Considerado como
uno de los modernistas de su país, puso fin a su vida
prematuramente.
A un
pesimista
Hay demasiada
sombra en tus visiones,
algo tiene de plácido la
vida;
no todo en la existencia es una
herida
donde brote la sangre a
borbotones.
La lucha tiene
sombra; y las pasiones
5
agonizantes, la ternura
herida,
todo lo amado que al pasar se
olvida,
es fuente de angustiosas
decepciones.
Pero, ¿por
qué dudar, si aún ofrecen,
en el remoto porvenir oscuro,
10
calmas hondas y vividos
cariños,
la ternura
profunda, el beso puro,
y manos de mujer, que amantes
mecen
las cunas sonrosadas de los
niños?
Paisaje
tropical
Magia
ensordecedora vierte al río
en la calma monótona del
viaje,
cuando borra los lejos del
paisaje
la sombra que se extiende en el
vacío.
Oculta en sus
negruras el bohío
5
la maraña tupida, y el
follaje
semeja los calados de un
encaje
al caer del crepúsculo
sombrío.
Venus se enciende
en el espacio puro.
La corriente dormida, una
piragua
10
rompe en su viaje rápido y
seguro,
y con las nubes
el Poniente fragua
otro cielo rosado y verde
oscuro
en los espejos húmedos del
agua.
Taller
moderno
Por el aire del
cuarto saturado
de un olor de vejeces
peregrino,
del crepúsculo el rayo
vespertino
va a desteñir los muebles de
brocado.
El piano
está del caballete al lado,
5
y de un busto de Dante el perfil
fino,
del arabesco azul de un
jarrón chino
medio oculta el dibujo
complicado.
Junto al rojizo
orín de una armadura,
hay un viejo retablo, donde
inquieta
10
brilla la luz del marco en la
moldura.
Y parece clamar
por un poeta
que improvise del cuadro la
pintura
las manchas del color de la
paleta.
Sonetos
negros
Tiene instantes
de intensas amarguras
la sed de idolatrar que el hombre
agita,
del supremo Señor la faz
bendita
ya no ríe del cielo en las
alturas.
Qué poco
logras, Fe, cuando aseguras
5
término a su ansiedad, que
es infinita
y otra vida después do
resucita
y halla un mundo mejor, horas
más puras!
Sin columna de
luz que en el desierto
guíe su paso a punto
conocido,
10
continua el cruel peregrinaje,
para encontrar en
el futuro incierto
las soledades hondas del
olvido
tras las fatigas del penos
viaje.
A
Pombo
Cuando arde el
sol en la mitad del día
su haz de rayos sobre el mundo
riega,
rasga las nubes, la mirada
ciega
e impera sólo en la
extensión vacía.
Mas cuando llega
la tiniebla fría
5
y en el rojo crepúsculo se
entrega,
la negra nube a que ocultarlo
llega
no lo oculta, engrandece su
agonía.
¡Oh! Cantor
de la Edda tentadora,
cantor de la espumosa
catarata,
10
¡es inmensa la lumbre de tu
aurora!
Brilla sobre los
Andes y destella;
el nubarrón que de ocultarte
trata
¡hace tu luz crepuscular
más bella!
A
Ariadna
Mientras que
acaso piensa tu tristeza
en la patria distante y sientes
frío
al mirar donde estás, y el
desvarío
de la fiebre conmueve tu
cabeza,
yo soñando
en tu amor y en tu belleza,
5
amor jamás por mi desgracia
mío
de la profundidad de mi alma,
envío
a la pena un saludo de
terneza.
Si cuando va mi
pensamiento errante
a buscarte en parejas de otro
mundo
10
con la nostalgia se encontrara a
solas
sobre las aguas
de la mar gigante
entre el cielo purísimo y
profundo
y el vaivén infinito de las
olas.
Silva Jiménez de Enciso,
José María
Málaga.
1858 - Madrid. 1906
Poeta y autor
dramático. Estudió en la Facultad de Derecho sin
doctorarse. Fue representante del Teatro de la Princesa de Madrid.
Murió en la miseria y abandonado.
Los
celos
Cuando el amor,
sonrisa de los cielos,
del hermano pensar se
enseñorea,
lleva consigo, cual mortal
presea,
de una vaga inquietud los
desconsuelos.
La duda esparce
sus sombríos velos,
5
de delirio tenaz presa es la
idea
y de amor en que el cielo se
recrea
sucede la tragedia de los
celos.
Por ellos el de
Rávena cegado
del vengador puñal hunde la
hoja
10
de Francesca en el pecho
enamorado.
Orlando, a cielo
y tierra desafía,
y haciendo al mar gemir, Safo se
arroja
de la roca de Léucade
sombría.
Silveira, Vicente
Cuba. Siglo
XIX
La
tarde
¿Ves
Quelina gentil, como desciende
el Sol a ocaso y con
purpúrea tinta,
forma pareja y admirable cinta
sobre esa faja azul, que más
se extiende?
¿Ves
cuanto pajarillo el aire hiende
5
en dirección a la arbolada
quinta
que miramos allí?
¡Qué humano pinta
tanta beldad que el ánima
suspende!
De ese arroyo
que, dulce murmurando
por aquel verde bosque se abre
senda,
10
silvestres florecillas
refrescando,
sentémonos
al margen, cara prenda,
y de nuestros amores
conversando,
la ya próxima noche nos
sorprenda.
María
Ante una hermosa,
cristalina fuente
en cuyo fondo el cielo se
veía,
ayer estaba la gentil
María
contemplando la linfa
transparente.
Del astro rey la
imagen esplendente
5
en el límpido azul
resplandecía
y copiada en el agua se
veía
el rostro de mi amiga,
sonriente.
