De cómo Pedro fue hecho
cautivo
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PEDRO.- El caso es, en dos palabras, que yo fui
cautivo y estuve allá tres o cuatro años.
Después salveme en este hábito que aquí veis,
y agora voy a cumplir el voto que prometí y dejar los
hábitos y tomar los míos propios, en los cuales
procuraré servir a Dios el tiempo que me diere de vida; esto
es en conclusión.
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JUAN.- ¿Cautivo de moros?
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PEDRO.- De turcos, que es lo mismo.
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JUAN.- ¿En Berbería?
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PEDRO.- No, sino en Turquía.
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MATA.- Alguna matraca nos debe de querer dar con
esta ficción. ¡Por vida de quien hablare de veras, no
nos haga escandalizar!
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JUAN.- Aunque sea burlando ni de veras, yo no
puedo estar más escandalizado; ni me ha quedado gota de
sangre en el cuerpo. No es de buenos amigos dar sobresaltos a quien
bien los quiere.
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PEDRO.- Nunca de semejantes burlas me
pagué. Lo que habéis oído es verdad, sin
discrepar un punto.
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JUAN.- ¡Jesús! pues,
¿dónde o cómo?
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PEDRO.- En Constantinopla.
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JUAN.- ¿Y dónde os prendieron?
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PEDRO.- En esos mares de Dios.
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JUAN.- ¡Qué desgraciadamente lo
contáis y qué como gato por brasas! Pues
¿quién os prendió, o cuándo, o de
qué manera, y cómo saliste, y qué nos
contáis?
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MATA.- Bien os sabrá examinar, que esas
tierras mejor creo que las sabe que vos, Juan de Voto a Dios, que,
como recuero, no hace sino ir y venir de aquí a
Jerusalén.
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JUAN.- No cae hacia allá; nosotros vamos
por la mar de Venecia, y esta postrera vez que vine fue por
tierra.
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PEDRO.- Pues ¿cómo os
entendían vuestro lenguaje?
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JUAN.- Hablaba yo griego y otras lenguas.
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MATA.- ¿Como las de hoy?
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PEDRO.- ¿Cuántas leguas hay por
tierra de aquí allá?
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JUAN.- No sé, a fe.
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PEDRO.- ¿Por qué tierras buenas
viniste?, ¿por qué ciudades?
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JUAN.- Pasado se me ha de la memoria.
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PEDRO.- Y por mar, ¿adónde
aportaste?
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JUAN.- ¿Adónde habíamos de
aportar sino a Jerusalén?
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PEDRO.- ¿Pues entrabais dentro
Jerusalén con las naves?
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JUAN.- Hasta el mismo templo de Salomón
teníamos las áncoras.
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PEDRO.- Y las naves ¿iban por mar o por
tierra?
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JUAN.- No está mala la pregunta para
hombre plático. ¿Por tierra van las naos?
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PEDRO.- En Jerusalén no pueden entrar de
otra parte, porque no llega allá la mar con veinte
leguas.
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MATA.- (Aparte.)
Aun el diablo será este examen, cuanto y más si Pedro
ha estado allá y nos descubre alguna celada de las que yo
tanto tiempo ha barrunto. Quizá no fue por ese camino.
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JUAN.- Ha tanto tiempo que no lo anduve, que
estoy privado de memoria, y tampoco en los caminos no advierto
mucho.
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MATA.- Agora digo que no es mucho que sepa tanto
Pedro de Urdimalas, pues tanto ha peregrinado. En verdad que
venís tan trocado, que dudo si sois vos. Dos horas y
más ha que estamos parlando y no se os ha soltado una
palabra de las que solíais, sino todo sentencias llenas de
filosofía y religión y temor de Dios.
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PEDRO.- A la fe, hermanos, Dios, como dicen,
consiente y no para siempre, y como la muerte jamás nos deja
de amenazar y el demonio de acechar y cada día del mundo
natural tenemos veinticuatro horas de vida menos, y como en el
estado que nos tomare la muerte según aquél ha de ser
la mayor parte de nuestro juicio, pareciome que valía
más la enmienda tarde que nunca, y esa fue la causa por que
me determiné a dejar la ociosa y mala vida, de la cual Dios
me ha castigado con un tan grande azote que me le dejó
señalado hasta que me muera. Dígolo por tanto, Juan
de Voto a Dios, que ya es tiempo de alzar el entendimiento y
voluntad de estas cosas perecederas y ponerle en donde nunca ha de
haber fin mientras Dios fuere Dios, y de esto me habéis de
perdonar que doy consejo, siendo un idiota, a un
teólogo.
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JUAN.- Antes es muy grande merced para mí
y consuelo, que para eso no es menester teologías.
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PEDRO.- Así, que pues aquí estamos
los que siempre hemos vivido en una misma voluntad, y ésta
ha de durar hasta que nos echen la tierra a cuestas, bien se sufre
decir lo que hace al caso por más secreto que sea. Yo estoy
al cabo que vos nunca estuvisteis en Jerusalén ni en Roma,
ni aun salisteis de España, porque «loquela tua
te manifestum fecit», ni aun de Castilla; pues
¿qué fruto sacáis de hacer entender al vulgo
que venís y vais a Judea, y a Egipto ni a Samaria?
Paréceme que ninguno otro sino que todas las veces que venga
uno, como agora yo, os tome en mentira.
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MATA.- Otro mejor fruto se saca.
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PEDRO.- ¿Cuál?
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MATA.- El aforro de la bolsa, que de otra manera
perecería de frío; pero a fe de hombre de bien que lo
he dicho yo hartas veces, entre las cuales fue una que nos vimos
con tres mil escudos de fábrica para los hospitales, y
restitución de unos indianos o peruleros. Jamás quiso
escucharme, y así y todo se nos ha ido de entre las manos
con diez pórfidos y otros tantos azulejos.
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JUAN.- Presupuesta la estrecha amistad y unidad
de corazones, responderé en dos palabras a todo eso, como
las diría al propio confesor. No ha pocos días y
años que yo he estado para hacer todo esto, y parece que
Dios me ha tocado mil veces convidándome a ello; pero un
solo inconveniente ha bastado para estorbármelo hasta hoy, y
es que como yo he vivido en honra, como sabéis, teniendo tan
familiar entrada en todas las casas de ilustres y ricos,
¿con qué vergüenza podré agora ya decir
públicamente que es todo burla cuanto he dicho, pues aun al
confesor tiene hombre empacho descubrirse? Pues si me huyo,
¿adónde me cale parar?; y ¿qué
dirán de mí?; ¿quién no querrá
antes mil infiernos?
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MATA.- De esa te guarda.
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PEDRO.- Más vale vergüenza en cara
que mancilla en corazón.
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MATA.- ¿Y qué habíamos de
hacer de todo nuestro relicario?
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PEDRO.- ¿Cuál?
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MATA.- El que nos da de comer principalmente;
¿luego nunca le habéis visto? Pues en verdad no nos
falta reliquia que no tengamos en un cofrecito de marfil; no nos
falta sino pluma de las alas del arcángel San Gabriel.
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PEDRO.- Ésas, dar con ellas en el
río.
