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Tía Lila

Daniel Moyano





Pobre tía Lila con su vestido blanco, tan alta, tan soltera. Un vestido en el que trabajaron todas las costureras de las sierras para plisarlo y darle esa forma de campana ondulante que tenía todas las tardes tía Lila cuando nos llamaba a rezar. Chicos, dejen ya esa pelota, a lavarse las manos, a frotarse las rodillas, a limpiarse la nariz que vamos a rezar. Un vestido que, de tan plisado que era, ella podía levantarlo o moverlo para cualquier lado sin que se le vieran las rodillas; nunca se acababan los pliegues, ni siquiera cuando tomaba las puntillas del ruedo y alzaba el vestido con sus brazos para ser un pavo real, o juntándolas encima de la cabeza, cerrándose allá arriba las dos puntas, para ser escarapela. O puro remolino si bailaba, el vestido se abría y giraba como el remolino donde se ahogó tío Jacinto. Y qué manera de tener encajes y bordados el vestido de tía Lila. Hilos de todos los colores formando dos grandes mariposas en el pecho, repetidas en las mangas cerradas en los puños con tiritas amarillas, todo encerrando a tía Lila en una gran blancura.

Chicos, hoy nos vamos a Cosquín a visitar al tío Emilio. Y a portarse bien, no llevar las hondas, no matar palomitas de la virgen, no entrampar jilgueros.

Portarse bien con el tío Emilio que es tan bueno que dará leche de cabra, pan con chicharrón y miel de sus panales. Cuidado, chicos, a ser muy juiciosos, a ser prudentes en la casa del tío Emilio tan bueno tan hermoso. Nada de cazar pájaros y clavarles agujas en los ojos, Dios puede castigarlos por eso y dejarlos ciegos para siempre. Aprendan de tío Emilio que es tan bueno y nunca mató pájaros ni les pinchó los ojos. Por eso lo mejor es portarse bien y juntar berro peperina piquillín y chañar para el tío Emilio, sin olvidarse de pedirle la bendición. ¿Y no podemos llevar la pelota? No, eso no, dice tía Lila, porque entonces juegan y gritan demasiado, los gritos ponen nervioso al tío Emilio y además espantan sus abejas.

Que Dios los bendiga mis queridos, dice tío Emilio tocándonos la cabeza. Y ahora vengan a ver mis flores, mis panales, mis cabritos, mis melones, mis jaulas con Siete Colores, mis canteros de margaritas y coronas de novias. No, gracias tío Emilio, queremos ir a la canchita. Bueno hijos, vayan con Dios pero no se junten con los negros, no se peleen ni se insulten. No, nunca tío Emilio, porque Dios está en todas partes y nos está mirando y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Desde la canchita hacemos señas a los negritos del rancherío, que vienen como moscas. Che, ¿no tienen pelota ustedes? Podríamos jugar un partidito. Qué van a tener pelota ellos. Pero hacen señas con los ojos para que miremos el suelo. Y ahí vemos un montón de sapos que han salido del arroyo a buscar bichos, dele saltar por la canchita.

Lo lindo de esto es que la pelota ayuda, se gambetea sola. Linda pelota saltarina para los buenos tiros de voleo. Lo malo es cuando hay que cambiar de sapo. A veces te cortan en pleno avance diciendo che, esa pelota ya no vale, ¿no ves cómo está?, ahora la pelota es ésta. Entonces discutimos mucho, griterío, chicos, qué están haciendo en la canchita por amor de Dios, llega la voz de tía Lila.

Carozo y Titilo han formado dos bandos. Yo en el arco de Carozo, el Beto en el de Titilo. Y hay cuatro negritos para cada bando. Y un montón de sapos, que en cierto modo también son jugadores, alternadamente; ellos, cuando no son pelota, van saltando por la canchita como si jugaran; uno que sube y otro que baja, saltando siempre, desde el arroyo hasta la casa de tío Emilio, justamente hasta sus canteros de coronas de novias, todo es un latir de sapos.

En eso hay un pase alto de Titilo. Un negrito viene a la carrera con intención de cabecear, pero justo a tiempo recuerda la calidad de la pelota y entonces la para con el pecho, no la deja caer al suelo, juega bárbaro el negrito; la frena en la rodilla, la bailotea con la izquierda y tira con la derecha a media altura y muy violento. Yo estoy bien colocado y embolso sin problemas. Pero ahí nomás la suelto, la tiro para atrás por encima del palo, está helada esta pelota, córner gritan varios. Automáticamente voy a buscar la pelota cuando llega la voz de Titilo diciendo que la deje, ya no sirve. Y allá desde el córner con las patas abiertas viene gritando el otro sapo, la panza le blanquea cuando pasa frente al arco, peligro para mí, he salido a destiempo, cuando Carozo salvaba la situación sacando de voleo, un tiro bárbaro que toma de sorpresa al otro arquero, que ni ve la pelota cuando pasa alta junto al poste casi en el ángulo y se estrella no sé dónde y ya estamos uno a cero, nos abrazamos con el Carozo y los negritos.

Chicos, no se ensucien, dice tía Lila debajo de la magnolia. Y dentro de un rato vengan que vamos a rezar todos juntos por el tío Jacinto que está muerto pobrecito.

Nosotros no queremos rezar ni que nos cuenten otra vez la historia del tío Jacinto. Ya nos hemos olvidado de él. Sabemos que tenía bigotes y usaba sombrero aludo porque así está en el cuadro, en la pared.