Yo que a la
margen de la fuente aquella
por acaso tal vez me
encaminara,
10
de espaldas viendo a la gentil
doncella.
Sigiloso a su
lado me acercara:
Miré a la fuente y
encontré más bella
que el Sol y el Cielo la divina
cara.
Simón, Francisco
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
¡Venid,
quijotes...!
¡Venid,
quijotes, del Progreso afines;
preparaos a la carga
tesoneros;
trocad vuestros mandiles por
aceros
al sonoro vibrar de los
clarines...!
¿No
oís...? ¡Ya repercute en los confines
5
la sorda conmoción de los
guerreros
que anónimos y humildes y
sinceros
se improvisan noveles
paladines!
¡Corramos
todos en estrecha alianza
en pos de la soñada
Dulcinea
10
ebrios de apocalíptica
pujanza...!
¡Venid,
nobles quijotes de la Idea,
y a despecho del vulgo, Sancho
Panza,
redenta al fin la Humanidad se
vea!
Sirvent, Blas
España.
Siglo XIX
Poeta.
Soneto
Calzábase
Justina su zapato,
de su retrete tras la azul
cortina,
cuando yo por mirar su faz
divina,
me aproximaba cual astuto
gato.
Vi lo que nunca
viera tan barato;
5
mas de ello apercibióse la
ladina:
y una robusta moza de Pechina
sorprendióme al reclamo de
un silbato.
Arrojóme
violenta un gran tintero;
pero echando yo mano a la
escopeta
10
apunté tremebundo a su
salero.
De turrón
una barra, cual paleta,
sirvió de escudo a su negruz
puchero,
y tuve que batir una retreta.
Soneto
Es mi
patrón el Cristo del Zapato,
mi devoción la Virgen de
Cortina,
no conozco más ley que la
divina,
mi lema es libertad, mi emblema un
gato.
Mi
inclinación es siempre a lo barato,
5
mi antipatía a la mujer
ladina,
mi mundo no se aleja de
Pechina,
y mi música toda es un
silbato.
Mis muebles se
reducen al tintero,
mi riqueza consiste en la
escopeta,
10
mi vajilla se cifra en el
salero.
En mi
fogón no hay más que la paleta
ni más en mi cocina que un
puchero;
pero nunca he asistido a una
retreta.
Smith, Antonio
Venezuela. Siglo
XIX- XX
Poeta hallado en
Internet.
Idilio
Lame con una
lámina argentina
el alba a la montaña
somnolienta;
y cae silenciosamente lenta
con lenidad de besos la
neblina.
La choza en
fuegos róseos se ilumina;
5
la purvia brasa en el fogón
revienta
y una parava de moscas de oro
avienta
en la armoniosa gloria
matutina.
Corre como una
matizada esfera
el gallo tras la hembra que lo
espera
10
en el plumoso lecho de sus
alas...
Y presa en una
sensación divina
sacude voluptuosa la gallina
la plumazón de sus
irídeas galas.
Soffia, José A.
Chile. 1843 -
1886
Conformidad
Por encontrar la
dicha, que en el suelo
tal como la soñó
nadie ha encontrado,
lucha el hombre en el mundo
exasperado
y empeña y gasta su
incesante anhelo.
Si algo logra
alcanzar tras su desvelo,
5
es hacerse a su vez más
desgraciado,
matar la fe, vivir
desengañado
y de inclemencia apostrofar al
cielo.
¿Y
qué es lo que pretende?... ¿En qué
grandeza
finca la dicha y sueña la
fortuna?
10
¿En el mando?... ¿en
la gloria?... ¿en la riqueza?...
¡Oh triple
agitación, lucha importuna!...
¡Feliz aquel que sabe en la
tristeza
que no hay más dicha que no
ansiar ninguna!
Solano, Gustavo
España.
Siglo XIX
Poeta.
Hipérbole
Cuando contemplo
en el revuelto oleaje
al estallar con furia en la
ribera
surgir una radiante primavera
de espumas, que simulan un
encaje;
cuando escucho de
un león la voz salvaje;
5
cuando veo un meteoro en la ancha
esfera
que como ave de luz, en su
carrera
va dejando el fulgor de su
plumaje;
entonces crezco
en mi soberbia, altivo,
y es tal el fuego de la estrofa
mía
10
que se incendia el papel donde la
escribo.
Y es que mi
inspiración en un segundo,
enrojece mi pluma, y bien
podría
con esa pluma iluminar el
mundo.
Soto Borda, Clímaco
Colombia. Siglo
XIX
Poeta.
El soneto
profético
Esto pasa en el
año tres del siglo presente:
de una nevada esteárica a
los rubios reflejos,
en descifrar se empeña
sonetos suyos viejos
y cojos, de tres años, un
bardo decadente.
¡Nada!
¡Ni él mismo sabe lo que soñó su
mente!
5
Está perplejo el que antes a
otros dejó perplejos.
Como olvidó los
símbolos y ve las claves lejos...,
no entiende nada..., nada..., nada
absolutamente.
Vuelve el antiguo
oráculo por la explicable cifra...,
mas tampoco el oráculo sus
enredos descifra
10
y ordénale que a estrofas
claras su afán consagre.
¡Oh,
poetas! Del numen el jugo cristalino
verted en limpias ánforas, y
así del genio el vino
sin mistificaciones nunca
será vinagre.
Sotomayor y Terrazas, Luis de
Extremadura. Siglo
XIX
Poeta.
