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ArribaAbajoAlthaus, Clemente

Lima (Perú). 1835 - París. 1881

Poeta hallado en Internet.




A España


   Un día, España, en tu anchuroso imperio,
moviendo el sol el refulgente paso,
jamás hallaba tenebroso ocaso
al ir de un hemisferio a otro hemisferio;

   cual ya al romano, así al valor iberio,  5
el ámbito del orbe vino escaso:
mas a tu antigua majestad, acaso
iguala tu presente vituperio.

   De tal altura a sima tan profunda
te hizo caer del hado la inconstancia,  10
que Roma el mundo te llamó segunda:

   Dad escarmientos a Inglaterra y Francia,
y teman que en abismo igual las hunda
su proterva ambición y su arrogancia.




Deseo


   Pláceme contemplar desde la playa
el infinito mar que me convida
a que del patrio suelo me despida
y a otras riberas venturosas vaya.

   Del lejano horizonte tras la raya,  5
al umbral de otro mundo parecida,
tal vez más dulce placentera vida
y más felices moradores haya.

   Oh naves que a la aurora, al occidente,
al sur partís y al septentrión, ¡quién fuera  10
con vosotras! Mas ¡ay! que solamente

   me es dado vuestra rápida carrera
seguir con la mirada y con la mente:
¡Y la dicha tal vez allá me espera!




A la quina


   Febrífuga corteza, de la humana
enferma gente celestial tesoro,
por el que más que por su plata y oro
el mundo debe a la región peruana:

   ¡Cuántas gracias te rinde el alma ufana!  5
Por ti se enjuga mi encendido lloro;
tú vuelves la salud a la que adoro,
y a su semblante la nativa grana.

   Por ti de nuevo blancos velos viste,
y sus divinas perfecciones muestra  10
a Lima, con su ausencia sola y triste;

   por ti en el baile alegre con su diestra
mi diestra junto, y venturoso enlazo
dejándome llevar en leve abrazo.




Al Perú


   No tanto el rico abono te insolente
que hoy tan famosa te hace cual ya el oro,
que no es eterno, oh patria, tal tesoro
y su fin aceleras imprudente.

   De haberlo poseído vanamente  5
te ha de quedar entonces el desdoro,
y la miseria y el inútil lloro
del que en hora tardía se arrepiente.

   Que, aunque mil fuentes de riquezas tienes,
todas por ésta tu confianza olvida,  10
con que justo será que luego penes:

   Teme que cuenta el Creador te pida
de tantos raros malogrados bienes
de que indigna la tierra te apellida.




A Flérida


   ¿Qué has hecho, ingrata Flérida, qué has hecho?
¡Así a tu amante dejas, y a un anciano
por un vil interés vendes tu mano
a que sólo el amor tiene derecho!

   ¡Ay! ¡qué vida te aguarda! en mesa, en lecho,  5
doquier al lado de ese espectro humano,
tu dulce amante extrañarás en vano,
que no se vende con la mano el pecho.

   No marmóreo palacio, áurea carraza,
claros diamantes, ni real boato  10
la pena aliviarán que te destroza:

   mas que tal vida y el continuo trato
de tu odiado consorte, en pobre choza
con tu amante vivir te fuera grato.




A Lope de Vega


   ¡Salve, gran Lope, de la tierra espanto,
de España eterno honor, oh el más fecundo
de cuantos vates vio jamás el mundo
y la Gloria endiosó en su templo santo!

   Si a tu tan fácil vena, a caudal tanto,  5
arte correspondiera más profundo,
si par te declarara, y sin segundo
el dios augusto que preside al canto.

   ¡Cuántas veces tu rica fantasía
las tres jornadas animó de un drama  10
en el pasmoso término de un día!

   Y aunque imperfectos la Razón los llama,
bástele de tu patria a la ufanía
que de ti sólo lo contó la Fama.




El temblor


   «Temblor» sonó; con subterráneo ruido
velocísimo llega de repente;
moverse el suelo, cual bajel, se siente,
y crujir techo y muro sacudido.

   Con voladora planta sin sentido  5
la calle ocupa la espantada gente,
que se humilla confusa y se arrepiente
y a Dios clama en altísimo alarido.

   Pasa el peligro y rápido se olvida,
al saludable espanto reemplaza  10
la viciosa costumbre de la vida.

   Mas teme, oh Lima, teme a tu enemigo
que, si hoy sólo pasó cual amenaza,
vendrá tal vez mañana cual castigo.




El juicio final


   Ya en el postrero universal juicio
del Juez supremo a la presencia me hallo,
y aguado el justo inapelable fallo
que eterno espera a la virtud y al vicio.

   Mas ¡ay! ¿adverso me será o propicio?  5
¿de Cristo o de Satán seré vasallo?
En duda tan cruel, temblando callo,
más digno que de premio de suplicio.

