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Capítulo XVI

[Llegada del Marqués de Cadreyta á Roma; erupción del Vesubio; mi estancia en los Casales de Capua; mi gobierno de la ciudad de Aquila]


Luego se siguió que el Conde mi señor resolvió hospedar al Sr. Marqués de Cadreyta que iba por Embajador ordinario á Alemania, y pasó por Roma, por Embajador de la Serenísima Reina de Hungría, y el Conde mi señor me ordenó le fuese á recibir al camino y ofrecerle su casa, y porque no traía las cartas de la Reina con las circunstancias que son menester para que el Papa le recibiese como Embajador, le hube de llevar á Frascate, gran recreación,   —251→   donde estuvo regalado hasta que la Reina tornó á escribir, con lo cual entró en Roma y vino á parar en casa del Conde mi señor, donde fué regalado y servido, y después de besado el pie al Papa y recibido sus visitas y hécholas su Señoría también, se partió para Ancona, donde halló á la Reina y embarcó para la Corte cesárea á ejecutar y ejercer su embajada, que la que hizo en Roma fué muy lucida y costosa, digna de tal señor.

Luego dentro de pocos días envió el Conde mi señor á pedir una galera á la Sra. Condesa de Tarsis para que fuese en ella el secretario Juan Pablo Bonete y yo á hacer ciertas diligencias en Madrid. Vino la galera, donde nos embarcamos y llegamos á Barcelona, y de allí se me ordenó corriese la posta, porque importaba. Hícelo, con lo cual tuvo el Conde mi señor su deseo por haber llegado con brevedad.

Estuve en Madrid más de dos meses (año 1631), donde me holgué en ver lindas comedias del Fénix de España, Lope de Vega, tan eminente en todo y el que ha enseñado con sus libros á que no haya naide que no sea poeta de comedias, que este solo había de ser para honra de España y asombro de las demás naciones.

De Madrid me mandaron me partiese para Nápoles, donde era Virrey el Conde mi señor, y en llegando me mandó tomase una Compañía de infantería española. Díjele como yo lo había sido ya cuatro veces; porfióme y toméla, con la cual entré de guarda á su persona, y de allí á dos meses me envió de presidio á la ciudad de Nola, y estando allí quieto una mañana, martes 16 de Diciembre amaneció un gran penacho de humo sobre la montaña de Soma, que otros llaman el Vesubio, y entrando el día comenzó á oscurecerse el sol y á tronar y llover ceniza. Advierto que Nola está debajo casi del monte cuatro millas y menos. La gente comenzó á temer viendo el día noche y llover ceniza, con lo cual comenzaron á irse de la tierra, y aquella noche fué tan horrenda que me parece no puede haber otra semejante al día del juicio, porque demás de la ceniza llovía tierra y piedras de fuego como las escorias que sacan los herreros de las fraguas, y tan grandes como una mano, y mayores y menores, y tras todo esto había un temblor de tierra continuo que esta noche se cayeron 37 casas y se sentía desgajar los cipreses y naranjos como si los partiesen   —252→   con un hacha de hierro. Todos gritaban ¡misericordia!, que era terror oirlo. El miércoles no hubo día casi, que era menester tener luz encendida. Yo salté en compaña con una escuadra de soldados y truje siete cargas de harina y mandé cocer pan, con lo que se remediaron muchos de los que estaban fuera de la tierra por no estar debajo de techado. Había en este lugar dos conventos de monjas, las cuales no quisieron salir fuera, aunque el Vicario les dió licencia para ello antes que se fuera, los cuales conventos se cayeron, y no hizo mal á naide porque estaban en el cuerpo de la iglesia rogando á Dios.

Los soldados de mi compañía casi se levantaron contra mí en esta forma: hicieron su consejo entre ellos diciendo que viniesen juntos á forzarme saliese de allí, porque el fuego llegaba cerca. Topéles juntos en una calle, que venían á lo dicho, y yo como lo vi les dije: ¿dónde, caballeros? Respondió uno, señor... y antes que dijese más, dije yo, señores, el que se quisiese ir, váyase, que yo no he de salir de aquí hasta que me queme las pantorrillas, que cuando llegue á ese término, la bandera poco pesa y me la llevaré yo. Con ésto no hubo naide que respondiese. Pasamos este día unas veces de noche y otras con poco día. Las lástimas eran tantas que no se pueden decir ni asegurar, porque ver la poca gente que se había quedado, desmelenadas las mujeres y las criaturas sin saber dónde meterse y aguardando la noche natural, y que allí caían dos casas, allí otra se quemaba, se deja considerar, y por cualquiera parte que quisiera salir era imposible porque se hundía en la ceniza y tierra que cayó el jueves por la mañana. Trabajó el elemento de el agua aunque no cesaba el fuego y llover ceniza y tierra, porque nació un río tan caudaloso de la montaña que sólo el ruido ponía terror: un pedazo de él se encaminaba á la vuelta de Nola, y yo tomé treinta soldados y gente de la tierra con zapas y palos é hice una cortadura, de suerte que se encaminó por otra parte y dió en dos lugarejos, que se los llevó como hormigas con todo el ganado y bestias mayores que no se pudieron salvar, con que consideré si cuando los soldados venían á que me fuese me voy se anega la tierra.

El viernes quiso Dios que lloviese agua del cielo revuelta con tierra y ceniza, que hizo una argamasa tan fuerte que era imposible   —253→   cortarla aunque fuese con picos y azadones, conque tuve algún consuelo por si apretaba el fuego tener por dónde salir.

El sábado se cayó casi todo el cuartel donde estaba la compañía; pero no hizo mal á nadie porque los soldados más querían estar al agua y ceniza en la plaza que en el cuartel y en la iglesia mayor que era damuzada (sic), anque se meneaba como enjuagadientes en la boca, de los terremotos que había.

