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ArribaAbajoCapítulo II

Agricultura de regadío2


El día que las aguas del Pirineo se queden prisioneras en el llano, la provincia de Huesos producirá por sí sola tanto como ahora producen diez provincias, y podrá mantener muy holgadamente millón y medio de almas, seis veces más que ahora, y habrá para todos, rentas y lujo para el rico, independencia y mesa provista para el pobre; jornales altos para el trabajador, limosnas cuantiosas para el desvalido, tributos abundantes no acompañados de maldiciones para el fisco; España podrá acordarse de los maestros y hablar de cuerpo electoral y de sistema parlamentario y de jurado; podrá construir escuadras y hacerse respetar de los extraños y recobrar en los Congresos europeos el sillón que dejó vacante el conde de Aranda hace cien años; podrá reanudar el hilo roto de su tradición, de su grandeza y de su destino en el mundo...



§ 1º-El remedio está en la voluntad: preámbulo.-Agricultores: Yo no sé, yo no sé si para este país nuestro, tan postrado, queda ya en lo humano algún remedio; yo no sé si hemos caído tan hondo, que no haya fuerza bastante poderosa a levantarnos; yo no sé si el Alto Aragón ha adelantado tanto en la grave enfermedad que lo consume y empuja con tanta persistencia hacia la muerte desde hace media generación, que todo intento de redimirlo deba fatalmente frustrarse; pero si todavía podemos abrir el pecho a la esperanza, si aún existe algún remedio para esa dolencia con todos los caracteres de mortal, ese remedio no está en parte alguna sino en vuestra voluntad, y esta voluntad no puede obrar de modo eficaz sino acerándola, agitándola con fuertes sacudidas y despertando en ella la conciencia, todavía dormida, de su poder, en reuniones como esta que ahora vais a celebrar, y que habrían conjurado la crisis a haber comenzado hace veinte años. Por eso, cuando esta mañana bajaba yo de la montaña y contemplaba a derecha e izquierda de la ociosa carretera las filas de olivos, cargados de fruto al cabo de tantas y tan crueles sequías, me parecía como si los pobres árboles hicieran el postrer esfuerzo y exprimieran sus últimos jugos para suministrar el óleo con que ha de darse el viático al pobre país agonizante, y yo como un doctor de aldea vengo a juntarme con vosotros en consulta de médicos para pensar acaso en provocar una reacción a la desesperada con revulsivos y cauterios, o en una transfusión de sangre que renueve la vieja y caduca cuya impotencia viene demostrando con tan triste elocuencia este manojo de crisis que pone en problema, no ya la grandeza y el porvenir, sino que hasta la existencia de la patria.

Mil gracias, en nombre de la Comisión organizadora, a la previsora y alentada Corporación municipal de Barbastro, que acaba de dar tan grande prueba de civismo; gracias a la noble ciudad, por su generosa hospitalidad, inspirada en tan viejas tradiciones; gracias a las hermosas damas, a quienes no han traído aquí, de cierto, impulsos o motivos de curiosidad, sino un sentimiento patriótico que obliga a la mujer, en igual grado que al hombre, a pensar en el porvenir de sus hijas y en el presente propio, y a interesarse con toda el alma en aquello que interesa a la colectividad de que forma la primera y principal parte; gracias a los representantes de los pueblos invitados, por haber acudido a nuestro llamamiento, abandonando sus personales ocupaciones, acaso, acaso preocupaciones y cuidados de exigencia, por venir a colaborar en la obra de la salvación común; gracias a las ilustres personas que aquí me escuchan por haberse dignado autorizar con su respetable presencia y con la representación que ostentan de poderes tan influyentes, esta solemnidad, convirtiéndola por el mismo hecho en un acto nacional en que se interesan con sabia y fecunda solidaridad todas las clases sociales, siquiera directamente no afecte más que a una; -y ahora, ya no en nombre de la Comisión organizadora, de la cual forma parte el señor Alcalde de Barbastro, sino en nombre de la Liga de Contribuyentes de Ribagorza, una expresión de gratitud y afecto al Sr. D. M. C. por las facilidades que ha dado, por la hidalguía con que ha procedido y la devoción a los agricultores y al país alto-aragonés de que ha dado tanta prueba, por el celo tan exquisito que ha puesto, lo mismo que sus compañeros de Concejo en la preparación de este acto, y la parte tan principal que ha tomado para que adquiriese toda la resonancia que debía tener y que tendrá como nuestra inveterada y morbosa dejadez no lo malogre. ¿Me permitiréis, señores, que os pida, para dejar bien saldadas esas deudas de gratitud, que la reunión sancione y haga suyos con un aplauso esos votos de gracias, y que añada uno a Monseñor Salamero, prelado doméstico de Su Santidad, a quien se debe la primera iniciativa de esta Sociedad?

§ 2.º-Crisis que aflige a la producción: objeto de la Asamblea.- Después de este preámbulo obligado de cortesía, podemos ocuparnos ya en el objeto especial que nos ha congregado. Conocéis,

eñores, la crisis general que aflige desde hace bastante tiempo a la producción nacional, mayormente a la producción agrícola; -por la competencia que le hacen los trigos, las carnes y las lanas extranjeras; -por la escasa productividad del suelo, cada vez más agotado; por la tala de los bosques, consiguiente a la desamortización, y por la irregularidad e insuficiencia de las lluvias, que engendran de una parte las sequías y de otra las inundaciones, con que las tierras mejores de cultivo emigran al mar y los brazos más robustos al extranjero; -por la falta de crédito agrícola en las condiciones ventajosas que lo disfrutan otras naciones; -por la sobrestima de las carreras universitarias y el atraso intelectual de los hacendados y labradores, que los ha incapacitado para transformar a tiempo los ruinosos cultivos heredados; -por el exceso de atención que los partidos han prestado a los problemas políticos, en daño y menoscabo de las reformas económicas; -por el crecimiento progresivo de los gastos de la nación tan extremado, que a menudo llega a absorber en forma de tributos toda la renta del contribuyente y atacar al capital; -por el encarecimiento de la vida; por el aumento de las necesidades y del lujo, por los obstáculos que han puesto al comercio exterior, y por tanto, a la salida y colocación de los frutos sobrantes, así los gobiernos, bajo capa de protección, provocando a represalias, como las falsificaciones de tantos productores e intermediarios vencidos a la codicia, con esa mala fe que suele acompañar a la ignorancia y a la miseria como si fuese una resultante de las dos. Con ser ya tan graves de suyo, las causas generadoras de la crisis que nos abruma, todavía las agravaba una circunstancia, el aislamiento en que vivían unos respecto de otros los contribuyentes, y que hacía posible que siendo ellos los más, que constituyendo ellos, más que la mayoría, la casi totalidad del país, fuesen sin embargo explotados por pandillas de vividores compuestas de pocas docenas de hombres fuertemente organizadas y ligadas al jefe por los vínculos de una robusta disciplina. De ahí nació hace diez o doce años la idea de crear Ligas de Contribuyentes, para defenderse contra las agresiones y desmanes del Estado oficial, poner al descubierto las raíces del mal que los desangraba y consumía, inquirir y acreditar los remedios, generalizar y dar vigor a la protesta, y esforzarse por mudar el temperamento de la política, tornándola de abstracta y retórica que venía siendo, en práctica y sustantiva, industrial, comercial, agrícola y, en una palabra, fomentadora de los intereses materiales y morales del país, con abstracción de aquel inacabable discreteo sobre la soberanía política y las formas de Gobierno. Movidas de este pensamiento, creáronse Ligas por todas partes y aun llegaron a ponerse de acuerdo y celebrar un Congreso en Madrid y publicar un Boletín, bajo la inspiración del inolvidable Marqués de Riscal, que fuese órgano autorizado de las aspiraciones comunes. A poco, la idea que había provocado la creación de estas nuevas entidades, penetró en los programas de los partidos políticos y principió a ser un lugar común, más o menos sincera, más o menos conscientemente admitido por todos, la necesidad de una tregua a las la luchas políticas, sobre la base de la legalidad común que al cabo de tanto y tan estéril batallar se había logrado, para convertir toda la atención al progreso y desarrollo de los intereses materiales, tan desmedrados en proporción con lo demás, y que demandaban con gran urgencia transformar la contextura de la nación, haciendo de ella un Estado industrial. De ahí nació la idea de importar del extranjero la institución de las Cámaras de Comercio, organizadas hace seis años por un Real decreto, en diferentes ciudades de la Península, y de ahí la idea de crear sobre el mismo pie Cámaras Agrícolas, con carácter de entidades o corporaciones oficiales, llevada a la práctica aún no hace dos años por otro Real decreto, y cuyo laudable fin es acabar con el aislamiento en que por necesidad viven los labradores, y que les ha sido tan funesto, organizarlos como clase, restaurando algo de aquella antigua agremiación que las revoluciones de nuestro siglo en mal hora suprimieron; dar una voz a los intereses de la agricultura y de la ganadería; ponerlos en contacto directo con los Poderes públicos, y más aún que eso, hacer de la agricultura una fuerza política, poniendo a su disposición el instrumento de los colegios electorales especiales, con el cual puedan, si quieren, transformar radicalmente la constitución del Parlamento y dar al traste con los partidos, o bien introducir en sus programas, en sus inclinaciones y en sus procedimientos un cambio saludable. En el poco tiempo transcurrido desde que se dictó aquel decreto, unos veintidós meses, se han creado Cámaras Agrícolas en Barcelona, Tortosa, Jumilla, Vera, Almería, Medina del Campo, Alicante y otras cuantas más; algunas de ellas todavía alcanzaron a nombrar diputado a Cortes, como las de Valencia y Medina del Campo, aunque para ser justos no se ha conocido mucho hasta de ahora. Hoy nos hemos reunido para crear una Cámara más, que represente los intereses agrícolas del Alto Aragón y los estimule y defienda por los medios que el Real decreto de creación pone en su mano.

Ahí tenéis apuntado el objeto de la reunión que estamos celebrando.

