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Antología de El Crepúsculo

A pesar de ocasionales llamadas a la prensa racional y a las «luces», los redactores de El Crepúsculo son incuestionablemente románticos. Es muy perceptible esa cualidad en «¡Cuántas reflexiones!», artículo en prosa que sirve de pórtico al primer número y de que alguna manera es una declaración de intenciones poéticas.

Esteban Tollinchi, en su magna obra sobre la mentalidad romántica (1989) analiza la predilección que sienten los románticos hacia los paisajes en los que los contornos se difuminan, y el paisaje enmarca y consigue un ambiente propio para la meditación y la sensación espiritual y sublime. Una representación gráfica de esta predilección es un célebre cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich: Viajero junto al mar de niebla. Las nieblas son muy abundantes en el paisajismo romántico, pictórico y literario, como los claros de luna, los amaneceres y los crepúsculos.

Como sostiene el autor de «¡Cuantas Reflexiones!» el crepúsculo es la hora ideal para el pensamiento y la meditación: «sin ser del día ni de la   —443→   noche, sin haber luz ni sombras es la precursora [la hora del crepúsculo] de la luz o de la oscuridad: a estos momentos de meditación, de silencio, de insomnio, llamamos crepúsculo... Los pensamientos se agolpan al considerar el vasto cuadro de la creación, en medio del melancólico silencio del crepúsculo y el alma arrebatada de un rayo de vida celestial se despeja de cuando la liga a la tierra y se eleva hasta el cielo». La melancolía, el silencio, la reflexión, son valores positivos para los románticos.

Y como estos jóvenes jienenses bebían de las fuentes del romanticismo europeo y al tiempo cristiano, finalizaban su descripción crepuscular con dos ideas muy enraizadas en el Romanticismo tradicionalista español: la meditación como vía para llegar hasta Dios y la consideración del poeta como el del hombre capaz de llegar más lejos en esa meditación, por su superioridad moral sobre todos los hombres: «En el hombre científico son [las meditaciones] más extensas y sublimes que en el resto de los hombres y en el poeta exceden a todos».

Los poemas publicados en El Crepúsculo son todos manifestaciones del romanticismo de sus autores.


Estudios poéticos: El Cazador

Se trata de un poema en el que se advierte claramente la presencia de la visión romántica de la naturaleza: una naturaleza rica, y positiva en la que la irrupción del hombre es una desgracia. Como ocurre en muchos poemas del romanticismo europeo hay una clara identificación con el animal.

Las estrofas son octavillas agudas. Según Navarro Tomás (1991; 363) fue la estrofa más usada por los poetas románticos. En este poema Cotarelo emplea la versión que deja libres los versos primero y quinto: es la misma modalidad que emplearon Zorrilla en una de sus más famosas leyendas: Margarita La Tornera8 y Espronceda en el célebre retrato de Félix de Montemar de El Estudiante de Salamanca9.

  —444→  


Vela por el bosque umbroso
tras de una vida anhelante,
con mirada penetrante
un taimado cazador.
Huye a su vista un jilguero
y bendiciendo su suerte
ve en su escopeta la muerte,
en sus pisadas, horror.

Lejano está de su plomo
con el miedo enmudecido
cuidando triste su nido
fruto de caricias mil;
que oculto entre la espesura
de plumas bellas formado
suspéndese engalanado
con las hojas del abril.

Allí están sus pajarillos
de fino algodón vestidos,
por los ambientes mecidos
en suavísimo vaivén;
y al silbar de los azores
engañados y contentos,
su madre llaman sedientos
y en grupo de amor se ven.

En su contorno de flores
que no infestó la tristura
entre odorante verdura
se escucha solo cantar.
Por coloridas alfombras
y plateados arenales,
se ven derramar cristales
y entre peñas susurrar.

Se ven abejas sin cuento
poblar la ruda corteza,
y partir con agudeza
y arrobar de flor en flor.
—445→
Se ve la perdiz altiva
seguir su rauda carrera
buscando su compañera
que la convida al amor.

Y un día claro y sereno
con brisas que dan la vida
y celajes en huida
y estrellas en dispersión
y por el monte vecino
los corderos pasturando
a los arroyos bajando
en alegre confusión.

Todo a la vista es hermoso,
todo es risueño y florido,
solo es allí empedernido
el pecho del cazador.
Que de hito en hito siguiendo
las aves, del bosque ornato,
llenarle quiere insensato
de luto desolador.

