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Arriba Entrevista a Justo S. Alarcón

Lupe Cárdenas  Profesor Alarcón, para comenzar quisiera preguntarle sobre el apodo o «título» por el cual se le conoce. Me refiero a lo de «El Profe».

Justo S. Alarcón  Pues, mira, fue por allá, a principios de los setenta, cuando comencé a impartir clases para chicanos. Dos estudiantes amigos comenzaron a llamarme «Profe». Pronto cundió el «título», y con él me quedé. Añadiré que me agrada en gran manera, simplemente por haber salido de los estudiantes hispanos, con quienes siempre tuve y mantengo unas relaciones muy amistosas y cariñosas. Así que, como ves, me bautizaron con este apodo tan distintivo que llevo, y con él me he quedado gustosamente.

LC Pues bien, comencemos con la primera pregunta obligada. ¿Dónde y cuándo nació?

JSA Yo nací en un pueblo cercano a la conocida ciudad de Ronda, en la provincia de Málaga, que pertenece a la región de Andalucía, en el sur de España. Viví la mitad de mi vida en España y la otra mitad en Arizona. Con decirte que ya le pasé a la media centuria, ya te digo bastante. O sea, que ya soy viejo, aunque en realidad ni estoy ni me siento como tal. Pero los años pasan y uno no se escapa a esa ley de la naturaleza. O, como se dice popularmente, «la bolita rueda».

LC El ambiente de su familia, ¿tuvo algo que ver en su decisión e inclinación como futuro escritor?

JSA Directamente, no creo. Sin embargo, sí tuvo influencia remota en ello. Y esto por varias razones. Por una parte, mi padre se sabía de memoria una buena cantidad de poemas y de soliloquios de los grandes clásicos españoles. También pasajes de zarzuelas. Le encantaba recitárnoslas a nosotros, sus hijos. Por otra parte, mi padre fue maestro de escuela primaria. Nos hacía estudiar y leer mucho. De todo. Así que el terreno era propicio y la simiente vino después. Me atrevería incluso a decir que, esto de la escritura, vino mucho después.

LC ¿Qué libros de ficción leía en su infancia y en sus años de formación?

JSA Los libros de ficción que leí de niño fueron muy pocos, porque la niñez y la juventud la tuvimos que dedicar al estudio de las materias asignadas para el curriculum, que ya estaba completamente diseñado para cada año. No teníamos, en mi caso, ninguna decisión ni elección alguna en este asunto, al contrario de lo que ocurre aquí, sobre todo con los alumnos y los programas de la secundaria. Pero, claro, entre todas estas materias o asignaturas, también entraba la de la «literatura». Sin embargo, en aquel tiempo, no se acostumbraba a leer los «textos», sino más bien lo que se llama «historia de la literatura», tanto al nivel nacional como mundial. Pero los textos, «como textos», no.

LC ¿Cuándo comenzó usted a escribir?

JSA Siguiendo el hilo de la respuesta anterior, tendría que añadir que, cuando estudiaba la historia de la literatura, y también clase de composición en la secundaria, el profesor encargado de estas materias nos invitaba a que escribiéramos algo «de nuestra propia cosecha», es decir, algo original o de ficción. Recuerdo que tendría yo como unos trece o catorce años. «Se me calentó la musa» y escribí un cuentecito del cual nunca me pude olvidar. Nunca me pude olvidar, por lo que diré a continuación. No recuerdo el título, pero sí me acuerdo de que era algo onírico o surrealista. Dejando volar libre mi imaginación, hice un viaje transoceánico en una lancha-automóvil que yo construí en las células de mi cerebro. Tenía ruedas, tenía alas y también fungía de barco. Me iba nada menos que a las Américas. Bueno, con decirte que a los dos días más o menos, al entregármelo el profesor de redacción y de literatura, hinchó las narices (pues era muy narigudo y muy feo él, de eso tampoco me puedo olvidar) y me dijo: «¡qué asco de cuento!». Así mismo me la clavó, fría y cruelmente. ¿Cómo podría yo olvidar esta primera experiencia? Juré que nunca más escribiría cuentos. Tengo que añadir que, desde aquel entonces, tampoco me pareció que él era tan inteligente como se corría la voz entre aquella sociedad escolar.

LC ¿Cuál fue la causa principal y el motivo decisivo en su vocación de escritor?

JSA Suponiendo que yo tenga vocación de escritor, que es mucho suponer, responderé a tu pregunta de la siguiente manera. Como escritor de crítica literaria, lo que me obligó a escribir fue la necesidad. La necesidad para poder sobrevivir en el mundo académico, como tú sabes demasiado bien por propia experiencia. O sea, fue un trabajo como cualquier otro. Sin embargo, no puedo decir que no me haya gustado, ni que me disguste. Sí, me gusta. Quizás no tanto por tratarse de «pensar y criticar» o de analizar la literatura desde un punto de vista literario. Fue más bien a causa del bagaje de otros conocimientos previos que ya traía conmigo antes de meterme en el campo de la literatura. Si te refieres a la escritura de ficción, es decir, a la labor de «crear» algo que te sale del alma y proyectarla en papel, entonces ya es otra cosa. Nunca en mi vida (desde aquel infame incidente transoceánico del que te hice mención) creí que tenía talento para literato. Nunca, hasta que un día, cuando vi en las noticias un caso abominable de tortura humana, me entraron ganas de gritar. Como no podía hacer esa barbaridad, por temor de que me tacharan de loco, comencé a dar vueltas por la habitación como un tigre enjaulado. Por fin, se me «prendió el foco». Tomé en la mano el arma de la pluma (no había computadoras en aquel entonces), me senté y dejé que el coraje corriera libre y se filtrara a través de la palabra. Así salió mi primer cuento intitulado «Ojo por ojo y...», que, dicho sea de paso, causó mucho «escándalo», no por lo pornográfico, sino por lo grotescamente fuerte. Desde entonces, no pude parar. ¿Podríamos llamar a esto «vocación de escritor», como tú la llamas? Si la vocación se revela a la manera de la fulminación de un rayo, como dicen que le ocurrió a San Pablo, entonces esa fue mi vocación. Tengo que añadir, sin embargo, que para cuando escribí este primer cuento, ya yo me había metido con el estudio y en la enseñanza de la literatura chicana. Como no había muchos textos o corpus literario, pues estoy hablando de principios de los setenta, me hice una pregunta sencilla: ¿por qué «no le entro yo también» a este quehacer de escritor? Me respondí a mí mismo por el lado afirmativo. Y ésta fue la ambientación en que anidó esa vocación por la escritura. Es decir, fue un aguijón procedente de las injusticias sociales, que me llegaron al alma. Por eso, algunos me tachan de «amargado» y de «combatiente». Y no carecen de razón, aunque también sé escribir «tiernamente» cuando me pongo a ello y dejo mis otros sentimientos íntimos fluir y aflorar.

