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ArribaAbajoCapítulo III

El canal de Tamarite, cien años después3


Programa político.-Hasta ahora se han dedicado los políticos a combatir la servidumbre política: ahora, se ha de combatir la servidumbre económica.

¡Guerra a la reacción! antes: ¡guerra a la pobreza! ahora.



Señoras y señores: Cuatro palabras de introducción para exponer el argumento sobre el que va a versar el presente meeting.

§ 1.º-Introducción: telegramas en forma de conclusiones. -La Cámara Agrícola del Alto Aragón, cuyo objeto es fomentar la Agricultura de la provincia promoviendo la construcción de canales y pantanos de riego, ha creído deber principiar por aquél cuya ejecución considera más urgente y al propio tiempo de más fácil consecución. Y profesando como dogma, escrito así en su Reglamento, que los canales de riego deben ser construidos y explotados precisamente por el Estado para que el remedio a la sequía no sea peor que la enfermedad, y viendo amenazado el proyecto del canal de Tamarite de una nueva concesión a empresarios Particulares, que defraudaría las esperanzas de redención que este país funda en el río Ésera, ha creído que el país debe impedirlo con todas sus fuerzas, y acude a él para consultarle y ofrecerle su concurso y pedirle su cooperación. La Cámara opina que lo primero que debería hacerse es telegrafiar al Jefe del Gobierno, con las firmas de los alcaldes, en términos parecidos a este que ahora voy a leer, para que estando en autos la concurrencia de lo que se trata, pueda entender mejor los discursos que van a pronunciarse:

«Tamarite, 29 Octubre de 1892.

»Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros:

»Por acuerdo de numerosa Asamblea de hacendados y labradores reunidos aquí en el día de hoy para deliberar sobre el caso, la Cámara agrícola del Alto Aragón y los Ayuntamientos de la zona del canal de Tamarite suplican a V. E.: primero, que se sirva presentar a las Cortes un proyecto de ley encomendando la terminación de dicha obra a la Administración del Estado; y segundo, que caso de no acceder a esta petición, se sirva mantener el proyecto en su actual estado, sin concederlo a ninguna persona o entidad privada; pues consideramos preferible que sigan las tierras de secano a regarlas en las condiciones onerosísimas que se impusieron en las condiciones anteriores, y que el capital privado no podría en ningún caso mejorar de un modo sensible.

»El presidente de la Cámara, Joaquín Costa. =Por el vicepresidente, Conde de San Juan. =El presidente de la Diputación provincial, Mariano Naval.= El alcalde de Barbastro, Mariano Español.= El alcalde de Tamarite, -Pedro Mola.= Por el alcalde de Monzón, Antonio Abadía.= El alcalde de Binéfar, Antonio Esteve.= El alcalde de Esplús, Miguel Marco Bayona.= Por el alcalde de Almunia de San Juan, Luciano Arias.= El alcalde de Lérida, Francisco Costa Terré.= Por el alcalde de Alcarraz, José Esteve.= El alcalde de San Esteban de Litera, Jaime A. de Salas.= El alcalde de Albelda, Pablo Coloma Faro.= Por el alcalde de Estadilla, Leoncio Bardaxí

Simultáneamente cree debería telegrafiarse al Jefe del partido liberal por el siguiente tenor poco más o menos:

Tamarite, 29 Octubre de 18924.

»Excmo. Sr. D. Práxedes Mateo Sagasta:

»El partido liberal monárquico entiende que el combatir la sequía por medio de canales y pantanos de riego es función propia del Estado y uno de sus principales deberes, según declaró autorizadamente el Excmo. Sr. D. Segismundo Moret en el Congreso de los Diputados el día 19 de Abril de 1883. Teniéndolo en cuenta, la Cámara agrícola del Alto Aragón, por encargo de una Asamblea de agricultores y de Ayuntamientos celebrada aquí en el día de hoy, se atreve a suplicar a V. E. que interponga su valimiento cerca del Gobierno y de las Cortes para que se decrete la conclusión de las obras del canal de Tamarite por cuenta del Estado, o en otro caso, para que no se anuncien a subasta, sino que se mantenga el «statu quo».

»El presidente de la Cámara, Joaquín Costa.= Por el vicepresidente, Conde de San Juan.= El alcalde de Barbastro, Mariano Español.= El presidente de la Diputación provincial, Mariano Naval.= El alcalde de Lérida, Francisco Costa Terré.= El alcalde ejerciente de Tamarite, Agustín Sin.= Por el alcalde de Monzón, Antonio Abadía.» (Siguen las firmas como antes.)

Cree que luego debería firmarse una instancia pidiendo eso mismo que se pide en los telegramas, pero razonada y dirigida al Gobierno y a las Cortes. Cree, por último, que debe trabajarse en Madrid para que la petición surta el resultado apetecido y no suceda que saltando por encima de ella, y menospreciando la voluntad del país, se dé al expediente un giro que no sea el que convenga a los intereses de la Litera, y en general del Alto Aragón5.

Pero es éste asunto tan delicado, y afecta de un modo tan profundo a esta importante comarca del Alto Aragón, y a la zona contérmina de Cataluña, que la Cámara no ha querido precipitarse, y antes bien, desconfiando de su propio criterio y respetuosa con el de los demás, ha invitado al país a esta reunión para que juntos todos deliberemos sobre aquello que parezca más conveniente al interés común. -Hable, pues, el país; hable después del país la Cámara Agrícola, y obraremos luego del modo que a la mayoría parezca más conveniente.

Hasta ahora se hallan alistados para tomar parte en el meeting el Sr. D. Francisco Puyal personalmente, y los señores D. Francisco Moncasi, D. Fernando Puig y D. Andrés Llauradó por discursos escritos que han tenido la bondad de remitir exponiendo su opinión. Pueden pedir la palabra y en nombre de la Cámara les invito a que hablen, aquellos que tengan que comunicar a la concurrencia algo que sea conducente al objeto que dejo expresado.

(A continuación de hacer uso de la palabra los señores arriba citados, ocupa la tribuna el Presidente de la Cámara agrícola).

§ 2.º-El primer centenario del canal: debemos enseñar los dientes.- El Sr. Costa (D. Joaquín). -Hace ocho años, en el de 1884 y 1885, se cumplió el primer centenario del proyecto de canal de la Litera. El cielo festejó aquella solemnidad, de una manera espléndida, inaugurando un período de sequía, que sólo ha durado siete años: ¿entiende la Litera lo que con esto ha querido enseñarle el cielo? El Gobierno celebró también el centenario otorgando una nueva concesión subvencionada con el 40 por 100 del presupuesto de las obras, la cual ha vivido lo mismo que su hermana la sequía, siete años y ha concluido sin construir ni un sólo metro de canal: ¿lo quiere más claro el Gobierno? ¿Se quiere aún demostración más concluyente de que los procedimientos emplea dos hasta hoy por el Gobierno para mover a los concesionarios y por la Litera para mover a los Gobiernos, son ineficaces, y que si no mudamos de registro llegarán nuestros biznietos al segundo centenario del proyecto con la Litera tan seca o más seca que ahora, si es que para entonces no queda ya ni un literano para contarlo porque se haya consumado la total despoblación del país, que a toda prisa se está verificando? ¿Acabaremos de ver claro que si la Litera, y con ella el Alto Aragón, no chilla tanto siquiera como chillaron las verduleras de Madrid para quitarse de encima un impuesto tiránico, que si la Litera y el Alto Aragón no enseña los dientes como los enseñó Zaragoza para lograr el ferrocarril de Canfranc, el canal seguirá siendo por espacio de cien años más tema de retórica para pretendientes primerizos, una cantera de expedientes inagotable para ministros de Fomento desorientados, y un motivo de burla para nuestros descendientes que medirán nuestra formalidad, nuestro temple y nuestro valer por este canal, y deducirán que hemos sido hombres de barro crudo, y no caracteres de acero cual lo requerían lo duro y difícil de los tiempos?

