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ArribaAbajoSilva, José Asunción

Colombia. 1865 - 1896

Considerado como uno de los modernistas de su país, puso fin a su vida prematuramente.




A un pesimista


   Hay demasiada sombra en tus visiones,
algo tiene de plácido la vida;
no todo en la existencia es una herida
donde brote la sangre a borbotones.

   La lucha tiene sombra; y las pasiones  5
agonizantes, la ternura herida,
todo lo amado que al pasar se olvida,
es fuente de angustiosas decepciones.

   Pero, ¿por qué dudar, si aún ofrecen,
en el remoto porvenir oscuro,  10
calmas hondas y vividos cariños,

   la ternura profunda, el beso puro,
y manos de mujer, que amantes mecen
las cunas sonrosadas de los niños?




Paisaje tropical


   Magia ensordecedora vierte al río
en la calma monótona del viaje,
cuando borra los lejos del paisaje
la sombra que se extiende en el vacío.

   Oculta en sus negruras el bohío  5
la maraña tupida, y el follaje
semeja los calados de un encaje
al caer del crepúsculo sombrío.

   Venus se enciende en el espacio puro.
La corriente dormida, una piragua  10
rompe en su viaje rápido y seguro,

   y con las nubes el Poniente fragua
otro cielo rosado y verde oscuro
en los espejos húmedos del agua.




Taller moderno


   Por el aire del cuarto saturado
de un olor de vejeces peregrino,
del crepúsculo el rayo vespertino
va a desteñir los muebles de brocado.

   El piano está del caballete al lado,  5
y de un busto de Dante el perfil fino,
del arabesco azul de un jarrón chino
medio oculta el dibujo complicado.

   Junto al rojizo orín de una armadura,
hay un viejo retablo, donde inquieta  10
brilla la luz del marco en la moldura.

   Y parece clamar por un poeta
que improvise del cuadro la pintura
las manchas del color de la paleta.




Sonetos negros


   Tiene instantes de intensas amarguras
la sed de idolatrar que el hombre agita,
del supremo Señor la faz bendita
ya no ríe del cielo en las alturas.

   Qué poco logras, Fe, cuando aseguras  5
término a su ansiedad, que es infinita
y otra vida después do resucita
y halla un mundo mejor, horas más puras!

   Sin columna de luz que en el desierto
guíe su paso a punto conocido,  10
continua el cruel peregrinaje,

   para encontrar en el futuro incierto
las soledades hondas del olvido
tras las fatigas del penos viaje.




A Pombo


   Cuando arde el sol en la mitad del día
su haz de rayos sobre el mundo riega,
rasga las nubes, la mirada ciega
e impera sólo en la extensión vacía.

   Mas cuando llega la tiniebla fría  5
y en el rojo crepúsculo se entrega,
la negra nube a que ocultarlo llega
no lo oculta, engrandece su agonía.

   ¡Oh! Cantor de la Edda tentadora,
cantor de la espumosa catarata,  10
¡es inmensa la lumbre de tu aurora!

   Brilla sobre los Andes y destella;
el nubarrón que de ocultarte trata
¡hace tu luz crepuscular más bella!




A Ariadna


   Mientras que acaso piensa tu tristeza
en la patria distante y sientes frío
al mirar donde estás, y el desvarío
de la fiebre conmueve tu cabeza,

   yo soñando en tu amor y en tu belleza,  5
amor jamás por mi desgracia mío
de la profundidad de mi alma, envío
a la pena un saludo de terneza.

   Si cuando va mi pensamiento errante
a buscarte en parejas de otro mundo  10
con la nostalgia se encontrara a solas

   sobre las aguas de la mar gigante
entre el cielo purísimo y profundo
y el vaivén infinito de las olas.




ArribaAbajoSilva Jiménez de Enciso, José María

Málaga. 1858 - Madrid. 1906

Poeta y autor dramático. Estudió en la Facultad de Derecho sin doctorarse. Fue representante del Teatro de la Princesa de Madrid. Murió en la miseria y abandonado.




Los celos


   Cuando el amor, sonrisa de los cielos,
del hermano pensar se enseñorea,
lleva consigo, cual mortal presea,
de una vaga inquietud los desconsuelos.

   La duda esparce sus sombríos velos,  5
de delirio tenaz presa es la idea
y de amor en que el cielo se recrea
sucede la tragedia de los celos.

   Por ellos el de Rávena cegado
del vengador puñal hunde la hoja  10
de Francesca en el pecho enamorado.

   Orlando, a cielo y tierra desafía,
y haciendo al mar gemir, Safo se arroja
de la roca de Léucade sombría.




ArribaAbajoSilveira, Vicente

Cuba. Siglo XIX




La tarde


   ¿Ves Quelina gentil, como desciende
el Sol a ocaso y con purpúrea tinta,
forma pareja y admirable cinta
sobre esa faja azul, que más se extiende?

   ¿Ves cuanto pajarillo el aire hiende  5
en dirección a la arbolada quinta
que miramos allí? ¡Qué humano pinta
tanta beldad que el ánima suspende!

   De ese arroyo que, dulce murmurando
por aquel verde bosque se abre senda,  10
silvestres florecillas refrescando,

   sentémonos al margen, cara prenda,
y de nuestros amores conversando,
la ya próxima noche nos sorprenda.




María


   Ante una hermosa, cristalina fuente
en cuyo fondo el cielo se veía,
ayer estaba la gentil María
contemplando la linfa transparente.

   Del astro rey la imagen esplendente  5
en el límpido azul resplandecía
y copiada en el agua se veía
el rostro de mi amiga, sonriente.

   Yo que a la margen de la fuente aquella
por acaso tal vez me encaminara,  10
de espaldas viendo a la gentil doncella.

