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ArribaAbajoCapítulo XII

Solaces de política hidráulica


Las lluvias y nieves del Pirineo central dan origen a dos ríos caudalosos, que el ferrocarril de Zaragoza a Barcelona cruza por larguísimos puentes de hierro en poco más de una hora: el Segre y el Cinca, conocidos en la geografía romana por Sicoris y Cinga. A derecha e izquierda de Monte Perdido, uno de los tres picos centrales de más elevación, desde el valle de Broto hasta el de Andorra, pasando por los de Bielsa, Vió, Gistau, Benasque, Viella, Cerdaña y otros de menos nombre, nacen infinidad de ríos, arroyos, regatos y torrentes, como en ninguna otra parte desde Santas Creus a Oyarzun, correspondiendo a lo elevado, áspero y quebrado de la cordillera por aquella parte. El Cinqueta, el Ara, el Ésera, el Alcanadre, los dos Nogueras y el Balira, que son, con el Cinca y el Segre, los de más caudal, vienen a desaguar en los dos últimos, los cuales, después de un recorrido de 181 y 257 kilómetros respectivamente, se reúnen en un sólo cauce, cerca del Monasterio de Escarpe, por bajo de la ciudad de Fraga, para desaparecer poco después, vertiéndose en el Ebro, junto a Mequinenza.

Efecto de su gran altitud, esos picos centrales donde el Cinca, el Segre y sus tributarios tienen su nacimiento, a saber, Monte Perdido, Tres Sorores, Viñamala, Marboré, Maladeta, Viella, Corrlitte, etc., reciben durante el invierno mayor copia de nieve que los demás del Pirineo catalán, aragonés y navarro y la retienen por más tiempo, penetrando con ella muy adentro del verano e imprimiendo un sello de grandeza, de originalidad y de encanto a la decoración de montañas que se ofrece al viajero cuando atraviesa en el tren, durante los meses de Junio y de Julio, las desoladas llanuras de Lérida y el Alto Aragón, entre el río Segre y el Alcanadre. Hasta el mes de Junio, el agua de lluvia y los deshielos de las nieves inferiores bastan para alimentar la corriente de los ríos, manteniéndola en su más alto nivel; pero ya en Junio, y sobre todo en Julio, descendería a menos de la mitad, como les pasa a los demás ríos de la vertiente española del Pirineo, y en general a casi todos los de la Península, si no dispusieran de aquella gran reserva de nieves cuasi perpetuas, derretidas paulatinamente por los vientos calientes que soplan del Sur y la mayor potencia calorífica de los rayos solares. Prodúcese entonces un fenómeno semejante en los efectos al flujo y reflujo del mar, y que he tenido ocasión de observar en el punto donde el apacible Isábena cede voluntario su caudal al fiero y turbulento Ésera, junto a la villa de Graus. Durante el día, opérase en grande el derretimiento de las nieves que se ven blanquear desde allí en los picos más altos, a 40 kilómetros de distancia; determina eso una crecida del Ésera, que no principia a sentirse en Graus antes de la noche; a la madrugada, la crecida ha cesado, el nivel del río ha descendido otra vez, y la arena de las orillas, húmeda aún, ofrece el aspecto de las playas del Océano en el momento de la baja mar. El deshielo de la montaña cesa en gran parte durante la noche; por cuya razón, arrastra el río menor cantidad de agua durante el día frente a la nombrada población y sus comarcanas.

La consecuencia de esto es por demás obvia, siquiera no haya penetrado aún como noción común en las escuelas. A medida que la generalidad de los ríos peninsulares, sin excluir los de primer orden, como el Ebro, el Tajo, el Guadiana, descienden de nivel con los grandes calores estivales, los ríos de aquella parte del Pirineo conservan su caudal de 25 a 50 metros cúbicos de agua por segundo, hasta el punto de que se inviertan sus respectivas categorías, ostentándose con mayor volumen que aquellos. El Cinca, por ejemplo, lleva en Julio, a su paso por Fraga, más agua que el Ebro en Zaragoza, y aun que el Ebro en el Burgo, después de habérsele juntado el Gállego: uno solo de los afluentes del Cinca, el Ésera, en el sitio donde se halla emplazada la toma de aguas para el canal de Tamarite, por bajo de Olvena, es en Junio y Julio tan caudaloso como el Tajo en Toledo, y veinte veces más que el Guadiana frente a Badajoz. Tal resulta de los aforos practicados por las respectivas divisiones hidrológicas y publicados por el Ministerio de Fomento.