A un
espejo
¡Cuántas veces los ojos de mi
amada
en ti los míos con
afán buscaron,
y cuántas ¡ay! mis
ojos te robaron
la ardiente reflexión de tu
mirada;
tu luna, espejo
fiel, fue iluminada
5
por miradas de amor que te
quemaron;
dulcísimos suspiros te
empañaron,
expresiones del alma
enamorada!
Hoy te miro
también, mas en la vida
todo pasa; la imagen de mi
bella
10
busco y la lloro, por mi mal
perdida.
No deja un rostro
en el espejo huella;
pero al mirarme en ti, prenda
querida,
pienso mirar a la mujer
aquella.
Suárez, Octavio M.
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
Fue una tarde
muriente...
Fue una tarde
muriente, que el tiempo no ha podido
borrar de mi memoria, cuando
hablamos de amor...
Fue una tarde muriente... ¡Yo
estaba conmovido
borracho de ilusiones, de
ensueño y de dulzor!
Tú,
ocultabas tu hermoso semblante, embellecido
5
más aun por un casto e
infinito rubor
entre tus manos blancas; y tu pecho
oprimido
temblaban asustados tus dos senos
en flor...!
Mas, cuando
lentamente principió la agonía
del Sol que en el radiante
crepúsculo se hundía,
10
cediendo a un imperioso, loco
anhelo sensual,
se unieron
nuestros labios -ansiosos de ternura-,
en un beso más dulce que la
misma Dulzura
y en nuestros corazones
floreció el Ideal...
Suárez Bravo, Ceferino
Oviedo. 1824
Poeta hallado en
Internet.
Recuerdos
¡Te vuelvo
a ver, rincón nunca olvidado,
dulce teatro de mi edad
primera,
valle, río, colina,
placentera,
verde bosque de helechos
tapizado!
¡Paisaje
delicioso, no has cambiado!
5
Mas ¿dónde
está la lente lisonjera
con que te vi, en la hermosa
primavera
de la existencia, de oro y luz
bañado?
En la lata torre
el Ángelus recita
el bronce sacro; piérdese el
sonido
10
del tibio ocaso entre los pliegues
rojos.
Y al mundo de
recuerdos que suscita,
de súbita emoción
sobrecogido,
llanto de amor agólpase a
mis ojos.
Suárez Capalleja, V.
España.
Siglo XIX
Poeta.
Justicia
¿Por
qué guardar con ánimo abatido
resignación estúpida
de oveja
y escarnio necio audaz que te
moteja
lanzar el ¡ay! del Prometeo
herido?
¿Por
qué exhalar del pecho entristecido
5
cobarde ruego, afeminada
queja,
cuando la vil iniquidad te
deja
sin el premio a tu mérito
debido?
Conserva dignidad
en la desgracia,
porque sin ella fueras
delincuente,
10
y si tu genio no logró
obtenerlo,
no te degrades
demandando gracia:
levanta altivo la radiosa
frente;
tienes una gran culpa: ¡el
merecerlo!
Suárez Gómez, Antonio
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
Amelia
Amelia es toda
ensueño; toda romanticismo.
La Diosa de la Carne le negó
sus encantos.
Y está enferma. Delira con
el Catolicismo,
con la Virgen, la Iglesia, los
curas y los Santos.
Personificadora
de un raro pesimismo
5
sufre causas secretas. Tiene a
veces espasmos
como si la llevaran arrastrada a un
abismo
de inquietudes eternas y de
horribles quebrantos.
Ella se
curaría si dejase la Iglesia,
que dio a su facultades una como
anestesia,
10
por obra de la hipócrita
misión sacerdotal.
Y, rebelde a ese
rancio brebaje de sandeces,
fuese mujer tan sólo;
¡que la mujer a veces
cuanto más hembra sea
más sube al Ideal!
Julia
Es soberbia. Es
altiva. Perversamente bella
y de ojos criminales, retadores e
hirientes,
pues sabe que el prodigio de sus
formas descuella
sobre las mundanales bellezas
más ingentes.
Todo es
fragancia, ritmo, fuego y ansias en ella,
5
y su orgullo blasona de arrobar a
las gentes
con su andar de expresiones
incitantes que sella
el originalismo de sus carnes
ardientes.
Pero es
frágil; apenas el soplo del Deseo
la invade, se convierte su
corazón en reo
10
del sanguíneo delito del
Instinto Animal.
Y, hembra
entonces, humilde su vanidad sofoca
como si un alma histérica y
ardientemente loca
fuese en aquel momento su Ser
Espiritual.
Otilia
Es
pequeñita, pero todo en ella es grandeza:
ojos de Madre; labios rojos de
Pecadora;
caderas amplias; senos de incitante
dureza
y cabellera rubia sobre la tez de
mora.
Ella nunca ha
tenido momentos de tristeza
5
y es una frivolilla.
Veréisla a toda hora;
ideando algo malo si parece que
reza
o rumiando algún goce si
parece que llora.
La niña
incomprensible, para mí únicamente
no tiene encrucijadas; sabe que soy
vidente
10
para los pensamientos que
entraña su intención.
Y sólo m
domina con poder absoluto
en los breves instantes en que el
hombre es un bruto.
¡Entonces sí que es
suyo todo mi corazón!
Bofia
Es la mujer
más blanca de cuantas he admirado
y la mujer más buena de
cuantas he querido;
si es grande la belleza de su
cuerpo nevado,
es más la que atesora su Ser
desconocido.
Es, para
mí respeto, como un cáliz sagrado
5
cuyo precioso néctar el Mal
no ha corrompido;
y que con tan unciosa reverencia he
tocado
y que con tanta fiebre de
pasión he bebido.
Cuando la Hora
Roja de la Mujer la llama
y en la sanguínea estancia
de su sexo se inflama,
10
refínase el encanto que
tiene su beldad.
