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Me parece necesario subrayar que la relación que se establece en esta narración entre matrimonio y sistema carcelario hay que leerla en el contexto de la Guerra Sucia. Según el relato, es Roque quien esta obsesionado por moldear a su protegida (víctima) de acuerdo a un modelo de «limpieza» semejante al que proponía el régimen militar. Esto no significa, sin embargo, que el relato proponga una identificación entre matrimonio y cárcel, sino que se sugiere que el tipo de abuso que se perpetró para someter a la población no reconoció límites.

 

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Martínez ofrece una perspicaz lectura de este pasaje (169-70); véase también Muñoz (101-02).

 

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Morello-Frosch llama «violence as a social practice» (82) el tipo de violencia que describe Valenzuela en «Cambio de armas».

 

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Cixous propone que las mujeres escriban sus cuerpos en sus textos («The Laugh of the Medusa»). Para un breve panorama sobre lo que se ha entendido por «ecriture feminine» véase Maggie Humm, The Dictionary of Feminist Theory, y Elizabeth Guild, Feminism and Psychoanalysis. Para una elaboración de Luisa Valenzuela sobre el lema, véase su ensayo «Escribir con el cuerpo».

 

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Una de las primeras críticas que llamó la atención sobre este hecho fue Adrienne Rich en su ensayo «Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence» (1980).

 

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En el texto los personajes discuten la posibilidad de que el crimen haya sido un sueño y cómo este tema del «acto gratuito» aparece en la literatura (39). Agustín dice haber leído a Camus y a Gide.

 

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El proceso aquí descrito puede iluminar también la aparentemente inexplicable transformación de Roque en «Cambio de armas». Habría que considerar que la relación con Laura no funciona en una sola dirección sino que afecta al coronel. En cuanto a la comparación con los personajes de Borges, Molloy describe la fragmentación y «añicamiento del personaje» (105) especialmente en el capítulo III de Letras de Borges.

 

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Aquí me apoyo en la descripción con que Anne Wilson Schaef define los mitos del sistema social y cultural predominante en la cultura occidental, que ella denomina «el sistema del hombre blanco» (14-22). Wilson Schaef hace hincapié, sin embargo, en que este sistema no es el único posible, sino aquel que se ha ido construyendo a través del tiempo llegando a predominar. Así como no se constituyó de un día para otro, no fue tampoco el resultado de la maquinación de unos pocos individuos (8). Al caracterizar el patriarcado Gerda Lerner también insiste en que se trata de una creación social en la que han participado hombres y mujeres a través de milenios de cultura (212).

 

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Algo semejante ocurre en el cuento de Colette «The Secret Woman», donde el disfraz, el cambio de vestimenta libera a los personajes, dándoles la posibilidad de verse y ser vistos a través de lentes diferentes, y de actuar de otro modo que el acostumbrado. Este cuento es analizado por Erica Jong en su introducción a The Other Woman, una antología de narraciones de Colette editada por Jong (viii-ix).

 

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Agustín le pide a Roberta que le hable de la novela que esta escribiendo y esta le responde: «Ya te lo dije, mi novela es ésta que estamos escribiendo juntos, de alguna manera. La otra ya no existe. Ha sido borrada, obliterada, está contaminada porque ahora forma parte de todo esto. O no. Podríamos decir que todo esto forma parte de esa malhadada novela. ¿Cómo separar el trigo de la paja? ¿Cómo saber dónde empieza la una y termina la otra o viceversa? La vida y la novela, quiero decir. Cómo explicar lo de las antenas, hacia dónde se dirigen las antenas como una necesidad de captar, de apropiarse de todo lo que por ahí anda suelto y alimenta y transforma la novela» (81).