Este siglo tiene
algo especial y muy importante para la cultura de los pueblos que
utilizan el castellano para comunicarse: la fundación de
Academias.
Fue la primera de
todas la Real Academia Española. Fundada por Juan Manuel
Fernández Pacheco, Marqués de Villena. Partidario de
Felipe V, le solicita al rey el permiso correspondiente a finales
de 1713; el rey le autoriza con fecha 3 de octubre de 1714.
Los primeros
Académicos fueron once, entre los que se encontraban nobles,
catedráticos, bibliotecarios, profesores del Colegio
Imperial y el párroco de la iglesia de San Andrés de
Madrid, don Juan Ferreras. Su escudo y sello es un crisol al fuego
con esta leyenda: «Limpia,
fija y da esplendor».
El primer
diccionario que compuso la Academia fue un diccionario de seis
tomos publicados entre 1726 y 1739. En 1771 publica la Gramática castellana, que el
mismo rey Carlos III impone como libro de texto en todos los
centros de enseñanza.
Aunque en algunos
textos se usa para nombrarla el de Real Academia de la Lengua, no
es correcto ya que su verdadero nombre es el de Real Academia
Española.
El abogado de los
Reales Consejos, Julián de Hermosilla, fue el impulsor en
compañía de varios amigos de la Real Academia de la
Historia. Fueron sus primeros Académicos nobles, abogados,
militares, profesores y dos capellanes de la iglesia
madrileña de San Isidro.
El año
1738, Felipe V autoriza su fundación, siendo su primer
director Agustín de Montiano y Luyando, oficial de la
Secretaría de Estado. Guarda fruto de su actividad esta
Academia una colección de documentos originales de la
Historia de España y miles de monedas y medallas
antiguas.
La Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando tuvo su origen en un escultor
italiano llamado Olivieri, que trabajaba para la Corte, al crear
clases de pintura y dibujo. Estas clases se convirtieron con el
tiempo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, creada
en el año 1751 e inaugurada al año siguiente por el
rey Fernando VI.
Por aquella
época aparecieron otras como la Academia del Buen Gusto,
donde se trataba principalmente de poesía, la Academia
Sevillana de Buenas Letras, Academia de Buenas Letras de Barcelona
y la valenciana Real Academia de las Nobles y Bellas Artes de San
Carlos, aprobados sus reglamentos por Fernando VI.
Durante el reinado
de Carlos III, empiezan a funcionar las Sociedades
Económicas de Amigos del País. La primera de ellas
que comenzó a funcionar fue la Real Sociedad Bascongada de
Amigos del País, aprobada por el rey en 1765.
A esta le sigue la
de Real Seminario Patriótico de Vergara, donde por primera
vez se instalaron cátedras de química y
mineralogía.
A la muerte de
Carlos III, su más firme valedor, estas sociedades perdieron
su entusiasmo y fueron desapareciendo, la mayoría por falta
de recursos económicos.
Muchos de los
nombres que aparecen en esta Antología de Sonetos del Siglo
XVIII, fueron miembros de estas Academias y Sociedades,
contribuyendo con sus conocimientos al desarrollo de la cultura
española. Manuel María de Arjona fundó la
Academia de Buenas Letras en Sevilla; Jovellanos, numerario de la
Real Academia Española, 1783; Serafín
Estébanez Calderón, que fundó el Museo de
Pintura y Arte de la Biblioteca Principal de Sevilla; Alberto
Lista, fundador de la Academia de las Buenas Letras; Porcel
Salablanca, académico de la Real Academia Española;
Félix María de Samaniego, numerario de la Real
Academia Española, 1764, que con su tío fundó
la Sociedad Bascongada de Amigos del País, y Alfonso Verdugo
Castilla, académico de las de San Fernando y
Española. Miembros de la Real Academia Española
fueron: Nicasio Álvarez de Cienfuegos, 1801; Juan Bautista
Arriaza, 1821; Manuel Bretón de los Herreros, 1840; Vicente
García de la Huerta, 1760; Francisco Martínez de la
Rosa, 1821; Juan Meléndez Valdés, 1812, y Manuel
José Quintana, 1814.
Aguirre, Juan Bautista
Daule (Ecuador). 1725 -
Tívoli (Italia). 1786
Poeta ecuatoriano
y jesuita.
