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ArribaAbajo ¿Qué leen Hans y Grete?: (Observaciones sobre la literatura infantil en Alemania)

Mercedes Neuschäfer-Carlón


No, no tengan miedo. Por vivir en el extranjero no voy a poner como ejemplo todo lo que allí sucede, porque -como se burlaba ya Larra hace siglo y medio- fuera de España se sabe todo de muy buena tinta.

Sin embargo voy a comenzar con un factor, que condiciona y estimula la producción literaria alemana en este campo y también el quehacer editorial: el de la recepción.

Si en Alemania pregunto a un señor o una señora amiga: «¿Qué leen tus chicos? ¿Qué han leído últimamente que les haya gustado?», me contesta enseguida dándome unos cuantos títulos, generalmente de autores alemanes y que él o ella han leído también y encontrado interesantes. Si yo los leo suelo estar de acuerdo. Hago la misma pregunta a un señor o señora española y la contestación suele ser: «Chica, no lo sé. Han leído alguno de ésos de los Cinco, de una autora creo que es inglesa, no recuerdo ahora el nombre y... luego tebeos, chica, eso es lo que leen: tebeos. No hay quien los saque de ahí: tebeos». Y yo, que aunque en principio no tengo nada contra la buena de Enid Blyton ni contra los tebeos, pienso que un niño no debe quedarse ahí, me pregunto: ¿Se han puesto en las manos de ese niño libros interesantes, bien escritos y sencillos a la vez, que recojan su mundo e intereses? Porque si yo doy a un chico español un libro de las características de que hablo, lo lee ¡vaya si lo lee! Y un tema que es frecuente entre matrimonios jóvenes alemanes: el de las lecturas de sus hijos, es muy raro en España. Quizás últimamente esté aumentando el interés por ello. Eso lo sabrán mejor mis lectores que yo.

Hay, además, en Alemania muchas personas e instituciones que se ocupan de los nuevos libros infantiles y que, cada mes, cada año, los recomiendan para escuelas, para bibliotecas, para lectores particulares.

También las editoriales se preocupan de sus autores, haciendo lo posible para promocionarlos y darlos a conocer. Y así, no porque los alemanes estén especialmente dotados, aparecen, junto con muchos libros mediocres, también libros y autores interesantes, que son luego conocidos mundialmente.

Escogeré algunos que, en mi opinión, merece la pena comentar. Y quedarán otros, dada la extensión de mi artículo, sobre los que también me hubiera gustado decir algo. Hablaré un poco de sus temas, sus tendencias y sobre todo -esto me parece lo más importante- de cómo estos autores son recibidos y aceptados por el público a quien van dirigidos, es decir por los niños, no por los mayores.

Y voy a comenzar con dos libros que son lectura obligada en los primeros años de los chiquillos alemanes. Estos libros los escuchan leídos   —27→   generalmente por sus padres o abuelos, que, a su vez, los han oído también de pequeños. Son El Struwelpeter y Max und Moritz de mediados y finales del siglo XIX respectivamente.

Sobre El Struwelpeter se ha discutido mucho e incluso ha estado «prohibido» por los «expertos». Es, sin duda, un libro extraño. Tiene, por una parte, algo cruel: los niños de sus historias hacen algo más o menos malo, y, por ello, les llegan a veces terribles castigos. Pero, por la otra, estos castigos son en algunos casos tan exagerados, tan disparatados incluso que no se les puede ver como reales. También el gracioso ritmo de sus versos hace que el texto divierta a la vez que asusta un poco. Quizá haya en él algo de burla de los libros didácticos de su tiempo. Ahí está, en la portada, el terrible Struwelpeter con sus pelos larguísimos y enmarañados, sus uñas increíbles -de peine y tijeras no quiere saber nada-; pero bien decidido y plantado, desafiando el mundo de los adultos.

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Ilust. de Wilhelm Busch (Max und Morik..., München, Braun & Schneider, s.a., edic. facsímil)

Max und Moritz cuenta las aventuras de dos chiquillos, popularísimos entre los niños alemanes. Max y Moritz son traviesos y bastante malos también y por eso tienen que terminar siendo castigados. Su castigo, a primera vista, parece cruelísimo. En un saco son llevados al molino y molidos allí, pero, ¿qué pasa? Lo que sale de la molienda son granos de trigo, que, esparcidos por el suelo después, toman de nuevo la forma característica de Max y Moritz. Y así el castigo cruel se convierte en chiste disparatado.