De un olmo en la hermosa frente
al pie de un ligero arroyo,
feble una rama es su apoyo,
se asienta un mirlo a trinar.
Negro azabache es su manto
de miel hinchado su cuello,
de oro su pico. Más bello
no osó en el bosque cantar.

Canta llamando a su lado,
fiel, a su esposa sencilla.
respira cantando y brilla
en el verde su charol.
Llama y convida a las aves
a formar coros divinos,
pero descuellan sus trinos
como entre nubes el sol.
—446→

Goza feliz en su canto
repetido por su amada
y oculto con la enramada
su enemigo llega al fin.
De sus ojos hasta el mirlo
dos hilos corren con saña,
cual los dirige la araña,
con pensamiento ruin.

En sus mortíferas manos
eleva traidoramente
henchida de plomo ardiente
con silencio el arcabuz.
Y el mirlo miró un instante
entre la luz de las hojas
chispas siniestras y rojas,
destellos de infausta luz.

Rotas las alas y el pecho
cayó azotando las ramas
ensangrentando las gramas
el canto cambió en gemir.
Pió tres veces herido
los ojos abrió tres veces
bebió del dolor las heces...
¡Ni suerte tuvo al morir!

Bárbaro allí el asesino
hacia la víctima pisa
contemplando con sonrisa
su funesta habilidad.
Mientras que lleva la esposa
ayes de horror por el prado
y su acento lastimado
llenó la fragosidad.

Así es el hombre; así vive,
así su genio insolente
subyuga o hiere inclemente
al que placeres le da.
—447→
Así por vivir alegre
llena de luto la esfera...
¡Y lleva el nombre de fiera
quien a sus plantas está!


Juan José Cotarelo                





El Insomnio

El respeto a la sensibilidad, la creencia en que el hombre más romántico es el que más hondamente siente y el que más en profundidad acusa estos sentimientos es una constante en la literatura romántica europea. De aquí que nos encontremos con frecuencia con personajes en extremo estado de excitación, alucinados o enloquecidos, debido a la hondura de sus sentimientos. Los estados mentales en los que el hombre está más tenso, con las sensaciones más a flor de piel son descritos con frecuencia y el protagonista lírico de muchos poemas románticos es con frecuencia un personaje en esa situación.

El insomnio es uno de estos estados y en cierta forma representa una imagen que el romántico tiene de sí mismo: mientras la mayoría del mundo duerme, el romántico, un ser excepcional y único vela, piensa y muchas veces sufre10.

López y Paqué emplea, al igual que Cotarelo en el poema anterior, la octavilla aguda, pero combinándola con versos de pie quebrado, versos que también fueron cultivados con abundancia en el romanticismo como se puede ver en un poema que Espronceda incluyó en su novela Sancho Saldaña: «Canción a una dama burlada»11.



Son las horas del reposo
y aún el sueño
su narcótico beleño
no ha esparcido sobre mí.
Porque estás, ángel hermoso,
refulgente,
ilusionando mi mente
aunque estoy lejos de ti.
—448→

Tu alma pura cual aurora
de albo día
encanta mi fantasía
y ahuyenta de mi el dolor.
Que olvida mi bien ahora,
la desgracia
que con harta pertinacia
me ha probado su rigor.

Solo veo un ser divino
con que el cielo
proclama al gienense suelo
gloria del suelo andaluz
ya tus labios examino,
ya tu frente,
ya tus ojos que un torrente
derraman de viva luz.

El silencio aún sepulta
mi dolencia.
aun ignoras la vehemencia
de mi amorosa pasión.
Pues mi timidez te oculta
que anhelante,
bajo apático semblante,
late ardiente corazón.

¡Oh! Si mi afecto acendrado
penetraras,
y, piadosa, no miraras
mi cariño con desdén,
a tus plantas animado
me rindiera
y unido a ti no temiera
de la fortuna el vaivén.

En el aroma amoroso
de tu aliento,
como la abeja al sustento
en el jugo de la flor,
—449→
así aspirase anheloso
yo la vida
¡y fuera feliz, querida,
dándome vida tu amor!


Joaquín María López y Paqué                





Estudios poéticos. El Cruzado

Es ya un tópico, pero no menos cierto, la preferencia de los románticos por el ambiente medieval. Aquí tenemos un ejemplo más, aunque sólo sea un mero marco donde situar el diálogo amoroso que es el tema del poema.