¡Ah! señores: permitidme que lo diga: me da vergüenza, me causa sonrojo encontrarme en esta tribuna, me da vergüenza ver en movimiento a toda una Cámara Agrícola y congregados numerosos Ayuntamientos y gentes venidas con fatiga de tierras distantes y en expectación toda una provincia, lo mismo que si se tratase de emprender una Cruzada para rescatar el Santo Sepulcro, o emprender la conquista del Nuevo Mundo, o de rechazar alguna invasión napoleónica o de rasgar el istmo de Panamá o construir una nueva muralla de la China: se trata de una cosa relativamente insignificante; se trata de una obra que en relación con los deberes y con las fuerzas de la nación es una verdadera patarata, de esas que los ministros decretan de sobremesa entre un té y un habano porque lo pida con empeño cualquier diputado belicoso que disponga de media docena de votos en la mayoría. El esfuerzo que hacemos es desproporcionado con la empresa, y me dolería el aliento que ha de costarme esta plática si no tuviese más objeto que discursear y hacer retórica y a lo sumo razonar el proyecto de solicitud a los poderes; si no me animase la esperanza de que este meeting va a ser el principio del fin; que en el día de hoy enterramos la política vieja e inauguramos otra nueva con respecto al canal; que los callos que tenemos en la lengua de tanto hablar y de tanto pedir, van a bajársenos a las manos; y que vamos a decirle al Gobierno que cien años son ya bastantes años para que se haya agotado la paciencia del Alto Aragón; que en lo sucesivo, ese canal, que se nos debe por justicia, no vamos ya a solicitarlo con la lengua, sino... que vamos a exigirlo; y que estamos ya hartos de esperar Gobiernos que sepan crear riquezas y encontrarnos con Gobiernos que sólo saben crear contribuciones.

§ 3.º-El Gobierno falta a la ley: los diputados y senadores abandonan al país, faltando a sus deberes: el país debe resistir una nueva concesión.- El abandono en que hasta ahora han tenido este asunto vitalísimo los diputados y senadores de la provincia y los Gobiernos de todos los partidos ha sido tan grande, que no me atrevo a calificarlo de criminal porque a duras penas puedo darme cuenta de él. Hace más de un año, en 14 de Julio de 1891, decía el Sr. Cánovas del Castillo, Jefe del Gobierno, en el Congreso de los Diputados, que el Estado no podía encargarse de construir el canal; que lo único que podía hacer era declarar la caducidad de la concesión. «Este canal, si no estoy equivocado, se empezó cien años hace, o se proyectó; ha pasado por muchísimas alternativas de esta índole, y por último, con la desconfianza natural de la Administración por el tiempo mismo que había transcurrido sin que ese canal se ejecutara, se establecieron para los nuevos contratistas condiciones severas, pero indispensables; severas, porque, a mi juicio, será menester ir llevando a todas partes, para que no se vean burlados, como ahora con frecuencia se ven, los intereses de los pueblos. Impúsoseles la obligación de hacer una cantidad de obra en cada período determinado, y se dispuso que si en tal o cual período determinado no hacían la obra correspondiente, incurrirían en la caducidad.» «Esto fue aceptado, pero las obras no se ejecutaron en el primer período determinado. ¿Qué podía hacer el Gobierno? Pues proceder con grandísimo rigor, y dando por cierto que la empresa que no cumple su primer compromiso sería incapaz de cumplir los compromisos posteriores, plantear desde luego el expediente de caducidad. Este expediente de caducidad siguió todos sus trámites, y ahora estamos en esto: que por equidad se han dado a los constructores cuatro mieses para asegurar la construcción de lo que tienen que construir para garantizarlo; y si al cabo de esos cuatro meses los constructores no cumplen, es decir, me parece que a primeros o mitad de Septiembre, si no cumplen, entonces se declarará la caducidad, con el fin de llamar nuevos constructores con medios suficientes para llevar adelante esas obras...»

Ya lo habéis oído: el Gobierno procedió ¡con grandísimo rigor! Está bueno el rigor con que procedió el Gobierno, lo mismo el actual que el anterior: según el Real decreto de concesión, el primer grupo de obras señaladas en el cuadro debía quedar terminado a principios de Mayo de 1889, y como en esa fecha no lo había terminado, y ni siquiera lo había principiado, la caducidad debió declararse inmediatamente: o lo que es igual, cuando el Sr. Cánovas pronunciaba el discurso a que me refiero, ya hacía dos años que la Empresa estaba fuera de la ley, debía haberse declarado la caducidad y no se había hecho faltando a todas las leyes y sacrificando las conveniencias del país: ¡ese es el rigor con que había procedido el Gobierno! Pues todavía, por lo visto, esos dos años, sumados a los nueve de antes, le parecía poco al Sr. Cánovas, y a la fecha de ese discurso, aún le había concedido cuatro meses de prórroga, no obstante hallarse patente que en tan corto tiempo no podía acabar el primer grupo de obras, por muchos millones que pusiera en movimiento; y dice que se le habían concedido esos cuatro meses por equidad; pero entendámonos: ¿equidad para quién? No para el país, que esto habría requerido no sólo la caducidad inmediata, sino algo más, un apremio y multa por vía de indemnización de perjuicios; equidad o por otro nombre favor, para los concesionarios, gente como sabéis de muchas aldabas: era una equidad en forma de embudo, la parte ancha para la Empresa y la estrecha para el país. -Esos cuatro meses terminaban en Septiembre del año pasado: ya habéis oído que lo decía el Sr. Cánovas: «en Septiembre, si no cumplen, se declarará la caducidad». Pues, efectivamente, no cumplieron y llegó Septiembre, y el Gobierno se olvidó de declarar la caducidad, como había prometido, y los diputados y senadores de Aragón se olvidaron de recordar al Gobierno su promesa, y ya puestos todos en olvidar, es lástima que no se olvidara también el Ministro de Hacienda de cobrar las contribuciones; y pasó Septiembre, y pasó Octubre, y pasó Noviembre y pasó Diciembre, y pasó Enero y Febrero y Marzo, Abril y Mayo, sin que la caducidad se declarase, sin que el Gobierno se creyese obligado a cumplir la ley que él mismo había hecho votar a las Cortes, ni a respetar el derecho y las conveniencias del país; hasta que por fin, le pasó a la concesión lo mismo que a la nariz cancerada de aquel enfermo que preguntaba con el natural sobresalto a su médico: «Doctor, ¿es verdad que trata usted de amputarme la nariz? -«No, hijo, no, contestaba el doctor, no será menester, se caerá ella sola». La concesión se cayó más que de madura, de podrida; y al punto, el Gobierno, muy ufano, como si pusiera una pica en Flandes, prometió a los diputados aragoneses que sacaría nuevamente a subasta la concesión del canal, a fin de que pudiera hacerse cargo del proyecto una nueva Empresa.