Como El Struwelpeter, Max und Moritz está escrito en verso, en versos geniales y pegadizos, que los niños, ya en la primera edad, aprenden con gusto y sin esfuerzo. Yo no encuentro, como algunos han dicho, represivos a estos dos libros. Menos aún si son leídos a los pequeños por sus padres, que viendo su reacción y también con el recuerdo de la sensación que, en su día, les han producido, pueden comentarlos. Y es, sin duda, su posición de distancia irónica hacia lo didáctico la que ha hecho que estos dos libros sobrevivan.

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Otro autor muy leído, muy traducido y al que yo aprecio de verdad es Erich Kästner. Es uno de los pocos autores que pueden enseñar y hacer pensar a los niños sin aburrirles.

Y esto lo consigue creando, ante todo, una historia atractiva e interesante de la que luego, como en todo buen libro, surge de forma natural una enseñanza. A la vez, que de forma simpática y con humor, se distancia de la antipática moraleja. Emil und die Detektive (Emil y los detectives), Das doppelte Lottchen (La doble Carlota), Pünktchen und Anton (Puntito y Antón), Das fliegende Klassenzimmer (El aula voladora) son libros de esos que puedo entregar a un niño con la seguridad de que los leerá y de que disfrutará.

Otra autora, buena de verdad, es Úrsula Wölfel. Mucho me ha gustado, a los niños por supuesto también, Fliegender Stern, que cuenta, con estilo muy acertado, sencillo y expresivo a la vez, la gran hazaña de un pequeño piel roja. Su aventura será con seguridad muy del gusto de niños a partir de 7/8 años. Otro gran libro de esta autora Campos verdes, campos grises está escrito con estilo sobrio, gran sensibilidad y equilibrio. Las narraciones de este último libro, aunque no entusiasman a todo tipo de chicos, les hacen sin duda pensar y les enriquece. Un excelente libro. Sé que sus historias para niños pequeños -Suppengeschichten (Historias para tomar la sopa) por ejemplo- encantan a los chiquitines. Yo, personalmente, he de reconocer que no las encuentro demasiado gracia; pero, ante el entusiasmo de los más pequeños, es seguro que Úrsula Wölfel ha acertado.

Y paso a otro gran autor: Peter Hartling. Oma (La abuela) es un libro inteligente y original que hace ver a los niños el paso del tiempo y el cambio, a través de él, de formas de vivir y pensar. Es un libro sensible sin falsa sentimentalidad. En cuanto a su recepción por los niños, las opiniones se dividen. He hablado con algunos a los que ha gustado mucho, impresionado también. A otros, no. Sin duda no es un libro para todos los chiquillos. A muchos más gustará «Teo haut ab» (Teo se larga), que, además del problema, tiene acción y aventura. Me estorban, sin embargo, algunas cosas de su segunda parte.

Muy bonito es Ben liebt Anna (Ben quiere a Anna) con un tema muy tierno: el amor entre una niña emigrante polaca y un niño alemán. Un amor, lleno de inseguridad, en una edad en la que no se sabe todavía muy bien lo que se siente y uno se avergüenza incluso, ante los otros, de sus sentimientos. Una narración muy real y delicada.

Y paso a otra autora que, como austriaca, es de habla alemana: Christine Nöstlinger. Es ésta una autora muy original. Su estilo y forma de pensar son, en muchos casos, nuevos.

Wir pfeifen auf den Gurkenkonig (Me importa un comino el rey pepino) es una narración dentro del mundo de todos los días; pero también con una parte fantástica introducida muy hábilmente. Este libro está producido

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Ilust. de Margarita Menéndez (Los chicos del sótano mágico, de Ch. Nostlinger, Barcelona, Noguer, 1985)

dentro de la ola de lo antiautoritario. Muy distinto e interesante también es Mäikafer flieg (el título es el de una canción que cantaban los niños en la guerra). Su tema es la infancia de una niña en Viena, durante la 2ª Guerra Mundial y su amistad con un soldado ruso.

