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Unas cartas desconocidas entre Nicasio Álvarez de Cienfuegos y el misterioso Florián Coetanfao: nuevos datos sobre una intensa amistad

Pedro Álvarez de Miranda


Universidad Autónoma de Madrid

En 1959 José Luis Cano se preguntaba desde el título de uno de sus eruditos trabajos sobre Nicasio Álvarez de Cienfuegos: «¿Quién era Florián Coetanfao?». El extraño nombre era el del destinatario de una apasionada dedicatoria puesta por Cienfuegos a su tragedia Idomeneo cuando la incluyó en sus Poesías de 1798, dedicatoria de la que se desprendía que unos dramáticos y no precisados acontecimientos habían ocasionado la brusca separación de ambos, segando repentinamente una íntima amistad. He aquí su texto:

AL CIUDADANO FLORIÁN COETANFAO. Ó, tú, donde quiera que estés, alma virtuosa y verdaderamente grande, si alguna vez llega este libro a tus manos, abre, lee, y oirás la voz del primero de tus amigos, que te paga públicamente la deuda de su amistad y de su agradecimiento. ¡Que no fuera yo uno de aquellos hijos predilectos del genio que dictan la inmortalidad en los caracteres indelebles de su dichosa pluma! Unidos nuestros nombres en la posteridad, como lo están ahora nuestros corazones, sabrían los siglos más remotos lo mucho que yo he debido a tus talentos, a tus virtudes y a tus eficaces exemplos. Tú me hiciste probar por la primera vez la felicidad verdadera en el regazo de la amistad más pura, en la efusión de dos almas criadas una para otra, y hechas para no separarse nunca. ¿Dónde estáis, flores hermosas de mi juventud? ¿Qué fueron aquellos tiempos en que mis libros y mi Coetanfao eran mi universo entero? ¡Ah!, ¡qué poco esperaba yo entonces el golpe terrible que después cayó sobre mí, quando el bárbaro destino te arrancó cruelmente, y acaso para siempre, de mis cariñosos brazos! ¡Días de lágrimas, de amarguras, de agonías mortales, siempre seréis de los más negros, de los más aciagos, de los más exêcrables de mi vida! ¡Si a lo menos hubiera yo podido ir a tu lado, acompañar tus soledades y partir las congojosas aflicciones que te aguardaban, tu suerte te habría parecido menos enemiga, y yo me hubiera creído el más dichoso de los hombres! Pero estaba decretado que solo, y sin compasión en el mundo, habías de apurar el cáliz del dolor hasta las heces más amargas; porque tal fue siempre el destino de la virtud en la tierra. ¡Ó Coetanfao mío!, ¡compañero mío!, ¡ídolo de mi amistad!, no estabas solo, no: los hombres podrán separar los cuerpos; pero las almas, inaprisionables como los rayos del sol, vuelan libremente donde su deseo las llama. La mía partió contigo, veló en tus desvelos, acompañó tus llantos, se afligió en tus aflicciones, aprendió en tus virtudes, y estuvo, está y estará perpetuamente donde tú estuvieres; y mientras me quede un solo soplo de vida, vivirá en mi alma Coetanfao todo entero. Mi vanidad, mi honor, mi gloria es ir siempre contigo, y acompañarte hasta en los horrores del sepulcro, para que una misma losa cubra nuestras cenizas inseparables. Entre tanto, ven, Coetanfao mío, ven a honrar mis versos con tu nombre, para que nunca se diga que va Cienfuegos sin su idolatrado amigo. Y pues viste nacer a mi Idomeneo, y sabes su historia, y tanto has contribuido a formar mi gusto, recíbele como si fuera tuyo, y con él todo el corazón, todas las potencias, toda el alma de tú más ciego y fogoso amigo Nicasio Álvarez de Cienfuegos.


(Poesías, 101-104.)                


Cano contestó en lo que pudo a su pregunta, acuciosamente surgida de la lectura de estas encendidas palabras. Demostró, por lo pronto, que, en contra de lo que cabría sospechar, Florián Coetanfao no era un seudónimo, sino el nombre de un personaje real: un botánico y mineralogista de Bayona, vinculado durante un tiempo como socio extranjero a la Academia Médica Matritense, y traductor al francés de una de las disertaciones sobre el ritmo escritas en italiano por Arteaga; también, que el tremendo golpe que lo apartó de Cienfuegos -¿detención?, ¿destierro?- pudo tener lugar en marzo de 1793, pues a partir de ese momento deja de asistir a las sesiones de dicha Academia. (Nótese que es entonces, precisamente, cuando se desencadena entre España y Francia, a raíz de la ejecución de Luis XVI, la Guerra de la Convención, coincidencia en la que Cano no reparó, y que tiene muchos visos de no ser casual; sobre las medidas que en ese momento se toman contra ciudadanos franceses -el 4 de marzo se dicta una «Real provisión para el extrañamiento de los franceses no domiciliados en estos Reynos»- véanse Herr, 257, y Aymes, 242.) Y, prácticamente, nada más consiguió averiguar Cano acerca del personaje, salvo que pudo formar parte -si es él el «Coëtanfau» de que habla un testimonio de la época- de un tribunal militar revolucionario que actuaba en San Juan de Luz en ese mismo año de 1793. Menéndez Pelayo, también intrigado por la figura de Coetanfao, lo situaba en París en la época del Directorio, mas sin indicar la procedencia de la noticia. Remito, para los detalles sobre todo esto, al mencionado artículo de Cano.

Pues bien, aquí me propongo dar a conocer un conjunto de cartas (catorce en total) cruzadas entre Florián Coetanfao y Cienfuegos (ocho de aquel, seis de este; una de las de Coetanfao, la carta n.º 3, aparece copiada dos veces) entre el 5 de mayo y el 6 de junio de 1791, y escritas durante una estancia del francés en Aranjuez destinada a llevar a cabo ciertas investigaciones de carácter geológico y mineralógico. Este breve pero intenso y muy jugoso epistolario se conserva en la Real Academia Española (Ms. 396/3), institución de la que formó parte D. Nicasio; se trata de sendos conjuntos de hojas manuscritas al frente de los cuales leemos: «Copia de las cartas de Coetanfao a Cienfuegos halladas entre los papeles de este» y «Copia de las cartas de Cienfuegos a Coetanfao, encontradas entre los papeles del primero».

No me extenderé mucho en estas páginas, que solo aspiran a servir de pórtico a la edición de este breve epistolario, cuya transcripción y -sobre todo- cuya anotación han resultado harto problemáticas. Como suele ocurrir en la correspondencia epistolar de carácter íntimo, el texto está salpicado de alusiones y referencias a personajes, situaciones, citas y obras literarias, etc. que los dos amigos entenderían e identificarían perfectamente, pero que al erudito de hoy le cuesta sobremanera descifrar, cuando consigue hacerlo. Es difícil traspasar la capa de presuposiciones y de bromas cómplices que estos dos amigos, acostumbrados a entenderse con medias palabras, han tejido en torno suyo, y que de las conversaciones que mantendrían en sus repetidos encuentros madrileños pasa con toda naturalidad a las cartas que se escriben cuando uno de ellos se ausenta de la capital.