   Sigiloso a su lado me acercara:
Miré a la fuente y encontré más bella
que el Sol y el Cielo la divina cara.




ArribaAbajoSimón, Francisco

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




¡Venid, quijotes...!


   ¡Venid, quijotes, del Progreso afines;
preparaos a la carga tesoneros;
trocad vuestros mandiles por aceros
al sonoro vibrar de los clarines...!

   ¿No oís...? ¡Ya repercute en los confines  5
la sorda conmoción de los guerreros
que anónimos y humildes y sinceros
se improvisan noveles paladines!

   ¡Corramos todos en estrecha alianza
en pos de la soñada Dulcinea  10
ebrios de apocalíptica pujanza...!

   ¡Venid, nobles quijotes de la Idea,
y a despecho del vulgo, Sancho Panza,
redenta al fin la Humanidad se vea!




ArribaAbajoSirvent, Blas

España. Siglo XIX

Poeta.




Soneto


   Calzábase Justina su zapato,
de su retrete tras la azul cortina,
cuando yo por mirar su faz divina,
me aproximaba cual astuto gato.

   Vi lo que nunca viera tan barato;  5
mas de ello apercibióse la ladina:
y una robusta moza de Pechina
sorprendióme al reclamo de un silbato.

   Arrojóme violenta un gran tintero;
pero echando yo mano a la escopeta  10
apunté tremebundo a su salero.

   De turrón una barra, cual paleta,
sirvió de escudo a su negruz puchero,
y tuve que batir una retreta.




Soneto


   Es mi patrón el Cristo del Zapato,
mi devoción la Virgen de Cortina,
no conozco más ley que la divina,
mi lema es libertad, mi emblema un gato.

   Mi inclinación es siempre a lo barato,  5
mi antipatía a la mujer ladina,
mi mundo no se aleja de Pechina,
y mi música toda es un silbato.

   Mis muebles se reducen al tintero,
mi riqueza consiste en la escopeta,  10
mi vajilla se cifra en el salero.

   En mi fogón no hay más que la paleta
ni más en mi cocina que un puchero;
pero nunca he asistido a una retreta.




ArribaAbajoSmith, Antonio

Venezuela. Siglo XIX- XX

Poeta hallado en Internet.




Idilio


   Lame con una lámina argentina
el alba a la montaña somnolienta;
y cae silenciosamente lenta
con lenidad de besos la neblina.

   La choza en fuegos róseos se ilumina;  5
la purvia brasa en el fogón revienta
y una parava de moscas de oro avienta
en la armoniosa gloria matutina.

   Corre como una matizada esfera
el gallo tras la hembra que lo espera  10
en el plumoso lecho de sus alas...

   Y presa en una sensación divina
sacude voluptuosa la gallina
la plumazón de sus irídeas galas.




ArribaAbajoSoffia, José A.

Chile. 1843 - 1886




Conformidad


   Por encontrar la dicha, que en el suelo
tal como la soñó nadie ha encontrado,
lucha el hombre en el mundo exasperado
y empeña y gasta su incesante anhelo.

   Si algo logra alcanzar tras su desvelo,  5
es hacerse a su vez más desgraciado,
matar la fe, vivir desengañado
y de inclemencia apostrofar al cielo.

   ¿Y qué es lo que pretende?... ¿En qué grandeza
finca la dicha y sueña la fortuna?  10
¿En el mando?... ¿en la gloria?... ¿en la riqueza?...

   ¡Oh triple agitación, lucha importuna!...
¡Feliz aquel que sabe en la tristeza
que no hay más dicha que no ansiar ninguna!




ArribaAbajoSolano, Gustavo

España. Siglo XIX

Poeta.




Hipérbole


   Cuando contemplo en el revuelto oleaje
al estallar con furia en la ribera
surgir una radiante primavera
de espumas, que simulan un encaje;

   cuando escucho de un león la voz salvaje;  5
cuando veo un meteoro en la ancha esfera
que como ave de luz, en su carrera
va dejando el fulgor de su plumaje;

   entonces crezco en mi soberbia, altivo,
y es tal el fuego de la estrofa mía  10
que se incendia el papel donde la escribo.

   Y es que mi inspiración en un segundo,
enrojece mi pluma, y bien podría
con esa pluma iluminar el mundo.




ArribaAbajoSoto Borda, Clímaco

Colombia. Siglo XIX

Poeta.




El soneto profético


   Esto pasa en el año tres del siglo presente:
de una nevada esteárica a los rubios reflejos,
en descifrar se empeña sonetos suyos viejos
y cojos, de tres años, un bardo decadente.

   ¡Nada! ¡Ni él mismo sabe lo que soñó su mente!  5
Está perplejo el que antes a otros dejó perplejos.
Como olvidó los símbolos y ve las claves lejos...,
no entiende nada..., nada..., nada absolutamente.

   Vuelve el antiguo oráculo por la explicable cifra...,
mas tampoco el oráculo sus enredos descifra  10
y ordénale que a estrofas claras su afán consagre.

   ¡Oh, poetas! Del numen el jugo cristalino
verted en limpias ánforas, y así del genio el vino
sin mistificaciones nunca será vinagre.




ArribaAbajoSotomayor y Terrazas, Luis de

Extremadura. Siglo XIX

Poeta.




A un espejo


   ¡Cuántas veces los ojos de mi amada
en ti los míos con afán buscaron,
y cuántas ¡ay! mis ojos te robaron
la ardiente reflexión de tu mirada;

   tu luna, espejo fiel, fue iluminada  5
por miradas de amor que te quemaron;
dulcísimos suspiros te empañaron,
expresiones del alma enamorada!

