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ArribaAbajoCapítulo XI

Nuestros plagios de la política hidráulica


Es curioso lo que sucede con eso de la política hidráulica Aún no ha nacido la cabra, y ya todos quieren ponerle la marca. Y de la marca es de lo que se preocupan: la cabra no les ha im portado hasta el momento preciso en que ya no podía nacer, a menos de milagro. Apenas pasa semana sin que se nos llame, por unos o por otros, plagiarios de A o de B, autores de un artículo o de un suelto, de un brindis o de un discurso que diga relación a riegos o a canales. Hace pocos días, El Progreso, de Madrid, insertaba un artículo, «La política hidráulica», encabezado con esta rociada: «Ya habíamos oído exponer al señor Bosch y Fustegueras los luminosos juicios de su claro talento sobre el hidraulismo, cuando le plagió el Sr. Costa en la Asamblea de Productores de Zaragoza.» (21 de Mayo). Otro periódico de Salamanca, El Adelanto, protestó de que aquella frase, política hidráulica, «destinada parece a la celebridad y tenida como una genialidad del Sr. Costa, que la usó en la Asamblea de Zaragoza, no es original ni mucho menos, pues ya Macías Picavea la puso en boca del protagonista de su obra [1897- 1898] cuando asistió al gran meeting de labradores celebrado en Valladolid (19 de Febrero). Un ingeniero militar, el Sr. Sichar Salas, ni siquiera aguarda a que hable otro por él, y sale en la Correspondencia de España diciéndole al público bajo su firma que él viene escribiendo folletos sobre obras de irrigación desde 1892, «antes de la política hidráulica, antes de acuerdos de Cámaras y corporaciones, y como este asunto constituye su pasión y él lleva un castillo en el cuello, por amor y por deber reclama un poquito de su gloria!...» (11 de Abril). Etc., etc.

Con esta elevación se tratan en nuestro país las cuestiones que más hondamente afectan a la causa pública. Es verdad que tampoco podía esperarse otra cosa: puerilidades así, son la consecuencia lógica de la falta de horizontes de nuestra política, de nuestras escuelas, de nuestra nación; luz increada en Byzancio, política hidráulica en Madrid. Remozada la vieja doctrina de la policía de abastos con la de la nacionalización del agua y su alumbramiento por el Estado, y bautizada con una frase trópica, especie de sinécdoque, que expresa en cifra toda la política económica que cumple a la nación para redimirse, ¿a título de qué seríamos plagiarios, ni lo sería nadie, por profesar aquella doctrina y usar esa denominación sin el aditamento de un posesivo personal?

Pero es el caso que si efectivamente envolviese plagio, los plagiados seríamos nosotros; y hemos de decirlo, para no autorizar con nuestro silencio la ofensa que implica el vocablo tan obstinadamente reiterado, y reivindicar nuestro derecho a tratar de política hidráulica impersonalmente, sin pegarle a continuación la etiqueta del Sr. Macías, del Sr. Bosch, del Sr. Castro, del Sr. Sichar ni de ningún otro, como si se tratara del Quijote, o del nombre científico de una planta, del fonógrafo, de la teoría parasitaria o del cálculo infinitesimal. Lo que se supone de ahora es muy viejo. El extracto de los discursos pronunciados el día 7 de Septiembre de 1892 en la Asamblea de agricultores y ganaderos celebrada en Barbastro, contiene la siguiente indicación: «Del Ebro ha de partir el impulso para esta obra redentora, inaugurando en España una política económica que, en su relación con la agricultura, denomina el Sr. Costa política hidráulica. En sus orillas se anunció ya en el siglo XV con el canal de Tortosa, construido antes que ningún otro de Europa, y tomó cuerpo en el XVIII con el canal Imperial, debido al genio creador de Pignatelli, cuya estatua de Zaragoza, levantada por una intuición del pueblo aragonés, parece una reconvención a nuestros estadistas y un grito de aliento a la nación moribunda. Fuera de esa política, España no verá su resurrección, etc.» (Primera campaña de la Cámara agrícola del Alto-Aragón, 1892-1893; Madrid, 1894, pág. 10.) En la Asamblea del año siguiente, celebrada asimismo en Barbastro, adornóse la plaza donde tuvo lugar con multitud de carteles que ostentaban otros tantos lemas de las Juntas locales de la Cámara, y uno de ellos decía: «Política hidráulica: ciento cincuenta millones de pesetas para canales y pantanos de riego en treinta provincias, que es menos de lo que se está gastando en escuadra de guerra. Plan general de aprovechamiento de las aguas fluviales de la Península.» (Primera campaña, cit., pág. 44). Esos lemas los publicó El Liberal, de Madrid, como artículo de fondo, bajo el epígrafe «La política de los pueblos», el día 11 de Septiembre. Desde entonces, aquella frase se ha repetido infinidad de veces en artículos, libros y discursos, y nosotros no hemos renunciado el derecho de repetirla también.