LC ¿Puede hablarnos de los estudios que hizo en su carrera o carreras?

JSA Sí, cómo no. Como te había indicado antes, mi padre, siendo maestro de primaria, fue nuestro propio maestro. Siempre nos exigió mucho. Ya para la secundaria, me envió a un colegio privado, que aquí llaman «boarding school». Era regido por franciscanos. Ahí también exigían mucho. Ahí terminé mi secundaria. Continué después mis estudios de filosofía y también le entré a la teología. En otros términos, me hicieron estudiar mucho. A veces me resentía, pero hoy estoy muy agradecido a aquellos estudios intensos, disciplina férrea y, sobre todo, a los buenos principios que nos inculcaron durante tantos años. Después, como estudiante empedernido que era, cambié de derrotero. Me metí a estudiar sociología. Me fui al Canadá. Allí saqué otra maestría en esa rama del conocimiento. Rodando por el mundo, aterricé en Arizona a principios de los años sesenta. Aquí, de nuevo, cambié de carrera. Me inscribí en Arizona State University, en el programa de maestría en literatura hispánica. Al terminar, me fui a la Universidad de Arizona, en Tucsón, en donde obtuve el doctorado, también en literatura hispánica. Terminado el doctorado, comencé la enseñanza en Arizona State University. Esto fue en 1968. Desde entonces, aquí me tienes. Tengo que añadir, que tuve el atrevimiento de desarrollar, y la fortuna de impartir, como bien sabes, clases de literatura chicana y de cultura hispánica del suroeste, que yo mismo comencé en nuestro departamento.

LC Estos estudios, ¿tuvieron influencia en su vocación de escritor y, si así fue, de qué manera?

JSA Creo que no. A no ser de que admita el hecho de que la enseñanza de la literatura chicana, y de ver que esta literatura poseía un corpus bastante reducido, haya tenido alguna influencia para que yo me lanzara a escribir y, de este modo, contribuir al desarrollo de dicho corpus. Si es así, entonces podría decir que sí, que esto tuvo algo que ver con mis escrituras. Pero sería una condición, más bien que una causa. Como te decía antes, la verdadera razón no radica en mis estudios, que sería una caso más bien cerebral, sino en la pasión, que es una cosa más cercana a lo instintivo que a lo racional.

LC ¿En qué lengua comenzó a escribir usted y en cuál escribe ahora?

JSA Yo diría que escribí, escribo y espero continuar escribiendo en español. El inglés, como sabes, no es mi lengua nativa. Aunque con frecuencia tengo que pensar en inglés y lo hablo, por necesidad, los sentimientos (raíz de la inspiración) me salen en español. Eso no quiere decir que no use el inglés según los personajes y las situaciones que lo pidan. Tampoco lo anterior excluye el uso del español popular, ni de lo que se ha venido llamando «Spanglish» y el code-switching, es decir, la mezcla de los dos idiomas, que también es una realidad lingüística. Si la literatura ha de reflejar la realidad vital de la gente que desfila por las páginas de una novela, es necesario emplear la lengua que refleja esa realidad. La lengua también es una realidad vital, quizás la más vital de todas las realidades.

LC ¿Hay alguna lengua «oficial» en la ficción chicana que sea distinta a cualquier otra cultura y literatura?

JSA Sí y no. Sí, en el sentido de que la literatura, siendo una expresión verbal, bien oral o escrita, de la realidad de esa gente que desfila por sus páginas, tiene carácter de «oficialidad», aunque no exista ninguna ley que la canonice. En este sentido, creo que podríamos hablar de «oficialidad». Y no, en el sentido de que este fenómeno no es exclusivo del chicano. Piensa en otras realidades lingüísticas y vitales en las Américas, sin necesidad de apelar a otras muchas partes del mundo. En el Canadá, por ejemplo, nos encontramos con otra situación muy semejante, que es la de los canadienses franceses. Si vas a Latinoamérica, te encontrarás en México, por ejemplo, con tribus de indios que no sólo hablan dos lenguas, pero que se ven forzados a mezclar dos idiomas.

LC ¿Cree usted que la lengua en que escribe el autor chicano es importante como símbolo de la cultura del pueblo chicano sobre el que escribe?