   Ya las turbas del Juez ha separado,
y el rostro favorable o enemigo  10
al diestro vuelve y al siniestro lado:

   pero yo, justo Dios ¿a quienes sigo,
cuando a la Virtud abras y al Pecado
los palacios del premio y del castigo?




L... a E...


   No siempre triste al contemplarme y serio
en los verdores de mi edad florida,
intentes, bella joven, de mi vida
penetrar el tristísimo misterio.

   De horrendos males cuyo antiguo imperio  5
padece un alma que jamás olvida
sólo me ha de librar la apetecida
profunda eterna paz del cementerio.

   Sí, soy bien desgraciado; más no quieras
tan extraños pesares roedores  10
y desventuras conocer tan fieras:

   es bien que para siempre las ignores,
ni de ellas consolarme tú pudieras,
que consuelo no admiten mis dolores.




La transfiguración


   Ya la gloriosa cumbre del Tabor
atrás dejaron los divinos pies;
nieve la viste, un astro la faz es
que del sol avergüenza el resplandor.

   Así, del alto cielo oh morador,  5
a la diestra del Padre arder lo ves;
y en los aires Elías y Moisés
ciñen un lado y otro del Señor.

   Mientras yacen por tierra, en ademán
de asombro, de pavor y adoración,  10
Pedro, Santiago y el amado Juan:

   ¡Cuándo, oh Señor, en la celeste Sión
sin velo así mis ojos te verán,
si de verte mis ojos dignos son!




A Jesucristo


   ¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
en busca de remedio y de consuelo,
si no a ti, que comprendes nuestro duelo,
del que experiencia tan cruel hiciste,

   cuando la mortal carne que nos viste,  5
te vio vestir el asombrado cielo,
y las miserias del mezquino suelo
todas por larga prueba conociste?

   Me espanta de tu Padre soberano
la majestad tremenda; más contigo,  10
que te muestras tan dulce y tan humano,

   me es dado hablar cual con estrecho amigo,
o cual pudiera hermano con hermano,
y mis dolores íntimos te digo.




La Virgen María


   ¿Qué digna lengua la alabanza entona
de la que, siendo madre, fue doncella?
La adora el ángel, y se mira en ella
cada divina liberal Persona.

   Es diamante sin par de su corona  5
cada más pura rutilante estrella;
luna y sol su triunfante planta huella,
y es el arco Iris su listada zona.

   Alégrate y espera, estirpe humana
que Ésta, del cielo reina poderosa,  10
de los nobles querubes soberana;

   Esta, madre de Dios, de Dios esposa,
no ángel, nació mujer y nuestra hermana,
y en rogar por nosotros no reposa.




A la Virgen


   Virgen, ¿por qué cuando el divino infante
a la tuya su faz junta risueño,
o goza entre tus brazos blando sueño
cubre grave tristeza tu semblante?

   ¡Ay! que ya de tu mente está delante  5
de sus verdugos el airado ceño,
y ya pendiente del infame leño
le ve morir tu corazón amante.

   Que es de tu claridad nube sombría
y a tus placeres todos mezcla duelo  10
de Simeón la triste profecía;

   mas mirarle te de justo consuelo
resucitar en el tercero día,
y en gloria excelsa remontarse al cielo.




El hablador


   Llega, y con tono magistral y grave
de la palabra al punto se apodera,
y empieza a disertar sobre cualquiera
materia, porque todas se las sabe.

   No habla más largo ni seguido el ave  5
que nuestro idioma imite vocinglera;
y aunque su voz apague la ronquera,
ni remota esperanza hay de que acabe.

   Crece en tanto el fastidio, el tiempo pasa,
a despedirse empieza ya la gente,  10
y a tanta reunión la antes escasa

   sala se desocupa, y solamente
con la infeliz señora de la casa
se queda el hablador impertinente.




II


   ¡Hay del que con Don Juan entra en disputa!
de aquel a quien siquiera se le escapa
la réplica menor, pues se reputa
más infalible que el romano Papa.

   Cuanto dice verdad es absoluta  5
que a la misma Verdad la boca tapa,
aunque diga que en Francia está Calcuta
y a Paría ponga en África su mapa.

   Materia en todo para eterna plática
halla, a pesar de su apariencia tísica  10
y de su cruel respiración asmática;

   y desde rudimentos de gramática
hasta la más sublime metafísica
en todo su sentencia da, dogmática.




A una viuda


   En su gruta la fiera, y en su nido
reposa el ave; yace el mar sin olas;
vierte el Sueño doquier sus amapolas
y de los males el sabroso olvido.

   Pero, por más que asalte tu sentido,  5
cerrar no logra tus pupilas solas;
tú solamente su precepto violas,
dando al trabajo lo que suyo ha sido.

   Mas de ti vanamente se querella;
con tan crecida prole, sin esposo,  10
es bien que veles sin cesar por ella;

   y el insomnio prefieras al reposo
con que, viéndote aún joven y bella,
te convida opulento voluptuoso.




