Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Texto que Margo Glantz escribe a Luisa Valenzuela en ocasión del IX Coloquio Literario de la Feria Internacional del Libro de Monterrey, el 15 y 16 de octubre de 2009, dedicado a Luisa Valenzuela

Margo Glantz





Conocí a Luisa Valenzuela hace más de 30 años en un congreso sobre escritura femenina en la ciudad de Ottawa; de inmediato nos hicimos amigas y, también, cómplices: teníamos el mismo defecto: ambas éramos y somos escritoras, es decir, éramos y somos mujeres, además, viajeras sin remisión, ambas amábamos las máscaras y las pilchas, como se dice en la Argentina, aunque debo confesar que yo un poco más que ella, y ella las máscaras un poco más que yo: su misteriosa y bella colección me sobrepasa y, cuando la contemplo en su estudio cada vez que voy a Buenos Aires, intento descifrarla y me parece que entiendo un poco más a Luisa.

Esa amistad se ha mantenido incólume a lo largo de las décadas, amistad que se renueva a cada viaje, los de ella a México, los míos a la Argentina, y se reafirma durante los reencuentros que tenemos en distintas ciudades del mundo donde la suerte y la literatura nos reúnen de tiempo en tiempo. Por ello, lamento profundamente no haber podido acompañarla en su homenaje, magnífico homenaje que le rinde el Tecnológico de Monterrey y al cual me uno con estas brevísimas palabras.

La escritura de Luisa contiene un elemento extraño, difícil de discernir; cuando repaso cualquiera de sus escritos producidos en diversas etapas y siguiendo registros y extensiones muy diferentes resiento una inquietud, un resto equívoco que permanece en el fondo, algo que remite a lo indecible, algo impreciso por ella convocado, una zona oscura que se limita y acota con las palabras que usa y el incesante juego que con ellas organiza, y sin embargo, a pesar de que la enunciación es adecuada y precisa, siempre pasan cosas raras, se está perpetuamente en guerra, se cambia de armas, se le da vuelta al círculo vicioso de una cola de lagartija, se trazan las simetrías y las asimetrías y sabemos que hay que sonreír porque ella se nos aparece, sigilosa, como un gato -o una gata- eficaz...

Luisa ha sabido crear su propio lenguaje, un lenguaje lírico y desenfadado: practica un humor negro y juguetón que se evade como el humo. La repetición de los temas funciona como una reconversión del discurso realista tradicional, las combinaciones se despolarizan y se reinventan. El resultado: una desmitificación de lo romántico, lo legendario, los estatutos genéricos, las afinidades electivas y las afinidades y discrepancias afectivas y biológicas.

Y esa intención siempre vigente en la obra de Luisa Valenzuela reitera mi hermandad con ella, no solo por esa larga amistad que nos une, sino porque ambas sustentamos una sensibilidad semejante en relación con la escritura y porque en la de ella encuentro una capacidad para perforar el relato con el fin de develar diversas zonas poco transitadas de la realidad, por más siniestras que estas sean, evitando al mismo tiempo cualquiera de las trampas que los modelos establecidos para la literatura escrita por mujeres ponen en su camino: esta intención es meridiana y se refleja sin equívocos cuando revisita tradiciones seculares y nos devuelve un texto renovado, vestido con otra piel y vuelto del revés.





Indice