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Esta economía de los ríos del Pirineo central la comprendió a maravilla el poeta hispano-romano Marco Anneo Lucano, en el poema que compuso en el siglo I de nuestra era sobre motivos de aquella gigantesca guerra civil de que fueron corifeos y caudillos Pompeyo y César y a cuyo término la irremediable decadencia de Roma y la anarquía de sus poderes vino a desembocar en una monarquía.

No habiendo llegado Afranio y Petreio, generales pompeyanos, a tiempo de cerrar el paso del Pirineo a los partidarios de César, fueron a acampar en una colina situada a 300 pasos de Lérida; Fabio avanzó más, y situó su campamento en el breve espacio que quedaba entre los dos ríos, en el lugar de su confluencia (por bajo del ex-monasterio, granja ahora, de Escarpe), punto de encuentro de tres líneas estratégicas tan importantes como las del Ebro, del Cinca y del Segre, que ha servido de teatro a operaciones guerreras de la mayor resonancia en la historia, desde César a Condé, desde Staremberg a Napoleón. Desde aquella colina ilerdense, dice el malogrado amigo y rival de Nerón, se contempla en el apartado horizonte una planicie vastísima, cuyo límite alcanza difícilmente los ojos, formada por el codicioso Cinca:


Explicat hinc tellus campos effusa patentes,
Vix oculo prendente modum; camposque coerces,
Cinga rapax...


(PHARS., IV, 19-21.)                


Esa llanura que se dilata a derecha e izquierda del río Cinca es al presente una de las regiones más secas del globo, y todavía parece en potencia de empeorar. César llegó al campamento el día 23 de Junio, y aún no estaban las mieses en sazón de poderse segar, según nos dice él mismo en sus Comentarios de bello civile (neque multum frumenta a maturitate aberant, I, 48): ahora maduran bastante antes; lo cual denotaría que la sequedad no era en aquel país tan extremada como lo es en la actualidad.

Seguramente César habría mudado a mejor sitio su campamento, si hubiese conocido el régimen de los dos ríos que lo circuían y el riesgo que corrían por causa de él el ejército y su fortuna. Como siempre, desde hacía miles de años, había nevado copiosamente durante el invierno en toda la cabecera hidrográfica del Cinca y del Segre y en los puertos más elevados donde brotan sus fuentes:


Pigro bruma gelu, siccisque Aquilonibus huerens,
Aethere constricto plurias in nube tenebat,
Urebant montana nives, camposque jacentes
Non duraturæ conspecto sole pruinæ.


(IV, 50-54.)                


Llegaron en esto los vientos cálidos del Mediterráneo, y salvando los primeros parapetos de la sierra que señalan la linde de los somontanos, internáronse por las gargantas del Vero, del Grado, del Congostro, del Monsec y demás, hasta tocar con su hálito abrasado el imperio del hielo en la cresta misma de la cordillera; y aquella masa de agua solidificada principió a licuarse e invadir tumultuosamente el talweg de los valles: «las nieves que Titán (el Sol) no había podido nunca fundir, se precipitan del Pirineo; entra en fusión el hielo; derrítense las peñas; el raudal que brota impetuoso de los manantiales abandona su lecho de costumbre: tan grande es la mole de agua que afluye al río por sus dos orillas»:


Iamque Pyrenaeae, quas nunquam solvere Titan
Evaluit, fluxere nives, fractoque madescunt
Saxa gelu; tum, quæ solitis efontibus exit,
Non habet unda viam; tan largas alveus omnis
A ripis accepit aquas...


(IV, 83-87; cf. Cæsar, I, 48.)                