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MATA.- ¿Las reliquias se han de echar en
el río? Grandemente me habéis turbado. Mirad no
traíais alguna punta de luterano de esas tierras
extrañas.
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PEDRO.- No digo yo las reliquias, sino
ésas, que yo no las tengo por tales.
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MATA.- Por amor de Dios, no hablemos más
sobre esto; los cabellos de Nuestra Señora, la leche, la
espina de Cristo, el dinero, las otras reliquias de los santos, al
río, que dice que lo trajo él mismo de donde
estaba.
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PEDRO.- ¿Es verdad que trajo un gran
pedazo del palo de la cruz?
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MATA.- Aún ya el palo de la cruz, vaya,
que aquello no lo tengo por tal; por ser tanto, parece de
encina.
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PEDRO.- ¡Qué! ¿tan grande
es?
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MATA.- Buen pedazo. No cabe en el
cofrecillo.
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PEDRO.- Ese tal, garrote será, pues no
hay tanto en San Pedro de Roma y Jerusalén.
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JUAN.- Todo se trajo de una mesma parte. Dejad
hablar a Pedro y callad vos.
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MATA.- Pues si todo se trajo de una parte, todo
será uno; ¿y el pedazo de la lápida del
monumento?; agora yo callo. Pues tierra santa harta teníamos
en una talega, que bien se podrá hacer un huerto de
ello.
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JUAN.- El remedio es lo más dificultoso
de todo para no ser tomado en mentira del haber estado en aquellas
partes. Un libro que hizo un fraile del camino de Jerusalén
y las cosas que vio me ha engañado, que con su peregrinaje
ganaba como con cabeza de lobo.
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PEDRO.- ¡Mas de las cosas que no vio!...
¡Tan grande modorro era ése como los otros que hablan
lo que no saben, y tantas mentiras dice en su libro!
|
JUAN.- Toda la corte se traía tras
sí cuando predicaba la Cuaresma cosas de la Pasión.
Luego señalaba cada cosa que decía: «Fue Cristo
a orar al Huerto, que será como de aquí a tal torre,
y entró solo y dejó sus discípulos a tanta
distancia como de aquel pilar al altar; lleváronle con la
cruz acuestas al monte Calvario, que es de la ciudad como de
aquí a tal parte: la casa de Anás de la de
Caifás es tanto»; y otras cosas así.
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PEDRO.- ¿De manera que en haber dos
pulgadas de distancia de más o menos de la una a la otra
parte está el creer o no en Dios? Y ¿qué se me
da a mí para ser cristiano que sean más dos leguas
que tres ni que Pilato y Caifás vivan en una misma
calle?
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MATA.- Quien no trae nada de nuevo no trae tras
sí la gente; y os prometo, con ayuda de Dios, que vos
hagáis hartos corrillos.
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PEDRO.- De ésos me guardaré yo
bien.
|
MATA.- No será en vuestra mano; y
también es bueno tener qué contar.
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JUAN.- Hablemos en mi remedio, que es lo que
importa. ¿Qué haré?, ¿cómo
volver atrás?, ¿cómo me desmentiré a
mí mismo en la plaza? Pues qué, ¿dejaré
mi orden por hacerme teatino ni fraile? No es razón; porque
allá dentro los mismos religiosos me darían
más matracas, porque entre ellos hay más que hayan
estado allá que en otra parte ninguna.
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PEDRO.- No hay para qué pregonar el haber
mentido, porque Dios no quiere que nadie se disfame a sí
mismo, sino que se enmiende.
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MATA.- Yo quiero en eso dar un corte con toda mi
poca gramática y menos saber, que me parece que más
hará al propósito.
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JUAN.- No me haríais este pesar de callar
una vez en el año.
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PEDRO.- Dejadle diga; nunca desechéis
consejo, porque si no es bueno, pase por alto, y si lo es,
aposentadle con vos; decid lo que queríais.
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MATA.- Agora me había yo de hacer de
rogar, mas no hay para qué; digo yo que Pedro de Urdimalas
nos cuente aquí todo su viaje desde el postrero día
que no nos vimos hasta este día que Dios de tanta gloria nos
ha dado. De lo cual Juan de Voto a Dios podrá quedar tan
docto que pueda hablar donde quiera que le pregunten como testigo
de vista, y en lo demás, que nunca en ninguna parte hable de
Jerusalén, ni la miente, ni reliquia ni otra cosa alguna,
sino decir que las reliquias están en un altar del hospital,
y que nos demos prisa a acabarle, aunque enduremos en el gasto
ordinario; y después, allí, con ayuda de Dios, nos
recogeremos, y lo que está por hacer sea de obra tosca, para
que antes se haga; y quien no quiere hablar de tierras
extrañas con cuatro palabras cerrará la boca a todos
los preguntadores. Si el consejo no os parece bien tomadme
acuestas.
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JUAN.- Loado sea Dios, que habéis dicho
una cosa bien dicha en toda vuestra vida. Yo lo acepto
así.
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MATA.- Hartas he dicho, si vos lo hubierais
hecho así.
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PEDRO.- Así Dios me dé lo que
deseo, que yo no cayera en tanto; bien parece un necio entre dos
letrados. El agravio se me hace a mí porque soy muy enemigo
de ello, así porque es muy largo como por el refrán
que dice: los casos de admiración no los cuentes, que no
saben todas gentes cómo son.
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MATA.- Ello se ha de saber tarde o temprano,
todo a remiendos; más vale que nos lo digas todo junto, y no
os andaremos en cada día amohinando y haréis para vos
un provecho: que reduciréis a la memoria todos los casos
particulares.
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JUAN.- Parece que después que éste
habla de veras se le escalienta la boca y dice algunas cosas bien
dichas, entre las cuales ésta es tan bien que yo comienzo de
aguzar las orejas.
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PEDRO.- Yo determino de hacer en todo vuestra
voluntad; mas antes que comience os quiero hacer una protesta
porque cuando contare algo digno de admiración no me
cortés el hilo con el hacer milagros, y es que por la
libertad que tengo, que es la cosa que más en este mundo
amo, sino plegue a Dios que otra vez vuelva a la cadena si cosa de
mi casa pusiere ni en nada me alargare, sino antes perder el juego
por carta de menos que de más; y las condiciones y
costumbres de turcos y griegos os contaré, con
apercibimiento que después que los turcos reinan en el mundo
jamás hubo hombre que mejor lo supiese ni que allá
más privase.
|
JUAN.- No hemos menester más para creer
eso, sino ver el arrepentimiento que de la vida pasada
tenéis, y hervor de la enmienda y aquel tan trocado de lo
que antes erais.
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PEDRO.- No sé por dónde me
comience.
|
MATA.- Yo sí: del primer día, que
de allí adelante nosotros os iremos preguntando, que ya
sabéis que más preguntará un necio que
responderán mil sabios. ¿En dónde fuisteis
preso y qué año? ¿Quién os
prendió y adónde os llevó? Responded a estas
cuatro, que después no faltará, y la respuesta sea
por orden.
|
PEDRO.- Víspera de Nuestra Señora
de las Nieves, por cumplir vuestro mandato, que es a cuatro de
agosto, yendo de Génova para Nápoles con la armada
del Emperador, cuyo general es el príncipe Doria,
salió a nosotros la armada del turco que estaba en las islas
de Ponza esperándonos por la nueva que de nosotros
tenía, y dionos de noche la caza y alcanzonos y tomó
siete galeras, las más llenas de gente y más de
lustre que sobre la mar se tomaron después que se navega. El
capitán de la armada turquesca se llamaba Zinan Bajá,
el cual traía ciento cincuenta velas bien en orden.
