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ArribaAbajo4 -Atmósfera y aire: gérmenes viciadores, con indicación de la manera de contrarrestarlos

Nuestro cuerpo recibe la acción y experimenta el efecto -ora esencial y beneficioso, bien perturbador y nocivo- del globo sobre que se asienta y que le rodea y aun del sistema planetario a que el último corresponde. La atmósfera nos aprisiona y nos presiona en todos sentidos, alimenta la respiración, importa a nuestro oído las vibraciones de lo sonoro, nos atenúa las excesivas energías calorífica y lumínica del Sol; influye de tal suerte sobre nuestro organismo, que no cabe desentenderse de ella en un formal tratado de educación.

Aunque tomadas indistintamente en el lenguaje vulgar las palabras aire y atmósfera, no es el mismo su significado: la primera denomina una gaseosa combinación binaria, formada con 21 partes de oxígeno por cada 79 de nitrógeno o ázoe; la segunda designa el más ligero y exterior de los tres estados generales de la terráquea materia, en que el aire es, sí, fundamental y predominante factor, pero sin excluir que circulen y obren otros gases y fluidos y también minutisimas partículas sólidas, orgánicas o inorgánicas, mayor o menor cantidad de agua en vapor, todo lo que, en ciertas dosis o localizaciones, puede alterar nuestra salud y hasta comprometernos la existencia.

La próvida y suma Bondad arregló, sin embargo, de tal suerte la Naturaleza en bien de sus criaturas, que, por regla general, cabe cambiar y se cambia de sitio sin que surja en la mente vestigio de temor a peligro ni desde luego se corra riesgo de que en el nuevo el aire sea irrespirable. La misma Providencia asignó a las dos clases de seres orgánicos la función de doble, inmenso y perenne laboratorio químico: los animales consumen oxígeno y emiten carbono, y lo contrario se verifica por los vegetales -Mas como de entre la diversidad de influencias que sobre nosotros se ejercen desde el medio ambiente o envoltorio atmosférico, las hay que, de por sí o en simultaneidad, nos dan resultados perniciosos y éstos suelen ser susceptibles de mengua o neutralización, el particular es de importancia, y, reconociendósela, va a ser objeto de consideraciones.

El aire, cuya íntegra composición dejamos ya indicada, necesita y por lo común contiene corta porción de vapor acuoso para sernos buen alimento pulmonar; porción que, si peca de excesiva, origina alteraciones orgánicas, cual reumas, neuralgias, etc.

Rarísima vez se le encontrará del todo exento de ácido carbónico, cuantitativamente muy variable, aun dentro de pequeñísimas diferencias: no nos perjudica en razón de 4/10.000 o cuatro partes de un volumen aéreo dividido en 10.000; mas a medida que en la relación gana el primero, decrece la virtud del gas que respiramos: sentimos somnolencia, dolor de cabeza, náuseas, precursores de la asfixia y aun esta misma, si tal ácido carbónico desciende al 5 por 100 de la masa aérea.

La materia en combustión, fermentación, putrefacción, descomposición; los microorganismos, causa o efecto de enfermedades contagiosas y resultantes de otra multitud de operaciones naturales; la una y los otros flotan en la atmósfera, sin que, a la simple vista, nos parezca que la adulteren ni aun que por ella vagan, pero en habitación bañada por la luz solar, obstruyamos a ésta el paso, menos por diminuto resquicio, y en él se hará claramente perceptible luminoso hilo por el que pasarán sin cesar corpúsculos extraños al medio en que pululan y al cual adulteran, ora sin dañarnos al inspirar, bien para ser el génesis de alteraciones en la salud, que en vano nos empeñamos en explicarnos con diversidad de erróneas suposiciones.

Imposible la enumeración detallada de cuanto, ajeno a la genuina atmósfera, desde ella nos afecta propicia o adversamente; hay que concretarse -y a ello se circunscriben cuantos se ocupan del particular- a la sintética citación de lo que más principal y determinadamente vicia al aire, cual es: la respiración animal y la vegetal, ésta sólo en especiales circunstancias; la combustión, la fermentación, los miasmas, los efluvios, en una palabra, lo que emanan o despiden los cuerpos orgánicos como productos y eliminaciones de su desarrollo y acción vital o como consecuencia de su descomposición después de sobrevenirles la muerte.

El hombre es principalísimo viciador de lo que sin cesar esencialmente necesita, y lo es hasta el grado de que sujetos que -a fuer de prolijos estudios y repetidos experimentos- alcanzaron en la materia suficiencia que les ganó justa autoridad, aseveran que si el caudal de aire en cada unidad de inspiración lleva cuatro diezmilésimas de ácido carbónico, hallase éste centuplicado en el acto espiratorio o en la razón de 4 a 100. El aire que penetra en nuestro organismo por la laringe y por los poros de la superficie cutánea, no sólo pierde el oxígeno combinado con el carbono de la sangre venosa, sino el que lo hace con el hidrógeno, resultando agua.

Toda combustión reclama lo que la sostiene, lo que la alimenta, lo que es su preciso factor, el oxígeno robado al aire que, así, experimenta detrimento en su pureza.

Vicialo de tal modo la fermentación de ciertas substancias, cual las fundamentales en las elaboraciones de la cerveza, de la sidra y del vino, que hasta la vida puede costar al imprudente que se interne y permanezca en los cocederos de líquidos alcohólicos.

Los seres del reino animal expulsan lo que no refluye a ellos sino en su daño: prueba, el hombre mismo, cuyas exoneraciones sólidas y líquidas, el sudor, la fetidez de aliento o de pies, etc., maleficia el ambiente que le rodea y deposita miasmas sobre los objetos a propósito para retenerlos -Muertos aquellos seres, se inicia, prosigue y termina su descomposición putrefacta, corrompiendo, hediendo hasta el punto de hacerse repugnante, insoportable y peligrosa la permanencia cerca de donde, aun al aire libre, se desorganiza persona o animal de alguna corpulencia -Análogos efectos produce la descomposición vegetal, también en mayor o menor escala, conforme a las circunstancias y al campo sobre que se verifica.

Cuando respiramos al aire libre o en local espacioso y adaptado al movimiento y reemplazo natural de la porción de atmósfera que le llena, ésta no es viciada por la respiración, mas lo será más o menos considerablemente en otras condiciones, acerca de las que deben discurrir el higienista y el educador.

Calculan autores de reconocida competencia en la materia, que un adulto, tipo promedio u ordinario, introduce a sus pulmones y sucesivamente expulsa de ellos al día, unos 8 metros cúbicos de aire, que hará ascender a 10 la función cutánea, cantidad esta última que en determinada habitación habrá de procurarse por cada persona de las que hayan de ocuparla. Pero ha de atenderse, además, a que el caudal aéreo sale en cada inspiración centuplicado en ácido carbónico y proporcionalmente disminuido en oxígeno; que, en quietud la masa atmosférica del departamento, lo expulsado se alejará bien poco de la boca que lo emitió, volviendo al interior cada vez en peores condiciones para su acción natural; y que, en todo caso, se necesita que aquella masa desenvuelva debidamente la expansión elástica que le es peculiar, que la deficiencia de altura del techo no la comprima demasiado -De aquí, cuanto se recomienda elevación proporcionada en el último, dimensiones y vanos tales en el centro, que consientan 10 metros cúbicos de aire para cada uno de los destinados a ocuparlo, pero aire renovado lenta y suavemente, que no invada y circule brusca, libre y dañosamente, que en manera gradual se reemplace de hora en hora -Así le demanda la salud individual y pública; así habría de disfrutarsele como regla general, pero así sólo se lo halla excepcionalmente, en no pocos casos por imposibilidad de acondicionarlo menos mal, en los más, por desconocimiento o desatención de tan trascendental particular.

¿Cuál habrá de ser el volumen de un salón de escuela, cuya concurrencia media ascienda a 40 discípulos? -400 metros cúbicos, que resultarán, por ejemplo, de 10 metros de longitud, 8 de latitud y 5 de altura, en departamento que, además, ofrezca condiciones satisfactorias de ventilación, departamento tan rara avis en tierra española, como cosa corriente el apriscar por horas y horas a infeliz conjunto de niños en cuartucho que apenas les proporciona la quinta parte del caudal aéreo que necesitan, donde la corriente barre y distribuye agudas dolencias o se halla quieta, estadiza, irrenovada; donde la atmósfera, más bien que respirarla, se masca, donde al letal efecto de su saturación carbónica se adjunta el de los malos olores, el del polvo, el de gérmenes infecciosos; donde la entrada echa para atrás, vuelca a quien deja el aire libre para sumergirse en el detestable del laboratorio de la educación fundamental, que ha de favorecer el desarrollo y la salud de la niñez.

Y no es sola la escuela el centro de primordial importancia que así ofrece el elemento respirable: suele presentarlo análogo en no corto número de viviendas el que debería ser objeto de especialísimo interés sobre el particular, el dormitorio, al que no es raro encontrar pequeño, escondido, obscuro, en imposibilidad de ventilación directa, con atmósfera estadiza, pesada, comprimida, fétida, a virtud o más bien, a vicio del olor de aliento, pies y de otros puntos de la periferia corporal, del calzado, de los vasos de alcoba y de la ropa sucia, llena de miasmas -Para ser allí del todo asfixiante la respiración, la añadidura de que ocupen un mismo lecho dos personas, de frente, en contacto inmediato, inspirando una lo que la otra espira, o del friolero o miedoso que se duerme con la cabeza bajo la ropa y por capa aérea la comprendida entre la base y los cobertores de la cama.

Las grandes fábricas y talleres, colegios de numeroso internado, cuarteles, hospitales, etc., oponen enormes dificultades a la pureza del aire, dificultades a que habrían de correlacionarse, y de ordinario, no se correlacionan la decisión y los medios para, si no vencerlas, amenguarlas.

En correspondencia con las localidades o moradas, existen perennes y abundosos focos impurificadores, unos indestructibles, pero que consienten atenuación, no siempre conseguida, ni siquiera intentada; otros que podrían desaparecer y subsisten por ignorancia o abandono.

No podrá extinguirse la plomífera, opaca, caliginosa y deletérea gasa que se extiende sobre los grandes hormigueros humanos; pero sí aminorar su espesor y malignos efectos, acondicionando bien retretes, alcantarillado, mataderos, cementerios, hospitales, etc -No podrá sustraerse a quienes se ocupan en ciertas elaboraciones, cual las de curtidos o bujías, a los malsanos desprendimientos de la materia orgánica en descomposición proseguida o reanudada; pero sí a la localidad a que corresponden aquéllas, emplazándolas a conveniente distancia y orientación -No podrán desterrarse de los terrenos bajos, aguanosos y cubiertos por espesa vegetación, el paludismo, el escrofulismo, el linfatismo y otras dolencias peculiares de tan insanas regiones; pero sí combatirlas o prevenirlas en lo dable, oponer resistencia al abotagamiento, a la debilidad cerebral, a la torpeza del espíritu y hasta al cretinismo, empedrando las fangosas calles, aireando y alumbrando las viviendas, estableciendo alguna separación entre las personas y los animales domésticos -No podrá cultivarse el arroz sin que la abundosa agua que demanda perjudique a quienes respiran la inficionada atmósfera; ni sostener en grande escala, vasto espacio y estimable producción sin peligros para la salud; pero sí reducirlos en intensidad, mediante sumo cuidado para que la aglomeración y estacionamiento del abono, del agua encharcada, estadiza, verdinosa y en que fermentan o se pudren hojas, raíces, frutos y otros restos de plantas, en que surgen e infectan procedencias animales; dejando para el cuerpo del día los trabajos sobre tan maléficos generadores; circulando nada o poco por ellos en las horas nocturnas; dotando a las viviendas establecidas en tales posesiones de puertas y ventanas adaptadas al cierre contra el ambiente exterior; no depositando cerca de los dormitorios verduras, hortalizas, vegetales verdes, que en la obscuridad forman y expiden ácido carbónico, elaboración natural contra cuyos efectos todos debemos precavernos -No podrá exentarse a la casa de labranza de lo inherente a toda instalación familiar, y además, al ganado mular o vacuno, de cerda o aves de corral; pero sí de lo que hemos visto muy generalizado en casas de agricultores, sobre todo del centro de España, casas a cuyo corral suelen dar hasta los ventanillos de los dormitorios y en el que se aglomera y pudre lo extraído al sacar la cuadra, los despojos de las substancias alimenticias, los restos de las comidas, las deyecciones de personas y animales domésticos; variada serie de inmundicias, dentro del año espesa e infecta capa que, al removerla, al sacar la basura entre el término de la recolección cereal y el principio de la sementera, produce generalizada, insoportable e infecciosa hediondez; todo lo que evitarían los estercoleros convenientemente establecidos fuera de la población.

Cuando tan pestíferos corrales ofrecen declive en su base y las aguas de lluvia se filtran abundosas sobre el pudridero adherido a las viviendas, descienden a lo más bajo del suelo y allí forman balsa de líquido más espeso, negruzco, fétido y maligno que el más espesado y descompuesto alpechín de la aceituna; y yace en deletérea acción hasta tanto que le deseca el calor solar, lo propio que suele acontecer con el líquido pluvial o trasudado de ciertas prominencias y que circula hasta dar en hoyo o depresión del terreno, en que se aloja, se torna en impuro verdín, produce y manda gérmenes palúdicos a cercanas moradas de quienes no se toman la ni penosa ni larga tarea de allanar, de encauzar, de sanear, de extinguir lo que compromete su salud.

Hallase al alcance del más mediocre discurrir la trascendencia, y por lo mismo, el interés que lo expuesto debe merecer de las familias, de las localidades, de las autoridades, de las corporaciones y de los educadores, llamados a combatir lo que, en vez de favorecer, perjudica al desarrollo y a la normalidad funcional de nuestro cuerpo.




ArribaAbajo5 -Viento

El movimiento de las capas atmosféricas, por causas constantes, periódicas o variables, el viento, nos afecta -ya para bien, ora en nuestro mal- si, por ejemplo, cambia el aire viciado por otro salutífero, nos besa y aplace con el suave y deleitoso soplo de la montaña o de la marítima brisa, obra y sensaciona provechosa y gratamente, y hace lo contrario al acontactar nuestro organismo con corpúsculos malignos; si azota, abrasa y derriba en el arenoso desierto africano y aun en zonas del levante ibero -Plácido y revivificador cuando en propicias cualidades de temple, velocidad y componentes aéreos, nos amengua la calurosa demasía, limpia poco a poco el sudor, afina y facilita la olfación y la audición; tornase de antitética virtualidad, si es demasiado intenso, húmedo o caliente; si, brusco y agudo, barre aquel sudor, enfría de súbito, produce anginas, catarros, dolores intercostales o pulmonares -El viento debe, pues, no ser caso omiso en un tratado de educación.




ArribaAbajo6 -Calor

Estamos en plena y constante correspondencia con la Tierra, que nos da base de sustentación y nos envuelve; obedecemos a las leyes de la irradiación, recibimos o cedemos calor, según el nuestro no alcance o supere al de lo que nos rodea. En el primer caso, parece como que el cuerpo se dilata, la respiración se amplía y facilita, la circulación se acentúa, experimentamos bienestar, mientras la superioridad de la temperatura de fuera no sube a grado en el que la epidermis se impresiona con dolorosa resultante sensacional, el sudor no baña o se evapora apenas producido, se hace penosa la función respiratoria, se anuncian o verifican congestiones -Cuando la irradiación implica pérdida para nuestro organismo, sentimos frío, que -no extremado y en confortable alimentación y vestidura- favorece al despliegue de las energías musculares, nerviosas y mentales; pero, si excesivo, constituye el tormento de la clase menesterosa, que vive en destemple y trabaja al aire libre, se nutre mal y no viste mejor, del propio modo que en las cercanías o inferioridades del cero termométrico, expone al aterimiento, a la rigidez a cuantos al raso han de soportarle, especialmente por la noche -En los cambios bruscos de temperatura se corre el riesgo de complicaciones, más o menos graves, en la salud.