Domingo me vino una orden del Conde pensando estaba todo perdido porque no podían haber pasado, en que me mandaba saliese y me fuese á Cápua, y aunque me pesó, cierto, por dejar aquellas monjas, que viéndome ir se habían de desanimar, me fué fuerza el usar de la orden porque si sucedía algo no me culpasen. Salí con lo que tenía acuestas, porque aunque quisiera traer un baul no había en qué. Llegamos á Cápua que era dolor el vernos, tan desfigurados que no parecíamos sino que habíamos sido trabajadores en el infierno; los más descalzos, medio quemados los vestidos y aun los cuerpos. Allí nos reparamos ocho días é hicimos Pascua de Navidad, aunque el Vesubio siempre vomitaba fuego.

Al cabo de ocho días me envió el Conde una patente para que me alojase en los Casales de Cápua; hícelo y en ellos nos acomodamos algo de lo perdido, y á mí me trujeron de Nola dos baules de vestidos, que todo lo demás de una casa se perdió: fue dicha no perderse los baules también.

En estos Casales hay una usanza lo más perniciosa para los pobres y es que los ricos que pueden alojar ordenan de primeras órdenes á un hijo y á éste le hacen donación de toda la hacienda, con que no pueden alojar, y el Arzobispo les defiende porque le sustentan: yo dí cuenta al Obispo de esta bellaquería y respondióme que aquello era justo; yo me indigné y saqué los soldados de casa de los pobres y llevélos en casa destos ricos, y preguntaba yo: ¿cuál es el aposento del ordenado?, decían, éste; yo decía: guárdese como el día del domingo; y estotros, ¿quién duerme en ellos?; señor, el padre, la madre, las hermanas y hermanos; y en estos alojaba á tres y á cuatro soldados; quejáronse al Arzobispo y él escribióme á decir que mirase que estaba descomulgado; yo reíme de aquello y uno de estos clérigos salvajes, que así los llaman   —254→   por este reino, porque no tienen más de las primeras órdenes y son casados muchos, púsose en una yegua para quejarse al Arzobispo, y un soldado dióle una sofrenada diciendo se agnardasé hasta que me lo dijeran á mí. La yegua no sabía de freno más que el dueño latín, con lo cual se empinó y dió con él en el suelo, que no se hizo provecho.

Con todo su mal fué á quejarse; con que el Obispo me envió á decir que estaba descomulgado por el capítulo quisquis pariente del diablo (sic). Yo le respondi que mirase lo que hacía, que lo entendía el capítulo quisquis, ni era pariente del diablo, ni en mi generación le había; que mirase que si me resolvía á estar descomulgado que no estaba naide seguro de mi sino en la quinta esfera; que para eso me había dado Dios diez dedos en las dos manos y ciento cincuenta españoles. El tomó mi carta y no me respondió más de que les envió á decir á los Casales que hiciesen diligencia con el Virrey para que me sacase de allí, que él haría lo mesmo, porque no hallaba otro remedio. Hiciéronla apretada; pero en el inter me lo pagaron los ricos sin que padeciese nengún pobre, que no fué tan poco que no duró más de cuarenta días.

Pasados éstos me envió el Virrey á la ciudad del Aguila90, de las mayores del reino, en la cual habían perdido el respeto al Obispo de aquella ciudad y aun querídole matar, y mandóme que fuese á castigar los culpados: yo partí destos Casales á los 9 de Febrero y pasé el llano de las Cinco millas, que llaman, el cual estaba media pica de nieve: hubo lindas cosas en este llano con los soldados.

Esta ciudad es tan inobediente por estar á los confines de la Romanía, que casi no conocen al Rey. Yo llevaba 150 españoles de los de cuarto y ochavo, y entré en la ciudad escaramuceando con mis pardillos. Iba con título de Gobernador y Capitán á guerra: comencé á prender y ellos á huirse. Alojé los pardillos en sus casas de los culpados, que no les estuvo mal, y eché bando que no anduviese naide ni entrase en la ciudad con bocas de fuego, que en ellos era costumbre como llevar sombrero. Obedecieron   —255→   luego, que fué milagro según decían todos; y un día llegaron á la puerta de Nápoles seis criados del Virrey de la provincia que era el Conde de Claramonte, con sus escopetas y pistoletes de los chiquitos, y traían unos cabellos larguísimos á lo nazareno, que es aquí hábito de bandidos ó salteadores, que todo es uno. Dijéronlos que no podían entrar sin orden del Gobernador y capitán á guerra: respondieron que no conocían al capitán á guerra; y como de cuatro soldados que estaban á la puerta se habían ido los dos á comer, entraron y fuéronse á dar pavonada á la plaza, no haciendo caso de naide, como lo pasado. Yo lo supe y mandé cerrar las puertas de la ciudad y con ocho soldados salí á buscallos. Hallélos como si no hubieran hecho liada, y quiriéndoles prender, se metieron á hacer armas, que las tenían muy buenas; pero no les valió porque de Romanía cerré con ellos y los prendí anque me hirieron un soldado.

Presos, luego al punto les hice la causa y dí dos horas de término á cada uno, y pasadas los condené á cortar los cabellos nazarenos y que se los pusiesen al pescuezo, y subidos cada uno en sus borricos, á usanza de mi tierra, les diesen cada doscientos azotes, lo cual se hizo con gentil aire aunque el verdugo se estrenó en semejante justicia, que para él era nueva y aun para la ciudad. Apeados de sus jumentos fueron curados con sal y vinagre á usanza de galera y á otro día los encaminé á las galeras de Nápoles con cada seis años, por entretenidos, cerca la persona del cómitre á quien tocaron.