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JUAN.- ¿Y vosotros cuántas?
|
PEDRO.- Treinta y nueve no más.
|
MATA.- ¿Pues cómo no las tomaron
todas, pues había tanto exceso?
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PEDRO.- Porque huyeron las otras, y aun si los
capitanes de las que cazaron fueran hombres de bien y tuvieran
buenos oficiales, no tomaran ninguna, porque huyeran también
como las otras; pero no osaban azotar a los galeotes que remaban y
por eso no se curaban de dar prisa a huir.
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JUAN.- ¿De qué tenían miedo
en castigar la chusma? ¿No está amarrada con
cadenas?
|
PEDRO.- Sí, y bien recias; pero como son
esclavos turcos y moros, temíanse que después que los
prendiesen, aquéllos habían de ser libres y decir a
los capitanes de los turcos cómo eran crueles para ellos al
tiempo que remaban.
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MATA.- ¿Pues qué, por eso?
|
PEDRO.- Cuando así, luego les dan a los
tales una muerte muy cruel, para que los que lo oyeren en las otras
galeras tengan rienda en el herir. Dos castigaron delante de
mí el día que nos prendieron: al uno cortaron los
brazos, orejas y narices y le pusieron un rótulo en la
espalda, que decía: «Quien tal hace, tal halla; y al
otro empalaron».
|
JUAN.- ¿Qué es empalar?
|
PEDRO.- La más rabiosa y abominable de
todas las muertes. Toman un palo grande, hecho a manera de asador,
agudo por la punta, y pónenle derecho, y en aquél le
espetan por el fundamento, que llegue cuasi a la boca, y
déjansele así vivo, que suele durar dos y tres
días.
|
JUAN.- Cuales ellos son, tales muertes dan. En
toda mi vida vi tal crueldad; ¿y qué fue del primero
que justiciaron?
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PEDRO.- Dejáronsele ir para que le viesen
los capitanes cristianos, y así le dio el príncipe
Doria cuatro escudos de paga cada mes mientras viviere.
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MATA.- ¿Peleasteis o
rendísteisos?
|
PEDRO.- ¿Qué habíamos de
pelear, que para cada galera nuestra había seis de las
otras? Comenzamos, pero luego nos tiraron dos lombardazos que nos
hicieron rendir. Saltaron dentro de nuestra galera y comenzaron a
despojarnos y dejar a todos en carnes. A mí no me quitaron
un sayo que llevaba de cordobán y unas calzas muy
acuchilladas por ser enemigos de aquel traje y ver que no se
podían aprovechar de él, y también porque en
la cámara donde yo estaba había tanto que tomar de
mucha importancia, que no se les daba nada de lo que yo
tenía acuestas: maletas, cofres, baúles llenos de
vestidos y dineros, barriles con barras de plata por llevarlo
más escondido, y aun de doblones y escudos.
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MATA.- ¿Qué sentíais cuando
os visteis preso?
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PEDRO.- Eso, como predicador, os lo dejo yo en
contemplación: bofetones hartos y puñadas me dieron
porque les diese si tenía dineros, y bien me pelaron la
barba. Fue tan grande el alboroto que me dio y espanto de verme
cuál me había la fortuna puesto en un instante, que
ni sabía si llorase ni riese, ni me maravillase, ni
dónde estaba; antes dicen mis compañeros que lloraban
bien, que se maravillan de mí que no les parecía que
lo sentía más que si fuese libre; y es verdad: que de
la repentina mudanza por tres días no sentía nada,
porque no me lo podía creer a mí mismo ni persuadir
que fuese así. Luego el capitán que nos tomó,
que se llamaba Sactán Mustafá, nos sentó a su
mesa y dionos de comer de lo que tenía para sí, y
algunos bobos de mis compañeros pensaban que el viaje
había de ser así; pero yo les consolé
diciendo: «Veis allí, hermanos, cómo entretanto
que comemos están aparejando cadenas para que dancemos
después del banquete»; y era así, que el
carcelero estaba poniéndolas en orden.
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JUAN.- ¿Y qué fue la comida?
|
PEDRO.- Bizcocho remojado y un plato de miel y
otro de aceitunas, y otro, chico, de queso cortado bien menudo y
sutil.
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MATA.- No era malo el banquete; pues ¿no
podían tener algo cocinado para el capitán?
|
PEDRO.- No, porque con la batalla de aquel
día no se les acordaban de comer, y pluguiera a Dios, por
quien Él es, que las Pascuas de cuatro años enteros
hubiera otro tanto. Llegó luego por fruta de postre a la
popa, donde estábamos con el capitán, un turco
cargado de cadenas y grillos, y comenzonos a herrar; y por ser
tantos y no traer ellos tan sobradas las cadenas, nos metían
a dos en un par de grillos, a cada uno un pie, una de las
más bellacas de todas las prisiones, porque cada vez que
queréis algo habéis de traer el compañero, y
si él quiere os ha de llevar; de manera que estáis
atado a su voluntad, aunque os pese. Esta prisión no
duró más que dos días, porque luego el
capitán era obligado de ir a manifestar al general la presa
que había hecho. Llegose a mí un cautivo que
había muchos años que estaba allí, y
preguntome qué nombre era y si tenía con qué
rescatar, o si sabía algún oficio; yo le dije que no
me faltarían doscientos ducados, el cual me dijo que lo
callase, porque si lo decía me tendrían por hombre
que podía mucho y así nunca de allí
saldría; y que si sabía oficio sería mejor
tratado, a lo cual yo le rogué que me dijese qué
oficios estimaban en más, y díjome que médicos
y barberos y otros artesanos. Como yo vi que ninguno sabía,
ni nunca acá le deprendí, ni mis padres lo
procuraron, de lo cual tienen gran culpa ellos y todos los que no
lo hacen, imaginé cuál de aquellos podía yo
fingir para ser bien tratado y que no me pudiesen tomar en mentira,
y acordé que, pues no sabía ninguno, lo mejor era
decir que era médico, pues todos los errores había de
cubrir la tierra y las culpas de los muertos se habían de
echar a Dios. Con decir «Dios lo hizo», había yo
de quedar libre; de manera que con aquella poca de lógica
que había estudiado podría entender algún
libro por donde curase o matase.
|
MATA.- Pues qué, ¿era menester
para los turcos tantas cosas, sino matarlos a todos cuantos
tomarais entre las manos?
|
La vida en las
galeras
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JUAN.- ¿Y qué os daban allí
de comer?
|
PEDRO.- Lo que a los otros, que es cuando hay
bastimento harto, y estábamos en parte que cada día
lo podían tomar. Daban a cada uno veintiséis onzas de
bizcocho; pero si estábamos donde no lo podían tomar,
que era tierra de enemigos, veinte onzas y una almueza de
mazamorra.