Porque ella es
una artista; ¡y el Arte que engrandece
lo material y abstracto, depura y
embellece
hasta el carnal instante de la
brutalidad!
Teresa
Atesora el
encanto de la hembra bravía
cuyo beso estrangula, cuya caricia
mata,
cuando se desenvuelve su lujuria de
impía
y el deseo su torpe sensualismo
desata.
Tiene cuerpo de
Venus y corazón de ingrata.
5
La seducción es nula para su
altanería,
y el enfado en su grave semblante
se retrata
cuando la hacen objeto de una
galantería.
Su ideal es un
hijo, y en su busca labora,
esperando que llegue para su carne
la hora
10
de abrirse en un milagro de
fructificación.
Porque ella
reconoce la misión de la hembra
y quiere que en su entraña
la fecundante siembra
ejecute su obra de
multiplicación.
Envió
Forjé para
vosotras, Sacerdotisas buenas
que adoráis en el Templo de
la Carne al Amor,
estos versos que fingen argentadas
cadenas,
para estrecharos juntas en un
cuadro de honor.
Mujeres d
embelesos, mieles y savias llenas;
5
permitidme que os brinde mi Copa de
Licor,
que si tiene en su fondo residuos
de mis penas
es porque muchos labios probaron su
sabor.
Recordando las
dádivas de vuestras almas francas
que, en la dulce caricia de
vuestras carnes blancas,
10
sumisas, generosas y buenas me
ofrecisteis,
es fuerza que yo
sienta necesidad de amaros
y con los áureos cetros de
mis lirismo daros
algo que recompense lo mucho que me
disteis.
Suárez Romero, Anselmo
Cuba. Siglo
XIX
El
preludio
Nunca versos
canté: ni el sol brillante
de mi patria adorada cuando
asoma
sobre la ceiba grande de la
loma
ni el resplandor de estrella
rutilante,
ni el agua de los
ríos murmurante,
5
ni aquel áureo matriz que
acaso toma,
ni de la flor gallarda el suave
aroma,
ni música de palmas
extasiante.
Ni mágicas
palabras que algún día
pude escuchar de una mujer
amada,
10
ni sueños santos de virtud y
gloria,
ni horas amargas,
ni horas de alegría,
lograron de mi cítara
callada
el pobre son que exhala tu
memoria.
T.
de Y. M.
España.
Siglo XIX - XX
Poeta. Este soneto
fue publicado en La Revista Católica de
Sevilla.
A la Virgen
María en el día de la Encarnación de
Jesús
Entre celajes de
escarlata y oro
heraldos del albor de fausto
día,
vi al seno descender de Virgen
Pía
¡al Verbo del Señor!
que amante adoro.
De Serafines
sobre egregio coro
5
¡Esplende pura... la sin para
María!
Pues pudo hacerla al Dios que
mundos cría
¡Templo feliz... de su mejor
Tesoro!
¡Oh,
Emperatriz de cuanto el orbe encierra!
¡De la Peral mejor, Concha
celeste!
10
¡Escala que une el Cielo con
la tierra!
Que tu Sol bella
Aurora, luz nos preste.
Y pues hace horda infame a
España guerra,
¡Sálvela, Madre, de
Jesús la hueste...!
Tabares Barlett, José
Santa Cruz de
Tenerife. 1850-1921
A Josefina de
Ascanio
Desde la crencha
de tu oscuro pelo,
que besando acaricia el aura
leve,
hasta el sedoso y transparente
velo
del encaje que roza tu pie
breve;
tus ojos,
brilladores como el cielo;
5
tus manos, lirios de impoluta
nieve;
tus líneas, tus contornos,
son modelo
que en vano el arte a bosquejar se
atreve.
Tu voz, como el
acorde de una lira,
fuente parece que en brezal
suspira;
10
a los ensueños del amor
provoca...
Es tu sonrisa un
mundo de quimeras,
y son las ilusiones
prisioneras
en el hilo de perlas de tu
boca.
Puesta de
sol
El astro de oro,
el luminar del cielo,
en las líquidas ondas se
ocultaba,
la brisa, caprichosa,
jugueteaba
en las selvas oscuras de tu
pelo.
-¡Canta!
-dijiste- con vibrante anhelo!
5
¡Canta esa lumbre excelsa que
se acaba!-
Y en la línea indecisa
fulguraba
del
cárdeno horizonte, sin un velo.
¡Lo recuerdo muy bien! En la
agonía
del celeste volcán, bella
María,
10
miraba yo tu faz
encantadora...
Y ante aquel espectáculo de
muerte.
¡raro contraste!,
parecíame al verte
que despuntaba, espléndida,
la aurora.
La
lechera
Ojos negros,
castaña cabellera;
las mejillas de nieve y
escarlata;
las pomas del amor,
¡cuán bien retrata
su turgente y temblante
delantera!
Miradla, por la
alegre carretera,
5
cuando el naciente sol su luz
dilata,
y a sus rayos el cántaro de
lata
salpicado de helechos
reverbera.
Dibujando
graciosas redondeces,
el percal a sus formas ciñe
a veces
10
el viento caprichoso,
jugueteando...
Desnudo el pie,
la pantorrilla al aire,
y moviendo su cuerpo con
donaire,
oliendo al retamal pasa
cantando.
Remembranza
Marco el postigo
a su hermosura era,
¡ha cincuenta años!
¡con dolor lo digo!
Hoy pasé por su calle y el
postigo
abierto vi, como diciendo:
-¡Espera!-
Ni un
compañero de mi edad primera
5
existe ya, de mi pasión
testigo;
de aquellos que rondábanla
conmigo
por las losas gastadas de la
acera.