A Elena


   Contemplando callaba embelesado,
feliz visitador, a dos doncellas,
tan puras y graciosas como bellas,
y bellas ambas en el mismo grado:

   mas, apenas llegaste, y el estrado  5
alto asiento te diera en medio de ellas,
como ante el sol se apagan las estrellas,
así se oscurecieron a tu lado,

   que, como el mismo sol humanas teas,
así tú, Elena, a las demás mujeres  10
cubres con tu luz fúlgida y afeas.

   Cesan contigo varios pareceres,
y aunque la sola en ignorarlo seas,
tú la beldad de las beldades eres!




II


   Cuando contemplo el delicado velo
que a tu alma bella da digna morada,
y pienso que beldad tan extremada,
de ideal perfección tipo y modelo,

   ha de sentir de la vejez el hielo,  5
y que la Muerte con su mano airada
ha de sumirla en espantosa nada,
de ley tan dura con horror me duelo.

   Mas ¿qué diciendo está mi Musa impía?
¿Alta revelación no me asegura  10
que, gloriosa y más bella todavía,

   la de mí tan amada vestidura
ha de resucitar el postrer día
para unirse de nuevo a tu alma pura?




A España


   ¡Con cuál fiel semejanza, dulce España,
tú sobretodo, bella Andalucía
me representas a la patria mía,
cuyo recuerdo siempre me acompaña!

   Tanto tu idioma al peregrino engaña,  5
de tus hijas la gracia y gallardía
y de tu puro cielo la alegría,
que tal vez no se juzga en tierra extraña.

   Mas presto el llanto a su pupila asoma,
y se aflige de nuevo el pecho amante,  10
cuando, advirtiendo en breve su error vano,

   ve que, aunque en claro cielo, dulce idioma
y bellas hijas ¡ay! tan semejante,
no es este suelo al fin el peruano.




A la muerte de don Pío de Tristán


   Padre segundo de mi madre y mío,
que la cumbre ocupaste del Estado,
luego a lo eterno y santo consagrado,
viviste de la tierra en el desvío:

   tu fin, temprano al mundo, a ti tardío,  5
lamenta el pobre a quien contigo el hado
quitó amparo y sustento y padre amado,
¡Oh en la virtud, como en el nombre, Pío!

   Tu familia a quien fuiste muro fuerte,
y que eterna anhelara tu existencia,  10
su gozo en llanto perennal convierte;

   y a mayor duelo el hada me sentencia,
pues dos años y dos tu acerba muerte
para mí sólo adelantó la ausencia.




A un recuerdo


   ¿Por qué doquiera sin cesar me veo
de ti, triste recuerdo, perseguido,
en vano renovándome el deseo
de volver a gozar el bien perdido?

   ¡Quién las aguas me diera del Leteo  5
donde la paz se bebe del olvido!
¿De qué horrendo delito me hice reo
para dolor tan largo y desmedido?

   Dulce felicidad desvanecida,
de mi memoria perenal castigo,  10
pues me diste tu eterna despedida,

   y lejana esperanza ya no abrigo
de que goce aún mi triste vida,
tu recuerdo perder debí contigo.




A la naturaleza


   Que fiel logre mi verso retratarte
consiénteme, inmortal Naturaleza,
tú que de la verdad y la belleza
eres madre en la ciencia y en el arte.

   Por poco que el mortal de ti se aparte,  5
en su profundad ceguedad tropieza;
mas, nunca escarmentada su flaqueza,
no cesa en todo tiempo de dejarte.

   ¡Cuántos vanos errores a porfía
reinar ves en tus locas criaturas,  10
muertos y renacientes cada día!

   Pasan ellos: tú sola eterna duras,
siempre brindando al Arte ya Sofía
de belleza y verdad las fuentes puras.




Al Amor


Habla una joven


   Oh de la triste humanidad verdugo,
de todo mal origen, Amor ciego,
¿Por qué, di, al que me abrasa en vivo fuego
no amarraste conmigo al mismo yugo?

   ¡Ingrato! un tiempo mi beldad le plugo;  5
mas por otra mujer me olvidó luego
y hoy desdeñada cruel mi humilde ruego,
mi ardiente llanto que jamás enjugo.

   Y en vano esfuerzos y promesas hago
de olvidar a tan bárbaro enemigo  10
por otro que a mi amor de digno pago.

   ¡Ay! que adorarle menos no consigo:
antes le ruego más y más le halago
mientras más desdeñoso está conmigo.




Pigmalión


   Duélese Pigmalión, la vista fija
sin cesar en su amada efigie hermosa,
de que espíritu humano no la rija,
y a Venus que la anime pedir osa.

   De una pasión tan nueva y tan prolija  5
dolida al fin, le concedió la Diosa
que muerte estatua, de sus manos hija,
a sus brazos descienda, viva esposa.