Viaja a Quito para
recibir su educación que le lleva a la
Compañía de Jesús, donde llega a ser
Catedrático. Como consecuencia de la expulsión
dictada en 1767, transcurre los últimos 30 años de su
vida exiliado en Italia. De tradición barroca, su obra
más conocida es Poema
heroico sobre las acciones y vida de San Ignacio y
Carta a Lizardo. Fue uno de
los mejores poetas ecuatorianos de su época.
Soneto moral
No tienes ya del
tiempo malogrado
en el prolijo afán de tus
pasiones,
sino una sombra, envuelta en
confusiones,
que imprime en tu memoria tu
pecado.
Pasó el
deleite, el tiempo arrebatado
5
aun su imagen borró; las
desazones
de tu inquieta conciencia son
pensiones
que has de pagar perpetuas al
cuidado.
Mas si al tiempo
dejó para tu daño
su huella errante, y sombras al
olvido
10
del que fue gusto y hoy te
sobresalta,
para el futuro
estudia el desengaño
en la imagen del tiempo que has
vivido,
que ella dirá lo poco que te
falta.
A una rosa
I
En catre de
esmeraldas nace altiva
la bella rosa, vanidad de
Flora,
y cuanto en perlas le bebió
a la aurora
cobra en rubís del sol la
luz altiva.
De nacarado
incendio es llama viva
5
que al prado ilustra en fe de que
la adora;
la luz la enciende, el sol sus
hojas dora
con bello nácar de que al
fin la priva.
Rosas,
escarmentad: no presurosas
anheléis a este ardor, que
si autoriza,
10
aniquila también el sol,
¡oh rosas!
Naced y vivir
lentas; no en la prisa
os confundáis, floridas
mariposas,
que es anhelar arder, buscar
ceniza.
II
De púrpura
vestida ha madrugado
con presunción de sol la
rosa bella,
siendo sólo una luz,
purpúrea huella
del matutino pie de astro
nevado.
Más y
más se enrojece con cuidado
5
de brillar más que la
encendió su estrella,
y esto la eclipsa, sin ser ya
centella
que golfo de la luz inundó
al prado.
¿No te
bastaba, oh rosa, tu hermosura?
Pague eclipsada, pues, tu
gentileza
10
el mendigarle al sol la llama
pura;
y escarmienta la
humana en tu belleza,
que si el nativo resplandor se
apura,
la que luz deslumbró para en
pavesa.
Alcalá Galiano, Antonio
Cádiz. 1789 - Madrid.
1865
Escritor, poeta y
político. De ideas liberales, fue uno de los miembros
más activos de las sociedades masónicas establecidas
en Andalucía. Gran orador en las Cortes al ser invadida
España por los franceses, se trasladó con la Corte a
Sevilla. Presidió la sesión de las Cortes en la que
Fernando VII fue declarado incapaz para regir España y se
nombró una Regencia. Al establecerse la monarquía es
condenado a muerte, trasladándose a Inglaterra. En 1834
vuelve a España colaborando como Ministro de Marina. Tras
los sucesos de La Granja (1836) es perseguido de nuevo,
exilándose a Francia. Murió de un ataque de
apoplejía en pleno Consejo de Ministros, tras una
discusión el año 1865.
En el álbum de la
señorita de Gaviria
En el salón
dorado resplandece
en tiesto lindo de soberbia
china,
rica en gala y olor, flor
peregrina
que al pasmo universal su
dueño ofrece.
Y allá
distante pobrecilla crece
5
en el prado que el sol claro
ilumina
entre la hierba inculta y tosca
espina,
bella aunque humilde flor que el
aire mece.
Laura, del
salón regio que admiramos
en hora buena gocen los
primores,
10
pues suyos son sus opulentos
amos.
Pero amemos al
prado con sus flores
si nuestro fue y entre ellos nos
criamos
gozando sus perfumes y
colores.
Alonso, José Vicente
Ávila. 1775 - Granada.
1841
Hizo leyes,
profesor de universidad y periodismo.
El juramento
quebrantado
A Limano
jurábale Filena
guardar la fe que a su
pasión debía;
"antes la luz me falte",
repetía,
y sus promesas escribió en
la arena.