JSA Creo que sí. Pero el problema consiste en saber qué lengua es la lengua chicana. Por su propia naturaleza o, mejor dicho, por la situación peculiar y sociopolítica ambiental en que se encuentra el chicano, creo que no podría hablarse de una lengua chicana. El chicano usa, emplea y echa mano no solamente de una lengua, sino de dos y hasta de tres. El ambiente social es el que le dicta qué modo de expresión le es más favorable y útil. Así que, en términos generales, puede escribir en inglés normativo, en español normativo y en lo que se llama «Spanglish». Estas tres modalidades le son propias al escritor chicano, porque reflejan la realidad social cotidiana de su pueblo.

LC En general, ¿por qué escribe usted?

JSA Como te había señalado antes, escribo crítica literaria por obligación, aunque no me desagrada. Y ficción, por vocación. Una necesidad que sale de adentro, para expresar mis sentimientos, mi ideología, cualquiera que sea ésta, y mi «visión del mundo». Esta motivación o acicate que me mueve a escribir ficción tiene dos vertientes, en mi opinión: la fuerza interna y personal, que radica y brota del subconsciente o inconsciente, y otra que sale más bien de afuera, del consciente, estimulada por el objeto percibido.

LC ¿Puede explicarnos un poco más sobre ese motivo que llama «de afuera», o sea, externo que le obliga a escribir? (como, por ejemplo, otros escritores, familia, ganancia, «publish or perish», etc.).

JSA La filosofía clásica y tradicional nos dice, en términos asequibles a cualquier estudioso, que la facultad humana que motiva a la acción depende necesariamente de dos factores, el interno o subjetivo y el externo u objetivo. Se requieren los dos polos para cualquier actividad, como la de escribir ficción, en este caso. Pero es que cada una de estas dos condiciones, para que existan dichas motivaciones e impulsos hacia la actividad, están rodeadas de múltiples facetas o variables. Concretándonos a las «razones externas» que motivan a escribir creo, en mi caso, que los ejemplos que acabas de mencionar, ninguno me motiva externamente a hacerlo. Si fuera a nombrar uno diría, como te había indicado al principio, que fue una casualidad, un momento preciso en la historia de mi vida: el de la injusticia y crueldad cometida contra unos cuatro «mojaditos» en la vecindad de Douglas, Arizona. Éste fue el único impulso o motivación «externa» que me obligó a coger la pluma. Nunca he tenido ni tengo ambiciones de ganar dinero (que no lo rechazaría si lo hubiera, claro está) con mis escrituras, porque, si así fuera, me estaría muriendo de hambre desde hace años. Además, lo de «publish or perish» tampoco me movió a escribir, porque cuando obtuve mi «tenure», o propiedad de cátedra, el escribir ficción no se reconocía en aquel tiempo como «legítima actividad académica». Poco después cambió algo la cosa.

LC ¿Encuentra usted que el ambiente social, como la vida del chicano o el mainstream, le motivan a escribir?

JSA Me parece que me estoy adelantando un poco a tus preguntas en lo que llevo ya dicho. En cuanto al «ambiente social» ya queda expuesto. De lo que no hice mención, es de lo que tú llamas «vida del chicano» y del «mainstream». De hecho, estos dos temas concretos van incluidos en lo de la motivación «externa» a que nos referíamos antes. No me cabe la menor duda, estoy absolutamente cierto, tengo la convicción dogmática de que si no fuera por la opresión, bajo las facetas política, económica, pedagógica, etc., de que ha sido objeto el chicano/hispano por parte del «mainstream», yo no hubiera comenzado a escribir y, por tanto y lógicamente, no hubiera escrito jamás un solo párrafo narrativo, ni un poema. Esto es lo que yo creo y pienso, pero quién sabe si me hubiera venido la inspiración y el deseo por otra parte. De eso tampoco sé nada. Pero tengo la impresión de que no lo hubiera hecho.

LC ¿Hay algún motivo político que le invita a escribir?

JSA Yo, de política, sé poco. De hecho, soy muy mal político. Mi política es enfrentarme con las injusticias y pelear cara a cara. Es decir, me gusta la franqueza. Y, según tengo entendido y me dictó la larga experiencia, estas no son propiamente las virtudes de un buen político. Sin embargo, la política sí me ha dado cebo para la escritura. O sea, la inmoralidad en la política me ha traído frito y, por eso precisamente, he protestado desde la palestra y con la pluma contra esas injusticias, muchas de ellas creadas por la tortuosa política. Cuando hablo de política creo que me estoy refiriendo más bien a una política un tanto casera, no hablo necesariamente de la «alta política», de la «política de bombo». Ésa me intriga, pero de ella sé poco, como te decía.

LC El movimiento chicano de los '60 y '70, ¿tuvieron alguna influencia en sus obras?

JSA Sí, mucha. Esto no parece contradecir en nada lo que te acabo de decir. Caigo en la cuenta de que, aunque un «movimiento» es necesariamente tangencial a la política, no tiene sin embargo un diseño estrictamente político. La política, en general, no tiene causas nobles. El movimiento, sea cual fuere, debe tener una causa noble. Teniendo en cuenta esta diferencia, claro que me ha influido mucho el movimiento chicano de los sesenta y setenta. Aun más, diría yo, que si no fuera por el movimiento social chicano, emparentado al movimiento de los derechos civiles que en ese tiempo se llevaba a cabo en este país, yo no hubiera tenido razón y motivo para empuñar la pluma. Estábamos peleando contra la explotación a todos los niveles. Creo, sin temor a dudas, que la mayor parte de las obras de creación literaria chicana de esa época, se debieron todas o casi todas a esta actitud combatiente que permeaba por todas partes y en todas las actividades del quehacer chicano, entre ellas, naturalmente, la labor literaria y artística.

LC ¿De otra parte, hubo algún motivo fuerte interno que le empujó a que usted escribiera?

JSA Creo, Lupe, que con lo que dije antes, refiriéndome a otras preguntas tuyas, ya ésta queda satisfecha. Pero sí, creo que el motivo «interno», condicionado por las circunstancias vitales del chicano, fue el más determinante.