§ 3.º-El objetivo que se impuso a la creación de la Cámara Agrícola, fue, el fomento de los riegos.-Los organizadores de ella han creído que no convenía señalar a la proyectada Cámara, como objetivo, todos los que enumera el Real decreto orgánico de 9 de Noviembre de 1890, por huir del vicio que denuncia aquella sentencia tan verdadera: «que el que mucho abarca, poco aprieta»; han juzgado que dentro del concepto general de estas corporaciones, semiprivadas, semioficiales, debían crearse especialidades, para que su acción, concentrada en un punto, alcance mayor eficacia, revistan sus juicios mayor autoridad y su voz sea escuchada con más particular atención allí donde importa que se escuche. Aceptado este criterio, ya no cabía dudar: el Alto Aragón necesita muchas cosas, tantas por lo menos como mandamientos tiene la ley de Dios, pero todas ellas se encierran en una: los riegos, por la constitución especial del Alto Aragón, cortado en dos fajas paralelas, una de montañas, productoras de agua corriente, y otra inferior, de planicies esteparias, sin bosques, sin lluvias y sin manantiales, el camino de fomentar su agricultura se cifra entero en el fomento de los riegos; en el aprovechamiento de las aguas de la montaña para regar los Monegros, los Somontanos, la Litera; y así, la especialidad de la Cámara Agrícola del Alto Aragón en el concierto de las Cámaras Agrícolas españolas ni siquiera estaba sujeto a elección, lo imponía la misma naturaleza de las cosas: canales y pantanos; pantanos y canales. Interesaba de un modo vital a los pueblos del llano cuyos términos han de ser regados; pero tanto o más que a los pueblos del llano les interesa a los de la montaña, según espero probar dentro de breves minutos.

El orden de razones que han decidido a la Comisión organizadora en ese sentido, no puede ser más sencillo: el cultivo del trigo en los secanos de la provincia y en la forma en que ahora se hace, es un cultivo ruinoso: sacadas las cuentas de un decenio, cada fanega de trigo le cuesta al labrador más cara que si lo comprase en el puerto de Barcelona, y así se explica que el capital de los labradores, en vez de aumentar disminuya de año en año. Estamos perdidos, está perdida la agricultura española, y con ella España, si no imitamos a aquella gran maestra de las naciones, Inglaterra, que en materia de progresos económicos y sociales se adelanta siempre cien años al resto del planeta. Ya en el siglo pasado, sólo la mitad del suelo cultivable del Reino Unido estaba destinado a siembras y barbechos; la otra mitad lo dejaban de monte o dehesa, esto es, lo abandonaban a los pastos naturales, a fin de criar ganados en abundancia que diesen estiércol para el trigo. Pero no tardaron en comprender que todavía esa proporción era insuficiente, y se dieron a aumentar el cultivo de prados artificiales y de tubérculos y raíces para alimento del ganado, reduciendo el área de los barbechos. Así como ha ido pasando tiempo la tierra de trigo se ha ido estrechando cada vez más, a punto de que hoy no llega a la quinta parte del suelo arable. Actualmente, la mitad de éste o muy cerca, se halla adehesado para pasto, y el resto lo cultivan, según cierta rotación en que alternan de cinco en cinco años: -1.º Nabos y habas para alimento del ganado; -2.º Cebada y avena de primavera; 3º y 4.º Prado artificial, compuesto principalmente de trébol y vallico o ray-grass, que se deja dos años en tierra; y 5.º trigo. Pues, ¿querréis creerlo? -parece cosa de brujería: a medida que se iba disminuyendo el número de fanegas de trigo sembradas, iba aumentando el número de fanegas de trigo cogidas. Se producía más carne y más lana, y por añadidura más trigo, porque se estercolaba más y se labraba mejor. Inglaterra cosecha en cada hectárea cuatro veces más trigo que nosotros, a pesar de que su suelo es mucho menos fértil y su clima mucho peor; y por añadidura, mantiene 35 millones de cabezas de ganado lanar y 3 millones de ganado vacuno, en quienes se cifra el orgullo de la agricultura británica y su asombrosa prosperidad.

§4.º-Ganar más del doble trabajando menos de la mitad: exportar a Inglaterra un rayo de nuestro sol. -Ahí tenéis, señores, el tipo de la agricultura remuneradora; el tipo de la agricultura del porvenir; y una de dos: o nos apresuramos a tomarlo por modelo, practicada la debida adaptación a nuestro clima y a nuestras condiciones, o hacemos voto de pobreza para siempre y renunciamos a ver regenerada y redimida a nuestra patria. Si queréis coger más trigo que ahora y que os salga, por tanto, más barato, sembrad menos y criad más ganado; si queréis sanar a este país de la anemia que lo mata y rescatarlo de la caída espantosa que ha sufrido en obra de una generación; si queréis que luzcan para él días más serenos y que vuelvan a encender sus mejillas algo del color de la vida y a animar sus ojos un rayo de aquella alegría franca y expansiva que le conocimos en la infancia; si queréis que los que quedan no emigren y que los que han emigrado vuelvan; que los tributos, haciendo causa común con las sequías, no acaben con nosotros, que podamos sostener la lucha comercial con Rusia y con América, que se creen en medio de nosotros esas cien industrias rurales que son el obligado complemento de la agricultura, y que ahora no encuentran condiciones de vida para implantarse; si queréis que renazcamos a la vida de la civilización, de la cual parecemos unos desterrados; si queréis, en una palabra, ganar más del doble trabajando menos de la mitad, sembrad menos trigo, cultivad forrajes y tubérculos, tened ovejas y vacas y emprended la plantación de los frutales como cultivo industrial. Porque no he dicho todavía: -que nuestra agricultura dispone de más elementos que la inglesa y se mueve en un círculo mucho más amplio: nosotros podemos explotar las mismas plantas forrajeras que ellos, el trébol, los nabos y el ray-grass, y además otras que no pueden cultivar ellos, ora de regano, con cinco o seis cortes anuales, como la alfalfa, ora para los medio secanos o regadíos de pocas tandas, como la veza y la esparceta; nosotros podemos producir para la exportación las mismas frutas que ellos, la ciruela, la pera y la manzana, y además otras que su clima no les consiente, la uva, la aceituna, la almendra, el melocotón, el higo y la naranja, que llevan a los países del Norte, en alas del ferrocarril, un rayo de nuestro sol, para que encienda en sus ojos entristecidos por la perpetua bruma una chispa de alegría y sea como una sonrisa animadora de ésta espléndida y potente Naturaleza meridional presidiendo sus mesas repletas de carne y de cerveza Sobre esos dos pies ha de levantarse la agricultura del Alto Aragón, o no se levantará nunca: prados y arbolado; esos han de ser los redentores del labrador. Os arruináis hoy, porque trabajáis demasiado con las manos; porque labráis demasiada tierra; porque habéis tenido la de-gracia de heredar una agricultura fundada en una planta tan despótica, tan veleidosa y tan sin entrañas, que principia por hacer del cultivador un esclavo suyo y acaba por negarle el salario y matarlo de hambre.

Comparad economía con economía y decid luego si tengo razón. Ya hoy la tercera partida de lo que exportamos al extranjero, después de los minerales y del vino, la constituyen las frutas. Pues las frutas son el producto vegetal que más descansadamente obtiene el agricultor. Esos árboles que alargan en derredor suyo sus cien brazos para ofrecernos liberalmente los ricos y sustanciosos frutos que han elaborado en los invisibles talleres de su corteza son para nosotros a modo de obreros gratuitos, cuyo salario paga el cielo, que no descansa nunca, ni siquiera los domingos, que no piden reducción de horas de trabajo, como los obreros en general, ni tienen casinos, ni profieren gritos subversivos, ni cantan el himno de Riego, ni infunden pavor en el ánimo de las clases conservadoras. Esas ovejas que confiáis a un niño descalzo, sin arma ni perro, van humildes por su pie a segarse ellas mismas la hierba que han de convertir en leche, en lana y en carne, y crecen sin que tengáis que romper ni binar ni terciar el suelo, sin estercolarles la piel, que al contrario, son ellas quienes estercolan; sin hacer rogativas por que les llueva; sin segarlas, ni portearlas ni trillarlas; cuando las decís que ha sonado su hora, ellas mismas por su pie os llevan mansamente a la despensa el tesoro de su carne, haciendo sacrificio de su sangre y de su vida en aras de vuestro bienestar, convirtiéndose en metálico o en billetes en un minuto, y siendo símbolo viviente de redención para la agricultura y para el labrador. Comparad, señores, con esa funesta planta del trigo, causa de la ruina del Alto Aragón, que no sabe producir sola, a la cual tenéis que poner la comida en la boca especie de enfermo raro y delicado a cuya cabecera habéis de estar nueve meses del año, en un continuo sobresalto, por si no puede nacer, por si no puede granar, por si llueve poco, por si llueve demasiado, por si hace frío y se hiela, por si hace calor y se aflama, por si graniza y la piedra le quiebra las espigas, por si lo invade la vallocan, haciéndole la cama dos o tres veces al principio, defendiéndola de plantas enemigas, segándola con un sol que es como un canal de fuego, agavillándola, acarreándola, trillándola y aventándola, para sacar a menudo en fin de cuenta la simiente que se puso, sólo que echada a perder, y resultando más de una vez que al año siguiente, cuando se va a volver a sembrar, ya la tierra se la han llevado los aguaceros por haber tenido que desmenuzarla y removerla tanto. ¡Al diablo con el trigo, y cultivad hierba! y luego que tengáis de prado vuestros campos y la llave del agua en vuestras manos, decidle al sol, cuando amanezca: «ahora, abrasa cuanto quieras», y a la nube que pase: «apedrea lo que te dé la gana.»