   Así la imagen que mi mente crea,
única a quien adora el alma altiva  10
y que no hay perfección que no posea.

   Divinidad permita compasiva
que, el ser dejando de implacable idea,
en humana mujer se encarne y viva.




A un ateo


   En vano esperas que la oscura nada,
que invocas como madre compasiva,
entero en el sepulcro te reciba,
cuando termines la mortal jornada.

   Te alienta alma inmortal que, de la helada  5
carne donde reside fugitiva,
maravillada de sentirse viva,
de ignoto mundo arrostrará la entrada.

   Ya su asombro y espantos imagino,
cuando, el fallo aguardando que la hiera,  10
se encuentre al pie del tribunal divino,

   y mirando del Dios la faz severa
a quien negó su ciego desatino,
exclame estremecida: ¡Verdad era!




A un cóndor enjaulado


   Un tiempo, allá en el suelo americano,
rey te aclamó la voladora plebe,
y de los Andes la más alta nieve
atrás dejabas en tu vuelo ufano:

   el espacio sin fin del aire vano  5
era tu imperio; mas en cárcel breve
hoy en vano tus alas alza y mueve
tu no perdido instinto soberano.

   ¡Cuánto, al mirarte, oh cóndor, me apiadas
preso, y en suelo, como yo, extranjero!  10
Mas yo pronto a las playas adoradas

   de mi dulce Perú tornar espero,
y tú, blanco curioso a las miradas,
ausente morirás y prisionero.




Dido a Eneas


   Y ¡partes y me dejas enemigo!
Y, por más que a tus plantas en un lago
de lágrimas ardientes me deshago,
¡ablandar tus entrañas no consigo!

   ¡Oh de tanta merced inicuo pago!  5
Aquí náufrago y prófugo y mendigo
llegaste, ingrato, y yo partí contigo
mi lecho y el imperio de Cartago.

   ¡Ah! pues no basta a detenerte nada,
permitan las deidades justicieras  10
que, al presentarse al fin a tu mirada

   de esa tu ansiada Italia las riberas,
súbita tempestad hunda tu armada,
y, como yo, desesperado mueras.

   ¿La misma ya no soy? Y porque ardiente  15
negra viruela mancilló la rosa
de mi mejilla y la nevada frente,
¿ya me huyes y desdeñas por esposa?

   De tu injusta mudanza te arrepiente,
no humillada me dejes y celosa;  20
ven; y, aunque la verdad perdí aparente,
ve que me queda aún un alma hermosa.

   Mas que vivir, si fuerza era perderte,
de tu desdén objeto y de tu espanto,
¡Por qué mi horrible mal no me dio muerte!  25

   Rogarás por mi paz al cielo santo,
y te dolieras de mi triste suerte,
y mi tumba regarás con tu llanto.




A la tierra


   Sé entre todos los astros tú maldito,
triste planeta, por mi airado verso:
de un linaje infeliz cuanto perverso
¡patria fatal que por desdicha habito!

   Entre el número de astros infinito  5
que pueblan el vastísimo universo,
eres, por culpa propia y hado adverso,
el astro del dolor y del delito.

   Antes que suene del querub la trompa,
el ciego choque del cometa airado  10
tu frágil mole estremeciendo rompa:

   ¡Y siga, sin tu globo, lo creado
en concertada majestad y pompa
su eterno movimiento arrebatado!




II


   Perdona, madre Tierra, si me inquieta
alma soberbia, en su ambición osada
menospreciando un tiempo tu morada,
y no quererte por mejor planeta!

   Ya la divina voluntad respeta  5
que a ti la destino, viendo humillada
que no hay mansión ninguna que a su nada
más que la que hoy habita le competa.

   Y no arde acaso en la celeste altura
astro ninguno que de ti diverso  10
sea en estar negado a la ventura:

   acaso en el vastísimo universo,
donde quiera que esté la criatura,
la ley la oprime del destino adverso!




A mi tío el barón don Augusto Althaus


   No expresa mi placer lenguaje humano:
al fin antiguo anhelo he satisfecho,
y entre mis brazos vuestro cuello estrecho,
¡oh de mi padre idolatrado hermano!

   Pero de tanto júbilo a un insano  5
dolor pasa de súbito mi pecho;
y, en encendidas lágrimas deshecho,
pienso en mi padre, y le apellido en vano.

   Pienso que, como a vos en este instante,
nunca abrazarle a su hijo dio la suerte  10
ni conocer su voz y su semblante;

   pienso que, como vos, anciano fuerte,
aún hoy, consuelo de su prole amante,
¡burlar pudiera la terrible muerte!




Al concepto íntimo


   En el rico vastísimo universo
jamás tu objeto se ofreció al sentido,
concepto por mi solo producido,
cuando conmigo en soledad converso.