El viento que la
mueve y desordena
5
poco a poco lo escrito
deshacía,
y al verlo la pastora falsa y
fría
de su memoria lo borró sin
pena.
Así la fe
se guarda y asegura
en pecho femenil;`¡qué
documento
10
para quien cifra en ella su
ventura,
si aún la
que ofrece amor con juramento,
cuanto dice y escribe y cuanto
jura,
es arena que mueve cualquier
viento!
Álvarez de Cienfuegos,
Nicasio
Madrid. 1764 - Orthez. 1809
Abogado,
dramaturgo y poeta. Pertenece a la generación
prerromántica. Hizo la carrera de Leyes entre Madrid y
Salamanca, logrando una vez doctorado el puesto como abogado de los
Reales Consejos, dirigiendo La
Gaceta y El
Mercantil. En 1798 publica un volumen con sus
poesías, ingresando al año siguiente en la Real
Academia. Al estallar la guerra de la Independencia contra los
franceses fue condenado por Murat a muerte, siéndole
perdonada esta condena con el destierro a Francia, muriendo a los
pocos días de su llegada.
Soneto a un montañés
No hay quien en la
nobleza a mí me exceda
sobrepujo a los Cerdas y
Quiñónez.
Los Requesens, los Laras, y aun
Borbones
y al fin contrarrestarme no hay
quien pueda.
Soy señor
Montañés, con esto queda
5
dicho todo: resuenan mil
blasones
por remotas y próximas
regiones,
vuele mi fama y a ninguna
ceda.
Los laureles se
quiten luego a Apolo
ya que es mi voluntad, puesto que
quiero
10
que proclamen y ensalcen a
mí solo.
Pues repita la
fama con esmero
desde el uno hasta el otro opuesto
polo
que: Viva el Montañés
aunque Alojero.
Soneto
Por su carrera el
sol iba corriendo
cual acostumbra a hacer todos los
días
y salido, mi Files, aún no
habías
para irte con tus soles
encubriendo.
Yo me estaba
allá adentro consumiendo
5
al ver que tú de casa no
salías
y por lo mismo el sol no
oscurecías
antes bien le dejabas ir
luciendo.
Mas al fin
advertí ya venturoso
que ibas por la escalera ya
bajando.
10
Saliste pues al fin con traje
airoso,
quédeme al
sol atento yo mirando
y noto ¡caso raro y
prodigioso!
que como antes seguí
iluminando.
Soneto a un valiente andaluz
Narices y pescuezo
me cortara
con ligera presteza y buen
talante
si soldado mayor, más fuete
Andante
que yo, aunque pobre raso se
encontrara.
¿Cuándo la fuerte Roma se
entregara
5
al español ejército
triunfante
si aquesta mi tizona
machacante
en aquel fiero asalto no se
hallara?
Metido en su
garita un buen soldado
aquesto tiritando
refería;
10
mas al estar sus hechos él
diciendo
ve un
ratón, y corriendo desbocado,
al arma, al arma, a voces
repetía,
que mil moros me vienen
persiguiendo.
Soneto
Haces grande
merced en despreciarme,
en mostrárteme dura y
desdeñosa
y en ser para conmigo
escrupulosa
me haces merced pensando tú
injuriarme.
Te obligas
más queriendo desdeñarme
5
y te das la sentencia rigurosa
queriendo presumida y
cautelosa
según tu corto juicio
condenarme.
Porque en medio
de todos tus rigores,
de esas tus esquiveces y
desdenes
10
permaneciendo yo siempre
constante
sin que se
disminuyan mis amores
a acreditarte tú de ingrata
vienes
y yo de firme y verdadero
amante.
Arjona, Manuel María de
Osuna (Sevilla). 1771 - Madrid.
1820
Con veinte
años fue doctoral de la Real Capilla de San Fernando. Muy
politizado con su tiempo, sufre persecuciones y encarcelamientos.
Fundó la Academia de Buenas Letras, en Sevilla, y la
Academia Silé, en su ciudad natal. Viajó a Roma en el
año 1798 acompañando al Arzobispo de Sevilla.
Más tarde desempeñó una canonjía
penitenciaria. Su poesía era neoclásica.