Cotarelo usa tres estrofas diferentes en este poema: la redondilla, la quintilla y la octavilla aguda en versos tetrasílabos. La redondilla la podemos encontrar sobre todos en el teatro romántico: Hartzenbusch, García Gutiérrez, Bretón de los Herreros, Zorrilla... También es muy abundante en el teatro romántico la quintilla, que además aparece en una de las más célebres leyendas de Zorrilla: El capitán Montoya. Pero la más célebre estrofa romántica, sin duda, es la octavilla aguda en tetrasílabos que Espronceda creó en La Canción del Pirata.



-«Diera por ti, Laura hermosa,
por tu aliento seductor,
por tus mejillas de rosa
y por tu boca aromosa
de mi pecho, lo mejor.

Que tu aliento
es ambrosía,
y tus labios
son amor.
Y tu boca
Laura mía
es el seno
de una flor.

Diera por ti, por tu encanto,
la prenda de más valor:
diera la cruz de mi manto.
Y todo por ti quebranto
si me prometes amor.
—450→

Que más valen
tus amores
que la insignia
que gané.
Y no envidio
los honores,
si en tu pecho
viviré.

No por perlas, ni por oro,
ni por diamantes de luz,
doy mi cruz, ni por tesoro.
Y si me dices te adoro
te doy mi vida y mi cruz.

Que mi vida
tuya sea.
Mi divisa
sólo amar
y el tesoro
que yo vea
tu hermosura
sin cesar».

Y Laura que atenta oía
las ofertas del cruzado
bella, con rostro turbado
como aceptarlas quería.

Suspiraba,
sonreía,
parecía
el mismo amor.
Pronunciaba
recelosa,
temerosa,
con rubor:

-«Dame la cruz; dame sí
la divisa de tu manto
—451→
y será recuerdo santo
del amor que hube de ti».

-«En un signo
de victoria
tu memoria
llevaré.
Y a mi pecho,
siempre unida,
nueva vida
sentiré».

-«No, no hay perlas, ni tesoro
como tu cruz; ningún bien.
Si me la das, yo te adoro
si no, te adoro también».


Juan José Cotarelo                





Los Contrabandistas

Otro de los tópicos románticos: los personajes, libres independientes, que no respeten las leyes de la sociedad, que solo son fieles a sí mismos y que disfrutan de la alegría de la libertad. Como el capitán pirata de Espronceda, este contrabandista de Cotarelo canta, alegre, su libertad, su independencia y su desprecio de las leyes.

El poema comienza con la octavilla aguda, tan usada por los autores de El Crepúsculo, pero el resto de las estrofas están formadas por una combinación de una cuarteta octosílaba con rima aguda en los pares y una redondilla octosílaba con el segundo verso de pie quebrado de cuatro sílabas.



Por una estrecha vereda
de uno en uno en noche clara
sin que nadie los estorbara
una cuadrilla cruzó
alegre canto seguía
que llevaba el viento blando
de boca en boca alternando
así en el bosque se oyó.

Tenemos fama y dinero
y crédito en Gibraltar,
—452→
y caballos jerezanos,
y faluchas por el mar.
trota, trota, jerezana.
Tordo mío,
lleva la carga con brío
hasta llegar a Triana.

Cuando echamos un alijo
hay en la playa un festín.
Y más cuando hay a la vista,
enemigo, un bergantín.
¡Ay! Arriba, jerezana
jaca hermosa;
que me espera hoy afanosa
mi morena de Triana.

Contentos entre dos mares,
en su velero bajel,
surquen nuestros camaradas,
los del barrio de Perchel.
Que es mejor en tierra llana,
media hora,
ver la gloria que se adora
entre Gandul y Triana.

De mi jaco y mi retaco,
bobería, no me apeo.
Y desde Ronda a Sevilla
por entre guapos paseo.
No tropieces, alazana
jaca mía.
Trota, que al rayar el día
veré mi sol de Triana.

En Osuna me conocen
y me hacen lado al pasar.
«Allá va Curro, el de Utrera»
me dicen en Gibraltar.
Alza jaca soberana
alza, andando,
—453→
que nos están esperando
los ojillos de Triana.