LC ¿Cree que tenía usted, y todavía tiene, algo que decir a los lectores?

JSA Pecaría contra la virtud de la humildad si dijera que tenía y que aún tengo algo que decir a mis lectores, si es que los tengo. En mi caso, lo que sinceramente creo es que yo tenía que decirme algo a mí mismo. Creo que tenía deseo de ver escrito en papel mis sentimientos, mis ideas y mis convicciones personales frente al abrumador medio ambiente social del chicano. Lo que escribí, y estoy escribiendo, es una especie de espejo para poder reconocerme a mí mismo. Es «un pensar en alta voz». Si es que pensé en decir algo a unos supuestos lectores, yo diría, y valga la ironía, que se trata de unos lectores no sólo desconocidos en el presente, sino futuros. Sí, futuros, pues si he tenido alguna razón externa, en cuanto a lectores se refiere, es una especie de documento futuro sobre el pasado y el presente. En otras palabras, las copias que me correspondieron de mis obras las tengo guardadas casi todas en mi garaje. Las regalo a amigos de vez en cuando y a alguna que otra biblioteca. Lo que sí pretendo es que algún día, ya después de muerto, algún investigador trasnochado descubra alguna de mis obras enterradas entre legajos de papeles y libros y diga: «¡Chihuahua, qué cosas pasaban en la segunda mitad del siglo veinte! ¡Cómo vivían los llamados chicanos en aquel tiempo!». Si ocurre esto, me doy por satisfecho. Habré colaborado al conocimiento histórico de algún futuro candidato al doctorado en literatura chicana. Puedes ver, por lo que acabo de insinuarte, que no tengo grandes ilusiones de llegar a ser famoso en vida, ni siquiera después de muerto.

LC Si no hubiera encontrado el vehículo literario que encontró para expresarse, ¿de qué otra forma podría haber comunicado sus mensajes?

JSA Como tú bien sabes, mis mensajes personales, tanto ideológicos como históricos y literarios, los expresé siempre y durante mucho tiempo en mis clases. Éste fue el vehículo que yo diría normal y común, por tratarse de mi dedicación diaria a la enseñanza. Lo de expresarme a través del vehículo literario vino después, bastante después, diría yo. Es muy posible que la simiente estuviera gestando, sin yo saber, en mi inconsciente. Pero así, a la luz del día, diría que el vehículo normal, y quizás más convincente, fuera el de la enseñanza.

LC ¿Se arrepiente usted de haber escrito lo que escribió o cómo lo escribió, o hubiera querido cambiar de orientación?

JSA A esta pregunta me sería difícil contestar, por ser compleja. No la pregunta, sino la respuesta o respuestas a esa pregunta. Mira, para decirte la verdad, no he releído mucho lo que escribí. Sí, me acuerdo de ello, e incluso del estilo o estilos empleados. Aunque también tengo que confesarte, muy calladitamente, que hasta me he olvidado ya de algunos o de muchos de mis personajes. De los principales, no, pero de otros secundarios o terciarios, sí. Pero, para realmente contestar a tu pregunta, tendría que decirte que no me arrepiento en lo más mínimo de lo que he escrito, de todo lo que he escrito, ni de cómo lo escribí. En aquel momento pensaba así, y así salió. Sería injusto conmigo mismo si dijera lo contrario. Esto no quiere decir que si lo volviera a escribir hoy lo escribiera del mismo modo. No. El «Profe» de aquel tiempo (más joven) no es el mismo «Profe» de hoy (ya más viejo). La vida cambia, las ideas cambian, por sufrir los vaivenes y las zarandeamientos consabidos de la vida. Así que, no cambiaría nada. Fue algo confesional y mucho de convicción. Para bien o para mal, me siento orgulloso de lo que fui y soy, de lo que escribí y de lo que escribo. Como persona, sin embargo, soy yo el mismo en todo. Así de claro te lo digo.

LC Entre las dos razones que le motivaron a escribir, ¿cuál fue la más fuerte, la interna o la externa?

JSA La interna, con un poco de salsita externa, como ya te expliqué.

LC Dejando la humildad de lado, ¿quiere que se le recuerde como escritor? O, dicho de otra manera, ¿le ha contagiado la «fiebre de la inmortalidad», como les ha pasado a otros escritores?

JSA Lo que les ha pasado o no a otros escritores me trae sin cuidado. De veras. Respeto sus motivos. Cada uno tiene derecho a lo suyo, sobre todo en lo tocante al foro interno. ¿Si quiero que se me recuerde como escritor, dices? No. Quiero que se me recuerde como un hombre de bien, un hombre que peleó en esta vida por una causa que él creía justa, aunque se haya equivocado. Como escritor, no. Como congénere del ser humano, que utilizó la escritura para exponer los valores y principios humanísticos por los que ese escritor peleó, sí. Enfáticamente, sí. No me puedo sustraer a ese género o especie que se le llamó «ser humano». La escritura no es una criatura humana y, en mi opinión, no vale nada si es que no va dirigida al mejoramiento de ese ser racional y social llamado hombre. Y creo que, al decir esto, ya estoy contestando a la segunda parte de tu pregunta, es decir, no me mueve nada esa «fiebre de inmortalidad» de que hablas, que contagió a tantos. Te diré, también calladitamente, que la «inmortalidad literaria» de un escritor, evidentemente después de muerto, a la que te referirás, no es inmortalidad. Será «recuerdo» en la mente de los que le sobreviven. Pero esa clase de inmortalidad, ni alimenta ni satisface a nadie, sobre todo ya muerto. Por la simple razón de que no se dará cuenta de que sobrevive él mismo en la mente de los demás. Creo que esa inmortalidad literaria, si no va unida a otra posible inmortalidad de otro orden, como nos enseñaron de niños en el catecismo, se la llevará el viento. Con esto no quiero que pienses que me estoy contradiciendo con lo que dije antes, o sea, que la única intención que tengo de que mis obras sobrevivan en una estantería perdida de cualquier biblioteca, es de que les valgan a algunos trasnochados bibliotecarios o estudiantes graduados para sus tesis sobre lo que fue el chicano en el siglo veinte. Pero, como ves, esto no es lo mismo que «inmortalidad literaria».