ArribaAbajo7 -Electricidad

Diseminadas las dos mitades del fluido eléctrico, la una en el núcleo sólido-líquido de la Tierra y la otra en las zonas atmosféricas, tienden a su conjunción y en el atractivo proceso, nos atraviesan, nos afectan, causan malestar, excitaciones nerviosas y diversidad de dolencias; así que desgracias personales cuando en momentos tormentosos, comprenden en el espacio de la distancia explosiva o en cercanía suficiente a sentir, por retroceso, los efectos de la chispa; todo lo que es objeto de consejos preservativos que aquellos para quienes especialmente escribimos verán en el curso de otra de las materias de su carrera.




ArribaAbajo8 -Luz

La luz, que también nos llega por el intermedio atmosférico y que sabemos nos precisa para los fenómenos visuales, es, además, esencialmente necesaria para la sana coloración de la epidermis, de la sangre, de los tejidos; y la palidez, el linfatismo y el escrofulismo, no ya de quienes malviven arrancando caudales metalúrgicos a las entrañas de la Tierra, sino de los recluidos en obscuros calabozos, de los aleccionados en mal iluminadas escuelas, etc., exhiben numerosos testificantes de aquellos efectos y padecimientos.




ArribaAbajo9 -Presión

Tenemos indicado que la presión atmosférica nos es indispensable para vivir y que varía por causa constante y regular, por la altitud con relación al nivel del mar; y añadimos que también por los cambios térmicos, nubosos, tormentosos, meteorológicos; variaciones que se reflejan en nuestro organismo, con recrudecimiento o alivio, origen o desaparición de múltiples dolencias -Infierese, por tanto, que no debe, al discurrir sobre la educación, ser pasado por alto tan influyente particular.




ArribaAbajo10 -Atmósferas especiales

Los que nos han ocupado no obran aislada, sino simultáneamente; y ya que no sea posible la determinación fiel de resultados de múltiples cofactores, suele hacerse con respecto a la húmeda y el calor correlacionados, y designando la parte con el nombre del todo o llamando atmósfera a concreta región de la misma, es clasificación trillada, por lo muy seguida, la que admite: atmósfera caliente-seca, caliente-húmeda, frío-seca y frío-húmeda.

La primera, peculiar de la estación y de la zona intertropical, produce laxitud corpórea, sudor abundante o ardorosa sequedad epidermática; afloja las energías físicas y anímicas; promueve cansancio, soñolencia, rendimiento; dilatando el aire, amengua el caudal de oxígeno en cada unidad respiratoria, lo que obliga a aumentarlas numéricamente, explicándose así la fatiga y la debilidad, por otra parte motivada en el exceso de sudor -Para atenuar tales efectos, se recomienda buscar el aire fresco y oxigenado de ciertas localidades elevadas, ricas en sana vegetación, la montaña, la arboleda; cerrar el paso directo al Sol; medio abrir o interponer cortinas o persianas; recibir la luz y las corrientes por el lado a que no baña el astro del día; regar los pisos con agua, en cuanto limpia, exenta de lo corrupto o fermentado o próximo a la corrupción y fermentación, así que a generar o vivificar perjudiciales microrganismos. Mas son los menos quienes pueden desplegar y utilizar tal lujo de preservativos, no escaseando los a quienes el trabajo impone el Sol desde su orto hasta su ocaso, en planicies y hondonadas en que apenas se percibe el viento y semibulle el caliginoso ambiente, en que devoradora sed obliga al abuso de tibia agua; y como además la alimentación suele dejar bastante que desear, los que ennegreciéndose ganan su negro pan, tendránse como bien librados si salen salvos de graves o mortales cólicos, insolaciones, asfixia y accidentes congestivos.

La antedicha atmósfera resulta, aunque no tan intensa y siempre localizada hasta en período invernal, si en bien cerradas habitaciones se usa en demasía de ciertos medios de artificial calefacción, que, al elevar extraordinariamente la temperatura, privan a la masa aérea de vapor acuoso, dilatan, abren los poros, establecen sudor, colocan en condiciones, si placenteras, adecuadas para fundamentar súbitas y peligrosas dolencias cuando la necesidad o la imprevisión ponen de repente al aire libre.

Más nociva que la anterior atmósfera es todavía la caliente-húmeda, fugaz o duradera, según lo que la motive. Cuando a período de alta temperatura y pertinaz sequía sucede otro de abundosas lluvias, éstas arrastran las impurificaciones que vinieron elevándose a la masa aérea, a la vez que ascienden a la última productos de descomposiciones y fermentos de procedencia animal y vegetal, todo lo que hace peligroso el mojarse en el líquido pluvial y origina dolencias acentuadas en su diversidad y en el número de sus pacientes -Si el hecho proviene de ser el suelo pantanoso o consagrado al cultivo de especies vegetales que ya indicamos, presentase imposible redimir de sus efectos a quienes las ocupaciones habituales obligan a trabajar sobre tan insana superficie o en sus cercanías, habitando cabañas o casuchos levantados en las últimas, quedándoles únicamente los preservativos, ya que no desde que el Sol se avecina al ocaso hasta que lo hace a la línea meridiana, al menos durante la noche.

La frío-seca, propia de inviernos escasos en lluvias y de altitudes con poco o ningún arbolado, aunque endurece para el trabajo e incita a él en busca de grato calor, inherente al movimiento, es ocasionada a agudos dolores, más o menos graves, y a congestiones, con especialidad entre gente de vida sedentaria, si se extrema demasiado.

La frío-húmeda, si corresponde a la estación invernal y a las condiciones climatológicas de la comarca, debilita, empalidece, motiva tumores, se opone a la salubridad: cuando transitoria, pasa a poco del período pluvial o nivoso que la ocasiona; pero en su transcurso promueve o excita el reuma, las neuralgias cerebrales, bucales, etc.




ArribaAbajo11 -Viviendas

Dentro del envolvente natural, atmosférico, el hombre se arbitra otro artificial, reducido, destinado a preservarse de la acción directa de la intemperie, a favorecer la seguridad personal, a morada, habitación, vivienda, el hogar doméstico, cuya inviolabilidad garantiza la ley, cuya entrada se allana con delincuencia, si el dueño no la franquea o es franqueada a nombre de aquella ley.

Resaltan los poderosos y múltiples motivos por que debe discurrirse acerca del nombrado centro, en una obra educativa, aunque, de por fuerza, haya de hacerse en manera lacónica, sumaria.

El punto donde se levanta merece ser muy observado y tenido en cuenta, lo mismo por el grado de consistencia y de sequedad de su suelo, que por la altura barométrica, claridad, facilidades de ventilación, cuánto le baña y cuánto conviene le domine el Sol, según la predominante temperatura local; las vecindades ácueas, campestres, fabriles, de vertederos, hospitales y demás cuyas malignas influencias han de evitarse hasta lo sumo -A más de lo anterior, correspondiente al emplazamiento, ha de atenderse mucho a los materiales, alzada, número, dimensiones y lugar relativo de los departamentos: que los muros tengan el espesor, la solidez y la impermeabilidad apetecibles; que los pisos estén, en bien de la limpieza y de la higiene, constituídos de modo que se produzca o levante poco polvo; que puertas y ventanas, al cerrarlas, respondan a su objeto, obstruyan el paso al viento, a la lluvia, a las inclemencias meteorológicas; que el número y la calidad de las habitaciones se correlacionen con las verdaderas necesidades respectivas de la familia; que los dormitorios, de capacidad suficiente, se presten a la luz diurna y a la ventilación y se encuentren aislados de lo que, cual el retrete y la cocina, les impurificaría su atmósfera; aislamiento que también debe existir entre los dos últimos y aun el primero, apartado lo posible del resto de la vivienda; lo contrario de lo que acontecer suele, viéndose tan repetida como antihigiénicamente, el excusado con acceso por la cocina, cercano al fogón o fregadero, posándose sus emanaciones sobre las materias alimenticias y alguna vez cercanos o al roce los vasos de alcoba y los de la mesa.

Reconocemos que muchos aceptan por morada, no la que desean, sí la que pueden recabarse; pero habrá de advertirse que no son menos quienes la ocupan pequeña, insuficiente, húmeda, obscura, malsana, por indiferencia sobre tan vital interés, por incuria, por suciedad, por el capricho de tal o cual calle, esta o la otra cercanía; por falta de medios para lo indispensable, efecto de gastar en lo superfluo, holganza característica o anteposición del juego y las bebidas; por preferir la engañosa y funesta apariencia y no la bienhechora realidad, el cuarto a la novísima usanza, mal llamado segundo, por ejemplo; en cuanto le preceden el número dos, el principal, el número primero y el entresuelo, siendo, por tanto un quinto piso; cuarto de aparentoso edificio con portería, ascensor y alumbrado eléctrico; cuarto subdividido en múltiples departamentos, teniéndolo hasta para el baño, mas tan diminutos, que cualquiera de ellos se basta y se sobra para acongojar e indisponer al sano, así que agravar o finar al doliente, y en conjunto, apropiado alojamiento de muñecas en que una niña ensayara sus ulteriores funciones domésticas.




ArribaAbajo12 -Vestidos

Además del preservador medio que acaba de ocuparnos, empleamos otro de dimensiones más reducidas, que se nos acontacta hasta el roce, que se interpone entre nuestro cuerpo y la atmósfera, que responde a motivos de decencia, de etiqueta y de moda, ésta, en muchos casos, cosas y personas, más imperiosa y obedecida que lo conveniente a la salud física y moral; medio que recibe el genérico nombre de vestidos.

Sustrayéndonos a la acción directa, inmediata y plena del envolvente atmosférico, se oponen a que la irradiación nos imponga o quite demasiado calor, a que las corrientes aéreas lleguen sin óbice a nuestra epidermis, a que sobre ésta influya con exceso la saturación del ambiente o la lluvia misma, a que el sudor se disipe no bien exhalado...

De aquí, cuánto hemos de fijarnos en la materia que ha de revestirnos; pero como debe atenderse también a otra serie de circunstancias que indicaremos sucintamente y que se suman, se restan o se neutralizan, no cabe dar reglas uniformes sobre el particular, ni hay por que extrañar que, aparte el caprichoso gusto y la mudable moda, sea tan grande la diversificación advertida en las preferencias.

Si aquella materia procede de animales, es generalmente de mayor obstáculo al tránsito de calor y aire que cuando de vegetales; mas la tela y las pieles que pueden prestar buen abrigo, lo darán muy menor cuando fino y apretado el tejido de la una, delgadas, depiladas y curtidas las últimas, que ciertas confecciones de algodón, del cáñamo y del esparto. Telas de superficie tersa, limpia y escaso espesor, se recomiendan para favorecer la frescura epidermática, así que gruesas y con cierta vellosidad, si lo necesitado o perseguido es adición de calor; pero telas de la primera de ambas series de cualidades serían fatales para quien a pie quieto o poco movimiento, ha de aguantar el sol estival, y de aquí el que pastores y mayorales de diligencias, por ejemplo, lleven siempre bastante tupida vestimenta, que en el invierno se opone a que el calor corporal salga para la atmósfera, y en el verano, a que el de ésta, penetre, tueste y ennegrezca.

El espesor se suple ventajosamente con el número de capas envolventes: más de una camisa, franela al pecho, faja sobre la región abdominal, chaleco y cazadora o saco, salvan del roce excesivo con la piel y la dificultad de movimiento, inherentes a otra vestidura más simple y protectora, pero no de mayor abrigo.

La forma es también factor en el particular que nos ocupa; mas tenemos por obligado a distingos o excepciones el aserto de que ella sea ancha en los naturales períodos calurosos y ceñida en los opuestos: la niñez y el operario del campo, del taller, todo el que se consagra a tareas de pronunciada acción muscular, necesita holgura en su envoltorio artificial.

Como consecuencia de la propiedad del color blanco, principalmente, y de los intermedios claros, en general, de reflejar la luz y el calor, suele recomendarseles para el exterior haz de la ropa. No negaremos que en cuanto reflejan, vuelven a nuestra piel el calor que emitió y se oponen al enfriamiento cuando es baja la temperatura de fuera; ni tampoco que, en fenómeno contrario, rechazan, obligan a tornar hacia de donde vino el térmico exceso; pero fácil y variado el modo de obtener el mismo doble efecto por distintos procedimientos, apenas nadie se fija en el colorido de las telas, sino para atender al gusto personal, a limpieza más duradera, a períodos luctuosos, a la edad, a la etiqueta y a la moda.

Más atendible es la cualidad higrométrica, la mayor o menor aptitud para absorber la humedad o dejarse penetrar por ella; toda vez que tejido demasiado permeable, lo mismo da acceso a las influencias acuosas de la atmósfera, ocasionando reumas y otras dolencias, que pronta salida y evaporación al sudor, con enfriamiento subsiguiente; en evitación de lo que se ha generalizado el uso de camisetas de lana o de algodón, que a nuestro juicio, han de evitarse en lo posible. Reservense para la edad madura, y aun en ella, para sujetos afectados por el reuma o en el aparato respiratorio, de vida sedentaria, cuyos quehaceres implican quietud, en cuyos casos conviene y aun procede llevarlas de fina y algodonosa textura; pero siempre cambiándolas con la frecuencia suficiente al objeto de evitar largo contacto inmediato con lo que retiene y aglomera perjudiciales miasmas, fétidas suciedades.

Hase generalizado en extremo el funesto y desconocido afán de crearse un medio artificial, que cual a las plantas de las zonas cálidas el invernáculo, nos proporcione un temple semiestival. Al efecto, se abusa del aprisionamiento del aire, de calorificarlo con braseros y estufas, y aun precaviéndose contra los daños del tufo u óxido de carbón y la sequedad del alimento respiratorio, quedará la dilatación orgánica, quedarán los poros abiertos y en secreción sudorosa, quedará la predisposición para contraerse bruscamente, para al haber de relacionarse en modo directo con la atmósfera, experimentar graves o mortales desarreglos orgánicos. Pretendese evitarlos mediante el tupido y velloso paño, los guantes, las pieles; pero en el canal respiratorio y en la cavidad torácica se producen los fatales efectos del desequilibrio; pero el sudor se renueva al penetrar en departamentos particulares o públicos, en que el termómetro señala alto grado y el sudor asimismo cesa de repente al aligerarnos la ropa o volver al aire libre, con análogo peligro al antes indicado.

No precisan excursiones retrospectivas por los dominios de la Historia para enterarse de cómo generaciones que ha mucho tiempo pasaron, recurrían poco a la artificial calefacción, vestían muy a la ligera, se templaban desde niños para el soporte de los rigores atmosféricos, climatológicos, meteorológicos y estacionales; encontrabanse, de ordinario, punto menos que al nivel del natural ambiente, y de este modo, si lo sensacional aplacía menos, en cambio, los rigores del tiempo hacíanles superficial mella; enfermaban más de tarde en tarde y no les cortaba el hilo de existencia, destinada a más luengo período, afección brusca y mortal, contraída al impresionarse de súbito un cuerpo hecho débil e irresistente a fuer de cuidarlo y de mimarle.

Labriegos y trabajadores no usan afelpadas camisetas, ni pieles o bayetas pectorales, ni guantes, ni pañuelo, ni piel al cuello; sino que, por el contrario, a veces descubren las carnes por abertura en la pechera de la camisa o los mal adjuntados calzones y medias; se levantan con el día o madrugan más que el alba, preparan sus yuntas o instrumentos del trabajo y se dirigen a emprenderlo: pie y manos de impresión marmórea, nariz destiladora, cuerpo tiritando; todo crudo, todo áspero, mas también correlacionado con el exterior, lo que amengua las enfermedades y alarga el plazo vital.