Ganen fama capitanes
con el mapa y guerrear,
que yo sé dos mil veredas
que llegan a Gibraltar.
Anda jaquilla serrana,
pies divinos,
a ver los ojos indinos
que valen más que Triana.


Juan José Cotarelo                





La Casa de Laura

En 1849 está fechada una poesía de José Selgas y Carrasco: La dalia. Tal vez Selgas había leído algún número de El Crepúsculo, tal vez fuera mera coincidencia, pero lo cierto es que es notable la similitud rítmica12 que existe entre esa composición y La casa de Laura: serventesios en versos de doce sílabas con la rima del 1º y 3º aguda.



Del campo entre flores se eleva orgullosa
la casa dichosa que Laura habitó:
—454→
alegre era entonces, risueña a mi vida;
¡oh casa querida que a Laura ocultó!

Las flores y ramas que adornan tu suelo,
regó con anhelo su mano también;
frondosas cual nunca las viera al verano,
que presta su mano la gracia y el bien.

Raudales hermosos sus plantas lamían;
las brisas gemían con grato rumor.
Alegres pastores cantando a la aurora,
la hicieran pastora de gracias y amor.

En tono impaciente volaban las aves;
sus ecos suaves alzaban sin fin.
Aquellos acentos a Laura calmaban
y ledos brotaban el mirto y jazmín.

Ya todos es silencio; ya no hay alegría;
los ecos que había son flébiles ya.
Las rosas marchitas no prestan olores
ni cantan pastores, ¡que Laura no está!

Con ella se fueron la paz y hermosura;
cesó, no murmura ruidosa el raudal.
Sus aguas dispersas el brillo perdieron,
y en cambio nos dieron un triste arenal.

Ambiente dichoso que a Laura besabas,
¿el bien que gozabas no vuelve por Dios?
A ti la tristeza dejó en su partida,
y en penas mi vida: ¡lloremos los dos!


Juan José Cotarelo                





Fragmento

Según dice una nota en la página 180 de El Crepúsculo se trata de un fragmento de una composición titulada En la soledad del campo. Como ocurre en otras ocasiones en los escritores románticos españoles hay una curiosa mezcla de elementos románticos y neoclásicos. Aquí Cotarelo presenta un tema que entra dentro de la tradición de la poesía del siglo anterior: el lamento amoroso de un pastor. Y eso lo lleva a cabo por medio de dos estrofas,   —455→   ninguna de las cuales había sido utilizada por los poetas dieciochescos: unas sextillas de pie quebrado y la octavilla aguda tetrasílaba, que ya vimos antes en El Cruzado del mismo autor y que como también dijimos antes es la forma métrica que Espronceda consagró en La Canción del Pirata.



Por estas selvas amenas,
de azucenas,
hice un ramo para ti.
Y supieron las mis penas,
las arenas
de un arroyo en que bebí.

Vi tus ojos cristalinos
y divinos
en sus ondas de cristal.
Y al besarlos cien dañinos
remolinos
hizo el agua del raudal.

Y se oyeron sus sonidos,
confundidos
con el viento en mi gemir.
Que tus ojos eran idos
y perdidos
entre el agua y el zafir.

A su fuga murmuraron
y tornaron
los arroyos a correr.
Y sus aguas los buscaron
y lloraron
su fatal desparecer.

Allí náyades posaban
y besaban
a la espuma y a la flor.
Allí tórtolas volaban
y arrullaban
con su acento de dolor.

Allí cantan los pastores
sus amores
—456→
y los celos de su bien.
Allí esmaltan sus colores
agua y flores
y mil pájaros también.

Allí adora primavera
la pradera
y bendice su reír.
Allí bala lastimera
la cordera,
si a otro valle ha de partir.

Allí canto entre los lirios
mis delirios
por la hermosa que adoré.
Y también oyen los lirios
mis martirios
cuando dudo de su fe.

Que tus ojos, con las fuentes
complacientes,
son esquivos para mí.
Y los besan insolentes
sus corrientes,
como al sol que vive allí.

Pastorcillo,
de mi junto
huye al punto,
huye de aquí.
Porque sigue
curva huella
esa estrella
en que nací.

En el campo
te enamora
tu pastora
y tu redil.
Y a mi triste
ni las flores
—457→
ni pastores
ni el Abril.

Cuando digas
en tu lecho
mi despecho
y mi penar.
Di que vivo,
moribundo,
en el mundo
del llorar.

