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    ¿Qué cera por dureza no se disuelve al fuego  565
y cede finalmente, a la más leve forma?
A veces la esperanza se otorga a la osadía,
sobre todo en amor, donde no existen leyes.
El amor no desmaya, cual pálido cobarde,
sino que quiere más y más si es más difícil.  570

    Si ante el gesto ceñudo, ella hubiera cedido,
el néctar de sus labios no hubiera relamido.
Los rechazos orales no aplacan a un amante,
que aunque la rosa tiene, espinas, se la toma,
y si veinte cerrojos, guardaran la belleza  575
aún, así, destruyéndolos el amor entraría.

    Ni por piedad consigue retener al amante
y el muchacho suplica que le deje partir:
ella por fin resuelta a dejar de tenerlo
le dice adiós y vea su corazón con pena,  580
el cual se lleva Adonis, lo jura por Cupido,
porque su corazón está en el pecho de él.

   «Dulce amante, esta noche, tendré tantos dolores
que enfermo el corazón, vigilarán mis ojos.
Oh, dueño de mi amor, ¿nos veremos mañana?  585
Dime, ¿nos chocaremos? ¿aceptas este reto?»
El le dice que no, que mañana él planea
cazar el jabalí con algunos amigos.

   «¡El jabalí!» exclama, con palidez extrema
como un velo extendido sobre su roja cara,  590
traidora su mejilla, tiembla ante esta noticia,
y le rodea el cuello con sus brazos, cual yugo:
De pronto se desploma, colgada aún de su cuello,
y él cae sobre su vientre, ella sobre su espalda.

    Ahora ella se encuentra en su campo de amor,  595
su campeón montado para el ardiente encuentro:
mas todo lo que piensa es pura fantasía,
el no quiere montarla aún siendo ya jinete,
aún mucho más que Tántalo, ella está atormentada,
pues abrazó el Elíseo, sin gozar sus placeres.  600

    Cual pájaro engañado por uvas dibujadas,
que aún saciando los ojos desfallecen el buche,
así ella languidece en su propia desgracia,
como esos pobres pájaros ante frutas pintadas,
los efectos eróticos que en él están ausentes,  605
trata ella de inflamar con sus continuos besos.

    Pero en vano esta reina, puede conseguir algo,
pues la pobre ha ensayado todo su repertorio,
y sus ruegos merecen que el pago sea mayor.
Ella que es el amor, no es amada aún amando.  610
«¡Quítate!» él le dice, «quiero partir me abrumas,
que el retenerme, así, es una sinrazón.»

   «Yo te hubiera dejado, oh mi dulce doncel,
si tú no hubieras dicho ir tras el jabalí,
¡oh, amado, se prudente! que tú ignoras lo que es  615
herir con una lanza a un animal salvaje
que en vez de acobardarse, afila sus colmillos,
como una feroz fiera, dispuesta a darte muerte.

    Sobre su inmenso lomo desata una batalla
de púas erizadas en constante amenaza;  620
sus irritados ojos brillan como gusanos,
mientras con el hocico va excavando las fosas,
derriba en su carrera cuanto encuentra a su paso,
y, al pobre que le embiste, sus defensas desgarra.

    Sus flancos resistentes, armados de mil cerdas,  625
fueron hechos a prueba de tu afilada lanza;
su cuello, grueso y corto, es difícil de herir;
que un jabalí furioso, a un gran león se enfrenta:
las zarzas espinosas y el enlazado arbusto,
temerosos se apartan cuando le ven correr.  630

    El jabalí salvaje no aprecia el bello rostro
que los ojos de amor pagan por sus miradas,
ni tus manos, ni labios, ni cristalinos ojos
cuya completa obra es asombro del mundo;
pero al tenerte enfrente ¡oh, terrible portento!  635
tu beldad segaría, cual la hierba es segada.

    ¡Oh, déjalo tranquilo, en su inmunda guarida!
La belleza no puede con nocivos rivales,
no pongas por capricho, tu voluntad a su alcance;
que los buenos consejos hacen que el hombre triunfe:  640
y al jabalí nombrarme, sinceramente tengo
miedo por tu fortuna y han temblado mis miembros.