No me cansaré de repetirlo: el cultivo del trigo en las condiciones actuales nos está dejando sin patria, sin camisa. Durante la Edad Media, los alquimistas anduvieron un siglo y otro siglo dándose de calabazadas por descubrir el arte de transformar el plomo en oro; vosotros, labradores, habéis descubierto el arte de convertir el oro en plomo, por el medio sencillo de arañar la tierra y enterrar en ella el trigo. Las revoluciones modernas os han emancipado de la servidumbre del feudo, pero queda aún por hacer una revolución mucho más transcendental que esas: la revolución que os libre de la servidumbre del arado: hay que arrojar esa esteva que remata en grillete de presidiario, y sustituirla por el cayado de pastor, que sienta en las manos como cetro de rey. El hombre ha nacido para vivir derecho y mirando cara a cara al cielo, no para vivir encorvado como un reptil, triste apéndice de un par de bestias que tiran del arado. ¿Comprendéis ahora, señores, por qué se asigna en el proyecto de Reglamento a esta Cámara agrícola como objetivo principal y casi único el fomento de los alumbramientos de agua para riego? Porque esas transformaciones que acabo de mostrar como ideal a la agricultura aragonesa, serán en su mayor parte una bella utopía, mientras no seamos dueños de la llave de los ríos, mientras éstos corran, sueltos, cual bestias no domadas, en una libertad salvaje, y Dios se fatigue en vano, subiéndoos continuamente el agua del mar a las montañas, para que la recojáis al paso de vuestros campos y remediéis su necesidad. Lo que ahora estáis haciendo no es agricultura más que de nombre; es una falsa agricultura; y ¿sabéis por qué? porque no existe equilibrio, porque no existe armonía entre el calor y la humedad, porque el sol y el agua, que son los progenitores de las plantas cultivadas, constituyen aquí un matrimonio mal avenido y divorciado; y de ese divorcio no es Dios el responsable, los responsables somos nosotros mismos. Dios pone los materiales, pero quiere que nosotros pongamos el arte; que aproximemos unos a otros esos elementos y bendigamos su unión con nuestro trabajo; que seamos colaboradores suyos en el plan de la creación; él ha construido los ríos, el río Ara, el río Ésera, el río Cinca... quiere, en una palabra, que construyamos el canal de Tamarite, y el canal de Sobrarbe y el pantano de Roldán, y el pantano de la Peña y muchos otros pantanos y muchos otros canales; y porque lo quiere y no le obedecemos, nos envía cada dos o tres años esas invasiones de fuego, terribles mensajeras de su poder que ahuyentan las nubes llovedoras, abrasan las mieses y diezman la población, arrojándole de sus hogares al camposanto o al extranjero, para ver si con lecciones tan materiales y tan repetidas acabamos de entenderlo.

§ 5.º-Los sueños de Faraón tuvieron realidad en la Litera. -Podréis escribir en la Gaceta cuantas Constituciones se os antoje; aunque la Constitución lo diga, no seréis libres mientras no trabajen para vosotros sin vosotros las plantas y los animales, y esto no sucederá mientras el labrador no sea como el maquinista del ferrocarril, que para que la locomotora os lleve de un lugar a otro, sin que trabajen vuestras piernas, cuida de juntar en ella el agua y el calor en justa proporción. Los ricos descenderéis a pobres, -¡ya hace tiempo que estáis descendiendo!- y pobres y ricos seréis esclavos, esclavos del Fisco, esclavos de la hipoteca, esclavos del usurero, esclavos del surco, esclavos del estómago, al cual tendrán que vivir supeditados el corazón y la cabeza. No lo digo yo, no lo digo yo: la lección está escrita hace más de tres mil años y forma parte de los Libros Sagrados. ¿Os acordáis de aquel José, hijo de Jacob, vendido por sus hermanos a unos mercaderes de Egipto? Una noche el rey tuvo un extraño sueño: creía encontrarse a orillas del río: de éste salían siete vacas hermosas y lucidas, las cuales se pusieron a pastar las ricas hierbas de un soto vecino; pero a poco salieron otras siete vacas flacas y demacradas, las cuales acometieron a las primeras y se las tragaron, no obstante lo cual quedaron tan desmedradas y flacas como antes. Los adivinos de palacio no acertaron a revelar al rey, que estaba muy preocupado con su sueño, lo que éste significara; fue el pobre israelita vendido quien acertó con el enigma: las siete vacas gordas significaban que iba a haber siete años de gran abundancia; las siete vacas flacas eran siete años de sequía y esterilidad que seguirían inmediatamente a aquéllos, devorando cuanto se hubiese cosechado en ellos y por añadidura el capital. El rey, con este aviso, discurrió tomar el hambre en cuenta de ejército para hacerse amo único de todas las propiedades de Egipto y privar a sus súbditos de la libertad en que venían viviendo. En los siete años de abundancia fue almacenando trigo por todas partes, hasta haber reunido cantidades increíbles de él. Cuando llegaron los años malos y el azote del hambre comenzó a desolar el Egipto, abrió el rey sus graneros; en pocos años, toda la riqueza mueble pasó a su poder, cambiada por trigo; luego que se hubo agotado, como la sequía continuase, tuvieron que irle enajenando sus fincas, a cambio de trigo; y por último, acabado también ese recurso, tuvieron que dársele como esclavos para no perecer de hambre, prae magnitudine famis, que dice la Biblia. ¡Cuántas veces me acuerdo, señores, de este relato elocuentísimo, que vale por toda una biblioteca de libros de política, cuando repaso la historia de la agricultura de nuestro país! Tal vez alguno de vosotros querrían preguntarme movidos de curiosidad, dónde está ese país de Egipto en que las personas tuvieron que darse por moneda para comprar trigo. Pues ese Egipto no le busquéis en África, donde lo sitúan los mapas; ese Egipto está dentro de España; ese Egipto es el Somontano; ese Egipto es la propia Litera. Aquí es donde se contempla con frecuencia el tristísimo espectáculo de las siete vacas flacas y de las siete espigas sin grano tragándose la sustancia de los años buenos y por añadidura la propiedad del suelo y la independencia personal; aquí es donde ocurre a menudo el hecho espantoso de no llover ni cosecharse trigo siete años seguidos. Del siglo pasado (el XVIII) conozco tres fechas nefastas: Desde 1718 a 1725, siete años seguidos en que no hubo cosecha en la Litera por falta de lluvia; -desde 1748 a 1755, otros siete años seguidos sin cosecha por falta de lluvia; -desde 1779 hasta 1784, cinco años seguidos en que faltó la cosecha por falta de agua, y es cuando el Ayuntamiento de Tamarite acudió al Gobierno suscitando la idea del canal. Pues en nuestro siglo, no tengo que recurrir a las historias; me basta con acudir a vuestra propia experiencia, que está oyéndonos aún el último período de 1884 a 1891, otros siete años en que tampoco ha llovido ni ha habido cosecha. Y en presencia de tal desolación, no puedo menos de preguntarme, lleno de asombro y de admiración: ¿qué género de resistencia es la de este pueblo, que no ha sucumbido, que aunque vacilante o inseguro, todavía está en pie; qué género de heroísmo es el heroísmo de ese pueblo, y qué milagros no podría obrar con él la nación española, si poseyera la independencia del estómago, si su trabajo fuese fecundo, si no lo tuviese abatido, amarrado y esclavizado el cielo con cadena, más dura que si fuese de hierro, la cadena de las sequías? Pero en seguida, a esta reflexión que representa una esperanza y una gloria, contesta como un eco dolorido esta otra que suena al oído como el chasquido de un latigazo: ¿qué género de abandono es el abandono de ese pueblo que tiene el remedio a su alcance y no lo aplica, que agoniza y no hace nada por vivir; que se muere de sed y tiene el agua a cuatro pasos y lo crucifica Dios a sequías para obligarle a buscarla y no la busca, y deja criminalmente que vaya a perderse en el mar y prefiere emigrar con los ojos preñados de lágrimas, que retraen las lágrimas del rey chico de Granada? ¿Qué género de valer es el valer de ese pueblo, que sueña con el canal como soñaban los padres del Limbo en la venida del Redentor, y tiene el convencimiento de que el canal no se hará mientras no lo haga el Estado, y cuando llega el caso de elecciones se olvida imbécilmente de su mal y se entretiene a disputar sobre si ha de llamarse Pedro, Juan o Diego, y si ha de llevar mote y divisa de conservador, de fusionista o de republicano la persona que vaya al Parlamento a callar sobre lo que tanto interesa al país y a impedir que ocupe su puesto quien tenga la lengua expedita, corazón alentado, nombre prestigioso y actividad y brío para arrancar a los Gobiernos la carta de emancipación para la agricultura española y entrañas para compadecerse de este pobre país, engañado y explotado por todos, protegido por ninguno?

§6.º-Lamentaciones de un río escuchadas por Costa. -Hacéis bien en aplaudir, y yo aplaudo con vosotros; que eso no lo digo yo, lo dice, lo dice... no lo adivinaríais nunca. Yo vivo a orillas del Ésera, el río de donde ha de tomar sus aguas el canal de Tamarite, en el punto donde se le reúne el Isábena y juntos se despeñan, robusteciendo el murmullo alborotado de sus olas preñadas de promesas alentadoras con el eco fragoroso de las dos peñas gigantes que lo encajonan y oprimen. Todas las mañanas, al levantarme, escucho esa voz del río, que llega a mis oídos, siempre igual, como una letanía, diciéndome: -«Yo soy la sangre de la Litera, pero no corro por sus venas, y por eso la Litera agoniza; -yo soy el rocío de la Litera, que ha de esmaltar de flores sus campos y mantener en ellos una primavera eterna, pero me apartan de allí porque no humedezca sus noches estivales y por eso las flores de la Litera son abrojos y sus campos, abrasados desiertos africanos, donde sólo pueden vivir tribus de negros sometidos a ignominiosa, servidumbre; -yo soy el oro de la Litera, con que ha de recogerse el pagaré, cancelar la hipoteca, alzarse el embargo, recobrarse el patrimonio regado con el sudor de tantas generaciones de trabajadores heroicos, pero no hacen nada por acuñarme, y la Litera sigue gimiendo oprimida bajo una montaña de pagarés, de embargos y de hipotecas, cada vez más alta;- yo soy el camino por donde han de volver los tristes emigrantes de la Litera a sus despoblados hogares, pero corro de espaldas a ella, y por eso los emigrantes cuanto más caminan, creyendo llegar, se encuentran más lejos; -yo soy la libertad y la independencia de la Litera, pero no tengo voz en sus hogares ni en sus comicios, y por eso la Litera es esclava; -yo soy las siete vacas gordas de la Litera, pero no se apacientan en sus campos, y por eso la Litera no bebe de su leche ni come de su carne, y se muere de hambre, se muere de sed, se muere de desesperación, arrojando por el mundo a millares sus hijos demacrados y harapientos que la maldicen, porque no supo siquiera abstenerse de engendrarlos, ya que no sabía administrarles el rico patrimonio y procurarles el mezquino sustento con que se contentan...»