Pues ya tenéis explicado con esto el objeto del presente meeting: yo entiendo, y conmigo entienden otros muchos, que el país debe resistir con todas sus fuerzas esa nueva concesión que se nos anuncia: lo primero, porque el país debe sobrellevar su pobreza con dignidad, y ya que los Gobiernos lo arruinen, al menos no consienta que se burlen de él, y ya es sabido que cada nueva concesión envuelve una burla sangrienta que ningún particular toleraría a otro particular; y en segundo lugar, porque en todo caso, no les conviene a los agricultores un canal que impone el uso forzoso del agua a razón de 27 pesetas por hectárea de tierra regable; es decir, 27 veces más cara que el riego del Canal Imperial de Aragón, propiedad del Estado; ni les convendría aun cuando se la ofreciera a mitad de precio, porque resultaría que el remedio era peor que la enfermedad, y que era, por tanto, preferible dejar las tierras de secano como ahora se encuentran; y tercero, porque si ahora se otorgase una concesión para nueve años, el partido fusionista, cuando sea llamado otra vez al poder, se encontraría con las manos atadas, imposibilitado de emprender la construcción del canal por cuenta del Estado, o sea, de cumplir el compromiso que tiene medio contraído con la Litera.

§ 4.º-Urge rehacer la geografía de la patria para resolver la cuestión política y la cuestión social.-Yo no sé si en el meeting de Barbastro ilustrará alguien el tema sobre los riegos, uno de los más interesantísimos recomendados en una hoja impresa por la Cámara6, el cual versa sobre las opiniones de los políticos más conspicuos de la época actual, sobre canales de riego y su construcción: por si acaso me adelanto a decir, que el partido fusionista es partidario de que esta clase de obras hidráulicas corra de cuenta del Estado. Cuando se discutía la ley de canales y pantanos de 1883, en un discurso muy elocuente que pronunció el Sr. D. Segismundo Moret el día 19 de Abril de dicho año, dijo en nombre de su partido, que no meramente en nombre propio, esto que voy a leeros: «... es cierto que las obras de riegos exigen mucho tiempo; si es además necesario que los agricultores empleen grandes capitales, al preparar sus tierras para el riego; si es indispensable también que el labrador aprenda el sistema de cultivo de regadío; si se necesita que la población venga, y sabido es cuánto tarda en llegar; si se requieren todos estos esfuerzos para que las obras de esta clase prosperen, ¿cómo queréis, cómo pedís que estas obras se hagan? Y si, como he dicho antes, en España no tenemos agua ¿de dónde va a venir la de los riegos? Como una compensación a este gran mal, la Providencia quiere que en el invierno se tienda sobre las obscuras rocas de las montañas una inmensa sábana de nieve, cuyo aspecto blanquísimo nos hace sonreír a la idea de que pueda, alguna vez, aprovecharse para apagar la sed de los campos puesto que es al fin agua congelada, que suspendida un momento por la mano de la Providencia, correrá un día hacia los valles...» «Pues bien, ¿por qué no recoger esta agua? ¿Acaso no existe esa idea? ¿Puede decirse que este pensamiento no ha circulado por la cabeza de los ingenieros, no ha cruzado la mente de los hombres pensadores? ¿Pero quién puede ir a buscar esa agua y almacenarla en momento oportuno? ¿Pensáis que nadie, como no sea el Estado va a emprender las obras de canalización y embalse, cuyo sólo estudio es digno de una iniciativa titánica?... Pensad en los ríos de corrientes intermitentes, y ellos son los más de nuestra Patria, aquellos ríos que sólo en ciertas ocasiones traen una gran cantidad de agua, que suele ser más amenaza que ocasión de fecundidad para los campos de las orillas, y pensad en las ventajas de tener canales de derivación o grandes depósitos que, recogiendo esas aguas, sean como el regulador de su curso, o bien como el medio de comunicación con otras comarcas, a las cuales podrían llevarse las sobrantes. Naturalmente, estas obras, costosas por su naturaleza, no pueden ofrecer una remuneración directa; su acción es lejana, intermitente, muy indirecta, y sin embargo, pudiera ser el único medio de devolver la riqueza y la fertilidad a muchas comarcas, y más aún de influir en el clima... Abandonando, pues, el río y el canal, llegamos así al pantano, al gran recurso de nuestra Patria. La naturaleza tiene compensaciones para todo, porque la naturaleza, señores, es como esas almas queridas identificadas con nosotros mismos; parece que sus cualidades responden a todas nuestras necesidades, ofreciendo consuelo a nuestras aflicciones, alegría a nuestras tristezas, reposo a nuestras agitaciones: y cuando se estudia la naturaleza, se ve que al lado de sus crueldades pone siempre el remedio, y ese remedio lo ha encontrado el instinto en nuestra Patria.»... «En medio de las cordilleras, en los sitios por donde van a desfilar los torrentes, se encuentra a menudo un boquete hay un punto en que se acercan las montañas para decirle al hombre: cierra este paso con un dique, y verás cómo ese inmenso torrente se queda aquí detenido y se convierte en benéfico pantano. Y esto lo vieron los árabes y lo hicieron en Murcia, y en Granada, y en Valencia, y esos ríos que en otras partes de España van perdidos entre arenas, allí se detienen y se recogen para almacenar sus aguas y convertirlas en grandes veneros de riqueza. Pues bien, aun esto, pensadlo, no siempre lo puede hacer la industria particular, porque para hacer esto, hace falta tener al lado el campo vegetal y la población: si el campo de regadío no está al lado, la población está lejana, la industria particular no puede recoger el agua, porque, ¿quién la comprará? ¿cómo la empleará? Tenga la subvención que queráis, allí se quedará el pantano, allí se detendrán las aguas, pero faltará llevarlas al sitio donde se reclaman y si se llevan, ¿cómo se pagará el gasto? Y sin embargo, si existiera un plan inteligente, bien presentado, ¿cuántos de esos muros no se irían construyendo en las vertientes de las montañas? Y cuando se hubieran puesto en las cordilleras que dividen a Valencia y Cuenca, o en las vertientes de la Sierra de Segura, tierras donde no hay más que breñas y donde no habita el cultivador, pero donde la mano del Gobierno y la inteligencia del ingeniero reunidas detendrían el agua, a su paso se formarían esos depósitos de agua que luego bajaría a Alicante, y detendría en la Patria a los desgraciados que emigran faltos de pan y de agua, y convertiría en vergel los secos arenales de Levante, o bien salvaría de la despoblación a Extremadura, que será una provincia desierta mientras no hayan resuelto los españoles el problema de poder darle agua, no ya para el riego, sino para la vida. Esto no lo puede hacer una industria particular: no pidáis a un hombre, no pidáis al interés particular que vaya a hacer pantanos en Guadarrama para regar los terrenos que están cerca de Madrid no pidáis a la industria que los vaya a hacer en la Sierra de Segura para Alicante, o en las de Toledo para Extremadura; esto tiene que venir de nosotros y de la acción del Gobierno...» «Parece, señores, y me sale al paso el argumento, que al decir yo estas cosas, abandono mi criterio y mi sistema y pido la acción del Gobierno y la intervención del Estado para estas obras. Y en efecto, la pido; pero al hacerlo, lo estáis viendo, lo hago precisamente porque ésta no es una cuestión económica; yo creo en efecto, que donde está el interés particular, allí no tiene nada que hacer el Estado; pero yo afirmo, y lo afirman conmigo mis amigos, que donde está la seguridad, la salubridad y la defensa del territorio, allí está o debe estar el Estado; y que tan importante como alzar muros en la orilla del Océano para detener las escuadras enemigas y proteger la Patria, es alzar estos otros muros en medio de la montaña, para defender al hombre contra el torrente y al campo contra la sequía. Yo creo que cuando el agua estancada destruye la salud y diezma la vida en las aldeas por las emanaciones palúdicas, es misión de la sociedad, es deber del Estado, acudir a su saneamiento, y que no se comprende por qué se debe perseguir al bandido y no persigue la fiebre; y cuando después de la explicación que he dado del clima y del suelo de España, se os presenta como una necesidad ineludible el rehacer la geografía de la Patria, para resolver así la cuestión agrícola y la cuestión social, no sé cómo pueda encomendarse esto a nadie más que al Estado; que donde hay un fin nacional, allí está el Gobierno; donde está el enemigo, allá deben ir el soldado en su regimiento, el marino en la nave, o el ingeniero en la máquina, con toda la acción del país, para poner coto al mal y ofrecer defensa al territorio, o remedio a sus desgracias...»7.