Presta comentario a estos versos del gran épico latino la acotación que pone el encargado de aforar el Cinca el día 6 de Julio de 1880, en que el río cubicaba 157 metros por segundo junto al ex-monasterio de Escarpe: «Viento Sur en dirección favorable a la corriente: sigue por causa de este viento el derretimiento de las nieves, sosteniendo el régimen del río» (edición oficial). -Coincidiendo con el deshielo de las nieves, desencadenóse una legión de tempestades violentísimas de parte de levante, que descargaron diluvios de agua, produciéndose una inundación como no se recordaba otra en el país (tanta enim tempestas cooritur, ut nunquam illis locis majores aquas fuisse constaret, dice César, loc. cit.): árboles y colinas desaparecen bajo el agua; las líneas de los ríos se borran, y la pequeña Mesopotamia donde Fabio había aposentado al ejército, quedó convertida en un piélago; el campamento flota en medio del bravío oleaje; los caballos luchan, nadando desesperados contra la impetuosa corriente que los arrastra; los dos puentes de madera tendidos en un principio, son arrancados de cuajo en un mismo día; las legiones quedan aisladas, prisioneras de los dos ríos, incomunicadas con el resto del mundo, sin trigo para los soldados, sin forraje para las acémilas, sin barcas para cruzar la sábana de agua y ponerse en salvo; mientras los pompeyanos tenían sus bien surtidos almacenes de Lérida y la facilidad de pasar el río por el puente de piedra de esta ciudad. No sufrió César mayor contrariedad en toda su carrera; y a punto estuvo de eclipsarse para siempre, en aquel confín del Alto-Aragón, la fortuna del conquistador de las Galias y el astro naciente de la monarquía. La inundación llevaba ya varios días y no daba señales de acabar. Pronto el hambre hizo presa en el campamento y principió a minar la salud de los soldados y su fortaleza de ánimo: las tribus aliadas no podían hacer llegar hasta él víveres de ninguna clase; si algún forrajeador, desesperado o heroico, desafiando el peligro conseguía alejarse para probar fortuna, veíase atacado de súbito por los aragoneses y catalanes que formaban parte del ejército pompeyano y para quienes era cosa de juego pasar el río cabalgando sobre odres hinchados, que no dejaban nunca de llevar a la guerra y les hacían veces de puentes y de embarcaciones. Los convoyes que les llegaron de la Galia con vituallas y municiones y gran golpe de auxiliares, arqueros y jinetes, viéronse detenidos por la inundación en la orilla del río, frente al campamento, y atacados por Afranio, que los rechazó a las sierras, sin que César, condenado a presenciar aquel combate desigual, pudiese ponerle remedio. Declaróse una epidemia grave en el campamento. La correspondencia con Italia estaba interrumpida en absoluto. La situación era tan comprometida, que cuando llegó la noticia a Roma, túvose generalmente por concluida la guerra: la familia de Afranio recibió felicitacione anticipadas; apresuráronse muchos a salir de Italia para ir a engruesar las filas de Pompeyo; el partido de éste creció como la espuma en un instante.

Desgraciadamente para él, sus generales habían cometido dos grandes errores, y en ellos encontró César su salvación y la de su ejército. Ocurrióle fabricar apresuradamente unas lanchas portátiles, con mimbre entretejido y forrado de cuero; mandólas llevar en carros a la orilla del Segre, y aprovechando un descuido de sus contrarios, embarcó una legión, hízola tomar posiciones en una altura, a la orilla izquierda del río, para proteger a los trabajadores; tendió un puente; llamó el convoy salvador, que los pompeyanos se habían contentado con ahuyentar de las cercanías; tomó atrevidamente la ofensiva, y su partido se rehizo como por ensalmo: adhiriéronsele tribus tan importantes como los vescitanos de Huesca, los ilergavones de Tortosa, los cessetanos de Tarragona, y otras.

- En vista de esto, decidieron Afranio y Petreio trasladar el teatro de la guerra a la Celtiberia, donde contaban mayor número de parciales; y a tal intento, dispusieron un puente de barcas sobre el Ebro, por bajo de Mequinenza. Para cortarles el paso, érale preciso a César dominar las dos orillas del Segre, y, por tanto, tener la misma facilidad de cruzarlo con infantería que la que tenían sus contrarios. Al efecto, concibió la idea de sangrar el río por multitud de canales que, rebajando su nivel, lo hiciese vadeable. «Para que no renueve la audacia de sus inundaciones (canta Lucano), lo reparte César en numerosos canales, y así dividido, aquel que poco antes blasonaba de brazo de mar, queda reducido a ser un humilde arroyo, que sufre el castigo de sus olas desbordadas»:


Ac ne quid Sicoris repetitis audeat undis,
Spargitur in sulcos, et scisso gurgite rivus
Dat poenas majoris aquæ.


(IV, 141-143; cf. Cæsar, I, 62.)                