«Recogedme, sigue diciendo en su infatigable canturia el río Ésera; no seáis ciegos ni desidiosos, ni desmañados ni cobardes; recogedme a mí, recoged a mi compañero el río Ara, recoged a nuestro hijo común el Cinca; derramadnos por un sistema arterial de venas y brazales a través de vuestros campos, de vuestros olivares, de vuestras dehesas, de vuestros despoblados y páramos, y veréis resucitada la edad aquella en que los santos hacían milagros y florecían las varas secas y llovía maná y se multiplicaban a ojos vistos los panes y los peces. Las aldeas ascenderán a categoría de villas; las villas se harán ciudades; Barbastro se convertirá en una pequeña Zaragoza; Monzón adquirirá las proporciones de Lérida; Binéfar, Tamarite, Almacelles, Fraga, Almunia y otra porción de poblaciones, serán ciudades que rivalizarán en agricultura, en industria y en riqueza con las más ricas de Cataluña; volverán los tristes emigrantes, esparcidos por el mundo, a congregarse en torno al cementerio donde reposan los huesos sagrados de sus padres, calcinados por la miseria; que no alcanzaron la dicha que ambicionaba Zacarías, de ver al Redentor antes de morir; bajarán aquellos montañeses de acero a urbanizar el llano, cubriéndolo de caseríos y aldeas: esparcidas por los campos para aprovechar los saltos de agua, fábricas de harinas, de tejidos y de conservas, donde se elaborarán el trigo, el cáñamo, la lana y las frutas que han de afluir a ellas en río continuo para la exportación; el ferrocarril tendrá que triplicar sus trenes de mercancías y proyectar ramales secundarios en dirección al Ebro y en dirección al Pirineo; a derecha e izquierda de la vía, inmensa pradera verde, poblada de rebaños lucidos de ovejas y vacas en libertad, entre setos de arbolado, recreará la vista fatigada el viajero que la contemple kilómetros y kilómetros desde las ventanillas de sus coches; y el extranjero que haya pasado antes por aquí y contemplado con angustia los horribles páramos africanos por donde cruza avergonzada la locomotora desde Zaragoza a Almacellas, lanzando silbidos que no son de aviso sino de burla contra nuestro fatalismo musulmán y contra nuestra desidia prehistórica, y vea la mágica transformación obrada en seis u ocho años, no podrá menos de exclamar: «aquí ha penetrado la civilización, ¡al fin ha dejado de ser esto un pedazo de África!»

§ 7.º-Influjo que ejercerán los riegos sobre las tierras de secano a donde aquél no alcance: bodas de la riqueza con el trabajo; de la prudencia política con la civilización. -Antes de pasar adelante, quiero contestar un reparo que podría ponerme quien sólo mirase las cosas por encima. Los dos canales de Tamarite y de Sobrarbe no alcanzan a regar arriba de 200.000 hectáreas o poco más, que hacen algo así como la séptima parte de la provincia; por consiguiente, se me podría decir, no hay que ponderar tanto tanto el beneficio y la influencia de tales obras, que vayamos a juzgarlo decisivo. Para que veáis que no tendría razón quien discurriese así, diré que todos los canales y pantanos que se han proyectado en los últimos treinta años en toda España y que están concedidos o caducados o en tramitación, se proponen regar unas 400.000 hectáreas, de modo que la mitad del regadío nuevo posible hoy en las 49 provincias españolas las corresponden a este sitio donde nos encontramos, a los dos canales que han de correr por la derecha y por la izquierda del río Cinca. En segundo lugar, calculan los agrónomos, fundados por la experiencia de la comarca donde se riega, y así lo tiene admitido el Ministerio de Hacienda para las evaluaciones de la riqueza imponible, que una hectárea de regadío produce, por término medio, tanto como 10 hectáreas de secano de la misma calidad; por manera, que nuestros dos canales equivalen a convertir 200.000 hectáreas de tierra en 2.000.000, o lo que es igual a duplicar, casi triplicar la superficie de la provincia. Y como cada hectárea de riego puede ocupar y sustentar una familia, las 200.000 hectáreas de nuestros canales representan un millón de habitantes, esto es, cuatro veces más de los que ahora tiene la provincia. Ya por aquí el problema de los canales resulta tener muy otra importancia de la que a primera vista parecía. -Pero hay algo de más trascendencia que todo eso, y sobre este tercer aspecto del problema me atrevo a llamar muy especialmente la atención del auditorio, por la extraordinaria gravedad que encierra. Los dos canales riegan sólo 200.000 hectáreas, pero extienden su influjo a muchísima más tierra de la que riegan; extienden su influjo a la zona inmediata de secano, y esto en un triple sentido: 1.º Porque ese secano será menos secano, las plantas opondrán mayor resistencia a la sequía desde el momento en que su atmósfera se sature de humedad con la evaporación activa que ha de producirse en una superficie de 2.000 kilómetros cuadrados (40 por 50) constantemente regada: 2.º Porque teniendo que concentrar los propietarios su capital en las fincas regables, podrán abandonar las de secano a los pastos naturales, para utilizarlos con el ganado en la primavera o invierno, mientras crece la hierba de los prados de regadío y se recoge y almacena su primer corte: -3.º Porque la tierra de regadío dará en breve a los grandes propietarios un excedente de capital que les permitirá ir convirtiendo una gran parte del secano en viñedos cultivados a la moderna, como en la colonia de San Juan, de Huesca, donde la viña, a los dos años de plantada, produce de dos a tres veces más vino que a los seis años en el resto de la provincia por el sistema tradicional. Con lo primero, restituyendo esas tierras a los pastos naturales, se habrá puesto remedio al grave mal nacido de la desamortización, causa de que se descuajaran a impulsos de torpe codicia los montes, de que se estrechase el área de los pastos para ensanchar la de los cereales, de que se divorciasen la ganadería y la agricultura en daño de las dos, y de que por tal motivo, esas tierras, lejos de un alivio para sus propietarios, sean una sangría suelta por donde se les escapa toda la renta y un cáncer que les va devorando algo más que la renta, el capital. Con lo segundo, extendiendo en términos prudentes por esos secanos el cultivo de la viña, con ayuda de la maquinaria moderna, se logrará que el vino le cueste al labrador la mitad de lo que le cuesta al presente y le será entonces posible ofrecerlo más barato a franceses, ingleses y rusos y contrarrestar el influjo pernicioso de las aduanas extranjeras que tan graves complicaciones nos acarrean periódicamente, y sostener la competencia presente de los vinos italianos y franceses, y la que está en amago para muy en breve de los vinos de África y América.

Requiere esto un poco más de explicación y voy a darla, si no estáis ya fatigados de escucharme. Desde 1877, hace quince años, un hecho incidental vino a mudar casi repentinamente la faz de nuestra agricultura: tal fue la invasión de la filoxera en Francia. Obligada esta nación a comprarnos lo que la faltaba para seguir surtiendo a sus antiguos mercados europeos y americanos, un río de vino se dirigió desde España a Francia, y un río de oro vino de retorno desde Francia a España. Parecía que esto había de regenerarnos; y cosa singular, antes parece que eso ha concluido de abatirnos. ¿Cómo se explica este fenómeno sociológico, que parece reñido con la lógica más elemental? Pues se explica porque los labradores carecieron de previsión: en vez de dedicar aquella fortuna que tan a deshora se les entraba por las puertas a desarrollar los riegos, que son cosa permanente, la dedicaron a desarrollar y extender la producción del vino como cultivo industrial para la exportación, que es cosa tan perecedera y transitoria como acaba de enseñarnos la experiencia; o no la dedicaron ni siquiera a eso, sino que la consumieron en lujos y derroches desproporcionados con los antiguos ingresos, creyendo, incautos, que la mina no se agotaría nunca. Pues, señores, está a punto de agotarse y urge mucho, mucho, que acudamos al reparo, porque de lo contrario, si seguimos durmiendo un día más, la muerte del país es cosa segura, y digo la muerte, porque la ruina ya la tenemos encima, que nos la han labrado París y Madrid a porfía y nosotros mismos en competencia con uno y con otro gobierno. Por dos distintos lados ha venido y sigue viniendo a todo correr la decadencia de nuestra industria vinícola: por haberse dificultado, ya que no podamos decir «cerrado» el mercado de Francia, y por estarse desarrollando con rapidez extremada el cultivo de la vid en África, en América y en Australia. Hemos medio perdido el mercado de Francia, parte por haber sanado sus viñas de la filoxera, parte por haber reclamado los agricultores franceses con empuje poderoso de opinión, que el Estado protegiese sus vinos contra la competencia mortal de los vinos españoles, y parte por nuestra torpísima política arancelaria, con la cual hemos provocado e irritado a Francia. Y esto no es, señores, un accidente pasajero; ya nos lo advirtió el Sr. Cánovas del Castillo, hace mes y medio, la víspera de cerrarse las Cortes, diciendo que «ningún Gobierno podía ahora ni nunca recobrar para España la exportación vinícola»; que «se ha hecho ya imposible conseguir un tratado como el de 1877 o como el de 1882» (Congreso, 18 de Julio 92), que hicieron posible que nuestra exportación de vino subiese desde menos de medio millón de hectolitros a ocho millones en sólo quince años. ¿Veis ahora, señores, el abismo donde se está precipitando la Agricultura española? Pues todavía no es eso más que la mitad del abismo: aun cuando el Sr. Cánovas del Castillo estuviese equivocado, aun cuando el partido liberal lograse, que es difícil, abrir otra vez las puertas de Francia a nuestros vinos, el peligro no sería menor. Los norteamericanos en California, los hispanoamericanos en Chile, en la República Argentina y el Uruguay, los ingleses en sus colonias de Australia y del Cabo de Buena Esperanza y los franceses y emigrados españoles en Argelia, están plantando desde hace una docena de años, millones y millones de cepas, que ya hoy producen millones de hectolitros de vino y que a la vuelta de pocos años producirán una inundación de vino barato en las puertas de Francia y de Inglaterra y se repetirá lo sucedido con la lana, que a principio de siglo Inglaterra llevaba España la mitad de la lana que consumían sus fábricas, y hoy no nos compra ni una libra, aunque consume más, porque la surten sus colonias del Cabo y de Australia. Y que esto no es una aprensión mía, lo prueba el que ya ha principiado a suceder: uno de los países nuevos, Argelia, exporta ya a Francia arriba de un millón de hectolitros cada año y los agricultores argelinos son los que más guerra hacen en el Parlamento francés para que se cierre el Pirineo a nuestros vinos por vía de protección a los suyos. Por haber sido inepta y retórica nuestra política, por no haber pensado a tiempo en los canales, tuvieron que emigrar a Argelia 120.000 españoles, expulsados por las crónicas sequías levantinas, y esos españoles han llevado allí sus brazos y sus conocimientos en el cultivo de la viña y en la fabricación del vino, y este vino es ahora uno de los mayores enemigos con que tiene que luchar nuestra agricultura; resultando así España herida con sus propias armas: ¡castigo justo con que la Providencia castiga a los pueblos imprevisores que se duermen, como las vírgenes fatuas, cuando hace falta velar y estar despierto, y llegan tarde, con las lámparas apagadas, para encontrar cerradas las puertas del Alcázar donde se celebran las bodas de la riqueza con el trabajo, de la prudencia política con la civilización!