Quedan rechazadas con esto las impertinentes reconvenciones de los recién llegados. En cuanto al Sr. Sichar, su demanda es de desestimar por cada una de las dos siguientes razones:

1.º Porque la política hidráulica no arranca siquiera de 1892, sino cuando menos (ya le encontraremos, si hace falta, más remotos orígenes) del Congreso de Agricultores celebrado en Madrid en Mayo de 1880, hace diez y nueve años. La tesis de la proposición estaba concebida en estos términos: «La condición fundamental de progreso agrícola y social en España, en su estado presente, estriba en los alumbramientos y depósitos de aguas corrientes y pluviales. Esos alumbramientos deben ser obra de la nación, y el Congreso Agrícola debe dirigirse a las Cortes y al Gobierno reclamándole con urgencia, como el supremo desiderátum de la agricultura española.» Aquel trabajo, que sirvió de base y punto de partida a la Cámara Agrícola del Alto-Aragón, ha sido impreso varias veces en Madrid, Zaragoza y Barbastro (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1881, números 96, 97 y 98; La Derecha, de Zaragoza, 31 Agosto y 1.º Septiembre 1892; Primera campaña de la Cámara agrícola del Alto-Aragón, Madrid, 1894, páginas 5 y siguientes; La Cámara, 1897, números 42 y 43, etc.), y no era desconocido del Sr. Sichar.

2.ª y principal, porque, en todo caso, lo que el Sr. Sichar hace no es «hidraulismo», sino... lo que el lector podrá apreciar por la siguiente muestra de independencia y desahogo de espíritu, a que no llegaron jamás en sus mayores desvaríos los arbitristas del siglo XVII. Se trata de un trabajo del Sr. Sichar, titulado «El porvenir de Aragón» (Diario de Avisos de Zaragoza, 1.º, 9 y 12 de Junio de 1897), que tenemos a la vista, y que hace buena la definición aquella del cangrejo en el antiguo Diccionario de la Academia francesa: «cuadrúpedo encarnado que anda hacia atrás», donde si se quita que ni es cuadrúpedo, ni es encarnado, ni anda hacia atrás, todo lo que queda de la definición es verdad. El Sr. Sichar afirma en ese trabajo que Aragón puede regar ¡cuatro millones de hectáreas, convirtiéndose en un inmenso vergel, sin tener que desembolsar ni una peseta! Y efectivamente, para esa mágica transformación lo tenemos todo; todo, menos agua para regar, dinero para elevarla y tierra para recibirla. Falta tierra regable en aquella proporción, a menos que el Sr. Sichar haya encontrado el modo de hacer que corran los ríos hacia atrás y suban a bañar las cumbres de las sierras derivadas de la cordillera Ibérica y del Pirineo. Porque esos cuatro millones de hectáreas componen el 84 u 85 por 100 de la superficie total de Aragón, que es de lo más quebrado y montuoso de la Península. Falta agua para regar, no digo la mitad, pero ni la décima parte de aquella extensión, aun recogiendo todas las nieves del Pirineo central, que antes de mediado el verano se han agotado. ¡Cuatro millones de hectáreas! No hay agua para regar tanto en toda la Península. Falta el dinero; quiero decir, faltaría legalmente aunque la nación lo tuviese: el Sr. Sichar, que acota pomposamente debajo de su firma el título de ingeniero, no ha aprendido todavía en tantos años a leer la legislación del ramo de canales. Según ésta, cuando las comunidades de regantes quieran construir canales o pantanos para regar sus tierras o mejorar los riegos existentes, el Gobierno podrá subvencionar las obras (del canal o pantano) hasta con el 50 por 100 del presupuesto de las mismas, comprometiéndose los regantes a sufragar la otra mitad; podrá además anticiparles en concepto de préstamo el 50 por 100 de los gastos de establecimiento de brazales y acequias secundarias y preparación de tierras. De modo que, aun en la hipótesis más favorable, esas comunidades tendrían que costear de su peculio propio la mitad del presupuesto del canal o pantano y la mitad del presupuesto de los brazales, acequias, etcétera. El Sr. Sichar no ha caído todavía en esa cuenta; refunde en uno los dos conceptos, constituye una unidad con las dos mitades positivas, desentendiéndose de las otras dos, dando por supuesto que el Gobierno da en subvención la mitad del coste de todas las obras (canal o pantano, y acequias, brazales, etcétera) y presta la otra mitad; y por este sencillo procedimiento descubre que Aragón puede construir sus canales y convertirse en «un oasis de verdura y centro de inmenso capital» sin gastar una peseta propia. Como si dijéramos, con el dinero de las demás provincias. A condición, naturalmente, que éstas construyan los suyos con el dinero de Aragón... De tales nociones ha estado infestando años enteros las planas de los periódicos el Sr. Sichar, y por mérito de tales descarrilamientos reclama poco menos que una estatua, en vez de pedir lo que procedería, que le retiren las licencias para hidraulizar.