    ¿No miraste mi rostro? ¿No estaba palidísima?
¿No viste el temor acechando mis ojos?
¿No sentí un gran mareo? ¿No me caí de espaldas?  645
Mas dentro de mi pecho, en el cual tú te apoyas,
mi corazón palpita, por los malos augurios
y como un terremoto, sobre mí te sacude.

    Que dónde el amor reina, la celosa inquietud,
se instala sola, como, vigía del afecto,  650
y da falsas alarmas, sugiere amotinarse,
y en horas de paz grita: ¡Alerta! ¡Siempre alerta!
molestando al amor en su dulce deseo,
como el aire y el agua, apagan siempre el fuego.

    Este agrio delator, este cobarde espía,  655
este cáncer que roe el tallo del Amor,
delator disidente, tal como son los Celos,
que entre noticias ciertas y entre noticias falsas,
llama a mi corazón y me dice al oído
que si te estoy amando debo temer tu muerte.  660

    Y mucho más aún hace: presentar a mis ojos
la imagen de un furioso jabalí babeante
y hay bajo sus colmillos, ya caída de espaldas,
la imagen de la tuya, manchada de coágulos
de una sangre esparcida entre lozanas flores,  665
que muertas de dolor han perdido sus pétalos.

    ¿Qué podría yo hacer, al verte de esta guisa,
cuando si lo imagino, ya comienzo a temblar?
Sólo de pensar sangra, mi corazón dolido,
que en el temor que siente, él todo lo adivina.  670
Profetizo tu muerte, ¡oh, mi dolor más vivo!
Si con el jabalí, mañana tropezaras.

    Mas si el cazar te urge, sigue sólo mis órdenes:
suelta los perros contra la liebre fugitiva
o contra la ágil zorra que vive de la astucia,  675
o contra el mismo corzo, que no se te opondrá;
persigue a los miedosos que corren por los llanos,
con tu fuerte caballo y tus perros de caza.

    Y cuando halles el rastro de la miope liebre,
mira al pobre animal, cuando trata de huir,  680
al viento se adelanta y con veloz cuidado
en zigzag cruza y cruza en miles de rodeos;
las muchas madrigueras que salta en su carrera,
tal como un laberinto, que despista al rival.

    A veces corre entre un rebaño de ovejas  685
por burlar el olfato del astuto lebrel,
y otras desaparece en nidos conejeros
para no percatarse del ladrido del perro;
a veces se confunde entre algunos venados;
que ante el peligro tiene su instinto varias tretas.  690

    Porque al mezclar su olor con el de las ovejas,
confunde a los lebreles que siguen tras su pista,
cesando sus ladridos un momento después,
mientras tratan de hallar las huellas que han perdido;
volviendo a abrir sus bocas y el eco les responde  695
cual si otra cacería corriera por los aires.

    Cuando la pobre liebre, descansa sobre un alto,
se sienta sobre ella con el oído atento
por ver si sus rivales aún la persiguieran;
mas de repente escucha sus ladridos de guerra,  700
y puede compararse su angustia y su terror
cual moribundo oyendo la fúnebre campana.

    Verás a la infeliz liebre toda encharcada
de rocío, sin tregua, cual loca por la ruta;
mientras que los zarzales tratan de herir sus patas;  705
le asusta cada sombra, la para cada ruido
ya que la desventura por todos es pisada
y al caído se sabe, nadie presta socorro.

    Quédate así un momento y escucha un poco más:
no te rebeles porque no te levantarás.  710
Sólo porque tú odiaras cazar el jabalí
me oíste fabular de una manera extraña,
dándole esto a aquello, de esta manera y de otra,
que amor debe avisar de todos los peligros.

    ¿Dónde quedé?...» le dice. «No importa», dice él,  715
«déjame partir, sea, termine bien la historia;
que la noche se acerca.» «¿Y qué?» replica ella,
«Me aguardan mis amigos», Adonis le responde,
«y como ya está oscuro seguro que tropiezo.»
«De noche» dice ella, «ve mejor el deseo.  720

    Mas si es cierto que caes piensa por un momento,
que a la tierra cautivas con tu dudoso paso,
y te robara un beso, que el honrado se vuelve
ladrón cuando la presa, que se ofrece es valiosa.
y tus labios convierten taciturna a Diana,  725
que por robarte un beso, teme morir perjura.