§ 8.º-Los canales y pantanos interesan tanto a la montaña como al llano. -Para salvar la industria vinícola y la suerte de los secanos que no pueden destinarse a otra cosa, sólo existe un remedio: los canales. Y no es que yo trate de regar las viñas, no: tierra a donde alcance el agua, debe dedicarse a otra planta que no sea la viña. Y sin embargo, vuelvo a decir que no hay salvación fuera de los canales para el cultivo arbustivo. Durante quince años hemos sido la bodega de Europa, por intermedio de ese gran bodeguero del mundo, la nación francesa; pero Francia compraba nuestros vinos para fabricar con ellos clases de precio destinadas a las familias acaudaladas, no vino barato para el pueblo; así es que aquella gran exportación no ha hecho retroceder un paso a la cerveza en los países del Centro y del Norte de Europa. Pues esto es lo que nos toca hacer a nosotros; abaratar la producción del vino: 1.º, para que aumente el consumo dentro de España; y 2.º, para que pueda costearse el sobreprecio de las aduanas y reñir batalla en París, en Londres, en Berlín y San Petersburgo, con el vino francés, con el vino italiano, con el vino argelino, y sobre todo, con la cerveza inglesa y alemana. El día que el vino español se venda en el Centro y Norte de Europa al precio de la cerveza, el público preferirá el vino; y ya he dicho que para eso necesitamos cosechar doble con la mitad de gastos de ahora; que esto requiere transformar la agricultura arbustiva de doméstica y manual que es ahora, en industrial y mecánica, a estilo de la granja de Oliver; que eso demanda grandes capitales; y que tales capitales no se encontrarán a crédito ni se crearán por el ahorro mientras no se cuente con un poco de producción tan intensa, tan segura y tan colosal como los 2.000 kilómetros cuadrados que han de regarse por nuestros dos canales de la Litera y de Sobrarbe.

Todavía no he dicho nada de los pueblos de la montaña, esto es, de los partidos de Boltaña y de Benabarre, cuyos manantiales y cuyas nieves han de surtir de agua a los dos canales, y que sin embargo no han de ser regados por ellos. Parece que le es aplicable la ingeniosa sentencia del lírico romano sic vos nom vobis mellificatis apes, y sin embargo no es así: esos canales han de influir tanto sobre la suerte de la montaña, que no creo exagerar si digo que su construcción interesa tanto a los montañeses como a la tierra baja.

La razón de esto es muy sabida de vosotros, y casi podría excusarme de retraerla a vuestra memoria: dicha en una fórmula concisa, se reduce a esto: porque la montaña está condenada a despoblarse, porque la población de la montaña tiene que trasladarse al llano, y urge que suceda así, y no puede suceder mientras el llano no se riegue. La montaña se está despoblando ya a toda prisa, y como los emigrantes no encuentran condiciones de vida en la tierra baja, cerca de su casa, en su propia patria, emigran al extranjero o a Cataluña, siendo para el Alto Aragón brazos perdidos. Las causas de que la montaña tenga que despoblarse totalmente, sin que haya poder humano bastante a remediarlo, son dos principalmente. Es la primera la desproporción entre lo que produce aquella tierra y lo que sus propietarios tienen que gastar, lo cual ocasiona un déficit, que explica tantas casas cerradas, tantos yermos, tantas quiebras que parten el alma del menos compasivo y que pueblan de jóvenes expatriados el Mediodía de Francia y de ancianos consumidos el cementerio. El número de casas y de patrimonios es ahora, sobre poco más o menos, igual que hace medio siglo; con lo que entonces producía la tierra, se cubrían gastos, porque el Estado pasaba con menos de la mitad de los tributos que ahora exige, no habiéndose empeñado todavía por derroteros de perdición, que nos llevan derechos a la bancarrota, y porque las familias vivían también más modestamente, vestían de su propio cáñamo y de su propia lana, hilados y tejidos en casa, no como ahora de la tienda, labraba con pares de bueyes, no como ahora con mulas; calzaban los hombres abarcas y las mujeres alpargatas, no como ahora los hombres alpargatas y las mujeres botas y zapatos; se contentaban con camas y balcones de madera y pisos de yeso, no como ahora que se han mudado por camas y balcones de hierro y pisos de baldosas, y así por lo demás. De suerte que si entonces los patrimonios producían lo justo para cubrir los gastos de las familias, hoy que esos gastos han aumentado en más de un doble no podrían cubrirlos aun en el caso que produjesen tanto como entonces, y resultaría un déficit llamado a concluir muy en breve con el capital. Pero es el caso que los patrimonios ni siquiera producen lo que entonces producían, con lo cual es claro que el déficit anual, traducido en embargos y pagarés, ha de ser todavía mayor y más rápida la consunción y acabamiento del capital; y digo que producen menos los patrimonios, por dos órdenes de motivos: el primero, porque se crían menos cerdos y menos ovejas que entonces, efecto de haber sido descuajados los montes para sembrar granos y patatas, y adineradas las encinas en forma de leña y de carbón; otro, porque se cultivaba más huerta que ahora, no habiéndola reducido aún a glera infecunda las inundaciones; causadas precisamente por aquellos descuajes, imprudentes, que han hecho bajar las tierras removidas y los cantos revueltos con ellas a levantar el lecho de los ríos. No me lo ha contado nadie; he recorrido el Pirineo y lo he visto con mis propios ojos. He visto lugares, como la Puebla de Roda, que han perdido valor de 25.000 duros en huertas, la médula y substancia de las tierras del distrito, por haber pelado un monte vecino, arrancándole las encinas y labrándole el suelo los pocos años que tardó en abarrancarse y quedar convertido en peñascal. He visto pueblos como Capella, cuya huerta ha sido devorada en pocos años por el río Isábena, que tenía 35 casas cerradas, señal de que habían emigrado otras tantas familias en cuajo, y motivo de congoja y angustia para el Ayuntamiento, que no sabe de dónde sacar recursos para suplir las cuotas de consumos correspondientes a esos vecinos que de hecho han dejado de serlo, pero que para la Hacienda todavía lo son; y donde además de esas 35 casas cerradas se contaba un centenar de familias, la mitad del pueblo, que tenían alguno o algunos individuos en la emigración, entre ellos, herederos jóvenes que habían abandonado a sus ancianos padres, imposibilitados por sus achaques o por su edad para labrar la tierra y vivir del usufructo, o imposibilitados para negociarla y sustentarse del capital por haberla donado imprudentemente, en contrato irrevocable a aquel hijo, no contando con que había de abandonarlos; hecho éste que envuelve toda una cuestión social; que ha ocupado hace pocas semanas a los jurisconsultos más reputados de Zaragoza, y que es una nueva manifestación del mal que estoy describiendo y a que tratamos de encontrar remedio.

§ 9.º-La sequía ejerce oficios de conquistador, puesta de acuerdo con la inundación. -Ahí tenéis, señores, el enemigo encubierto que nos está conquistando el territorio y dejándonos a los montañeses sin patria. A no mirar sino al mapa, creeríais que aquellos labradores poseen hoy igual cabida de tierra que hace treinta años, porque los límites del Alto Aragón no se han encogido, y sin embargo, no es verdad, porque las tierras no valen por la superficie que ocupan, sino por la renta que dan, por los frutos que producen; y los peñascales y las gleras que antes eran encinares y huerta producían judías y tocino y ahora no producen nada, son fincas que se han muerto, y realmente para el labrador han dejado de existir. Reunid con el pensamiento todos los huertos que se llevan los ríos y barrancos cada año, y advertiréis horrorizados que los ríos y barrancos arrastran al mar todos los años dos o tres pueblos. Cincuenta inundaciones más (y cuenta, señores, que este azote ya no es cosa extraordinaria, sino normal y permanente), cincuenta inundaciones más serán bastante para que los naturales de los partidos de la montaña hayan perdido del todo la patria y el hogar.

Las sequías por un lado, y por otro las inundaciones, están arrebatando el territorio del Alto Aragón a los aragoneses, más fijamente que si lo invadiesen las huestes de Napoleón. Los que se van, parece que emigran, y es que huyen delante de ese conquistador invisible que los ha despojado de sus hogares. ¡Ah, señores labradores de la montaña! también vosotros tenéis que dejar de labrar, también vosotros tenéis que convertir las estevas de los arados en cayados de pastor, y muy pronto, muy pronto; de lo contrario, ese surco fementido que abrís, eterno, inacabable, a sangre fría, con ensañamiento, como si tuvierais que vengar algún agravio de la madre tierra, más que surco para sembrar simiente agradecida, es la sepultura donde enterráis el porvenir de vuestros hijos y vuestra propia vida, y el canal que construís para que corra más fácilmente el territorio de la patria aragonesa a desaparecer y perderse en los abismos del Mediterráneo, después de haber sembrado al paso la desolación y el espanto en el llano lo mismo que en la montaña. También vosotros tenéis que pedir -¿y qué digo pedir?, exigir, porque es vuestro derecho- también vosotros tenéis que exigir la pronta construcción de estos canales y pantanos, lo primero, porque mientras se construyan, bajaréis a trabajar temporadas en las obras, ahorraréis dinero, como en los días de la siega, que os permitirán tirar un poco más, aliviando vuestro patrimonio de la montaña de hipotecas y de pagarés que lo aplastan y hacen de vosotros verdaderos esclavos; lo segundo, porque cuando los canales estén terminados, los que sobremos allá arriba, que somos casi todos, en vez de emigrar a Cataluña, o a Francia o Buenos Aires, como ahora, emigraremos al partido de Fraga, de Barbastro o de Tamarite, edificaremos nuevos pueblos poniéndoles los nombres de los nuestros que hayamos desertado, y sin salir de nuestro país, sin perder de vista nuestros valles y nuestras nieves, habremos labrado nuestra prosperidad y realizado el ideal de la agricultura aragonesa: convertir el llano en montaña por lo verde y la montaña en llano por lo despoblada. ¿Pensáis que esto es utopía? Pues oíd. Hace poco más de un siglo, en 1784, llevaba la Litera cinco mortales años sin ver una gota de lluvia ni cosechar un grano de trigo, y como era natural tuvo que emigrar un gentío inmenso: sólo de Tamarite salieron 1.200 personas. ¿Y sabéis a dónde fueron a remediar su miseria? A Zaragoza, a las obras del Canal Imperial que se estaba construyendo en aquel entonces por un conjuro del alma acerada y ardiente de Pignatelli.