Y no vale objetar que a los consagrados a quehaceres en que, aparte la vista, apenas funciona otro agente material que la mano, faltales el calor inherente al movimiento y a la general y pronunciada acción corporal, habiendo de suplirle por medios artificiales; pues de lo que, juiciosa y convenientemente, habría de ser esta suplencia hasta el grado en que, por lo común, se la eleva, media la distancia de lo discreto, moderado, y por tanto, bienhechor, a lo excesivo, y en consecuencia, perjudicial. Nuestros abuelos, nuestros padres, con algún que otro que todavía se empeña en vivir a la antigua, cuando escribían, cuando leían, cuando se ocupaban en trabajos de reposo, de asiento, usaban a lo más de ligero y bien pasado brasero, impedían las corrientes, mas no se encerraban en manera hermética, y de rato en rato, se frotaban las manos, paseaban por la habitación, pisando fuerte para entrar en calor: nosotros nos reímos de tales antiguallas, queremos posar el centro corporal sobre mullido asiento, los pies sobre alfombra; queremos estufa, queremos espesa bata, chouveski, portier y aun pantufla; queremos que todo, hasta el papel, produzca el efecto de lo tibio y sudorífico; queremos período de sensación placentera, sin solución de continuidad, la que se da, sin remedio, al dejar el confortable despacho, al plantarnos en la calle, en un instante desde Niza a Siberia, tránsito que con frecuencia hasta para pagar en rápido e insoportable dolor, períodos de extremado e insensato placer.

Moderese, pues, el extendido refinamiento; disminuyamoslo, si en él hemos incurrido; evitele quien del mismo se halle a salvo; acostumbremos a la niñez a la simultaneidad de lo áspero con lo suave, a sentir y resistir inclemencias naturales, que en cuanto nos rodean y son de imposible evitación, procede y conviene familiarizarnos con ellas, adaptarnos para que no nos sorprendan sus malos efectos; adaptación a que conduce no sólo la baja temperatura de la morada, si que también el disminuir lo grueso, tupido y velloso del vestido.

La cabeza ha de tenerse descubierta dentro de las habitaciones y en costumbre y en aptitud de quedar en igual forma al aire libre; y cuando la suma de los años, la calvicie o la debilidad cerebral obliguen a lo contrario, que el gorro o el sombrero sirvan rigurosamente para preservar, no para calentar -El guante, de uso excepcional, cuando las circunstancias lo exijan: su empleo habitual, no bien se deja la casa, conduce hasta a constiparse por las manos -El calzado, impermeable, lo debidamente fuerte, algo holgado, que no lastime los pies ni por su estrecha base o puntiagudo tacón, exponga a resbalones y caídas -El corsé valiera mucho que se le retirase en absoluto, dejando en natural amplitud y libre función la parte corporal en que radican órganos esenciales a la vida; mas ya que a tal sacrificio no se preste el sexo en que se cotiza algo el bien-parecer, advierta que la belleza no consiste en disminuir tanto las dimensiones de la cintura, que la mujer semeje una avispa o cual si estuviese expuesta a partirse por gala en dos: aprietense menos, no se opriman y ganarán en salud y quizá parecerán mejor.

El traje ha de ser sencillo, de buen gusto, reflejo de la modestia y otras preciosas virtudes, no de la vanidad y sus análogas pasiones.

Pedir esto en la época presente equivale a la temeraria pretensión del destronamiento del gran soberano del día, cuyos entusiastas adeptos, dóciles súbditos o ciegos esclavos acrecen sin cesar; tanto, que suele tronar contra el lujo quien, aunque en su interior le anhela, no halla medio de hacerse con su apropiada librea; tanto que, en el paseo, en el teatro, en la recepción, desconociendo las fisonomías, es difícil o imposible distinguir por el porte la fortuna o la posición de cada cual.

Y el lujo no campa solo; vive en contubernio con la más caprichosa y ruinosa de las compañeras íntimas, con la moda; que exige una vestimenta matutina, otra vespertina y otra nocturna; ésta para el paseo, aquélla para el viaje, la de acá para el teatro, la de allá para la recepción; que, en provecho de tiendas y modistas o modistos, y detrimento de la fortuna o de la honra de los idólatras de la elegancia, cambia de trimestre en trimestre, si no de mes a mes, las formas y los materiales del sombrero, del abrigo, del vestido...; y, así, precisa retirar lo todavía no deslustrado; precisan desembolsos que más de una vez implican disminución de la propiedad familiar, empeños, tratos usurarios, golpes de hábil sablista, y menos mal si no enajenaciones cuyos testificantes se graban y exhiben en la conciencia -Prediquese o no en el desierto, el educador tiene que pasar por la repugnancia y hacerse la violencia de tan tristes como realistas consideraciones.

Lo funesto y censurable no es el buen gusto, ni el primor, ni la elegancia, ni aun el lujo dentro de sus regulares límites, sino el descomedido y generalizado afán de querer cada clase y cada familia ir bastante más allá de donde en el particular está su propio límite, lo correspondiente a su clase y posición, moviéndose por encima de la línea que debieran el padre, la madre y los hijos, a quienes desde recién nacidos, inconscientes e irresponsables, se les predispone y habitúa para lo indebido, se les lleva por pendiente fatal.

Cuanto queda expuesto justifica nuestro aserto de que los vestidos influyen sobre la salud física y también sobre la moral.

Procede desde luego y conviene muy mucho llamar encarecidamente la atención de quienes en el hogar y en la escuela modelan a la infancia acerca del trascendental punto que nos ocupa -Debese al niño, desde que nace, lo que supla a su debilidad e indefensa condición, lo que evite que su escaso calor se marche hacia el espacio, que se enfríe, que sucumba: ha de cubrirse, mas no calentar ni deformar su cabeza con demasiado gorro o exceso de compresión; ha de abrigarsele el tronco con especialidad, pero sin embarazar sus naturales e incesantes movimientos, su perenne crecer, y sin producir desfiguraciones ni torcimientos en sus huesos, disminuir sus cavidades torácica y abdominal; ha de tenerselo limpio y aseado, decente, pero no con lujo; ha de proseguirse este plan de higiene físico-moral, progresivo, adaptado a las variantes impuestas por los cambios de edad, en la infancia como en la adolescencia; ha de acostumbrarse a la sencillez, a la modestia, al orden, a no salirse de su esfera, y si a todo esto acompaña lo respectivo a una educación juiciosa y sana, a una enseñanza fructífera, racional y práctica, los varones se consagrarán dóciles y aplicados al aprendizaje indispensable para luego bastarse a sí mismos; las jóvenes, si no resaltan por sus oropeles, matices y otras falsas exterioridades en las públicas exhibiciones, transparentarán sus buenas prendas para el ministerio de esposa-madre, serán más estimables y más estimadas; que los hombres no se divorciaron aún tanto del buen sentido, que desconozcan y desdeñen lo que garantiza el bienestar, la dicha familiar.




ArribaAbajo13 -Limpieza y aseo

Presentadas ambas palabras en cabal identidad, no sólo en el lenguaje común, si que también por la generalidad de los diccionarios, son, sin embargo, sinónimas o de parecido, mas no igual significado.

Está limpio el objeto exento de lo que no le pertenece o lo eliminó, y aseado, si algo le renueva, cambia, ordena, arregla, aprimora. Así, asignamos la limpieza y no el aseo a ciertas entidades; así, decimos conciencia, honra, ropa limpia; así, los purgantes limpian el estómago y el agua, el cuerpo; así, nos cortamos el pelo o las uñas, nos peinamos, nos mudamos para asearnos, y nos limpiamos la mancha de tinta caída sobre un dedo; así, lavándola, se limpia al niño cierta parte del cuerpo cuando se ensucia, y se le asea cambiándole los pañales.

Procede la exacta distinción, porque si el aseo y la limpieza figuran en la obra educadora y se hallan de ordinario en correspondencia o simultaneidad, tienen distintos objetivos y ha de diferenciárselos para bien seguirlos.

Uno y otra son de notoria influencia sobre nuestra salud. Los pequeños mas numerosos desprendimientos epidérmicos, los de la ropa, el polvo, infinidad de extraña y nada favorable materia se posa en nuestra periferia y con principalidad en ciertos puntos de la misma, como en la cabeza, sobacos y entre las piernas, adherencia que con el sudor forma masilla que tapiza los poros, interrumpe la absorción y la exhalación, origina escamosas placas, postillas y granulaciones, motiva y alimenta parásitos, es génesis de variedad de enfermedades, como lo son igualmente los constitutivos de la suciedad en el envoltorio corporal, ropas de camas, muebles, pisos y superficies laterales y superiores de las habitaciones.

Aquel envoltorio, aquellas ropas, superficies y muebles se deslustran, se inutilizan muy luego para el decente o higiénico servicio, si el descuido, el abandono va imprimiendo sobre ello su negra, destructora y asquerosa estampa; de donde se infiere que la limpieza y aseo son poderoso fundamento, de los objetos a que nos referimos y, por tanto, de productora economía.

Sonlo asimismo de estima y dignidad personal, en cuanto no da prueba de tener en gran cosa las suyas quien poco o nada se cuida de lo que dirán, quien con repulsivas exterioridades justifica el que, si no se duda de su limpidez moral, al menos se evite su contacto, su asiento y hasta su plato o vaso de agua, empañado el continente, turbio el contenido, todo con indicios de malsanas adulteraciones.

Si a cualquiera se aconsejan y aun se imponen, por razones de higiene física y moral, de consideración personal y social, la limpieza y el aseo, hay a quienes se recomiendan, se preceptúan con especialidad.

Nada ni nadie forma más acabada antítesis entre lo que naturalmente debe ser y lo que desciende a ser, que la mujer, destinada a producir agrado, simpatía y atracción, y que molesta, desvía, repugna con sus ásperas y espesas greñas, su rugosa, lacia y manchada vestimenta, sus dedos con negro ribete en las uñas y no mucho más clara remonta en los nudillos; la mujer, que habría de servir de sol en el hogar, y por doquier deja extenderse la fría y opaca sombra de su incuria y suciedad; el primordial factor de la economía doméstica, de la buena conservación y duración de los objetos, y que les abrevia el período de su uso con las magnas deficiencias de cuidado; el prístino agente bienhechor para la comodidad, bienestar y salud de la familia, y que amengua la primera, quebranta el segundo y compromete la última, permitiendo que se agranden y aglomeren infecciosos gérmenes; prolongando la dolencia o motivando la recaída del que enferma, así que la invasión de los demás; iniciando con frecuentes y abultadas omisiones de lo respectivo a su propio ministerio, el sufrir de los mismos a quienes trajo al mundo y luego los deja horas mortales, sumergida la mitad inferior del cuerpecito en deyecciones sólidas y líquidas; cuando, al fin, se acuerda de limpiar y asear, lo hace tarde y mal; origina el encentamiento de las carnecitas de la criatura; las filtraciones urinario-excrementicias forman pardo, tupido, áspero e inflexible círculo en pañales y mantillas, y a veces alcanzan a pieles y colchonetas, acreciendo progresivamente en ellas la humedad, que hiende, pudre, da vida y multiplicación a insanos organismos -Con razón se asienta que en orden de valía y prioridad, si es la honradez la primera virtud de la mujer, siguenla inmediatamente el aseo y la limpieza.

Sería inadmisible el alegato de la pobreza material para cohonestar tan repugnantes y funestas deficiencias. El agua se halla al alcance de cualquiera, y con ella se limpian la periferia corporal, las ropas de cama y de vestir, el mobiliario de cocina y buena parte del total de la casa; a nadie faltarán escobas para retirar los cuerpos extraños de las habitaciones; estropajos que aplicar a vidriado, mesas, taburetes...; hilo y trapo para el recosido y el remiendo; tiempo y atención que destinar al preparado de la económica y frugal, mas también sana y apetitiva comida, así que a lavar aquellas ropas, aun la mano de la desvalida ama de casa. Tan esto es exacto, incontrovertible y palmario, como que a miembros de familias bien necesitadas vemos con tosco, raído y remendado traje, pero limpio y con la renovación que demanda el aseo, advirtiéndose lo propio en el mobiliario, en el ajuar, en todo lo de la pobre, mas dichosa casa, confiada a solícito y afanoso custodio: en cambio no es fenómeno que sorprenda por lo raro el que gente de mayores recursos vista y se trate hasta con lujo; mas con limpieza, aseo y debida duración, eso no.

Y ¿qué diríamos de la ejemplaridad del maestro que en su cabeza, en su cara, en sus manos, en su vestido, en su calzado, en el salón y propio contenido de su escuela, en todo lo a su cuidado o su descuido, exhibiese la sucia y repugnante estampa que venimos señalando y anatematizando? -Que habría de experimentarse pronta y radical transformación en tal ejemplaridad, de grado o de por fuerza -Y ¿qué de la que, profesora, era fatal en tan importante particular, a la vez que como esposa, madre de familia, ama de casa? -Que la suciedad a cierto grado y bien comprobada, merecería ser motivo suficiente para la separación.

En el punto que nos ocupa, al igual que en los del medio ambiente, de viviendas, de vestido, etc., posponemos las nimias, prolijas o interminables minuciosidades a los principios, reflexiones, asertos generales de que el buen sentido deducirá al lector los casos, los hechos, las reglas, las particulares aplicaciones, de que sólo como muestra haremos alguna indicación.

No precisa más acerca de lo que a todos consta y conviene, o sea: lavarse cotidiana y matinalmente, apenas se deja la cama, con agua limpia y fresca, con respecto a la estación y al clima, las manos, la cara y partes anterior y posterior del cuello y orejas, frotándose con el paño o toalla lo lavado hasta que quede enjuto y libre de las extrañas adherencias cuya retirada se busca, sin olvidar lo respectivo a la boca, y que ya indicamos -Peinarse luego, recomendándose mucho que uno y otro sexo, mientras la niñez, y el fuerte de por vida, lleven el pelo corto, no le dejen sin rebajar hasta el punto de que forme espesa, greñosa y sucia pellica, ni se parta y caiga en desordenadas vedijas -Seccionarse a tiempo las uñas, a fin de que no ofrezcan por fuera de las yemas concavidad que llenar suele negruzca y asquerosa masilla; pero verificándolo con tijeras, no con los dientes y sin exagerar el corte, con daño y aplanamiento de las yemas, abultamiento de las extremidades de los dedos, efecto doloroso a la menor presión y perjuicio para el órgano táctil -Limpiarse el calzado y la ropa exterior.

El labrador, el bracero, quienes por la naturaleza de sus ocupaciones habituales, no pueden ejecutar lo precedente en la forma y momentos indicados, lo harán en dándose al efecto la oportunidad, cual en las horas o días de descanso o al finar las tareas que les empolvan, les embarran, les ensucian, al paso que las personas consagradas a otras clases de bien distintas tareas, habrán de cepillarse la ropa y atusarse el pelo varias veces al día, así que lavarse las manos al terminar ciertos quehaceres, antes de emprender trabajos delicados o sobre materias que se deslustran fácilmente, cuando se va a comer, etc.

Al niño en su primera edad le limpia la madre o cuida de que se haga con las debidas frecuencia y perfección, hasta tanto que aquél avanza en desarrollo y aptitud, imponiéndole entonces su directa, satisfactoria y oportuna limpieza, procurando y consiguiendo que la repetición le produzca arraigada virtud en el particular.