   ¡Cuántas veces probó a expresarte el verso,  5
porque no yazgas en eterno olvido!
Mas, apenas te dio forma y vestido,
eres en todo ya de ti diverso.

   Si tal cual te concibo te expresara,
nada hay que tanto al universo asombre,  10
cual lo asombrase tu belleza rara:

   vive en lo hondo del alma, sin que el hombre
te penetre jamás, pues no declara
tu misterioso ser cifra ni nombre.




Lucinda


   Aunque tanto Lucinda se arrebola,
muy sabe su espejo que es mulata;
y así presume, tan jetona y ñata,
ser de estire purísima española.

   Cualquiera es a su lado zamba o chola,  5
a quien ensalza posición o plata;
a todas con desdén su orgullo, trata:
la noble, la señora es ella sola.

   A todos sin cesar les cacarea
que, no sé si de un Tello, o de un Fadrique,  10
procede su clarísima ralea:

   y aunque tanto su orgullo lo repique,
unos dicen que vino de Guinea,
y otros de la lanuda Mozambique.




A Dios


   Templa, Señor, tu rigurosa saña,
y a nosotros los ojos ya convierte
de tu dulce piedad; mira a la Muerte
embotar en nosotros su guadaña.

   Nuestro sepulcro cada aurora baña  5
el llanto nuestro, y sin cesar se vierte;
ve a la peruana esposa, al joven fuerte
morir, y a la viuda en tierra extraña.

   Morir en apartado suelo ajeno,
desventura mayor que otra ninguna,  10
excusa a los que viven: oh Dios bueno,
tu piedad a los nuestros nos reúna,

   y nos de tumba en su materno seno
la dulce tierra que nos dio la cuna.




A México


   Desgraciada Nación, tan sólo rea
de ser menor en armas y pujanza,
en cuya reconquista hoy hace alianza
la codicia famélica europea:

   no el universo sucumbir te vea,  5
cual res cobarde, sin blandir la lanza;
y, aunque del triunfo falte la esperanza,
entra en la cruda desigual pelea.

   Cae a lo menos con honor y gloria,
y en el mayor conflicto nunca olvides  10
que es la lucha el deber, no la victoria;

   mas, si defensa la patrimonio pides,
tal vez en ti renovará la Historia
de Salamina y Maratón las lides.




A Colón


   Sigue, sigue, atrevido navegante,
por los mares remotos de occidente:
ni la onda insana, ni la ciega gente
rinda tu fe, ni tu valor espante:

   que, si aún no existe la región gigante  5
que tu adivino corazón presiente,
por ti solo el favor omnipotente
hará que de las ondas se levante.

   Y se presenta al fin; mírala: es ella,
madre del porvenir, Edén segundo,  10
reina del mar y de la tierra estrella;

   la que aislaba el océano profundo,
para que virgen se guardara y bella,
y joven fuera en la vejez del mundo.




Al mismo


   Gloria Suprema del linaje humano,
que al griego excedes y al valor latino,
oh tú en quien plugo al Hacedor divino
juntar sus dones con profusa mano:

   ¡Oh grande vencedor del océano,  5
y vencedor más grande del destino,
descubridor de un mundo y adivino,
tipo ideal del héroe y del cristiano!

   Sin duda el mundo ante grandezas tantas
absorto, y grato a tan heroicas penas,  10
del orbe el cetro colocó a tus plantas...

   Mas ¡ay! de asombro y de dolor me llenas,
cuando indignadas tus cenizas santas
agitan en la tumba tus cadenas.




Idea de Dios


   Cual del náufrago el ánimo desmaya,
que en vano mueve la mirada y mano
en medio del vastísimo océano,
lejos del puerto y de la dulce playa.

   Como el que imprime el pie del Himalaya  5
en la más alta cima, o Ande cano,
que sólo mira en torno el aire vano,
por más que lejos con la vista vaya;

   o como aquel que el cielo remontado
navega el aire en volador navío,  10
que mira por doquier espacio inmenso;

   así todo me abismo y anonado,
sin que te alcance a comprender, Dios mío,
cuando en tu altas perfecciones pienso.




Marta y María


   De Jesús en servicio, todo el día
pena la activa diligente Marta;
mas, absorta escuchándola, María
de sus divinos pies nunca se aparta.

   Dice Marta al Señor: «¿Bien no sería  5
que entrambas el trabajo se reparta?»
Jesús responde: «En complacencia mía
mucho es tu afán, tu diligencia es harta:

   tu respetuosa actividad me agrada;
pero cesa importuna de quejarte  10
de la que yace ante mis pies postrada:

   Magdalena eligió la mejor parte,
la cual por nadie le será quitada,
y nada habrá que de su bien la aparte».




1º de enero de 1863


   Reina en París unánime alegría:
y toda plaza y toda calle suena,
de alborozada muchedumbre llena,
que celebra del año el primer día.