El hecho fundamental que se desprende de estas cartas es la confirmación de que entre Cienfuegos y Coetanfao existió una profundísima amistad, cultivada por ambos con un fervor que, por el impúdico apasionamiento con que se expresa, puede resultar algo chocante para nuestra sensibilidad o nuestra mentalidad actuales, pero que al lector de Cadalso y de Nicolás Moratín, de Meléndez -maestro y mentor de Cienfuegos en sus años de Salamanca-, de Jovellanos y, por supuesto, de las poesías del propio Nicasio, le ha de resultar bien conocido. El tema de la amistad ocupa un lugar central en la obra de esos autores, como han puesto de manifiesto, entre otros, Francisco Aguilar Piñal, Joaquín Arce (331-341), David T. Gies, el propio Cano a propósito de Cienfuegos y, en fin, Francisco Sánchez-Blanco, quien ve en la exaltación de ese valor un rasgo definidor de una ética secular característica de los ilustrados. Por lo que a Cienfuegos se refiere, recuérdese que otra dedicatoria suya, la de las Poesías de 1798, va dirigida «A mis amigos», o sea, a «los deliciosos compañeros de mi vida, los dueños absolutos de mi corazón, los que, sabedores de mis pensamientos, de mis inclinaciones, de mis afectos, de mis flaquezas y aun de mis vicios, me franquean recíprocamente sus almas para que lea yo en ellas su amistad y sus virtudes». Cuando leemos una de esas poesías, «A un amigo que dudaba de mi amistad porque había tardado en contestarle» (84-92), nos situamos exactamente en el clima afectivo de este epistolario, al que casi cabría llamar «amoroso» si convenimos con José Luis Cano -y creo que no puede dejar de hacerse- en que el sentimiento de la amistad es en Cienfuegos «un sentimiento tan intenso y puro como el del amor» («Introducción», 16). Hay que señalar no obstante que aquel «impúdico apasionamiento» al que me refería se manifiesta más claramente en Cienfuegos que en Coetanfao, quien ya le advierte a su amigo en la primera carta: «Aunque me tachen de berroqueño yo no os hablaré más de las ventajas de la amistad, y si no, aquí está Cicerón (buenos días, señor don Marcos Tulio) para decir que tengo razón; y lo dice así: Maximum amicitiae ornamentum tollit, qui ex ea tollit verecundiam. En efecto, tiene la amistad su pudor lo mismo que el amor, y quien sabe querer, raras veces lo dice. Escribidme frecuentemente, largamente, y aunque sea tontamente, no se os dé nada, que yo corresponderé lo mismo». Con todo, nada más significativo, precisamente, que esa última equiparación entre el amor y la amistad.

Estas cartas nos sitúan ante un corto lapso de aquellos tiempos en que, como decía el propio poeta, «mis libros y mi Coetanfao eran mi universo entero». Nicasio era un joven abogado de los Reales Consejos, con sólo veintiséis años; Coetanfao, del que tan poco sabemos, seguramente era mayor que él, pues hay aspectos de la relación entre ambos que muestran en el francés el papel de maestro o mentor, de guía literario e intelectual.

Y es que si algo se desprende con claridad de este epistolario es que los dos amigos están gozosa e irremisiblemente envenenados de literatura. Empedradas de citas en latín y en francés, las cartas invocan de continuo a Horacio y a Tácito, a Homero y Virgilio, a Terencio y Molière, a Montesquieu (por quien Coetanfao profesa una admiración sin límites) y a Diderot, a Cervantes (entablan un curioso diálogo epistolar sobre el género del Quijote)... Cienfuegos va a la casa madrileña de Coetanfao y hace allí provisión de libros para sus lecturas, de las que va dando cuenta a su amigo. Y en una especie de testamento hológrafo que, por vía de chanza, le dirige, nos da un sucinto inventario de su propia biblioteca (en la que se alineaban Voltaire, Condillac, Gessner o Mably junto a Virgilio, Horacio, Terencio o Tasso), con indicación de qué amigos habían de ser los destinatarios de sus libros más queridos.

Coetanfao, muy aficionado a firmar sus cartas con nombres diversos, poéticos unas veces y jocosos otras, elige el de «Melibeo» para la despedida de su primera misiva. La explicación la encontramos en una carta posterior: los dos amigos acostumbraban a recitar juntos, en sus paseos por el Retiro, las églogas de Virgilio; y de ahí que adoptaran los nombres de los dos interlocutores de la primera de ellas, Melibeo y Títiro: «Aunque no me aya llevado conmigo a Virgilio -escribe Coetanfao-, todos los días digo de memoria algunos versos suyos baxo la sombra de alguno de los hermosísimos árboles de este sitio. Pero como no tengo conmigo al inmortal Títiro [o sea, a Cienfuegos, que también firma así una de sus cartas], no puedo representar las églogas, como yo quisiera, y como lo hacíamos en el Retiro».

De modo que al perfil del científico se superpone en Coetanfao, como tan frecuente era entonces, el del hombre de letras, con intereses casi ilimitados en el campo de la poesía y de la filosofía. Esas inquietudes no solo aparecen a cada paso, sino que están íntimamente ligadas a las tareas que como mineralogista le han llevado a Aranjuez:

Yo aquí no hago más que correr por la mañana y por la tarde, observando los monumentos naturales de las terribles revoluciones que ha padecido nuestro globo, y tengo ya pruebas bastante plausibles que todo el terreno de Aranjuez ha sido antiguamente un lago immenso, donde se formaron y las piedras y tierras que aquí se encuentran. El estudio de la mineralogía geológica es propio para engrandecer las ideas, al considerar que pisamos las ruinas de un continente destruido y renovado quizá más de una vez. Las reflexiones físicas, morales y metafísicas que ocasiona este solo hecho de un mundo destruido bien pueden ocupar las meditaciones de un filósofo.


(Carta 3.)                


En consonancia con ello, el mentor invita a su joven amigo a diversificar sus lecturas. Le recomienda, por ejemplo, que lea la Contemplación de la naturaleza de Charles Bonnet, convencido de que solo puede ser buen poeta el que tiene un profundo conocimiento del mundo natural. Cienfuegos se aplica a la tarea con diligencia, y ambos bromean sobre los progresos que va haciendo como naturalista; cuando vuelva a Madrid, le asegura Coetanfao, le ha de examinar sobre lo aprendido.

Especialmente jugosas son, desde luego, las cartas del francés, quien, con serlo, y con dar muestras de su poliglotismo (escribe un párrafo en su lengua de origen, alguna frase o palabra suelta en italiano, además de varias citas latinas), no deja de exhibir un conocimiento de la lengua española -en diferentes registros-, y un desparpajo en el uso de ella, verdaderamente sorprendentes. Cierto que se desliza en su pluma algún galicismo sintáctico, pero el uso de palabras como camaranchón, andurrial (ambas en carta 1; la segunda en un insólito uso adjetivo) gilito (carta 7), galvana (carta 8), cagalera (carta 10), culón (carta 12), írsele a uno las cabras (con el obsceno significado que el curioso lector encontrará en la carta 7), etcétera, no me dejará mentir.

Estas cartas son del máximo interés para ahondar en un rasgo muy característico de la personalidad de Cienfuegos, que es el de su propensión a la melancolía. «Vos -le escribe a su amigo- estáis cercado de verdura, jardines, bosques, fuentes, ríos y delicias; y yo, sin nada de todo eso, estoy altamente melancólico e insoportable a Dios, a los otros y a mí mismo, que es lo que más siento. Los aires que corren me habrán puesto así, y más mi terrible soledad, en la qual me pierdo en proyectos y deseos que jamás veré logrados» (carta 2). El autor de «Mi paseo solitario de primavera» se nos muestra en estas cartas como un joven emocionalmente inestable, que pasa con facilidad de la risa al llanto, y al que, sobre ese fondo general de melancolía y de «fastidio universal» -como diría Meléndez-, acometen sin embargo repentinos accesos de una exaltación que él mismo vincula a ese inflamado humanitarismo y a esas apasionadas profesiones de fe en la fraternidad universal que tantas veces aparecen en su obra. Con la peculiaridad de que incluso en esos estados de ánimo es frecuente el paso no menos repentino de los sentimientos filantrópicos a una intensa misantropía. Léase detenidamente la carta 9 en comprobación de todo esto.

Sería seguramente arriesgado especular sobre los sentimientos religiosos de Cienfuegos con el solo apoyo de esas manifestaciones sobre su vaga aspiración a otra vida mejor donde el ser humano alcance la verdadera felicidad («... hallando un inmenso vacío en la felicidad humana, mi corazón suspira por otra que no conoce»). Sí cabe al menos señalar que no parecen inspiradas por un ascetismo de signo cristiano, sino más bien por ese utopismo humanitarista al que hace un momento me refería. Coetanfao, más descreído que su amigo, comenta sobre sus confesiones: «Me alegro que creáis en la inmortalidad del a[l]ma. Esta persuasión basta para hacer feliz a un hombre; pero no la tiene quien quiere». En cualquier caso, lo que sí aparece de vez en cuando en las cartas que cruzan los dos amigos es una cierta actitud irreverente hacia las cosas sagradas. Ya en la primera, Coetanfao le cuenta a su amigo que, camino de Aranjuez, ha recogido en su calesa a un franciscano medio cojo que hacía el camino a pie. «Me hizo muchos cumplimientos monacales -comenta el francés-, me ofreció chocolate y me dixo que me pagaría al céntuplo su Seráfico Padre. Me alegraría deveros algo, para daros letra girable sobre tan buen pagador». En otra ocasión (carta 5), Coetanfao comenta que ha leído la bula del papa dirigida al clero de Francia, en donde declara sacrílega y nula la elección de nuevos obispos y amenaza con declararlos cismáticos si no es revocada. Tras de lo cual apostilla con guasa: «Como ni a mí ni a vos no han dado obispado ninguno, nos quedamos en el santo gremio de la iglesia, de lo qual me huelgo mucho, porque no me gusta el tener que hacer con los demonios».