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MATA.- ¿Qué es bizcocho y
mazamorra?
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PEDRO.- Toman la harina sin cerner ni nada y
hácenla pan; después aquello hácenlo cuartos y
recuécenlo hasta que está duro como piedra y
métenlo en la galera; las migajas que se desmoronan de
aquello y los suelos donde estuvo es mazamorra, y muchas veces hay
tanta necesidad, que dan de sola ésta, que cuando
habréis apartado a una parte las chinches muertas que
están entre ello y las pajas y el estiércol de los
ratones, lo que queda no es la quinta parte.
|
JUAN.- ¿Quién diablos llevó
el ratón a la mar?
|
PEDRO.- Como se engendran de la bascosidad,
más hay que en tierra en ocho días que esté el
pan dentro.
|
MATA.- Y a beber ¿dan vino blanco o
tinto?
|
PEDRO.- Blanco del río, y aun bien
hidiendo y con más tasa que el pan.
|
JUAN.- ¿Y qué más dan de
ración?
|
PEDRO.- ¿No basta esto? Algunas veces
reparten a media escudilla de vinagre y otra media de aceite y
media de lentejas o arroz, para todo un mes; alguna Pascua suya dan
carne, cuanto una libra a cada uno; mas de estas no hay sino dos en
el año.
|
MATA.- ¡Malaventurados de ellos, bien
parecen turcos!
|
PEDRO.- ¿Pensáis que son mejores
las de los cristianos? Pues no son sino peores.
|
JUAN.- Yo reniego de esa manera de la mejor. Y
la cama, ¿era conforme a la comida?
|
PEDRO.- Tenía por cortinas todo el cielo
de la Luna y por frazada el aire. La cama era un banquillo cuanto
pueden tres hombres caber sentados, y de tal manera tenía de
dormir allí que con estar amarrado al mismo banco y no poder
subir encima la pierna, sino que había de estar colgando, si
por malos de mis pecados sonaba tantico la cadena, luego el verdugo
estaba encima con el azote.
|
MATA.- ¿Quién os lavaba la ropa
blanca?
|
PEDRO.- Nosotros mismos con el sudor que cada
día manaba de los cuerpos; que una que yo tuve, a pedazos se
cayó como ahorcado.
|
JUAN.- Parece que me comen las espaldas en ver
cuál debía estar de gente.
|
PEDRO.- A eso quiero responder que, por la fe de
buen cristiano, no más ni menos que en un hormigal hormigas
los veía en mis pechos cuando me miraba, y tomábame
una congoja de ver mis carnes vivamente comidas de ellos y
llagadas, ensangrentadas todas, que, como aunque matase veinte
pulgaradas no hacía al caso, no tenía otro remedio
sino dejarlo y no me mirar; pues en unas botas de cordobán
que tenía, por el juramento que tengo hecho y por otro mayor
si queréis, que si metía la mano por entre la bota y
la pierna hasta la pantorrilla, que era mi mano sacar un
puñado de ellos como granos de trigo.
|
JUAN.- ¿Y todos están
así?
|
PEDRO.- No, que los que son viejos tienen
camisas que mudar; no tienen tantos con gran parte, y lavan
allí sus camisas con agua de la mar, atándola con un
pedazo de soga, como quien saca agua de algún pozo, y
allí las dejaban remojar un rato; cuasi el lavar no es
más sino remojar y secar, porque como el agua de la mar es
tan gruesa, no puede penetrar ni limpia cosa ninguna.
|
MATA.- Caro cuesta de esa manera el ver cosas
nuevas y tierras extrañas. En su seso se está Juan de
Voto a Dios de no poner su vida al tablero, sino hablar como
testigo de oídas, pues no le vale menos que a los que lo han
visto.
|
PEDRO.- Yo os diré cuán caro
cuesta. Siendo yo cautivo nuevo, que no había sino un mes
que lo era, vi que junto a mí estaban unos turcos
escribiendo ciertas cartas mensajeras; y ellos, en lugar de firma,
usan ciertos sellos en una sortija de plata que traen, en donde
está esculpido su nombre o las letras de cifra que quieren,
y con éste, untado con tinta, emprimen, en el lugar donde
habían de firmar, su sello, y cierto queda como de
molde.
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MATA.- Yo apostaré que es verdad sin
más, pues no lo puede contar sin lágrimas.
|
PEDRO.- Mas eché allá cuando
pasó; y como a mí me pareció cosa nueva,
entretanto que cerraba uno las cartas, como en conversación,
tomé en la mano el sello, y como vi que no me decían
nada, tomé tinta y un poco de papel para ver si
sabría yo así sellar. De todo esto holgaban ellos sin
dárseles nada; yo lo hice como quiera que era ciencia que
una vez bastaba verla, y contenteme de mí mismo haber
acertado; torné a poner la sortija donde se estaba, y como
de allí a poco me acordase de lo mismo, quise tornar a ver
si se me había olvidado, y así del papel que estaba
debajo de la sortija, pensando que estaba encima, porque estaba
entre dos papeles, y cáese la sortija de la tabla abajo y da
consigo en la mar, que estábamos estonces en Santa Maura.
Los turcos, cuando me vieron bajar a buscarla, pensando que no
fuese caída, ásenme de las manos presto por pensar
que yo la había hecho perdidiza.
|
JUAN.- ¿De qué os reís de
esto o a qué propósito?
|
MATA.- Porque voy viendo que, según va el
cuento, al fin todos lloraremos de lástima, y para rehacer
las lágrimas lo hago.
|
PEDRO.- Como no me la hallaron en las manos,
viene uno y méteme el dedo en la boca, cuasi hasta el
estómago, que me hubiera ahogado, por ver si me la
había metido en la boca.
|
MATA.- ¿Pues no le podíais
morder?
|
PEDRO.- Cuando esto fue ya no tenía
dientes ni sentido, porque me habían dado dos bofetones de
entrambas partes, tan grandes, que estaba tonto.
|
JUAN.- ¿No podían mirar que erais
hombre de bien y que en el hábito que llevabais no erais
ladrón?
|
PEDRO.- El hábito de los esclavos todo es
uno de malos y buenos, como de frailes, y aun las mañas
también en ese caso, porque quien no roba no come. Luego
llamaron al guardián mayor de los esclavos, que se llamaba
Morato, arráez, y dieron como ellos quisieron la
información de lo pasado, la cual podía ser sentencia
y todo, porque yo no tenía quien hablase por mí, ni
yo mismo podía, porque no sabía lengua ninguna. Luego
como me cató todo, que presto lo pudo hacer porque estaba
desnudo, y no lo halló, manda luego traer el azote y
pusiéronme de la manera que agora diré. Como los
bancos están puestos por orden como renglones de coplas,
pusiéronme la una pierna en un banco, la otra en otro, los
brazos en otros dos, y cuatro hombres que me tenían de los
brazos y piernas, cuasi hecho rueda, puesta la cabeza en otro.
|
JUAN.- Ya me pesa que comenzasteis este cuento,
porque me toman escalofríos de lástima.