   Mas, solitaria en tanto el alma mía,  5
con el contento, y la ventura ajena,
siente aumentarse su profunda pena,
y su tedio y mortal melancolía.

   En vano la esperanza me halagaba:
para mí ¡ay triste! el año nuevo empieza  10
tan desgraciado cual su hermano acaba:

   ¡aún el mal no remite su crudeza
que mi cuerpo consume, aún gime esclava
el alma del hastío y la tristeza!




La tristeza


   ¡Y será vana mi mortal porfía!
¡Y esta antigua tristeza roedora
jamás de tregua me dará una hora,
tras mí corriendo cual la sombra mía!

   ¡Ay! de la zona tórrida a la fría,  5
del negro ocaso a la brillante aurora,
por cuanto con su luz el sol colora,
me persigue su odiada compañía!

   Fábula son las islas de Fortuna
que ser fingió el antiguo devaneo  10
de la Felicidad morada y cuna.

   ¡Dulce Felicidad! ya en ti no creo;
mas ¡ay de mí! sin esperanza alguna,
te busco eternamente y te deseo!




A una estrella


   ¡Cuán hondas melancólicas ideas
despiertas en el alma dolorida,
lejana estrella que, entre mil perdida,
cual ojo soñoliento pestañeas!

   ¿Por qué tu luz entre tan claras teas,  5
mis tristes ojos sin cesar convida?
¿Por qué lloro al mirarte? de mi vida
¡quizá la estrella misteriosa seas!

   Si: tu sola, cual cirio de agonía,
alumbrabas la noche tenebrosa  10
en que este triste a padecer nacía:

   ¡Ay! que ya cedo al hado que me acosa:
y pronto tú, como mirada pía,
alumbrarás mi solitaria losa.




Mudanza


   «Ni a la Fortuna sus tesoros pido,
ni ya codicio el mando peligroso,
ni de la Gloria el resplandor hermoso
ni el aura vana y popular ruido.

   Ni de insigne beldad, de gracias nido,  5
ser el feliz enamorado esposo:
sólo anhelo las playas del reposo
y el agua soñolienta del olvido».

   Así dije, y eterna despedida
dar a dichas y pompas de este suelo  10
mi alma creyó, del desengaño herida:

   mas ya sacudo de la tumba el hielo,
y ya me torna a alucinar la vida,
¡y amor, fausto y poder y gloria anhelo!




Adiós


   ¿Por qué, por qué te conocí tan tarde?
¿Por qué, si ya no puedes ser tú mía,
sentí, al verte, tan honda simpatía,
y la lengua, al hablar, tembló cobarde?

   Adiós, adiós: no será bien que aguarde  5
que crezca junto a ti de día en día
el crudo fuego que, si ayer nacía,
hoy ya con llamas tan intensas arde.

   Adiós, que amarte yo fuera delito
y de tu gran belleza seductora  10
el fiero riesgo con la ausencia evito:

   que un recuerdo le des tan sólo implora
el que de ti purísimo y bendito
eternamente lo tendrá, Señora.




España


   Juntó la Muerte ante su trono un día
a los ministros do su furia aciaga,
por dar la palma al que, de todos, haga
más fiero el cargo que a su saña fía.

   Fue la sangrienta Guerra a la porfía,  5
el Terremoto que ciudades traga,
Incendio y Hambre y Peste, y cuanta plaga
sirve del mundo a la señora impía.

   El premio horrendo cada cual espera,
indecisa la negra Soberana  10
sus méritos iguales considera;

   mas viene España, y los laureles gana,
que es ella de las plagas la más fiera
y el gran azote de la estirpe humana.




Cuadros


   ¿Visteis, cuando el temblor con improvisa
fuerza se siente al despuntar el alba,
que, como puede cada cual se salva,
sin que a nada lugar le de la prisa?

   saliendo sin zapatos y en camisa,  5
flacas piernas mostrando, y lucía calva,
hacen Crispín y su mujer Grijalva
que en medio del terror nazca la risa.

   ¡Cuánto oculto galán más que de trote
con la infamada joven sale fuera,  10
sin temor de que el público lo note!

   Y hasta se ve salir ¡quién lo creyera!
a todo un venerable sacerdote
¡de la impura mansión de una ramera!




Dafne y Apolo


   Al Céfiro venciendo en ligereza
del impaciente enamorado Apolo
huye la ninfa con artero dolo
para encenderlo más con su esquiveza:

   al fin alcanza el dios a la belleza,  5
que el Amor con sus alas socorriolo;
mas ¡ay! que al abrazarla, abraza sólo
de un árbol la durísima corteza.

   Dafne es toda mujer: oh ciego amante,
que ves de Apolo la funesta suerte,  10
teme, teme desdicha semejante.

   ¡En huir la hermosura se divierte,
y al abrazarla el pecho palpitante,
en insensible tronco se convierte!