    Percibo ahora la causa de esta noche sombría:
por pudor, Cintia, apaga sus fulgores de plata,
hasta que la falsaria Natura se condene
por robar los divinos, moldes que eran del cielo,  730
donde has sido formado a pesar del Oráculo,
para que el sol de día y ella de noche sufran.

    Por eso a sobornado a los precisos Hados,
para que por fin frustren la gran obra del orbe,
mezclando la belleza con las enfermedades,  735
la pura perfección con las imperfecciones
haciéndolos sujetos a la vil tiranía
de accidentes casuales y todas las desgracias.

    Fiebres abrasadoras, palideces y fríos,
pestes que te envenenan la vida, mal, locuras  740
la vil enfermedad que corroe los huesos
y que corrompe ardiendo la médula y la sangre;
el desánimo y náuseas, que todo lo condenan
juran muerte a Natura por hacerte tan bello.

    Y el menor de estos males, es sabido que puede,  745
derribar la belleza en un solo minuto;
todo: finura, gracia, color y cualidades,
y todo lo que encanta los ojos imparciales,
todo se ve arruinado, disuelto y consumido,
cual derrite la nieve el sol del mediodía.  750

    Por tanto y a despecho de vestales estériles
sin amor, o las monjas que se aman a sí mismas
y que quisieran dar a la tierra escasez,
tanto como de hijas, tanto como de hijos,
sé pródigo, la lámpara que arde toda la noche  755
acaba con su aceite por darle luz al mundo.

    ¿Qué es tu cuerpo, sino es, tumba devoradora
que aparenta enterrar tanta prosperidad
que, según ley del tiempo, te querrán elegir,
si tú no las destruyes en el oculto germen?  760
Si lo haces así el mundo, te lo desdeñará
al destruir tu orgullo hermosas esperanzas.

    Así, tú sólo en ti, tú mismo te destruyes,:
desgracia peor que guerras, entre los ciudadanos
que en contra de sí mismos llegan hasta las manos,  765
o el sanguinario padre, que del hijo reniega;
o el corrosivo orín, carcomiendo lo oculto,
ya que el oro en su uso, produce aún más oro..»

   «Entonces...» dice Adonis, «ya vuelves otra vez
al siempre fastidioso y repetido tema;  770
por lo visto mi beso, ha sido dado en vano,
y tú más vano luchas en contra de corriente
pues juro que esta noche, nodriza del placer,
hace que cada vez me gustes algo menos.

    Si amor te hubiera dado prestadas lenguas miles  775
y fuese cada una más terca que la tuya,
encantando como hacen los cantos de sirenas,
su tentador acento, no oirían mis oídos,
ya que mi corazón vigila lo que escucho
y no deja de entrar ningún traidor sonido.  780

    No fuera que se entrara la armoniosa armonía
en el recinto en paz de mi tranquilo pecho
y entonces perturbado, mi pobre corazón,
se viera así privado de paz en su aposento.
Mi corazón, señora, no aspira a estar llorando,  785
sino que duerme bien mientras que duerme solo.

    ¿Qué cosa dices tú, que yo negar no pueda?
Fácil es el sendero que al peligro conduce:
no odio el amor sino, tu engañoso artificio,
prestándole caricias a todos los extraños.  790
Por procrear lo haces: Extraña es la disculpa,
cuando cordura es sierva de abusos de lujuria.

    No llames a esto amor, pues este voló al cielo,
desde que la lujuria ha usurpado su nombre,
y ante tal semejanza se ha dado el alimento  795
de la beldad lozana, manchándola con críticas,
pues la ardiente tirana la deshonra y despoja
cual hacen las orugas con las hojas más tiernas.

    Conforta amor cual sol, después de toda lluvia,
pero lujuria es tal, cual tempestad tras sol;  800
amor es primavera, con toda su frescura;
pero lujuria invierna sin que el verano acabe.
Amor nunca se sacia, lujuria es insaciable;
el amor es verdad, falacia la lujuria.