Cienfuegos le secunda, aunque algo más tímidamente, en esas bromas. Su última y muy breve misiva (n.º 13), escrita el día de la Ascensión ya con la vista puesta en el cercano reencuentro, es una sucesión de mensajes casi telegráficos punteados por un venite adoremus que se repite salmódicamente tras cada uno de ellos. La respuesta de Coetanfao, más breve todavía, eleva un tanto la irreverencia al transformar el venite adoremus en un rotundo y único venite compotemus. Por lo que se refiere a tales cuales crudezas escatológicas u obscenas que el lector encontrará en las cartas del francés, baste suscribir el comentario que él mismo hace, como posdata, al releer una de sus misivas: «¡Qué bruto soi!» (carta 10). Pero también gracioso: la receta de un enema que convertirá a un pesadísimo amigo común (por nombre Parada) en el más ligero de los hombres (hominum levissimus) es desternillante (carta 7); no lo es menos (en la misma misiva) la delirante «metamorfosis» paródica que idea para explicar el origen de las salinas de Aranjuez. Por lo que se refiere a las cartas de Cienfuegos, la más original es sin duda la n.º 11, que traduce al papel un juego verbal, basado en la repetición de la palabra «vaya», que es de suponer practicarían los dos amigos.

Otros varios aspectos de este epistolario podrían aquí comentarse, pero prefiero remitir a la lectura de las cartas mismas. Terminaré indicando tan solo que hay en ellas interesantes alusiones a personajes de la época, entre las que destacan una serie de crueles burlas dirigidas contra Forner (también contra quien era, al parecer, uno de sus más rendidos admiradores, cierto «Padre Sixto de las Escuelas Pías» que he podido identificar como don Cayetano Sixto García y que ha resultado ser muy curioso personaje, por cierto; véase carta 11), y las menciones de un Peñalver por el cual los dos corresponsales dan muestras de afecto, y que no es otro que don Juan López de Peñalver, el economista, científico y escritor que años después traduciría el Espíritu de las leyes de Montesquieu, que había planeado con Cienfuegos una edición de las poesías de Fernando de Herrera y que dedicaría a Nicasio en 1794 la traducción del Gonzalo de Córdoba de Florian en agradecimiento al hecho de que los versos en ella incluidos hubieran salido de la pluma de nuestro poeta (ver Cano, «Introducción» 12-13, 201 y ss., y López de Peñalver, Escritos). Otros varios amigos comunes se mencionan en el epistolario, pero, con la excepción de don Pedro Estala (relativamente familiar para los dieciochistas, amigo también de Forner, y de Moratín), no me ha sido posible identificarlos, acaso porque ningún relieve público tuvieron; queden aquí sus nombres, a la espera de que algún estudioso más diligente o avezado me saque de mi ignorancia: el tal Parada -sobre el que los dos amigos bromean reiteradamente-, Barra, Moreno, Porras, Manuel Lamas y cierto «Gregorito».


Obras citadas

Aguilar Piñal, Francisco. «Moratín y Cadalso». Revista de Literatura, XLII, n.º 84 (julio-diciembre de 1980), 135-150.

Álvarez de Cienfuegos, Nicasio. Poesías, t. I [y único]. Madrid: Imprenta Real, 1798.

Arce, Joaquín. La poesía del siglo ilustrado. Madrid: Alhambra, 1981.

Aymes, Jean René. La guerra de España contra la revolución Francesa (1793-1795). Alicante: Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», 1991.

Cano, José Luis. Heterodoxos y prerrománticos. Madrid: Júcar, 1975. El artículo «¿Quién era Florián Coetanfao?» (281-302) se publicó antes en Revue de Littérature Comparée, XXXIII (1959), 400-410.

——. «Cienfuegos y la amistad». Clavileño, n.º 34 (julio-agosto 1955), 35-40.

——. «Introducción biográfica y crítica» a Nicasio Álvarez de Cienfuegos, Poesías. Madrid: Castalia, 1969.

Gies, David T. «'Ars amicitiae', poesía y vida: el ejemplo de Cadalso». Coloquio internacional sobre José Cadalso. Bolonia, 26-29 de octubre de 1982. Abano Terme: Piovan Editore, 1985, 155-171.

Herr, Richard. España y la revolución del siglo XVIII. Madrid: Aguilar, 1964.

López de Peñalver, Juan. Escritos. Edición y estudio preliminar de Ernest Lluch. Madrid: Instituto de Estudios Fiscales, 1992.

Sánchez-Blanco, Francisco. «Una ética secular; la amistad entre los ilustrados». Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, 2 (1992), 97-116.








ArribaAbajoCopia de las cartas de Coetanfao a Cienfuegos halladas entre los papeles de éste


ArribaAbajo Copia de las cartas de Cienfuegos a Coetanfao, encontradas entre los papeles del primero

(Real Academia Española, Ms. 396/3)



Nota previa

El manuscrito contiene sucesivamente, y bajo los títulos respectivos que copio arriba, sendos conjuntos de ocho cartas de Coetanfao a Cienfuegos y seis de Cienfuegos a Coetanfao. Aquí, sin embargo, no las edito según esa división autorial, sino alternándolas según el orden de sus fechas, para que pueda seguirse el diálogo epistolar.

Respeto las grafías del texto, pero no, la mayor parte de las veces, el uso de iniciales mayúsculas o minúsculas, por lo general arbitrario. Transcribo en cursiva lo subrayado, así como (estenlo o no en el original) todas las palabras, citas o frases en lengua distinta del español. He desarrollado las abreviaturas, y modernizado la acentuación y la puntuación. Introduzco entre corchetes algunas enmiendas inexcusables, indicando en nota la lectura literal sólo en los casos problemáticos.

Es importante tener en cuenta que las cartas no son autógrafas, sino que se trata de copias. Por ello, hay pasajes oscuros que pueden deberse a incomprensión o descuido del copista. En particular, los pasajes en otras lenguas (francés y latín, esencialmente) abundan en errores propios de quien está copiando sin entender bien lo que escribe. He optado por no tocar los varios disparates de los textos latinos, aunque ello me haya obligado a hacer bastante uso del sic; en las notas, al identificar los textos, se dan, cuando procede, en su forma correcta. Ofrezco traducción de las citas latinas, pero no de los textos en francés.

Las notas van a continuación de cada carta.

Debo a la amabilidad de varios amigos, a los que solicité ayuda en el largo y bastante penoso proceso de anotación, que emplearan parte de su tiempo en localizar para mí textos, datos o bibliografía que escapaban a mi conocimiento. Se trata de René Andioc, Maria Teresa Cattaneo, Philip Deacon, Françoise Étienvre, Pilar González, Almudena Jimeno, Antonio Lafuente, Antonio López Gómez, Guy Mercadier, José Luis Moralejo, Francisco Javier Puerto Sarmiento, Miguel Ángel Puig-Samper e Inmaculada Urzainqui. Conste aquí mi agradecimiento a todos ellos. Aunque no lo parezca -a la vista de tan abultada relación-, yo también he hecho algo, y por supuesto asumo en solitario la responsabilidad de los errores e insuficiencias.

A los amigos y compañeros que (hace ya años) se encargaron de confeccionar el Catálogo de manuscritos de la Real Academia Española (Madrid, 1991, Anejo L del BRAE) les agradezco de corazón que me informaran del hallazgo de estas cartas. Y a la directora de la Biblioteca, M.ª Luz González, las facilidades que me ha dado para trabajar sobre ellas.




ArribaAbajo- 1 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 5.5.1791.)


Aranjuez, y mayo 5 de 17911.