Al Señor Virrey ó Presidente de la provincia le pareció imposible la justicia y certificádose dello me escribió que con qué autoridad había hecho aquello. Respondile que con la de capitán á guerra. Tornóme á escribir que él sólo en aquella provincia lo era. Yo le dije que eso se lo pleitease con el Conde de Monterrey que era el que me había enviado la patente, y con esto se determinó el venir á prenderme al Aguila, y para ello juntó trecientos hombres de á caballo y algunos de á pie. Súpelo y escribíle que mirase su Señoría que era levantar la tierra y que ella lo estaba casi, pues yo había venido á castigar; que pues era Ministro del Rey, no intentase tal cosa sino que diese cuenta al Conde como á Virrey del reino; y si yo había hecho mal me castigaría.   —256→   El no hizo caso de esto, sino trataba de seguir su intento. Yo que tenía espías ví que iba de veras y traté de escoger de ciento y cincuenta españoles que tenía, los ciento con su pólvora y balas y cuerda, y en un gallardo caballo que yo tenía puse mis pistolas y encima de mi persona dos mil escudos en doblas y salí á aguardalle á un puesto, donde le escribí una carta diciéndole que pues miraba tan mal por el servicio del Rey, que prosiguiese su camino y que trujese buen caballo, porque si le cogía le juraba á Cristo que lo había de azotar como á los otros; y lo hiciera mejor que lo digo, porque yo estaba seguro el rendir su gente, que era toda canalla, y hecho en él lo dicho irme á Roma y á Milán y á Flandes, conque se acababa todo; y de donde estaba yo en seis horas me metía en el estado de la Iglesia.

El se resolvió tomar mi carta y enviársela al Virrey Conde de Monterrey y se volvió á su casa ó tierra y yo á la mía.

A otro día tuve noticia que andaba un caballero haciendo mil bellaquerías en campaña y en conventos de monjas, hincando lo que más bien le parecía. Yo como me había resuelto ya de ir á campaña contra el Presidente, ¡pardiez! que me encaminé la vuelta de un lugarejo donde el dormía y le parecía que estaba como el Rey en Madrid y le dí una alborada, hallándole en la cama, aunque se arrojó por una ventana á un huerto; pero hubo otros tan buenos saltadores que le pescaron; atáronle y truje á la ciudad del Aguila, que se quedaron espantados de que hubiese quien se atreviese á prendelle. Metílo en el castillo é hice la causa y hecha le dí dos días de término, en los cuales se trató de hacer un tablado en medio de la plaza y hacer los cuchillos para el sacrificio. La gente se burlaba de ver el tablado y de oir que era para cortalle la cabeza; pero más se admiraron cuando le vieron al quinto día á las tres de la tarde sin cabeza, que se la cortó un mal verdugo, al cual le dí un vestido mío y diez escudos; el pobre no era prático; pero fué como los médicos que enseñan en los hospitales á costa de inocentes, aunque este caballero no era sino grandísimo bellaco. Llamábase Jacomo Ribera, que cualquier brucés le conocerá aunque sea por el nombre, natural de la ciudad del Aguila.

Estaba en esta ciudad por la Pascua de Resurrección, y los   —257→   jurados ó regidores estaban conmigo mal porque no les dejaba vivir como querían, y parecióles que el día de Pascua tenían alguna excusa el no acompañarme á la iglesia y con esto me hacían algún pesar. Yo les había dicho el jueves santo se comulgasen como lo hacía yo, y ellos como tenían la malicia no quisieron comulgar. Llegó el día de Pascua, donde el Obispo decía la misa de pontifical. Yo aguardé hasta que salió la misa y fuí, púseme en mi silla con sólo mi asesor, aunque éste nunca quiso firmar ninguna sentencia de las contadas; pero no me espantó que era de la tierra y se había de quedar en ella. Advierto que en esta ciudad el magistrado ó regidores, que son cinco, cada uno tiene dos criados que se los paga la ciudad, vestidos de colorado, y ninguno de estos regidores ó jurados no saldrá de casa sin estos dos criados, ni irá á otra parte aunque importe la vida.

Yo como me ví solo á la misa pontifical y conocí la malicia de estos bergantes, llamé al sargento desde mi silla y dijéle: vaya y préndame todos los criados del magistrado y en casa de cada uno de los magistrados, meta seis soldados, con orden que coman cuanto hallaren en casa y en la cocina, teniendo mucho respeto á las mujeres, y que no se salgan hasta que yo los mande. Ejecutóse al punto, y más que había soldado que con ser día de Pascua no se había hecho lumbre en su casa. Los jurados tuvieron nueva del caso y como no tenían los de las capas coloradas no podían venir á volver por sí. Enviaban gentiles hombres y recados: yo decía vinieran ellos, y como no podían venir, estuviéronse cada uno donde les cogió el sargento los criados. Pidióme el Obispo sacase los soldados de las casas ó que, soltase los criados, porque fuesen los jurados á sus casas. Concedí que saliesen los soldados de las casas con que les diesen á cada uno tres tostones que son nueve reales. Diéronselos al punto y dieran trescientos ducados por no los ver en casa, ¡tanto nos quieren! Tuvieron los soldados y sus camaradas con los nueve reales cada uno y comido, mejores pascuas que los jurados, porque las hicieron en el lugar donde les prendieron los criados, que por no perder la usanza ó privilegio no fueron á sus casas. Hízome instancia el Obispo soltase los de las capas coloradas; yo dije les había prendido á todos porque no se excusasen unos   —258→   con otros, cual era el que me había de haber llevado la almohada y puesto en la iglesia; pero que pagase cada uno un ducado para los arrepentidos y los soltasen; y al punto lo pagaron y salieron los jurados de su encantamiento, que ellos por tal tuvieron. Otras mil cosillas me sucedió con estos y era que el pescado y la carne lo ponían á precios subidos, y el pan, porque les daban á cada uno un tanto en especie de pescado y carne y tocino y el del pan en dinero. Yo súpelo y dije que cuando fuesen á poner las posturas me llamasen. Hiciéronlo, y así como la ponían decía yo: ¿v. s.ª no ve que es conciencia ponerlo tan bajo, que merece más, y subiéndolo habrá abundancia? Ellos veían el cielo abierto y subían más. Después de hecha la postura decía yo á cada uno dellos, señores: yo tengo tanta gente en mi casa y aunque soy franco por caballero de Malta y capitán de infantería y capitán á guerra y gobernador, quiero comenzar y pagar á la postura y así cada uno de v. s.ª ha de llevar conforme tiene la familia y lo ha de pagar aquí, como yo, y ¡voto á Dios! que si vosotros les dais una onza de nada, que os he de azotar; y como ellos vían que no era yo de burlas hacíanlo. Decían los jurados: Señor, que en nuestra casa no se come pescado:-pues yo quiero que lo coman y gocen de la postura, como yo y los pobres. Esto bastó para que la postura bajase la mitad y más en todas las cosas.