|
PEDRO.- Antes lo digo para que más se
manifiesten las obras de Dios. Puesto el guardián en un pie
sobre un banco y el otro sobre mi pescuezo, y siendo hombre de
razonables fuerzas, comenzó como reloj tardío a darme
cuan largo era, deteniéndose de poco en poco, por mayor pena
me dar, para que confesase, hasta que Dios quiso que bastase; bien
fuera medio cuarto de hora lo que se tardó en la
justicia.
|
JUAN.- ¿Pues de tanto valor era la
sortija que los cristianos vuestros compañeros de remo que
estaban alderredor, no lo pagaban por no ver eso?
|
PEDRO.- Valdría siete reales cuando
mucho; pero ellos pagaran otros tantos porque cada día me
dieran aquella colación.
|
MATA.- ¿Luego no eran cristianos?
|
PEDRO.- Sí son, y por tales se tienen;
pero como el mayor enemigo que el bueno tiene en el mundo es el
ruin, ellos, de gracia, como dicen, me querían peor que al
diablo, de envidia porque yo no remaba y que hacían
algún caso de mí y porque no los servía
allí donde estaba amarrado, y lo peor porque no tenía
blanca que gastar; últimamente, porque todos eran italianos,
de diferentes partes, y entre todas las naciones del mundo somos
los españoles los más malquistos de todos, y con
grandísima razón, por la soberbia, que en dos
días que servimos queremos luego ser amos, y si nos convidan
una vez a comer, alzámosnos con la posada; tenemos fieros
muchos, manos no tanto; veréis en el campo del rey y en
Italia unos ropavejeruelos y oficiales mecánicos que se
huyen por ladrones o por deudas, con unas calzas de terciopelo y un
jubón de raso, renegando y descreyendo a cada palabra,
jurando de contino puesta la mano sobre el lado del corazón,
a fe de caballero; luego buscan diferencias de nombres: el uno,
Basco de las Pallas, el otro, Ruidíaz de las Mendozas; el
otro, que echando en el mesón de su padre paja a los machos
de los mulateros deprendió, «bai» y
«galagarre» y «goña», luego se pone
Machín Artiaga de Mendarozqueta, y dice que por la parte de
oriente es pariente del rey de Francia, Luis, y por la de poniente
del conde Fernán González y Acota, con otro su primo
Ochoa de Galarreta, y otros nombres así propios para los
libros de Amadís. No ha cuatro meses que un amigo mío
me hizo su testamento, y traía fausto como cualquier
capitán con tres caballos. Hizo un testamento conforme a lo
que el vulgo estaba engañado de creer. Llamábase del
nombre de una casada principal de España. Al cabo
murió, y yo, para cumplir el testamento, hice inventario y
abrí un cofrecico, donde pensé hallar joyas y dinero,
y la mayor que hallé, entre otras semejantes, fue una carta
que su padre de acá le había escrito, en la cual iba
este capítulo: «En lo que decís, hijo, que
habéis dejado el oficio de tundidor y tomado el de perfumero
en Francia, yo huelgo mucho, pues debe de ser de más
ganancia». Cuando éste y otros tales llegaban en la
posada del pobre labrador italiano, luego entraban riñendo:
«¡Pese a tal con el punto villano; a las catorce me
habéis de dar de comer! ¡Reniego de tal con el puto
villano! ¡Cada día me habéis de dar fruta y
vitela no más!; ¡corre, mozo, mátale
dos gallinas, y para mañana, por vida de tal, que yo mate el
pavón y la pava; no me dejes pollastre ni
presuto en casa ni en la estrada!».
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MATA.- ¿Qué es estrada?,
¿qué es vitela?, ¿qué
presuto?, ¿qué pollastre?
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PEDRO.- Como, en fin, son de baja suerte y
entendimiento, aunque estén allá mil años no
deprenden de la lengua más de aquello que, aunque les pese,
por oírlo tantas veces, se les encasqueta de tal manera que
por cada vocablo italiano que deprenden olvidan otro de su propia
lengua. A cabo de tres o cuatro años no saben la suya ni la
ajena sino por ensaladas, como Juan de Voto a Dios cuando hablaba
conmigo. Estrada es el camino; presuto, el
pernil; pollastre, el pollo; vitela, ternera.
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MATA.- No menos me huelgo, por Dios, de saber
esto que las cosas de Turquía, porque para quien no lo ha
visto tan lejos es Italia como Grecia. No podía saber
qué es la causa por que algunos, cuando vienen de
allá, traen unos vocablos como «barreta, belludo,
fudro, estibal, manca», y hablando con nosotros acá,
que somos de su propia lengua. Este otro día no hizo
más uno de ir de aquí a Aragón, y estuvo
allá como cuatro meses, y volviose; y en llegando en casa
tómale un dolor de ijada y comenzó a dar voces que le
portasen el menge. Como la madre ni las hermanas no sabían
lo que se decía, tornábanle a repreguntar qué
quería, y a todo decía: el menge. Por
discreción diéronle un jarrillo para que mease,
pensando que pedía el orinal, y él a todos
quería matar porque no le entendían. Al fin, por el
dolor, que la madre vio que le fatigaba, llamó al
médico, y entrando con dos amigos a le visitar, principales
y de entendimiento, preguntole que qué le dolía y
dónde venía. Respondió: «Mosén,
chi so stata Saragosa»; de lo cual les dio
tanta risa y sonó tanto el cuento, que él quisiera
más morir que haberlo dicho, porque las mismas palabras le
quedaron de allí adelante por nombre.
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JUAN.- Lo mismo, aunque parezca contra
mí, aconteció en Logroño, que se fue un
muchacho de casa de su madre y entrose por Francia. Ya que
llegó a Tolosa, topose con otro de su tamaño que
venía romerillo para Santiago. Tomaron tanta amistad que,
como estaba ya arrepentido, se volvieron juntos, y viniendo por sus
pequeñas jornadas llegaron en Logroño, y el muchacho
llevó por huésped al compañero casa de su
madre. Entrando en casa fue recibido como de pobre madre, y que
otro no tenía. Luego echó mano de una sartén,
y toma unos huevos y pregunta al hijo cómo quiere aquellos
huevos, y qué tal viene, y si bebe vino. Él
respondió que hasta allí no había hablado:
«Ma mes, parleu vus a Pierres, e Pierres parlara a moi, quo
chi non so tres d'España». La madre turbada, dijo:
«No te digo sino que cómo quieres los huevos».
Entonces preguntó al francesillo que qué decía
su madre. Ella, fatigándose mucho, dijo: «pues,
¡malaventurada de mí, hijo!, ¿aún los
mismos zapatos que te llevaste traes, y tan presto se te ha
olvidado tu propia lengua?». Así, que tiene mucha
razón Mátalas Callando: que estos que vienen de
Italia nos rompen, aquí las cabezas con sus salpicones de
lenguas, que al mejor tiempo que os van contando una proeza que
hicieron os mezclan unos vocablos que no entendéis nada de
lo que dicen: «Saliendo yo del cuerpo de guardia para ir a mi
trinchera, que era manco de media milla, vi que de la muralla
asestaban los esmeriles para los que estábamos en
campaña; yo calé mi serpentina y llevele al
bombardero el bota fogo de la mano»; y otras cosas al mismo
tono.