El cuerpo necesita de lociones que alcancen a mayor parte de su superficie, a aquellas en que el sudor es más pronunciado y se amasa con las adherencias; lociones que pueden tener lugar en forma de baños de asiento o en habitación de buen temple y sin corrientes, por encima de oportuno receptáculo de agua a temperatura agradable y aplicada a pies, rodillas, piernas, su intermedio, pecho, brazos y sobacos, pasando y repasando una esponja y aun las manos por la superficie epidermática, que luego se cubre, frota y seca con adecuada tela.

Preferible sin duda el baño higiénico, limpiador, a placentera temperatura, son, no obstante, los menos quienes, al efecto, disponen de local, adminículos y género de vida apropiados para recibirlo en condiciones favorables y con la conveniente frecuencia.

Omitimos toda consideración acerca de los baños calientes, minerales, medicinales, en cuanto recomendarlos, preceptuarlos y acondicionarlos, corresponde a la ciencia y arte de curar, reservándose al educador el consejo contra el abuso, que aminora o anula sus efectos, así que contra la onerosa tendencia a pretextarlos para viajar, veranear, divertirse más de lo que consienten las respectivas fortunas e informa la verdadera necesidad.

El baño frío, marítimo o pluvial, cuando a él no se oponen la estación, el clima, el transitorio pero agudo temporal, la deficiencia o el exceso de edad o ciertos achaques, cual los reumáticos o del aparato respiratorio, es desde luego de acción tonificadora, salutífera, beneficiosa; pero exige precauciones contra graves o mortales accidentes: que la digestión esté hecha; que el viento no sea pronunciado ni sutil y penetrante; que el bañista no se halle sudando; que se penetre y se discurra por la masa líquida muy en guardia contra subcorrientes, hoyas y demás latentes y traicioneros peligros; que se haga punto final en la inmersión no bien el escalofrío marque oportuno instante terminal a la permanencia; que a la salida sigan inmediatamente el envoltorio y la fricción que ha de dejar enjuto el cuerpo, puntos todos estos sobre los que padres y educadores han de aleccionar a los educandos, vigilándolos, además, a fin de salvarlos de las agudas dolencias, de los aprietos y aun de las desgracias personales que durante el verano suelen registrarse y repetirse en los pueblos costerizos o ribereños.

En materia de limpieza y aseo, cada cual debe poner de su parte cuanto sea de su incumbencia y posibilidad; pero a la mujer obligan el cuidado, el estímulo, el ejemplo sobre su familia de una manera especial y decisiva, ora obrando de por sí, bien ordenando, vigilando, justipreciando cómo proceden sus hijos, sirvientes, etc.

La mujer hacendosa, pulcra, que se estima y que ama a los seres de su entrañable cariño, vela anhelosa e incesantemente por el infantito que yace en la cuna o camita; se apercibe de su llanto o desasosiego; le examina, y apercibida de que procede limpiarle y renovarle el envoltorio, se verifica sin demora y con esmero; del lecho pasa a los brazos, y aquél es objeto de lo conducente a que la ropa se cambie, se oree y airee; de que la humedad se elimine en lugar de aumentarse sucesivamente; de que los gérmenes corruptos, nocivos, no se produzcan o desaparezcan; de que todo sea placentero, sano, bienhechor en torno del que aún nada puede y vive a expensas de los demás.

Y no para aquí la bendita iniciativa, la vital labor de la que es digna del augusto ministerio y de los invalorables dictados de esposa y madre de familia. Ella ofrece solícita y riente a su compañero y a los caros brotes de su corazón cuanto necesitan para su limpieza y aseo; ella les ayuda a verificarlo cuando la falta de edad, el defecto, el estado o las circunstancias les precisan el auxilio; ella les impulsa a la práctica de lo que demandan la higiene y la decencia personal; ella les recuerda lo beneficioso del corte del pelo o de las uñas, de la loción o de la inmersión; ella, directamente o por intermedio o cooperación de hijas y personal asalariado, levanta las camas, pone a ventilar las ropas, barre las habitaciones en forma que salgan de las mismas los elementos perjudiciales y no se trasladen de sitio, posándose sobre muebles y otros objetos, poblando el aire que está respirándose.

Luego repite su lavado, se peina o atusa, cambia de vestido, se asea, queda dispuesta para acordar y emprender lo conducente sobre la ropa sucia, el repaso y planchado de la que ya no lo está, la extracción de manchas, el remiendo de alguna prenda exterior, el reemplazo del mugriento cuello en chaqueta, gabán, cazadora, etc., los preparados alimenticios, lo respectivo a los útiles en o con que se los toma, el examen de los trajes que esperan su peculiar estación y a que hay que privar de polilla y otros agentes destructores, el paso de los polvos, del paño, de la lija por dorados y demás que ha de resaltar y cabe abrillantarlo, el fregado de suelos y escaleras; que desde la puerta de la calle se perciben ya las inequívocas muestras de cómo la directora del hogar desempeña sus funciones.

La que así se conduce, difícilmente dejará de merecer alta estima, o mejor, imposible que no le corresponda y la disfrute: bondad y amor se necesitan para afanarse y desvivirse por cuantos rodean; hasta tiempo, pensamiento y voluntad para el mal faltarán a quien los tiene al incesante servicio del bien; sólo en el limite máximo del desapercibimiento, del vicio, de la malignidad se conciben el desapego y el desamor en el esposo y en los hijos hacia la merecedora de entrañable cariño, de veneración; del propio modo que por contrapuestos motivos y antitéticos efectos, la mujer desarreglada y sucia se basta y se sobra para tornar en repulsión las más fuertes atracciones, plegar las alas al más raudo entusiasmo, descender al glacial cero al más ferviente sentimiento.

El Magisterio en general, y el femenino en especial, comparten con la directora del hogar doméstico la primordialidad para inclinar y acostumbrar a los niños a la limpieza y al aseo, ofreciéndoseles como buen modelo en sus personas, en su exterior porte, en el estado de los centros y objetos que se les hallan confiados y por medio de lecturas, explicaciones, consejos y preceptos oportunos. Que no pasen en desapercibimiento o en silencio los borrones, la grasienta impresión de los dedos, las manchas en el papel, en la tela a coser o bordar, en las manos, ni el barro seco y adherido a la parte inferior de los vestidos y al calzado, ni el pelo en greñas y con polvo, ni legañosos los vértices de los ángulos de los párpados, ni los mocos bañando el labio superior o descendiendo espesos, solidificados.

En la escuela ha de haber y emplearse cepillo, palangana, agua, toalla y aun trozos de tela para moqueros provisionales; y retirando en lo posible de niños y niñas la suciedad que ellos o la incuria doméstica dejan acumularse, reconviniéndoles discreta y persuasivamente, avergonzándoles un tanto, se les conducirá al propósito de enmienda personal y de referir a sus descuidadas madres algo que las impulse a ser mejores cumplidoras de sus peculiares obligaciones.




ArribaAbajo14 -Cosméticos

No cerraremos este punto sin citar los cosméticos, a que se asigna el papel de favorecer la limpieza, el aseo, la vista, el contacto, la belleza, y que con gran frecuencia ensucian, arrugan, depilan y ocasionan daño corporal.

El agua, más o menos fría o quebrantada, según las circunstancias del ambiente, del individuo o del punto a que se aplica, auxiliada un poquito por la de Colonia o alguna otra moderada esencia; los polvos de arroz o de almidón y la bandolina, con respecto a la mujer, con el empleo suficiente de parte de la misma y por todos en general del jabón y de inofensivos polvos dentífricos, constituyen lo que a peines, esponjas, cepillos y toallas ha de adjuntarse en el tocador.

Aplicar artificios para que se repueble cráneo depilado por el exceso de la edad, o tinturas para ennegrecer o enrubecer las canas; empeñarse en simular verdor, frescura; embadurnarse o empastarse la cara, buscando primaverales aspectos en el ocaso de la vida, son necios intentos que aumentan los estragos de los años y originan costras, herpéticas placas y otras excrecencias cutáneas, del propio modo que quien abusa de perfumes que trascienden a bastante distancia, se expone a desfavorable concepto sobre olor individual tan envuelto entre las demasías de esencias de primera fuerza.






ArribaAbajoCapítulo XI


ArribaAbajo1 -Movimientos: los peculiares de la primera edad

Los peculiares de la primera edad son tan naturalmente esenciales al desarrollo corporal, al temple de los músculos y a su adaptación para los fenómenos contráctiles y expansivos, al despliegue de las prístinas energías, así que al crecimiento, consistencia y conformidad esquelética, que se les ve extraordinaria y grandemente acentuados, no sólo en la especie humana, sino que también en otros animales, y hasta el luego cachazudo pollino, cuando pequeño salta y corre con rapidez y repetición de que después apenas si conserva vestigios.

El niño, desde sus primeros años, agita brazos, piernas, cabeza; gesticula, se contrae, se mueve en la manera y formas que le es dado; movilidad que no ha de contrariarse y sí ser favorecida, sustituyendo fajas y estrechos envoltorios o jubones por ropa de suficiente abrigo, mas también de la holgura adecuada a la libertad de acción.

Después se arrastra, va a gatas, inicia la locomoción, en lo que, lejos de dificultades, han de presentarsele facilidades y alicientes, preservativos contra golpes o rozaduras que le lastimen e intimiden: dejesele -vigilado de cerca, por supuesto- sobre alfombra, fieltro, superficie blanda y plana, y primero se tenderá y arrastrará en ella; luego se acercará a sillas, butacas, mesas, a punto de apoyo para levantarse, tomar la posición vertical y, al fin, caminar de costado de uno a otro de aquellos objetos.

Avanzando en el proceso locomotriz, se le pone de pie, se le deja entre holgado círculo, constituido por los brazos de la madre, de la niñera, del auxiliar y guía personal, y así, si pierde el equilibrio, inmediatamente da en lo que le evita caer; sucesivamente se deshace el protector circuito, queda solo, su vigilante se retira algo, le incita para que acuda, y emprende su vacilante marcha, entre tortolón y cuneo, con algún que otro amago o comienzo de caída, que evita o neutraliza quien observa de cerca y hace que el golpe sea en blando.

Desde tan suave y garantido punto de partida se pasa sin tardar gran cosa, a los pinitos más largos y frecuentes, y, al fin, se está en el ya rompió a andar, hecho de bulto, acontecimiento anhelado y celebrado por los padres, pero para el que no han de procurarse innecesarias y funestas anticipaciones, mediante artificios que sólo conducen a iniciar viciosamente la locomoción, apoyándose la criaturita sobre las puntas de los pies, inclinándose demasiado para adelante, arqueando la tierna columna vertebral, alzando y ahuecando los brazos, produciendo deformes configuraciones, algunas de larga y dolorosa rectificación o que duran de por vida, con detrimento en la estética y disgusto en el que las soporta y las exhibe, cual las curvaturas en las piernas, motivadas por el echar a andar antes de tiempo, cuando los agelatinados huesos distan todavía demasiado de la rigurosamente precisa resistencia.

Es de palmario beneficio, y hasta demanda de la naturaleza, que el niño respire el aire libre desde bien pronto; pero el conducirle exige posturas y precauciones que no siempre se adoptan: llevarle sentado sobre un brazo, recto la mitad superior del cuerpo, expone a trascendentales deformidades en el último, que apenas es otra cosa que, aunque organizada, blanda y dúctil masa; presentarlo algo más adelante en actitud casi vertical, los pies sobre cadera de la conductora, una mano de ésta en los muslos del pequeñito, implica el riesgo del desequilibrio y, a virtud de la superioridad del peso de lo que libre queda encima, de caída que lastime el cráneo, conmocione o produzca sus efectos en la región cervical o en la dorsal.

Cuando ya cambia de lugar con cierta seguridad y desenvoltura y aun da sus carreritas, proceden las excursiones más repetidas y duraderas por galerías, patio, corral y jardín de la casa, plazas cercanas y jardines, parterres y paseos públicos; pero bajo la salvaguardia de persona encariñada, de justa confianza, no a discreción de mercenarias y jóvenes sirvientes, que tiran del brazo y arrastran los pies del pobre e indefenso parvulito, para que marche con rapidez, aún no de su posibilidad; que le embrazan o sueltan bruscamente; que le regañan, amenazan, asustan y maltratan; que le abandonan, desoyen su llorar y no se preocupan del peligro hasta que les notician del golpe, ciegas, sordas, insensibles para cuanto no sea el objeto de su amartelado acompañante.

Verdad que son numerosos los hogares donde faltan la alfombra, el fieltro y aun la estera; donde las madres, con el dolor de su alma, tienen que distanciarse demasiado, a veces hasta la plazuela, la huerta, o el lavadero, dejando al pequeñito en la cuna, en la cama o sobre el duro y frío suelo, sin más vigilancia que la de infantil hermano, que muy luego vuelve la espalda al objeto de su encargo, para entregarse al juego; pero no menos ciertos y notorios los múltiples accidentes, en ocasiones mortales, y en otras, dejando perenne sello en la deforme cara, extremidad o espalda -Verdad que no es menor la cifra de las que, cumpliendo solicita y entrañablemente las funciones de la maternidad, vense imposibilitadas, por otras ineludibles atenciones o por deficiencias de salud, para acompañar a sus tiernos vástagos o mandarles a sitios al alcance de su atenta y frecuente mirada; pero les observarán de cerca en cuanto les sea hacedero, escogerán lo más aceptable para el servicio asalariado; se esforzarán por acercarse hasta lo sumo al ideal que hemos bosquejado, no en la creencia de que ha de ser inexcepcional y cabalmente cumplido, sino con el propósito de que sirva de meta a la aspiración -Verdad que puede darse entre la gente del gran mundo con quienes reputen de mal tono el discurrir pedestremente al lado del niño y la niñera y no incorrecto llevar al perrito en coche abierto sobre la falda de la dama; mientras que el primero Dios sabrá dónde y cómo se encuentra; pero no menos cierto que tan absurdo y censurable contraste no constituye regla general, sino que abundan las familias poderosas cuya primera aplicación de su fortuna se consagra al cuidado, a la higiene, a la salud, a la dicha de sus tiernos hijos.




ArribaAbajo2 -Su genuina gimnasia escolar: juegos y paseos

La escuela de párvulos o jardín de la infancia es bienhechora institución en favor de los niños cuya edad fluctúa entre los 3 y los 6 años; que, por tanto, adquirieron aptitud corporal para acercarse o interponerse al peligro, mas no anímica para preverlo y apartarse de él; institución que promueve, regulariza y sostiene el movimiento de los músculos, de los huesos, de las manos, de los órganos de los sentidos, de todo el ser material; pero extendiendo su acción, su gimnasia a la inteligencia, a la sensibilidad, a la voluntad, al alma en sus albores; institución que, entre juegos y sonrisas, alegrías y placeres, favorece y guía el desarrollo de los dos elementos que nos constituyen; pero institución que sólo alcanza a las capitales de provincia y localidades populosas y que en bastantes de las unas y las otras adolece de deficiencias que la esterilizan y falsean. Escuelas de párvulos sin superficie en parte enarenada y en parte con cobertizo, sin más que el salón de clase, no se adaptan a lo que las caracteriza y recomienda; obligan a aleccionamientos impropios y aun nocivos para quienes los reciben y a los que contrarían o dañan en su cuerpo como en su espíritu; a los que disgustan, aburren y atormentan en larga, monótona y perjudicial clausura; por todo lo que, centros así acondicionados, restringen los variados y notables beneficios que les son inherentes, a garantía de seguridad para las madres que de por sí no pueden cuidar de sus hijos.