    Podría hablar aún más, pero ya no me atrevo;  805
el texto es muy antiguo y el orador novicio,
y por lo tanto, parto, bien apesadumbrado.
Mi rostro se enrojece, mi corazón se abruma,
mi oído al escuchar, tu frívolo diálogo,
y arden por encontrarse demasiado ofendidos.»  810

    Ella al fin se desprende del dulcísimo abrazo,
de los hermosos brazos que a su seno encadenan,
y a su albergue él se va, por los claros del bosque,
dejándola tendida y hondamente afligida.
Cual estrella brillante disparada del cielo,  815
así se pierde Adonis de la vista de Venus.

    Ella sigue mirándolo, como quien se despide
de un amigo que parte en un barco por mar,
hasta que al fin las olas, pugnan embravecidas
con las nubes que impiden, el verlo una vez más;  820
lo mismo que la noche oscura y despiadada:
envuelve el dulce objeto que sus ojos nutrían.

    Sorprendida de pronto, como quien por descuido
ha dejado caer su alhaja en la corriente,
vacilante, cual suelen, estar sendas nocturnas,  825
para los caminantes en bosque oscurecido,
así, yace confusa, ella en la oscuridad,
pues perdió aquel brillante que guiaba su ruta.

    Y ahora su corazón, golpeando y gimiendo,
de tal modo que todas sus cavernas se turban,  830
repitiendo verbales sus continuadas quejas,
y su dolor profundo, nuevamente redoblan.
«¡Ay de mí!» grita y veinte veces, también «¡Desdicha!»
y veinte nuevos ecos responden a su grito.

    Ella, inicia al oírlos una llorosa nota  835
que entona repentina su canto de lamento;
como amor vence al joven y hace al viejo el chocheo,
es prudente en locura y loco en la prudencia,
su antífona más grave concluye en un lamento
y siempre el mismo coro de ecos igual responde.  840

    El tedio de su canto duró toda la noche,
que las horas amantes son largas y no cortas:
si se complacen ambos, piensan que todo es gozo,
en similar momento, con placer parecido;
sus cuantiosas historia, mil veces empezadas,  845
terminan sin audiencia y nunca se concluyen.

    Mas, ¿a quién tiene ella para pasar la noche,
sino inútiles sones que parecen parásitos,
y que cual taberneros de ágil lengua responden
cada llamar serviles a espíritus bizarros?  850
La diosa dice «Así es» y todo dice «Así es»
y hubieran repetido «No» si ella dice «No».

    ¡Mirad! La dulce alondra, cansada del reposo;
desde su húmedo nido se remonta hacia el cielo;
despierta a la mañana, que en su pecho de plata,  855
se alza el ardiente sol con toda majestad
dirigiéndole al mundo, mirada tan gloriosa,
que cedros y colinas son como oro bruñido.

    Venus va y lo saluda con este «¡Buenos días!
¡Oh, tú, diáfano dios, padre de toda luz,  860
que lámpara y estrella tienen su luz prestada
y el hermoso poder que las hace brillar;
cual un niño en el pecho de madre terrenal
que le presta su luz, cual tú a otros se la prestas!»

    Dicho esto, se dirige, hacia un bosque de mirtos,  865
admirada al ver como avanza la mañana,
sin tener referencia de su querido amante;
trata de oír los perros y su trompa de caza:
y enseguida ella oye un estruendo ruidoso,
y corriendo se acerca al lugar de los gritos.  870

    Y mientras va corriendo por entre los arbustos,
unos prenden su cuello y otros besan su rostro,
otros por detenerla en sus muslos se enredan;
mas ella vivamente desprende estos abrazos;
cual lactífera gama, aún dolidas sus mamas,  875
tratando de dar leche al cervatillo oculto.

    En esto siente oír perros acorralados;
y se estremece cual descubre una culebra
enroscada en funestas espinas en su senda,
y el miedo hace que empiece de nuevo a tiritar:  880
así el gran alarido de los perros aullando
aterran sus sentidos y confunden su alma.