Amigo: Ya me tenéis entre árboles y flores, o, por hablar poéticamente, comiendo rosas y cagando néctar. Mi resfriado se va pasando con respirar el ayre del dorado Tajo, que ahora lleba mucha agua, porque ha llovido por aquí grandemente. Todo está frondoso y verde, y digno de inspirar poetas homéricos. He pasado una mañana deliciosa paseándome solo por un bosque, y si hubiera tenido la cavezza [sic] algo cienfuegosiana os hubiera embiado algún idilio, pero fabrilia fabri2. He visto esta mañana los de la Secretaría de Hazienda, quienes me han recivido muy bien; y espero ver luego al ministro, que ya está avisado de mi llegada. El amigo que tengo en la botica del Rey3 me sirve de cicerone para guyarme4 en mis excursiones, y, como es instruido, nuestros paseos no dexarán de ser útiles. En la misma botica tengo tertulia por las noches, y me embían agua del Rey, lo que no es poco consuelo, porque la de aquí es muy mala5 por tener mezcla de sulfate6 de cal; ¡hem! ¡hem!, ¡¡¡y dirán que no he leído!!! Hize una parte del camino con un frayle franciscano, a quien di asiento en el calezín7 por verle medio cojo. Me hizo muchos cumplimientos monacales, me ofreció chocolate y me dixo que me pagaría al céntuplo su Seráfico Padre. Me alegraría deveros algo, para daros letra girable8 sobre tan buen pagador.

¡Aquí está Urquijo9! ¡Ó turuti!10

Quanto dicen en Madrid de lo que por aquí se hace son otras tantas mentiras. ¡Ó necedad de madrileños! Perecerán11, &c.

En fin, asta ahora me va muy bien, si no fuera por la falta que me hace cierto Nicasio con el qual desatinaba yo quanto quería. Creedme: no es poca dicha el tener con quien vaciar la talega de tonterías que llevamos todos colgada no sé dónde. Peras imposuit, dice el profano12. Aunque me tachen de berroqueño yo no os hablaré más de las ventajas de la amistad, y si no, aquí está Cicerón (buenos días, señor don Marcos Tulio) para decir que tengo razón; y lo dice así: Maximum amicitiae ornamentum tollit, qui ex ea tollit verecundiam13. En efecto, tiene la amistad su pudor lo mismo que el amor, y quien sabe querer, raras veces lo dice. Escribidme frecuentemente, largamente, y aunque sea tontamente, no se os dé nada, que yo corresponderé lo mismo. Os escribo esta metido entre el Sistema naturae de Lineo14 y una botella de vino, en un camaranchón que no deve nada al zaguán donde el moro encantado dio tan mal rato a don Quixote de andurrial memoria15, en la posada de los tres Reyes16 (regum timendorum17). A las ocho de la tarde, después de un largo paseo por la calle de la Reyna18 y el jardín del Rey19, excepto quod non simul esses, caetera laetus20.

Vuestro, Melibeo21.

El calezero22 salió muy bueno, y preguntó por el abate.

Recados a vuestra madre y al señor don Manuel.

Una visita de mi parte a la noria del Retiro.

Memorias a los amigos que pregunten por mí.

Cuidado con los tercetos.

Salí de Madrid a las 8, comí en Valdemoro23 y llegué aquí antes de las 4.

No olvidar a Peñalver24.




ArribaAbajo- 2 -

(Cienfuegos a Coetanfao, 7.5.1791.)


Madrid, y Mayo 7 de 1791.

Mi amigo: Bien dicen que la fortuna tal vez concede fabores a quien no los busca. Salisteis de Madrid con 100 doblones para ocuparos en Aranjuez con centellantes pedernales y diamantinas berroqueñas, bien seguro de lo que en el camino adquiristeis. El céntuplo de lo que tenéis y la protección de un Mecenas como San Francisco son cosas tan poco buscadas por lo raras como apreciables quando adquiridas. ¡Dios me libre de envidiaros un bien que, cierto de que no he de poder conseguirle, no deseo!

Vos estáis cercado de verdura, jardines, bosques, fuentes, ríos y delicias; y yo, sin nada de todo eso, estoy altamente melancólico e insoportable a Dios, a los otros y a mí mismo, que es lo que más siento. Los aires que corren me habrán puesto así, y más mi terrible soledad, en la qual me pierdo en proyectos y deseos que jamás veré logrados. O ubi campi...25

La lectura de Tácito en sus Costumbres de los Germanos y en la Vida de Agrícola redobló mi melancolía; que este efecto producen en mí las obras de qualquiera género que sean, quando modelos inimitables excitan en mi admiración el sentimiento de mi propia flaqueza.

Sí, amigo: he leído estas obras, y sobre todo en Agrícola es Tácito tan superior a su fama como lo es el original respecto de la traducción de Sueiro26, que he cotejado con cuidado, viendo por el cotejo que Sueiro profanó a Tácito. Por lo qual leeré en su original los Anales o Historias, que había leído por la traducción.

Bien conoceréis ya que los tercetos pararon en efecto; me llaman a toda priesa y yo no tengo gana de complacerlos por ahora, hasta que mi cabeza esté algo más sentada. En llegando este caso me daré tal maña que en tres o quatro días quedará concluida esta terrible aventura.

He visitado nuestra noria, aunque de lejos, y he saludado nuestro asiento y os he visto allí sin que me hablaseis; que tamaños encantamentos hace la pudorosa amistad.

Yo me figuro que andaréis por esos andurriales saltando de peña en peña como cabra trepadora, cayendo en una parte y levantando en otra, recogiendo los dulces aunque duros tesoros que la naturaleza reservó para que tropezaran los incautos profanos y para que se elevasen los ceñudos y polvorosos sabios. El genio de la mineralogía os guíe por esos no asendereados caminos, dirija vuestra vista hacia sus más caros objetos, y quando cansado tal vez os sentéis a par de un cristalino arroyo sobre la verde grama, limpie con benéfica mano el sudor copioso que exhalará la parte más erguida de vuestro fatigoso ser... ¿Digo algo? Él sea el que os sazone los manjares, quien os delicie en las diversiones y quien abrazado con vos en la blanda cama aproveche los fecundos desperdicios que hacen suspirar a tantas y tan inocentes doncellas. Pero así el coger las piedras como el buscarlas, el bajaros a alzarlas, el llevarlas, &c., &c., sea en latín, pues si no, perecerán27 las piedras, perecerán vuestros trabajos, perecerán los bolsillos en que los guardéis, sin que quede más de todo que las compasivas exclamaciones de ¡pobre Floriano!, ¡pobres piedras! ¡Dichoso yo que tengo una melancolía en latín que, semejante a los periódicos, nunca muere, y que me hará inmortal!

Vuestro inmortal, Títiro28.




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(Coetanfao a Cienfuegos, 9.5.1791.)


Aranjuez, y mayo 9 de 1791.

Amigo: Yo creo que ya no os quejaréis de mi pereza, y que veréis que os compadezco y que procuro aliviar vuestra soledad.

... mes malheurs m'ont appris à devenir sensible30.



Aunque es capaz la lectura de Tácito aumentar la melancolía, avéis hecho mui bien en leerle en el original sobre todo, porque nadie es capaz traducir [sic] las obras del pintor de Tiberio si no tiene el mismo talento o el de Montesquieu. No conozco cosa más elocuente que el final de la Vida de Agrícola y los discursos que trae allí y en otras partes. Las Costumbres de los Germanos son llenas de la más profunda filosofía, y me han hecho meditar más de una vez horas enteras. No olvidaré nunca lo que dice Montesquieu hablando de esta obra: yl est court, cet ouvrage; mais c'est l'ouvrage de Tacite, qui abrégeoit tout, parce qu'il voyoit tous31. ¡Qué lástima que no le haya traducido! Los hombres de esta clase devían [de]32 vivir dos o tres siglos, para hacer todo lo que ellos solos pueden hacer. El mismo sentimiento de humiliación excita en mí que en vos la lectura de las obras superiores, al ver mi inferioridad; pero al mismo tiempo me gusta ver que los hombres puedan levantarse tanto; y diría de buena gana lo que un escultor famoso que acababa de leer a Homero: me parece que tengo quatro varas de alto.