El error, el desconocimiento, la desatención o todo junto, de parte de gobernantes y legisladores, tiene a nuestras escuelas elementales tan distanciadas de lo que habrían de ser, como un objeto se encuentra de su reverso o antítesis. En departamento reducido, de inconveniente grado o dirección de la luz, con aire y temperatura de no más favorables condiciones, se reúne o casi amontona cierta suma de niños, niñas o ambos en mixtura para sufrir allí, reclusos por tres mortales horas en la mañana y otras tantas en la tarde; a esto, que bastaría para pensar en el anhelado momento de la suelta, sentir desagradablemente y querer redimirse cuanto antes de lo que disgusta y mortifica, se adiciona el abuso de la enseñanza glacial, muerta e ininteligible del libro, de la rutinaria forma pregunta-respuesta, del estudio en que no se interesa la atención, ni se razona, ni se llega a conocer, ni se forma conciencia, ni se aprovecha y nutre otra aptitud que la hipertrofiada memoria inconsciente y rutinaria: tal serie de falseamientos no puede conducir sino a que la inteligencia se embote, la sensibilidad padezca, la voluntad se rebele, ostensible o latentemente; la inquietud, el brusco movimiento, los indicios de desorden evidencien cómo se llegó al máximum de lo soportable en cuerpecitos necesitados de frecuente y variado movimiento, cómo está para estallar el sistema locomotriz, cómo se ansía el instante de salida, para correr, saltar, atropellarse cual potros desbocados.

La elaboración sobre la infancia no es árido y estéril proceso recolectivo-conservador de signos cuyo valor ideológico se desconoce, ni mera obra intelectiva, sino íntegramente anímico-corporal, que se extiende y actúa por todo el humano ser; que promueve y encauza el desenvolvimiento físico, a la vez que el psíquico; que se realiza bajo el principio fundamental de que del armónico ejercicio de las aptitudes espirituales resulta el conocer; que nadie conoce por otro, sino que cada cual lo verifica de por sí, aunque le precise o favorezca el auxilio de extraño agente personal; que la actividad inmaterial es el trabajo, lo corpóreo el instrumento y los conocimientos el fruto, la instrucción, que obtiene y recolecta el poder racional, que recibe, guarda y presenta la conciencia: de todo lo cual se infiere que el quehacer de la educación, de la enseñanza y de la instrucción es complejo, simultáneo y de íntima correspondencia; que no ha de llevarse a cabo entre cuatro paredes, sin más horizonte, sin más aire, sin más luz, sin más estimulantes, sin más atractivos, sin más medios que los de la escuela; que ha de ser en ésta, en el patio, en el plano y enarenado corral, en el parterre que la circunden; en el verde y mullido prado, en la ladera, entre árboles, arbustos, flores, en el paseo educativo-instructor.

Resalta en lo precedente cómo lo denominado primera enseñanza elemental no es sólo enseñanza, si que también educación e instrucción; no tiene por centro único la escuela, sino, además, otros más amplios, variados, placenteros y susceptibles de avivar, mover, desarrollar y perfeccionar el pensar, el sentir y el querer, así que los órganos y las funciones corporales, cuyo vigor y regularidad precisan para el satisfactorio despliegue y fecundos resultados de las energías anímicas, para el íntegro cumplimiento de nuestro destino, para la dicha extensiva al cuerpo y al alma.

Cuando el niño comienza a estar molesto, impaciente, en necesidad de movimiento y su débil cabeza, tan pesada como la atmósfera de la escuela, su pecho se abrirá a aire más puro, su vista a espacio más claro y su corazón a la alegría, trasladándole a cercano sitio, dando libertad a los resortes locomotrices, poniéndole en naturalísima gimnasia, en los ejercicios, en los juegos a que espontáneamente se entrega, pero regularizados, dirigidos para evitar caídas, disputas, sudor excesivo y seguido de enfriamiento y demás que ha de preverse e impedirse.

Imaginémonos a la población infantil de una escuela en el espacioso corral contiguo a ésta. Aquí un grupo de los más pequeños salta, da carreritas, tira la pelota a lo alto para cogerla al caer o ir de mano a mano; juega con estampitas o cubiertas de cajas de cerillas, bulle de un lado a otro en diversidad de esparcimiento -Acá uno se inclina hacia adelante hasta quedar mirando al suelo y con la espalda en posición horizontal, para que varios salten por encima, sustituyéndole el torpe y tropezón -Allá se pone el tángano, se tira por orden, con el fin de derribarle y, al efecto, se calcula el impulso y la dirección, se mira y se gradúa la acción muscular del brazo -En el centro existe, en bajo y algo pronunciado relieve, figura harto conocida, cuyo núcleo es un rectángulo con sus dos diagonales y en cuyo frente y costados hay otras figuras complementarias; desde fuera y cerca de la base, se despide circular planchita de plomo, porcelana u otra materia un tanto pesada y consistente, planchita que ha de posarse en el compartimiento correspondiente, llegar hasta ella a saltos y sobre un pie, sacándola con la punta del último al exterior, sin que aquélla se pare en línea alguna, que tampoco pisará el jugador, que pierde en faltando a cualquiera de las condiciones indicadas: pulso, acierto, equilibrio, atención, placer, propósito decidido; gimnasia de los órganos de la vida relativa, de la inteligencia, de la sensibilidad, de la voluntad, del cuerpo y del alma, de todo el ser; como igualmente la hay en el juego de pelota, andando, corriendo, agitando los brazos, obrando la mano para detener y volver, calculando y consiguiendo el saque, mirando a todos lados, discurriendo ardides para burlar al contrario y ganar el tanto, ora dando gusto al brazo, cuando aquél se halla cerca del plano reflector, bien con golpe suave si se apartó; ya al soslayo al querer salida lateral o efecto de remate; pero en todo caso, muy en cuidado de no hacer falta.

Podríamos alargar considerablemente la anterior citación; pero como lo indicado basta para muestra, dejamos el numeroso resto al buen sentido e ingenio del lector, del educador; del propio modo que le será fácil discurrir de por sí a cuánto la materia se presta con relación a las niñas, dentro de las aficiones y circunstancias peculiares de su sexo: la comba, el aro, la pelota de goma, el corro en movimiento y decoroso canto, los simulacros de tareas caseras, a que tan dada es la liliputiense y en agraz ama de casa..., constituyen rico y variado conjunto a utilizar y elegir.

Enemigos de los batallones escolares, somos partidarios de que los niños -no en la escuela, donde sólo harán los movimientos y evoluciones conducentes a la ordenada entrada colectiva en sus asientos, en la salida de los mismos y de la clase,- sino en el corral, se inicien en lo que acaso tengan que verificar un día al servicio de la patria, en lo que, si luego soldados, abrevia bastante su aprendizaje militar, con aminoración de enojos, reprimendas o algo más duro de las clases instructoras. Sin perder su genuino y doble aspecto de recreo y desarrollo y sin más que recto y cilíndrico trozo de madera al uso de cada niño, cabe imponerles en los fundamentales rudimentos de la instrucción a que nos referimos, cual en lo que se entiende por fila, línea, hilera, columna, frente, fondo, flancos, vanguardia y retaguardia; en las variaciones derecha e izquierda, alinear, marchar uno, dos, cuatro... en fondo, de frente o con variación derecha o izquierda; lo que es y cómo se verifican descansen, firmes, tercien, presenten (armas), sobre el hombro, etc., etc.

Ha de estarse muy en guardia contra la sofocación, la fatiga, el cansancio, el fastidio, todo lo que se evita con observación y buen criterio, tornando oportunamente a la escuela, que se habrá ventilado mientras dejó de ocuparsela, y, puro el aire, despejada la cabeza, se reanudarán con atención, con interés, con placer y éxito las tareas instructivas.

Claro está que el educativo y contentador recreo habrá de realizarse en horas y días apropiados, así que cuando los últimos sean apacibles, deben tener lugar paseos, excursiones escolares hacia la pradera, la arboleda y aun el terreno accidentado, provisto de variada y perfumada vegetación. Una vez en el sitio preferido, y de acuerdo con las condiciones de su suelo, los niños se hacen competencia en la carrera, en el salto de arriba para abajo o viceversa, en dirección horizontal y tras la mayor longitud relativa, sobre ambos pies, sobre uno, inclinando el tronco hacia adelante, alargando una de las extremidades superiores y trazando una línea en la superficie con el dedo o con trocito de madera -Se asciende o semitrepa por la inclinada o resbaladiza pendiente, se retorna por la misma, aprendiendo o acostumbrándose a verificarlo en la actitud que procede para el equilibrio, para no caer o hacerlo sin contratiempo, para no rasgarse la ropa y aun las carnes, cual acontecer suele a los pequeños entregados a sí mismos -Se trepa por algún árbol de lisa corteza; hasta se lucha, no para que el acto degenere en riña, sino en alarde y afinamiento de la habilidad en tretas.

Al prever o notar la suficiencia de los ejercicios corporales, se llama a descanso, se hace colocarse la parte de ropa de que se despojaran, así que lo bien encaminado a que el sudor desaparezca paulatinamente, y, al fin, sentados en las piedras, sobre la yerba u otros sustentáculos naturales, cabe consagrar otro plazo a la instructiva lección, con presencia del objeto, de la raíz, del tallo, de la hoja, de la flor, del fruto, del mineral, del animal; gimnasia y desenvolvimiento de la inteligencia, como lo será de la sensibilidad el placer que se experimenta y la contemplación del monte, del valle, de la vega, del río que se ofrezcan ante la vista; así que de la voluntad, cada vez más decidida por tan atractivos y beneficiosos ejercicios.

Tal es la gimnasia peculiar de la niñez, la que agrada, ordena y fecunda, la surgida de la misma naturaleza, de la espontaneidad infantil; la que desenvuelve el cuerpo a la vez que el alma, en integridad y en armonía; la que nuestros poderes públicos deben preceptuar, deben encarnar en el organismo de la educación primaria; la genuina gimnasia escolar, higiénica en alto grado y en el doble concepto psicofísico; la gimnasia que sólo tiene de ortopédica y de curativa lo que de ella misma surja; gimnasia sin sala ni aparatos, que la tornarían en una clase más, cuando tanto superabundan los serios y formalistas aprendizajes; gimnasia que no reclama el conocimiento de su marcha por la Historia, y que por tanto, renunciamos a esta consideración.

¡A cuán magno y variado provecho no se presta en el sentido con que la tratamos y ensalzamos! Aparte de los ya indicados, el maestro combatirá con éxito los juegos del hinque, de la tanguilla y otros que pueden entuertar al transeúnte o a los mismos que tan peligrosamente se entretienen; las pedreas, el manejo de la honda, el borriquito manso, que exponen a lesionar al espinazo del que hace de bestia y la cabeza del que al saltar llega hasta la pared; el peligroso discurrir por escurridizos derrumbaderos, ruinas, precipicios; el colgarse de frágiles ramas, encaramarse en ellas o resbalarse por los nudosos o erizados troncos; el tronchar o mover violenta y repetidamente los tiernos arbolitos, con otros malos entretenimientos por el estilo, cuyo desuso ha de perseguirse con afán.

La serie de movimientos infantiles que venimos tratando despoja a los niños de la opaca funda del disimulo que les forman la disciplina y el temor; pues si en la escuela presentan engañoso aspecto de lo que deberían ser, en los juegos se manifiestan como son, se transparentan, se perciben sus tendencias, sus pasiones, su carácter, su interioridad; exhibición valiosísima para impulsar, reprimir, rectificar, encauzar, educar procedentemente.

Aunque el niño lo notará de por sí, el maestro ha de llamarle la atención hacia el placer experimentado en el tránsito de la actividad anímica a la corporal, o viceversa; y como nada conserva la memoria con mayor fidelidad y duración que lo que la confiamos en la infancia, representaránse cuando adultos, las gratas sensaciones y sentimientos producidos por el cambio indicado; el que se consagre a tareas de gabinete, sedentarias, de inteligencia, las suspenderá a tiempo, sustituyéndolas por las que exigen la fuerza y el movimiento muscular; del propio modo -y esto, por lo poco en uso, interesa más promoverlo y generalízarlo- que el bracero, el labriego, el artesano, los que se ocupan de ordinario en faenas corporales, con ligera función de las actividades del espíritu, iniciarán la preferencia de estas últimas en los días y horas de descanso, de asueto, al tiro de barra, al boleo y a otros juegos de análoga naturaleza, en que restan en vez de adicionar fuerzas materiales, funden su corto peculio, se originan pendencias o sangrientas colisiones; todo lo que evitarían con el tranquilo e instructivo ejercicio mental, con lecturas moralizadoras y eficaces para el acertado y fructífero desempeño de las funciones habituales.

No cerraremos este importante extremo sin anticiparnos a objeción doble que podría hacersenos: la de que nuestro plan en el particular es poco necesario a la niñez de las localidades pequeñas, rurales: así que inaplicable en los centros de numerosa población. Cierto que en las primeras, los niños juegan, corren, saltan, trepan entre sí; pero no lo es menos que lo hacen con rudeza, violencia y peligros a cuya evitación conducen nuestros predilectos procedimientos, y además, los reclama la íntegra y armónica labor educadora, en el sentido de no tener a la infancia hora tras hora en el estrecho recinto de la escuela, aburriéndose, impacientándose, entumeciéndose sus miembros, con daño corporal, a la vez que anímico -Respecto a las villas o ciudades populosas, en que el terreno se aprovecha en las edificaciones, dejando poco o nada para patios, corrales y jardines; donde las considerables distancias desde el centro a las afueras dificultan los paseos higiéno-recreativos, no se opondrán con relación a todas sus escuelas; algunas instaladas en barrios extremos, otras lo estarán o podrán estarlo en hotelitos, casas aisladas y circuidas por cierta superficie, y en último término, si el ideal es bienhechor, no ha de renunciarse a su realidad en la inmensa mayoría de las localidades, porque en las menos no sea llano el establecerlo.




ArribaAbajo3 -Movimientos manuales

Los movimientos manuales ejecutan los dictados y las resoluciones del espíritu; son de grande y aun decisiva trascendencia para la intensidad, calidad, éxito de innumerables operaciones en el propio individuo, en el hogar, en el taller, en la oficina, en la obra del artista, en todas partes; exigen iniciación, aprendizaje, hábito, cuyo punto de partida está en la casa paterna y en la escuela: no cabe, pues, hacer caso omiso de ellos en ningún tratado ni centro de educación.

No ha de entenderse, sin embargo, que entre el último y la primera hayan de adiestrar para tal o cual de las concretas aplicaciones de la actividad humana; que a una y a otro incumben lo fundamental, lo general, lo de utilidad, cualquiera que sean el derrotero y la función que al individuo reserve su destino.

Lo que importa y precisa tener en cuenta es que la mano actúa con relación a nuestro cuerpo, al alimento, al vestido, a la limpieza, al aseo, a nuestro quehacer casero, campestre, fabril, comercial, mercantil, oficial...; que del acierto y de la delicadeza con que procede dependen la perfección y la valía de lo que ejecuta -Que su labor resultará tanto mejor acabada cuanto más bien se someta a la fórmula de la razón, al acuerdo de la voluntad, al alma de que es instrumento y ha de guiarla, graduar su presión, determinar su movimiento y observar atenta si verifica lo que se pretende de ella en cada caso y momento -Que tal atención, tal guía y su buen efecto consiguiente se alcanzan de día en día más fácil y satisfactoriamente a virtud de la repetición, de que el hábito es inmediata y obligada consecuencia -Y, por último, que como es más breve y llano crearlo cuando no existen viciosas prácticas, malos resabios que vencer y pulverizar, y como lo impreso o adquirido en la primera edad se conserva mucho e influye grandemente en las ulteriores evoluciones de la vida, en el hogar doméstico y en la escuela ha de procurarse con empeño que el niño, apenas inicia el manejarse de por sí, observe lo que hace con sus extremidades superiores, tenga conciencia de su propósito y del modo de llevarle a cabo, perciba lo que va obteniendo, continúe o rectifique, según la razón le advierta. Así, desde temprano comenzará a obrar manualmente, conforme ha de hacerlo la criatura consciente y racional; así, tan discreta y bienhechora práctica avanzará hasta producir costumbre, y cualquiera que sea luego el ejercicio manual que le incumba, lo emprenderá, proseguirá y terminará con el cuidado, la delicadeza, estima subsiguiente a la actividad de quien no la aplica a ciegas, sino con luminosidad anímica.