   Hoy te miro también, mas en la vida
todo pasa; la imagen de mi bella  10
busco y la lloro, por mi mal perdida.

   No deja un rostro en el espejo huella;
pero al mirarme en ti, prenda querida,
pienso mirar a la mujer aquella.




ArribaAbajoSuárez, Octavio M.

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Fue una tarde muriente...


   Fue una tarde muriente, que el tiempo no ha podido
borrar de mi memoria, cuando hablamos de amor...
Fue una tarde muriente... ¡Yo estaba conmovido
borracho de ilusiones, de ensueño y de dulzor!

   Tú, ocultabas tu hermoso semblante, embellecido  5
más aun por un casto e infinito rubor
entre tus manos blancas; y tu pecho oprimido
temblaban asustados tus dos senos en flor...!

   Mas, cuando lentamente principió la agonía
del Sol que en el radiante crepúsculo se hundía,  10
cediendo a un imperioso, loco anhelo sensual,

   se unieron nuestros labios -ansiosos de ternura-,
en un beso más dulce que la misma Dulzura
y en nuestros corazones floreció el Ideal...




ArribaAbajoSuárez Bravo, Ceferino

Oviedo. 1824

Poeta hallado en Internet.




Recuerdos


   ¡Te vuelvo a ver, rincón nunca olvidado,
dulce teatro de mi edad primera,
valle, río, colina, placentera,
verde bosque de helechos tapizado!

   ¡Paisaje delicioso, no has cambiado!  5
Mas ¿dónde está la lente lisonjera
con que te vi, en la hermosa primavera
de la existencia, de oro y luz bañado?

   En la lata torre el Ángelus recita
el bronce sacro; piérdese el sonido  10
del tibio ocaso entre los pliegues rojos.

   Y al mundo de recuerdos que suscita,
de súbita emoción sobrecogido,
llanto de amor agólpase a mis ojos.




ArribaAbajoSuárez Capalleja, V.

España. Siglo XIX

Poeta.




Justicia


   ¿Por qué guardar con ánimo abatido
resignación estúpida de oveja
y escarnio necio audaz que te moteja
lanzar el ¡ay! del Prometeo herido?

   ¿Por qué exhalar del pecho entristecido  5
cobarde ruego, afeminada queja,
cuando la vil iniquidad te deja
sin el premio a tu mérito debido?

   Conserva dignidad en la desgracia,
porque sin ella fueras delincuente,  10
y si tu genio no logró obtenerlo,

   no te degrades demandando gracia:
levanta altivo la radiosa frente;
tienes una gran culpa: ¡el merecerlo!




ArribaAbajoSuárez Gómez, Antonio

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Amelia


   Amelia es toda ensueño; toda romanticismo.
La Diosa de la Carne le negó sus encantos.
Y está enferma. Delira con el Catolicismo,
con la Virgen, la Iglesia, los curas y los Santos.

   Personificadora de un raro pesimismo  5
sufre causas secretas. Tiene a veces espasmos
como si la llevaran arrastrada a un abismo
de inquietudes eternas y de horribles quebrantos.

   Ella se curaría si dejase la Iglesia,
que dio a su facultades una como anestesia,  10
por obra de la hipócrita misión sacerdotal.

   Y, rebelde a ese rancio brebaje de sandeces,
fuese mujer tan sólo; ¡que la mujer a veces
cuanto más hembra sea más sube al Ideal!




Julia


   Es soberbia. Es altiva. Perversamente bella
y de ojos criminales, retadores e hirientes,
pues sabe que el prodigio de sus formas descuella
sobre las mundanales bellezas más ingentes.

   Todo es fragancia, ritmo, fuego y ansias en ella,  5
y su orgullo blasona de arrobar a las gentes
con su andar de expresiones incitantes que sella
el originalismo de sus carnes ardientes.

   Pero es frágil; apenas el soplo del Deseo
la invade, se convierte su corazón en reo  10
del sanguíneo delito del Instinto Animal.

   Y, hembra entonces, humilde su vanidad sofoca
como si un alma histérica y ardientemente loca
fuese en aquel momento su Ser Espiritual.




Otilia


   Es pequeñita, pero todo en ella es grandeza:
ojos de Madre; labios rojos de Pecadora;
caderas amplias; senos de incitante dureza
y cabellera rubia sobre la tez de mora.

   Ella nunca ha tenido momentos de tristeza  5
y es una frivolilla. Veréisla a toda hora;
ideando algo malo si parece que reza
o rumiando algún goce si parece que llora.

   La niña incomprensible, para mí únicamente
no tiene encrucijadas; sabe que soy vidente  10
para los pensamientos que entraña su intención.

   Y sólo m domina con poder absoluto
en los breves instantes en que el hombre es un bruto.
¡Entonces sí que es suyo todo mi corazón!




Bofia


   Es la mujer más blanca de cuantas he admirado
y la mujer más buena de cuantas he querido;
si es grande la belleza de su cuerpo nevado,
es más la que atesora su Ser desconocido.

   Es, para mí respeto, como un cáliz sagrado  5
cuyo precioso néctar el Mal no ha corrompido;
y que con tan unciosa reverencia he tocado
y que con tanta fiebre de pasión he bebido.

   Cuando la Hora Roja de la Mujer la llama
y en la sanguínea estancia de su sexo se inflama,  10
refínase el encanto que tiene su beldad.

   Porque ella es una artista; ¡y el Arte que engrandece
lo material y abstracto, depura y embellece
hasta el carnal instante de la brutalidad!




Teresa


   Atesora el encanto de la hembra bravía
cuyo beso estrangula, cuya caricia mata,
cuando se desenvuelve su lujuria de impía
y el deseo su torpe sensualismo desata.