Como veis, señores, el ilustre orador opina, y del mismo modo dice que opina su partido, que la cuestión de los canales no es una cuestión económica, y por eso no debe abandonarse a la iniciativa individual; que es una cuestión política, pero de alta política nacional, anterior y superior a los partidos, y por eso deben tomarlo los Gobiernos a su cuidado, en igual línea que el ejército y que la marina para defensa del país. -A esta doctrina responde la promesa que el Sr. Sagasta hizo en 1890 a su vuelta de Barcelona, al Ayuntamiento de Binéfar; que si volvía al poder haría construir el canal por cuenta de la Administración, y en esa misma idea, sin duda, y a fin de satisfacer la necesidad que siente el partido liberal de un programa económico que ocupe el lugar del programa politíco del cual carece ya hoy, por haber sido realizado el que ya tenía y motivó su estancia en el poder desde 1883 a 1890, ha prometido en uno de los discursos de propaganda pronunciado este verano por Santander y Asturias, que cuando llamado otra vez el partido liberal a suceder al conservador en el Gobierno, prestaría muy esencial atención y daría gran impulso a la construcción de canales de riego. -Pues el señor Castelar, cuya opinión pesa e influye tanto como sabéis en los consejos y en las decisiones de los Gobiernos liberales, y que tiene contraída tan grande obligación con nuestra provincia es también partidario de que los canales sean construidos por el Estado. Ocupándose de las desgracias de Aragón, decía el gran orador, en el Congreso de los Diputados, hace poco más de un año, lo que vais a oír: «... Y sin embargo, digámoslo con tristeza, la catástrofe no interesa, como no hace mucho tiempo interesaban profundamente las inundaciones de Murcia y los terremotos de Andalucía. ¿Y por qué? No porque deje Aragón de ser la tierra más amada por todas las regiones que constituyen esta hermosa Patria española, sino porque su desgracia no tiene aquel efecto teatral que revisten las grandes catástrofes en que por la inundación quedan arrasados los campos, o por el terremoto devorados los vivos. La lenta y taimada y traidora desgracia que sufre Aragón ¡ah! no conmueve a todo el mundo como las súbitas inesperadas, horrorosas catástrofes. Parécese de suyo el mal experimentado por Aragón, a esas anemias que comienzan poco a poco y que, en su marcha lenta, parecen como congénitas con el enfermo, y concluyen por no interesar a los circunstantes, ni a la familia, ni aun al mismo que la padece, casi engañado por esas fiebres que son como una misericordia de la naturaleza. Aragón, por consecuencia, se encuentra en un estado tristísimo, semejante al producido por las mayores catástrofes por que hemos pasado en los últimos tiempos... «¡Oh, los canales! Yo recuerdo lo mucho que me zahirieron ciertos afines míos porque contribuí con todas mis fuerzas a que se diera una alta subvención al canal llamado de Tamarite, que comenzó antes del principio del mundo, y que se concluirá en la tarde precedente al juicio final...» «Ahora bien; Aragón no puede pasar sin el canal de Tamarite; hágalo el Gobierno; anule la concesión; apremie o premie, según lo crea justo; haga todo lo que quiera, pero hágalo pronto; no tengo ningún interés en la cuestión de procedimiento. Pero lo que sí digo es, que visto el canal de Urgel, que visto el canal de Tamarite, y que visto lo bien que se administra el canal Imperial, y que visto lo bien que se administra el canal de la derecha de Llobregat, administrado por el Gobierno, prefiero que los canales se hagan y conserven por el Gobierno, a fin de que podamos tener ese elemento de riqueza, aunque esté en manos del Estado: lo que me importa es que el canal se haga.»

§ 5º.-Si no consigue la Cámara la construcción del Canal Tamarite y su terminación dentro de cinco años, será porque Litera no quiera. - Si con estos precedentes no consigue el Alto Aragón ver terminado el canal de la Litera dentro de cinco años, será porque no quiera conseguirlo, o porque esté dejado de la mano de Dios, o porque sea tan manirroto como ha sido hasta ahora, y tenga alientos sólo para quejarse y llorar cobardemente como débil y apocada mujerzuela, no para reclamar virilmente lo suyo con tal diapasón de voz que por fuerza hayan de atenderlo. De esto se deriva una de las conclusiones del proyecto de instancia al Gobierno, solicitar que la construcción y explotación del canal no sea concedida por el Gobierno actual a una Empresa privada, porque haría imposible que lo encomendase a la Administración pública el Gobierno que le siga; o dicho en una fórmula compendiosa: impedir que el Gobierno actual imite al perro del hortelano, no construyendo él el canal y no dejando que lo construya su sucesor.

§ 6.º-La agricultura no es republicana ni monárquica: el Estado concesionario único.- Pero ¿deben limitarse a esta petición negativa la Cámara Agrícola del Alto Aragón y los Ayuntamientos de la zona regable? Ciertamente que no: la ley de Canales y Pantanos de 1883 en su art. 13 autoriza al Gobierno para estudiar por propia iniciativa los canales y pantanos que crea conveniente y luego «anunciar la subasta o presentar el proyecto de ley necesario para construir las obras por cuenta del Estado». Pues nosotros no debemos limitarnos a aguardar el advenimiento del partido liberal para gestionar la construcción del canal por la Administración del Estado como obra pública: debemos desde luego interesar en ese sentido, siquiera sea con menos esperanzas, al Gobierno actual, pues para nosotros, para la Cámara Agrícola, para los Ayuntamientos, para la Litera y en general para el Alto Aragón; para los labradores y hacendados, como tales hacendados y labradores, lo mismo nos da un Gobierno que otro, y tendremos por más liberal al que sea más dadivoso, al que mayor trozo de canal nos deje hecho, siquiera se llame Cánovas, y por más conservador al que más afiance el orden por el fomento y la difusión de la riqueza agraria, siquiera se llame Sagasta. Por otra parte, ni la Cámara Agrícola ni los Ayuntamientos tienen color político, como no lo tienen la agricultura cuyos intereses gestionamos y promovemos: para nosotros no hay, en este respecto, gobierno conservador ni gobierno fusionista, como no hay gobierno monárquico ni gobierno republicano: hay meramente gobierno: el Gobierno es uno mismo siempre; de todos ellos tenemos iguales derechos e iguales peticiones debemos dirigirles. Lo único que variará será el preámbulo, será el razonamiento: al Gobierno liberal le diremos: «pedimos el canal que nos debéis y que de acuerdo con vuestras doctrinas nos habéis prometido»; al Gobierno conservador le diremos: «pedimos el canal que nos debéis a pesar de vuestras doctrinas, porque esas doctrinas son equivocadas». Y a esto vengo ahora, señores.