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PEDRO.- Pues si ésos no hiciesen como la
zorra, luego serían tomados con el hurto en la mano.
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MATA.- ¿Qué hace la zorra?
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PEDRO.- Cuando va huyendo de los perros, como
tiene la cola grande, ciega el camino por donde va, porque no
hallen los galgos el rastro. Pues mucho mayores necedades dicen en
Italia con su trocar de lenguas, aunque un día castigaron a
un bisoño.
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JUAN.- ¿Cómo?
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PEDRO.- Estaba en una posada de un labrador rico
y de honra, y era recién pasado de España, y como no
entendía la lengua, vio que a la mujer llamaban madonna, y díjole al
huésped: «Madono porta
manjar», pensando que decía muy bien;
que es como quien dijese «mujero». El otro corriose, y
entre él y dos hijos suyos le pelaron como palomino, y tuvo
por bien mudar de allí adelante la posada y aun la
costumbre.
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MATA.- Si el rey los pagase no quitarían
a nadie lo suyo.
|
PEDRO.- Ya los paga; pero es como cuando en el
banquete falta el vino, que siempre hay para los que se sientan en
cabecera de mesa, y los otros se van a la fuente. Para los
generales y capitanes nunca falta; son como los peces, que los
mayores se comen los menores. Conclusión es averiguada que
todos los capitanes son como los sastres, que no es de su mano
dejar de hurtar, en poniéndoles la pieza de seda en las
manos, sino sólo el día que se confiesan.
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MATA.- Ese día cortaría yo siempre
de vestir; pero ellos ¿cómo hurtan?
|
PEDRO.- Yo os lo diré como quien ha
pasado por ello. Cada capitán tiene de tener tantos soldados
y para tantos se le da la paga. Pongamos por caso trescientos;
él tiene doscientos, y para el día de la
reseña busca ciento de otras compañías o de
los oficiales del pueblo, y dales el quinto como al rey y
tómales lo demás; el alférez da que pueda
hacer esto en tantas plazas y el sargento en tantas; lo
demás para «nobis».
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JUAN.- Y los generales, ¿no lo remedian
eso?
|
PEDRO.- ¿Cómo lo han de remediar,
que son ellos sus maestros, de los cuales deprendieron?, antes
éstos disimulan, porque no los descubran, que ellos hurtan
por grueso, diciendo que al rey es lícito hurtarle porque no
le da lo que ha menester.
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MATA.- Y el rey, ¿no pone remedio?
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PEDRO.- No lo sabe, ¿qué ha de
hacer?
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JUAN.- ¿Pues semejante cosa ignora?
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PEDRO.- Sí, porque todos los que hablan
con el rey son generales o capitanes u oficiales a quien toca, que
no se para a hablar con pobres soldados; que si eso fuese,
él lo sabría, y sabiéndolo lo atajaría;
pero, ¿queréis que vaya el capitán a decir:
Señor, yo hurto de tres partes la una de mis soldados,
castígame por ello?
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JUAN.- Y el Consejo del rey, ¿no lo
sabe?
|
PEDRO.- No lo debe de saber, pues no lo remedia;
mas yo reniego del capitán que no ha sido primero muchos
años soldado.
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MATA.- Esos soldados fieros que decíais
antes en el escuadrón al arremeter, ¿qué tales
son?
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PEDRO.- Los postreros al acometer y primeros al
retirar.
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JUAN.- Buena va la guerra si todos son
así.
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PEDRO.- Nunca Dios tal quiera, ni aún de
treinta partes una; antes toda la religión, crianza y bondad
está entre los buenos soldados, de los cuales hay infinitos
que son unos Césares y andan con su vestido llano y son
todos gente noble e ilustre; con su pica al hombro, se andan
sirviendo al rey como esclavos invierno y verano, de noche y de
día, y de muchos se le olvida al rey y de otros no se
acuerda, y de los que restan no tiene memoria para gratificarles
sus servicios.
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JUAN.- Y esos tales, siendo así buenos,
¿qué comen?, ¿tienen cargos?
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PEDRO.- Ni tienen cargos, ni cargas en las
bolsas. Comen como los que más ruinmente, y visten peor; no
tienen otro acuerdo ni fin sino servir a su ley y rey, como dicen
cuando entran en alguna ciudad que han combatido. Todos los ruines
son los que quedan ricos, y estos otros más contentos con la
victoria.
|
JUAN.- Harta mala ventura es trabajar tanto y no
tener que gastar y estar sujeto un bueno a otro que sabe que es
más astroso que él.
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MATA.- La pobreza no es vileza.
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PEDRO.- Maldiga Dios el primero que tal
refrán inventó, y el primero que le tuvo por
verdadero, que no es posible que no fuese el más tosco
entendimiento del mundo y tan groseros y ciegos los que le
creen.
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MATA.- ¿Cómo así a cosa tan
común queréis contradecir?
|
PEDRO.- Porque es la mayor mentira que de
Adán acá se ha dicho ni formado; antes no hay mayor
vileza en el mundo que la pobreza y que más viles haga los
hombres; ¿qué hombre hay en el mundo tan ilustre que
la pobreza no le haga ser vil y hacer mil cuentos de vilezas?; y
¿qué hombre hay tan vil que la riqueza no ennoblezca
tanto que le haga ilustre, que le haga Alejandro, que le haga
César y de todos reverenciado?
|
JUAN.- Paréceme que lleva camino; pero
acá vámonos con el hilo de la gente, teniendo por
bueno y aprobado aquello que todos han tenido.
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PEDRO.- Tan grande necedad es ésa como la
otra. ¿Por qué tengo yo de creer cosa que primero no
la examine en mi entendimiento?; ¿qué se me da a
mí que los otros lo digan, si no lleva camino?; ¿soy
yo obligado porque mi padre y abuelos fueron necios a ello?;
¿pensáis que sirve nadie al rey sino para que le
dé de comer y no ser pobre, por huir de tan grande vileza y
mala ventura?
|
MATA.- Razonablemente nos hemos apartado del
propósito a cuya causa se comenzó.
|
JUAN.- No hay perdido nada por ello, porque
aquí nos estamos para volver, que también esto ha
estado excelente.
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PEDRO.- ¿En qué quedamos, que ya
no me acuerdo?
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MATA.- En el cuento de la sortija y la enemistad
que os tenían los otros mismos que remaban. Veamos: y
allí, ¿no curabais o estudiabais?
|
PEDRO.- Vínome a la mano un buen libro de
medicina, con el cual me vino Dios a ver, porque aquél
contenía todas las curas del cuerpo humano, y nunca
hacía sino leer en él; y por aquél
comencé a curar unos cautivos que cayeron junto a mí
enfermos, y salíame bien lo que experimentaba; y como yo
tengo buena memoria, tomelo todo de coro en poco tiempo, y cuando
después me vi entre médicos, como les decía de
aquellos textos, pensaban que sabía mucho. En tres meses
cuasi supe todo el oficio de médico.
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MATA.- En menos se puede saber y mejor.
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PEDRO.- Eso es imposible.