    Ahora de da cuenta del peligro en la caza,
del feroz jabalí, del oso y del león,
ya que todo este ruido es del mismo lugar  885
donde los perros lanzan sus terribles ladridos;
al encontrarse enfrente de tan vil enemigo,
dejando en cortesía, quien empieza el combate.

    Este lamento lúgubre retumba en sus oídos,
a través del cual entra hasta su corazón  890
que vencido en la duda, y el pálido temor,
paraliza en flaqueza a todos sus sentidos;
tal como al ver vencido el soldado a su jefe,
que huyen viles y no osan presentar resistencia.

    Así ella permanece en éxtasis medroso,  895
hasta que por tratar de animar sus sentidos,
les dice que no hay base para esta fantasía;
que fue un error pueril lo que a ellos les asusta;
que desechen su espanto, como ella lo desecha;
y al decir estas cosas, divisa al jabalí.  900

    Cuyo baboso hocico, manchado de encarnado
es tal como una mezcla de sangre con la leche,
la cual al ver la llena, de un segundo terror;
que la impulsa a correr sin saber donde va;
y aunque toma un camino, no lo quiere seguir,  905
y vuelve por llamar al jabalí asesino.

    Mil angustian la llevan a mil malos lugares;
pisando los senderos que había recorrido;
alterna su premura con nuevas detenciones,
y obra de tal manera que parece un borracho,  910
tan llena de atención, que a nada se la presta;
y aunque lo emprende todo, no lleva nada acabo.

    Aquí, ve como un perro se enreda en un helecho,
y le pregunta al pobre infeliz por su dueño;
allí divisa a otro lamiendo sus heridas,  915
el bálsamo infalible del veneno en la llaga;
aquí encuentra un lebrel de entristecido ceño
al cual cuando le habla, responde con aullidos.

    Y cuando cesa el perro su lamentoso aullido,
otro de boca herida, negro y mal encarado,  920
contra el gran firmamento descarga sus aullidos:
y uno más, y otro mas, al rato le responden,
batiendo con sus colas tan hermosas el suelo,
moviendo sus orejas sangrantes mientras andan.

    Tal como los humildes de este mundo se espantan  925
por las apariciones, señales y prodigios,
que han mirado con ojos temerosos ha tiempo,
y que a todos producen profecías siniestras,
ella ante estos indicios, hasta el aliento pierde
y otra vez suspirando se dirige a la Muerte.  930

   «Tirana descarnada, fea, flaca y horrible,
del amor vil divorcio», ella dice a la Muerte
«fantasma de mal gesto, gusano ¿qué pretendes?
¿Extinguir la belleza y robar el aliento
de quien, cuando vivía, con su aliento y belleza  935
daba brillo a la rosa y aroma a la violeta.?

    Si él estuviera muerto... ¡oh, no, no puede ser!
¡Por qué al ver su belleza no podrías herirla!
¡Oh sí, porque no tienes ojos para mirar,
ya que llena de odio, golpeas a la ventura!  940
Tu blanco es la edad débil, pero tu dardo erróneo
se tuerce y atraviesa el corazón de un joven.

    Si le hubieras dispuesto, él te hubiera hablado
y al oírle tu fuerza, perdería poder.
Las Parcas te odiarán por este golpe malo;  945
que en vez de arrancar hierba tú arrancaste una flor;
¡la flecha del amor es la que debe herirlo,
y no el dardo de muerte, por quitarle su vida!

    ¿Te provoca el beber lágrimas tanto llanto?
¿De qué te ha de servir un pesado suspiro?  950
¿Por qué en tu sueño eterno, tú tratas de fundir
a esos ojos que enseñan, vivir a los demás?
Natura es indolente hoy a tu mortal fuerza,
al ver su mejor obra por tu rigor en quiebra.»

    Al llegar a este punto, cual ser desesperado,  955
sus párpados entorna, que cual excusa paran,
el flujo cristalino que corre en sus mejillas,
que dulces van cayendo por su precioso seno;
y a través de sus presas esta lluvia de plata
se cierra y vuelve a abrirlas con enorme violencia.  960

    ¡Cuál se obsequian y prestan sus ojos y las lágrimas!
Estas miran sus ojos y los ojos las lágrimas;
en ambos se refleja el mal de cada uno,
dolor que los suspiros intenta de secar;
pero cual un mal día, con viento o con lluvia  965
lo que un suspiro seca, moja otra vez las lágrimas.