En la casa paterna ha de ser aleccionada, observada y rectificada la niñez, lo mismo cuando se lava, peina, viste, calza, que cuando come o bebe, pliega, dobla o corta papel; apunta, descorteza, alisa la vara o el palito; trae y lleva los objetos que se le encomiendan; ejecuta las variadas y numerosas operaciones peculiares de la mano.

En la escuela el campo ya es más vasto y, sobre todo, su contenido más ordenado, más sujeto a plan educativo. Cuando nos apercibimos de que el ha poco finalizada su cultura primaria, al haber de escribir, arquea o agarrota los dedos, empuña la pluma, la mueve con embarazo y la sienta con torpeza, discurrimos que el maestro desatendió lo decisivo en la materia y, lo aún más funesto, no tuvo en cuenta que el descuido en esta parte se irradia luego perjudicialmente en los quehaceres habituales o especiales por toda la vida. Al iniciar la enseñanza de la escritura, lo primero que ha de emprenderse, cueste el esfuerzo y el tiempo que quiera, es lo conducente a la buena posición del antebrazo, de la mano y de los dedos; a que éstos se muevan desenvuelta y naturalmente; a que el pulgar y el índice tomen y conserven la pluma, aun de por sí solos cuando se suspende el escribir; a que el mayor la sirva de inferior sustentáculo; a que el anular aparezca un tanto doblado y retirado para adentro, a que el meñique se acontacte por su extremidad lateral inferior con el papel, marcando el recto discurrir de la mano de izquierda a derecha. Análogo cuidado reclama el coger la pluma de modo que entre nuestro órgano corporal y la superficie en que ha de escribirse quede de la primera y de su mango la longitud necesaria para que el ángulo formado por el instrumento y el plano caligráfico tenga la debida abertura; para que no resulten borrones, por lo excesivamente agudo de tal ángulo o lo demasiado de la tinta; para que la pluma asiente sus dos puntos, toda su sección inferior sobre el papel; para que resulten procedentemente los trazos, sutil, mediano y grueso, las curvas y ojos de ciertas letras; para que éstas aparezcan con su propia inclinación, no se levanten ni desciendan más allá de donde han de terminar; en fin, para la rica variedad de movimientos y presiones manuales que el particular requiere y que son de inmejorable aplicación al doble objeto de persuadir a los discípulos, comparando el modelo con lo hecho por ellos, de cuán decisivo es enterarse de lo a ejecutar, atender a lo que se va ejecutando, rectificar con acierto, empeñarse hasta lo sumo en el éxito satisfactorio, no sólo con respecto a la escritura, si que también acerca de cualquier otra función manual.

La manera de tomar el libro y de volver las hojas cuando se lee, así que el clarión en los dictados gramaticales u operaciones y problemas aritméticos sobre la pizarra; sacar la punta al lápiz, adelgazando, pero no fracturando; el trazado, a pulso o con instrumentos, de líneas, figuras superficiales y algunos cuerpos sólidos, son otros de los muchos recursos que cabe utilizar en el curso de las materias del programa escolar; citando sólo algunos, porque hecha la indicación, ha de reservarse al hábil educador el discurso de los demás.

Y no es el proceso didáctico el único que se presta a lo que nos ocupa, sino que el manejo y la conducción de los objetos de uso peculiar de los infantiles discípulos o que se les encomienden, revelarán la calidad del movimiento manual, dando lugar a advertencias o reconvenciones, si ensucian, arrugan, chafan, rompen, estropean; así que cabe verificar bastante y provechoso sobre el particular en concepto recreativo. El niño dobla, pliega, recorta papel, para que le resulten forros a sus libros, cartapacios, pajaritas, barcos, gorros, farolillos, globitos, cometas; se hace la pelota, el tángano, etc.; rectifica, sin romperlo, lo que se dobló; ajusta lo que salió de su sitio; recorta estampas, cubiertas de cajas de cerillas, cromos, a fin de quedarse sólo con el dibujo del perro, del caballo, del soldado; hace lo propio con preparados sisográficos, de cuyo plano hay que seccionar muy cuidadosamente, los blancos, con tijera y aun con bien afilado cortaplumas, para que luego al trasluz se estereotipe perfectamente determinada figura...; y así, pueden agrandarse la variedad y la aplicación.

En las escuelas de niñas los recursos son más numerosos. Se dispone de los inherentes a las clases de Lectura, Gramática, Aritmética y Escritura; advirtiendo respecto a esta última que es error tan craso como generalizado juzgar que la buena forma de letra es cosa difícil, y por tanto, rara en la mujer: la escritura no exige gran presión y sí pequeñas diferencias de flexibilidad, directrices en el movimiento, leves y suaves variantes, a que tanto se adapta aquella cuya mano parece está destinada a la delicadeza y al primor, que revela en su tocado, en los adornos, en el plegado de la ropa, en las formas artísticas de ciertas materias alimenticias, en el punto de la costura, en el bordado, a cada instante y por doquier. Que cuantas han de ser maestras no se titulen sin la debida habilidad caligráfica, y en la materia, el interés reemplazará al desdén, y llegarán a escasear las letrillas mujeriles, y en los colegios infantiles del sexo femenino se sacará el provecho de que es susceptible el ejercicio manual; por otra parte, extensivo al corte y dibujo de labores, a su repaso, zurcido, punto y bordado, a los alegres y encantadores simulacros de la vida doméstica, en las horas de recreo, sobre motivos de muñecas, batería de diminuta cocina, ajuar de sala, camitas con su proporcionada ropa, etc., etc.

Siguiendo las rutas señaladas, no se hará el aprendizaje del carpintero, del herrero, del labrador, del hortelano, de la modista, de la florista, de la sombrerera, de ningún arte especial; pero sí se habrán ejercitado las manos sobre la madera, el hierro, la siembra, la plantación, la poda, la recolección de flores y frutos sin lastimar las plantas -todo esto cabe ensayarlo en los paseos escolares, y lo rudimentario en las ocupaciones femeniles citadas y otras más que cualquiera puede discurrir -No se habrá predispuesto al artesano ni a la oficiala de éste o del otro taller; pero sí asentado la base de todas las funciones manuales, el conocimiento previo de lo que se intenta, la atención mientras se ejecuta, la variante en cuanto y como proceda, el interés por lograr lo apetecido, sea lo que quiera.

Sin negar las ventajas que reportaría el universalizar el uso indistinto de las dos manos, no formaremos al lado de los ambidestristas, cuyas exageraciones llegan hasta el punto de levantar hasta perderlas de vista las excelencias de tal indistinción en el empleo manual y de encontrar en que así no se verifique nada menos que monstruoso desequilibrio que de la cabeza a los pies, ofrece a la diestra la habilidad, la fuerza, el desarrollo, la plétora, la hipertrofia, y a la izquierda, la torpeza, la debilidad, el raquitismo, la atrofia.

Sucedense y se sucederán los siglos; la citada indistinción no ha sido ni probablemente será generalizada práctica, y como llegar a ésta no es obra de romanos, titánica empresa, ni mucho menos, motivos existirán para no haberlo intentado y conseguido, como lo logran quienes quedan mancos de la predilecta extremidad torácica.

A salvo de esta desgraciada contingencia o en íntegro, natural disfrute de ambas manos, cada cual tiene asignado su peculiar cometido en numerosas operaciones de doble agente funcional. Y por cierto, que no cabe asertar firme y demostradamente que en tales actividades de duplicado factor, acción y efecto, el del lado derecho aventaja al del izquierdo, comparando las respectivas agilidad, destreza, energía y éxito. Observese, en comprobación de lo que acabamos de afirmar, a la mano izquierda trinchando mientras la derecha corta; actuando sobre la tela, en tanto que la otra maneja la aguja o las tijeras; el pelo, al paso que su compañera lo peina; la brida, para que la última esgrima la espada, libre y desembarazadamente...; adviertase a cuán perfecto compás o sucesión lían el cigarrillo, hacen la media, lavan, cavan, mueven la sierra, refrenan y paran al galopante caballo...; cogen y mueven el cepillito con que limpiamos la dentadura, se asen al madero o cuerda por que ascendemos, verifican lo propio con lo que, mediante polea, elevamos cualquier peso, sin que en punto a acometer y vencer a la resistencia, ceje la una con relación a la otra.

Capacitense, pues, el maestro y la maestra para encaminar al niño o niña privado del uso de alguna mano, hacia la más pronta y satisfactoria suplencia, empresa incomparablemente menos difícil que la de educar o enseñar al ciego o sordomudo; pero no pretendan generalizar el ambidestrismo, que se lo vedarían el constante ejemplo en contrario y la resistencia,

más o menos pasiva, pero segura, de parte de los educandos, contra lo que, sin ver palmaria su ventaja o necesidad, les dificultaría y confundiría incesantemente.




ArribaAbajo4 -El lenguaje oral

El lenguaje no es aptitud o modalidad anímica, sino efecto de otra orgánico-material, como la mano no es tampoco sino instrumento que cumple los mandatos del espíritu, ni el cuerpo a que el primero y la segunda corresponden, se identifica en esencia y naturaleza con el alma, a pesar de su mutuo reinflujo y perenne correspondencia -El lenguaje, aun sin asignarle lo que no le cuadra, ha de figurar en todo tratado o hecho de educación, según sumariamente vamos a patentizar.

Ciertas posiciones de los órganos vocales ofrecen alguna dificultad, que bastantes niños no logran o no intentan vencer; articulan mal, pronuncian jamo por ramo o ciefa por cierra, y cuanto por mayor plazo se les deje en su defecto oral, más laborioso se ofrece luego el extirparlo, lo mismo que acontece con los modismos locales o de comarca, gayina por gallina, quinse por quince, y otros por el estilo: convenzanse de que ejemplos de la naturaleza de los primeros llevan aparejada la burlona sonrisa, el ridículo, así como de que los segundos y sus congéneres escasean o no existen entre personas ilustradas y decidirán la corrección, consiguiéndola desde luego.

El gangueo, aunque comúnmente resulta de anómala conformación orgánica, como en bastantes casos procede de verificar el proceso resonador no bien el aire pasa de la laringe, por lo que el último vibra demasiado en ruta nasal, y como, además, la fuerza de voluntad y el deseo de redimirse de lo desagradable y feo logran éxitos extraordinarios, aconsejese, guíese, auxiliese al tierno gangoso y borrará, o al menos atenuará, su imperfección.

La tartamudez o indebida repetición de sílabas, así que la balbucencia. o violento y frecuente paréntesis en el habla, cual si algún resorte se hubiere detenido y pugnase por volver a condición de regular marcha, se origina en el carácter atolondrado, tropellón o violento del individuo, en malas contexturas orgánicas y en existir el uno o el otro vicio en la madre, en la nodriza, en cualquiera de los más allegados mientras el primer período de la niñez: ambos son siempre total o parcialmente corregibles, y el educador les hará frente fijándose en su origen y ganándose también el propósito y la acción del educando.

El habla tiene un grado promedio, típico, fundamental, en amplitud, altura y rapidez de emisión; grado variable y que debe variarse con motivo justificador del cambio, pero grado a que unos exceden y otros no llegan, manifestando con frecuencia personal defecto, con bronca o fina, ahuecada o comprimida, áspera o melosa, alta o baja, precipitada o cachazuda voz; y como tal serie de tachas fonéticas proceden de ensanchar o contraer demasiado la cavidad bucal, de acontactar más o menos lengua y paladar, de cercenar o acrecer la amplitud y el número de las vibraciones, el modelador de la infancia conocerá muy luego qué es, dónde está y de qué procede lo a rectificar, empleando los medios conducentes a ello, y sin olvidar que a veces no reside en la boca, sino en localización más interna respecto a bravucones en agraz que inyectan los carrillos y alzan el gallo para intimidar; de prematuros hipócritas que aspiran a engañar con suave y melosa expresión, etc., etc.

Abundosa es la materia que ofrece la rica variedad de las entonaciones, y como ha de procurarse que el educando se imponga y habitúe acerca de la propiedad en el lenguaje, de la acertada representación de los fenómenos y estados intelectivo, sensitivo y volitivo, el educador cumplirá este especial o importante punto de su cometido, no sólo cuando el discípulo habla, sino que, aún con mejores resultados, cuando lee, llevándole poco a poco a la exacta producción de los tonos peculiares del asunto ordinario, familiar, elevado, majestuoso...; serio, grave, humorístico, burlón, sarcástico...; alegre, triste, lastimero, iracundo, colérico, abatido, sumiso, patético, lacrimoso...; prosaico, poético, oratorio... -Y no ha de aspirarse únicamente a que la entonación resulte bien, sino a que al exponer lo existente en el yo, haya conformidad entre el signo y lo significado, no se remede la virtud, el bien, para que el vicio, el mal, quede inapercibido; remedo con que el mentor dará al traste, si observa, si penetra al simulador, en cuanto la niñez se transparenta, carece de los ardides de una razón madura y pervertida, se vende y ha de obtener el procedente pago.

Vislumbrase ya en lo anterior que al tratar de la cultura en materia de lenguaje se penetra en el terreno moral, del que podrá sacarse no poco beneficio imponiendo correctivo, y mejor, sugiriendo arrepentimiento, al niño cuya dureza de fisonomía o de voz deje que desear en el sentido de respeto, atención o consideración. También a la cortesanía reporta la labor que nos ocupa variadas y considerables ventajas; que los cambiantes visuales de color, de los labios, del rostro en general, el ahora bajar la voz, luego el levantarla, con otras particularidades de prolija o innecesaria exposición, dicen y deciden mucho en el trato social.




ArribaAbajo5 -Movimientos voluntarios de ordinario ejecutados inconscientemente

Los movimientos manuales, como los del aparato oral y de otras partes corporales al servicio consciente y volitivo del alma, ejecutanse a veces en manera inadvertida y mecánica, utilizando así un don más de la Providencia. Sin duda que cabe precisar las posiciones de los órganos de la boca para articular o modificar las vocales, y precisado se halla en obras que del particular se ocupan: señalar las leyes y actitudes del equilibrio, de la posición corporal para ascender o bajar por pronunciados declives, soportar y conducir pesos sobre la cabeza, los hombros, la espalda, las caderas, etc.; pero el fijarse en todo ello a fin de realizar los movimientos con previa conciencia de aptitud, causa y efecto, ni es dado a la generalidad, desconocedora de tales datos, ni se verificaría sin apartar el espíritu del propósito con que actúan los órganos de la vida relativa, por ejemplo, del significado de las palabras al hablar. No hemos, sin embargo, de prescindir de lo que caracteriza a aquellos movimientos, en cuanto conscientes y voluntarios, sino armonizar lo mecánico con lo observado, para subir, bajar, suavizar, fortalecer, flexionar la voz según proceda; para que el trabajo manual resulte estimable, para transportar pesos sin lastimarse, para salvar de resbalones y caídas el tránsito por estrecha y elevada vía, por cuestas y precipicios.