A
Albino
Hallar piedad con
llantos lastimeros
entre los hombres Arión
intenta,
y le es más fácil que
un delfín la sienta,
que no los despiadados
marineros.
Pues rendido a
sus trinos lisonjeros
5
Benigno el pez al joven se
presenta,
y en su espalda la noble carga
ostenta
que arrojaron sus necios
compañeros.
¡Ay,
Albino! Conócelo algún día,
ni más el plectro con
gemidos vanos
10
intente ya domar la turba
impía.
No se vencen
así pechos humanos:
busquemos en los tigres
compañía,
y verás que no son menos
tiranos.
Soneto
Triste cosa es
gemir entre cadenas,
sufriendo a un dueño
bárbaro y tirano,
triste cosa surcar el
océano
cuando quebranta mástiles y
antenas;
triste el pisar
las líbicas arenas,
5
y el patrio nido recordar
lejano,
y aún es más triste
suspirar en vano
sembrando el aire de perdidas
penas.
Mas ni dura
prisión ni ola espantosa,
ni destierro en el Niger
encendido,
10
ni sin fin esperanza fatigosa,
es, ¡oh
cielos!, el mal de mi temido;
la pena más atroz,
más horrorosa,
es de veras amar sin ser
creído.
El autor a sí mismo
Cansada nunca de
tu vano intento,
corres, barquilla, el
piélago espumoso,
y tu piloto sufre, temeroso,
del Aquilón el ímpetu
violento.
Neptuno te
presenta, fraudulento,
5
mansas las iras de su reino
undoso,
¡cuitada! porque dejes tu
reposo,
y luego llores del instable
viento.
Al mar no
vuelvas, mísera barquilla;
acógete, por fin,
escarmentada,
10
al ocio dulce de la quieta
orilla.
Que si a nave
real, de horror cargada,
Neptuno la orgullosa frente
humilla,
¡ay!, tú serás
por burla destrozada.
Al amor
Sufre las nieves,
sin temor al frío,
el labrador que ocioso no
pudiera
de la dorada mies cubrir su
era
a la llegada del ardiente
estío.
No recela el
furor del Noto impío,
5
ni la saña del Ponto
considera
el mercader que en la
ocasión espera
descanso lisonjero, aunque
tardío.
Mujer, hijos y
hogar deja y cubierto
el soldado de sangre, en suelo
extraño
10
el honor de su afán
contempla cierto.
Solo yo, crudo
amor, busco mi daño,
sin esperar más fruto, honor
ni puesto
que un costoso y estéril
desengaño.
A
Cicerón
Pende en el foro,
triunfo de un malvado,
la cabeza de aquel que la
ruina
evitó a Roma, muerto
catilina,
y padre de la patria fue
aclamado.
La ve el pueblo
en los Rostros conturbado,
5
y un mudo horror los ánimos
domina;
en los Rostros, do aquella voz
divina
fue de la libertad muro
sagrado.
¡O
Cicerón! si tantos beneficios
paga tu ingrata patria de esta
suerte,
10
¿cómo espera
magnánimos patricios?
Mas
¿qué importa el morir? Témante ¡o
muerte!
los viles siervos del poder y
vicios,
pero el sabio ¿qué
tiene que temerte?
Arriaza, Juan Bautista
Madrid. 1770 - 1837
Marino,
diplomático y poeta. Hijo de un militar, fue desde su
primera educación conservador por tradición. Alistado
en la Marina en 1798 se retira. Pasó su vida bajo la tutela
de Fernando VII del que fue fervoroso adicto y poeta oficial de la
Corte. Toda su obra poética es de corte neoclásico.
Publicó su primera obra Primicias en 1797, Ensayos poéticos en 1799 y
Poesías
patrióticas en Londres el año 1810. En 1807
tradujo los versos endecasílabos Arte poética de Boileau.
La flor temprana
Suele tal vez,
venciendo los rigores
del crudo invierno y la
opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al
cielo
la bella copa engalanada en
flores.
Mas, ay, que en
breve vuelve a sus furores
5
el cierzo frío, y con
funesto vuelo
del ufano arbolillo arroja al
suelo
las delicadas hojas y
verdores.