Tres razones ha dado el ilustre estadista jefe del Gobierno actual para no aceptar la proposición de que el Estado se constituya en concesionario único de todos los canales que están por construir, haciéndolos suyos y explotándolos, como suyos son y explotados por él el del Lozoya, el Llobregat y el Imperial de Aragón; pero esas tres razones del Sr. Cánovas del Castillo son como las hijas de Elena, que «tres eran tres y ninguna era buena». Es la primera, que se ha gastado ya demasiado, y hay que gastar aún muchísimo en ferrocarriles, y no le queda ya a España crédito ni dinero para canales. La segunda, que la sequía es un azote que aflige a toda la nación, no en particular a tal o cual provincia, y que por eso, poco o nada pueden hacer contra ella los individuos ni el Gobierno, siendo imposible llevar el beneficio del agua sino a una parte insignificante de las tierras laborables. La tercera, que el negocio del regadío no es negocio en España; que los canales ejecutados hasta ahora han arruinado a sus constructores; y que pues se trata de cosa que sólo a los particulares aprovecha, no ha de ir a hacer la nación eso que los interesados ni aun con auxilios y subvenciones del Estado han sabido hacer. -Si aquí no es negocio los canales no lo será en ninguna parte, porque lo que es en la Laponia... Podrá ser que el Sr. Cánovas tenga razón en todo eso, -vosotros juzgaréis; yo por mi parte, creo que no la tiene y me considero obligado a deciros en qué me fundo, puesto que habéis de ser los jueces en definitiva.

Su primer argumento vais a oírlo con las mismas palabras con que lo ha presentado su autor: «Ya es gran desgracia (dice) la de aquel negocio al cual no le bastan los auxilios ni las subvenciones del Gobierno; y es desgracia que habiendo de aprovechar a los particulares, encuentre en los particulares deficiencias tales, que únicamente se pueda realizar bajo la dirección inmediata del Gobierno. Pero vamos a esta cuestión de la intervención del Gobierno, vamos a ésta, no ya intervención, sino misión exclusiva del Gobierno respecto del riego. Esto puede bien enlazarse con la misión de los Gobiernos respecto de los ferrocarriles y de las carreteras; y después de enlazadas entre sí estas materias, yo le ruego al señor Castelar que, por una nueva operación, enlace todo esto con la actual situación del presupuesto del Estado y con la situación que ese presupuesto puede tener en el porvenir. Porque es claro que no basta desear que los Gobiernos construyan canales por su cuenta, y construyan ferrocarriles de vía ancha, y construyan o ayuden a construir, o aseguren meramente el interés que deben producir los ferrocarriles secundarios, y construyan las carreteras del Estado, y al propio tiempo no descuiden los puertos, y en punto a carreteras se encarguen de las provinciales que no pueden construir las provincias, y de las municipales que no pueden costear los Municipios: no basta todo esto, que es el programa corriente, que es el programa de todos los que piden, y lo peor es que piden con razón: no basta esto, sino que es menester también echar una ojeada y una ojeada muy investigadora, sobre las fuerzas contributivas del país; fuerzas contributivas que nacen precisamente del seno de esa pobreza que con tanta y tan triste elocuencia se nos presenta; fuentes contributivas del país que salen de la pobreza pública y de la escasa riqueza que poseemos; fuentes contributivas que no son causa, sino un efecto... y como viene dedicando (a subvenciones de ferrocarriles) el Estado hace años una cantidad excesiva, eso pesa naturalmente sobre el déficit que nos devora; y al pesar sobre este déficit, o cae sobre el crédito, amenazando en el porvenir con nuevas catástrofes, o de una manera o de otra viene a agravar irresistiblemente el triste estado de nuestra contribución, de nuestra única contribución real, que es la contribución territorial...»8.

A esto contesto: -1.º en primer lugar, que si es exacto que los canales interesan a los particulares, como les interesan las carreteras, y los ferrocarriles, y los puertos, y los faros, y la Guardia civil, y los vapores de la Trasatlántica, no es menos cierto que interesan tanto como cualquiera de estas cosas, y más que algunas de ellas, al Estado, porque en el hecho de aumentar el valor de las tierras y su potencia productiva, acrecienta el capital y las fuerzas contributivas de la nación, y no hay, por tanto, razón para que el Estado se considere obligado para con las carreteras y los ferrocarriles y los faros y las líneas de la Trasatlántica, y la Guardia civil, y no acepte igual obligación respecto de los canales, y justamente por eso tiene reconocida y aceptada esta obligación, en el hecho de ofrecer a los concesionarios de canales una subvención del 40 por 100 del presupuesto de las obras, subvención que se guardaría de conceder si éstas fuesen de utilidad meramente privada. En segundo lugar, invirtiendo 200 ó 300 millones de pesetas en canales y pantanos no se agravaría el triste estado de eso que el Sr. Cánovas denomina nuestra única contribución real, la contribución territorial: como se agravará es por el camino contrario, negando a la agricultura la pequeña ayuda que le pide y que todas las demás industrias nacionales han obtenido, el comercio en forma de ferrocarriles, la marina en forma de puertos y de faros, las manufacturas, en forma de protección aduanera; dejando que se acentúe, en vez de paralizarlo, el movimiento de decadencia de la agricultura, atenida a sus tradicionales cultivos extensivos, con que ha de serle imposible sostenerse enfrente del cultivo intensivo que tiene ya planteado doquiera la agricultura europea; ni, por otra parte, se extinguirá el déficit porque se deje de construir canales, y antes al contrario, si el déficit ha de enjugarse algún día, no será por esa política de secano que hacen todos nuestros partidos, sino introduciendo grandes economías en los gastos improductivos de la nación y destinando lo economizado a robustecer sus fuerzas productoras, señaladamente la agricultura. Por otra parte, no es el señor Cánovas el más autorizado para escatimar socorros a la agricultura por temor de agravar el déficit crónico de nuestra Hacienda: cuando pronunciaba ese discurso, estaba en el poder hacía ya un año, y había venido a él tremolando la bandera de las economías y para el solo efecto de hacerlas; y todas las economías que en ese año había hecho se habían reducido a aumentar los sueldos del ejército y levantar un empréstito en forma de ley de anticipo al Banco de España. ¡Ah! me arden los labios de decir estas cosas: ¡no importan los déficits cuando se trata de hacer espléndidos regalos al Banco, y sí importan cuando se trata de pagar algo de lo mucho que debe el Estado a la agricultura!; la nación tiene dinero para subirles el sueldo a los capitanes y a los comandantes, y no lo tiene para subirles el agua del Ésera a los labradores de la Litera que tienen que pagar esos sueldos a los comandantes y a los capitanes. En tercer lugar (y sigo refutando el argumento primero del señor Cánovas del Castillo) no es dogma de fe ni mandamiento de la ley de Dios que el dinero que aún le queda, según parece, a la nación, haya de gastarse precisamente en ferrocarriles secundarios: ¿por qué en ferrocarriles y no en canales? Decidle a la Litera qué es lo que prefiere de las dos cosas, y os contestará que con canales, sin ferrocarriles secundarios, se puede vivir, porque los canales traen consigo los prados, que es decir, vacas y ovejas, las cuales se transportan a sí propias por malos caminos de herradura hasta las estaciones de los ferrocarriles generales; al paso que los ferrocarriles secundarios sin canales sólo servirán para que emigremos con más velocidad los que todavía no hemos emigrado. -En cuarto lugar, también es desgracia que en cuarenta años que hace que es diputado y ministro el Sr. Cánovas, presenciando derroches sin cuenta y a menudo coadyuvando a ellos, viendo tirar de la cuerda para todos menos para los labradores, no se le haya ocurrido gritar ¡alarma! y lanzar fatídicos augurios sobre la ruina inminente de la Hacienda nacional, hasta que ha visto a la mansa y pacientísima agricultura presentarse en casa del moribundo y pedir que se tire también la cuerda para ella, aunque sólo sea un poquito; dándole una pequeña participación en esa liquidación universal que los partidos acaban de hacer de todos los recursos y de todo el crédito de la nación. Yo en esto pienso de muy distinto modo. Aun cuando creyese, que no lo creo, que los 200 ó 300 millones que pido para canales, habían de ser la gota que hiciera colmar y derramarse el vaso de nuestra bancarrota, los pediría no obstante, ateniéndome a aquellas dos máximas populares: «los duelos con pan son menos»; y «perdido por mil, perdido por mil y quinientos». Ha consumido España en este siglo dos capitales colosales: uno, heredado del pasado; otro, recibido a cuenta del porvenir: aquél la venta de bienes nacionales; éste, los numerosos empréstitos que han levantado la fúnebre pirámide de nuestra deuda nacional. Y uno de los errores más grandes de la política de nuestro siglo, ha sido no haber dedicado de esos 40 o 50.000 millones de reales mil o dos mil (un 2 por 100 siquiera), a la construcción de canales de riego. En vez de 1.300.000 hectáreas que se riegan hoy, se regarían 2.000.000, y la agricultura dispondría de una base sólida para todas las combinaciones a que se presta el crédito y la Hacienda pública de una fuente más de prosperidad. Además, muchos brazos se habrían distraído de las guerras civiles, atraídos a ese gran derivativo del trabajo, y tanto cuanto hubieran regado la tierra con agua habrían dejado de regarla con sangre.