    Se mezcla la emoción en su constante angustia,
disputándose a quien más le va su dolor;
todas estas pasiones, tienen sitio e insisten,
que aquel que esté presente sea el más importante;  970
mas ninguno es mejor: entonces se reúnen
cual conjunto de nubes que auguran un mal tiempo.

    De pronto se oye el grito de un cazador lejano:
jamás canción de cuna, tanto deleitó a un niño.
Las horribles quimeras que tanto perseguía  975
ella intenta expulsar con el son de esperanza,
que esta nueva alegría le ofrece regocijo
y la ilusión de haber oído la voz de Adonis.

    Otra vez vuelve entonces, al manantial de lágrimas,
que prisioneras quedan cual perlas de cristal;  980
aunque a veces desprende una gota de oriente,
que su mejilla absorbe temiendo que se vaya
a lavar la faz sucia de la fangosa tierra
que es capaz de embriagarse cuando ella esta afligida.

    ¡Desconfiado Amor! ¡Que extraño te declaras  985
no creyendo, no obstante, ser tan cándido y crédulo!
Que extrema es tu desgracia y tu felicidad;
enojo y esperanza te hacen un ser ridículo:
una halaga con casi pensamiento imposible,
la otra mata veloz con ideas realizables.  990

    Ahora está deshaciendo la tela que tejía:
Vive Adonis, la Muerte, no merece censura;
ella, Venus, cúlpola, de que nada valía;
ahora le añade títulos de honor a su vil nombre
¡oh, reina de las tumbas! ¡oh, tumba de los reyes!  995
suprema soberana de las mortales cosas.

   «No, no, oh dulce Muerte, tan sólo bromeaba;
perdona por favor, sentí como un temor
cuando vi al jabalí, ensangrentada bestia,
que ignora la piedad y siempre es inhumana;  1000
oh, mi clemente sombra, confieso la verdad;
te ofendí, pues temía, la muerte de mi amor.

    Culpa fue de la bestia, al excitar mi lengua,
de él debieras vengarte, oh dominio invisible,
la bestia, vil criatura, fue la que te ha ofendido,  1005
yo he sido el utensilio, él, autor de la infamia.
El dolor es dos lenguas, y jamás mujer pudo
usar sin el ingenio, de otras diez mujeres.»

    Así con la esperanza de que Adonis aún vive,
se excusa presurosa, de su loca sospecha,  1010
y por que la beldad de él quede protegida,
se insinúa a la Muerte, y humildemente le habla
de trofeos, de estatuas, de tumbas y le cuenta
sus triunfos, sus victorias y también de sus glorias.

   «¡Oh, Júpiter!» exclama «¡Oh, que insensata fui!  1015
por tener este espíritu tan débil y sencillo,
llorándole la muerte al que morir no puede,
si no es con el desastre de toda especie humana;
porque una vez él muerto, toda belleza acaba,
y muerta la belleza, vuelve el oscuro Caos.  1020

   ¡Fuera! Febril Amor, estás lleno de miedo,
como quien carga el oro y ve acechar ladrones;
ilusiones absurdas de los ojos y oídos,
que con falsas alarmas el corazón inquietan.»
Y dichas las palabras oye una alegre trompa,  1025
y si antes se abatía, ahora salta de gozo.

    Como el halcón que vuela hacia su presa, parte,
no pisa ni la hierba, la roza levemente,
y, en su apresuramiento, distingue por desgracia
el triunfo de la bestia sobre su bello amado;  1030
y al ver esto sus ojos, se nublan como muertos,
tal como las estrellas por el día espantadas.

    O cual el caracol al tocar sus antenas,
se encoge y fatigoso vuelve a entrar en su antro,
y encogido del todo, permanece en la sombra,  1035
por el tiempo que teme, sin querer deslizarse;
y ante el sangriento acto sus ojos se refugian
en las cuencas sombrías y hondas de su cabeza.