¡Ella,
núbil, bajó a la sepultura
llevándose un ensueño
de ventura!
10
Cruzo delante de su hogar
desierto...
Vuelvo
atrás la mirada entristecida,
y se le antoja al alma
dolorida
hoy, el postigo aquel, un nicho
abierto.
Taboada, Luis
Vigo. 1848 -
Madrid. 1906
Poeta y escritor
satírico.
Vuelve a
fingir
Te amé de
noche y te adoré de día;
y amor mintiendo tus ardientes
ojos,
en el ara fatal de tus antojos
quemé la flor de la
existencia mía.
Hoy que el ala
plegó mi fantasía,
5
de una pasión contemplo los
despojos,
y aun pienso en ti, sin que me
cause enojos,
el recuerdo cruel de tu
falsía.
Jamás
nuestros castísimos placeres
sepultará mi mente en el
olvido,
10
ni tu nombre a mi pecho será
extraño...
Pero vuelve a
fingir; di que me quieres,
y buscaré otra vez tu amor
mentido,
aunque me mate un nuevo
desengaño.
Taborga, Benjamín
Santander
(España). 1889 - Buenos Aires. 1918
Muerto en plena
juventud residía desde muy pequeño en Argentina.
San Pablo en
Atenas
Decepcionado y
triste se halla Pablo en Atenas,
donde a predicar vino la gloria del
Mesías;
bajo el sol de estos cielo, en la
luz de estos días,
no ha triunfado el apóstol
de encrespadas melenas.
Las gentes que le
oyeron, demasiado serenas,
5
ante su verbo ardiente
permanecieron frías;
en un helado soplo de suaves
ironías
se apagó el fuego sirio que
corre por sus venas.
Esta ciudad
pagana, que armonía rebosa,
rinde culto a Minerva: la
equilibrada diosa
10
de vestiduras áureas y
refulgente casco.
Y esta ciudad -oh
apóstol decepcionado y triste-
no comprenderá nunca la
visión que tuviste
en una noche oscura, camino de
Damasco.
Tapia y Rivera, Alejandro
Puerto Rico. Siglo
XIX
Poeta hallado en
Internet.
Al digno y sabio
intendente don Alejandro Ramírez
Triste la hermosa
Borinquen gemía
arrastrando la mísera
pobreza,
ella que el don de perenal
riqueza
en sus campos feraces
contenía.
El cielo que
amoroso la quería
5
no pudo consentir en su
terneza
que sufriese tan bárbara
dureza,
la que el yugo del mal no
merecía.
De Power
escuchó la alta plegaria
(del patriótico amor grato
suspiro)
10
y ordenó que a cambiar la
era precaria
en rico
bienestar, fuese Ramiro...
Ramiro bienhechor, tu noble
historia
grabará Puerto Rico en su
memoria.
Los ojos
de...
¿Me
preguntas, pintor, que cómo quiero
que pintes el mirar y la
hermosura
de aquellos ojos do el Edén
fulgura,
de aquellos ojos por qué
vivo y muero?
Copia el fulgor
de matinal lucero,
5
de gacela apacible la dulzura,
de la tórtola amante la
ternura,
el brillo del diamante
lisonjero.
Los habrás
de pintar grandes y vivos
donde luzca la antorcha
bendecida
10
del noble meditar, muy
expresivos,
con dulce
vaguedad indefinida;
¿quieres darles aún
más atractivos
de apasionado amor? dales la
vida.
Tejón Rodríguez, Juan
Málaga.
1833 - 1894
Poeta y escritor.
Residió varios años en Madrid.
Fin de
siècle
En cafés,
en teatros y hasta en misa
la enferma sociedad se agita y
miente,
oculta su pensar gozo
aparente,
disfraza sus afanes la
sonrisa.
Es su marca de
fábrica o divisa
5
«Moralidad» impresa en
cada frente,
y la soberbia márcala en su
ambiente
y la ambición la impele a
toda prisa.
Bacterias
psicológicas letales
son la astucia, la envidia, la
impureza
10
multiplicando en su organismo
males.
Y como el corcho
oprime la cerveza,
conveniencias hipócritas
sociales
taponan hoy del hombre la
cabeza.
Terre, Leonardo G.
Cuba. Siglos XIX
-XX
Poeta.
Tríptico a lo
imposible
Visión
crepuscular
Por la amplia
avenida que sombrea
la recta hilera de verdosas
frondas,
el auto, velozmente, zigzaguea
en una loca sucesión de
ondas...
El mar se
extiende, en el confín lejano,
5
como una copa azul,
tornasolada;
y en el éter semeja un
aeroplano
un águila caudal
agigantada.
El sol se pliega
-huyéndole a la noche-
como un gran abanico, rojo y
gualda,
10
en el zafiro inmenso del
poniente;
mientras que,
haciendo de mi amor derroche,
al rozarme la seda de tu
falda,
te beso, con los ojos,
locamente...
En el «Parque
japonés»
Cabe el amplio
terreno sin cultivo,
cruzado por soberbias
avenidas,
el «Parque
Japonés» yérguese, altivo,
como un girón de
antigüedades idas...
Una cúpula
ofrece su estructura
5
de exótica y
magnífica belleza;
y, en tanto que contemplo tu
hermosura,
mi corazón, devotamente,
reza...
Lugar de
ensueños, para ensueños hecho:
aquí las frondas de verdor
constante
10
y el césped más
allá, fresco y lozano
y mullido a la
vez cual blando lecho...
¡Vivir aquí, vivir
eternamente,
contigo y con tu amor... como un
hermano!