Si tú lo
vieras, Silvia, «¡oh pobre arbusto
-dijeras con piedad-, la suerte
impía
10
no te deja gozar ni un breve
gusto!»
Pues
repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu
rigor injusto,
y el triste almendro, la esperanza
mía.
Venus burlada
Vio Venus en la
alfombra de esmeralda
de un prado a mi adorado bien
dormido,
y engañada, creyendo ser
Cupido,
alegremente le acogió en su
falda.
La frente le
ciñó de una guirnalda
5
y por hacer terrible su
descuido,
puso en sus manos un arpón
bruñido
y la aljaba le cuelga de la
espalda.
¡Hijo!, le
iba a decir, mas despertando
mi Silvia le responde con
enojos,
10
la aljaba y el arpón de
sí arrojando:
«¡Toma, madre engañosa, esos
despojos,
porque me son inútiles,
estando
sin ellos hechos a vencer mis
ojos!»
Ofreciendo a una belleza una guirnalda
hecha toda de mariscos
Cuando del mar las
ondas cristalinas
vieron nacer de Venus la
hermosura,
no adornaban su frente o su
cintura
mirtos de amor ni rosas
purpurinas;
pero el agua le
dio galas marinas,
5
perlas de su garganta a la
blancura,
y, por guirnaldas, a su frente
pura
caracoles y conchas
peregrinas;
esa gracia y
beldad que en ti descuella
junto a la mar nació, pues
no repares
10
en dar marino adorno a tu sien
bella,
para que en todo
a Venus te compares,
y todos digan al mirarte: «Es
ella,
en el momento en que nació
en los mares.»
Las señas
Perdí mi
corazón, ¿le habéis hallado
ninfas del valle en que pensando
vivo?
Ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este
prado,
él
huyó de mi pecho desolado
5
como el rayo veloz, y tan
esquivo,
que yo grité:
»¡Detente, fugitivo!»
y ya no le vi más por
ningún lado.
Si no lo
conocéis, como en un ara,
arde en él una hoguera, y
cruda herida
10
por víctima de Silvia lo
declara.
Dadle por vuestro
bien, que esa homicida
le hizo tan infeliz, que adonde
para
mi corazón, ya no hay placer
ni vida.
La guarida del amor
Amor, como se vio
desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil
sonrojos,
pensó en buscar unos
hermosos ojos
donde vivir oculto y con
sosiego.
¡Ay,
Silvia!, vio los tuyos, vio aquel fuego
5
que rinde a tu beldad tantos
despojos,
y hallando satisfechos sus
antojos
en ellos parte a refugiarse,
luego.
¡Qué
extraño ver a tantos corazones
rendir, bien mío, los
soberbios cuellos
10
y el yugo recibir que tú le
pones!
Si a más
de que esos ojos son tan bellos
está todo el amor con sus
traiciones
haciéndonos la guerra dentro
de ellos.
El no
¡Ay,
cuántas veces a tus pies postrado,
en lágrimas el rostro
sumergido,
a tus divinos labios he pedido
un sí, cruel, que siempre me
han negado!
Y pensando ya ver
tu pecho helado
5
de mi tormento a compasión
movido,
en vez de sí, ¡ay
dolor! he recibido
un no, que mi esperanza ha
devorado.
Mas si mi llanto
no es de algún provecho,
si contra mí su
indignación descarga,
10
y si una ley de aniquilarme has
hecho,
quítame de
una vez pena tan larga,
escóndeme un puñal en
este pecho,
y no me des un no que tanto
amarga.
Soneto
Católico
monarca, que has vencido,
siendo escudo a la fe de tus
mayores,
más que del fiero Marte los
rigores,
las perfidias de un siglo
corrompido.
Tú, que
Fernando y español nacido,
5
colmaste nuestros votos y
clamores,
doblando a sí la afrenta a
los traidores
con dos títulos más
de ser querido;
Hoy renueva,
Señor, Madrid el gusto
de haberte visto regresar
triunfante
10
de la opresión de un invasor
injusto.
Cuánta
gloria no encierra un solo instante,
pues da a tu sacra sien lauro el
más justo,
y al pueblo libre palma de
constante!
A
unos amigos que le reconvenían sobre su olvido de la
poesía
Ceden del tiempo a
la voraz corriente
recias pilastras y columnas
duras,
las cúpulas rindiendo que
seguras
se sustentaban en su excelsa
frente.