   Tiene cuerpo de Venus y corazón de ingrata.  5
La seducción es nula para su altanería,
y el enfado en su grave semblante se retrata
cuando la hacen objeto de una galantería.

   Su ideal es un hijo, y en su busca labora,
esperando que llegue para su carne la hora  10
de abrirse en un milagro de fructificación.

   Porque ella reconoce la misión de la hembra
y quiere que en su entraña la fecundante siembra
ejecute su obra de multiplicación.




Envió


   Forjé para vosotras, Sacerdotisas buenas
que adoráis en el Templo de la Carne al Amor,
estos versos que fingen argentadas cadenas,
para estrecharos juntas en un cuadro de honor.

   Mujeres d embelesos, mieles y savias llenas;  5
permitidme que os brinde mi Copa de Licor,
que si tiene en su fondo residuos de mis penas
es porque muchos labios probaron su sabor.

   Recordando las dádivas de vuestras almas francas
que, en la dulce caricia de vuestras carnes blancas,  10
sumisas, generosas y buenas me ofrecisteis,

   es fuerza que yo sienta necesidad de amaros
y con los áureos cetros de mis lirismo daros
algo que recompense lo mucho que me disteis.




ArribaAbajoSuárez Romero, Anselmo

Cuba. Siglo XIX




El preludio


   Nunca versos canté: ni el sol brillante
de mi patria adorada cuando asoma
sobre la ceiba grande de la loma
ni el resplandor de estrella rutilante,

   ni el agua de los ríos murmurante,  5
ni aquel áureo matriz que acaso toma,
ni de la flor gallarda el suave aroma,
ni música de palmas extasiante.

   Ni mágicas palabras que algún día
pude escuchar de una mujer amada,  10
ni sueños santos de virtud y gloria,

   ni horas amargas, ni horas de alegría,
lograron de mi cítara callada
el pobre son que exhala tu memoria.




ArribaAbajoT. de Y. M.

España. Siglo XIX - XX

Poeta. Este soneto fue publicado en La Revista Católica de Sevilla.




A la Virgen María en el día de la Encarnación de Jesús


   Entre celajes de escarlata y oro
heraldos del albor de fausto día,
vi al seno descender de Virgen Pía
¡al Verbo del Señor! que amante adoro.

   De Serafines sobre egregio coro  5
¡Esplende pura... la sin para María!
Pues pudo hacerla al Dios que mundos cría
¡Templo feliz... de su mejor Tesoro!

   ¡Oh, Emperatriz de cuanto el orbe encierra!
¡De la Peral mejor, Concha celeste!  10
¡Escala que une el Cielo con la tierra!

   Que tu Sol bella Aurora, luz nos preste.
Y pues hace horda infame a España guerra,
¡Sálvela, Madre, de Jesús la hueste...!




ArribaAbajoTabares Barlett, José

Santa Cruz de Tenerife. 1850-1921




A Josefina de Ascanio


   Desde la crencha de tu oscuro pelo,
que besando acaricia el aura leve,
hasta el sedoso y transparente velo
del encaje que roza tu pie breve;

   tus ojos, brilladores como el cielo;  5
tus manos, lirios de impoluta nieve;
tus líneas, tus contornos, son modelo
que en vano el arte a bosquejar se atreve.

   Tu voz, como el acorde de una lira,
fuente parece que en brezal suspira;  10
a los ensueños del amor provoca...

   Es tu sonrisa un mundo de quimeras,
y son las ilusiones prisioneras
en el hilo de perlas de tu boca.




Puesta de sol


   El astro de oro, el luminar del cielo,
en las líquidas ondas se ocultaba,
la brisa, caprichosa, jugueteaba
en las selvas oscuras de tu pelo.

   -¡Canta! -dijiste- con vibrante anhelo!  5
¡Canta esa lumbre excelsa que se acaba!-
Y en la línea indecisa fulguraba

   del cárdeno horizonte, sin un velo.
¡Lo recuerdo muy bien! En la agonía
del celeste volcán, bella María,  10

   miraba yo tu faz encantadora...
Y ante aquel espectáculo de muerte.
¡raro contraste!, parecíame al verte
que despuntaba, espléndida, la aurora.




La lechera


   Ojos negros, castaña cabellera;
las mejillas de nieve y escarlata;
las pomas del amor, ¡cuán bien retrata
su turgente y temblante delantera!

   Miradla, por la alegre carretera,  5
cuando el naciente sol su luz dilata,
y a sus rayos el cántaro de lata
salpicado de helechos reverbera.

   Dibujando graciosas redondeces,
el percal a sus formas ciñe a veces  10
el viento caprichoso, jugueteando...

   Desnudo el pie, la pantorrilla al aire,
y moviendo su cuerpo con donaire,
oliendo al retamal pasa cantando.




Remembranza


   Marco el postigo a su hermosura era,
¡ha cincuenta años! ¡con dolor lo digo!
Hoy pasé por su calle y el postigo
abierto vi, como diciendo: -¡Espera!-

   Ni un compañero de mi edad primera  5
existe ya, de mi pasión testigo;
de aquellos que rondábanla conmigo
por las losas gastadas de la acera.

   ¡Ella, núbil, bajó a la sepultura
llevándose un ensueño de ventura!  10
Cruzo delante de su hogar desierto...

   Vuelvo atrás la mirada entristecida,
y se le antoja al alma dolorida
hoy, el postigo aquel, un nicho abierto.




ArribaAbajoTaboada, Luis

Vigo. 1848 - Madrid. 1906

Poeta y escritor satírico.




Vuelve a fingir


   Te amé de noche y te adoré de día;
y amor mintiendo tus ardientes ojos,
en el ara fatal de tus antojos
quemé la flor de la existencia mía.