Que no hay árboles,
ni cielo,
ni consuelo
para mí.
Y me marca
infausta huella
esa estrella
en que nací.






A una paizanilla

La quintilla, uno de los metros más tradicionales y populares del verso español, es el metro elegido por el autor de este poemita, en el que hay un acercamiento al lenguaje popular que sería más abundante en la segunda mitad del siglo XIX, que en los años en los que se publicó El Crepúsculo.



¡Juí! ¡Paisana zalerosa
cuerpo güeno, zá pulía!
Tú eres la lus e mi vía
y la más gayarda mosa
e titica Andalusía.

Con eze taye... ¡zalero!
Con eze garbo... ¡hui mi já!
Echoste zon que me muero.
Viva un cuerpo zandunguero
viva la gente zalá.

El que quiea ver la lus
e la grasia zoberana,
—458→
la joya el zuelo andaluz,
que venga a ver a mi paizana,
una jembra e Jabalcús.

Y verá e Dios la gloria
y ayí queará rendío,
que en too el mundo conosío
mi prenda canta vitoria
por que el sielo lo ha querío.

Y zu grasia a jerramao
en mitá aquel cuerpesito.
¡Vaya un morde rezalao!!
¡Qué pierna!.. ¡qué aquel!... bendito
zea el zeñó que la ha críao!...

Pues no ne jigasté ná
del señorío y la elegansia
e la mantilla encarná.
¿Jan iventao algo en Fransia
que ze puea compará?

El zombrerito... ¡Esta es güena
una dama esgalichá
embutía en una cormena!!...
Puez hombre, ¡zi me da pena
e mirarla ayí encerrá!

Ezas momias extranjeras
metías en un armason,
ni aquello tiee caeras
y quisás ni el corasón
lo yevan puesto e veras...

No a juera estravagansias,
juera e too lo estranjero
ni Ingalaterra, ni Francia,
ni titico el mundo entero
ná viene a ce en zustansia.

Cuando tira mi chiquiya
e zu mantilla encarná,
—459→
ze quea por bajo Zevilla,
las manolas e Castiya,
y las mosas e Graná.

Por ezo, morena mía,
aunque gente ezaboría
me jiga: «ganso, avestruz»
yo quieo pasar mi vía
ala sombra e Jabalcuz.






La Hurí de Jaén. Letrilla

Otra de las características del Romanticismo español, fue su gusto por cultivar las formas poéticas tradicionales, por lo que tenían de populares. Por eso no es raro que poetas románticos cultiven formas como el villancico, la quintilla o la letrilla. Pero en este caso, aunque el autor presenta este poema como letrilla, nos encontramos de nuevo con la octava aguda, ahora en versos octosílabos y repitiendo en todas las estrofas el último verso a la manera de estribillo.



Soñara yo un tiempo...
¡Ensueños falaces!...
De amor los solaces
gustar en su edén.
Pero ¡ay de mí!, esquiva
me ve la que amo,
la virgen que aclamo,
Hurí de Jaén.

Allá el Manzanares
oyó mis querellas,
y mil y mil bellas
mostrome también.
Más sólo del Betis
la orilla yo ansiaba,
que esbelta adornaba
Hurí de Jaén.

Llegué al suelo bético,
y crudas me agitan
las penas do habitan
—460→
las hadas del bien.
Que altiva, si hermosa,
te ostentas conmigo
¡Y aún te bendigo,
Hurí de Jaén!

Contrario el destino
fue siempre a mi anhelo.
Mis ojos el cielo
de amor nunca ven.
Acaso otro amante
te desvela en tanto
que humilde te canto,
Hurí de Jaén.

Vergeles amenos
te ofrecen sus flores.
Depón tus rigores
y ciñe mi sien.
Mi pecho ahora triste,
mansión de delicias
le harán tus caricias
Hurí de Jaén.


Joaquín María López y Paqué                





El Lagarto de Jaén (cuento)

La leyenda, la tradición, el cuento popular fueron fórmulas narrativas muy cultivadas por los escritores románticos. Muchas de las narraciones que desarrollan a lo largo de esos años parten de esas tradiciones y no es raro que un mismo asunto aparezca en varios autores; es el caso por ejemplo de la leyenda antequerana de La Peña de los enamorados que fue tratada como relato, como obra teatral y como leyenda en verso13.