Volviendo á nuestro Presidente ó Virrey de la provincia, había enviado la carta que yo le escribí última al Conde de Monterrey y se resolvió el sacarme del Anguila, á istancia del Préside y de los jurados; pero sacónos á él y á mí en un día. A mí me dió una Compañía de caballos corazas ante de salir del Aguila y á él no le dió nada. Este fin tuvo el gobierno del Aguila, que tuve tres meses y siete días.




Capítulo XVII

[De varias cosas que me sucedieron en Cápua; alabanzas del Conde y de la Condesa de Monterrey; me retiro de su servicio]


Partí del Aguila para Nápoles á tomar posesión de la compañía de caballos; halléla que estaba alojada en Cápua y fué fuerza   —259→   traerla á Nápoles, adonde me la entregó D. Gaspar de Acevedo, General de mil caballos.

Este día que me la entregó D. Gaspar de Acevedo delante del escribano de ración D. Pedro Cuncubilete, se tasaron los caballos de la compañía, la cual había tenido D. Hector Piñatelo, que le promovieron á teniente de Maese de campo general. Dijo un soldado que le había trocado el caballo y otros dijeron lo mesmo, y yo dije: aquel que trae V.ª S.ª es de la compañía, y los soldados dicen tiene V.ª S.ª los mejores caballos y dado rocines, y son del Rey. Respondió, no es verdad: que yo no he tomado caballo nenguno. Más aunque entre italianos no es palabra ofensiva, «no es verdad», no quise estar en opiniones, porque había muchos españoles y italianos delante, con lo cual alce la mano y le encajé la barba asiéndole de ella al punto. Arrojó él bastón y sacó su espada, como valiente caballero; pero yo no fuí lerdo en sacar mi herraza, donde hubo una pendencia sin sangre, porque era tanta la gente que era imposible el herirnos. Un pobre tudesco de la guarda del Virrey, que estaba allí, lo vino á pagar, que salió con una cuchillada en la cara, como si fuera el encajador.

Prendiónos D. Gaspar de Acevedo, como General de la caballería y capitán de la guardia del Conde de Monterrey. Estuvimos presos en casa cada uno con guardas tres días, hasta que el Conde, mi señor, mandó con la relación de los Maestres de campo y Príncipe de Asculi que nos hiciesen amigos en su antecámara: por el D. Hector salió el Príncipe de la Rochela y por mí salió el S.r D. Gaspar de Acevedo, con que de allí adelante cada uno andaba ú yo por mejor decir, ojo avizor, como dicen los hampones.

Ya yo era capitán de caballos, con que comenzaron nuevos cuidados, y más con que el Conde, mi señor, quiso hacer una muestra general de toda la caballería del reino, y la nueva levantada que era más de dos mil quinientos caballos y la infantería española y italiana que era mucha y muy lucida, anque en esta muestra no se halló infantería del reino de milicia, sino la levantada, que eran los españoles dos mil y setecientos y los italianos ocho mil, escogida gente.

¡Qué sería menester de galas para este día! que yo con ser pobre,   —260→   saqué mi librea de dos trompetas y cuatro lacayos, todos de grana, cuajados de pasamanos de plata, tahalíes y espadas doradas y plumas, y encima de los vestidos gabanes de lo mesmo.

Mis caballos, que eran cinco, con sus sillas; dos con pasamanos de plata y todos con sus pistolos guarnecidos en los arzones. Saqué unas armas azules con llamas de plata, calcillas de camuza, cuajadas de pasamano de oro, y mangas y coleto de lo mesmo, un monte de plumas azules y verdes y blancas encima de la celada y una banda roja recamada de oro cuajada; que á fe podría servir de manta en una cama. Yo entré de esta manera en la plaza con mi alférez y estandarte y ochenta caballos detrás bien armados; los soldados con sus bandas rojas, y mi hermano, que era mi tiniente, detrás de la compañía, harto galán. Dejo considerar como entrarnos...91.