Es que el remolino lo hundió y lo devolvió tres veces a la superficie, dice siempre tía Lila como si no lo supiéramos, mostrándonos tres dedos blancos, y nadie fue capaz de alcanzarle un palo, una tablita al pobrecito, y a la tercera vez ya no volvió a salir más.

Se ahogó por boludo, decimos siempre con Titilo. Nosotros nos bañamos siempre en los remolinos, es mejor que en aguas mansas. Uno se deja llevar girando para abajo un par de metros, y en el fondo el remolino es un puntito que no tiene fuerza, acaba en cero. Todo lo que hay que hacer es apoyar un pie en el fondo y con el envión salir hacia el costado, y ya se está fuera del giro. Después de nadar hasta la superficie, tomar resuello y otra vez adentro. Como un tobogán, pero más divertido. El remolino no existe en el fondo del río, todo el mundo lo sabe menos el tío Jacinto. Y los que estaban ahí se lo decían: haga un envión cuando esté abajo, señor Jacinto, tenga en cuenta que el remolino lo llevará de abajo hacia arriba tres veces solamente. Se lo decían con palabras y también con señas por si era sordo, pero él nada. En vez de hacer lo que le decían, él también hacía señas con los dedos, y nadie lo entendía por supuesto. Los otros le decían tres, tres dedos le mostraban para que los mirase, y él también mostraba, cada vez que salía, tres dedos, siete dedos, nueve dedos. Tres veces, le decían los otros, pero él nada, haciendo su testamento, tres vacas, siete ovejas, nueve canarios, todo eso se lo dejo a mi querido hermano Emilio. Los bigotes y el sombrero chorreando. Tres veces te perdona el remolino. Pero él nada. Y claro, a la tercera vez el remolino se lo llevó al carajo. Entonces que se joda, decimos siempre con Titilo.

Qué hacés, imbécil, me grita Carozo cuando me dejo meter el gol, cuando no veo al sapo que pasa como un refusilo entre mis piernas, todo por acordarme del tío Jacinto. Menos mal que es gol anulado: la pelota es ésta, dice un negrito que se corta solo para el otro arco, y cuando va a tirar sale Titilo, taponazo, se la quitan y a cambiar de sapo.

Titilo busca el empate como loco y como sabe que yo no sé atajar pelotas altas se remuerde en un tiro demasiado alto que pasa por encima del travesaño; salto todo lo que puedo viendo que el sapo va derechito a lo del tío Emilio, alcanzo a rozar la pelota con las uñas pero no hay caso, se me va, girando como un remolino con la panza para arriba allá lejos se estrella contra la jaula del Siete Colores de mi tío Emilio. Y en seguida la voz de tía Lila, tan buena, tan creída, la voz que dice por amor del Señor mis chiquilines, dejen tranquilo a ese sapito y vengan a rezar, ella hablando de un sapo y nosotros ya hemos usado como veinte.

Paren, penal, gritaron todos. Del penal del empate me acuerdo muy bien. Discutían a ver quién lo pateaba. Era un sapo grande, gordísimo, que no se quedaba quieto frente al arco mientras discutíamos. Lo ponían en su sitio y él siempre agarraba para el lado del arroyo. Al final lo pateó el Titilo, como siempre. Volvieron a poner el sapo en su sitio. Titilo lo miró, tomó carrera y se remordió en un tiro a media altura que no pude atajar desgraciadamente, mientras oía el grito de tía Lila como yéndose del mundo, cayendo en remolinos, mientras veíamos que su vestido blanco cambiaba rápidamente de color mientras oíamos su grito más bien suave, como si fueran señas de gritos, más bien lánguido, como si en vez de gritar estuviese diciendo qué han hecho mis queridos, no se olviden que Dios y el tío Jacinto los están mirando desde el cielo.

Gol, golazo, gritan Titilo y sus negritos, que se abrazan con el Beto. Yo me retuerzo de bronca en el suelo, muerdo el pasto. Dejarme meter el gol y además mancharle el vestido a tía Lila. Ahora ella va a pensar que no la queremos. El vestido tan blanco, tan bordado, tan puntillas, entre las dos mariposas ha reventado el sapo, a la altura del canesú alforzado del vestido de tía Lila pavo real y escarapela.

Es molestísimo rezar cuando se suda a mares. Sudando es imposible concentrarse en el retrato del tío Jacinto, alumbrado con velas. Rezamos mirando de vez en cuando a tía Lila, que llora en enaguas lavando su vestido en una palangana. Nunca sabremos si llora por su vestido o por el tío Jacinto. Titilo reza mirando el retrato, pero los ojos le relumbran de alegría. Yo rezo tratando de disimular la bronca que tengo todavía. Un poquito más y lo atajaba, le agarraba una pata, qué sé yo, lo echaba al córner. Si me estiraba un poco más ganábamos uno a cero. El tío Emilio que reza con nosotros como si contara melones o cabritos. La tía Lila, que al siguiente verano habíamos olvidado como al tío Jacinto porque después no volvimos a las sierras. La tía Lila creyendo en tantas cosas buenas. La tía Lila que dicen que nunca pudo sacar del todo las manchas de sangre que hicimos en su vestido blanco. La tía Lila sin saber que nosotros seguiríamos matando sapos.





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