Debíais [de]33 de leer ahora que tenéis proporción las obras de Bonnet, y sobre todo la34 Contemplación de la naturaleza de la edición en 4.º, porque está mucho más completa y divertida que la otra. La Palingenesia también os divertiría por lo original y grande del sistema que en ella propone35.

Yo aquí no hago más que correr por la mañana y por la tarde, observando los monumentos naturales de las terribles revoluciones que ha padecido nuestro globo, y tengo ya pruebas bastante plausibles que todo el terreno de Aranjuez ha sido antiguamente un lago immenso, donde se formaron y las piedras y tierras36 que aquí se encuentran. El estudio de la mineralogía geológica es propio para engrandecer las ideas, al considerar que pisamos las ruinas de un continente destruido y renovado quizá más de una vez. Las reflexiones físicas, morales y metafísicas que ocasiona este solo hecho de un mundo destruido bien pueden ocupar las meditaciones de un filósofo.

Por aquí tenemos ahora ayres fuertes y fríos. No dexo, sin embargo, de andar mis dos leguas cada día, sin cansarme, porque aquí está el piso tan llano como el del salón del Prado. Yo me cansaría todavía37 menos si pudiera dar mis paseos con el autor del Idomeneo38.

Los boticarios del Rey con quienes yo trato diariamente son gente instruida y buena, y la Botica Real es propiamente mi casa, por la libertad que tengo en ella. No esperaba yo tan buena compañía aquí, donde no conocía más que dos personas, y ahora conozco más de seis.


Dieu prodigue ses biens
à ceux qui font voeu39 d'être siens,



dice La Fontaine hablando de un ratón que vivía retirado en un queso40. Aunque no me aya llevado conmigo a Virgilio, todos los días digo de memoria algunos versos suyos baxo la sombra de alguno de los hermosísimos árboles de este sitio. Pero como no tengo conmigo al inmortal Títiro, no puedo representar las églogas, como yo quisiera, y como lo hacíamos en el Retiro. Memorias al cura, si le escribís. Vuestro, Melibeo y Turulo41.

Cuidado con los tercetos.

Acabo de escribir a Peñalver para el jueves.




ArribaAbajo- 4 -

(Cienfuegos a Coetanfao, 10.5.1791.)


Madrid, y Mayo 10 de 1791.

Por la mañana tiempo vario. Melancolía menguante. Acabando de leer la Andria de Terencio.

Mi amigo, vuestra diligencia me pica de tal modo que por mucho que os esforcéis no quedaréis superior, y quando más responderéis con tanta puntualidad como yo, pero no con más.

Con la pintura de las delicias de Aranjuez y de la buena vida que pasáis parece que pretendéis que os envidie, pero ¡ó necedad de hombres!, más me embidiaríais a mí si os dixese... pero ¿qué?, ¿no lo adivinaréis vos? Nada: sois el más rudo ente que he visto. Venid acá. ¿Qué cosa podrá contrapesar toda la hermosura de Aranjuez? Ello mismo lo está diciendo: Parada, Parada, que él por sí vale siete primaveras. Parada, que, vuelto de la Mancha con veinte mil duros heredados, me vino ayer a visitar, y habló con tanto juicio, con tanta gracia y venustad42 como pudiera el más hidalgo manchego. ¡Qué cosas tan estupendas y nuevas dixo! Ya los anónimos Principios de las leyes43 no valen nada. Es verdad que tienen algunas cosas mui buenas; pero la Metafísica..., la Metafísica..., el autor no sabía palabra de Metafísica; sin embargo es mui filósofo en algunas partes; pero sus principios son sofismas. Los principios, ¡ah!, son muy dificultosos. ¡Se necesita tanto cuidado para sentarlos...! ¿Quién lo creyera de un hombre como Montesquieu? En su libro primero todos los principios son faltos... Pero ya creo que con esto poco quedarán pagadas vuestras pinturas de Aranjuez, y así, pasemos a otra cosa.

Este sábado pasado estuve a ver la comedia del Negro del Cuerpo Blanco44. Acercóseme un hombre de buena cara, estatura regular, delgado, blanco, picoso de viruelas, me saludó desde luego, y como que le vi un deseo de conversar conmigo. Mi semblante atroz y mi poca gana de hablar le detuvieron al principio, pero después se llegó blandamente por detrás y me preguntó por vos, y que si me habíais escrito. Hizo un elogio buestro y me encargó os diese memorias de su parte, como lo hago sin saber con certeza quién sea; aunque creo que ha de ser Lamas.

Los tercetos vieron su fin ayer por la tarde entre quatro y media y cinco. Ascienden en esta nueba impresión a 117445, que voto a Dios que si la nueva de tantos tercetos llega en el infierno a oídos de los Argensolas, que han de repelar las barbas de envidia y se han de maldecir porque no se aprovecharon de su asombrosa facilidad haciendo un poema en 12 cantos de 40.000 versos terceteados cada uno.

No sé si leeré el Bonet como vos me encargáis, porque no tengo vocación metafísica por ahora; pero como de un istante a otro se mudan las cosas, podría suceder que, sin saber cómo, leyese la Contemplación de la Naturaleza. Dios sobre todo.

Terencio, Molière y Cerbantes en su Quixote son mi ocupación ahora. Y hablando del último, yo no sé cómo ha habido gentes tan tontas que se hayan puesto a provar que el Quixote era un poema épico, como los de Homero, Virgilio y el Taso. Discurriendo como ellas probaría yo también que el Avariento, el Misantrope, la Andria, &c. eran tragedias, sin que tuviese que hacer más que mostrar que las reglas generales del Edipo, la Electra, &c. considerados como dramas eran aplicables a las comedias; todo poema (comprendiendo bajo esta voz también las novelas) de qualquiera género que sea tiene reglas comunes con los otros porque tiene algo en que conviene con ellos o por las cosas que pinta, o por el efecto que ha de producir, o por el modo. Por esta razón el Quixote es mirado por muchos como poema épico; porque así como la Odisea, Iliada y Eneida, estaba sujeto a las reglas que prescriben el interés, verisimilitud, unidad, &c. Si el Quixote hubiera nacido quando la Iliada y Odisea creo que hubiera nacido de él la comedia, y de esta la tragedia, invertido todo el orden que estas cosas han seguido. Desde luego hubieran dado nombre a todas46 estas cosas, y el Quixote se llamaría poema cómico cómica [sic], aunque es regular que entonces hubiera sido escrito en verso.

Los aplausos del Quixote hubieran estimulado a otros y se hubieran hecho otros poemas cómicos, más y mejores comedias y menos y peores tragedias. En una palabra, lo cómico, así en acción como en relación47, hubiera fijado más la atención de los poetas y filósofos. Yo supongo que después de esto en tiempo de Cervantes hubiera Homero escrito la Iliada; ¿qué habría sucedido? Que los críticos, queriendo referirlo todo a lo conocido, habrían disputado altamente sobre si la Iliada era poema cómico o no, y varios habrían dicho que sí y otros lo contrario, y este excelente poema no tendría nombre propio, como sucede con el Quixote. La Iliada, sin embargo, no sería más que lo heroico y trágico puesto en relación, de modo que podría llamarse hija de la tragedia, así como ahora es hijo de la comedia el poema o novela cómica, que es como me parece que deve llamarse el Quijote, que miro como único en su género. Pienso que los quatro géneros de dramas que distingue Diderot corresponden precisamente a quatro géneros de poemas diferentes en relación, que devían distinguirse con nombres propios; y la comedia de carácter corresponde exactamente al poema cómico tal como el Quixote. Es menester confesar que la Poética está todavía en su infancia, y que necesitaba de un Diderot que la desembrollase y pusiese en orden, desbaratando los errores y fuertes preocupaciones que la oscurecen. No diréis que no os escribo largamente, y si os parece demasiado leed a tragos lo que no queráis de una vez. Vuestro amigo que acababa esto a la misma hora, más o menos, en que vos solíais acompañarle.




ArribaAbajo- 5 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 12.5.1791.)


Aranjuez, y mayo 12 de 1791.

Amigo: Llueve que es una bendición, y como no tengo ganas de mojarme me quedo en casa, y hablaré un rato con vos, aunque no sepa qué decir. Dios lo remediará. Ayer vi la bula del papa dirigida al clero de Francia48, en donde declara sacrílega y nula la elección que han hecho de nuevos obispos, dándoles su santidad el término de quarenta días ad resipiscendum49; si no, les declara sismáticos, juxta illud: qui non est mecum, contra me est50. Como ni a mí ni a vos no han dado obispado ninguno, nos quedamos en el santo gremio de la iglesia, de lo qual me huelgo mucho, porque no me gusta el tener que hacer con los demonios.