   Hoy que el ala plegó mi fantasía,  5
de una pasión contemplo los despojos,
y aun pienso en ti, sin que me cause enojos,
el recuerdo cruel de tu falsía.

   Jamás nuestros castísimos placeres
sepultará mi mente en el olvido,  10
ni tu nombre a mi pecho será extraño...

   Pero vuelve a fingir; di que me quieres,
y buscaré otra vez tu amor mentido,
aunque me mate un nuevo desengaño.




ArribaAbajoTaborga, Benjamín

Santander (España). 1889 - Buenos Aires. 1918

Muerto en plena juventud residía desde muy pequeño en Argentina.




San Pablo en Atenas


   Decepcionado y triste se halla Pablo en Atenas,
donde a predicar vino la gloria del Mesías;
bajo el sol de estos cielo, en la luz de estos días,
no ha triunfado el apóstol de encrespadas melenas.

   Las gentes que le oyeron, demasiado serenas,  5
ante su verbo ardiente permanecieron frías;
en un helado soplo de suaves ironías
se apagó el fuego sirio que corre por sus venas.

   Esta ciudad pagana, que armonía rebosa,
rinde culto a Minerva: la equilibrada diosa  10
de vestiduras áureas y refulgente casco.

   Y esta ciudad -oh apóstol decepcionado y triste-
no comprenderá nunca la visión que tuviste
en una noche oscura, camino de Damasco.




ArribaAbajoTapia y Rivera, Alejandro

Puerto Rico. Siglo XIX

Poeta hallado en Internet.




Al digno y sabio intendente don Alejandro Ramírez


   Triste la hermosa Borinquen gemía
arrastrando la mísera pobreza,
ella que el don de perenal riqueza
en sus campos feraces contenía.

   El cielo que amoroso la quería  5
no pudo consentir en su terneza
que sufriese tan bárbara dureza,
la que el yugo del mal no merecía.

   De Power escuchó la alta plegaria
(del patriótico amor grato suspiro)  10
y ordenó que a cambiar la era precaria

   en rico bienestar, fuese Ramiro...
Ramiro bienhechor, tu noble historia
grabará Puerto Rico en su memoria.




Los ojos de...


   ¿Me preguntas, pintor, que cómo quiero
que pintes el mirar y la hermosura
de aquellos ojos do el Edén fulgura,
de aquellos ojos por qué vivo y muero?

   Copia el fulgor de matinal lucero,  5
de gacela apacible la dulzura,
de la tórtola amante la ternura,
el brillo del diamante lisonjero.

   Los habrás de pintar grandes y vivos
donde luzca la antorcha bendecida  10
del noble meditar, muy expresivos,

   con dulce vaguedad indefinida;
¿quieres darles aún más atractivos
de apasionado amor? dales la vida.




ArribaAbajoTejón Rodríguez, Juan

Málaga. 1833 - 1894

Poeta y escritor. Residió varios años en Madrid.




Fin de siècle


   En cafés, en teatros y hasta en misa
la enferma sociedad se agita y miente,
oculta su pensar gozo aparente,
disfraza sus afanes la sonrisa.

   Es su marca de fábrica o divisa  5
«Moralidad» impresa en cada frente,
y la soberbia márcala en su ambiente
y la ambición la impele a toda prisa.

   Bacterias psicológicas letales
son la astucia, la envidia, la impureza  10
multiplicando en su organismo males.

   Y como el corcho oprime la cerveza,
conveniencias hipócritas sociales
taponan hoy del hombre la cabeza.




ArribaAbajoTerre, Leonardo G.

Cuba. Siglos XIX -XX

Poeta.


Tríptico a lo imposible




Visión crepuscular


   Por la amplia avenida que sombrea
la recta hilera de verdosas frondas,
el auto, velozmente, zigzaguea
en una loca sucesión de ondas...

   El mar se extiende, en el confín lejano,  5
como una copa azul, tornasolada;
y en el éter semeja un aeroplano
un águila caudal agigantada.

   El sol se pliega -huyéndole a la noche-
como un gran abanico, rojo y gualda,  10
en el zafiro inmenso del poniente;

   mientras que, haciendo de mi amor derroche,
al rozarme la seda de tu falda,
te beso, con los ojos, locamente...




En el «Parque japonés»


   Cabe el amplio terreno sin cultivo,
cruzado por soberbias avenidas,
el «Parque Japonés» yérguese, altivo,
como un girón de antigüedades idas...

   Una cúpula ofrece su estructura  5
de exótica y magnífica belleza;
y, en tanto que contemplo tu hermosura,
mi corazón, devotamente, reza...

   Lugar de ensueños, para ensueños hecho:
aquí las frondas de verdor constante  10
y el césped más allá, fresco y lozano

   y mullido a la vez cual blando lecho...
¡Vivir aquí, vivir eternamente,
contigo y con tu amor... como un hermano!




A «La imposible»


   ¿Qué encanto tienes en los labios rojos,
en los cabellos rubios y rizados,
y en esos claros y rasgados ojos
misteriosos, lascivos, imantados...?

   ¿Qué encanto tienes, di, que así iluminas  5
todo cuanto en tus ojos se retrata...?
¿Qué encanto tienes tú, que me fascinas?
¿Y qué virtud, que a tu rigor me ata?

   ¡Aléjate, mujer...! Son un martirio
estos sueños de amor, torpes y raros,  10
este afán de pasión, que me anonada...!

   ¡Hablarte a ti, de amor, es un delirio!
Son muy bellos los mármoles de Pharos...
¡Pero no sienten... ni padecen nada!