Los demás capitanes, que eran en cantidad, pasamos todos por delante Palacio, donde estaban en un balcón el Conde, mi señor, y los eminentes Cardenales Sabeli y Sandoval, y en otro balcón mi Señora la Condesa de Monterrey y mi Señora la Marquesa de Monterroso con sus damas. Todas las compañías como iban entrando en la plaza de armas hacían un caracol y abatían los estandartes y la infantería las banderas, y pasaron al largo del castillo donde se hizo el escuadrón y nosotros peleamos con él, que cierto era de ver pelear la caballería con la infantería. A este tiempo ya Sus Excelencias habían pasado con los señores Cardenales á Castelnovo y al pasar se disparó toda la artillería, que era mucho de ver, y hacíase ésto tan al vivo, que no faltaba más que meter balas, que todas las demostraciones se hicieron; pero tal Capitán general teníamos para que no lo hiciéramos, que aunque se hubiera criado toda su vida en la guerra no podría saber mandar más como mandaba y á sus tiempos; y no es adulación, que certifico que con haber conocido infinitos Príncipes no he visto quien sepa tener tanta grandeza como este Señor; y sino dígalo la embajada de Roma extraordinaria de 1628, con la grandeza que allí estuvo, los muchos huéspedes que yo conocí en   —261→   su casa alojados, los Señores Cardenales Sandoval, Espínola y Albornoz, un hermano del Conde de Elda y otro del de Távara y la del mismo Conde y mi Señora la Condesa, y todos comían en sus cuartos aparte y á un tiempo, y no se embarazaban los oficios, ni reposteros, ni botilleres, ni cocineros, ni la plata, porque cada uno tenía lo que había menester; además que cada uno tenía un camarero y un mozo de cámara, y para todos había carrozas á un tiempo sin pedir á naide nada prestado. Yo ví colgadas treinta y dos piezas con sus doseles de verano y otros tantos de invierno.

Fué este Señor el que hizo tan señaladas fiestas al nacimiento del Príncipe nuestro Señor, que Dios guarde, por Octubre 1629, que hoy los romanos tienen que decir y aun los extranjeros que allí se hallaron. Tantas comedias, tantas luchas, tantos artificios de fuego, tantas fuentes de vino, tantas limosnas á los hospitales, derramar tres días á reo por las tardes cantidad de dinero, oro y plata á puñados; y para más prueba baste decir que en este tiempo éramos tan mal vistos en Roma que no se puede encarecer, y estas grandezas les obligaba á que fueran por dentro de Roma apellidando, ¡viva España! que no hay más que decir.

Pues ¿quién ha tenido en aquella ciudad capitanes entretenidos, como los tuvo el Conde á treinta escudos cada mes á cada uno, y éramos cuatro y yo era el uno, pagándonos de su bolsa con puntualidad?; y todo esto lo gobernaba Gaspar de Rosales, tesorero de Su Ex.ª, que jamás dejó que nadie se quejase de Su Ex.ª en aquella corte, al cual hizo Su Ex.ª Secretario de Estado y Guerra de Nápoles cuando pasó á ser Virrey, oficio en el buen secretario bien merecido por su vigilancia y limpieza de manos; y es cierto que muchas veces un Señor acierta por tener un buen criado, y al revés por tenerlo malo.

Pues en Nápoles, ¿qué Virrey ha habido que busque los hombres que tienen méritos, los cuales estaban arrinconados en algunos castillos, desesperados, y Su Ex.ª los ha sacado y premiado que yo conozco muchos?; con que toda la nación se ha [regocijado] viéndose premiar. ¿Quién ha enviado en quince meses á Milán, como el Conde, dos tercios de italianos de á tres mil hombres y setecientos mil ducados y á España seis mil infantes y mil caballos en veinticuatro galeones?; la infantería á cargo del   —262→   Marqués de Campo Lataro y la caballería al de el Príncipe de la Rochela, y juntamente veinticuatro sillas, bridas bordadas con sus caballos escogidos, y otros tantos pares de pistolas que no tenían precio, y para encima de cada caballo una cubierta de brocado que llegaba á las corbas de los caballos; esto iba de presente para Su Majestad y Señor Infante Carlos, que esté en gloria, y Señor Infante Cardenal. Pues si tratase de mi Señora la Condesa, la afabilidad que ha tenido con todas aquellas señoras tituladas del reino, repartiendo los días de la semana en los hespitales, y á los de las mujeres ir á servillas con sus manos, llevando de Palacio toda la comida que se había de gastar aquel día; y de ésto soy buen testigo; pues ¿un convento de mujeres españolas arrepentidas que ha fundado y otros á que cada día ayuda con sus limosnas, favoreciendo y honrando á todos los que quieren valerse de su intercesión? en suma, señor letor, no le parezca pasión lo que he dicho, porque he quedado muy corto, y juro á Dios y á esta cruz que cuando escribo ésto que son 4 de Febrero de 1633 me hallo en Palermo y en desgracia del Conde mi Señor, que adelante lo verán el cómo y porqué; pero, con todo, estimo ser su criado, aunque en desgracia, más que criado de otro en gracia, porque jamás seré ingrato á las mercedes recibidas en su casa y pan comido.

Volviendo á mi discurso, digo, señor, que se acabó nuestras escaramuzas, que fué á 20 de Junio de 1632. Fuímonos á casa cansados y sudados, y á otro día mandó el Conde se repartiese toda la caballería por las marinas para defendellas, por haber venido nueva de la armada turquesca. A mí me tocó ir con quinientos caballos, cabo tropa de ellos, al Principado de Citra, donde estuve hasta fin de Agosto en campaña de Bol y en Achierno. En este lugar era por caniculares, y hacía tanto frío que era menester echar dos mantas en la cama; y así, de día, ejercitábamos los caballos, escaramuzando unos con otros, y á veces corríamos una sortija.