Los autores de El Crepúsculo, como buenos románticos volvieron sus ojos a las leyendas de su tierra y, como no podía ser menos, se fijaron en la historia del lagarto de la Malena o lagarto de Jaén. Esta versión que firma López y Paqué en 1842 quizás sea la versión puramente literaria más antigua   —461→   que existe de la novela, ya que Eslava Galán, en su amplio y pormenorizado estudio (1992) comenta que la versión más antigua conocida es de 1889: El Lagarto de mi Pueblo, que apareció en El Norte Andaluz, Periódico de intereses morales y materiales, el 27 de Junio de ese año. La versión de El Crepúsculo es, por lo tanto, 47 años anterior.

Queda claro, a la vista del citado estudio de Eslava Galán, que López y Paqué se apoya por completo, para su cuento en verso, en la obra de Pedro Ordóñez de Cevallos, Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén, que fue publicada en 1628 por Bartolomé Jiménez Patón. La versión de El Crepúsculo sigue al pie de la letra las informaciones que aparecen en la obra de Cevallos: el lagarto que devoraba hombres y animales, el apuro de los pastores, el pastor que engaña al lagarto con un cabrito ensangrentado relleno de yesca encendida, el monstruo que lo come y estalla, y la colocación de un relieve en una piedra de la fuente para perpetuar la memoria de la hazaña. López y Paqué, que no es un folklorista sino un escritor, adorna la historia con una complicación sentimental, que también entra dentro de la literatura popular, con la cual el pastor no sólo consigue eliminar a la fiera sino también la unión amorosa que anhela.

Formalmente nos encontramos con una leyenda, es decir con una narración en verso donde predomina la polimetría, como indica Díaz Larios (2001). El relato esta dividido en tres partes: la presentación de la situación, con la angustia de los pastores y la decisión de que uno de ellos se enfrente al monstruo, narrada en un romance; la descripción del héroe y la muerte del lagarto, vertidas en redondillas y en serventesios dodecasílabos; y la celebración del éxito y la recompensa del enamorado vencedor, en quintillas.




I

En la ciudad de Jaén
y su sitio de la Imagen,
allá en tiempos muy remotos,
juntos veíanse una tarde
varios hombres que mostraban
ser pastores por el traje.
Una profunda tristeza
denotaban sus semblantes,
y a su vez encarecían
todos ellos los desastres
que causara en sus rebaños
un lagarto formidable.
—462→
Su guarida éste pusiera
entre espesos matorrales
que dominaban la fuente
de aguas claras y abundantes
(fuera entonces de poblado
en lugar no muy distante)
a la falda del castillo
y mirando hacia levante.
Obligados se veían
a llevar los rabadanes
sus manadas a otros sitios
lejos de aquellos raudales,
careciendo así el ganado
del copioso y tierno herbaje
que en aquellas compañías
solían gozar enantes,
y sufriendo algunas veces
durante las sequedades
del angustioso verano
las anejas ansiedades
y azarosas consecuencias
de la sed intolerable.
Los vecinos se encontraban
en la precisión constante
de rodear largos trechos
para ver las heredades,
que eran a corta distancia
yendo por aquella parte,
é igual perjuicio sufrían
los de pueblos colindantes
que a la ciudad con frecuencia
tenían que encaminarse.
Abandonados, en fin,
fueron de sus habitantes,
por aquel lado del pueblo,
los extensos arrabales.
Sobre tales circunstancias
hablaban en dicha tarde
—463→
los pastores congregados
en el sitio de la Imagen,
cada cual allí exponiendo
el remedio que a su alcance
era el más proporcionado
a cortar tamaños males.
Después que en proyectos varios
gastaron el tiempo en balde,
al cabo se convinieron
en que la suerte indicase
cuál de todos los presentes
debiera solo arriesgarse
á disponer aquel medio
que su ingenio le dictare
para dar muerte al lagarto,
causa de tantos azares,
y manantial tan perenne
hacer así practicable.


II

Sólo transcurriera un día
cuando se vio caminar
un mancebo hacia el lugar
do el lagarto se escondía.

Era un gallardo pastor
a quien Natura obsequiara
y por quien Luisa exhalara
más de un suspiro de amor.

Luisa, de forma hechicera
y de corazón de fuego,
cuyo padre con despego
tal cariño le prohibiera.

Que aun conservaba en su pecho
cuando quedara viudo
y aspirara al sacro nudo,
de sus hijos á despecho,
—464→

con una joven honesta
del mismo pastor hermana,
quien con otro amante ufana
desechara tal propuesta.