La hipérbole del Virgilio cordubense es manifiesta; por César sabemos que, todavía con la obra, tuvieron que pasar los legionarios el río con agua hasta los hombros. Sin descansar, chorreando aún, lanzáronse en persecución de los pompeyanos, que se deslizaban silenciosamente, protegidos por la obscuridad de la noche, en demanda del Ebro. A corta distancia de la orilla, en los desfiladeros de las Garrigas, les dieron alcance, y acamparon frente por frente de ellos. Fue entonces cuando desplegó César los inmensos recursos de su estrategia sin igual; el relato de aquellas evoluciones asombrosas y de aquel triunfo inverosímil, tan brillante y tan sólido, conseguido sin derramamiento de sangre, por arte de su genio soberano, ha sido el encanto y la admiración de todos los grandes capitanes de la historia hasta el presente siglo. Reducidos los pompeyanos a la última extremidad, aturdidos, perdida la brújula, intentaron regresar a Lérida; pero César se lo impidió con un rápido movimiento envolvente, que los detuvo a mitad de camino. Cercados en un cabezo sin agua, donde no podían adelantar ni retroceder, padecieron tormentos indecibles; abrían pozos, y en ninguno encontraron una gota de humedad; el rocío de la mañana no bastaba a humedecer sus fauces desecadas; invocaban la lluvia, y Neptuno se mostraba sordo a sus ruegos; las vacas no daban ya leche, y les bebían la sangre; un fuego abrasador devorábales las entrañas; mordían rabiosamente la hierba, con la ilusión de encontrar en sus amargos jugos algún alivio; la lengua, denegrida, causábales la sensación de un pedazo de carne seca pegada al paladar; y lo que les hacía más doloroso este suplicio, es que no lo padecían en algún desierto, que «no se hallaban en la árida Meroe o bajo la línea de Cáncer, en los abrasados arenales saháricos que labra el pueblo desnudo de los Garamantes, sino teniendo delante de la vista y murmurando a sus pies dos ríos caudalosos, el perezoso Segre y el Ebro veloz».


Quoque magis miseros undæ jejunia solvant
Non super arentem Meroen, Cancrique sub axe,
Qua nudi Garamantes arant, sedere; sed inter
Stagnantem Sicorim, et rapidum deprensus Iberum
Spectat vicinos sitiens exercitus amnes.


(IV, 332-336; cf. Cæsar, I, 81 et sqq.)                


Hemos visto a César en riesgo inminente de perecer víctima de la inundación; salváronle de ella su ingenio y su buena estrella, y triunfó de Pompeyo por la sed y alcanzó el imperio. Los pompeyanos, casi exánimes ya, capitularon el día 2 de Agosto del año 48 antes de Jesucristo, aceptando las condiciones que quiso imponerles el vencedor; y al punto, levantado ya el cerco, lanzáronse frenéticos al río para saciar su sed, con tales ansias, que el Ebro entero les parecía menguado para henchir sus venas desecadas. De ese espectáculo saca el poeta, como de costumbre, una moralidad contra la ambición y contra la guerra: «Un río y los sabrosos dones de Ceres: no necesitan más que esto para ser dichosos los pueblos: infelices ¡ay! los que tienen que ejercitarse en la guerra!»


Satis est populis fluviusque Ceresque.
Heu miseri, qui bella geruntl.


(IV, 381-382.)                


Aquel ejército lucidísimo de italianos y españoles que seguían las banderas del gran Pompeyo, encerrado en un círculo de fuego, sufriendo el suplicio de Tántalo, moribundo de sed en presencia de dos ríos caudalosos, es la imagen fiel de esta dilatada comarca del bajo Cinca, que el poeta nos ha mostrado desde la colina de Ilerda perdiéndose entre las brumas lejana del horizonte. Sobresale por ser el más seco entre los más secos de España: en 1892 habían transcurrido siete años consecutivos sin llover, y cuando por fin llovió, los labradores no tenían ya grano para sembrar ni crédito con que comprarlo. Este hecho se repite con una periodicidad desesperante en cada siglo: de la centuria última poseemos fechas como éstas: 1718 a 1725, en que no llovió, ni hubo cosecha por tanto; 1748 a 1755, en que sucedió, igual; 1779 a 1784, en que volvió a imperar el funesto ricorso de la sequía: nubes de literanos emigraron a Zaragoza para ocuparse en las obras del canal Imperial, a las órdenes del clarísimo Pignatelli. Y es lo más doloroso que, mientras esto sucede, mientras el trigo no puede nacer por falta de humedad, o, nacido, no puede granar, abrasado por un sol de fuego que ni el más ligero chubasco viene a moderar, cruza la comarca de parte a parte, pregonando a gritos la medicina, el río Cinca, con sus 70 a 200 metros cúbicos de agua por segundo. Dos canales hay proyectados para regar 1000 kilómetros cuadrados (100.000 hectáreas) de tierra cultivable a la derecha del río, y otros tantos a la izquierda, en su cuenca inferior o submontana: el de Barbastro (o dígase «de Sobrarbe»), derivado del tributario Ara, y el de Tamarite (dicho también «de la Litera»), derivado del afluente Ésera. Son los dos mayores entre todos los proyectados y posibles en España, y representan la mitad de todo el regadío nuevo que tratan de crear los 26 proyectos de canales y pantanos que han pasado por el ministerio de Fomento en los últimos cuarenta años. En uno de los dos, el de Tamarite, hay ya construidas obras por valor de algunos millones de pesetas.