Caduco desde el
Líbano eminente
5
baja el añoso cedro a las
llanuras,
ayer frondoso adorno en las
alturas,
hoy triste cebo en el hogar
ardiente.
Contra la
destrucción tan poco abrigos
halló mi musa; que si busca
ansiosa
10
versos que ya la esquivan
enemigos,
sólo a
ofrecer se atreve, afectuosa,
verdad, y no ilusión, a mis
amigos;
caricias, no cantares, a mi
esposa.
A
Olimpia cantando
Guarda, Olimpia,
esa boca seductora,
que dulcemente canta y dulce
ríe,
para aquel orgulloso que se
engríe
de que ninguna gracia le
enamora.
El ejemplo de un
alma que te adora,
5
por mas que de tus ojos se
desvíe,
hará que el más
soberbio desconfíe
de no rendirse a la fatal
cantora.
Yo el suave olor
que de tus labios parte,
y aun el tacto evité de tus
vestidos,
10
y los ojos cerré por no
mirarte;
pero al sonar tu
voz en mis oídos,
Olimpia, vi que para no
adorarte,
es menester quedarse sin
sentidos.
Brindando a las damas
Venus Divina,
madre de placeres
baja de tu mansión
afortunada,
pues miras esta mesa coronada
de la brillante flor de las
mujeres.
baja gozosa y si
dejar sintieres
5
el coro de quien eres
festejada,
ninfa verás aquí
más agraciada
que cuantas te acompañan en
Citeres.
Y si de tu
jardín entre las flores
al dejas y al amor dormidos
10
no los despiertes, ni su ausencia
llores.
Baja, que
aquí hallarás nuevos Cupidos
pues tienen estas damas mil
amores
en sus hermosos ojos
escondidos.
Brindando en un banquete de bodas
Gime la prensa
cuna al pliego ajusta
vuestro nombre, Isabel, y el de
Fernando;
gime, y es de placer de estar
gozando
de ambos monarcas la presencia
augusta.
materia hallar
quisiera más robusta
5
en que imprimir, la gloria
eternizando
de un rey al pueblo tan benigno y
blando,
de una reina tan bella, amable y
justa.
Mas no, Fernando,
no la huella intensa
del buril, ni pincel en sus
matices
10
cede en su obsequio la afanosa
prensa;
que es su
blasón con tipos y matices
llevar tu voz a una distancia
inmensa,
y a doquier que la lleve hacer
felice.
A
los serenísimos señores infantes
No tanto de placer
queda colmada
la ansiedad del cansado
caminante,
cuando alzando los ojos ve
delante
las torres de la villa
deseada;
ni con
júbilo igual ve recobrada
5
su libertad la tortolilla
amante,
volando al dulce nido en el
instante
que rota ve la pérfida
lazada;
como al ver la
bondad y gracia unida
de Carlos y Francisca, alegre
aclama
10
la imprenta a su favor
agradecida.
Las letras sirven
bien a quien las ama:
tiempo vendrá en que paguen
su venida
con la inmortalidad y con la
fama.
Soneto
Constante Celia, a
quien la suerte en vano
contradijo un afecto generoso,
yo te aplaudo el placer de hacer
dichoso
a quien se enlaza a tu preciosa
mano.
Amor, que un
tiempo te afligió tirano,
5
hoy te arrebata en carro
victorioso,
y coronada de su mirlo hermoso
al tálamo nupcial te lleva
ufano.
Al blando yugo
allí rindes el cuello;
y, cediendo a la noche
misteriosa,
10
te mira el sol en su último
destello.
Con el
cariño que una flor dichosa,
que hoy la deja botón
cerrado y bello,
para verla mañana abierta
rosa.
A
la entrada victoriosa del general Ricardos en Coliuvre
Pisa Ricardo la
ciudad tomada
y entre el tropel de la vencida
gente
Febo divino, Marte
armipotente,
sale también a celebrar su
entrada.
Febo le toma la
invencible espada,
5
y con laurel eterno
alegremente
ciñe y enjuga la gloriosa
frente
de espeso polvo y de sudor
bañada.