Es preciso ganar ahora el tiempo perdido, reparando ese error de la generación pasada, antes que desaparezca el último cartucho, la última reserva de la nación, que el Sr. Cánovas dice tener destinado a garantía de los ferrocarriles secundarios. Al pedir esto, no entiendo pedir ningún imposible: no se trata de alguna empresa titánica, superior a las fuerzas de la nación: se trata de una empresa modesta, consistente en aumentar en una tercera parte, fijaos bien, sólo una tercera parte, los riegos que hemos heredado de los pasados siglos. De 50 millones de hectáreas que viene a medir España, se riega poco más de uno: pues se trata de que reguemos poco más de uno y medio. ¿Es esto alguna pretensión exorbitante o temeraria? Todo el dinero que eso requiere se reduce a 200 millones de pesetas, menos de lo que las Cortes votaron hace tres años para construir una escuadra de guerra; menos de lo que el Estado tiene que dar, en todo el tiempo de su contrata, a la Compañía Trasatlántica; mucho menos, la cuarta parte, de lo que se ha gastado en subvencionar la construcción de ferrocarriles. Ahí tenéis a qué queda reducida esa obra de romanos, ese istmo de Panamá, esa muralla de la China, cuya realización persigue nuestra Cámara Agrícola: a que se gaste en dar riego a unos cuantos miles de kilómetros cuadrados de territorio pertenecientes a veintidós provincias españolas, una cantidad menor de la que se está gastando en construir buques de guerra; con esta diferencia: que los buques de guerra son una cosa improductiva, y que encima de ser improductivos, consumen; al paso que los canales, en cambio de los 200 millones que han de costar, dejarán aumentado el valor del territorio español en 1.000 millones.

Hasta aquí los reparos que tenía que oponer a la primera razón alegada por el jefe del Gobierno. Vengo a la segunda.

§ 7º.-La crisis vinícola: la desamortización, causa del divorcio de la agricultura con la ganadería. -Su eminente autor la formulaba en los siguientes términos: «Bien ha dicho el señor Castelar, que contra ciertas desgracias de la naturaleza poco o nada podemos hacer, ni los individuos ni el Gobierno. En efecto: ¿Qué hemos de hacer contra esa sequía desesperante, que no sólo ha arruinado en estos momentos y en estas circunstancias a los pueblos aragoneses, sino que ha tocado a las puertas de Madrid, haciéndonos presenciar la desolación que hubiera llegado al último extremo si no hubiera sido por las últimas lluvias del mes de Mayo, tardías, pero de todas maneras, suficientes para que no se perdieran del todo las cosechas? ¿En qué región de España, fuera de las provincias del Norte que caen sobre el Océano, en qué provincia de España no se padece esta terrible enfermedad de la sequía?... Pero bueno será que el Sr. Castelar que ha expuesto la extensión de las tierras laborables que España posee, tenga presente que no hay caudales en el universo, que no los podría haber suficientes para convertir en terreno de regadío toda la cantidad de terreno a que S. S. se ha referido...»

Yo no sé si es porque esté ciego; pero el hecho es que no veo en esto ningún argumento: En primer lugar, porque el que no pueda regarse todo el territorio no parece suficiente razón para que deje de regarse lo que buenamente se pueda regar: es como si alguno de vosotros dijese: tengo 50 cahizadas de tierra, pero el agua de que dispongo no me alcanza para regar más que dos; por consiguiente, no riego ninguna y dejo correr el agua río abajo para que vaya a perderse en el mar: ¿no mereceríais ser privados de la administración de vuestros bienes si discurrieseis de este modo? -En segundo lugar, porque las sequías no se combaten sólo con riego; se combaten también con la labor profunda, por los arados de desfonde y de subsuelo, pudiendo citaros el caso de algunas tierras de Tardienta, que con la labor ordinaria han producido ocho hectolitros de trigo por hectárea y con la labor profunda quince; sólo que la labor profunda requiere más fuerzas, requiere maquinaria moderna, y en una palabra, más capital que la labor ordinaria, y ese capital no lo tienen los labradores, y no lo formarán los labradores con el ahorro mientras no puedan dar impulso a la ganadería y no cuenten con cultivos tan intensos y tan seguros como los de regadío: ese capital no lo encontrarán a crédito, y menos con un interés soportable, en estos tiempos en que todo el mundo dedica su dinero con preferencia a las especulaciones industriales y bursátiles, mientras el labrador no pueda ofrecer en garantía tierras que den una cosecha segura cada trimestre como el papel del Estado; todo lo cual quiere decir que los canales combaten la sequía en una zona mucho mayor de lo que parece, parte por el agua con que humedecen las tierras regables, y parte, en cuanto hacen de estas tierras favorecidas viveros de capital con que el labrador adquiere fuerzas para remover el subsuelo de los secanos y convertirlo en depósito de agua de lluvia al alcance de las raíces y fuera del alcance de la evaporación.-En tercer lugar, luego que el labrador se haya familiarizado y connaturalizado, gracias a los prados de regadío, con las granjerías pecuarias, viéndolas más lucrativas que el cultivo de cereales, se dará a aprovechar los barbechos de secano sembrando en ellos veza y esparceta, los cuales con la labor profunda producirán montañas de hierba, que será tanto como extender la zona de los prados artificiales a una superficie doble por lo menos que la regada por el canal. -En cuarto lugar, obligados los agricultores desde el primer día a concentrar sus fuerzas en el regadío, les será forzoso abandonar una gran parte de los secanos, sobre todo los de clases ínfimas y medianas, a los pastos naturales, para utilizarlos con el ganado durante el invierno y la primavera, mientras crece la hierba de los prados artificiales o de regadío, y se recoge y almacena su primer corte; nueva manera de influjo ejercido por el regadío sobre el secano, con que de camino se pone remedio al grave mal nacido de la desamortización, causa de que se descuajaran a impulso de torpe codicia los montes y de que se acentuase ese malhadado divorcio entre la agricultura y la ganadería que ha sido, en mi sentir, la causa principal en que se ha engendrado la crisis que trabaja a la producción nacional y que pone en peligro la existencia misma de la nación. -En quinto lugar (y sigo demostrando que el mal de la sequía se combate y remedia por medio de los canales en proporciones mucho mayores de lo que el Sr. Cánovas y otros suponen), ayuda a conjurar o a vencer la gran crisis, la crisis por excelencia, la tremenda crisis de que está amenazada la primera de las producciones agrícolas de nuestra patria, la que nos da dinero para pagar 200 millones de contribuciones al Gobierno y 1.000 millones de compras al extranjero: la producción vinícola, permitidme que me detenga en esto breves instantes.