ArribaAbajo6 -Movimientos instintivos y afectivos

Aun sobre los movimientos instintivos ha de obrar la educación, con el objeto de someterlos a las previsiones y dictados del alma, de conservar la serenidad en los críticos momentos de grave e inesperado peligro, evitando el desprendimiento de lo conducido en brazos o manos, para apoyarse libremente al tropezar y haber de caer; el asirse férreamente a quien acude a salvar al que se ahoga, el amontonarse, obstruir la salida, herirse o perecer cuando de súbito se anuncia el fuego en un teatro, y con sangre y cálculo fríos, habría tiempo para abandonarlo ordenada y regularmente, salvarse todos.

Los movimientos defectivos, cual el guiñar un ojo o levantar un hombro, no suelen prestarse a la completa desaparición, pero sí a amenguarlos en intensidad y en la cifra de sus repeticiones; que la voluntad resuelta alcanza lo extraordinario y aun lo prodigioso -Acerca de los emocionales, el educador ha de evitar el tratarlos de modo que aleccione al educando en las malas artes del fingimiento y del disimulo; pero también templarles y predisponerles para no denunciarse con facilidad y prontitud suma, para no dar a leer en la fisonomía, en el acento lo que proceda velar, a fin de no descubrir lo que lícitamente deba permanecer en secreto, la desgracia ocurrida a quien haya de aplazarse o demorarse su conocimiento, la gravedad que interesa ocultar al enfermo, etc.






ArribaAbajoCapítulo XII


ArribaAbajo1 -El sueño

El ejercicio tiene su oportuno momento de cambio o cesación, cuando, debilitadas las energías, se experimenta cansancio, malestar, resistencia a proseguir la actividad; procedente deseo de descanso, quietud, reparación de fuerzas gastadas, para lo que nada más adecuado y natural que opuesto polo a la vigilia, el sueño, descrito ya y sobre el que, por tanto, sólo se necesitan consideraciones higiénicas, que vamos a, hacer sucintamente.

Lo que en la vida orgánica en general observamos acerca del sueño, revela cuán propio y conveniente es que el nuestro tenga lugar en horas nocturnas; por otra parte, silenciosas, obscuras, favorables a que los órganos auditivo y visual hagan tregua en su servicio a la vida de relación.

Ésta en suspensión más o menos cabal, no nos apercibimos de lo que puede sernos perjudicial, y de aquí, las precauciones que antes de tomar el lecho deben adoptarse en pro de la seguridad personal, de la digestión, de la respiración y demás, cerrando puertas y ventanas, evitando corrientes aéreas, abrigándose la región gastro-intestinal, aun en el caluroso estío, alejando braseros y vegetales verdes, dotando, en fin, al dormitorio de buenas condiciones higiénicas.

La duración normal del sueño varía con las edades de la vida: la mitad del día, o algo más, en los comienzos de la existencia; diez horas mientras el período infantil y aun el del adolescente; ocho después, hasta la vejez, en que amengua la duración del sueño, aunque no deba disminuir la de la permanencia en la cama. En todo caso, es altamente recomendable acostarse pronto y levantarse temprano, no dejándose en manera alguna dominar por la pereza, enemiga de la salud y del bienestar familiar.

Hay que cuidarse del dormir de los niños, puesto que ellos no pueden hacerlo de por sí: en los primeros meses, hasta cabe sean víctimas de la asfixia o de otro grave o mortal accidente, ya porque las ropas u otro objeto les cargue sobre la cara y obstruya la respiración, bien porque la madre, la nodriza o quien repose a su lado les ponga un brazo encima de la boca, o les coja debajo en movimiento o vuelta inconsciente del cuerpo, porque se resbalen y caigan de la cama, etc.

Durante la infancia, ha de vigilarselos en tanto yacen en el lecho, apercibirse a tiempo de cólico o de cualquier otra indisposición que pudiera acometerles, habituarles a no desarroparse, a no cubrirse la cabeza con las ropas, a dormir a obscuras y puerta cerrada, sin miedo y terrores, comúnmente informados en necias, fantásticas y espeluznantes patrañas, de cuya inexistencia procede convencer y que tontas, vulgares e ignorantes gentes reputan utilizables y las utilizan con riesgo y daño para las pobres criaturas.




ArribaAbajo2 -Los órganos de los sentidos

De vasto y trascendental alcance la acción educadora sobre las percepciones y las sensaciones, apenas si tiene otro respecto a los órganos o aparatos de los sentidos que lo conducente a que la impresión sea perfecta y también el punto o instante inicial de la transmisión, por lo que será poco lo que expongamos en este segundo aspecto.

El instrumento táctil exige limpieza, precauciones contra el destructor roce, presión, alteración epidérmica, y aun dérmica, por lo áspero, cortante, caliente o frío en demasía; pero sin un cuidado tan decisivo, una preservación tan exagerada, que lejos de templarnos para los inevitables rigores y bruscos cambios del ambiente, nos pongan en estado de organismo entre seda, bajo fanal, en estufado invernáculo; en condiciones de que sea peligroso el contacto directo con el aire libre -Las fosas nasales han de presentarse limpias de mucosidades líquidas, pastosas o solidificadas, lo que exige esmero y prudente energía con los niños, no exponiéndolas a olores demasiado fuertes -El elemento material gustativo no ha de someterse a frecuente y abusiva impresión de licores, pimientos y demás que abunda en la incontinencia sobre el comer y beber, que para castigo de glotones y esclavos de la gula, conduce a la mengua del apetito, de la sensación que impulsa a alimentarse lo necesario -Ha de ponerse, en lo posible, al oído a cubierto de impresiones intensas, como el estampido del cañón; de la humedad y del frío extremados y de la suciedad resultante del amasamiento del cerumen con el polvo y otros cuerpos extraños que llegan desde el exterior, algunos de ellos seres vivos y que pueden motivar agudas dolencias en el aparato: de aquí, lo recomendable y recomendado de las lociones con agua tibia, que cabe dirigir al conducto auditivo mediante ligeras inyecciones o especie de mechita de hilo y empapada en dicha agua o en alcohol -Los ojos reclaman esmerada limpieza, lavándolos, al menos una vez al día, al levantarse, con agua a temperatura natural, excepto cuando ésta sea bastante baja, en cuya caso, conviene quebrantarla. En el tránsito por donde machacan piedra, deshacen cal, pululan diminutos fragmentos de carbón, cual desde las locomotoras en los viajes por ferrocarril, ha de irse en guardia contra lo que podría lesionar cualquier elemento del doble aparato visual. En cuanto a la luz, no ha de pecar por exceso, ni por defecto, ni por reflexión; no ha de mirarse directamente al Sol ni a vivos reflectores, ni cambiar súbitamente lo obscuro por la pronunciada luminosidad; ni extremar la duración de la mirada sobre ciertos objetos, cual relojeros, grabadores, calígrafos, etc.; ni trabajar con luz artificial oscilante, ni leer con la deficiente, como en las horas crepusculares o por las reglamentarias en ciertas escuelas; así como tampoco yendo con rápida marcha, en carruaje o por vía férrea.




ArribaAbajo3 -Enfermedades

Desde el nacer estamos expuestos a perturbaciones corporales, unas que pueden darse en cualquiera de las edades de la vida, otras más frecuentes en alguna de las últimas y aun peculiares de ésta o de aquélla. Muy numerosas, prolijo y extenso, en consecuencia, su tratado expositivo y curativo, que, por otra parte, implica suficiencia facultativa, de que carecemos; cumplenos únicamente consignar: que las madres de familia pueden evitarlas en muchos casos, cumpliendo sus deberes de limpieza, de aseo, de higiene corporal de su parte y en sus allegados, en ropas, habitaciones, alimentos y bebidas; pueden asimismo oponerse al contagio, con el aislamiento del paciente, de sus deyecciones, de su ropa interior; pueden también combatir y vencer leves y comunes dolencias, a cuyo efecto conservarán, previsoras, azúcar, anisado, flores pectorales o tonificadoras, etc.; y deben fijarse detenidamente en el aspecto y en las indicaciones del que se manifiesta indispuesto, llamando con oportunidad al médico y en modo alguno, usando los formularios de ignorantes y funestos charlatanes, ni las substancias que no deberían facilitarse, y que en las droguerías se despachan a cualquiera; substancias que, empleadas fuera de acertada regla y dosis, ocasionan graves o mortales accidentes.

Los maestros han de vigilar por que la dolencia infecciosa de un escolar no comprometa la salud de los demás, observando, al efecto, en todo tiempo a sus discípulos, con especialidad respecto a epidemias que puedan existir en la población; mandando a casa, con las debidas precauciones, al que se sienta mal; no permitiendo el reingreso del invalido, sin que el facultativo que le hubiese asistido manifieste por escrito que no hay peligro en la admisión.




ArribaAbajo4 -Accidentes escolares y previsiones contra ellos

No conocemos tratado formal de Pedagogía que pase por alto un particular digno de tenerse en cuenta, cual es el de ciertos accidentes, de que cualquiera podemos ser víctima, y, por tanto, también la niñez, cuya educación corporal es ahora el objeto de nuestras consideraciones, entre las que consagraremos algunas al indicado extremo.

Ante todo, han de prevenirse tales accidentes, no dejando al alcance, peligro o tránsito de la infancia cuanto pueda motivar lo que va a ocuparnos; previsión que los maestros deben llevar hasta lo sumo, para evitarse cargos y responsabilidades; y han, además, de tenerse a prevención, en el hogar doméstico como en la escuela, los primeros medios de hacer frente a los desagradables hechos a que nos referimos, medios entre los que figuran con principalidad trapos de hilo, vendas, cintas, tijeras, árnica, tafetán inglés, etc.

Viniendo ya a la enumeración y primer tratamiento de aquellos accidentes, citaremos:

Las contusiones de primer grado, en cuanto si producen dolor, no es de gran intensidad, y a las que suele acompañar cardenal, equimosis o mancha violácea, amarillo-obscura o negruzca: son el efecto ordinario de las frecuentes caídas de los niños y su cura sólo exige compresas empapadas en agua y árnica o alcohol alcanforado, sujetando después levemente con venda o pañuelo -En las de segundo grado resulta trombus o chichón, y exigen la compresa antedicha, remojada en lo expresado, pero con dobleces y entre ellos una moneda o pedacito de cartón o madera, apretando más el apósito -En las de tercer grado, el dolor se acentúa considerablemente y, por lo común, se presenta flemón o prominencia inflamatoria de los tejidos, que podría hasta degenerar en la gangrenosa pérdida de estos: cabe utilizar provisionalmente lo recomendado para las de primer grado, pero encargando lo ulterior a facultativo, lo mismo que en las de cuarto grado, en que desde luego se presenta la descomposición de la parte orgánica contusionada, que queda como hecha papilla o en gangrena. Si se notara abultamiento creciente y que latiere al compás del pulso, sería indicio de haberse resentido algún vaso sanguíneo, procediendo la llamada inmediata del médico, lo mismo que si la contusión o sus efectos alcanzasen a articulaciones o vísceras, así que de existir conmoción o lesión cerebral; en cuyos casos apenas si los profanos harán otra cosa que echar al paciente o colocarle en la posición oportuna, aflojarle la ropa que le comprima, aplicarle agua fría, con árnica o alcoholizada, impedir en lo posible la extravasación sanguínea, mediante vendajes o presión en el lugar correspondiente, y si el accidente es cerebral, aproximar a las narices de quien lo sufre un destapado frasco, con vinagre, amoníaco u otra substancia análoga de subida trascendencia odorífera; claro está que lo último, en cuanto el percance personal ocurre donde es de posibilidad disponer de ello o quien lo sufre ha sido trasladado a su casa, a alguna cercana al lugar de la dolorosa ocurrencia o a otro sitio oportuno o procedente.

Las heridas, cuya diferencia de las contusiones se halla al alcance vulgar, reciben las principales denominaciones siguientes: Incisas, o producidas por objetos cortantes, cuchillos, navajas, cristales, hojadelata, etc.; punzantes, o debidas a la introducción de punzones, agujas, espinas, astillas, clavos, etc.; inciso-punzantes, o en que el agente corta y penetra a la vez, cual los sables, puñales, espadas, etc.; de avulsión, o arrancamiento, como las ocasionadas por cogidas entre puertas, engranaje y correaje de máquinas, voladuras de minas, etc.; contusas, efectos de caídas, martillazos, pedradas, coces, etc.; las causadas por las armas de fuego y por mordeduras o picaduras, etc.

Su alcance es tan variado, como que desde el insignificante contratiempo, ascienden en intensidad y gravedad hasta el punto de ser irremisiblemente mortales, o al menos, producir hemorragias, seccionamientos o fracturas, que reclaman sin tardanza los recursos de la ciencia y del arte de curar. Por fortuna, las que acontecen en el curso y con motivo de la obra del educador son, en general, de carácter leve y, así supuesto, nos referimos a algunas de ellas.

Si el subsiguiente derrame presenta sangre algo espesa, de color rojo obscuro y resbalándose escasa y lenta, no hay por qué asustarse; se excita algo la hemorragia, para lograr la expulsión del cualquier corpúsculo extraño que haya podido llegar al vaso herido; hemorragia que ordinariamente cesa de por sí o, de no, se procurará contener por compresión debajo, encima y debajo, mas nunca sólo en punto inconveniente, en cuanto esto equivaldría a obstruir el tránsito de la sangre al corazón y, en consecuencia, a favorecer el derrame: finado éste, se acontactan los bordes de la herida y se aplica tafetán inglés u otro aglutinante, en modo alguno de los que dicta la crasa ignorancia, cual telas de araña, que llevan gérmenes de enconadura, inflamación o algo más grave.

Si la hemorragia corresponde a vasos capilares, la herida será poco extensa y considerable, la sangre parece como que trasuda y forma numerosos puntitos, se extravasa en pequeñas dosis, pero a veces con cierta duración que se disminuye, mediante agua fría y a chorro, compresión al fondo y bordes de la herida con esponja empapada en dicha agua fría o estíptica, esto es, con contenido astringente, exprimiendo bien antes de aglutinar o vendar.

La efusión de sangre arterial, de color rojo subido y que sale en borbotones, al compás del pulso y aun formando hilo, es siempre accidente serio, que ha de atajarse con prontitud suma, procurándose el auxilio de facultativo y, mientras llega, comprimiendo entre el corazón y el punto del accidente, lo más que se pueda, vendando con aprieto y hasta interponiendo cuerpo duro y no cortante, cual el corcho, entre la epidermis y el vendaje.

Como el contratiempo puede estar localizado en la cabeza, cuello, hombro, sobaco, vientre y otras partes del cuerpo cuya compresión es delicada, peligrosa o difícil, renunciamos a formularla concreta y detalladamente, así como a indicar la torsión o ligadura de la boquilla de los vasos y el empleo de substancias cuya receta y fórmula de aplicación corresponde al facultativo.

Una caída, un paso en falso, un esfuerzo excesivo puede torcer, alterar la posición o tirantez natural, relajar cualquier tendón, ligamento o músculo, con sus consecuencias dolorosas y de hinchazón, equimosis o cardenal y dificultando el movimiento de la parte resentida, por plazo algo largo, si se trata de las extremidades inferiores. Recomiendanse para restablecer la normalidad orgánica, vendoletes empapados en agua alcoholizada o con árnica y, mejor, para evitar los efectos del repetido y prolongado humedecimiento, el sobo, fricción, presión, el amasamiento con las manos impregnadas de alguna substancia grasa.

Las mismas caídas, pasos en falso o esfuerzos violentos, sacan a las superficies de los huesos que forman las coyunturas o articulaciones, de su situación natural y punto propio de contacto, dándose la lujación, o los desajustan por completo, ocurriendo la dislocación. Respecto a las primeras y especialmente cuando se producen en las extremidades, acaso se reduzcan o corrijan con moderados y cuidadosos movimientos y, de lo contrario, debe avisarse al facultativo, como se hará tratándose de las segundas, colocando entretanto al paciente de manera que no actúe ni soporte gravamen la parte lesionada y limitándose mientras aquél llega, a aplicar a la última lociones de agua en mezcla con tintura de árnica o vinagre fuerte.