Muchos, muchos más libros ha publicado con éxito esta autora, que fue galardonada con el último Premio Andersen.

Su fuerte es ponerse en el punto de vista de los chicos y reflejar bien su lenguaje y forma de pensar. Y, con ello, descubrir cosas falsas e injustas en el mundo de los mayores.

No es, sin embargo, una autora a la que yo puedo aceptar sin reservas. Hay momentos en los que, en mi criterio, se pasa en un afán de notoriedad y originalidad. No tiene en cuenta, a veces, la realidad y se queda, sin pensar en una posible interpretación del público infantil a quien se dirige, en el mundo de las ideas.

Últimamente me han hablado de un libro de Gudrun Pausewang, que, según   —30→   los padres, había entusiasmado a sus pequeños. Su título es: Wer hat Angst vor Räuber Grapsch? (¿Quién tiene miedo del bandido Grapsch?). Lo leí y estoy de acuerdo con los niños. El libro es entretenido, simpático, bien construido. Me gustó.

Menos ya de la misma autora Friedensgeschichten (Historias para la paz). Con motivo del Año de la Paz, se ha pensado unas historias, mejores unas, peores otras; pero todas ellas con poco carácter en la narración y en los personajes, que están en función del resultado que en este caso debe salir siempre. Curiosa, muy curiosa es la historia en la que a un chiquillo se le ocurre querer jugar a la guerra con su tío en el bosque y... ¡válgame Dios cómo termina el pobre crío! Con verdadera violencia se le educa para la paz.

Un libro serio, impresionante, también de esta autora, es Die letzten Kinder von Schewenborn (Los últimos niños). Es una narración de ficción: La bomba atómica ha caído. Ciudades enteras, Frankfurt por ejemplo, han sido borradas del mapa. Quedan en zonas alejadas de los grandes núcleos, algunos supervivientes sin comunicación posible con el resto del mundo. De la familia protagonista -un hijo de ella es el que cuenta- van enfermando y desapareciendo casi todos. Tristeza, desolación, miedo. Si en un caso así, la situación será como la describe G. Pausewang, no lo sé y quiera Dios que nadie nunca llegue a saberlo. Puede que haya en los niños, al leer esta historia, algo de interés morboso. Pero si no les quita el sueño, ni la alegría, ni la fe en la vida y les hace, en cambio, ver con horror una posible guerra atómica, acaso esté bien que la lean. No sé, no sé bien.

Y no quiero terminar esta breve visión sobre la literatura infantil alemana, sin referirme a un fenómeno de los últimos tiempos: De un libro se habla ya como un éxito antes de aparecer. Periódicos y revistas lo comentan. En las librerías, después, se le recomienda -también porque es caro- como lo mejor. Para llegar a los otros libros para niños hay que pasar por una verdadera barricada de ejemplares de ese libro. Y así se vende en gran número. Ahora ya es un éxito editorial con el que se puede hacer propaganda eficaz en otros países. A muchos no les ha gustado; a otros, sí. Bastantes no han sido capaces de terminarlo. El número de ejemplares vendidos ha hecho de él un gran libro. Me refiero, todos lo saben ya, a La historia interminable de Michael Ende. Y es una lástima que la estrategia de los «bestseller» se use también en el campo de la literatura infantil.

Y ahora vuelvo a España. Pienso que ahí no falta inteligencia, ni fantasía, ni sensibilidad, ni talento para escribir. También para los niños. Algo sucede o no sucede, sin embargo. Pero ello sería tema ya de otro artículo.

Mi deseo es que en España se tenga fe en sus autores, se les ayude y, sin cerrar los ojos a lo que «por ahí» pasa, se cree una literatura infantil propia y original. Y sobre todo del gusto de los chiquillos. Recuerdo la ilusión con que yo leía de niña -¡Dios mío, qué alegría cuando me regalaban de ella un nuevo libro!- a Elena Fortún.

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Y deseo también que en las ferias de Frankfurt o de Bolonia, los editores españoles no anden sólo a la caza de licencias para traducciones, sino que también esperen tranquilamente en sus «stands» a que en el extranjero se reconozca a sus autores.

Pero claro, los primeros que tienen que reconocerlos son ellos mismos.

Mercedes Neuschäfer-Carlón

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