Si como tuvo César arrojo para lanzarse a amansar un río pirenaico hinchado por el deshielo de las nieves invernales, sangrándolo copiosamente por medio de canales cerca de la gola, con fines militares y de circunstancias, hubiera acometido la empresa de sangrarlo en sus afluentes superiores para fines económicos y permanentes, hasta dejarlo enteramente en seco, y encauzar hacia los campos de la Barbetania, de Ripacurtia y de la Ilergecia hasta la última gota de lluvia y hasta el último copo de nieve caídos en el Pirineo central, ¡cuán distinta suerte la de España al punto en que se han constituido las modernas nacionalidades! La obra era digna del genio de Roma, y César habría encontrado más útil empleo que en ninguna otra parte del mundo a aquellas colonias de proletarios romanos que hubo de fundar en África, en Grecia y aun en España, atento a conjurar la cuestión social, todavía candente. Una hectárea de regadío en España produce tanto como diez hectáreas de secano, por término medio. Aun cuando no hubiese alcanzado el beneficio del riego, en la cuenca inferior del Cinca, más que a 100.000 hectáreas, o sea 1.000 kilómetros cuadrados de territorio -mitad de lo calculado para los dos canales de Sobrarbe y de Tamarite-, se habría podido obtener un ahorro anual mínimo de 5 millones de pesetas, descontados todos los gastos; lo cual representa, para los diez y nueve siglos que van corridos con exceso hasta hoy, un capital de más de 370.000 millones de pesetas, admitiendo que dicho sobrante no se amortizaba en el ocioso vientre de una alcancía, sino que entraba en actividad a su vez y se acrecentaba según la regla del Interés simple, a razón de 4 por 100 anual27 .

Imposible formarse cabal idea de esa cifra sin algún término de comparación, tal como el siguiente: la nación española está valorada, económicamente (riqueza rústica y urbana, obras públicas, montes, buques mercantes y de guerra, fábricas, numerario, etcétera), en unos 45. 000 millones de pesetas; Italia, en 50.000; Austria-Hungría, en 100.000; Alemania, en 142.000; Francia, en 225.000; Inglaterra, en 270.000; Méjico, en 3.000; los Estados Unidos del Norte de América, en 313.000. Los canales del Cinca habrían podido engendrar hasta hoy seis Españas como la de nuestros días, o una sola tan rica, tan agricultora, tan ganadera, tan industrial, de tanta población, de tanta marina, de tanto comercio y tan extendida y afincada en el planeta como Inglaterra. ¡A cuántos millones de seres habrían procurado el sustento y el bienestar aquellos treinta mil combatientes que quedaron tendidos en los campos de Munda, si se hubieran estacionado en las orillas del Cinca y del Segre y convertido su milicia a los fecundos combates con las fuerzas ciegas de la Naturaleza, domeñándolas, encauzándolas, haciendo de ellas manantiales de bien y de riqueza, siendo colaboradores de Dios en el plan de la creación, legando a la posteridad la llave de estos dos ríos que vierten en el mar a cada generación incalculables masas de trigo, de legumbres, de frutas, de cáñamo, de lana, de aceite, de queso, de carne, de pescado!