¿Cómo?
|
MATA.- Si el oficio del médico, al menos
el vuestro, es matar, ¿no lo hará mejor cuanto menos
estudiare?
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JUAN.- Dejémonos de disputas. ¿En
la galera hay barberos y cirujanos?
|
PEDRO.- Cada una trae su barbero, así de
turcos como de cristianos, para afeitar y sangrar. Aconteciome un
día con un barbero portugués que era cautivo en la
galera que yo estaba, muchos años había, no habiendo
yo más de cincuenta días que era esclavo, lo que
oiréis. Al banco donde yo estaba al remo me trajeron un
turco que mirase, ya muy al cabo; y como le miré el pulso,
vi que le faltaba y que estaba ya frío, y díjeles,
pensando ganar honra con mi pronóstico, que se
moriría aquella noche, que qué le querían
hacer los compañeros del enfermo. Como vieron la respuesta,
dijeron: «Alguna bestia debe éste de ser; llamen
barbero de la galera que nos le cure, que sabe bien todos nuestros
pulsos». El cual vino luego y preguntó qué
había yo dicho, y como lo oí dije: «Que se
morirá esta noche»; y comencé a filosofar:
«¿No veis qué pulso?, ¿qué
frío está?, ¿qué gesto?,
¿qué lengua?, ¿y cuán hundidos los ojos
y qué color de muerto?» Dijo él: «Pues yo
digo que no se morirá»; y comienza de fregarse las
manos y decir: «Sus, hermanos, ¿qué me
daréis?; yo os lo daré sano con ayuda de
Alá». Ellos dijeron que viese lo que sería
justo. Respondió que le diesen quince ásperos, que
son tres reales y medio de acá, para ayuda de las medicinas,
y que si el enfermo viviese, le habían de dar otros cinco
más, que es un real.
|
JUAN.- ¿Pues no ponía más
diferencia de muerte a vida de un real?
|
PEDRO.- Y era harto, según él
sabía; luego se los dieron, y fuese al fogón, que es
el lugar que trae cada galera para guisar de comer, y en una ollica
mete un poco de bizcocho y agua, y hace uno como engrudo sazonado
con su aceite y sal, y delante de los turcos tomó una
piedrecica como de anillo, de azúcar cande, y metiola dentro
diciendo: «Esta sola me costó a mí lo que
vosotros me dais». Fue a dar su comida, y
engargantósela metiéndole la cuchara siempre hasta el
estómago. Yo a todo esto estaba algo corrido de la
desvergüenza que el barbero había usado contra
mí; y los que estaban conmigo al remo comenzaron a tomarme
doblado odio porque yo podía haber ganado aquellos dineros
para que todos comiéramos y no lo había hecho, y
blasfemaban de mí diciendo que era un traidor poltrón
y que maldita la cosa yo sabía, sino que por no remar lo
angelín, hacía fingido, y otras cosas a este tenor; y
de cuando en cuando, si me podían alcanzar alguna coz o
cadenazo con la cadena, no lo dejaban de hacer. El pobre enfermo
aquella noche dio el cuerpo a la mar y el ánima al diablo.
Este barbero cada día le quitaban la cadena y a la noche se
la metían; cuando supo que era muerto, dijo que no le
desferrasen aquellos dos días porque tenía muchos
ungüentos que hacer, que no estaba la galera bien
proveída. Como no había quien curase, mandaron que me
quitasen a mí la cadena; y como fui donde el barbero estaba,
preguntome cómo me llamaba. Respondí que el
licenciado Pedro de Urdimalas. Díjome: «Pues noramala
tenéis el nombre, tened el hecho. ¿Pensáis que
estáis en vuestra tierra que por pronósticos
habéis de medrar? Cúmpleos que nunca
desahuciéis a nadie, sino que a todos prometáis la
salud luego de mano; porque quiero que sepáis la
condición de los turcos ser muy diferente de la de los
cristianos, en que jamás echan la culpa de la muerte al
médico, sino que cada uno tiene en la frente escrito lo que
ha de ser de él, que es cumplida la hora; y demás de
esto, sabed que prometen mucho y nada cumplen»; decir os han:
«Si me sanas yo te daré tanto y haré tal y
tal»; en sanando no se acuerdan de vos más que de la
nieve que nunca vieron. Para ayuda de las medicinas coged siempre
lo que pudiéredes, que así se usa acá, que no
se recepta, sino vos las tenéis de poner, y si tenéis
menester cuatro, demandad diez. Yo que antes tenía
grandísimo enojo contra él, me quedé tan manso
y se lo agradecí tanto que más no pudo ser; y
más me dijo: que de miedo no le tornasen a pedir los dineros
que le habían dado no había querido que lo
desherrasen hasta que se olvidase de allí a dos días.
Los turcos que dormían en mi ballestera no dejaron de notar
y maravillarse, que nunca habían en su tierra visto tomar
pulso, que por tentar en la muñeca dijese lo que estaba
dentro y que muriese.
|
MATA.- ¿Qué cosa es
ballestera?
|
PEDRO.- Una tabla como una mesa que tiene cada
galera entre banco y banco, donde van dos soldados de guerra.
|
JUAN.- ¿Pues no tienen más
aposento de una tabla?
|
PEDRO.- Y ese es de los mejores de la galera.
¡Ojalá todos le alcanzasen!
|
MATA.- ¿Y cuántas de esas tiene
cada galera?
|
PEDRO.- Una en cada banco.
|
MATA.- ¿Cuántos bancos?
|
PEDRO.- Veinticinco de una parte y otros tantos
de la otra, y en cada banco tres hombres al remo amarrados; y
algunas capitanas hay, que llaman bastardas, que llevan cuatro.
|
MATA.- ¿De manera que ha menester ciento
cincuenta hombres de remo?
|
PEDRO.- Y más diez, para no menester
cuando los otros caen malos, que nunca faltan, suplir por ello.
|
JUAN.- ¿Y soldados cuántos?
|
PEDRO.- Cuando van bien armados, cincuenta, y
diez o doce gentiles hombres de popa, que llaman amigos del
capitán.
|
MATA.- ¿Y ésos han de ser
marineros?
|
PEDRO.- No hay para qué, porque los
marineros son otra cosa; que van un patrón y un
cómite y otro sotacómite, dos consejeros, dos
artilleros y un alguacil con su escribano y otros veinte
marineros.
|
JUAN.- ¿Parecerá al infierno una
cosa tan pequeña con tanta gente? ¡Qué
confusión y hedentina debe de haber!
|
PEDRO.- Así lo es, verdaderamente
infierno abreviado, que son toda esta gente ordinaria que va,
cuando es menester pasar de un reino a otro por mar llevarán
cien hombres más cada una con todos sus hatos.
|
JUAN.- Buenos cristianos serán todos
ésos de buena razón, pues cada hora traen tragada la
muerte.
|
PEDRO.- Antes son los más malos del
mundo. Cuando en más fortuna y necesidad se ven, comienzan
de blasfemar y renegar de cuanto hay del cielo de la luna, hasta el
más alto, y de la falta de paciencia de los remadores no es
de tanta maravilla, porque verdaderamente ellos tienen tanto
afán, que cada hora les es dulce la muerte; mas los otros
bellacos, que lo tienen por pasatiempo, son en fin marineros, que
son la más mala gente del mundo.