A «La
imposible»
¿Qué encanto tienes en los labios
rojos,
en los cabellos rubios y
rizados,
y en esos claros y rasgados
ojos
misteriosos, lascivos,
imantados...?
¿Qué encanto tienes, di, que
así iluminas
5
todo cuanto en tus ojos se
retrata...?
¿Qué encanto tienes
tú, que me fascinas?
¿Y qué virtud, que a
tu rigor me ata?
¡Aléjate, mujer...! Son un
martirio
estos sueños de amor, torpes
y raros,
10
este afán de pasión,
que me anonada...!
¡Hablarte a
ti, de amor, es un delirio!
Son muy bellos los mármoles
de Pharos...
¡Pero no sienten... ni
padecen nada!
Teurbe Tolón, Miguel
Cuba. Siglo
XIX
Soneto
De negras sombras
pavoroso manto
lúgubre envuelto el ancho
firmamento:
cruje la ceiba al sacudirla el
viento,
rimbomba el trueno con horrendo
espanto.
Gime la humanidad
y todo cuanto
5
respira ¡ay triste! en tan
fatal momento.
Romperse quiere con fragor
violento
el Orbe todo, ante fracaso
tanto.
Yo entonces solo,
con incierta huella,
busco la salvación
¡oh! si la alcanzo
10
a la trémula luz de alguna
estrella.
Allá en la
oscuridad diviso el puerto...
corro... llego... un abismo
¡Oh, Dios! me lanzo
y al rodar por las peñas me
despierto.
A la bandera
cubana
Galano
pabellón, emblema santo
de gloria y libertad, enseña
y guía
que de Cuba en los campos
algún día
saludado serás con libre
canto.
Bajo tus
pliegues, con sagrado manto,
5
la muerte sin temor te
desafía;
de tu estrella al fulgor, la
tiranía
huye y se esconde en un cobarde
espanto.
Y tú,
noble adalid, canto de guerra,
de patria y libertad, alza
valiente,
10
clavando este estandarte en nuestra
tierra.
Que luzca
siempre, y que por siempre vibre
la espada que en tu mano es rayo
ardiente,
y en el mundo se oirá:
«¡Ya Cuba es libre!»
Mi
propósito
Primero el
corazón en que se anida
mi inmenso amor a Cuba haré
pedazos;
primero romperé mil y mil
lazos,
que me atan al carro de la
vida;
primero del dolor
la copa henchida
5
apuraré hasta el fin en
breves plazos;
primero, como Scévola, mis
brazos
pondré sobre la pira
enrojecida;
primero gota a
gota, lentamente,
proscrito, errante, el suelo
americano
10
regará sin cesar mi lloro
ardiente;
primero mi
verdugo sea mi mano,
que merecer de un déspota
insolente
¡el perdón de ser
libre y ser cubano!
Teurbe Tolón y de la Guardia,
Miguel
Matanzas. Cuba.
1820 - 1857
Poeta hallado en
Internet.
Poesía dedicada
a la bandera
Galano
pabellón, emblema santo
de Gloria y Libertad enseña
y guía
que de Cuba en los campos
algún día
saludado serás con libre
canto.
Bajo tus pliegues
cual sagrado manto,
5
la muerte sin temor te
desafía;
de tu estrella al fulgor la
tiranía,
huye y se esconde a su cobarde
espanto.
Y tú,
noble adalid, canto de guerra,
de Patria y Libertad, alza
valiente,
10
clavando este estandarte en nuestra
tierra
que luzca siempre
y que por siempre vibre,
la espada que en tu mano es rayo
ardiente,
y en el mundo se oirá:
¡Ya Cuba es libre!
Tixe, M. B.
España.
Siglo XIX - XX
Poeta.
Publicó este soneto en La Revista Católica
de Sevilla.
Al redentor
cautivo
Desde el Cielo,
Cautivo del Amor,
el esclavo a salvar, vienes
aquí;
y te prendieron en
Gethsemaní
los mismos de quien eras
Salvador.
Cautiverio, mi
Bien, sufre mayor
5
en el Sagrario, ¡por unirte a
mí!...
Y en Mármora, el tirano
marroquí,
fue luego de tu imagen
opresor.
¡Oh divino
Jesús, mi Amante fiel!
¡Qué me ganaste en la
Cautividad
10
corona inmarcesible de laurel!
Pues Camino eres
Tú, Vida y Verdad,
Porque el alma sea flor de tu
vergel
¡Perdónala
Señor!... ¡piedad! ¡piedad!.
Torre, Juan A. de
Guadalcanal
(Sevilla). Siglo XIX
Poeta y escritor.
Desterrado en Málaga por sus escritos. Esposo de la poetisa
Aurora Fuster.
Suum cuique
No, no maldigas
tu infelice suerte
porque al fin nos separen, alma
mía;
merecido es el mal que Dios
envía,
y yo sé que merezco el de
perderte.
Buscando una
razón a mal tan fuerte
5
así, loco de amor, yo
discurría
y encontrar en mis culpas
pretendía
la triste causa de mi triste
suerte.
Mas no le queda
al mísero consuelo
de encontrar en las faltas del
pasado
10
una razón en su presente
duelo.
Yo seré
con justicia condenado:
¿pero no sabe al fin, el
justo cielo,
que tú sufres también
y no has pecado?
Torre, José María de
la
España.
Siglos XIX - XX
Poeta y
escritor.
A
Tula
No es posible
fundir el pensamiento,
ni hay crisol en que el alma,
evaporada,
abandone un momento su morada
y muestre al exterior el
sentimiento.
Es pobre de la
cítara el acento,
5
su oscura vaguedad no expresa
nada,
y silenciosa el alma enamorada
no logra demostrarte lo que
siento.