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Desgraciadamente, Roma sintió poca pasión por este género de obras; y España no ha tenido otro maestro que ella en muchos siglos. Para encontrar un tipo, un modelo y aun diríamos más, el molde de eso que se ha llamado propiamente política hidráulica, hay que remontarse en la corriente de los siglos hasta los orígenes de la Caldea y de la Asiria, y representarse a aquellos reyes agricultores de Babilonia que crearon naciones poderosas sin más base que canales, con que retenían en el suelo las lluvias y las nieves de las montañas de Armenia, que corrían sin freno por los cauces del Tigris y del Éufrates a perderse en el golfo Pérsico. Bien decía, en el estilo pintoresco y centelleante de sus profecías, Ezequiel, comparando el imperio de Asiria a un cedro del Líbano de frondosa copa: «Las aguas lo nutrieron; los ríos corrieron en torno a sus raíces. Por esto aventajó en altura a todos los demás árboles de la región, y se multiplicaron sus ramas y robusteciéronse; y a su sombra vivió congregación de muchísimas gentes: por la abundancia de aguas.» (XXXI, 4 seqq.)

En este género de política creadora fueron legisladores y maestros Hammurabi, Nabuchodonosor, Sennacherib y Sargón. -Hammurabi, esclarecido guerrero, fundador de la grandeza de Babilonia, que sometió a su cetro toda la Caldea y reinó desde el año 1700 a 1645 antes de J. C., gloriábase de las conquistas alcanzadas sobre la Naturaleza tanto como de las conquistas políticas obtenidas por fuerza de armas sobre las naciones summero-accadias. «Los dioses Ramán y Bel (dice él mismo en una inscripción que se conserva) han puesto en mis manos a los pueblos de Summer y de Accad para que los gobierne; ellos han henchido con sus tributos mi tesoro. He construido el canal Nahar Hammurabi, bendición de los habitantes de Babilonia. Este canal fertiliza con su riego las tierras de los summeros y de los accadios; yo he encauzado el raudal de sus acequias secundarias a los llanos antes despoblados, y lo he obligado a verterse en cauces antes secos, para proveer abundantemente de agua a los pueblos de Summer y de Accad. He instalado en numerosas poblaciones a los moradores de los países de Summer y de Accad; he transformado los yermos desiertos en feraces huertas; les he procurado la fertilidad y la abundancia; he hecho de ellos asiento del bienestar y de la dicha.» En tiempo de este monarca, y aun después, los contratos privados se databan por relación al año de la inauguración de algún canal, como por la fecha de alguna gran victoria.

Otro soberano y guerrero insigne, Sargón, que reinó en Asiria en la segunda mitad del siglo VIII antes de nuestra Era, se dice a sí propio, en una inscripción cuneiforme, «el Rey que se informaba de las públicas necesidades, recibía con agrado las solicitudes que le eran dirigidas, y se dedicaba a reconstruir los pueblos arruinados y a poner en cultivo sus alfoces; el que pobló de árboles las cimas de los montes donde nunca se había visto vegetación, el que se ejercitó en convertir los lugares yermos, no favorecidos nunca con el riego de los canales, en tierras de labor donde fructificaban los panes y resonaban bulliciosos cantares, y del mismo modo, en limpiar los cauces abandonados de las corrientes de agua y abrir acequias, surtiéndolas de agua clara tan abundante como las olas del mar; soberano de entendimiento perspicaz, de ojo vigilante en todas las cosas... acertado en el consejo, dotado de prudencia política para llenar de mantenimientos los anchos almacenes de la tierra de Asshur, y tenerlos repletos constantemente y no permitir que el aceite se vendiese demasiado caro y poner tasa al precio del sésamo, lo mismo que al del trigo.»