La cuestión del mercado de vinos no es una de esas cuestiones ordinarias que afectan más o menos a la prosperidad de la agricultura: es una cuestión eminentemente política, cuestión de vida o muerte que afecta a la existencia de España como nación autónoma.

Nunca, señores, ha pasado la Patria horas tan difíciles, peligros tan grandes como el que le amenaza en estos momentos: ni en tiempo de la guerra de la Independencia, cuando España estaba invadida por los primeros soldados de la historia, los soldados de Napoleón; ni en 1836, ni en 1874, cuando ardía la guerra civil en todo el territorio. Hace once años en el segundo congreso de agricultores de Madrid, ponía yo en alarma a los labradores, a propósito del desarrollo inconsiderado que se daba a las plantaciones de viña, haciéndoles ver el peligro que corría un país cuyo comercio exterior se funda en el producto de una sola planta, y recomendándoles un régimen agronómico basado en la combinación de tres distintas producciones9.- Seis años después volvía sobre el mismo tema en una Revista dirigida por mí, señalando nuevos y mayores peligros, nacidos de la rápida propagación de la vid por África, América y Australia, y ensanchando con un género de producción más, que requería el riego, la fórmula de la economía rural que había recomendado para España en el Congreso Agrícola de 188110. En presencia de los hechos denunciados, imponíase a España la prudencia, imponíase a sus Gobiernos la previsión; pero la previsión faltó y no se construyeron canales; faltó la prudencia y se siguió descuajando los montes y convirtiéndolos en viñedo, y aquel peligro que entonces pudo vislumbrarse como a través de una colina en los lejos más apartados del horizonte, es ya una dolorosa realidad que principia a envolvernos por todas partes. Todas las crisis que padece España se resumen en un signo terrible: la depreciación de la moneda española, considerada como falsa en el extranjero, aunque lleve el más puro cuño de la nación, el alza de los cambios, que está al 15 o 16 en la cotización oficial y al 18 en la realidad y que tantas dificultades acarrea al comercio: ahora bien, en 3 de Mayo de este año decía el Sr. Cánovas del Castillo que para restablecer la confianza en nuestro crédito era indispensable asegurar mercado a nuestra producción vinícola en proporción idéntica a la que había tenido hasta entonces, esto es, ocho millones de hectolitros; pues cinco meses después, en Julio último, la víspera de cerrarse las Cortes, comunicó al Parlamento la nueva dolorosa, de que ni este Gobierno ni ningún otro lograría recobrar para los vinos españoles el mercado de Francia, que se había hecho imposible obtener un tratado como aquel de 1877-1882 que hizo posible que nuestra exportación de caldos aumentase desde menos de medio millón de hectolitros a ocho millones en solos quince años. ¿Veis claro, señores, el abismo donde amenaza despeñarse la agricultura española y con ella España? La exportación de vinos, que venía aumentando de año en año, irá ahora de año en año decreciendo; desde ocho millones de hectolitros bajaremos a siete, a seis, y luego a cinco, y necesariamente a cuatro, a tres, a dos, a uno, a medio como en 1876, y en igual proporción se nos irá escapando como por una sangría suelta, la poca vida que nos queda; y entonces, entonces, ¡que Dios se apiade de nosotros! las crisis que tan duramente nos afligen, la crisis financiera, la crisis económica, la crisis monetaria, la crisis industrial, la crisis fiduciaria, todas estas crisis que con razón nos preocupan ahora, parecerán cosa de juego al lado de la crisis gigante que necesariamente habrá de estallar, arrollándolo todo, gobierno, monarquía, repúblicas, propiedad pública y propiedad privada, campos y minas fábricas y templos, constituciones, filosofías y creencias, y restableciendo en medio de la sociedad desquiciada el imperio del primitivo caos como en los días más apocalípticos de la historia.

§ 8.º-Los conejos de la fábula. -Vosotros, grandes hacendados, que ejercéis la exclusiva de las urnas electorales, que surtís de diputados y de senadores al Parlamento, entreteneos en disputar como los conejos de la fábula sobre si son galgos o podencos, sobre si han de llamarse fusionistas o han de llamarse conservadores, sobre si han de ser monárquicos o han de ser republicanos, los que allá en Madrid hayan de consumar la total destrucción y acabamiento del país con sus actos y con sus omisiones, con su falta de preparación, con su carencia de estudios, con su indiferencia criminal, con sus retóricas o con su silencio; seguid durmiendo un poco más y seréis servidos; presenciaréis el hermoso espectáculo de una nación que fue de acero, convertida en nación de papel y puesta en entredicho y administrada, como Buenos Aires, por un sindicato de banqueros ingleses y franceses; seréis servidos, seréis servidos, ya que no parece, según procedéis, sino que lo estáis buscando, veréis, -¿y qué digo veréis? ¡habéis comenzado ya a verlo!- veréis pasar vuestras fortunas a poder del Banco Hipotecario, del Banco de España, del Ministerio de Hacienda o de cualquier Baring o Rothschild. Ved si tiene o no tiene importancia el problema de los vinos, que hace tantos meses se está ventilando entre los dos Gobiernos de Madrid y París; ved si tiene importancia el problema de los canales que estamos ventilando nosotros. De dos modos principales habría de mostrarse la influencia salvadora de los canales y pantanos en este respecto: -1.º Desarrollando en vasta escala el cultivo de árboles frutales y de plantas forrajeras en los regadíos, y por influjo suyo en los secanos, y sustituyendo de ese modo a un artículo exportable, como el vino, otros artículos exportables, a saber, frutas, lanas y carne: -2.º Dejando a los grandes hacendados, a la vuelta de pocos años, un excedente de capital, que les permitiría introducir en sus haciendas el cultivo industrial y mecánico de la vid por medio de la gran maquinaria moderna, con lo cual en una misma superficie cosecharán doble vino que ahora, saliéndoles, por tanto, más barato, y podrá éste soportar el sobreprecio de la aduana proteccionista de Francia y sostener en París, como en Londres, en Berlín y en San Petersburgo, la competencia que le hacen ya de presente los vinos italianos y argelinos y la que le harán en breve, todavía más temible que esa, los vinos de California, de Chile, de la Plata, del Cabo de Buena Esperanza y de la Australia.

Dejo refutada con esto la segunda razón en que el Jefe del Gobierno, funda su opinión de que el Estado, no debe construir canales de riego. Vengamos a la tercera.