Con lo que llevo dicho hasta ahora he querido demostrar, no sé si lo he logrado, que la salvación de la agricultura alto-aragonesa, y por tanto, la del país, estriba única o muy principalmente en los canales y pantanos; que el porvenir del Alto Aragón, y algo más que su porvenir, su existencia, sin distinguir de llano o de montaña, depende de ellos; y que por tal razón, está justificado el que la Cámara se proponga como objeto especial de su instituto el fomentar o promover la construcción de canales y pantanos de riego.

§ 10.-El Estado debe construir y explotar los canales y pantanos; construidos por empresas o particulares, el remedio sería peor que la enfermedad. -Pero no dice esto sólo el art. 1.º del proyecto de Reglamento: dice, además, que esos canales ha de procurar la Cámara que sean construidos por el Estado. Obedece esto a la convicción que tengo: 1.º, de que ni el canal de Tamarite ni el de Sobrarbe se construirán jamás, o al menos en una fecha próxima a tiempo de que los veamos nosotros y nos salven, como no los construya el Estado; y 2.º, de que si yo estuviese equivocado en esto y los canales llegaran a construirse por Empresas particulares, el remedio sería peor que la enfermedad, el mal no habría hecho más que mudar de nombre, la guerra actual entre el labrador y la sequía se habría transformado en guerra entre el labrador y la Empresa concesionaria, y no pasarían diez años sin que la Litera y el Somontano, viéndose tan desgraciado como antes, renegaran de los canales y del ingeniero caldeo que los inventó. Sobre esto habría de versar la segunda parte de mi discurso, pero me he extendido tanto en la primera, que os tengo ya hartos y molidos y deseosos de retiraros a descansar.

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Que los canales no se construirán por Empresas particulares, y que la nueva concesión que se prepara a otorgar el Gobierno no servirá más que para engañar otro cuarto de siglo y hacer que la Litera, tantas veces burlada, se levante y acometa a pedradas al primer concesionario que aparezca por allí con bagaje de discursos y de gallardetes, lo persuaden a uno la razón y la experiencia. Hace ya cerca de medio siglo que el Estado se ha hecho cargo de la necesidad de los canales y ha querido estimular la iniciativa privada con beneficios cada vez mayores, determinando una evolución por demás curiosa de la idea socialista, cuyo último proceso es el desiderátum de la Cámara en proyecto, tal como se halla expresado en el artículo 1.º del Reglamento. Por una ley de 1849 se declaró que los capitales que se invirtieran en riegos nuevos estarían exentos de toda contribución por término de diez años; pero ese beneficio, ampliado a un tiempo indefinido por la ley de Aguas de 1866, pareció poco, y no se ejecutó una sola obra de este género. La ley de Canales y Pantanos de 1870 fue más generosa y aun espléndida, que concedía a las Empresas constructoras el aumento de contribuciones que se obtuviesen por consecuencia del riego hasta el límite de 30 duros por hectárea de tierra regada y tres años más la contribución íntegra a título de indemnización del interés correspondiente a los capitales durante la construcción; lo cual representaba por término medio las partes del presupuesto de las obras, si bien cobradas después de concluido el canal, en un período de diez a quince años. Pues a pesar de tan escandalosa subvención no se tentó nadie y ni una sola concesión se llevó a término. La ley de Aguas de 1879 otorgó a las Compañías constructoras, en concepto de auxilio, el aumento de contribuciones que se obtuvieran, pasados que fueren los diez primeros años, y eso durante un período que podía variar de cinco a diez años. No hay que decir que tampoco vio el fin ningún proyecto. La ley de Canales y Pantanos de 1883 dio un paso de gigante en este camino; ofreciendo una subvención, pagada a medida que se ejecutasen las obras, lo mismo que se había hecho con los ferrocarriles y que podía ascender nada menos que al 40 por 100 del presupuesto tratándose de Compañías, y hasta el 50 por 100 tratándose de Sindicatos de regantes, y con facultad además de prestarles el Estado hasta el 50 por 100 del mismo presupuesto de las obras con un rédito sólo del tres. Y tampoco eso ha parecido suficiente: van corridos nueve años y tampoco se han construido canales. Se les ofrece la mitad a medida de la construcción, y no aceptan; se les ofrecen las partes para después de terminada, y tampoco. Pues ya qué más quieren los concesionarios, ¿que la nación les dé hechos los canales y que encima los convide a chocolate? Esa lección que nos dan los hechos desde el punto de vista de la legislación de canales y de aguas en general, la corrobora la historia lamentable de las concesiones del canal de Tamarite, espejo fiel de la política española en los últimos sesenta años, con que cualquier historiador adivinaría dentro de algunos siglos el temperamento de nuestra raza y las causas de nuestra decadencia, aunque no supiera de nosotros más que eso. Por la Real Cédula de concesión del canal de 1834, la obra en cuestión debía estar concluida diez años después, en 1814; pues pasaron los diez años y pasaron veinte más, y ni siquiera llegó a principiarse. Por un Real decreto de 1866, el canal debía principiar a funcionar ya concluido, nueve años después, en 1875; y efectivamente, pasaron esos nueve años y uno más, y el canal ya principiado, se quedó en la introducción. Por otro Real decreto de 1876 debían estar concluidas las obras y la Litera en disposición de regarse, nueve años más tarde, en 1885; y pasaron esos nueve años y han pasado siete más, y el agua del Cinca sigue tan lejos de la Litera como el primer día. De modo que ni siquiera a la tercera ha ido la vencida. Hace dos meses prometió el Ministro de Fomento a los representantes de Aragón en Cortes, que sacaría por cuarta vez a subasta la concesión del canal: pues Aragón debe oponerse a eso: las comedias clásicas de nuestro teatro nacional sólo tienen tres actos, y nosotros no debemos consentir que a la comedia que se viene representando por cuenta del canal hace sesenta años que al país se le ha sentado ya en la boca del estómago, se le añada un cuarto acto, que sería tanto como hacernos merecedores de un quinto y de un sexto y de otros más, hasta que pasen otros treinta años y acabe la comedia a uso trágico, con la total extinción del país. Si lo hacen y lo aguantamos, bien merecido nos estará: si no sabemos arrancar de los poderes el canal y los canales a fuerza de puño, es que no lo merecemos. Como veis, la experiencia de lo pasado nos enseña que los anales no se construirán mientras no los construya por su cuenta la Administración, como una obra nacional; y no está de más recordar aquí que esa misma opinión ha sustentado en un documento impreso, dirigido hace pocos años al Ministro de Fomento un hombre que es voto en la materia, el director gerente de la concesión recién caducada del canal de Tamarite, D. Fernando Puig.

Pues por otro camino, por el camino de la razón y de la reflexión propia, vamos a llegar a la misma conclusión. La causa principal de que no hayan acudido ni acudan capitales a la construcción de canales de riego, no obstante lo enorme de la subvención, como acudieron a la construcción de ferrocarriles, es que los ferrocarriles producen desde el primer día, se les ve el resultado inmediato, al paso que los canales requieren un cierto número de años para dar un producto remunerador; y los capitales en nuestro siglo no tienen paciencia para aguardar veinte o treinta años, brindándoseles con tentadoras instancias y seducciones tantos y tantos negocios y especulaciones que dan fruto al año, y tal vez al trimestre. Pues esto, lo mismo sucede ahora que hace siete años cuando se otorgó la última concesión del canal. El único que ahora lo mismo que entonces y que siempre puede aguardar es el capital de la nación, y esto, por tres distintos órdenes de razones: -1.º, porque la nación es eterna, dentro de la relativa eternidad del planeta, a diferencia de los individuos, que pasamos por la vida como sombras fugaces y queremos capitales que se reproduzcan a vista de ojos: -2.º, porque el Estado, constructor y propietario de los canales, se encuentra respecto de éstos en el mismo caso que los particulares respecto de los ferrocarriles, esto es, que le producen desde el primer día un interés remunerador: -y 3.º, porque aun cuando las sumas invertidas en tales obras no hubieran de ser reproductivas en ningún tiempo, el agua de riego en climas cálidos y secos como el nuestro constituye una condición necesaria de existencia, sin la cual la nación, dada su población actual y las necesidades que le impone la moderna civilización, es imposible, y la misión del Estado es suministrar ese género de medios esenciales, obrando como actividad complementaria de la actividad social cuando la sociedad directamente por sí no la suministra.

Que al Estado han de producirle los canales desde el principio un interés remunerador, no a los particulares, se convence con una sencilla reflexión, que por otra parte, está amparada en la experiencia; y es que el Estado no percibe tan sólo, como el empresario particular, el canon del agua conforme a tarifa; percibe, otra cosa que importa mucho más que eso, el aumento de contribuciones directas o indirectas que se engendra del aumento natural de la riqueza imponible, del aumento de la población, del aumento del bienestar, del aumento consiguiente del comercio exterior, y en una palabra, del aumento del valor del suelo y de su potencia productiva, y del mayor movimiento, transformación y consumo de sus frutos, decuplicados. Las 200.000 hectáreas que han de regarse con nuestros canales, tributarán ahora al Estado escasamente con dos millones de reales; puestos de regadío, podrían darle, según los tipos oficiales de evaluación al 15 por 100 de la riqueza imponible, de 20 a 24 millones. La diferencia entre las dos cifras de secano y de regadío, representa el interés al 5 por 100 de un capital de 400 millones. De modo que aun cuando el Estado hubiese de gastar 400 millones de reales en construir esos dos canales y la venta de agua no produjera un solo céntimo de líquido, porque se gastase todo en la conservación de las obras y en administración, todavía en ese caso sería un negocio para el Estado. ¿Es esto fantasía y cálculos galanos? No, que depone a favor de ellos un hecho que se está obrando casi a nuestra vista: el canal de Urgel, que ha arruinado a la empresa constructora, produce ya al Estado por el aumento de contribuciones, un beneficio anual de tres millones de reales que no percibiría si no fuese por el canal. El canal riega 50.000 hectáreas de cereales cultivadas por el sistema de año y vez, o sea, 25.000 hectáreas cada año, que es la octava parte de las 200.000 hectáreas de nuestros dos canales de Tamarite y de Sobrarbe: ocho veces tres millones son 24 millones de reales, lo mismo, y aún más que vine antes a deducir por cálculos de carácter general.