LC Cuando está escribiendo, ¿tiene usted en mente al lector? Y si así es, ¿a qué clase de lector?

JSA Te va a parecer muy extraña la respuesta. No, no tengo en mente a ninguna clase de lector. Si te dijera que el único lector que tengo presente mientras escribo soy yo mismo, ¿me lo creerías? Como te había indicado antes, escribo para verme yo mismo, algo así como un narciso intelectual. Como un espejo de lo que yo pienso, pues, mientras pienso, no veo lo que estoy pensando, y, después de pensarlo, se me esfuma, como se me esfuman los sueños. He tratado repetidas veces de recordar mis sueños, y no lo logro. Alguna vez, cuando despierto, me acuerdo del rabito de un sueño, por así decir, trato de fijarlo en la memoria y, minutos después, se me fue. Se me fue para no volver más. Así me ocurre con los pensamientos (no los conceptos, que es otra cosa muy diferente). Los pensamientos tengo que grabarlos en papel, de otro modo se me escurren y ya no regresan más, por lo menos conscientemente. Así que, ¿para quién escribo cuando estoy escribiendo? Para mí mismo. Mis libros yo no los distribuyo, a no ser a algún amigo o a alguna biblioteca, como te indiqué antes.

LC ¿Le preocupa el crítico durante el proceso creativo, o después de haber escrito, o nunca le preocupa?

JSA No sabría qué decirte. Algo de eso puede haber, aunque no mucho. He oído decir que yo escribo con mucha amargura, que soy muy duro, que es muy triste «mi» realidad novelística. Esto solamente lo he oído, porque se ha escrito muy poco sobre lo mío. Y quizás sea cierto. Pero éste fue precisamente mi propósito, el de atacar duramente la opresión y las injusticias. No creo que haya otra manera. Por lo menos para mí. ¿Me preocupa esta opinión o juicio sobre mí o sobre lo que he escrito? Pues, no. Porque no están diciendo mentiras. Es la verdad. Pero, como no he publicado (todavía) cosas «lindas», por eso no saben que tengo otro lado muy apacible, incluso tierno, diría yo. Es que la realidad vital y socialmente opresiva del chicano/hispano en general es muy dolorosa. Pero, volviendo a la opinión o juicio de los críticos, no me preocupan gran cosa. Más, creo que, cuando hacemos la labor de críticos, muchas veces no le estamos dando al clavo que tenían en mente los autores. El crítico tiene otra función. Se ha dicho repetidamente que la función del crítico es la de analizar y exponer la obra literaria. Me parece que no es completamente cierta esta expresión. El crítico analiza, no necesariamente la obra literaria, sino que emplea métodos que, en la mayor parte de las circunstancias, no han brotado del texto literario, sino que se han basado en teorías, muchas veces procedentes de otras ramas del conocimiento. O sea, el crítico, más bien que crítica, está haciendo ejercicios intelectuales, que pertenecen a la facultad de la inteligencia, que no tienen mucho que ver con la literatura, que, a su vez, pertenece a la facultad inventiva o a la imaginación. Son dos facultades y dos objetos completamente distintos. Así que hay que respetar al crítico por su labor específica, y al escritor por la suya, también específica. Creo que, como te dije, yo, como escritor de ficción, escribo para mí mismo. Igualmente, creo que, como crítico, escribo también para mí mismo. Soy dos «yoes» muy diferentes. De todos modos, teniendo en cuenta estas distinciones, y para volver a contestar a tu pregunta, no me preocupa la opinión de los críticos sobre mi obra, como tampoco debe preocupar a otros autores mis aproximaciones críticas sobre la obra creativa de sus obras.

LC ¿Cómo catalogaría usted su obra: como documento, como objeto de placer, como producto artístico o, simplemente, como una obra literaria total?

JSA De «obra literaria total», nada. No creo, ni siquiera incluyendo a Don Quijote, que haya una obra literaria total. Tampoco creo que lo que yo escribo pueda realmente considerarse como «producto artístico». No me creo como talento artístico en el sentido estricto de la palabra. Quizás esto sea rebajar un tanto mi talento, o quizás la humildad (que es la verdad) no me lo deje ver claramente. Pero, sí, creo que yo escribo por un placer muy recóndito, que no me lo puedo explicar bien. Es un «placer» como cualquier otro, el de producir algo, sea bueno o malo, pero algo. En cuanto a la primera posibilidad que mencionas, es decir, «como documento», de eso sí estoy seguro. Si para algo va a valer lo que escribo, como te lo expresé antes, es como «documento». Eso es lo que he tenido en mente, una literatura documental o «testimonial». Testimonio de lo que experimenté, de lo que mis sentidos han visto, oído, tocado y sentido, y de lo que mi intelecto y facultad emotiva han comprendido y sentido profundamente ante una realidad vivencial.

LC Hipotéticamente hablando, ¿escribiría si supiera usted que no iba a tener un público lector adecuado o apropiado?