Mi ser a
idolatrarte se concentra
porque huyó ante el amor la
fantasía,
10
robando el fuego de la mente
inquieta;
y hoy que tanto
te adoro, vida mía,
cuando yo más quisiera ser
poeta
se aleja más de mí la
Poesía.
Torregrosa, Fernando
Puerto Rico.
Siglos XIX - XX
Poeta.
Tus ojos
verdes
Tus ojos me
obsesionan como los de Herodías...
Ciego de exaltaciones y de lujurias
ciego;
entre tus ojos verdes y mis
melancolías
yo deshojo la rosa profunda de mi
ruego...
Embriagado de
anhelos y de fiebres impías,
5
en el mar voluptuoso de tus ojos me
anego...
y siento que florecen las
ansiedades mías
en la divina magia de tu amoroso
fuego.
Bajo el velo
fragante de tu pelo, quisiera
embriagar mis deseos con tu carne
hechicera...
10
y agitarme en tus brazos sensuales
y divinos...
Tú
gritarás entonces como una musa loca,
y yo pondré mis labios sobre
tu roja boca
para que se unifiquen tus mieles y
mis vinos...
Tovar, Alfonso
España.
Siglo XIX
Poeta.
¡Perdónala,
Señor!
No quiero que
comprenda mi amargura
ni que sepa mi pena y mi
tormento:
cuando sucumba a tanta
desventura
muera presa de atroz
remordimiento.
Quiero que piense
en mí y el sentimiento
5
le haga ver, aunque tarde, su
locura:
Quiero trocar en pena su
ventura
y llenar de terror su
pensamiento.
Quiero hacerla
sufrir, martirizarla,
que se agite en hondas
convulsiones
10
y de negros fantasmas
rodearla.
Ella me hace
infeliz con sus traiciones,
quiero morir tan sólo por
matarla
mas te pido, Señor;... que
la perdones!
Trenor, Leopoldo
España.
Siglo XIX
Poeta. Publica en
Valencia en 1911.
Primaveral
Ayer, al florecer
de amor radiante
la dulce primavera de
ilusiones,
dos borrascas con fúnebres
crespones
nublaron de congoja nuestra
mente.
Hoy, en pleno
verano sonriente,
5
de cálidas, vibrantes
afecciones,
de nuevos los siniestros
nubarrones
desgajan fiero rayo en nuestra
frente.
Si nos permite
Dios coger las rosas
tardías del invierno,
¡quién supiera
10
qué tormentas se fraguan
pavorosas:
Mas sabemos que
al fin de la carrera
retoñaran las flores
dolorosas
unidas en eterna primavera!
El secreto de la
vida
Peregrinando
Inquietos
corazón y pensamiento,
por ansia indefinible de
ideales,
dejé al pobre jardín
de mis rosales
y marché peregrino en
seguimiento
de ese ardiente
nostálgico ardimiento.
5
Corrí villas, praderas y
eriales,
preguntado doquiera a los
mortales
que secreto espolea al
sentimiento.
Muchos, en la
dulzura distraída
del goce material, me
motejaron
10
de necio, extravagante e
importuno;
otros, el gran
arcano de la vida
a guisa de sus gustos me
explicaron,
y así fueron diciendo cada
uno.
La voz del
coro
Somos los que
prudente despreciamos
los sueños de la vana
fantasía
y lo que hay en el mundo de
alegría
en loca abnegación no
derrochamos.
Cantando por la
vida caminamos;
5
de la muerte la oscura
lejanía
nos avisa apuremos cada
día
la copa del placer en que
libamos.
Sólo
odiamos lo humilde y lo molesto,
amamos al pasión
enardecida
10
y buscamos reposo en las
harturas;
el secreto es
tener el mejor puesto
en el grato banquete de la
vida
y gozar sin recelos sus
dulzuras.
La voz de la
hermosura
¡Paso al
carro triunfal de la hermosura!
La fortuna, el amor, la humana
historia,
trofeos son que en pos de mi
memoria
esclavizo con grillos de
ternura.
Para mis dardos
no hay coraza dura
5
ni muros que no aplaste mi
victoria;
son los astros del arte, ciencia y
gloria,
satélites que arrastro a la
ventura.
Y así
entre los humanos voy triunfante,
deslumbrando a la loca
fantasía,
10
domeñando a la incauta
muchedumbre;
pero un soplo de
viento en un instante
trueca mi esplendorosa
lozanía
en puñado de infecta
podredumbre.
La voz del
odio
Soy la sierpe
que, oculta entre las flores,
acecha en sueño incauto al
enemigo;
yo la vida en los hombres
atosigo
con el fermento vil de los
rencores.
De airadas
muchedumbres, los hervores
5
avivando cruel sin tregua
sigo;
yo cuanto hay de benéfico
maldigo
y hasta anido letal en los
amores.
A mi rinden su
culto sanguinario
el artero puñal del
asesino,
10
la tea destructora del
sicario.
Mas mi fuerza es
estéril; si el destino
alardeo amparar del
proletario,
sólo es por explotar su
desatino.
La voz del
sabio
Yo del fugaz
cometa al curso errante
en la extensión sin fin
marqué el camino,
y en la gota de agua peregrino
mundo sentí agitarse
palpitante.
Yo
escalaré la cúspide gigante
5
del saber, su secreto sibilino
al universo arrancaré, al
destino
haré torcer su curso
vacilante.
Mas, ¿por
qué voy en pos de lejanías,
de vana luz que el espejismo
finge,
10
con esa sed de Tántalo
insaciable,
si rendido de
inútiles porfías
caigo imponente al pie de alguna
Esfinge
con su eterna sonrisa
indescifrable?