Pues todavía no me he parado en esto. He dicho que aunque los canales no hubieran de retribuir al Estado en proporción de lo que le cuestan, tendría obligación de construirlos, una vez averiguado por la experiencia que la actividad social no se halla dotada de la necesaria fuerza para construirlos por acción espontánea, directamente por sí; y tendría esa obligación de construirlos, en el ejercicio de una de las funciones tutelares que integran su ministerio. No vaya a creerse que con esto me hago eco de alguna doctrina metafísica o de alguna peligrosa genialidad: me hago eco de una doctrina de sentido común, puesta en práctica muy recientemente, y por cierto, en proporciones gigantescas, la nación de quien menos podíamos esperarlo, Inglaterra, esa gran maestra de la humanidad en materia de adelantos económicos y sociales: ella, tan individualista como todos sabéis, que mantiene al Estado cuidadosamente apartado de todo lo que parezca ejercicio de industria o de comercio, ha construido sin embargo por su cuenta y explota los canales allí donde ha visto que sin ellos era imposible toda vida regular. En su territorio europeo, el riego es absolutamente indispensable, porque no padece de sequías, y con gran prudencia política se ha abstenido de construir canales, dejando que los construyeran, si querían construirlos los particulares; pero en su territorio de la India, el riego era necesario, sin él la sequía aniquilaba a menudo las cosechas y engendraba aquellas hambres terribles que recordaréis haber visto descritas en periódicos y revistas ilustradas, allá en vuestras mocedades; y el Estado, regido por estadistas que tienen de manos cuanto tienen de lengua los nuestros, considerando muy acertadamente los canales como un deber de tutela pública y como un instrumento de gobierno, decidió construirlos por administración, y en diez años, desde 1867 hasta 1878, gastó en canales ¿cuánto diréis? ¡pasa de 1.500 millones de reales! ¿Y querréis creer que el capital de construcción que a él le costó al 4 ½ le produce cerca del 5, es decir, que ha cumplido con una obligación sagrada, que ha salvado millones de vidas, y que lejos de haberle costado algún sacrificio, todavía gana dinero? -Pues en ese mismo caso, en el mismo caso que la India, se encuentra España: el que no piense que la construcción de canales se impone al Estado por la obligación que tiene de fomentar la riqueza pública, de multiplicar el capital de la nación, de estimular el bienestar de los particulares y el aumento de las rentas públicas, debe pensar que se impone al Estado como los lazaretos y las fortalezas, con que defienden al país contra la invasión de las epidemias y de los ejércitos extranjeros; como en otro tiempo la policía de abastos, como un medio necesario de progreso y aun de existencia del país, como preservativo o como remedio a la más grave de las enfermedades que afligen a la nación. -Hasta en los países del centro de Europa han gastado los Gobiernos enormidades de dinero en construir o auxiliar la construcción de canales de riego, como Bélgica, donde el Estado construyó a sus expensas la red de la Campine, gastando 100 millones de reales; como Prusia, que ha invertido en anticipos a los constructores 120 millones; y así por el estilo otros Estados alemanes. Y si tales sacrificios hacen los Gobiernos allí donde los riegos no son absolutamente necesarios, ¿qué no debería haberse hecho en España, donde sin riego no hay agricultura posible que merezca nombre de tal, en que hay pueblos donde el agua es artículo de importación hasta para beber, y tiene que ser repartida por los ricos de limosna?

§ 11.-Armonía entre los intereses del Estado y los de los regantes. -Vengo al último fundamento en que he querido apoyar la tesis del artículo 1.º del proyecto de Reglamento, según el cual, la Cámara Agrícola del Alto Aragón había de procurar que sea el Estado quien construya y explote los canales y pantanos de interés general, sin concederlos a ninguna empresa particular. Como el Estado no es ninguna entidad sustantiva, como es la nación misma, organizada para una cierta función social, y los regantes no son cosa distinta de la nación, existe perfecta armonía entre sus intereses y los intereses de los regantes; al paso que siendo propiedad de empresas particulares, esa armonía es punto menos que imposible y la guerra se impone como una fatalidad, porque las conveniencias del capital canal y las de los regantes llevan camino divergente. -En primer lugar, siendo dueño de los canales el Estado, puede en años de crisis, de carestía extraordinaria, de pública calamidad, aliviar a los agricultores, rebajándoles temporalmente los tipos del canon, lo cual no haría una empresa, atenta sólo a sus dividendos, sin que le importe gran cosa la suerte de los regantes. -El Estado, dueño de los canales, puede acordar reducciones circunstanciales en las tarifas, para fomentar determinado cultivo nuevo que convenga más que el tradicional, o al revés, para hacer posible la continuación de ésta por algún tiempo más, enfrente de la competencia extranjera, mientras los agricultores preparan con tiempo, sin ruinosos e imposibles atropellamientos, la transformación. -El Estado dueño de los canales, puede rebajar gradual y progresivamente, y con carácter ya de permanencia, el canon inicial, así como se vayan desarrollando los riegos y el capital invertido en las obras produzca un interés superior al que produzca la renta del Estado, cosa que tampoco haría nunca un concesionario particular, porque ésta no se propone como límite un dividendo determinado, sino el más alto que sea posible, dentro del máximum de la tarifa autorizada en la concesión, aunque arruine a quien ha de pagarlo. -Y es que el Estado puede conceder tales beneficios sin perder nada, porque con el aumento de riqueza que se determina por causa de la rebaja, obtiene una compensación en los tributos, mientras que a las empresas no les sucede otro tanto, porque toda su ganancia se encierra en el dividendo careciendo de compensaciones por otra parte. Así sucede, por ejemplo, en Francia, que los ferrocarriles que son propiedad del Estado sirven al público una tercera parte más barato por término medio que las líneas de las Compañías, llevando, por ejemplo, en 1.ª clase por el mismo dinero que éstas llevan en 2.ª -Y aun en España, sin salir de Aragón, y precisamente tratándose de canales, podría aducir en confirmación un caso elocuente: el Gobierno, que es propietario y administrador del Canal Imperial de Aragón, rebajó allá por el año 1849 la tarifa del agua en una mitad y al punto las tierras regadas aumentaron en un tercio, y en otro tanto la intensidad de los cultivos; pusiéronse de regadío muchas tierras medianas que no podían soportar el canon antiguo y que ahora producen tres cosechas y dan muy buenos rendimientos a la Hacienda en forma de aumento de contribución. En conclusión, siendo los canales propiedad del Estado, las tarifas no constituyen un dogma inmutable; son algo flexible y acomodaticio, que se adapta a las circunstancias, sin tener que consultar otro interés que el de los regantes, que es el suyo propio, sin tener que sostener una lucha con ninguna potencia financiera.

A esto añadiré una última reflexión. La subvención que la ley de 1883 regala a las Empresas concesionarias por cada dos canales que construyan, es bastante para que el Estado construya uno de su propiedad; por manera que si en vez de optar por lo segundo, en vez de construir por sí y para la nación, da el dinero a las Empresas, resultará que los contribuyentes lo pagan y los accionistas lo disfrutan, repitiéndose el caso aquél del andaluz y el gallego que no teniendo más que un cigarro, decidieron fumárselo entre los dos en la siguiente forma: el andaluz chupaba y el gallego escupía. No hay que decir que aquí el gallego seríamos nosotros los contribuye utes.

§ 12.-El agua es el maná que Dios hace llover sobre la tierra española: el Gobierno necesita tener a su lado la opinión del País: nacionalización del agua. -Por otra parte, ¿no son los canales, ese gran elemento de movilización del capital tierra, un negocio seguro para mañana, diríamos el gran negocio del porvenir? Pues que ese negocio, que no puede invocar aún la oposición de los intereses creados, no llegue a individualizarse. El agua es el maná que Dios hace llover sobre la tierra española, y ese maná no debe ser propiedad de nadie, debemos participar todos de él, debe ser propiedad de la nación: uno de los grandes partidos de Inglaterra, el que acaudilla Gladstone, ostenta en su programa esta atrevida reforma: «la nacionalización del suelo» ¡pues yo voto señores, en España, por la nacionalización del agua! ¿Es esta proclama alguna novedad, reñida con las ideas económico políticas que profesa o siente la sociedad española? Tampoco, tampoco: escribiendo ese principio en su bandera la Cámara Agrícola del Alto Aragón no haría más sino desarrollar lo que tiene ya admitido en principio nuestra legislación; más aún, lo que es ya un hecho práctico en nuestra economía nacional: -1.º, porque las concesiones de canales sólo se hacen para noventa y nueve años, al cabo de los cuales han de pasar a ser propiedad del Estado: de manera que, en rigor, hoy ya un canal concedido no constituye una propiedad particular; la Empresa concesionaria es un mero usufructuario por tiempo limitado, y si el Estado los construyese ahora o una vez construidos los expropiase o rescatase, la cuestión no variaría en su esencia, porque todo se reducía a anticiparse algunos años lo que de todos modos ha de ser: -2.º, porque el Estado es ya propietario de dos canales, el Imperial y el de Llobregat, y los administra por su cuenta; de modo que si la Cámara se funda sobre la base del art. 1.º del proyecto de Reglamento, no aspira a cosa rara o nunca vista: aspira a que el Estado haga con todos los canales que están por construir lo que está haciendo con dos de los que están ya construidos: -3.º, porque ya hoy existe una ley, la de Canales y Pantanos de 1883, que autoriza al Gobierno para emprender estudios de tales obras y presentar a las Cortes proyectos de ley con objeto de encargarse de la construcción por cuenta del Estado. Y en cuanto a recursos para construirlos, hablaremos en otra ocasión, hoy no alcanza el tiempo para eso; y únicamente diré que ese canal de la Litera que pesa y representa tanto como una provincia, se concluye con menos de lo que le cuesta a la nación uno sólo de los buques de guerra que se están construyendo en los astilleros del Nervión.

Con esto dejo demostrado no sólo que es forzoso que el Estado acometa la obra de los canales por administración, sino que ha de ser empresa fácil el decidirlo a ello, con tal que exista una fuerza enérgica y vigorosa que lo mueva y empuje. Ahí tenéis el porqué de la Cámara cuya fundación se os propone: La Cámara Agrícola del Alto Aragón ha de ser eso, fuerza estimulante que aguijonee al Gobierno, y caso necesario lo constriña a empuñar el barreno y la dinamita para horadar montañas y mudar el curso de los ríos y derramarlos en mansa inundación sobre tierras cultivadas. Para eso, necesita tener a su lado toda la opinión del país: por esto no se limita la Cámara en proyecto a promover la construcción de los canales y pantanos del Alto Aragón, sino de todos los que sean posibles en el territorio español, de 2.000 kilómetros siquiera en toda la Península, que es lo que hace falta para dar alimento a los 9.000 kilómetros de ferrocarriles que tenemos. Observad cuán lógicamente se encadenan los diversos miembros de ese artículo 1.º, y con esto concluyo: los canales del Alto Aragón no se construirán mientras no los construya el Gobierno; el Gobierno no los construirá mientras no le obligue a ello la opinión de la nación entera; la opinión nacional no obligará a construir precisamente los canales del Alto Aragón, que directamente sólo interesan a una provincia; le obligará si acaso a construir en general canales, por valor de 200 a 300 millones de pesetas, y entre los canales, es claro que irán comprendidos los nuestros, y que ocuparán el primer lugar, por ser los más antiguos y los más importantes de toda España.