JSA No he puesto mientes en ello, pero, ya que me lo preguntas, tendría que decir que sí, que, aunque no tuviera ningún público, me sentiría con la necesidad de grabar en papel lo que he pensado y sentido. Más, quisiera documentar todo lo que siento, pienso y veo. Pero sería imposible, pues yo mismo no tuviera tiempo suficiente para hacer todo eso.

LC En general, ¿sobre qué temas escribe usted?

JSA Hasta ahora, sobre temas que podríamos denominar sociales. De temas que conciernen al hispano o chicano en el suroeste de este país. Eso en términos globales, aunque, viéndolo bien, podríamos decir que, sacando la máscara o el colorido local, pudieran muy bien considerarse temas universales, como universal es todo ser humano. Como te había dicho antes, me duele el sufrimiento humano, me duele la explotación injusta de los míos, me duele, sobre todo, el maltrato que reciben los niños hispanos indefensos. ¿Qué más quieres que te diga? Supongo que, para contestar a tu pregunta, habría que leer lo que he escrito o releerlo, tratándose de mí mismo como lector de mi propia obra.

LC ¿Hay algún tema sobre el que quisiera escribir y sobre el que no ha podido escribir?

JSA Sí, muchos. Quisiera escribir una novela sobre las misiones del suroeste. Me fascina ese tema. También quisiera escribir una novela entera sobre el chicano/hispano en la universidad. Me lo he propuesto varias veces, pero no sé por qué razón no soy capaz de comenzar. Creo que pronto lo haré. Me gustaría escribir una colección de cuentos sobre niños y para niños. Me encantaría escribir una novela histórica sobre aquellos tiempos del descubrimiento y de la colonización hispánica del suroeste. Pero no hay tiempo ni energías para todo, y esto duele.

LC ¿Cree usted que hay temas que le están prohibidos al escritor chicano o que, por razón de su delicadeza, no debe escribir?

JSA No. Si hubiera temas prohibidos, entonces mejor sería no escribir. El escritor, como cualquier otro artista, debe gozar de la libertad suma y absoluta, si es que la hubiera. El arte respira libertad. Se alimenta de la libertad. Debe dejar las alas libres para volar sin preocuparse de nada. Si es necesario, el arte debe ser incluso irrespetuoso. El único valor del arte es ser artístico, no moralista, ni político, ni religioso, ni nada de eso. Cada rama del conocimiento, cada estilo de vida, cada generación tiene su marco delimitado y reducido. Las ciencias del saber, por su propia naturaleza, tienen su terruño delimitado. Incluso la filosofía, que debe ser la ciencia de la universalidad, no puede meterse a ser ciencia aplicada, ni arte. Solamente el arte en sí y como tal no es reductible a ningún campo. Y esto, por su propia naturaleza. Así que la pregunta, como tú la haces, implica que el arte está sujeto a ciertas normas extra artísticas, como las normas morales. Quiero decir, sin embargo, que la pornografía, hablando de un ejemplo moral, no es parte del arte. La pornografía, como tema, pertenece al dominio de la moral, no del arte. La moral puede enjuiciar «moralmente» al arte, pero entonces ya no es un juicio «artístico». Y si dijéramos que una novela es esencialmente pornográfica, quizás dejara de ser novela y, por tanto, arte. Y lo mismo se puede decir tocante a otros temas. En fin, el artista, o literato en nuestro caso, no debe ponerse trabas de ninguna clase, siempre y cuando haga arte y escriba por razones artísticas. Espero haber contestado a tu pregunta.

LC ¿Qué temas importantes no ha tocado todavía la literatura chicana? ¿Por qué no?

JSA Muchos temas. Me sería imposible enumerarlos. Baste con decir que, dado el campo ilimitado de la vida humana, que es como un océano sin horizontes ni fondo, el número de escritores, siendo limitado, impondrá por necesidad una limitación al tratamiento de la temática. La desproporción es evidente. Visto de otra manera, podríamos decir que la potencialidad del grupo humano llamado chicano, como cualquier otro grupo humano, sobrepasa la potencialidad del grupo llamado escritores. Por tanto, la variedad de posibles temas sobre el chicano, es y será inalcanzable e inagotable.

LC ¿Cree usted que el escritor en general, y el chicano en particular, es libre de escribir sobre lo que quiera? O, dicho de otro modo, ¿cree usted que el público lector o la sociedad le impone límites al autor chicano?

JSA La sociedad o lector no debe ni puede poner límites al escritor o al artista. El arte no tiene límites. Los «límites», si es que existen, se los impone el artista o escritor a sí mismo. Si el escritor se pone límites, deja de ser artista. Deja de ser artista en el sentido que no desempeña su vocación de artista. Se priva de su libertad, o, mejor dicho, su arte será tímido y, por tanto, limitado. Le faltaría aire y visión. No sería auténtico. Para contestar simplemente a tu pregunta, yo diría que el artista es libre para escribir lo que quiera y como quiera, con tal de que sea fiel y auténtico a su arte, al Arte.

LC En general, ¿siente usted la necesidad de escribir?

JSA De una u otra forma, creo que ya te he contestado a esta pregunta. Pero lo resumiré del siguiente modo. Necesidad perentoria y apodíctica, de vida o muerte, no. Pero sí hay una necesidad que, si no se le da la oportunidad de desahogo, el escritor se impacientará hasta que la obra salga a luz. Yo, personalmente, siento necesidad, pero no una necesidad imperante. Quizás por no ser escritor profesional o, mejor dicho, por no ser un artista por destino de la naturaleza, no siento esa urgencia febril que dicen que sintieron algunos que, al no producir, rayaron en la locura.

LC ¿Necesita usted una atmósfera o ambiente adecuado para poder escribir?