Me alegro mucho que el plumbígero51 aya graznado contra Montesquieu, pues es para mí un pesar grande el ver un hombre inmortal alabado por un burro. De los veinte mil duros heredados no os diré más sino que la mierda, por mucho que la doren, siempre se queda mierda. Que traduzca esa idea el tío pesado y me dirá si tiene carestía de Lógica. Para acabar con la pesadez, me cago en él. Huic sit pro mer[i]tis candida merda canis52.

En efecto acabo de cagar, y me quedo mui aliviado. ¡¡Ó sabia y próvida naturaleza, qué gustos tan inocentes proporcionas a tus hijos!! ¡Ó helado Peñalver, qué pensamiento tuviste tan divino quando formaste el proyecto de juzgar del genio de los hombres por sus excrementos! Y tú, plumbígero, entre los pesados pesadísimo, traduce esta idea.

Celebro el feliz parto de los tercetos: qui sencinat [sic] in lachrimis, in exultatione metor [sic]53. Ya tengo preparado un ramo de laurel, que, si no sirve para coronaros, le echaremos en algún escabeche. Ahora devéis dexar en algún caxón los benditos tercetos, y no mirarlos siquiera, hasta mi buelta. Ya me estoi afilando las uñas para no dexarles un pelo sano. Qué gusto el criticar versos y no saber hacer la mitad de uno:


Je suis l'eunuque au milieu du serrail;
yl n'y fait rien, et nuit à qui veut faire54.



El ángulo de incidencia de las señas que me dais del sujeto que os habló de mí en la comedia es igual al ángulo de reflexión de don Manuel Lamas, a quien volveréis con usura las memorias, si le encontráis. ¡Digo algo! Pero non nobis, domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam55, decía cierto alcalde al acabar una harenga llena de desatinos. Tenéis razón, toda novela es poema, y todo poema es novela; pero mejor es la Odisea que no el Quixote. Esta ultima obra es más bien burlesca que no cómica, porque su héroe es un loco; y sin embargo el Quixote es una de las mejores obras que jamás se hayan hecho.

Aquí os pondré el sobrescrito para Peñalver, para que no tengáis pretexto ninguno para disculpa[r]56 vuestra pereza:

Á Monsieur

monsieur de Peñalver,

pennsionaire de S. M. C.

Rue Fiquetone n.º 10

Paris.



Otro día escribiré más razonablemente. A Barra memorias, como también a Estala57. Lo mismo a vuestra madre y tío.

Et trait pour trait, voilà:

LIQOFILOS58.




ArribaAbajo- 6 -

(Cienfuegos a Coetanfao, 15.5.1791.)


Madrid, 15 de Mayo de 1791.

Mi amigo: Yo no sé si me volveréis a ver más, pues Parada por una parte y por otra el tiempo húmedo, elocuentemente airoso y frío creo que han de dar fin de mí en brebe tiempo. Si así sucediere os ruego que escribáis sobre mi losa sepulcral estas letras:

Aquí yace un loco que murió de hidropesía de sandeces y pesadeces agenas. Rueguen a Dios por él y porque los libre de Parada.



Después de esto pasaréis a entregar las siguientes mandas59. A Parada las obras del Abate Andrés, la Historia del Teatro de Signorelli60, los Anales de Aragón de Argensola y por añadidura un romance mío que se imprimió en el Correo de los Ciegos61.

A Porras daréis el Tácito con las obras filosóficas de Condillac y su Comercio62. También quiero que le compréis de mis bienes una Gramática Castellana. A Peñalver toca por derecho el libro intitulado Soledades de la vida y desengaños del mundo63, como también el Gesner64 y las Estaciones francesas65, y más la última carta que me escribió y la que pienso responderle.

Moreno viene después pidiendo a toda prisa mis Brebiarios, que le daréis con la obrita italiana del estilo, Grandeza de los Romanos66 y la Moral de Mabli67, y por añadidura un Lucrecio. A Barra el Terencio, Polibio, Catulo, Tibulo y Propercio, las Geórgicas de Virgilio y las Sátiras de Horacio.

En fin, vos tomaréis con todas las obras de Derecho Canónico y Cibil el 4[º] libro de la Eneida, la Alzira, Zaira, Mahometo68 y sus compañeros, los libros 15 y 16 del Taso y el Girolamo Preti69 pro indiviso; y si bien os parece tomaréis el Maestro Oliva70, y no queriéndole le daréis a Parada.

Ya que hemos salido de últimas disposiciones será bien hablar de cosas no últimas. Un día de estos pasados fui a vuestra casa y hallé en ella lo que no esperaba. Abrióme el Cancerbero amo con mil cumplimientos; entré en la sala, donde a par del Cancerbero menor estaba... ¿lo diré?, ¿o lo callaré?... Estaba una joven petimetra como de casa cosiendo. Yo que iba a buscar unos libros estuve por tomarla por libro, y joli, y traérmela a mi casa, pero no lo hize considerando que tal vez será la tirana de vuestro corazón, que escondida en alguna maleta tendríais reservada para vuestras porquerías carnales, la qual creyéndose entonces segura rompería las ligaduras que la impedían y saldría a departir un rato con vuestras viejas, que me dieron mil memorias para su merced.

Saqué varios tomos de Molière y la Contemplación de la Naturaleza71, que en dos paletas leeré, según es el placer que me causa su lectura. De modo que quando volváis, suponiendo que no me haya muerto, tendréis en mí un Naturalista incipiente aficionado. Hasta tanto no seré más que vuestro mui humilde y postrado amigo. Q. B. V. M.




ArribaAbajo- 7 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 17.5.1791.)


Aranjuez, y mayo 17 de 1791.

A las 12 1/2, después de un paseo de 3/4 de legua, por el Camino de Toledo72.

Amigo: Recibí vuestro testamento ológrafo y pasé al instante a rezar en la iglesia de los Gilitos73 una letanía contra fulgura pesadorum74, y vi una luz que me habló y me entregó la siguiente receta que devéis usar si vivís todavía:

R. Stercoris suilli subtiliss. pulveris ll. 1

aquae fort. concentrat. Il. 2 cum 1/2

Lapid. infern. et caustic. z 7 a—a—.

mercur. sublim. corrosiv. ll. 1/2.

Fiat clyster secund. art. et propina Paradae qui per anum accipiat, et fiet continuo hominum levissimus75.



Para que veáis que me alegro veros hecho ya oficial de nat[u]ralista76, os comunicaré una explicación mui filosófica del origen de las salinas de Aranjuez77; pero esto, con licencia vuestra, señor mío, no ha de ser sino después de comer; por cuyo motivo me van a poner la mesa, y volveré a hablaros esta tarde, hora solita. A las 8 1/2 después de comer, dormir siesta y pasear media legua, con un c[a]lor78 insufrible. ¿Sabéis, o no sabéis, para el caso no importa nada, que la aventura del sátyro mezz' uomo mezzo capra e tutto bestia sucedió en las orillas del Taxo junto a Aranjuez?; El pastor fido lo calló, pero aquí se sabe por una tradición no interrumpida. A los gritos que daba el pobre sátyro quando se encontró con la peluca encantada en la mano acudieron todas las ninfas79 t[a]junas80, y al ver su cara encendida, culo roto, boca abierta, cola enroscada, porra sesquipedal y tiesa, fue tal la risa que las dio que se cayeron en el suelo, y empezaron sus vexigas a soltar el rocío salino que ya no podían detener; en fin, mearon las ninfas, mearon los árboles, mearon peces, orugas, ranas, flores, aves, vacas, peñascos, y los demonios, y de tanto mear resultaron las fuentes salinas que por aquí corren y correrán hasta que se acabe la virtud salino-meatoria. El sátiro solo se quedó sin mear, porque se le fueron las cabras81, y de lo que derramó nació el quarzo lácteo, que he recogido para eternizar la memoria de un suceso tan particular.