    Resignados allí, su oficio y su luz,
pone a disposición de su alterado seso,  1040
y ordena que se asocie por siempre con la noche,
y nunca al mirar hiere su dulce corazón,
y éste, perplejo tal, como un rey en su trono,
por apremio de aquellos, lanza un gemido lúgubre.

    Cada súbito, tiembla, al llegar a este punto,  1045
y como el viento preso en el fondo del barro,
lucha y sacude al tiempo los cimientos del mundo,
y en su terror confunde las almas de los hombres.
Sorprendido su cuerpo del motín del sentido,
sus ojos nuevamente, de sus órbitas saltan.  1050

    Y, abiertos, con pesar, lanzan su nueva luz
sobre la extensa herida que el jabalí causó,
en el costado de él, cuya albura de lirio
se inunda por las lágrimas que lloraba su herida.
No hay flor cerca, ni hierba, ni planta, hoja o raíz,  1055
que no robe su sangre y con él se desangre.

    La desdichada Venus, nota esta concordancia,
e inclina su cabeza sobre uno de sus hombros;
y si es muda su ira, su delirio es frenético;
y piensa que él no puede morir, que no está muerto.  1060
Sofocada su voz sus brazos no articulan,
y sus ojos se enfadan por su continuo llanto.

    Mira tan fijamente la herida del amante,
que se ofusca su vista, y hace la herida triple,
y ella, entonces, reprende, la crueldad de sus ojos  1065
por mostrar más heridas en lugar de ninguna,
y en él ve ya dos caras, y cada miembro es doble,
pues a la vista engaña su alterado cerebro.

   «Si mi lengua no expresa dolor por un Adonis
y me dice que veo a dos Adonis muertos;  1070
mis suspiros volaron, mis lágrimas se agotan,
fuego tengo en los ojos, plomo en el corazón,
¡ojalá el corazón, se fundiese en mis ojos,
así me moriría, con mi ardiente deseo.

    ¡Ay, indigente mundo, qué tesoro has perdido!  1075
¿Qué rostro vivo queda digno de ser mirado?
¿Qué lengua es musical? ¿De qué te jactarás
ya sea en el pasado o ya en el porvenir?
Tiene la flor esencia, color, frescura y gala,
más la beldad perfecta, vivió y murió con él.  1080

    ¡Qué ninguna criatura lleve bonete y velo!
Que ni viento ni sol tratarán de besarla:
pues sin tener belleza, no debe temer nada;
el sol la menosprecia, y hasta la silba el viento.
Mas cuando vivía Adonis, el sol y el áspero aire,  1085
cual bandidos trataban de robar su hermosura.

    Por esto se cubría, con su lindo bonete,
donde el sol se esforzaba, por sus bordes entrar;
y el viento lo apartaba, para una vez caído,
con sus bucles jugar, mientras lloraba Adonis,  1090
condoliéndose él mismo, por sus años tan tiernos,
mientras que viento y sol, quieren secar sus lágrimas.

    Sólo por ver su rostro, correteaba el león,
siempre oculto entre arbustos, para no darle un susto;
como cuando cantaba sólo por diversión,  1095
y el tigre se amansaba y atento lo escuchaba;
y si le hubiera dicho, "deja tu presa" al lobo,
estaría ese día, tranquilo el fiel cordero.

    Como cuando miraba su sombra en el arroyo,
los peces extendían sus aletas doradas,  1100
o causaba en las aves tan inmensa alegría
que si unos le cantaban otros entre sus picos
le traían las moras y las rojas cerezas;
y si al verle se nutren, él lo hace con sus frutos.

    Pero la horrenda bestia, con su erizado hocico,  1105
cuyos rastreos buscan siempre una oscura tumba,
nunca vio la belleza, que a él lo revestía:
Y es testimonio el trato que nunca supo darle;
y si miró su rostro, pienso que su intención
fue tan sólo besarlo, y no pensó en matarlo.  1110

    De esta forma, es verdad, fue destruido Adonis:
él con su aguda lanza, corrió hacia el jabalí
que no afilaba en contra del muchacho sus dientes,
sino que desarmarlo quería con un beso,
y haciéndole caricias el amoroso puerco  1115
le hundió sin darse cuenta su colmillo en el pecho.