Contempla Marte
al ademán bizarro,
y al ver que resplandece en su
semblante
10
la gloria de Cortés y de
Pizarro.
Alargole la
diestra fulminante,
e hizo montar en su soberbio
carro
al domador del Rosellón
triunfante.
Mis deseos
Si Dios
omnipotente me mandara
de sus dones tomar el que
quisiera,
ni el oro ni la plata le
pidiera,
ni imperios ni coronas
deseara.
Si un sublime
talento me bastara
5
para vivir feliz, yo lo
eligiera:
¿Mas qué de sabios
recordar pudiera
a quién su misma ciencia
costó cara?
Yo sólo
pido al Todopoderoso
me conceda propicio estos tres
dones,
10
con que vivir en paz y ser
dichoso:
un fiel amigo en
todas ocasiones,
un corazón sencillo y
generoso,
y un juicio, en fin, que rija mis
acciones.
Consejo a un militar
Si por la noble
senda del dios Marte
subir quieres al templo de la
Fama,
y arrebatar allí la verde
rama
que la envidia jamás
podrá quitarte.
Es fuerza, oh
Blanco, a los estudios darte,
5
pues en las glorias a que el Dios
te llama
no sirve ya el valor que el pecho
inflama,
si no lo templa y modifica el
arte.
Es bien que por
modelo te presentes
de altos varones la inmortal
caterva
10
que en letras y armas fueron
excelentes.
Pues el lauro que
Marte te reserva,
para darlo por premio a los
valientes,
se lo da por la mano de
Minerva.
Soneto
Soñaba yo;
y en lecho damasquino
una hermosa matrona vi dormida
y entre su misma prole
acometida
por un tirano y pérfido
Tarquino.
En vano intentan
del fatal destino
5
sus hijos redimir a la
afligida;
que ellos sin armas luchan por su
vida,
y armado estaba el bárbaro
asesino.
Ya el traidor
casi su maldad corona;
cuando junto a las márgenes
del Duero
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se alza un hijo de Marte y de
Belona:
Vuela, llega,
derriba al monstruo fiero;
y era la Iberia la infeliz
matrona,
y era Wellington el audaz
guerrero.
Brindando por la última batalla
ganada en España por el Duque de Ciudad Rodrigo
Venid, ticianos, a
ilustrar pinceles:
Fidias, llegad a eternizar
metales:
prevenid plumas, cisnes
inmortales
prodigad, Musas, cantos y
laureles.
Seréis
divinos cuando seáis más fieles
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pintando, ya de Galia en los
umbrales,
al Cid britano; y d pavor
mortales
huyendo de él los
bárbaros crueles.
Unid al cuadro en
mágicos colores
la independencia hispana, y su alta
gloria,
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como hermanas gozándose
entre flores.
Y si
queréis más timbre a su memoria,
llamadle vencedor de
vencedores,
y a su triunfo victoria de
Vitoria.
Soneto
¡Tres
años de proezas singulares,
sitios, asaltos, lides
carniceras,
en que del corso las legiones
fieras
el acero español siega a
millares!
¡Hallarse,
Iberia, yermos tus hogares,
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o en ellos luto y quejas
lastimeras;
de tus hijos por todas las
riberas
bajando sangre a enrojecer los
mares!
¡Ver la
flor de Aragón y de Castilla
que al cautiverio la cerviz
prosterna,
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primero que al tirano la
rodilla!
¿Y a tanto
honor con frases de taberna
la gacetera chusma aún
amancilla?
¡Raza de Juan Frerón
serás eterna!
Sentimientos de la España al
tiempo de la partida de su legítimo rey en 1808
Triste la
España, «¿adónde vas,
Fernando?»
al hijo fugitivo dice ansiosa;
y él sigue, y deja de su
madre hermosa
llevar los vientos el acento
blando.
Ya la materna
falda abandonando
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pisa de Francia la ribera
odiosa;
y aún está oyendo
aquella voz piadosa
que le repite,
«¿adónde vas?» llorando.
No ve ya al hijo
la infeliz matrona:
mas su voz oye, que con regio
brío
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dice: Tirano, es mía esa
corona.
Ella, al primer
dolor, gritó ¡hijo mío!
mas luego, vuelta al déspota
en Bayona,
dame a Fernando, exclama, oh tiempo
impío!