ArribaAbajoTeurbe Tolón, Miguel

Cuba. Siglo XIX




Soneto


   De negras sombras pavoroso manto
lúgubre envuelto el ancho firmamento:
cruje la ceiba al sacudirla el viento,
rimbomba el trueno con horrendo espanto.

   Gime la humanidad y todo cuanto  5
respira ¡ay triste! en tan fatal momento.
Romperse quiere con fragor violento
el Orbe todo, ante fracaso tanto.

   Yo entonces solo, con incierta huella,
busco la salvación ¡oh! si la alcanzo  10
a la trémula luz de alguna estrella.

   Allá en la oscuridad diviso el puerto...
corro... llego... un abismo ¡Oh, Dios! me lanzo
y al rodar por las peñas me despierto.




A la bandera cubana


   Galano pabellón, emblema santo
de gloria y libertad, enseña y guía
que de Cuba en los campos algún día
saludado serás con libre canto.

   Bajo tus pliegues, con sagrado manto,  5
la muerte sin temor te desafía;
de tu estrella al fulgor, la tiranía
huye y se esconde en un cobarde espanto.

   Y tú, noble adalid, canto de guerra,
de patria y libertad, alza valiente,  10
clavando este estandarte en nuestra tierra.

   Que luzca siempre, y que por siempre vibre
la espada que en tu mano es rayo ardiente,
y en el mundo se oirá: «¡Ya Cuba es libre!»




Mi propósito


   Primero el corazón en que se anida
mi inmenso amor a Cuba haré pedazos;
primero romperé mil y mil lazos,
que me atan al carro de la vida;

   primero del dolor la copa henchida  5
apuraré hasta el fin en breves plazos;
primero, como Scévola, mis brazos
pondré sobre la pira enrojecida;

   primero gota a gota, lentamente,
proscrito, errante, el suelo americano  10
regará sin cesar mi lloro ardiente;

   primero mi verdugo sea mi mano,
que merecer de un déspota insolente
¡el perdón de ser libre y ser cubano!




ArribaAbajoTeurbe Tolón y de la Guardia, Miguel

Matanzas. Cuba. 1820 - 1857

Poeta hallado en Internet.




Poesía dedicada a la bandera


   Galano pabellón, emblema santo
de Gloria y Libertad enseña y guía
que de Cuba en los campos algún día
saludado serás con libre canto.

   Bajo tus pliegues cual sagrado manto,  5
la muerte sin temor te desafía;
de tu estrella al fulgor la tiranía,
huye y se esconde a su cobarde espanto.

   Y tú, noble adalid, canto de guerra,
de Patria y Libertad, alza valiente,  10
clavando este estandarte en nuestra tierra

   que luzca siempre y que por siempre vibre,
la espada que en tu mano es rayo ardiente,
y en el mundo se oirá: ¡Ya Cuba es libre!




ArribaAbajoTixe, M. B.

España. Siglo XIX - XX

Poeta. Publicó este soneto en La Revista Católica de Sevilla.




Al redentor cautivo


   Desde el Cielo, Cautivo del Amor,
el esclavo a salvar, vienes aquí;
y te prendieron en Gethsemaní
los mismos de quien eras Salvador.

   Cautiverio, mi Bien, sufre mayor  5
en el Sagrario, ¡por unirte a mí!...
Y en Mármora, el tirano marroquí,
fue luego de tu imagen opresor.

   ¡Oh divino Jesús, mi Amante fiel!
¡Qué me ganaste en la Cautividad  10
corona inmarcesible de laurel!

   Pues Camino eres Tú, Vida y Verdad,
Porque el alma sea flor de tu vergel
¡Perdónala Señor!... ¡piedad! ¡piedad!.




ArribaAbajoTorre, Juan A. de

Guadalcanal (Sevilla). Siglo XIX

Poeta y escritor. Desterrado en Málaga por sus escritos. Esposo de la poetisa Aurora Fuster.




Suum cuique


   No, no maldigas tu infelice suerte
porque al fin nos separen, alma mía;
merecido es el mal que Dios envía,
y yo sé que merezco el de perderte.

   Buscando una razón a mal tan fuerte  5
así, loco de amor, yo discurría
y encontrar en mis culpas pretendía
la triste causa de mi triste suerte.

   Mas no le queda al mísero consuelo
de encontrar en las faltas del pasado  10
una razón en su presente duelo.

   Yo seré con justicia condenado:
¿pero no sabe al fin, el justo cielo,
que tú sufres también y no has pecado?




ArribaAbajoTorre, José María de la

España. Siglos XIX - XX

Poeta y escritor.




A Tula


   No es posible fundir el pensamiento,
ni hay crisol en que el alma, evaporada,
abandone un momento su morada
y muestre al exterior el sentimiento.

   Es pobre de la cítara el acento,  5
su oscura vaguedad no expresa nada,
y silenciosa el alma enamorada
no logra demostrarte lo que siento.

   Mi ser a idolatrarte se concentra
porque huyó ante el amor la fantasía,  10
robando el fuego de la mente inquieta;

   y hoy que tanto te adoro, vida mía,
cuando yo más quisiera ser poeta
se aleja más de mí la Poesía.




ArribaAbajoTorregrosa, Fernando

Puerto Rico. Siglos XIX - XX

Poeta.




Tus ojos verdes


   Tus ojos me obsesionan como los de Herodías...
Ciego de exaltaciones y de lujurias ciego;
entre tus ojos verdes y mis melancolías
yo deshojo la rosa profunda de mi ruego...

   Embriagado de anhelos y de fiebres impías,  5
en el mar voluptuoso de tus ojos me anego...
y siento que florecen las ansiedades mías
en la divina magia de tu amoroso fuego.