Las fracturas o roturas de los huesos, aunque no frecuentes, son muy posibles en los niños; los conocimientos anatómicos del maestro, aunque rudimentarios, bastarán en la mayoría de los casos para convencerle de que alguna pieza ósea se rompió y, en tal caso, absténgase de lo que no sea colocar al paciente de modo que lo fracturado quede exento de movimiento y sostén; aplique, si acaso, las lociones antes indicadas, para contener o amenguar la inflamación y no haga más, porque si las operaciones quirúrgicas subsiguientes, lo mismo en dislocación que en fractura, fueren de desgraciado éxito, cabría que se achacara el fiasco a la torpe y profana intervención primitiva.

Bajo las genéricas denominaciones de picaduras y mordeduras, se comprende tal multiplicidad en número y efectos, como que figuran entre las mismas desde la simple contusión, pasajero aguijonazo, leve avulsión o arrancamiento, hasta el grave o mortal afecto de la ponzoña, del veneno, de la rabia: de aquí la variedad de medios y procedimientos curativos. La picadura de abeja o avispa, reclama únicamente, extraído el aguijón, palos de agua fría; pero cuando, hostigados, por ejemplo, tales insectos, son bastantes los que clavan su dardo, el dolor y la inflamación pueden traer serias complicaciones, que el facultativo verá de atajar -Las del tábano, araña y tarántula, son causa inflamatoria y hasta de fiebre y contra ellas se recomienda jaboncillo amoniacal, unas gotas de amoníaco líquido o disolución de sal común -La del alacrán o escorpión es más penosa y de mayor entidad, poniendo en náuseas y hasta febril, atolondrado, convulso o escalofriado; mezclado el virus con la masa sanguínea, daña muy luego al organismo, por lo que ha de evitarse sin tardanza la peligrosa inoculación, con fuerte ligadura, si el sitio lo permite, al objeto de expulsar la sangre inmediatamente inficionada y de evitar la circulación del elemento maligno, o de no ser utilizable la cinta compresora, se aprieta bien alrededor de lo punzado, se le dilata con instrumento cortante o se le adjunta ventosa, todo a fin de extraer el maleficiado líquido sanguíneo, y se aplica cauterio; todo lo que procede, aun en manera más enérgica y acentuada, si el causante del daño fue reptil venenoso, o perro con síntomas de hidrofobia; pero todo lo que conviene se verifique por mano facultativa -No es tan alarmante la lesión ocasionada por lagarto o culebra ordinaria, pero sí expuesta a inflamaciones y otras dolorosas contingencias, por lo que procede contra ellas, a más de la loción con agua fría, cauterizar con nitrato de plata, amoníaco, etc.

El envenenamiento, de que acabamos de indicar algunas variedades, puede en general verificarse pasando el tóxico por los epidérmicos poros o introduciéndole al estómago, en cuyo caso nada más eficaz y salvador que el pronto y completo vómito; pero es tan grave la naturaleza de estos accidentes, que sin perder un momento debe llegar la intervención facultativa.

Las quemaduras son de primer grado, si sólo producen rubicundez sobre la porción de la piel a que alcanzan y dolor poco intenso; de segundo, si éste sube considerablemente, así que la citada coloración y se forman flictenas o vejigas de bien variable tamaño y que se llenan de claro líquido; y, sucesivamente, de tercero, cuarto, quinto o sexto, conforme a la graduación progresiva, en que las flictenas son más opacas, su serosidad más obscura y hasta sanguinolenta, las destrucciones pasan más adentro de la piel y llegan hasta la carbonización de tejidos, en campo más o menos extenso -Contra las de primer grado, aceite común, lavado o fenicado, pomada boratada, agua de vegeto o capas de colodión elástico ricinado; contra las de segundo, vaciar las vejiguitas, picando y no rasgando la epidermis; después lo indicado para las de primero, con empapados trapos de hilo y limpios, no algodón en rama, que se adhiere y molesta y destruye al despegarlo; más allá, el pronto recurso médico, sin perjuicio de combatir la postración del paciente con sinapismos en las extremidades, en el lado del corazón, así que el dolor y las convulsiones, con antiespasmódicos, éter, agua de azahar, de cuatro a seis gotas de láudano líquido en medio vaso de agua, infusión de tila, etc -Al que se quema la ropa, se le auxilia con precauciones, sin promover corrientes de aire, envolviéndole con un paño, a fin de apagar la llama, pero cuidando no llevar a sí lo que va a atajarse, ni aumentar el daño del que sufre, con bruscos movimientos o restregones que destruyan su ya lastimado organismo.

De entre las distintas clases de hemorragias, sólo cumple a nuestro objeto ocuparnos de las nasales, tan frecuentes como, por lo común, de ninguna gravedad y que suelen cesar por sí, sin más que levantar algo la cabeza. Mas de persistir demasiado, se colocan en la frente, sienes o nuca de quien las experimenta, paños de agua fresca, sola o en mezcla con vinagre; se hace levantar hasta alinear con la cabeza, el brazo correspondiente a la fosa que vierte; se impide sonarse las narices, se las lava con agua fría, pura o unida a principio astringente; y de no conseguir el cese del derrame, competerá al médico combatirle con procedimientos más enérgicos.

Asfixia significa en general, paréntesis o término definitivo de la función respiratoria, resultante del extremado calor o frío, de la chispa eléctrica, de que el aire carezca de sus condiciones esenciales al efecto, de presión torácica suficiente a impedir los movimientos dilatadores para la inspiración, de obstáculo interior o exterior en garganta o tráquea, que vede el tránsito del agente aéreo, al que también puede imposibilitar la introducción de la cabeza en masa sólida o líquida.

La asfixia en su efecto máximo claro está que no admite remedio, pues que ocasionó la muerte; pero como ésta se simula a veces perfectamente y por varias horas, después de las que no pocos volvieron a sus funciones orgánicas, no debe desesperarse ni omitir recursos hasta llegar a la cabal persuasión de que el paciente sucumbió.

Colocase al último en lugar de atmósfera pura -después de tenerle breve espacio boca abajo, si se asfixió en agua, a fin de que la arroje- en posición casi horizontal, cara hacia arriba, cabeza para atrás, algo levantado el tronco y libre el cuerpo de presión de botones, cintas, faja, etc. Abrasele la boca con un palo, cuchara de madera o por interposición de dos corchitos cerca de vértice de las mandíbulas y los cuales tendrán fiadores de hilo fuerte o bramante, al objeto de que no sean tragados; se retiran con un dedo o las barbas de una pluma las mucosidades o espumarajos que obstruyan la garganta; sacase la lengua del operado fuera de la boca, para que no obstruya la vía respiratoria; se le fricciona en seco o con franela o lienzo áspero empapado en alcohol puro o alcanforado, en agua de Colonia o vinagre; se le acontacta a las narices un frasco destapado y que contenga amoníaco o sales inglesas, y en cuanto se advierta movimiento muscular en cara o pecho, bostezo, pulso y latidos cardíacos, se emprende la respiración artificial, para lo que el procedimiento más sencillo consiste en soplar directamente o por el intermedio de un tubito por la boca del auxiliado, tapándole previamente la nariz y sometiéndolo a rápidas presiones pectorales y ventriculares, con las que, diminuida la cavidad torácica, se logrará espiración aérea, así que inspiración, en cuanto libres pecho y abdomen de lo que los comprime, recobren su posici6n natural -Aconsejase, a más de las fricciones y compresiones, el empleo de ladrillos calientes o de botellas con agua a bastante temperatura, en los pies, sobacos y a lo largo del cuerpo del paciente, a quien, en cuanto manifieste el retorno a la vida, se le reanimará con caldo, vino, ron, etc -Otros medios más eficaces, como el de Marshall, que se encamina a la variación de posturas corporales, para dilatar y contraer la cavidad pulmonar; el de Sylvester, que tiende a poner en juego brazos y músculos pectorales, y el de Pacini, poderoso, pero de difícil ejecución al objeto de verificar la respiración artificial, rebasan los trámites de nuestro trabajo; más, si cabe, las inhalaciones de oxígeno, que ni aun los médicos podrán utilizar, si carecen de los útiles indispensables para proporcionarse aquel gas.

Cerraremos este particular recomendando las debidas precauciones a quienes acudan a salvar a quienes se encuentran en inminente riesgo de asfixia: si ha de penetrarse en lugar de denso humo o con atmósfera invadida por ácido carbónico, óxido de carbono u otros gases irrespirables y no se dispone de ciertos preservativos dictados por la ciencia, vayase provisto de una luz, para retroceder no bien se la note apagarse y sujeto por cuerda a la cintura, mediante la que desde fuera puedan retirar al que se interna, en cuanto se advierta que no avanza; abra en seguida ventanas u otras comunicaciones, si las hay, al objeto de facilitar el acceso a las exteriores corrientes de aire puro y, en todo caso, llevese otra cuerda para atar o enganchar al asfixiado por parte conveniente de la ropa y hacerlo arrastrándolo -El que se ahoga en fondo líquido, la razón sofocada por el ciego instinto, ante la inminencia del peligro, se aferra a lo que logra asir, y quien acude a salvarle, podrá sucumbir también, si no se reduce a sujetar y tirar del paciente en manera análoga a la antes indicada, o a aorillarle, empujándole suavemente con el pie, con un palo, etc.

Ciertos estados patológicos, grandes y repentinos sustos, la muerte de ser querido, súbitos y desgraciados acontecimientos y otras diversas causas, suspenden fundamentales manifestaciones de la vida personal, imprimen considerable palidez en la fisonomía, enfrían la epidermis; ponen en paréntesis las funciones respiratoria, circulatoria y de los órganos de los sentidos; desvanecen, hacen perder el conocimiento; el individuo queda en estado de síncope, contra el que ha de procederse colocando a aquél en posición horizontal, levantándole algunas veces las extremidades inferiores y bajándole la cabeza, a fin de llamar la sangre hacia el cerebro y restablecer su vital funcionalismo, así que de los centros cardíaco y pulmonar. Procede, además, que el paciente se halle en atmósfera fresca, pura y de suave corriente, a la vez que en desate y aflojamiento de ligaduras, ropa y cuanto le oprima o contraríe el movimiento; que se rocíe la cara con agua fría, se le haga aspirar vinagre, Colonia, amoníaco, substancia de olor fuerte; se le friccione y, si todo ello insuficiente, precisará la insuflación o respiración artificial, habráse llamado al médico, lo que conviene hacer siempre que el síncope obedezca a enfermedad que el sujeto venga padeciendo.

El accidente epiléptico, caracterizado por convulsiones, bruscas y anormales sacudidas de los nervios centrífugos y por perturbación mental más o menos intensa y duradera, suele ser achaque de ciertos individuos, por lo que sin perjuicio de abreviar en lo posible la duración con rociaduras de agua fría, olores fuertes y otros conocidos recursos, no inspira alarma y sí previsiones para que el que lo sufre con frecuencia no caiga al fuego, a depósito de agua, por precipicio; no experimente, en fin, percance más grave: durante el acceso, son extraordinarias las fuerzas desplegadas, que no deben contrarrestarse y sí colocar al accidentado sobre blanda base, cogiéndole las extremidades, mas sólo al objeto de que no se lastime en sus bruscos e inconscientes movimientos -Cuando el caso epiléptico se da por vez primera, conviene le conozca y trate un facultativo, pues los hay de graves complicaciones ulteriores, cual parálisis más o menos extensas.

Cuerpos extraños -Pasan a veces a los intersticios o cavidades corporales, con molestia y aun peligro, y de ellos, citaremos algunos. Introducense en la nariz -sobre todo de los niños, por sus peculiares juegos y travesuras- guisantes, judías, huesos de cereza, etc., cuya extracción se procura en modo algo fuerte, como para expulsar mucosidades; estornudando, sorbiendo, a fin de que pasen a la boca; mediante inyecciones de agua fría y hasta con diestro uso de las pinzas -En el oído, se torna en cuerpo extraño la retenida y endurecida pasta del cerumen con polvo y otras importaciones del exterior; y, además, pueden penetrar en el conducto auditivo objetos análogos a los señalados con relación a la nariz y aun seres vivos y de peligrosa residencia en el órgano: se intenta sacarlos con la cucharilla limpia-oídos o con horquilla del pelo y, de no lograrlo, lo mejor será recurrir al facultativo -Las motas, pajitas, trocitos de carbón y otros corpúsculos alojados entre la conjuntiva y el globo ocular, irritan lo exterior del aparato y molestan demasiado: a veces se les expulsa con suave y repetido frote sobre el párpado, separando algo éste de la órbita, para soplar inmediatamente, inyectando agua o pasando la punta de pañuelo o trapo de seda o hilo empapado en aquélla; pero de precisar el empleo de pinza, imán o medio de parecida naturaleza, no debe hacerlo mano profana -Óseas esquirlas, raspas, porciones inmasticadas de alimento duro, almendras, etc., pueden atravesarse o implantarse en el tubo conductor hacia el estómago, con malestar que, por lo conocido, releva de su descripción, pero que sin pérdida de instante, se procura vencer arrastrando el objeto con degluciones de agua o de migas de pan: de no conseguirlo y hacerse necesaria la extracción, el llamado a verificarla es el facultativo; más, si cabe, si la obstrucción se produjo en la laringe o tráquea, pues se presentarán los preliminares de la asfixia y lo más que podrá hacer el indocto es provocar el vómito -Acerca de los cuerpos extraños que en heridas quedan entre tejidos, ya indicamos que los diminutos suelen salir con la sangre vertida y que debe extraerse el aguijón de la abeja, de la avispa, etc.; añadiendo ahora que lo propio ha de hacerse con las espinas de rosal o zarza, astillitas de madera y parecidas ingerencias; pero que otras, cual banderillas y proyectiles de armas de fuego, conviene encargarlas a autorizado operador.

La simple lectura de lo precedente basta para persuadirse de lo previsor, beneficioso, necesario de un botiquín escolar, que cada maestro de escuela pública puede adquirir con cargo al material de la última y formar acertadamente, así que usarlo con eficacia y oportunidad, sin más que asesorarse del médico o del farmacéutico de la localidad; siendo tan extraño como censurable que lo tan recomendado de por sí y de tan llana disposición, se encuentre poco generalizado.

Precisa, además y muy mucho, a aquel maestro previsora higiene en su pro y en contra de insultos, amenazas, agresiones o exigencias de responsabilidad, de parte de las familias; precisa que ponga lo sumo de su cuidado a fin de que el desagradable accidente que ocurra no se achaque a su incuria o falta de atención; la caída de un banco, con lesión en quienes le ocupan, a que se le tenía vacilante; la cortadura o el pinchazo, a que cortaplumas o punzón se hallaba a merced de los niños; la quemadura, a que la estufa no se encontraba circuida por verja acertadamente distanciada y elevada; el doloroso o sangriento contratiempo en el corral, al pedazo de vidrio, al tocón de árbol mal cortado, a pedrusco puntiagudo y saliente sobre el suelo.

Los juegos y los paseos escolares son todavía más ocasionados a los accidentes que nos ocupan y el director de los unos y de los otros ha de fijar bien el número de los jugadores o excursionistas; ha de vigilarlos sin cesar, para evitar que resbalen, caigan, se contusionen, hieran, sufran torceduras, etc.; que inseguro pedrusco en que se afiance o del que tire un niño, ruede, envolviéndole y lastimándole; que al examinar algún centro fabril o agronómico, resulten lesiones por ruedas, poleas, azadillas, escardillos, tijeras, podaderas, segadoras...; que alguien caiga en el agua estancada o en corriente, etc., etc.