui tu amante!

   Junto a tu lecho me postré de hinojos,
dejé el puñal y me deshice en llanto!...




La muerte del esclavo


   Por hambre y sed y hondo pavor rendido,
del monte enmarañado en la espesura,
cayó por fin entre la sombra oscura
el miserable siervo perseguido.

   Aún escucha a lo lejos el ladrido  5
del mastín, olfateando en la llanura,
y hasta en los brazos de la muerte dura
del estallante látigo el chasquido.

   Mas de su cuerpo de la masa yerta
no se alzará mi voz conmovedora  10
para decirle: ¡Lázaro, despierta!

   ¡Atleta del dolor, descansa al cabo!
Que el que vive en la muerte nunca llora,
y más vale morir que ser esclavo.




En el entierro de Casal


   Atenta muchedumbre conmovida
ve pasar en silencio reverente,
el sombrío ataúd del que doliente
encontró pocas flores en la vida.

   Llora una juventud desvanecida,  5
el triste eclipse de una luz naciente;
solo allí el envidioso, internamente
a la Muerte le da la bienvenida.

   Enemigo de Dios y de su hechura
lo mismo es Satanás; con loco anhelo  10
llegar quiso hasta Él, y en su amargura

   de gozo cruel su corazón palpita,
cada vez que una nube enturbia el cielo,
cada vez que una rosa se marchita.




ArribaAbajoMaturana, José de

Argentina. Siglo XIX

Poeta.




Las castillas


   Son hermanas de amor, van de la mano
por la estepa del fondo levantino,
llevando en polvoriento pergamino
las memorias del mundo castellano.

   Son dos hidalgas de un orgullo anciano  5
que, en los inermes yunques del destino,
firmes, batieron con afán contino
la vieja cruz del abolengo hispano.

   ¿Viven de ensueños? ¿Cantan añoranzas?
¿No hay un verde racimo de esperanzas  10
que allá en sus viñas desoladas brote?...

   ¡Tal vez la voz del porvenir les grite,
cuando en bien de otros fueros resucite
con otra adarga olímpica el Quijote!




Las dos primaveras


   Rubia y gallarda viene, mostrando en su carruaje
la luz de mil colores y el sol de sus jazmines,
como una blanca Venus de rústicos jardines
a quien las flores todas le rinden vasallaje.

   La mansa maravilla del campo está en su traje,  5
y en su cantar de aurora la voz de los violines...
Tiene los hombros griegos. España va en sus crines,
Italia en sus pupilas y el mundo en su homenaje.

   Tú eres así. Por eso mi potro de conquista
llega a la escalinata del pastoral palacio  10
con la tristeza errante de mi dolor de artista.

   Y tras la primavera que tu placer me arroja,
con la altivez de siempre, te ofrezco su topacio
como una mordedura de mi serpiente roja.




Carne florida


   Puñal de oro, brillante y florentino,
quisiera para hundírtelo en el seno,
y ardiente de pasión, loco sin freno,
tu sangre fuese mi licor más fino.

   Quisiera que tu cuerpo diamantino  5
se convirtiese en flor -nardo sereno-
para aspirar su esencia o su veneno
como postrer caricia del destino.

   Pintor quisiera ser, de tus perfiles,
para verte, desnuda, en los marfiles  10
de algún blanco taller, carne florida;

   y allá en el mármol de tu busto amante,
dejar mi nombre de laurel, triunfante
¡cómo un beso de Sol para la vida!




En la sala de juego


   Rodeada está la mesa de atentos jugadores
sobre el tapete oscuro la luz discreta baja;
cien ponen toda su vida en la baraja
y ella es laca suerte que brinda sus amores.

   Hay un silencio extraño. Los graves talladores  5
revuelven de su mazo la pintoresca faja;
las manos dan posturas, el cerebro trabaja,
y suenan las monedas y fichas de colores.

   Ya así, la muda reina, Fortuna la inconstante,
girando se halla en torno de cada concurrente  10
como en torno a las luces la mariposa errante.

   Y entre monedas, fichas, baraja y suerte loca,
el hombre allí clavado, cual bestia impenitente,
¡no sabe alzar al triunfo la voluntad de roca!




ArribaAbajoMaturana de Gutiérrez, Vicenta

España. Siglo XIX

Poeta.