Me cago en Gesner, Saint Lambert y en todos los poetas idilíacos82: en su vida fueron capaces de inventar una meta[morfo]sis83 como la que acabáis de leer; ya no envidio a Moreno la invención de las cadenas de Cogolludo, ni a Gregorito su perecerán84, ni a Parada su manantial de sandeces; non ominis [sic] moriar85.

Je suis infiniment content que vous vous soyez déterminé à lire la Contemplation de la nature86 de la édition en 4.º. Si vous n'en devenez pas meilleur poète je serai bien trompé. Yl n'y a point de poésie sans la connoissance de la nature. La lecture d'Homère et de Virgile a dû vous le prouver.



Oy á sido terrible el calor, pero tenemos aquí paseos donde no entra nunca el sol, y el deliciosísimo Jardín de la Isla87, donde cada olmo tiene sus 80 pies de alto, y está cada árbol acompañado asta su cima de una yedra frondosísima, modelo de la pintura de Garcilaso. No he visto cosa más hermosa, y dudo que aya en el mundo yedras más grandes; en medio ay una estatua de Baco y una fuente arrojando muchísima agua88. Al ver esto, al instante digo: ¿dónde está Cienfuegos? Si no sale de Madrid, sus versos nunca valdrán la mitad de lo que pudieran si viviese la bella naturaleza, de la qual habla Batteux [?]89 sin conocerla.

Memorias a vuestra madre y tío y a los amigos, menos a Parada, y cuidado que no vea, ni toque, ni huela, ni guste el Bonnet ni por el forro siquiera.

Vuestro, Cironjillo de Tracia90.

A Moreno, quando venga, dos bofetones.




ArribaAbajo- 8 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 23.5.1791.)


Aranjuez, 23 mayo 1791.

Amigo: Ésta es la quinta carta que os escribo, lo que yo apunto, porque temo que no hayáis recivido mi última, donde os hablaba de las salinas. Si la habéis recivido sois un stecciatello91, perezoso y follón, de no haberme respondido. Pasar yo ocho días sin saber si sois muerto o vivo me parece cosa tan extraña que me creo que me falta algo. Si tenéis melancolía, escribid por eso mismo y se aliviará comunicándola. Yo la he tenido los días pasados, y la deví al calor acompañado de un aire solano que nos persiguió toda la semana pasada. Al fin hoy ha llovido un poco, y me quedaría contento si no fuera por las visitas ministeriales que tengo que hacer, habiéndome nombrado su comisionado la Academia médica para el despacho de los nuevos estatutos92, ocupación muy contraria a mi genio tímido. Tengo un deseo muy grande de volver a Madrid para estar con mis libros; pero no podré volver sino al fin de este mes o a principios del otro. Si queréis venir, venid quanto antes, porque luego todo será más caro. Hacen preparativos grandes para el globo. Empero, no se sabe todavía quándo lo echarán93.

Estos días pasados examiné mui despacio una muestra magnífica de historia natural del género de Venus, y la llama Linneo Venus Santa Cruz94. Ojalá fuera así toda la Zoología: yo trabajaría mucho sobre ella95. La petimetra que encontrasteis en mi casa era sin duda la cuñada del ama cerbero. Pero yo no la he hablado nunca. Ya sabéis que soy casto... Es cierto, ojalá no fuera tan cierto.

Agur. No escribo más largamente, por 319 razones.

  • 1.º No tengo gana.
  • 2.º Es hora de cenar.
  • 3.º Tengo galvana.
  • 4.º La pluma no vale nada.
  • 5.º Hoy he tenido que escribir un montón de cartas.
  • 6.º Porque perecerán mis cartas no siendo escritas en latín96.
  • 7.º Porque sois un loco.
  • 8.º Porque yo lo soi también.
  • 9 Porque languidior tenera pendit mihi sicula beta97.
  • 10 Para castigar vuestra pereza.
  • &c. &c. &c. &c.

Vuestro, Alifanfarón98.




ArribaAbajo- 9 -

(Cienfuegos a Coetanfao, 24.5.1791.)


Madrid, a 24 de Mayo de 1791.

Mi amigo: He recivido las cinco cartas que me habéis escrito, y entr[e] ellas la de las salinas satierescas [sic]. A todas cinco he respondido puntualmente, sin que sepa cómo no habéis recivido mi respuesta a las salinas. Id a mirar la lista del parte y allí tal vez encontraréis la solucion de esta dificultad. Por tener yo este cuidado no he dexado que se marchite ninguna carta vuestra en el parte, de donde he sacado dos. Así que injustamente culpáis a mi melancolía, que viene, va y torna y me hace mudar más formas que Proteo. Estos días pasados he estado tan alegre que hasta de la ruptura de un brazo mío me hubiera reído. Ahora estoi con la alegría y la melancolía juntas, de modo que no me costaría más reír que llorar, o hacer ambas cosas a un tiempo. Ya no voy a pasearme a Aranjuez, ni probablemente saldré jamás de mi estuche amarillo, hasta que me saquen de él para meterme para siempre en las entrañas de la madre tierra, que es el estuche final del hombre, término de las melancolías y males, y principio de otra vida llena de delicias muy superiores a las que puede fingir la imaginación más viva y ardiente.

Sin esta seductora esperanza la vida me sería mil veces insoportable, y no sé si en este momento en que hablo; porque por acá en vano quiero buscar remedios. En vano recorriendo la región de lo posible me voy poniendo en circunstancias diversas de placeres, de honores, de ciencia. Suspendidos por un instante mis disgustos veo que después me atormentarían tanto como ahora, y hallando un inmenso vacío en la felicidad humana, mi corazón suspira por otra que no conoce. Entonces me siento más que nunca lleno de amor y mejor amigo, amante más ardiente, haría gustosamente sacrificio de mi vida y de mi gloria en beneficio de la humanidad. Lleno de este fuego, mi mayor sentimiento es que los hombres no se amen como devieran y no forme[n] una sola familia, cuya unión y mutuo cariño me ofrece el espectáculo de una felicidad que imagino. Sin embargo, en estas ocasiones es quando soi más intratable, quando más huyo de los hombres, quando mis respuestas son más ásperas y desagradable[s], quando me canso hasta de mis amigos presentes, que si estuvieran ausentes serían mi desahogo por cartas más expresivas que nunca. Esta contradición entre mis sentimientos y mi conducta no lo es en la realidad, y se va desvaneciendo conforme voi bajando desde mis hombres ideales a los que hay, y esto sucede en el paso de la melancolía a la alegría. Hoy mismo he recivido carta de Bar[r]a99 en que me da memorias para vos y os encarga que no dejéis en Aranjuez cosa que no revolváis.

El cura lindo no ha escrito ni escribirá, pues un tan fino enamorado debe mirar como un crimen no emplear todas sus potencias y tiempo con la tinta y el papel en su objeto amado. De tres días a esta parte estamos llenos de aguas y truenos, y truenos y aguas, y truenos aguas y, y y aguas truenos, y truenos aguas y, y y truenos aguas, y las demás combinaciones que vos supliréis.

La Gazeta del día anuncia entre el Alimento espiritual y el Hombre práctico los Discursos filósofos sobre el hombre de don Juan Pablo Forner100; y es la única noticia que os doi, que vale por ciento.

Vuestro, Man. [?]101




ArribaAbajo- 10 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 25.5.1791.)


Aranjuez, y mayo 25 de 1791.

Amigo: No hay remedio, se perdió vuestra penúltima carta; pues no he dejado ningún día de mirar desde el principio hasta el fin las listas del parte, así las del día corriente como las atrasadas, y no he hallado tal carta. En todo caso, me alegro poder echar la culpa a los del Correo, y no a vuestra pereza. Os habéis portado como hombre diligente desde mi ida de Madrid, y os tengo por hombre de honor y virtud, aunque abogado. Para que estos elogios no llenen de vanidad vuestra caveza añadiré por correctivo que sois un grandísimo bárbaro en no querer salir de Madrid, ¡un bruto, un Forner, un Parada! Seguid en hora buena con vuestra vida caracolesca, pero Dios sabe si no os arrepentiréis algún día.

Me alegro que creáis en la inmortalidad del a[l]ma. Esta persuasión basta para hacer feliz a un hombre; pero no la tiene quien quiere. En los planes de felicidad que yo forjo, me sucede lo mismo que a vos: al fin veo que curtae nescio quid semper abest rei102. El hombre es inteligible103, y sobre todo el de don Juan Pablo Forner, que yo vi, como vos, en la Gazetta, y me dio cagalera.