Y ahora volvamos al artículo de El Progreso. «Desde entonces (sigue diciendo), no descansan los ingenieros agrónomos, ni los de caminos, canales y puertos; ni dan paz a la pluma ni tregua al discurso diarios, revistas, juntas y concilios, discutiendo con el mismo calor que la ejecución técnica de los proyectos el respectivo derecho a la realización de las obras.» Calcula que las necesarias para regar 500.000 hectáreas costarían 150 millones, y 300 la transformación de los cultivos de secano en regadíos. «Si hubiera empezado por aquí el Sr. Costa, ni los ingenieros se molestarían en difíciles y complejos cálculos, ni gemirían las rotativas bajo el peso fabuloso de tantos millones de metros cúbicos de agua, ni siquiera la noble emulación de los civiles y de los rurales ingenieros nos daría a conocer el excelente espíritu de cuerpo que les anima.»

Culpa será de otros, no del Sr. Costa, que hace años dio a voz de alarma en la prensa de Aragón y de Cataluña, haciendo ver cómo la guerra se tragaba «cada hora un pantano, cada día un camino, cada semana un canal, en un año el porvenir entero de España». Teníamos aún crédito y dinero para construir obras hidráulicas y vías de comunicación -los 3.500 millones que han costado las tres infaustas guerras-, cuando en 1892, como hubiese afirmado Cánovas del Castillo, contendiendo con Castelar (que pronunció aquel día su último discurso parlamentario), que no se podían pedir ya más sacrificios al Estado, que a España no le quedaba ya dinero para canales de riego, el señor Costa rebatió esta afirmación en una Asamblea de agricultores y de ayuntamientos celebrada en Tamarite el día 22 de Octubre de 1892 con objeto de promover la construcción por el Estado del canal de la Litera alias de Aragón y Cataluña, que el Estado construye ahora por cuenta de la nación (Primera campaña citada, páginas 15-17). Por cierto que, habiéndose expedido a la conclusión del acto dos telegramas, suscritos por el presidente y vicepresidente de la Cámara, Sres. Costa y Conde de Violada, por el presidente de la Diputación provincial de Huesca Sr. Naval, por los alcaldes de Barbastro, Lérida, Binéfar, San Esteban, Monzón, Tamarite, etc., uno al jefe del Gobierno Sr. Cánovas, y otro al Sr. Sagasta (a éste, interesando su valimiento, fundados en la doctrina del partido liberal sobre canales, y en promesas hechas a los aragoneses concretamente sobre el de la Litera en 1890), el Jefe del Gobierno tuvo la cortesía de contestar, diciendo que había transmitido el acuerdo y petición de la Asamblea de Tamarite al Ministerio de Fomento (ibid., páginas 17 y 23), y no contestó el Sr. Sagasta; ese señor Sagasta que, no cansado, ni aun con la visión cercana de la muerte, de jugar y divertirse con el país, entusiasmaba hace pocos días al Cuerpo de Ingenieros, en junta solemne de 21 de Mayo último, diciéndoles «que la regeneración del país dependía del Ministerio de Fomento; que terminadas las luchas sostenidas por la defensa de principios políticos en este pueblo tan ansioso de libertad, y establecido ya un estado de derecho basado sobre aquélla y la paz pública, todos los partidos y Gobiernos deben dirigir su atención a los intereses morales y materiales, fomentar la instrucción pública y las fuentes de riqueza nacional, reorganizar la administración, arbitrar un crédito para obras públicas nuevas, etc.!», sin que hubiese nadie que le atajara recordándole las veces que ha perorado con ese mismo cliché desde que terminaron las luchas por la defensa de la cacareada libertad, ni le preguntase cómo, habiendo ocupado el poder tantas veces desde entonces y cuando España contaba aún con algunos recursos, no ha hecho nada de eso que dice y que ha dicho con enfadosa repetición que se debía hacer, y no tiene siquiera el pudor de callarse ahora, guardándose de ofrecernos la perspectiva de nuevas burlas al país...