Éxtasis


   Sobre el vasto universo adormecido
brilla en silencio la serena luna;
duerme la mar cual plácida laguna,
y suspenden las auras su gemido.

   Todo calla en redor: ningún ruido  5
de la naturaleza, voz ninguna
de los dormidos hombre importuna,
en tanta paz, el solitario oído.

   Y en la profunda misteriosa calma
de la tierra, del aire y océano,  10
el oído interior levanta el alma;

   y poseída de ferviente anhelo,
oír espera algún rumor lejano
de la inefable música del cielo.




Al Petrarca


   ¡Bendita sea la feliz tibieza
con que, celosa de su pura fama,
pagó tu amor la aviñonense dama
que igualó su virtud con su belleza!

   ¡Benditos el rigor y la esquiveza  5
que acrisolaron tu amorosa llama,
y te valieron la gloriosa rama
que hoy enguirnalda tu feliz cabeza!

   Así Apolo que a Dafne perseguía
cuando a abrazarla llega, sus congojas  10
sienten de un árbol la corteza fría.

   Mas en sus ramas la deidad doliente
halla las verdes premiadoras hojas,
digna corona de su altiva frente.




Al sueño


   Ven: de la odiada realidad amarga
róbame el doloroso sentimiento,
y de mi vida la insufrible carga
ten, oh Sueño, en tus brazos un momento.

   ¡Ay! que en senda tan áspera y tan larga  5
más grave al hombro cada vez la siento,
y más la cuesta la subida embarga
al pie cansado, cada vez más lento.

   El peso horrible de la vida humana
alíviame esta noche fugitiva,  10
y a recibirle tornaré mañana;

   hasta que al fin, doliente y compasiva,
venga, implorada, tu inmortal hermana
y en su seno piadoso me reciba.




Consuelo


   Enmudece, fatal Filosofía,
que osas demente proclamar que cesa
con el cuerpo en el seno de la huesa
la vida del que vida le infundía.

   Mas ven, y temple la congoja mía,  5
religión santa, tu feliz promesa
que, del sepulcro tras la noche espesa,
la luz nos muestra del eterno día.

   Ven a brindarme el único consuelo
que a mi presente desventura cuadre;  10
alza mi mente y esperanza al cielo:

   y abriendo a un hijo la inmortal morada,
muéstrale en ella a su perdida madre
en un ángel de luz transfigurada.




Al viernes 22 de abril de 1870


   ¡Oh doloroso inolvidable día,
más negro que la noche más oscura!
Tú sellaste mi inmensa desventura,
en ti el sol, se eclipsó de mi alegría.

   Tus lentas horas, en cadena impía,  5
insensibles al ¡ay! de mi ternura,
¡midieron como siglos de amargura,
de mi madre adorada la agonía!

   Sé pues maldito, y entre todos triste,
nunca del astro con la luz te dores  10
que ardiente velo a tus hermanos viste:

   ¡negras nubes y vientos bramadores
te acompañen por siempre, oh tú que fuiste
el Viernes para mí de los dolores.




Al recogerme


   En triste noche, como yo sombría,
vuelvo con lento paso a la morada
alegre ayer, hoy muda y desolada
desde que no la habitas, madre mía.

   ¡A nadie le parece ya tardía  5
mi vuelta, ni conoce mi pisada,
ni con amor sonríe a mi llegada,
ni me pregunta en qué pasé mi día!

   Entro: silencio en donde quier profundo
hallo; voy a tu estancia, y tu desierto  10
callado lecho en lágrimas inundo:

   ¡ningún consuelo en mi dolor advierto,
y al sentirme tan sólo en este mundo,
quisiera, oh madre, como tú, haber muerto!




ArribaAbajoÁlvarez, Miguel de los Santos

España. Siglo XIX

Poeta.




Soneto


   ¡Cuán bella sale la naciente aurora,
del fresco seno de los claros mares!
¡Cuán bello sol se inclina en los altares
de la noche feliz que la enamora!

   ¡Cuán bella es la vespertina hora  5
cuando al son de los rústicos cantares,
vuelve el pastor a sus agrestes lares
y lágrimas de amor la luna llora!

   ¡Cuán bello el cielo azul dora amoroso
a la luz de sus astros nuestra vida!  10
Mas qué hallará que le parezca hermoso

   el que guarda en el alma dolorida,
que halló feo y vacío, y mentiroso
el corazón de una mujer querida!




ArribaAbajoÁlvarez, José Manuel

Cuba. Siglo XIX




La beata


   Con el pesado fardo de las supersticiones,
va viviendo su vida, vida de oscuridad;
es un tipo que tienen todas las religiones,
encarnación humana de la vulgaridad.

   Lleva en la mano izquierda su libro de oraciones  5
y en la mano derecha su rosario... ¡Observad!
tiene dentro del pecho todas las sinrazones,
abomina del mundo y odia la claridad...