Había un caballo grande en la compañia, de cuatro años, y era tan pernicioso, que había casi estropeado cuatro soldados, y á uno del todo; y para herrarle era menester atarle de pies y manos, y era tan feroz, que echado en el suelo quebraba todas las cuerdas,   —263→   aunque fueran gordas. Yo mandé lo llevasen al convento de el Sr. San Francisco y que lo daba de limosna. Lleváronlo en pelo y el guardián dijo que ya que le hacía la limosna le hiciese un contrato para podello vender. Este caballo estuvo aquella noche tan feroz que no se atrevían á llevarlo á beber, y á otro día hice el contrato, y me dijo el guardián: Señor, yo temo que este caballo ha de matar algún fraile. Fuése con su contrato al convento, y á otro día me dijo: Sr. Capitán, el caballo se está quedo y parece se ha quietado algo; en suma, en seis días se puso tan doméstico que no había borrico como él, y le echaron con una yegua que tenía el convento y andaba con ella como si no fuera caballo, que todo el lugar se maravilló. Yo tenía un caballo, entre otros, que llamaba Colona; y como íbamos á correr y escaramuzar cada día á la alameda de San Francisco, este día me puse sobre este caballo, que era manso, y yo había escaramuzado y corrido lanzas muchas veces en él, y poniéndole en la carrera jamás quiso partir: yo me enojé y le di de las espuelas y salió, y á cuatro pasos se paró. Tornéle al puesto y hice lo mesmo: el caballo no quiso correr sino muy poco, y á través. Rogaron me apease y que no corriera. Un soldado me dijo: démele vmd., que yo le haré correr y no le quedará ese vicio: yo me apeé y el soldado subió en él, y no hubo bien subido cuando el caballo disparó á correr y hasta que se estrelló en una pared, él y el soldado, no paró, y cayeron entrambos muertos, de que me quedé espantado. O fue la limosna que di del caballo ú de un altar que hice se fabricase para decir misas por las ánimas del Purgatorio y un Breve que les hice venir de Roma para un altar privilegiado. La causa Dios lo sabe, á quien doy gracias por tal beneficio con los muchos que me hace cada día.

Entré en Nápoles con mi compañía, y alojáronme en el puente de la Madalena, de donde salía cada noche con veinte caballos á batir la marina de la Torre del Griego, y las demás compañías hacían lo mesmo por la otra parte de Puzol.

Yo tenía muy buenos caballos, y las compañías de mi tropa no eran buenos, y así, por rehacerlas, mandó el Conde se reformase mi compañía, lo cual se hizo, y Su Exc.ª me hizo merced del gobierno de Pescara, que es de lo mejor de aquel reino. Beséle la   —264→   mano al Conde por la merced, y estúveme ansí más de un mes sin pedir los despachos; y una mañana me envió á decir el Conde, mi señor, con el secretario Rosales, que gustaría que aprestase dos galeoncetes y un patache que estaban en el puerto, y que fuese á Levante con ellos á piratear un poco.

A esta sazón yo me hallaba con un hermano que había servido á Su Majestad veinte años en Italia y armada Real de soldado, sargento y alférez y gobernador de una compañía tres años con patente de general y con ocho escudos de ventajas particulares del Rey, y al presente se hallaba reformado de Tiniente de caballos corazas. Díjele al secretario: Señor, yo haré lo que me manda el Conde; pero mire vmd., que tengo á mi hermano, y que por lo menos quede en Pescara por mi Tiniente. Díjome que no podía ser, que había de ser capitán el que había de ocupar aquello. Pedí le hiciesen capitán del patache y aun se lo supliqué yo á boca al Conde: no lo quiso hacer. Dije que le diesen una compañía de los ramos y gente suelta que se había de embarcar conmigo. Dijéronme que sí. Yo en este inter trabajaba en aprestar los bajeles, y decía al secretario: vmd. no se burle conmigo. Dígale al Conde acabe de ajustar esto; juro á Dios, que si no lo hace, que no me he de embarcar ni hacer el viaje. En esto anduvimos hasta que una noche, en su escritorio, me desengañó, diciendo que no le habían de dar nada, y que nos habíamos de embarcar entrambos. Con esto me vine á mi casa, y considerando que yo no tenia plaza en aquel Reino ni sueldo de Su Majestad, ni mi hermano tampoco; y así, viendo que mi hermano decía: Señor, yo he servido como todo el mundo sabe, y vmd. ha hecho por muchos y yo no tengo acrecentamiento; el mundo pensará tengo algún (aje) y como vía que tenía razón, me obligó á coger mi poca ropa y meterla en el convento de la Santísima Trinidad, y de allí escribí un papel al Secretario del tenor siguiente:

«No se espante vmd. que yo haya sido prolijo en que se acomodase mi hermano, pues habiendo yo de ir este viaje, él había de quedar, si yo faltase, con las obligaciones de este sobrinillo y sobrina, huérfanos, que no tienen otro padre sino yo; y pues vmd. me desahució anoche que no le había de dar nada, yo me he resuelto á no querer servir tampoco ni hacer este viaje, y así se lo   —265→   podrá vmd. decir al Conde, mi señor, que yo me he retirado aquí para ver dónde me resuelvo á ir á buscar mi vida, y porque Su Ex.ª no me meta en algún castillo con alguna cólera; si gustare el Conde de que yo le sirva y llaga este viaje, déle una compañía á mi hermano, pues la merece y me la ha prometido, que yo saldré al punto y haré lo que verá en este viaje.»

El Secretario se espantó de ver semejante resulución, y me escribió un papel como amigo á que saliese: no lo quise hacer sino con lo referido.

Pedíle licencia al Conde para mí y para mi hermano y sobrino. Envióme á decir que yo no tenía necesidad de licencia, pues no era su súbdito, por caballero de Malta, por no tener sueldo ni ocupación en aquel reino, que con una fe de la Sanidad me bastaba. Yo le envié á decir que yo no era de los hombres que se iban sin licencia donde habían tenido ocupación: que si Su Exc.ª no me la daba, me estaría allí en el convento hasta que me muriera ó promovieran á Su Exc.ª á mayores cargos. Y así Su Exc.ª me hizo merced de concederme licencia muy honrada para Malta y á mi hermano para España y á mi sobrino para Sicilia, y todas tres me las envió al convento firmadas de su puño.