§ 13.-El río Ebro, cuna y centro de la nacionalidad aragonesa, maestra de España en cuestiones sociales. -La ocasión no puede ser más propicia, y mereceríamos todo género de infortunios si la desaprovechásemos: la nación está dispuesta secundar nuestra iniciativa y esperándola hace mucho tiempo, los partidos políticos están preparados para dispensarle favorable acogida. Seamos nosotros la levadura que ponga en fermentación toda esa masa hasta ahora inerte, y los portaestandartes de ese lema salvador, fuera del cual, España no verá su resurrección; pongámonos a la cabeza de Aragón, asumiendo el alto ministerio educador que en otro tiempo ejerció Zaragoza, para enseñar a la nación española el seguro derrotero de su porvenir, y que este río Ebro, que ha servido de cuna y de centro a la nacionalidad aragonesa, maestra de España en cuestiones sociales, anuncie ahora el nuevo evangelio político a los pueblos de la Península, como ya principió a anunciárselo con el canal de Tortosa, construido en el siglo XV, antes que ningún otro de Europa. Los comienzos del siglo fueron de Aragón: que sean de Aragón también sus postrimerías: a principio del siglo, salvó con su heroísmo la independencia patria, enseñando a los demás españoles el arte de resistir a los franceses; ahora que estamos en las postrimerías del siglo y en los albores de una nueva edad, es fuerza que salve el porvenir de la patria, enseñando a los españoles el arte de domar los ríos y resistir al sol. La historia tiene que clasificar al Ebro entre los grandes ríos civilizados, al lado del Éufrates, del Nilo, del Tíber, del Támesis y el Sena. Es el más caudaloso de la Península: tiene delta como el Nilo, e historia gloriosa como el Tíber, es navegable como el Támesis de Londres y el Sena de París; sirvió para dividir la España romana en dos partes, la Citerior y la Ulterior; en sus orillas nació el sistema parlamentario, juntándose en Cortes antes que ningún otro pueblo de Europa; en sus orillas tuvo origen y se desarrolló el derecho internacional moderno, con Pedro I y Fernando II; de ellos salió, que no del joyel de la Reina Católica, como pregona la leyenda, el dinero que necesitó Colón para descubrir la América; ha sido el gran antemural de las invasiones septentrionales; en los albores de la Edad Media detuvo a Carlo Magno; en los albores de la Edad Moderna ha detenido a Napoleón; corre desde el Atlántico al Mediterráneo, como si trazara el rumbo de la civilización moderna, de Occidente a Oriente; cruza todos los climas, naciendo en la región de las nieves perpetuas y muriendo en la región de la palmera y del naranjo; tiene a un extremo el puerto de Pasajes y en el opuesto el puerto de San Carlos de la Rápita, dos de los puertos mejores de Europa, y en la cabeza y en la desembocadura las dos razas más laboriosas de la Península, la raza vascongada, representante de la tradición, y la raza catalana, representante del progreso, y en el centro Zaragoza, con su maravillosa vega, creada artificialmente en medio de la más estéril de las cinco estepas españolas, como para demostrar de lo que es capaz la virtud creadora del agua; y allí, en una de sus plazas, la estatua de Pignatelli, a cuya milagrosa tenacidad fue debido el canal Imperial, como para demostrar de lo que es capaz la voluntad de un hombre, cuando ese hombre tiene fe y es aragonés; y al extremo opuesto de la estepa, los llanos abrasados del Somontano y la Litera, aguardando, con la misma ansia con que los Padres del Limbo aguardaban la venida del Mesías, un nuevo Pignatelli, para que desciendan como cintas de plata, desde los primeros estribos del Pirineo, esos dos canales de Tamarite y de Sobrarbe, que en Selga y en Binéfar, al confundirse en abrazo íntimo con la locomotora, venida de otros mundos, consumarán las bodas de que ha de nacer esa nueva España en que soñamos, más grande que aquélla del Renacimiento descubridora de mundos, inventora de ciencias, creadora de naciones, y en cuyo eterno murmullo, de pradera en pradera de salto en salto, irán confundidos vuestros hombres en un himno de agradecimiento, porque supisteis convertir en taller bendecido por el trabajo el suelo de la Península que hasta hora sólo había sido un campamento y evocar del sepulcro a este pobre Lázaro de las naciones, juntando sus huesos y vistiéndolos de piel y de carne y vertiendo en sus venas desnudas la sangre de los ríos y haciéndola aparecer más esplendorosa que nunca en medio de la incrédula Europa que la juzgaba muerta para siempre.

Éste es nuestro destino como hijos del Ebro y éste el deber que tenéis que cumplir como aragoneses para con la patria española: ése también el instrumento de vuestra redención individual; y si sois hombres precavidos y al propio tiempo patriotas, no debéis defender más política que esa: la política hidráulica. A todos vosotros me dirijo, a los ricos, a los pobres y a los medianos: el día que todas las aguas del Pirineo se queden prisioneras en el llano, nuestra provincia producirá por sí sola tanto como ahora producen diez provincias, y habrá para todos, rentas y lujo para el rico, independencia y mesa provista para el pobre, jornales altos y continuos para el trabajador, limosnas cuantiosas para el desvalido, tributos abundantes para el Erario, descanso y holgura para todos; España podrá acordarse entonces de los maestros de escuela, y hablar en serio de cuerpo electoral y de sistema parlamentario y de política colonial y de jurado; podrá construir escuadras y hacerse respetar de los extraños y reanudar el hilo roto de sus tradiciones y de sus destinos gloriosos en el mundo y recobrar en los Congresos europeos el sillón que dejara vacante el Conde de Aranda hace cien años. De vosotros depende el que esto sea una realidad o una utopía; tenéis en la mano a elegir vuestra grandeza o vuestra ruina. Si desde hace quince años los agricultores del Alto Aragón, asociados como ahora vamos a asociarnos, hubiesen hecho lo que en el art. 4.º del proyecto de Reglamento se propone que se haga, Asambleas ruidosas en Barbastro, todos los años, Congresos agrícolas de cuando en cuando en Madrid, mitins en los pueblos, nombramiento de Diputados especialistas con mandato imperativo a cada crisis de Gobierno, peticiones constantes a las Cortes, comisiones todos los años a la Reina, telegramas todas las semanas a la prensa, acometidas todos los meses al Ministerio y a los Diputados y a los Senadores, ¿creéis, señores, que los concesionarios del canal de Tamarite, por ejemplo, habrían podido contrarrestar tan ruda y persistente campaña, parando, como han parado, durante media generación, el golpe de la caducidad; que los Gobiernos habrían tenido aguante suficiente para resistir esa mosca tenaz clavada siempre en la nariz, que no les habría dejado ni dormir siquiera, y que el pesado letargo, con trazas de muerte de la nación, no habría cedido a ese campanilleo incesante de 20.000 agricultores aragoneses pidiendo a coro justicia, ahora con razones, ahora con súplicas, ahora con amenazas, y que a estas horas no estaría ya corriendo el agua del Ara, del Ésera y del Cinca por los desiertos de la Litera y del Somontano? ¡Ah! Mucho hay que culpar a los Gobiernos; mucho tenemos que culpar al Parlamento; pero más que nada debemos culpar a nuestro apocamiento y a nuestra desidia.

§ 14.-La construcción de los canales y pantanos, depende sólo de nuestra voluntad. -Ahora vamos a hacer lo que debió hacerse antes, sólo que ya condensando mucho los tiempos, forzando el vapor de la máquina, porque llevamos todo ese retraso. Hemos perdido esos quince años de actividad comercial, de promesas y buena voluntad de los partidos, de paz y sosiego político en el interior y en el exterior, de crédito para los valores públicos, de ejemplo animador por parte de Francia; no podemos aguardar otros quince años, que sería tanto, para nosotros, como ponernos por delante la eternidad y exponernos a las eventualidades de un porvenir incierto. Por fortuna, aunque el tiempo es, por punto general, primera materia insustituible en empeños grandiosos como éste, podéis suplirlo con grandes desprendimientos de voluntad: todo consiste en que tengáis tanta como se necesita y queráis ponerla al servicio de esta obra. -Si queréis, -y estas son mis últimas palabras, -si queréis, dentro de cinco años estará concluido el canal de Tamarite; si queréis, dentro de diez años estará concluido el canal de Sobrarbe; y regados, por tanto, el Somontano de Barbastro y la Litera.

Pero, ¿queréis de verdad? Esta es una duda que tengo clavada como una espina aquí en el alma, y vela con una sombra de tristeza todos mis entusiasmos y los penetra de desalientos. Ahora, ya lo oigo, todos exclamáis «¡queremos!», y yo lo creo, y si todo fuese obra de un día, los canales (que repito, dependen sólo de nuestra voluntad) se construirían; pero se requieren cinco años; y ¿poseéis dentro ricos y pobres, los ricos sobre todo, suficiente caudal de voluntad para que os dure el querer dos años siquiera? ¿No se habrá agotado ya todo al día siguiente de esta feria, y no vendrá en pos de nosotros, como el demonio de la parábola de Jesús, que iba tras del sembrador esparciendo simiente de cizaña para que ahogase el trigo, no vendrá, digo, detrás de nuestra santa obra y de nuestras intenciones honradas y patrióticas, el genio de la maldecida política, asistida por las malas pasiones de las almas pequeñas, que no ven nada en el mundo fuera de sí propias ni profesan otra religión que el culto de sí mismas, a levantar otra vez la bandera de los intereses personales enfrente de los del país, y no la dejaremos triunfar como hasta ahora, pobres suicidas, que vemos cómo están asesinando a la infortunada patria y no volamos a auxiliarla, ni por instinto de conservación, ni siquiera por vergüenza, limitándonos a llorar cobardemente como mujeres lo que nos hacen padecer entre unos cuantos?