    De tener yo colmillos, cual la fiera, confieso,
le hubiera dado muerte a besos la primera;
¡mas muerta su beldad, jamás bendecirá,
mi juventud con él, y aún quedo más maldita!»  1120
En esto cae a tierra, y su rostro se mancha,
con la sangre de él, que ya está coagulada.

    Mira en esto sus labios: que están descoloridos;
lo toma de la mano, y siente que está fría;
y al oído le murmura su gran desesperanza,  1125
cual si él pudiera oír sus amargas palabras;
le levanta los párpados que le cierran los ojos;
y ve dos apagadas luces allá en lo oscuro.

    Dos cristales, adonde, acostumbró a mirarse
mil veces, y que ahora, ya nada le reflejan,  1130
perdida la virtud en que antes rebosaban;
cada beldad que tuvo ha perdido su efecto.
«¡Maravilla del tiempo!» dice, «este es mi despecho:
que aún estando tú muerto, tenga más luz el día.

    Dado que ya está muerto, he aquí mi profecía:  1135
desde hoy, el dolor, que acompañe al amor;
y que sean los celos para siempre su escolta;
será el comienzo dulce, como el final insípido;
y sea alto o bajo, jamás tendrá equilibrio:
que no compense el gozo del amor sus dolores.  1140

    Será falso y voluble y repleto de fraude;
y el soplo que lo vea nacer lo verá ajarse;
veneno habrá en su fondo, y su cima impregnada
de dulzuras que engañan la vista más aguda;
y el cuerpo más robusto, lo ha de mudar en débil,  1145
al sabio le hará mudo y al necio le hará hablar.

    Será parco a la vez que sea disoluto,
enseñando a los viejos a bailar con medida;
el rufián perturbado le hará estar en silencio,
dará la ruina al rico y el tesoro a los pobres;  1150
unirá lo exaltado con la casta inocencia,
hará del joven viejo y del viejo hará un niño.

    Despertará sospechas donde exista temor,
y no tendrá temor donde sienta recelo;
complaciente será y mucho más severo,  1155
más engañoso cuando parezca ser más justo;
será perverso cuando se muestre más sumiso;
dará miedo al valiente y al cobarde coraje.

    Será causa de guerras y funestos eventos
sembrará la discordia entre el padre y el hijo;  1160
y súbdito y esclavo de los más descontentos
tal como para el fuego las materias más secas;
si se llevó la muerte a mi amante tan joven
aquellos que bien aman, que nunca lo disfruten.»

    El joven que yacía, muerto junto a la diosa,  1165
se evaporó al instante ante su propia vista,
y en su sangre esparcida por el fango del suelo
brotó la flor más roja matizada de blanco
tal como eran sus pálidas mejillas y a la sangre
vertidas cual esféricas gotas sobre su albura.  1170

    Ella aspira el aroma de la nacida flor
y compara la esencia con el aliento de él;
y dice que esta flor reposará en su seno
ya que él fue por la muerte, arrancado de ella.
Pero al cortar el tallo, del rasgón se desprende  1175
una savia que ella compara con las lágrimas.

   «¡Pobre flor!» dice Venus, «dulce hija de un padre
mucho más dulce aún, que tu propio perfume;
al más pequeño esfuerzo, sus ojos se rociaban;
pues todo su deseo se basaba en sí mismo,  1180
tal como lo es el tuyo, mas sabe que es igual
que marchite en mi seno o que lo haga en su sangre

    ¡El lecho de tu padre, aquí estuvo, en mi seno!
¡Tú eres la más cercana a su sangre y te atañe!
Ven, reposa en el hueco, donde estuvo su cuna:  1185
que de noche y de día te acune mi latir;
y ni un solo minuto, pasará en cada hora
sin que bese la flor, más dulce de mi amor.»

    Fatigada del mundo, se aleja y apareja
sus palomas de forma, que con su ágil ayuda,  1190
llevan a su señora, a través de lo cielos
vacíos, en un leve carro, que velozmente,
hacia Pafos dirige su marcha, donde Venus,
entrará en tal clausura que nunca más se vea.


 
 
FIN
 
 


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