Luego, estando los navíos de partencia, me enviaron un papel de Palacio, firmado del secretario; pero de otro mayor era, en que mandaban hiciese una relación é instrucción para el modo cómo se habían de gobernar los bajeles. Hícela delante el que me trujo el papel, que era bien larga, y á la postre decía: «Señor, yo no soy ángel, y podía errar; y así se podrá comunicar ese papel con los pilotos; y si mi parecer fuere bueno, se usará dél, y si no, no; que ese era el viaje que yo pensaba hacer, á no ser desdicha tener hermanos.»

Luego traté de poner mi viaje en orden, anque todo el mundo me decía que me aguardase y aun ministros y amigos de Palacio. Yo procuré tomar su consejo, anque me resolví una noche de ir á ver al secretario Rosales á Palacio y lo hice, y estuve con él hablando largo, y diciéndome que no lo había acertado, quedamos en que á otra noche nos habíamos de ver, y no me pareció hacerlo, sino en una faluca que me costó muy buen dinero, embarqué á mi hermano y sobrino á deshora, con la poca ropilla   —266→   que tenía, y salimos de Nápoles á los 20 de Enero á media noche. Olvidábaseme decir que con mi retirada en aquel convento todo el mundo pensó me había metido fraile, como si yo no lo fuera; y aun se puso en la Gaceta, y de Malta me escribieron avisaban como era capuchino; y no había que espantar lo dijesen en tierras distantes, pues en dos meses que estuve en aquel convento hubo hombre en el propio Nápoles que juró me había visto decir misa, y él no debía de saber que yo no sé latín, ni aun lo entiendo.

Yo me pasé allí estos dos meses haciendo penitencia con un capón á la mañana y otro á la noche y otros adherentes y con muy buenos vinos añejos, y oía cuatro misas y vísperas cada día.

La noche que salí de Nápoles no fué muy buena por el cuidado que traía; pero amanecimos en Bietre, sesenta millas de Nápoles. Pasamos el golfo de Salerno y fuimos á Palanudo, donde no nos dejaron tomar tierra por amor de la sanidad. De allí fuimos á Paula y estuve allí dos días. Visité donde nació el bienaventurado San Francisco de Paula. De allí pasé á Castillón donde topé una faluca que venía la vuelta de Nápoles. Traía una brava dama española conocida, con la cual cené aquella noche y rogóme que durmiese en su aposento porque tenía miedo. No quise ser desagradecido y así me acosté en el aposento en otra cama...92. Amaneció y botamos nuestras falucas y cada uno tomó la derrota que le convenía; y aquella noche llegué á Tropia y no hice noche por llegar á Mesina, víspera de Navidad, la cual hicimos en una posada que había harta carne; pero como era víspera de Navidad todo el mundo se estuvo quedo y más yo que venía harto de espiga.

Oimos misa, día de Pascua, ó misas, y salimos de Mesina, pero no pudimos pasar de la torre del faro, donde dormimos.

A otro día varamos y fuimos proejando hasta Melaço y estuvimos aquella noche y un día por ser malo el tiempo. Presentóme el capitán de armas unas gallinas y vino y un cabrito. con que se   —267→   me acrecentó la despensa y hubo sopa doble en la posada, que nunca en estas casas faltan diablos ó diablas.

Partimos de Malaço y sin tomar tierra nos los llevamos hasta Termines, donde hay buena posada. Dormimos aquí y partimos para Palermo, que llegamos á medio día, donde hallé infinitos amigos y traté de poner casa, y antes de hacerlo hablé al señor Duque de Alcalá que gobierna este reino. Díjele mi venida, anque Su Ex.ª lo sabía todo y supliquéle mandase se me aclarasen los treinta escudos de entretenimiento que yo tenía en este reino de Su Majestad. Mandó luego se me aclarasen.

Mi hermano dió nn memorial suplicando á Su Ex.ª, en consideración de sus servicios, le hiciese merced de que se le diese una patente de capitán para ir á levantar una compañía, por haber pocas en este reino, y para ello yo le daba quinientos ducados que es lo que da Su Majestad para estas levas y yo quería ahorrar al Rey esto; salió que informasen los oficios; y el informe fué metelle en una tartana que estaba en este puerto, catalana, cargada de bizcocho para las galeras de este reino y iba á Génova. Dile doscientos escudos en oro y vestidos y paguéle el flete y matalotaje, y echéle mi bendición, diciendo: Hijo, vete á Flandes y allí serás capitán; tú llevas servicios, galas, dineros, licencia. ¡Dios te guie! Con lo cual se fué con Dios, y yo me he quedado hasta hoy 4 de Febrero que escribo esto, 1633. Si Dios me diere vida y se ofreciere más lo añadiré aquí.




Capítulo XVIII

[Viajes á Nápoles, á Génova y á España; pretensiones de mi hermano]