Por eso terco el anciano
impidiera abiertamente
que á la del firme Vicente
uniera Luisa su mano.

Mas por lo mismo ha crecido
su querer apasionado,
pues que siempre lo vedado
será mas apetecido.

Ignoraba la doncella
la arriesgada comisión
que á su objeto de afición
le tocara por su estrella.

A saberlo, su dolor
se aumentara y en su anhelo
continua plegaria al cielo
dirigiera con fervor.

Y al podar blanco rosal,
quieta un tanto no idearía
el ardid con que podría
ver y hablar á su zagal.

Él se acercaba entre tanto
con gentil marcialidad
al monstruo que á la ciudad
tuviera llena de espanto.

Un cabrito enrojecido
terciado al hombro llevaba,
y en su diestra relumbraba
mechón de tea encendida.

Llevaba ardiendo también
el corazón en amores,
—465→
y acrecía sus ardores
la constancia de su bien.

Y aunque le odiaba indiscreto
el anciano rencoroso,
le anunciaba amor dichoso
presentimiento secreto.

Luego, en fin, que á la maleza
do caminaba llegó,
allí á la vista dejó
el cabrito con presteza.

En la boca cuidadoso
la llama le entró un momento,
y dando un grito violento
se retiró presuroso.

Cual suele dejando su artera emboscada
cruel arrojarse guerrera legión
á huestes contrarias, ansiando malvada
cebarse en el fruto de infanda traición.

Así aquel lagarto feroz, corpulento,
tremendo vestigio de insano mirar,
su gruta abandona, de sangre sediento,
apenas del joven sintiera el gritar.

Guarnido de escamas tenaces cual roca,
su cuerpo resiste del hierro el poder,
de dientes agudos armada su boca,
al más bravo puede pavura imponer.

Sus ojos más prestos que rauda centella
revuelve una presa, buscando en reedor
Divísala al punto, cebándose en ella
Con ansia indecible, con gesto traidor.

Se inflama la yesca, que en piel de cabrito
el mozo introdujo por público bien
y en crudos rigores del monstruo maldito
la vida consume, salvando a Jaén.
—466→


III

Con presteza se ordenaron
funciones en la ciudad,
donde todos ostentaron
su alegría y disfrutaron
de la ansiada libertad.

Los pastores admiraban
a su feliz compañero,
cuya idea celebraban,
y en su obsequio se esmeraban
con placer vivo y sincero.

Uno entre todos sabía
sus amorosos azares,
por que con él compartía
los gozos y los pesares
que su corazón sentía.

Y del poder impulsado
de amistad y gratitud,
con franca solicitad
se propone confiado
acorrerle en su inquietud.

A sus amigos reuniendo,
les informa del afán
que en amor se halla sufriendo
el zagal á quien debiendo
la presente dicha están.

Y les ruega eficazmente
con un celo inexplicable,
que a favor del fiel Vicente
intercedan prontamente
con el viejo inexorable.

A pensamiento tan justo
nacido de la amistad,
sin que allí un aspecto adusto
—467→
muestre indicios de disgusto,
prestan su conformidad.

Y sin la menor tardanza
con señales de contento
ponen por obra el intento
influyendo en su esperanza
lo oportuno del momento.

Hablan al padre de Luisa
pintando con tal vehemencia
de gratitud la exigencia,
que al fin con blanda sonrisa
calmó su noble impaciencia.

Deponiendo lo severo
de su arrugado semblante,
condescendió placentero
en que un lazo duradero
premiase al pastor amante.

Y lució en vivos fulgores
el instante de ventura
en que, al son de mil loores,
tan leales amadores
juraron la fe más pura.

Para perpetua memoria
de la notable victoria
que el mancebo consiguió,
el concejo decretó
que se grabase su historia.

Y se fijó allí una losa
que ya el tiempo ha devastado
do se veía al mozo osado
llevar la piel engañosa
del cabrito ensangrentado.

El lagarto se llevó
a las casas del concejo
donde el pueblo le observó
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y entero se conservó
el escamoso pellejo.

Y este despojo fehaciente
vímosle en trozos también
en dos templos igualmente,
y les llamaba la gente
EL LAGARTO DE JAÉN.


Joaquín María López y Paqué                










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Bibliografía

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