Había todavía dinero, o lo que es igual, crédito y rentas empeñables, para canales y para caminos, cuando en ese mismo año 92, a la caída del partido conservador, la Cámara Agrícola del Alto-Aragón se dirigió al nuevo ministro de Fomento señor Moret, interesándole por el canal de Aragón y Cataluña y a favor de un plan general de canales y pantanos de riego (Primera campaña cit., página 23); y cuando en el verano del año siguiente vino a Madrid una Comisión numerosa, compuesta del presidente de la Cámara Sr. Costa, y de varios vocales de la misma y representantes de ayuntamientos y asociaciones de Aragón y Cataluña, Sres. Sahún, Molina, Conde de Violada, Porta, Gil Berges, Ripollés, Salillas, Duque de Solferino, Heredia y Sol, con objeto de activar el expediente de los pantanos de Roldán y Santa María de Belsué, obtener la declaración de caducidad de la concesión del canal de Aragón y Cataluña y su construcción por el Estado, insistir en lo del plan general de canales y pantanos, presentar un proyecto de ley sobre reforma de la legislación notarial e hipotecaria por lo que afectan al crédito territorial, y otro proyecto de revisión de las tarifas de ferrocarriles, etc. (ibid., páginas 23-36).

Quedaban todavía recursos cuando la misma animosa Cámara barbastrense se propuso plantear, por órgano de su presidente, en el Parlamento, junto con otras cuestiones capitalísimas -entre ellas la del regreso del ejército de Cuba-, la cuestión de la política hidráulica, y presentó candidato propio en las elecciones generales de 1896 (La Cámara cit., números 1 y 5); y cuando, habiendo sido derrotada por una coalición de fusionistas, conservadores, progresistas, posibilistas y gobernador civil, famélicos unos, movidos por el resorte del oro, y otros por el temor de perder el señorío feudal de la provincia, redactó un proyecto de ley sobre plan general de canales y pantanos de riego, y lo mandó, impreso en un extraordinario, con otros antecedentes y peticiones relativas a los canales de la Litera y de Sobrarbe, a los diputados y senadores de Aragón Sres. Moret, Xiquena, Vara, Castel, Moya, Castellanos, Guedea, Sala, Calleja, Madariaga, Castillón, Bustelo, Martínez Pardo, etcétera, cuyas respuestas favorables, en que anunciaban que ya estaban celebrando reuniones para ponerse de acuerdo, están publicadas en La Cámara (31 de Julio de 1896), y no satisfecha con eso, excitó particularmente al diputado mismo que le había arrebatado el acta (ídem, 8 de Agosto); y cuando al año siguiente, dos de aquellos diputados fueron nombrados ministros de Fomento y Ultramar, y la Cámara de Barbastro se apresuró a reiterar el envío y recordarles su compromiso (ídem, 12 y 21 de Noviembre de 1897).

Dígase, pues, enhorabuena que en eso de la política hidráulica se está cumpliendo el refrán aquel, «conejo ido, consejo venido»; lo que no dirá nadie con fundamento es que rece poco ni mucho con nosotros. Todavía hoy, después del gran desastre financiero traído por las guerras, no hemos propuesto a la Asamblea Nacional de Productores ni ha incluido ésta en su programa la construcción de una red de canales y otra de caminos sin indicar a continuación las fuentes de ingresos que podrían, con más o menos aprieto y estrechura, vincularse a esas mejoras y a la de la educación nacional, contando con el genio de los gobernantes para nivelar los Presupuestos sin más que los cortes hechos revolucionariamente en el de gastos.

Falta ahora averiguar por qué guardaban silencio mientras tanto, en vez de aprovechar la tribuna del Congreso o del Senado, accesibles para ellos, o los periódicos de gran circulación, puestos a su alcance, o la llave de la Gaceta, que tal vez tenían en las manos, o los Cuerpos consultivos, esos hidraulistas de última hora que tanto esfuerzan la voz, pretendiendo ahogar la nuestra...26.