La voz del
monje
No hostigó
la ambición mi noble anhelo
de encontrar la verdad,
rendí mi frente
humillada en el polvo, mi fe
ardiente
encaminó mi pensamiento al
cielo;
y en alas de esa
fe, tanto su vuelo
5
remontó, que las brumas de
la mente
mezquina disipó
resplandeciente
la eterna luz, rasgando el denso
velo.
Desde
allí, con espléndida evidencia,
el enigma insoluble de la
ciencia
10
resuelto contemplé, porque
el humano
entendimiento
olvida en su impotencia
que tan sólo de Dios en la
Omnisciencia
está la clave del sublime
arcano.
La voz del
albriego
Yo soy el
labrador que, entre la dura
costra del erial, con el arado
abro el surco fecundo que ha
regado
mi sudor de trabajo y
amargura.
Amo del campo
pardo la tristura,
5
el inmenso horizonte desolado,
y espero en mis labores,
resignado,
la cosecha tardía e
insegura.
Sólo a lo
lejos con vibrantes sones
un campanario me habla de
consuelo,
10
alentando mis pobre oraciones.
Si encorvan
nuestros huesos hacia el suelo
las fatigas, los toscos
corazones
se elevan confiados hacia el
cielo.
El secreto de la
vida
Y así sigo
mi curso vacilante,
escuchando esas voces que en
rumores
apagan de los años los
rigores
en temida derrota agonizante.
Dejo al sabio,
impotente en su pedante,
5
burlado orgullo; piso a los
rencores
cual reptil venenoso; los
amores
lloran el roto encanto de un
instante.
Miro a la
humanidad en su congojas
caminar abatida entre las
hojas,
10
muestras de la belleza
fenecida.
Sólo de
los humildes en la santa
resignación, voz de
esperanza canta
el secreto inefable de la
vida.
Trueba, Antonio de
Montellano
(Vizcaya). 1819 - Bilbao. 1889
Escritor y
poeta.
Soneto
Véndese en
muchas tiendas como bueno,
en vez de vino, tinta de
campeche,
agua con almidón, en vez de
leche,
en vez de pan, engrudo de
centeno,
en vez de
chocolate o café, cieno;
5
en vez de liebre que a uno le
aproveche,
gato con que uno hasta las tripas
eche,
y en vez de amor, o cosa sí,
veneno.
Si a la voz del
deber hay almas sordas
y no es razón que al
público se mate
10
con celadas que no usan ni las
sordas
de taparrabo y
tez de chocolate,
póngase en cada tienda en
letras gordas:
¡Lasciate ogni speranza, voi
che entrate!
Trujillo Arredondo, Rosa de
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
Los reyes
magos
Los niños
bulliciosos colocan sonrientes
en lechos y balcones zapatos y
cestillos,
y aguardan a los Magos que en
chozas y castillos
ofrenden sus regalos a niños
obedientes.
Las madres
amorosas esperan impacientes
5
el sueño de los
ángeles devotos y sencillos,
y cuando ya se duermen, cual mansos
corderillos,
en cestos y zapatos colocan los
presentes.
En tanto,
silenciosas, las vírgenes ofrecen
cestillos de ilusiones que enfloran
y feneces
10
al paso de los nobles Monarcas
Orientales.
¡y
sueñan desveladas con príncipes gallardos,
con madrigales tiernos de
peregrinos bardos,
gemelos de sus almas, sedientas de
ideales...!
Las uvas de la
dicha
Esperando las
doce, enajenada,
desgranando las uvas con
desvelo,
sueña la musa con el
níveo velo,
evocando una imagen adorada...
Y elevando
ferviente la mirada
5
a la divina Emperatriz del
Cielo,
ruega con fe por el amado
anhelo
que aguarda el alma en el dolor
templada.
Con manto de
zafir, entre las nubes,
surge María en medio de
Querubes
10
por concepción de
mágicos pinceles.
¡Y piensa
ella feliz, que ya triunfante,
él llega ante su
alcázar anhelante,
ofreciéndole mirtos y
laureles...!
Trujillo de la Peña,
Federico
España.
Siglo XIX
Poeta.
A un
navío
Fuiste tú,
roto leño, audaz navío
que arrostraste la cólera
del viento;
¿por qué se
estremeció tu firme asiento
cuando árbol eras, en el
bosque umbrío?
Mostrar quisiste
tu potente brío,
5
y buscando tu orgullo otro
elemento,
te arrojaste en el Ponto
turbulento,
la frente alzando al huracán
bravío:
La tormenta te
ve, ya te amenaza,
llega y te arranca la atrevida
antena,
10
contigo lucha y con furor te
abraza;
y ¡ah
infelice! a la desierta arena
te arroja, y con furor te
despedaza:
¡ve cuánto fue tu
orgullo y es tu pena!
Ubago, Juan B.
Cuba. Siglos XIX -
XX
Poeta.
Tu
abanico
Es temible si
expresa desagrado
con su lenguaje mudo y
allanero;
y es fiel y cariñoso
mensajero
si le lleva un suspiro al ser
amado.
Espada de
Damocles si cerrado
5
amenaza entablar combate
fiero;
y promesa amorosa si ligero
le acaricia con su aire
perfumado.
Si a tu
oído, melódica y sentida,
una frase de amor llega
atrevida,
10
es discreto y oculta tus
sonrojos,
como la nube al
sol, con su paisaje;
pero astuto y traidor, deja a tus
ojos
que miren al revés del
varillaje.
Ugarte Barrientos, Josefa
Málaga.
1854 - 1891
Condesa de
Parcent. Poeta premiada en varios certámenes literarios. A
los 15 años ya escribía.