La resolución


   Funesta palidez cubrió mi frente
y mis ojos sin brillo y conturbados,
al cielo fueron con dolor tornados
cuando tu vil traición miré patente.

   Un hielo se esparció rápidamente  5
por mis miembros sin fuerza y embargados
naciendo mis suspiros contristados,
ecos de amor, del corazón doliente.

   Pero del alma la tenaz fatiga
sentirla pude, pero no expresarla,  10
que no se dará voz que tanto diga.

   Saberla no quisiera, ni ignorarla,
que es su misma grandeza quien me obliga
a la sublime empresa de olvidarla.




ArribaAbajoMayoral Oliver, Fernando

Málaga. Siglo XIX

Poeta y abogado.




La primera cana


   Derramando perfumes y armonía
tendió sus alas sonrosada aurora,
y un rayo de su luz encantadora
al verter claridad me anunció el día.

   Dejé el mullido lecho en que dormía,  5
y en tan risueña y matutina hora
comencé mi «toilette» restauradora,
ante un espejo que en mi cuarto había.

   Mas pronto al descubrir con la mirada
un cabello cual hebra plateada,  10
por el dolor y por el llanto ciego

   dije: ¡Señor! ¡es mi vejez que empieza!...
¿O es que al cubrir la nieve mi cabeza
quiere apagar del corazón el fuego?




ArribaAbajoMedina, Emilio

España. Siglo XIX




El genio


   Yo soy el genio; de mi frente brota
el rayo que ilumina el pensamiento:
con lágrimas mi espíritu sustento,
negra fortuna sin piedad me azota.

   La sangre que en mis venas se alborota,  5
circula a impulso de inmortal aliento;
y consumo mi vida en el tormento,
apurando su hiel gota por gota.

   Si la ambición de gloria en que me agito
rompiera el vaso de su hinchada arteria  10
mi ambición escalara el infinito,

   mas llevo una armadura de materia,
y aunque estremezco al mundo con un grito,
eterno esclavo soy de la miseria.




ArribaAbajoMedina, Pablo

España. Siglo XIX

Sacerdote. Pertenecía al cuerpo castrense.




A Jesús


   Cuando te miro mi Jesús amado
por devolverme la salud con creces,
ansioso de apurar hasta las heces
el cáliz de amargura preparado;

   el cáliz en el cual triste, agobiado,  5
tu voluntad a la del Padre ofreces,
aquel cáliz cruel que tantas veces
he renovado yo por el pecado!

   Cuando te miro pobre, escarnecido,
maltratado, marchando sobre abrojos,  10
cargado por mi bien con un madero,

   y muerto en él, en fin, envilecido,
me parece al ver llanto aún en mis ojos
que con todo mi amor nada te quiero!




ArribaAbajoMejía, Epifanio

Yarumal (Colombia). 1839 - Medellín (Colombia). 1913

Poeta. Perdió la razón en 1870.




Soneto


   Sobre el musgo reseco la serpiente tranquila
fulge al sol, enroscada como rica diadema,
y en su escama vibrátil el zafiro se quema,
la esmeralda se enciende y el topacio rutila.

   Tiemblan lampos de nácar en su roja pupila,  5
que columbra del buitre la asechanza suprema,
y regando el reflejo de una pálida gema,
silbadora y astuta por la grama desfila.

   Van sonando sus crótalos en la gruta silente
donde duerme el monarca de la felpa de raso;  10
un momento relumbra la ondulante serpiente,

   y cuando ágil avanza y en la sombra se interna,
al chispear de dos ojos suena horrendo zarpazo
y un rugido sacude la sagrada caverna.




ArribaAbajoMéndez, Evaristo

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




La montaña


   Ya viste su coraza de nevada el gigante
Tupungato, y duerme en su lecho milenario.
Es un bruñido espejo la nieve y la distante
luna refleja en ella su rostro visionario.

   Precursor de tormentas, da su gran voz vibrante  5
el viento, y va arrastrando por el enorme estuario
del valle, su armonía quejosa y sollozante,
quejosa y sollozante por el enorme estuario...

   De las nubes desfilan las fantásticas tropas;
en retirada llevan sus desgarradas ropas,  10
van despacio, esperando que llegue la luz diurna.

   Y con hondo cansancio, con enorme desvelo,
va tan sólo la luna peregrinando el cielo
en esa formidable desolación nocturna...!