La
crueldad de la muerte
Envuelta en
sombras, alta la guadaña,
trazando golpes de dolor
profundo,
iba la muerte recorriendo el
mundo
desde el alcázar regio a la
cabaña.
Cuando en aquel
que Manzanares baña
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fijando el ceño torvo y
furibundo,
miró a la Esposa Real, de su
fecundo
seno mil glorias prometiendo a
España.
¡Dos
víctimas! Gritó el espectro fiero:
¡Llanto de Reyes!
¡Pueblos afligidos!
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¡Oh qué deleite! Y
descargó el acero;
y dejando en un
féretro tendidos
ambos despojos, se encumbró
altanero,
triunfando entre lamentos y
gemidos.
Virtudes militares más dignamente
premiadas
Tú que
audaz recorriste sin cansarte
los reinos de Cibeles y
Neptuno,
superando los riesgos uno a
uno
que al constante valor presenta
Marte.
Tú que de
Iberia un tiempo baluarte,
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y hoy rayo a los rebeldes
importuno,
lidias porque en el orbe no haya
alguno
que de tu patria insulte al
estandarte.
Yo te saludo
¡oh bravo sin pretextos!
Soldado entre soldados sin
segundo,
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norma igual de leales y
modestos;
y de mi pecho
digo en lo profundo:
ciña mi rey muchos laureles
de estos,
y yo le fío rey de todo el
mundo.
A
Mariano de Arriaza
Hoy se presenta a
mi memoria triste
tu fin sangriento ¡oh
malogrado hermano!
Con tanta pena, que la gloria en
vano
tu cara imagen de laurel
reviste.
«Viva mi
patria, y muera yo» dijiste,
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firme en el muro, y con espada en
mano;
responde el trueno del
cañón tirano,
y envuelto en sangre a su rigor
cediste.
Consternación, pavor, silencio, y
llama
siguió al desmayo de tu
brazo fuerte,
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y sobre tu sepulcro se
derrama.
¡Ay! Que
también en el morir hay suerte,
que el terror mismo
enmudeció a la Fama,
y el mundo ignora tan gloriosa
muerte.
Las señas
Perdí mi
corazón ¿le habéis hallado
ninfas del valle en que penando
vivo?
Ayer andando solo y pensativo
suspirando mi amor por este
prado.
Él
huyó de mi pecho desolado
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como el rayo veloz, y tan
esquivo
que yo grité:
«¡detente oh fugitivo!
y ya no le vi más por
ningún lado.
Si no le
conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y
cruda herida
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por víctima de Silvia le
declara.
Dadle por vuestro
bien, que esa homicida
le hizo tan infeliz, que adonde
para
mi corazón, ya no hay
placer, ni vida.
La vida media
¿Qué
importa que del cielo disparado
un rayo la soberbia torre
abata,
si de mi choza la cubierta
chata
me tiene a sus insultos
resguardado?
Y si mientras del
viento el mar hinchado
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contra el escollo naves
arrebata,
estoy al fuego, entre familia
grata,
asando mis castañas,
¿qué cuidado?
Árdase el
orbe entero en la braveza
y en las guerras de Marte
sanguinoso,
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que si de Silvia, por mayor
fineza,
besos me da de
paz el labio hermoso,
¿Habrá opulencia
igual a mi pobreza?
¿O ajena dicha me
tendrá envidioso
Viendo a Su Majestad visitar la Imprenta
Real
Gran Rey, Vos que
con pasos vencedores
del rigor de los hados
enemigos,
visitasteis los presos y
mendigos,
convirtiendo sus lágrimas en
flores.
Ved ya como la
prensa en sus sudores
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prepara a esa virtud fieles
testigos:
pues delante de Príncipes
amigos
no gime, sino canta sus
loores.
El taller de
Minerva en un momento
caracteres movibles combinando
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retrata el fugitivo
pensamiento.
¡Ah! Si al
de sus vasallos ahora dando
una sola expresión, un solo
acento...
¿Qué dijera el papel?
¡VIVA FERNANDO!
Barbosa de Bocage, Manuel
María
Portugal. 1765 - 1805
Poeta y militar.
Murió tuberculoso en la más completa miseria.