En esa escuela se formaron ilustres personalidades de Israel, con ocasión de su cautiverio, tales como el profeta Ezequiel y el anónimo autor de alguno de los Salmos. «Alaben al Señor sus misericordias y sus maravillas con los hijos de los hombres (dice uno). Mudó el desierto en estanque, y la tierra sedienta en hervidero de manantiales, y estableció en ella a los hambrientos, y edificaron ciudad donde morar. Y sembraron los campos, y plantaron viñas y dieron su fruto natural. Y los bendijo, y se multiplicaron, y se acrecentaron sus rebaños. Cayó el menosprecio sobre los príncipes y levantó al pobre de su abatimiento, y aumentó las familias cual rebaños.» (Psalm. CVI, 31 sqq.) Siglos antes, el «amigo» del Cantar de los Cantares había comparado a su amada con un huerto: «Eres un huerto cerrado, una fuente sellada; ven a mi huerto, hermana y esposa mía»; comparación propia de un pueblo que había hecho cultivables hasta las faldas y laderas de las montañas por medio de bancales o terrazas artificiales, subiendo la tierra a lomo, y que, reteniendo en ellas por medio del riego las aguas que fluían de las cumbres, había sabido transformar uno de los países más áridos y quebrados de Asia en vergel de árboles frutales, higueras, olivos, granados, nogales, manzanos, alfónsigos, naranjos, palmeras y vides, y mantener una población densísima, con que levantaba ejércitos numerosos en un territorio no mayor que la mitad de Aragón. -Igual espíritu que en los salmos alienta en las profecías políticas de Ezequiel. Prisionero con Jechonías y confinado a Hallat, barrio de Babilonia, en tiempo de Nabuchodonosor, el hijo de Buzi trazaba años después el siguiente plan de gobierno para el pueblo de Dios, al anunciarle el término de la cautividad y la vuelta a Jerusalén: «Esto dice el Señor Dios. Os sacaré de entre las gentes y os recogeré de todos los países y os conduciré a vuestra patria. Os quitaré el corazón de piedra que tenéis en el pecho, y os daré un corazón de carne, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros. Y haré que viváis en justicia. Y moraré en la tierra que di a vuestros padres. Y repoblaré vuestras ciudades, levantándolas de sus ruinas. Y os purificaré de todas vuestras impurezas. Y llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no traeré hambre sobre vosotros. Y multiplicaré el fruto del árbol y las cosechas de los campos, para que no sufráis por más tiempo el oprobio del hambre entre las gentes.» (XXXVI, 24 sqq.)

Restituir a la patria a los emigrados y proscritos; fomentar la agricultura, convirtiendo la estepa abrasada en estanque de aguas, para que nadie carezca de lo necesario y la nación no arrastre el oprobio del hambre entre las gentes; cultivar el espíritu individual, alumbrando en él la verdad por la educación y despertándolo a sentimientos humanos; reprimir las injusticias de los soberbios y levantar al pobre de su opresión y de su abatimiento: he aquí un programa que se diría hecho para la España cautiva, decadente y hambrienta de nuestros días, con peinar canas de veinticinco siglos.

Ni necesitamos salir de la Península para oír lecciones de ese género. En lo que llamaríamos vestíbulo o anteportada de nuestra historia nacional, la mitología tartesia nos brinda un plan semejante, lleno todavía de actualidad, y en el cual, por una dichosa conjunción, se dan la mano el programa político del país (intereses materiales y morales) y el programa político de los partidos (libertad civil y política, organización). El antecedente personal de ese programa envuelve, además, una lección de humanidad y de moral que sería de desear no fuese desaprovechada por nuestros estadistas. Ábidis, el institutor mítico del Algarbe, propuso como finalidad a su gobierno mejorar la condición del pueblo, acordándose de las privaciones que él había padecido y de la injusta opresión de que había sido víctima, para que sus súbditos estuviesen libres de padecerlas: odio eorum quæ ipse passus fuerat. El historiador Justino, en su Epítome de Trogo Pompeio (XLIV, 4), nos ha conservado los trazos más geniales de ese programa encerrado en los actos del humanísimo nieto de Gárgoris: 1.º Promovió el adelanto de la producción, enseñando al pueblo la agricultura, y mejoró su régimen alimenticio: boves primus aratro domari frumentaque sulco quærere docuit; et ex agresti cibo mitiora vesci homines coegit: -2.º Reprimió la anarquía del estado natural, dando al pueblo una constitución y obligándole a vivir por principios de derecho y según ley de igualdad, sin que ninguno fuese siervo o padeciese opresión de parte de los demás: barbarum populum legibus junxit... Ab hoc, et ministeria servilia populo interdicta. -3.º Asignó tierras y señaló habitaciones donde cada cual pudiese trabajar y vivir, libre de ajena dependencia que no fuese la de la ley: plebs in septem urbes divisa...

Punto más, punto menos, eso viene a ser, distinguiendo tiempos, la política hidráulica. Un refrán árabe compendia las aspiraciones de toda una raza pidiendo dos cosas nada más: «lluvia» y «justicia». Apenas si exceden de ahí los ideales del cristiano pueblo español: que la acción pública preste complemento a la privada para la conquista efectiva de aquellas fuerzas naturales sin las cuales el sudor de la frente es infecundo; y que se desamortice la justicia, así civil como administrativa, patrimonio ahora de un millar de tiranuelos, y acabe esa anarquía mansa en que se disuelve calladamente, como cuerpo muerto, la nación española.