   Es la vieja beata de las tocas oscuras,
la que veis de continuo conversando con curas;  10
que cotidianamente anda en las sacristías;

   es la vieja que reza con tono lastimero
y que, cuando se muera, dejará su dinero
para aumentar el número de las capellanías.




ArribaAbajoÁlvarez Henao, Enrique

Colombia. 1871 - 1914




La abeja


   Miniatura del bosque soberano
y consentida del vergel y el viento,
los campos cruza en busca del sustento,
sin perder nunca el colmenar lejano.

   De aquí a la cumbre, de la cumbre al llano,  5
siempre en ágil, continuo movimiento
va y torna, como lo hace el pensamiento
en la colmena del cerebro humano.

   Lo que saca del cáliz de las flores
lo conduce a su celda reducida,  10
y sigue sin descanso sus labores,

   sin saber, ¡ay! que en su vaivén incierto
lleva la miel para la amarga vida
y el blanco cirio para el pobre muerto!




Los tres ladrones


   Época fue de grandes redenciones:
El mundo de dolor estaba henchido
y en Gólgota, en sombras convertido,
se hallaban en sus cruces tres ladrones.

   A un lado, en espantosas contorsiones,  5
se encontraba un ratero empedernido;
en el otro, un ladrón arrepentido,
y en medio el robador de corazones.

   De luto se cubrió la vasta esfera;
Gestas, el malo, se retuerce y gime;  10
Dimas, el bueno, su dolor espera.

   Y el otro, el de la luenga cabellera,
que sufre, que perdona y que redime,
se robó al fin la humanidad entera.




ArribaAbajoÁlvarez Robles, Mariano

España. Siglo XIX - 1908

Poeta. Hallado en Internet.




Soneto


   Entré a comprar turrón, cuando un zapato
se me quedó enganchado en la cortina;
la confitera con su voz divina
me dijo: «Amigo, le cogió a usté el gato».

   «No importa si el turrón lo da barato».  5
le dije al punto, mas la muy ladina
me replicó, taimada, que en Pechina
tocaban las muchachas el silbato.

   «Allá voy a partir, trueco el tintero»,
alegre respondí, por la escopeta,  10
pues pretendo admirar tanto salero.

   Al punto que llegué vi una paleta
de aspecto horrible, cara de puchero...
y me volví tocando la retreta.




I


   Calzábase Justina su zapato,
de su retrete tras la azul cortina,
cuando yo por mirar su faz divina,
me aproximaba cual astuto gato.

   Vi lo que nunca viera tan barato;  5
mas de ello apercibióse la ladina;
y una robusta moza de Pechina
sorprendióme al reclamo de un silbato.

   Arrojóme violenta un gran tintero;
pero echando yo mano a la escopeta  10
apunté tremebundo a su salero;

   de turrón una barra, cual paleta,
sirvió de escudo a su negruz puchero,
y tuve que batir una retreta.




II


   Es mi patrón el Cristo del Zapato,
mi devoción la Virgen de Cortina,
no conozco más ley que la divina,
mi lema es libertad, mi emblema un gato.

   Mi inclinación es siempre a lo barato,  5
mi antipatía a la mujer ladina,
mi mundo no se aleja de Pechina,
y mi música toda es un silbato.

   Mis muebles se reducen al tintero,
mi riqueza consiste en la escopeta,  10
mi vajilla se cifra en el salero.

   En mi fogón no hay más que la paleta
ni más en mi cocina que un puchero;
pero nunca he asistido a una retreta.




ArribaAbajoÁlvarez Sánchez-Surga, Rafael

España. Siglo XIX

Poeta.




Paz y guerra


   Su corazón enardecido late
con desigual medida y rudo empuje,
y entre los pies de su caballo, cruje
cuanto se opone a su feroz embate.

   Blande el acero, clava el acicate,  5
en su negro alazán; no grita, ruge
su enronquecida voz... ¿Hay quién dibuje
la embriaguez del soldado en el combate?

   Embravecido mar parece el alma
del que embriagado en la horrorosa guerra  10
lucha por conseguir sangrienta palma.

   Deploro ese furor, mas no me aterra;
cuando el turbado mar vuelve a su calma
rodea con amor toda la tierra.




ArribaAbajoAmador de los Ríos, José

España. Siglo XIX

Poeta.




Gloria y amor


   En insaciable sed de amor y gloria,
ardió mi pecho en juventud florida;
luché y la noble palma apetecida
puso en mis sienes la inmortal victoria.

   Negra fue en cambio del amor la historia;  5
que el alma triste de su dardo herida,
una esperanza y mil lloró perdida,
en vez del oro hallando vil escoria.

   La nieve empieza a coronar mi frente,
y encendido por ti, de amor abrigo  10
dentro del corazón volcán rugiente.

   Gloria y amor gozar quiero contigo;
mas si la pura fe tu labio miente,
amor y gloria, cual Satán, maldigo.



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