Aquí ha habido truenos y aguas, aguas y truenos, truenos aguas y, y aguas truenos. A esta figura llaman los retóricos majodevotecnia [sic]104: vos me habéis dado el exemplo.

A Barra cinquenta quintales de memorias; y decirle que ya he inventado un par de montes y quitado otros dos por elegancia.

Tengo flato mugeril; y aunque los quartos de la posada vecinos del mío son llenos de vulpéculas, no hablo con ninguna, y lo tengo largo de media vara y tieso como una hasta de ciervo. Explicad estas contradicciones vos que sois práctico en ellas, lo mismo que yo.

Ya me ponen la mesa para cenar. Buenas noches, hasta el día en que os escribiré.

Schiavo di vostra pazzca [sic]105. Vostro, Cicerchino106.

¡Qué bruto soi!




ArribaAbajo- 11 -

(Cienfuegos a Coetanfao, 28.5.1791.)


Madrid, 28 de Mayo de 1791.

Amigo mío: Ya h[a]ce días que sospechaba yo que algún maligno encantador andaba trastornando nuestras cosas para acuitarnos. Mi sospecha pasó a evidencia con el suceso de la perdida carta. Porque, a la verdad, ¿cómo era posible que una carta tan bien acondiccionada, y hec[h]ada por mis propias manos en el parte, no llegase a vuestras manos? Para mi santiguada si no anda algún aleve encantador en la danza. Pero yo aseguro que, aunque mueva más brazos que Briareo, no le han de valer sus mañas conmigo, que se las entiendo.

Eso quisiera él, que yo me volviera el juicio con sus vueltas y revueltas y circunloquios, pero a otro perro con ese hueso, que a perro viejo no hay tus tus, y a quien madruga Dios le ayuda, y más vale un toma que un dos te daré, y a muertos y a idos ya no hay amigos, y quien bien quiere a Beltrán bien quiere a su can, y no se cogen truchas a bragas enjutas, y quien bien tiene y no lo escoge del mal que le venga no se enoge, y bien vengas, mal, si vienes solo, y cada obeja con su pareja, y obrar bien, que Dios es Dios, y el demonio que nos confunda, amén. Pasando de encantadores a endriagos107, sabed que van a imprimirse las obras inéditas del señor don Juan Pablo Forner, que se reducen a dos discursos sobre la Historia, las Exequias de la lengua castellana, varias poesías y otras preciosidades de menor valía. Me han leído algo de unas sátiras, y no se puede dudar que son del autor de la premiada por la Academia108.

El que me leyó esto, grande amigo de Forner, me asesinó interrumpiendo la lectura para hacer unas admiraciones estupendas. Yo estaba... ¿cómo había de estar? Admirándome de que alabase tanta barbarie, pero me serené acordándome de que

un sot trouve souvent un plus sot qui l'admire109.



Vaya, vaya, vaya, vaya que es graciosa; vaya, vaya, vaya, vaya, ¿Forner habla y Meléndez calla? Vaya, vaya, vaya, pero ¿cómo no han de callar los ruiseñores quando graznan los cuervos? Vaya, vaya, vaya, vaya. Pue[s] ese demonio de admirador de Forner y digno amigo suyo dixo, hablando de Sóphocles y de Eurípides, que no era extraño que el primero fuera mejor que el segundo, pues que había venido después de él, y que el joven Sóphocles había ganado muchos premios en competencia del viejo Eurípides. Vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, que la noticia merece vayearse bien: vaya, vaya, vaya, vaya. El autor de ella no se trueca por Cicerón, y pasa por gran literato: vaya, vaya, vaya, vaya. Y piensa traducir al castellano a Séneca el Filósofo: vaya, vaya, vaya, vaya. Y es el Padre Sixto de las Escuelas Pías110: vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya111.




ArribaAbajo- 12 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 1.6.1791.)


Aranjuez, y Junio 1.º de 1791.

Amigo: Para que no se me olvide, me haréis el gusto de decir al panegirista de Forner que se vaya a la mierda con su cliente y todas sus obras; ya tenía yo noticia de las inéditas sátiras del poeta fiscal112, porque me dixo Sancha113 haberle oído leer unas en una casa, mientras estaban comiendo en presencia de Moratín y Meléndez, y que todos se dormían, y no pudieron atravesar bocado, por habérseles entorpecido los dientes con el pesado tufo de la xerigonza forneriana. Dichosos los que podrán entregarse a la molesta noria de sus tercetos satíricos; pero yo no he de leer ninguno, aunque me embiasen a gerundizar en Tetuán. Aquel hombre, aquel hombre, &c. (véase su carta a Montellano114), aquel hombre en fin, ha de reventar algún día de puro bárbaro. Rugusam [sic] inflavit pellem... dein rupto jacuit corpore, Phadri [sic] Fabule, &c.115

Aquí tenemos alternativamente llubia y sol, sol y llubia; el calor es moderado y el tiempo en general hermosís[i]mo para pasearse, pero como ya no tengo nada que hacer aquí procuraré marcharme el sábado o el lunes que viene, y de qualquier manera estaré en Madrid antes de las Pascuas116. Os escribiré el día anterior a mi marcha si puedo, para que aviséis en mi casa, si en ello no tiene inconveniente V. S. I.

Nicasio y Floriano son dos locos rematados, y aunque tengan algunos intervalos de cordura, han de acabar su vida en Zaragoza117 los dos, juntamente con Juan Peñalver, formando un triumbirato muy lindo. Yo no sé a qué viene esta reflexión, como no sea por inspiración; pero nescit vox mista [sic], reverto [sic] 118, y vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya, vaya; interrogatis et responsis [e]odem casu gaudent119.

Tengo un dolor de cabeza mui prolífico, y no sé qué escribir, agur.

A las 8 1/2 de la noche, acabo de dar un largo paseo, con lo qual me he puesto algo menos tonto; y lo que es mui particular, mi melancolía se ha disipado, andando por la calle más melancólica que haya visto en mi vida: esta calle es formada por dos filas de esos sauces babylónicos cuyas ramas se inclinan hasta el suelo, como lo habréis visto en el jardín de Botánica; pero son unos enanos los de Madrid comparados con los de aquí, que tienen 30 pies de alto y no dexan entrar el sol en todo el día. Porque los bayles me ponen triste, mientras los objetos tristes me alegran. Resolved este problema, señor terceteador, y os regalaré un hermosísimo pedazo de sulfate120 de sosa. Trabajan mucho para el globo, pero no se sabe todavía quándo se ha de echar, y la gente tiene poquísima confianza areonautae [sic] Bartelli121.

El día de San Fernando122 asistí a una descarga general de los cañones de las fragatas del Tajo y del fuerte [?]123, y me acordé del señorito a quien hizo temblar el ruido de una escopeta. Miserable Nicasio, ¡¡¡cómo habéis de tener en la mano los rayos de la elocuencia si os estremece el fusil de un culón124!!!

Si respondéis presto, recibiré la carta; si no, no.

Vuestro, Carambolibinche de Hircania125.

Memorias a vuestra madre y tío, y a los amigos y conocidos, menos al plumbígero.

¿Cómo vamos con el Bonnet? Cuidado, que os he examinar [sic], y si no savéis de memoria la Contemplación, os haré cosas extrañas.




ArribaAbajo- 13 -

(Cienfuegos a Coetanfao, 2.6.1791126.)


Día de la Ascensión, y es la última carta que escribo.

Venite adoremus127. Moreno ya vino, y junto conmigo os espera. Venite adoremus. Está acabado el Bonnet, y ya otra vez en la arca con otros libros vuestros que tenía. Me he trahído el Pluto128, 4 tomos del Metastasio y los restantes de Molière. Venite adoremus. Escribid la víspera de vuestra llegada para que prepare a vuestras gentes. Venite adoremus.

Non plus ultra.




Arriba- 14 -

(Coetanfao a Cienfuegos, 6.6.1791.)


Aranjuez, y Junio 6 de 1791.

Amigo: Mañana salgo a las diez, y llegaré a Madrid por la tarde; avisar a las amas. Agur, que voi hacer mi baúl.

Venite compotemus129.







 
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