Bohemia infantil


   La tropa vagabunda de pilluelos inicia
su emigración del pueblo, en busca de praderas,
de bosques, de arroyuelos, de sol y de quimeras.
La mañana es el éxodo fraternal y propicia.

   Se creen conquistadores de un país sin noticia  5
o de un mundo lejano. Atraviesan las eras
cortando los caminos, o arrancan las primeras
frutas de Estío. Su libertad les acaricia.

   Y les embriaga. Llegan a un arroyuelo; el sauce
sombrea las orillas del silencioso cauce  10
y en el agua se sienten en su propio elemento.

   Meriendan un yantar escaso, y el regreso
emprenden. Y la hora que oprime con su peso
y que mustia los campos, calla su pensamiento.




Diálogo pastoral


   Es la tarde; el crepúsculo se ha vestido de malva,
y en los trigales rubios glisa el céfiro lento.
Othilia, ¿si algún día yo olvidase tu acento
viendo pasar las nubes...? -La noche tiene su alba.

   -Hay una noche eterna... -Que aun el amor salva.  5
-En tus pupilas verdes hundo mi pensamiento,
¡son un mar!... -Son un mar o son un firmamento...
(El sol se había ocultado tras la montaña calva.)

   -Estas viñas se inclinan a tu paso. La espiga
te saluda, pues sabe que su oro se mitiga  10
al lado de los oros de tu cabello. El Hada

   eres de esta pradera. Yo quiero ser la reina
de tu imperio. (La noche su cabello despeina.)
-¡Quiero crucificarme, Otilia, en tu mirada!




ArribaAbajoMéndez, Luis Augusto

Cuba. Siglo XIX




Soy universal


   Es mi patria la esfera sostenida
por invisible fuerza en el vacío,
y mirar en su faz tan solo ansío
a los hombres vivir natural vida.

   Aspiro a ver la Humanidad unida  5
en un estrecho abrazo en torno mío,
y rodar por el suelo duro y frío
la ambición y la guerra aborrecida.

   Yo soy universal; mi pensamiento,
que abarca la extensión del vago viento,  10
no cabe en la estrechez de una frontera.

   Suelo en él una época de hermanos,
la abolición de siervos y tiranos
y la armonía de la vida entera.




El minero


   Conozco ese trabajo sin reposo,
donde tu pobre cuerpo se destruye
en busca del metal, que prostituye
la conciencia, al magnate poderoso.

   En mis manos también el pico odioso  5
y el hierro que la roca disminuye,
han dejado su huella, que no arguye,
cual quieren hacer ver, vivir honroso.

   Yo sé, por experiencia, que tu vida,
está perpetuamente suspendida  10
sobre el oscuro abismo de la muerte;

   que tarde y mal se abona tu trabajo,
y que eres de los hombres el más bajo
pudiendo ser el más altivo y fuerte.




ArribaAbajoMéndez, Mario

Sevilla. Siglo XIX

Catedrático de Literatura y Delgado Regio de Primera Enseñanza en Madrid.




A Murillo


   ¡Siglo el tuyo cruel! Rayo del cielo,
ahogado por jirón de niebla oscura,
tu espíritu cruzó la tierra impura
en un signo de barbaries bajo el duelo;

   del humo de las piras tras el velo  5
cubrió Dios por no verle, su faz pura,
y en su infinito amor a la criatura
otra vez en tus cuadros bajó al suelo.

   Tu Siglo mata, mientras mueres triste,
el alma en Dios, el corazón en calma,  10
bendiciendo el calvario que subiste.

   Y amando el Arte sin ansiar la palma,
del dolor en las aras ofreciste
la purísima hostia de tu alma.




ArribaAbajoMéndez Roque, Vicente

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Mi soneto


   Mi triste compañera, la Santa Poesía,
esa madrina trágica y terrible y funesta,
me ha enseñado hace tiempo las lágrimas que cuesta
el tener un instante de olvido y de alegría.

   Llevado de la mano de la Melancolía,  5
he subido del mundo por la empinada cuesta,
mas siempre he caminado con mi oriflama enhiesta
aunque el triunfo se aleje y jamás me sonría.

   Las espinas han sido siempre más que las rosas;
pero me han deslumbrado las auroras radiosas  10
y el traicionero encanto del lejano laurel.

   Y al cabo, ¿qué me importan las envidias mezquinas?
¿No tuvo Jesucristo su corona de espinas
su amargo vía-crucis y su esponja con hiel?



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