   Bajo el velo fragante de tu pelo, quisiera
embriagar mis deseos con tu carne hechicera...  10
y agitarme en tus brazos sensuales y divinos...

   Tú gritarás entonces como una musa loca,
y yo pondré mis labios sobre tu roja boca
para que se unifiquen tus mieles y mis vinos...




ArribaAbajoTovar, Alfonso

España. Siglo XIX

Poeta.




¡Perdónala, Señor!


   No quiero que comprenda mi amargura
ni que sepa mi pena y mi tormento:
cuando sucumba a tanta desventura
muera presa de atroz remordimiento.

   Quiero que piense en mí y el sentimiento  5
le haga ver, aunque tarde, su locura:
Quiero trocar en pena su ventura
y llenar de terror su pensamiento.

   Quiero hacerla sufrir, martirizarla,
que se agite en hondas convulsiones  10
y de negros fantasmas rodearla.

   Ella me hace infeliz con sus traiciones,
quiero morir tan sólo por matarla
mas te pido, Señor;... que la perdones!




ArribaAbajoTrenor, Leopoldo

España. Siglo XIX

Poeta. Publica en Valencia en 1911.




Primaveral


   Ayer, al florecer de amor radiante
la dulce primavera de ilusiones,
dos borrascas con fúnebres crespones
nublaron de congoja nuestra mente.

   Hoy, en pleno verano sonriente,  5
de cálidas, vibrantes afecciones,
de nuevos los siniestros nubarrones
desgajan fiero rayo en nuestra frente.

   Si nos permite Dios coger las rosas
tardías del invierno, ¡quién supiera  10
qué tormentas se fraguan pavorosas:

   Mas sabemos que al fin de la carrera
retoñaran las flores dolorosas
unidas en eterna primavera!



El secreto de la vida


Peregrinando


   Inquietos corazón y pensamiento,
por ansia indefinible de ideales,
dejé al pobre jardín de mis rosales
y marché peregrino en seguimiento

   de ese ardiente nostálgico ardimiento.  5
Corrí villas, praderas y eriales,
preguntado doquiera a los mortales
que secreto espolea al sentimiento.

   Muchos, en la dulzura distraída
del goce material, me motejaron  10
de necio, extravagante e importuno;

   otros, el gran arcano de la vida
a guisa de sus gustos me explicaron,
y así fueron diciendo cada uno.



La voz del coro


   Somos los que prudente despreciamos
los sueños de la vana fantasía
y lo que hay en el mundo de alegría
en loca abnegación no derrochamos.

   Cantando por la vida caminamos;  5
de la muerte la oscura lejanía
nos avisa apuremos cada día
la copa del placer en que libamos.

   Sólo odiamos lo humilde y lo molesto,
amamos al pasión enardecida  10
y buscamos reposo en las harturas;

   el secreto es tener el mejor puesto
en el grato banquete de la vida
y gozar sin recelos sus dulzuras.



La voz de la hermosura


   ¡Paso al carro triunfal de la hermosura!
La fortuna, el amor, la humana historia,
trofeos son que en pos de mi memoria
esclavizo con grillos de ternura.

   Para mis dardos no hay coraza dura  5
ni muros que no aplaste mi victoria;
son los astros del arte, ciencia y gloria,
satélites que arrastro a la ventura.

   Y así entre los humanos voy triunfante,
deslumbrando a la loca fantasía,  10
domeñando a la incauta muchedumbre;

   pero un soplo de viento en un instante
trueca mi esplendorosa lozanía
en puñado de infecta podredumbre.



La voz del odio


   Soy la sierpe que, oculta entre las flores,
acecha en sueño incauto al enemigo;
yo la vida en los hombres atosigo
con el fermento vil de los rencores.

   De airadas muchedumbres, los hervores  5
avivando cruel sin tregua sigo;
yo cuanto hay de benéfico maldigo
y hasta anido letal en los amores.

   A mi rinden su culto sanguinario
el artero puñal del asesino,  10
la tea destructora del sicario.

   Mas mi fuerza es estéril; si el destino
alardeo amparar del proletario,
sólo es por explotar su desatino.



La voz del sabio


   Yo del fugaz cometa al curso errante
en la extensión sin fin marqué el camino,
y en la gota de agua peregrino
mundo sentí agitarse palpitante.

   Yo escalaré la cúspide gigante  5
del saber, su secreto sibilino
al universo arrancaré, al destino
haré torcer su curso vacilante.

   Mas, ¿por qué voy en pos de lejanías,
de vana luz que el espejismo finge,  10
con esa sed de Tántalo insaciable,

   si rendido de inútiles porfías
caigo imponente al pie de alguna Esfinge
con su eterna sonrisa indescifrable?



La voz del monje


   No hostigó la ambición mi noble anhelo
de encontrar la verdad, rendí mi frente
humillada en el polvo, mi fe ardiente
encaminó mi pensamiento al cielo;

   y en alas de esa fe, tanto su vuelo  5
remontó, que las brumas de la mente
mezquina disipó resplandeciente
la eterna luz, rasgando el denso velo.

   Desde allí, con espléndida evidencia,
el enigma insoluble de la ciencia  10
resuelto contemplé, porque el humano

   entendimiento olvida en su impotencia
que tan sólo de Dios en la Omnisciencia
está la clave del sublime arcano.



La voz del albriego


   Yo soy el labrador que, entre la dura
costra del erial, con el arado
abro el surco fecundo que ha regado
mi sudor de trabajo y amargura.

   Amo del campo pardo la tristura,  5
el inmenso horizonte desolado,
y espero en mis labores, resignado,
la cosecha tardía e insegura.

   Sólo a lo lejos con vibrantes sones
un campanario me habla de consuelo,  10
alentando mis pobre oraciones.