Idose mi hermano este año de 33, en dicha tartana, me quedé en Palermo y me envió á llamar el señor Duque de Alcalá, que era Virrey de Sicilia. Subí á velle y preguntóme que qué había tenido con el Conde Monterrey. Díjele que nada y yo traía licencia para Malta. Apretóme con razones; yo nunca le dije nada de lo que me había sucedido en Nápoles. Despedime de su Ex.ª y bajéme al cuerpo de guardia y comenzáronme los capitanes á   —268→   desaminar de nuevo qué era lo que había tenido con el Conde en Nápoles. Yo les dije que dejasen al Conde, que era señor de todos los Grandes siendo chico. No faltó quien se lo fuese á decir al Duque de Alcalá que enojado envió á su secretario me enviase á llamar, y venido me dijo sin réplica ninguna: Vmd. pague á don Jerónimo de Castro docientos escudos que le debe; y estaba allí el dicho D. Jerónimo de Castro, y yo le respondí al secretario: Señores verdad que me dió docientos escudos para que le sacase en Roma un Breve facultativo para el Maestre de Malta, el cual Breve no quiso pasar el dicho Maestre, y que yo había cumplido con lo que me tocaba. Respondióme el dicho secretario: vuestra merced no tiene que alegar, sino pagallos luego ó le llevarán preso. Respondí á esa resulución: Envíe vmd. conmigo á quien los traiga. Enviome con guardia y trújelos en un saquillo y dijole: Tome vmd. déselos al Duque para que haga de ellos lo que quiera porque no den nada á D. Jerónimo de Castro. Con ésto me fuí á mi posada considerando lo que hace el mundo. De allá dos días envió un ayudante de sargento mayor, el cual me dijo que mandaba Su Ex.ª aclarase el entretenimiento que tenía allí. Yo respondí que yo allí no tenía sueldo, que tenía licencia para irme á Malta, del Conde Monterrey; con lo cual fué fuerza valerme del recaudador de la Orden para que hablase al Virrey; hízolo, con que me dejó, y dentro de veinte días me vinieron las bulas de Malta, de la encomienda que me había tocado de San Juan de Puente de Orbi. EstIlveme allí dos meses. En este tiempo vinieron dos galeras de Génova que trujeron un Obispo. Yo le dije al capitán de una dellas que si me quería llevar á Nápoles con condición de no decir que me llevaba, al Conde. Ofreciólo y lo primero que hizo fué decírselo. Ya el Conde lo sabía todo lo que había pasado en Sicilia, de los coronistas; llamó á su secretario, Gaspar de Rosales y díjole que me enviase á llamar y procurase rendirme y que me quedara en Nápoles. El secretario me envió un papel á la galera, corto y breve, en que me decía: «El Conde ha sabido primero que ya vmd. viene ahí; véngase á comer conmigo, que tenemos que darnos dos toques.» Yo, visto que era ya forzoso, salí de la galera y vine á Palacio donde me vi con el secretario y mostré mis bulas, que se quedó espantado y se subió   —269→   arriba á mostrárselas al Conde, el cual dijo: desenojadero tiene Contreras; cataquizalde ¡por vida nuestra!, de manera que se quede aqui bajo; y comimos y hubo grandes sermones y no hubo remedio de quedarme. Las dos galeras ya salían á Gaeta, donde estaban otras aguardando para ir á Génova. Dióme el secretario un pliego del Conde para que diese en mano propia á la Marquesa de Charela. Hícelo y habiendo tirado el tiro de leva me envió el gobernador de Gaeta el bergantín armado para que fuese á Nápoles, que toda mi ropa estaba debajo de todo, que no se podía sacar, é iba cargando ya, que es lo que me valió. Hicimos un viaje á Génova con bien, donde llegamos; á dos dias llegó el Infante Cardenal que esté en gloria. Hizo su entrada galantemente y de allí se fué á Milán y yo á la vuelta de España, en las galeras que vino el Infante Cardenal. Llegué á Barcelona en breve tiempo y de allí á Madrid donde me alojé en casa del Secretario Juan Ruiz de Contreras, padre de D. Fernando el que hoy está en la altura93. Regalóme mucho en su casa y comencé á tratar de pretensiones. Lo primero fué ir á tomar posesión de la encomienda. Volvíme á Madrid y topé con mi hermano que estaba pretendiendo, pidiendo le diesen su sueldo donde había sido reformado por el oficio de Flandes, y habiéndose visto en el Consejo se le dieron veinte escudos de entretenimiento y carta potra que se le diese compañía por el oficio del secretario Rojas, el cual despachó un billete al secretario Pedro de Arce dándole cuenta de aquella merced, el cual recurrió y lo detuvo muchos días haciendo enoscientes á los consejeros de Estado, que yo había sido capitán de caballos de tramoya y que él no había de hacer aquel despacho. Esto lo supe al cabo de algunos días. Como no se despacharla el despacho de mi hermano fuime al Marqués de Santa Cruz, del Consejo de Estado, y apretéle sobre la materia, con que me dijo: ¿Cómo quiere que le den á su hermano el despacho? Si Pedro de Arce dice que vmd. fué capitán de caballos de tramoya.   —270→   Con lo cual volví las espaldas sin decirle nada al Marqués y fuime á mi casa, y sin comer bocado saqué la patente de capitán de caballos corazas y otra de Cabo tropa de quinientas y mi reformación y licencia y apreté los piés y volví á casa del Marqués de Santa Cruz. Hiciéronme entrar y díjele: Suplico V. E. me oiga; más há de veinte años que en el Postigo de San Martin me llamó una dama, anochecido; subí arriba y estuvimos parlando un rato, á lo cual llamaron á la puerta; la señora dama dijo que me escondiese; que luego se iría Pedro de Arce, que era el que venia. Dije que no me había de esconder por ningún caso; que le abriesen; afligida la señora mandó que le abriesen; subió el Sr. Pedro de Arce con su estoque y su broquel, verde como una lechuga; entonces era oficial de la guerra. Así como me vió me preguntó que qué hacía aquí. Yo le respondí; esta señora me estaba preguntando por una amiga suya; y sin acabar la razón enderezó su broquel. Yo estaba sobre la mía y fui presto, que le dí en él una estocada, que broquel, él y el estoque rodaron por la escalera, dando voces que era muerto, sin estar herido.

Bajé con la bulla yo también, y fuime con Dios y á él le llevaron á su casa medio muerto de la caída, con que siempre ha tenido conmigo ojeriza todo este tiempo. Ahora vea V. E. esta patente, licencia y reformación, con que echará de ver que lo que ha contado no es verdad y que fui capitán de corazas siete meses y tres dias94.







 
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