JSA No creo que tenga que haber necesariamente una atmósfera especial para poder escribir. Eso depende de individuos, de cómo se sienta cada uno en un momento dado. A mí, personalmente, me gusta escribir durante la noche, cuando todo está en calma, cuando no se oye ningún ruido alrededor. Y esto para poder concentrarme totalmente en lo que estoy haciendo. Pero supongo que habrá algunos a quienes estos detalles no les perturben.

LC ¿Cuáles fueron los primeros pasos o etapas en la gestación de su obra? ¿Controla usted esta primera etapa del proceso? ¿Cómo diseña o planea la obra en gestación?

JSA Esta pregunta se me hace muy interesante por las posibles ramificaciones a que se presta. Creo que te refieres, en general, al proceso de creación. Éste es un mundo desconocido, incluso para los autores. Digo «desconocido, incluso para los autores» o artistas, porque se refiere a un complejo mecanismo, mezcla del proceso del consciente y del inconsciente. La chispa que origina todo esto es muy simple en apariencia, pero muy nebulosa. Si fuera clara, se podría analizar fácilmente la obra de arte. Porque, queramos o no, la mística artística es eso, una mística. Un misterio que nos atrae, por ser incomprensible a la razón. Yo ni sabría decirte cómo comienzo, ni cómo prosigo lo comenzado. Lo que te puedo decir es que, en un momento dado, se me ocurre un tema, una situación o un deseo. Todo el sistema nervioso, espiritual o psíquico e intelectual comienza a funcionar como un reloj. Te embebes en el proceso y no tienes tiempo para estudiarte a ti mismo en el momento que lo estás haciendo. Poco a poco se va desarrollando lo que estás haciendo, y te involucras de tal manera que, en momentos, parece como si estuvieras en trance. De vez en cuando te retiras momentáneamente de ese quehacer, pero no completamente. Durante ese intervalo, «planeas» seguir adelante. Hay momentos, digamos, de clarividencia. Entonces te pones a pensar si la cosa lleva o no una estructura. Si crees que no, entonces tratas de «razonar», de reflexionar sobre dicha estructura. Quizás puedas corregir o enderezar «racionalmente» la dirección que seguías, o emprender otra. Pero el «duende» te persigue y no te deja ver con toda claridad racional lo que pretendías hacer más. En fin, para no hacerte largo el cuento, al terminar, lo relees, lo pules un poco, pero te parece que no hay que hacer mucho. Lo que te salió, te parece «auténtico» en ese momento. Si lo corriges mucho, lo transformas. Entonces «ya no es» aquello que hiciste. Es otra cosa. El dilema, entonces, es guardar aquello que te salió espontáneamente o dar al público algo que fue conscientemente y racionalmente retocado. Uno corre el peligro de dar a luz una criatura espuria y estéril. Éste es un dilema. Yo, por lo general, me limito a «editar» el trabajo ya engendrado. Releyéndolo tiempo después me pregunto a veces si fui yo el que escribió «esa cosa». Es todo, en pocas palabras. Creo, a mi manera, haber contestado a tu pregunta.

LC Una vez comenzada la obra, ¿controla usted la obra/personajes o ella/ellos le controlan a usted?

JSA La respuesta a esta pregunta va implícita en la anterior. Yo controlo la semilla, el germen. Es decir, se me ocurre un tema, una situación, una impresión. Me propongo desarrollarlo. Me siento capacitado para hacerlo. La concentración llega a tal grado a veces que, sin darte cuenta, la cosa que tienes enfrente de ti te dicta fundamentalmente qué hacer. Son vasos comunicantes. El yo y el objeto se hacen uno. La obra me controla controlándola yo o, a la inversa, controlando yo el objeto sobre el que trabajo, ese objeto mismo me dicta a mí cómo tratarlo. Es como el fenómeno del amor. No hay amor de «un solo sentido», como popularmente se dice. Al amar, amas altruísticamente, sin dejar de hacerlo, por eso mismo, egoísticamente.

LC ¿Cuánto de «pura ficción», cuánto de «realidad o experiencia personal» y cuánto de «pueblo» hay en sus obras y en qué proporción?

JSA Algo de todo. Sería temerario tratar de poner la obra creativa en términos estadísticos o de porcentajes. Creo que, en lo que yo escribo, hay una buena dosis de cada uno de estos elementos. En términos generales, la obra final es el resultado de un objeto pensado o sentido y de un sujeto pensante o sintiente. El matrimonio entre los dos hace la obra final. En cuanto a mí, tengo que confesar que, en toda la narrativa que he escrito, hay mucho de «ficción», por el simple hecho de que he dejado volar la imaginación. Pero, todo ese vuelo imaginativo ha estado sujetado por una camisa de fuerza que fue un hecho «real» u objeto social humano, visto con mis propios ojos o experimentado por mí de alguna forma. Creo yo que una creación puramente ficticia no podría llevarse a cabo sin estar asentada en un fundamento bien real. La obra artística no puede crearse en un vacío herméticamente cerrado. Como dije, son vasos comunicantes. En fin, en mi obra hay mucho de «ficción», mucho de «realidad» y mucho de «pueblo». Si quieres preguntarme más tarde por hechos específicos referentes a alguna obra en particular, te los podré señalar y, al mismo tiempo, confirmar lo que te estoy diciendo.

LC Cuando escribe, ¿qué relación ve usted y qué porcentaje le da a sus obras entre forma artística y contenido temático?