   Si encorvan nuestros huesos hacia el suelo
las fatigas, los toscos corazones
se elevan confiados hacia el cielo.



El secreto de la vida


   Y así sigo mi curso vacilante,
escuchando esas voces que en rumores
apagan de los años los rigores
en temida derrota agonizante.

   Dejo al sabio, impotente en su pedante,  5
burlado orgullo; piso a los rencores
cual reptil venenoso; los amores
lloran el roto encanto de un instante.

   Miro a la humanidad en su congojas
caminar abatida entre las hojas,  10
muestras de la belleza fenecida.

   Sólo de los humildes en la santa
resignación, voz de esperanza canta
el secreto inefable de la vida.




ArribaAbajoTrueba, Antonio de

Montellano (Vizcaya). 1819 - Bilbao. 1889

Escritor y poeta.




Soneto


   Véndese en muchas tiendas como bueno,
en vez de vino, tinta de campeche,
agua con almidón, en vez de leche,
en vez de pan, engrudo de centeno,

   en vez de chocolate o café, cieno;  5
en vez de liebre que a uno le aproveche,
gato con que uno hasta las tripas eche,
y en vez de amor, o cosa sí, veneno.

   Si a la voz del deber hay almas sordas
y no es razón que al público se mate  10
con celadas que no usan ni las sordas

   de taparrabo y tez de chocolate,
póngase en cada tienda en letras gordas:
¡Lasciate ogni speranza, voi che entrate!




ArribaAbajoTrujillo Arredondo, Rosa de

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Los reyes magos


   Los niños bulliciosos colocan sonrientes
en lechos y balcones zapatos y cestillos,
y aguardan a los Magos que en chozas y castillos
ofrenden sus regalos a niños obedientes.

   Las madres amorosas esperan impacientes  5
el sueño de los ángeles devotos y sencillos,
y cuando ya se duermen, cual mansos corderillos,
en cestos y zapatos colocan los presentes.

   En tanto, silenciosas, las vírgenes ofrecen
cestillos de ilusiones que enfloran y feneces  10
al paso de los nobles Monarcas Orientales.

   ¡y sueñan desveladas con príncipes gallardos,
con madrigales tiernos de peregrinos bardos,
gemelos de sus almas, sedientas de ideales...!




Las uvas de la dicha


   Esperando las doce, enajenada,
desgranando las uvas con desvelo,
sueña la musa con el níveo velo,
evocando una imagen adorada...

   Y elevando ferviente la mirada  5
a la divina Emperatriz del Cielo,
ruega con fe por el amado anhelo
que aguarda el alma en el dolor templada.

   Con manto de zafir, entre las nubes,
surge María en medio de Querubes  10
por concepción de mágicos pinceles.

   ¡Y piensa ella feliz, que ya triunfante,
él llega ante su alcázar anhelante,
ofreciéndole mirtos y laureles...!




ArribaAbajoTrujillo de la Peña, Federico

España. Siglo XIX

Poeta.




A un navío


   Fuiste tú, roto leño, audaz navío
que arrostraste la cólera del viento;
¿por qué se estremeció tu firme asiento
cuando árbol eras, en el bosque umbrío?

   Mostrar quisiste tu potente brío,  5
y buscando tu orgullo otro elemento,
te arrojaste en el Ponto turbulento,
la frente alzando al huracán bravío:

   La tormenta te ve, ya te amenaza,
llega y te arranca la atrevida antena,  10
contigo lucha y con furor te abraza;

   y ¡ah infelice! a la desierta arena
te arroja, y con furor te despedaza:
¡ve cuánto fue tu orgullo y es tu pena!




ArribaAbajoUbago, Juan B.

Cuba. Siglos XIX - XX

Poeta.




Tu abanico


   Es temible si expresa desagrado
con su lenguaje mudo y allanero;
y es fiel y cariñoso mensajero
si le lleva un suspiro al ser amado.

   Espada de Damocles si cerrado  5
amenaza entablar combate fiero;
y promesa amorosa si ligero
le acaricia con su aire perfumado.

   Si a tu oído, melódica y sentida,
una frase de amor llega atrevida,  10
es discreto y oculta tus sonrojos,

   como la nube al sol, con su paisaje;
pero astuto y traidor, deja a tus ojos
que miren al revés del varillaje.




ArribaAbajoUgarte Barrientos, Josefa

Málaga. 1854 - 1891

Condesa de Parcent. Poeta premiada en varios certámenes literarios. A los 15 años ya escribía.




Saffo


   Sobre alta roca, desceñido el manto,
los ojos fijos en el claro cielo,
rota la lira sobre el duro suelo,
doliente exhala su postrero canto.

   Absortas de su voz por el encanto,  5
gimen las musas en amargo duelo;
y vierte Saffo con febril anhelo,
triste raudal de inspiración y llanto.

   Llora de amor; el fuego que la inflama
el piélago no apaga, que se extiende  10
sobre sus miembros e iracundo brama.

   Su noble acento, las edades hiende,
que es poco el mar para extinguir la llama
que genio nombran, y que Dios enciende.




Envío


   Si el corazón un rayo me alcanzara
destruyendo mi pecho enamorado;
si un torrente de luz, si un soplo airado
en oscuras cenizas me anegara.

   Si la voz de la muerte levantara  5
todo mi ser en polvo dispersado
y sólo mi memoria en tu costado
la soledad doliente te acercara.

   Si la luz se hace sombra en tu mirada,
si quiebras tu figura dolorosa  10
al anuncio del nombre que era mío,

   volveré del silencio de la nada
de otro mundo, mujer, donde reposa
traspasada mi carne en el vacío.



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