|
JUAN.- ¿Pues tan infernal trabajo es
remar?
|
PEDRO.- Bien dijisteis infernal, porque
acá no hay qué le comparar; para mí tengo que
si lo llevan en paciencia que se irán todos al cielo
calzados y vestidos, como dicen las viejas.
|
MATA.- ¿Cómo puede un solo hombre
tener cuenta con tantos?
|
PEDRO.- Con un solo chiflito que trae al cuello
hace todas las diferencias de mandar que son menester, al cual han
de estar tan prontos que en oyéndole en el mismo punto
cuando duermen, han de estar en pie, con el remo en la mano, sin
pararse a despabilar los ojos, so pena que ya está el azote
sobre él; dos andan con los azotes, el uno en la mitad de la
galera, el otro en la otra, como maestros que enseñan leer
niños.
|
JUAN.- Con todo eso, puede el que quiere hacer
del bellaco cuando ese vuelve las espaldas, y hacer como que
rema.
|
PEDRO.- Ni por pensamiento. ¿Luego
pensáis que hay música ni compases en el mundo
más acordada que el remar?; engañaisos, que en el
punto que eso hiciese, estorba a sus compañeros y suenan un
remo con otro y deshácese el compás, y como vuelve el
cómite, si le había de dar uno le da seis.
|
JUAN.- Y esos malaventurados,
¿cómo viven con tanto trabajo y tan poca comida?
|
PEDRO.- Ahí veréis cómo se
manifiesta la grandeza de Dios, que más gordos y ricos y
lucios los veréis y con más fuerzas que estos
cortesanos que andan por aquí paseando cada día con
sus mulas. Tienen un buen remedio, que todos procuran de saber
hacer algunas cosillas de sus manos, como calzas de aguja, almilas,
palillos de mondar dientes, muy labrados, boneticos, dados,
partidores de cabellos de mujeres labrados a las mil maravillas y
otras cosillas, así cuando hay viento próspero, que
no reman, y cuando están en el puerto; lo cual todo venden
cuando llegan en alguna ciudad y a los pasajeros que van dentro, y
de esto se remedian, y temporadas hay que suelen comer mejor que
los capitanes; y mira cuán grande es Dios, que todos, por la
mayor parte, son ricos y hay muy muchos que tienen cien ducados y
doscientos, que no los alcanza ningún capitán de
Italia, y hombres hay de ellos que juegan cien escudos una noche
con algún caballero, si pasa, o con quien quisiere; y si el
capitán o los oficiales tienen necesidad de dineros,
éstos se los prestan sobre sus firmas hasta que les den la
paga.
|
MATA.- ¿Nunca se les alzan con ello?
|
PEDRO.- No, ni pueden aunque quieran; antes lo
primero que el pagador hace es satisfacerles, y tampoco se los
prestarán de balde, sino que si le dan quince, que le hagan
la cédula de dieciséis. No faltan también
inhábiles, como yo, que ni saben oficio ni tienen qué
comer; pero éstos sirven a los otros de remojar el bizcocho
y cocinar la olla y poner y quitar las mesas, y comen con
ellos.
|
JUAN.- ¡Y qué tales deben de ser
las mesas!
|
PEDRO.- Una rodilla bien sucia, si la alcanzan,
y los capotes debajo; la propia mesa es comer bien; que aunque
esté sobre un muradal, no se me da nada.
|
MATA.- ¿En qué comen?
¿tienen platos?
|
PEDRO.- Una escudilla muy grande tienen de palo,
que llaman gaveta, y un jarro, de palo también, que se dice
chipichape; esto hay en cada banco; y antes que se me olvide os
quiero decir una cosa y es que me vi una vez con quince caballeros
comendadores de San Juan, y entre todos no había sino una
gaveta en la cual comíamos la carne y el caldo y
bebíamos en lugar de taza, y orinábamos de noche si
era menester.
|
JUAN.- ¿Y no teníais asco?
|
PEDRO.- De día no, porque con todo eso
teníamos ganas de vivir; y de noche menos, porque más
de tres meses cenamos a oscuras, y esto era en tierra en
Constantinopla, porque viene a propósito de las gavetas.
|
JUAN.- ¿No os daban siquiera un candil,
ni miraban que fuesen caballeros?
|
PEDRO.- Antes adrede maltratan más a esos
tales, por sacarles más rescate, como a gatos de
Algalia.
|
MATA.- No salgamos, por Dios, tan presto de
galera. A los soldados y gente de arte, ¿qué les dan
de comer?
|
PEDRO.- Sus raciones tienen en las de los
cristianos, de atún y pan bizcocho y media azumbre de vino,
y a tercer día mudan a darles vaca si están donde la
puedan haber, y dos ducados al mes razonablemente pagados.
|
JUAN.- ¿Y pueden sufrir por tan poco
sueldo esa vida?
|
PEDRO.- Y están muy contentos con ella
por la grandísima libertad que tienen sin obedecer rey ni
roque; en las de los turcos no les dan nada a los soldados sino
cuatro escudos al mes, y ellos se juntan de cuatro en cuatro o seis
en seis y meten en la galera arroz y bizcocho, azúcar y
miel; que no han menester vino, pues no lo pueden beber.
|
JUAN.- Y en las de cristianos, ¿oyen
nunca misa y traen quien los confiese?
|
PEDRO.- Si bien cada domingo y fiesta, si no
navegan, les dicen misa en tierra donde puedan todos ver, y en cada
galera traen un capellán, y los turcos también uno de
los suyos.
|
MATA.- Vamos adelante con la jornada, que la
galera ya está bien entendida.
|
PEDRO.- De Santa Maura fuimos a otro puerto de
una ciudad, cerca, que se llama Lepanto, y Patrás, que
está junto donde San Andrés fue martirizado.
Allí estuvimos con esta vida unos veinte días y
despalmamos las galeras.
|
JUAN.- ¿Qué es despalmar?
|
PEDRO.- Darles por debajo con sebo una camisa
para que corra bien, y que la hierba que hay en la mar donde no
está muy honda y la bascosidad del agua no se pegue en la
pez de la galera, porque no podría de otra manera caminar; y
esto es menester hacer cada mes, para bien ser, o de dos a dos a lo
más. De allí caminamos a Puerto León, que es
en Athenas, y llámase así porque tiene un
grandísimo león de mármol a la entrada.
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JUAN.- ¿Llega la ciudad de Atenas a la
mar?
|
PEDRO.- No; pero hay una legua no
más.
|
MATA.- Pues, ¿qué nos
diréis de Atenas?, ¿es gran cosa como dicen?
|
PEDRO.- No la vi estonces hasta la vuelta, que
vendrá a propósito; yo lo diré. De Puerto
León fuimos a Negroponto, y de allí pasamos por Sexto
y Abido y entramos en la canal de Constantinopla, que es el
Hellesponto, y fuimos a Gallipol y a la isla de Mármara, y
de allí a Constantinopla, que es metrópoli que
llaman, como quien dice cabeza de toda la Turquía, donde
reside siempre por la mayor parte el Gran Señor y concurre
todo el imperio.
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