JSA Otra vez, sería difícil acuñar estadísticas. Pero, así, a «ojo pelón», se me ocurre decirte que mitad de una y mitad de otro. Este tema fue, es y será un punto candente en la crítica literaria. Tendríamos que volver a las fuentes clásicas para calmar la temperatura de la crítica diciendo, simplemente, que no hay forma sin contenido, ni contenido sin forma. La forma «informa» el contenido y éste «contiene» la forma. Por mi parte, dado el propósito que escogí, el de criticar ásperamente la opresión y las injusticias sociales sufridas por nuestro pueblo, me pareció que el contenido era más importante que la forma. Sin embargo, a veces tengo la impresión que la preferencia por la forma ofuscó un tanto la fuerza que quería darle al contenido. Siempre he tenido cuidado con lo de la «forma» y con la estructura o andamiaje, sobre todo, del cuento. A veces hasta me dio la impresión de una cerrazón osificada o esqueleto anquilosado. Pero ahí se lo dejo a los críticos para que, si quieren, se diviertan. No sabría decirte más, a no ser que me señalaras algún texto concreto.

LC ¿Cuánto de consciente y cuánto de inconsciente hay en su obra?

JSA Creo que la respuesta a esta pregunta tendría que seguir la misma línea de pensamiento o análisis explicativo que le di a las dos anteriores. No puede haber obra creativa solamente trabajada con el consciente, porque entonces sería más bien un ensayo cerebral que una pieza literaria. Como tampoco puede haber una obra creativa que proceda simplemente del inconsciente, porque, entonces, no sería analizable. Los dos extremos se oponen, no por ser incompatibles, sino porque son incapaces de producir independientemente una obra de arte. Se suponen, se necesitan y se nutren mutuamente. Ya para contestar directamente a tu pregunta, me parece que tendría que decir otra vez que hay una buena dosis de ambos. El consciente va guiando al inconsciente. Aquel es la luz plena que ilumina el sendero por donde va pasando el viajero ciego, que es el inconsciente. Pero el viajero es el que lleva el cargamento que el guía, aunque ve, no siente. La luz, la forma, el ropaje pertenecen al dominio del consciente. El contenido, la sustancia y el calor son dominio del inconsciente. Ésta es la manera de cómo yo veo este asunto, complejo por demás.

LC Después de terminada la obra, ¿se ve el autor reflejado en ella? ¿La reconoce como criatura suya o la ve como algo ajeno a usted?

JSA Una vez terminada la obra, el creador sí se ve reflejado en ella. Tiene que verse. Sin embargo, y hablo solamente partiendo de mi experiencia personal, la veo como algo «desprendido», algo que se me fue y que ya no me pertenece totalmente. Quizás, y por eso mismo, uno la ve desde «afuera», más objetivamente. Le parece hasta algo extraña, como algo que se rehúsa a aceptar como totalmente auténtica. Como una hija espuria, pródiga, que se va y se va, quizás para jamás volver a formar parte de uno. Hasta cierto punto, duele. Duele como si se le arrancara algo al alma. Pero, por otra parte, se alegra, porque es algo que el autor ha dado de sí y quiere consciente o inconscientemente compartir con otros. Además, es otra criatura que se ha dado a luz y que se le ha dejado suelta para que pueda gozar de su propia vida y libertad.

LC ¿Quisiera añadir algún otro comentario más sobre su obra, sobre los críticos o sobre el público lector? ¿Algo que no se haya incluido en esta entrevista?

JSA Francamente, creo que ya he hablado mucho. Quizás demasiado. Sí, habría otras muchas cosas más sobre qué disertar, pues el tema es inagotable, pero, si te parece, podríamos dejarlo para otra ocasión.

LC Bien, pero, para terminar, ¿pudiera usted enumerar, para el lector que no tuvo la oportunidad de leer sus obras, algunos de sus títulos?

JSA Dejando de lado el quehacer de los trabajos críticos, que son bastante numerosos y áridos, he escrito Chulifeas fronteras (1981), que es una colección de cuentos sobre vivencias que se llevan a cabo precisamente en la «frontera» entre los Estados Unidos y México. Estas vivencias resultan ser más «feas» que «chulas». Esta obra fue publicada por la ya difunta y desaparecida editorial Pajarito, de Nuevo México. Después le siguió una novela que lleva por título Crisol (1984). Como el mismo título indica, el tema principal es el del mentado «melting pot» estadounidense, que, en realidad, resulta ser todo lo opuesto. Esta novela me la publicó la editorial Fundamentos, de Madrid. Más tarde apareció otra novela corta con el título de Los siete hijos de La Llorona (1986). Esta última apareció en México. Me gustaría añadir que, a causa de su ataque desvelado a diversas instituciones norteamericanas, dos editoriales hispanas de este país la rechazaron. Una diciendo que mi novela no correspondía ni a su «filosofía, ni a la realidad» y la otra editorial, porque esta novelita era «melodramática». Pero México se encargó de publicarla. Por último, tengo un libro de poesías, intitulado Poemas en mí menor (1991). Este librito acaba de ver la luz. Y fue publicado por la editorial Alta Pimería, de Sonora, México. A parte de estos libros, he escrito piezas cortas aparecidas por aquí y por allá.

LC ¿Pudiera descorrer un poco la cortina y des-velarnos algún otro título de obras en ciernes?

JSA Como sabes bien, estos secretos no se comparten con nadie. Sin embargo, como se trata de ti y, por otra parte, no me considero un escritor ortodoxo, sino más bien heterodoxo, te revelaré que sí tengo otras obras «en ciernes», y algunas ya terminadas. Por ejemplo, ahora mismo tengo un manuscrito en prensa. Lleva por título Los dos compadres: cuentos breves del barrio. Otro librito de poesía está a punto de completarse. No sé con qué título lo bautizaré. Al mismo tiempo estoy trabajando en otro futuro libro de poesía, para el cual ya le tengo un nombre. Estoy seguro que se titulará Sueños goyescos. Como ves, no es necesario exponer al lector de esta entrevista el contenido de cada uno de estas obras, pues los mismos títulos «re-velan» el secreto.






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