§ 9.º-La construcción de los canales es negocio para el Estado, y éste, el único que puede construirlos. -Decía así en su referido discurso el Sr. Cánovas del Castillo: «Miremos a lo que ha pasado con el canal de Urgel: ¿qué se ve allí?» Esto que dice el Jefe del Gobierno es verdad y no es verdad; es verdad que los canales no son negocio para los particulares; no es verdad que no lo sean para el Estado. No es negocio para concesionarios particulares, porque éstos por todo interés de su capital únicamente perciben el canon del agua; y el canon del agua, si ha de ser soportable para el labrador, no puede ser tan alto que constituya un interés remunerador tal como el 5 por 100, tratándose de obras tan costosas, como son por lo general los canales de riego. Es negocio para el Estado porque éste no percibe tan sólo, como recompensa a sus desembolsos, el canon del agua conforme a tarifa; percibe algo que importa mucho más que eso: el aumento en las contribuciones directas o indirectas que se engendra como consecuencia del aumento de la riqueza imponible, del aumento de población, del aumento de consumo, y consiguientemente del comercio exterior, del aumento del valor de la tierra y de su potencia productiva, y en una palabra, del mayor movimiento, transformación y consumo de sus frutos, decuplicados. El canal de Urgel, que el Sr. Cánovas alega como prueba de que esta clase de obras arruina a sus constructores, efectivamente los ha arruinado, puesto que sólo produce el 2 por 100 escasamente a las obligaciones y ni un sólo céntimo a las acciones; pero es porque esos constructores son particulares o personas privadas: al Estado no le sucedería otro tanto, como que ya hoy le produce el canal un beneficio de tres millones de reales anuales por el aumento que aquella mejora ha determinado en la contribución territorial que las tierras de la zona regable pagaban antes de regarse. Unidos esos tres millones a uno y medio que se recauda líquido por concepto de canon y se distribuye entre los obligacionistas representan al 4 ½ por 100 un capital de 100 millones de reales, que es con corta diferencia lo que ha costado la construcción del canal. Ya con eso sólo resultaría que a haber sido el Estado el constructor del canal, no habría perdido dinero. Añadid a eso. ¿Es justo que el Estado perciba ese aumento de riqueza que se obtiene sin obra suya con capital ajeno? Creo que no. El aumento de contribución debe ser de la empresa y pagar ésta el tanto por ciento industrial de ese beneficio. El territorio mejora por capital ajeno. Es hacer pagar dos contribuciones al labrador, hacerle pagar la contribución dos veces. Añádase que el Estado no ha tenido que subvencionarlo con el 40 por 100, que habría hecho unos 12 millones (?); únicamente le ha prestado 7 (?) millones de pesetas. Si la hubiera alcanzado la subvención, el interés obtenido sería mayor; añadid que el canal de Urgel ha costado como no es presumible que cueste ningún otro, pues para regar 50.000 hectáreas se han gastado 28 millones de pesetas, menos de lo que está presupuestado para construir el canal de Tamarite que ha de regar doble extensión de tierra; añadid que el agua de ese canal no se aplica todavía a cultivos intensivos, regándose con él únicamente campos de trigo, cultivado por el sistema de año y vez, o lo que es igual, 25.000 hectáreas únicamente cada año y convendréis conmigo que si el canal produce hoy el 4 ½ por 100 entre canon y aumento de contribuciones, producirá más del 6 y con doble razón en canales menos costosos, descontadas que sean esas circunstancias adversas pero accidentales. Recojo, pues, el argumento del Sr. Cánovas y lo retuerzo contra su autor, diciendo: por lo mismo que los canales son un mal negocio para los particulares y que no lo son para el Estado, es fuerza que se decida éste a construirlos por sí, en la seguridad de que los particulares no han de querer arruinarse construyéndolos con su dinero.

Pero no es ésta la única y ni siquiera principal razón que se opone a la sinrazón del Sr. Cánovas del Castillo: es que aun cuando la construcción y explotación de canales y pantanos fuese un mal negocio para el Estado, como lo es para los particulares; es que aun cuando el aumento obtenido en las contribuciones junto con el canon del agua no produjese al capital invertido por el Estado el interés que éste tuviese que pagar por dicho capital, debería sin embargo construir dichas obras, y no así como quiera, sino en seguida, apresuradamente, con el mismo apresuramiento con que se hacen los preparativos para rechazar la invasión de una epidemia o la invasión de un ejército extranjero. El Sr. Cánovas discurre sin duda de este modo: las empresas que se arrojaron incautamente a construir canales se han arruinado, de modo que estas clases de obras es un mal negocio para ellas; por consiguiente, también lo sería para el Estado. Nadie le dijo que esta consecuencia era equivocada por haber omitido una premisa: nadie le llamó la atención sobre la cifra de ingresos que el constructor percibe por concepto de aumento de contribuciones cuando ese constructor es el Estado y que no percibe cuando ese constructor es una empresa privada. Pero demos que el Sr. Cánovas tuviese razón; que efectivamente, la construcción de canales fuese un mal negocio para el Estado, que el capital invertido en tales obras no produjese más que el 3 por 100, menos aún, el 2, el 1, cero, si queréis en tal hipótesis yo le diría al Sr. Cánovas: ¿tan gran negocio es, por ventura, para el Estado la Trasatlántica? Pues España ha de darle 600 millones en veinte años. ¿Tan gran negocio hace la nación con las escuelas, con los institutos, con las universidades? No, no hace ninguno, ni grande ni pequeño; y al revés, consume en ellos 100 millones. ¿Qué réditos produce el ejército? Ninguno tampoco, y nos cuesta 200 millones anualmente. ¿Tan gran negocio son y tan alto interés rinden al Estado los millones que gasta todos los años en médicos, cuarentenas y lazaretos, en ingenieros agrónomos y en gasolina, para prevenir o para atacar a la langosta, a la filoxera, a la fiebre amarilla y al cólera morbo asiático? Tampoco le produce nada. Pues los canales no merecen menos que las universidades y que el ejército; si acaso, si acaso, merecen más; la sequía que es decir el hambre, no obliga menos a la nación que el cólera, que la langosta y que la filoxera: si acaso, si acaso, le obliga más.

§ 10.-Dios castiga a David con una de las tres plagas.-Hay un libro, señores, lleno de enseñanzas políticas, de gran notoriedad y no sospechoso para nadie, que nuestros estadistas no estudian porque todo el tiempo que les deja libre los graves afanes de la gobernación, lo han menester para leer las moralidades instructivas de Emilio Zola: ese libro todos lo conocéis, siquiera sea como lo conocen nuestros políticos, por el forro, porque entre los católicos ha pasado la moda de leerlo: es la Santa Biblia. En el libro de los Reyes (XXIV, 13) y en los Paralipómenos (XXI, 12) se cuenta que en cierta ocasión quiso Dios castigar a David y por el profeta Gad le dio a escoger entre estas tres plagas: tres años de hambre, tres meses de guerra o tres días de peste; el poderoso rey de Israel no vaciló en escoger la peste como el menos dañoso de los tres azotes, aunque murieron de él 70.000 almas, no decidiéndose por el hambre porque ésta incluía en sí a las otras dos. La lección de gobierno que nos dejó David en este suceso no ha perdido ni un átomo de actualidad y es tan cierta hoy como en su tiempo: hace treinta siglos: el Estado debe evitar, debe prevenir las epidemias; con más celo aún que las epidemias, debe prevenir la guerra; más cuidadosamente que las epidemias y que la guerra, debe prevenir y combatir el hambre: -1.º Porque como decía la Constitución del año 1812, en aquel hermoso artículo 13 que debiera estar grabado con letras de bronce en el frontispicio del palacio de las Cortes, «el fin de toda sociedad política es el bienestar de los individuos que la componen», y la fuente más caudalosa y más permanente de infelicidad entre los hombres es la miseria, como dijo muy bien Jesús, hijo de Sirach, en el Eclesiástico, libro que se ha atribuido por mucho tiempo a Salomón: «melius est enim mori quam indigere», mas vale estar muerto que ser pobre (XL, 29).-2.º En segundo lugar, porque otro de los fines primordiales del Estado es impedir la servidumbre de los súbditos en cualquier forma que se presente, política, civil o económica, es procurar y afianzar la libertad real, real y viva, no ilusoria y de papel, de los individuos y de las familias; pero la fuente de la libertad está en la independencia, y la raíz de la independencia está en el estómago, de tal suerte, que el que tiene el estómago dependiente de ajenas despensas, tiene toda su persona bajo la dependencia ajena, el que tiene la llave del estómago es amo y señor de la conciencia; por cuya razón, el rico es libre siempre, aunque viva bajo un régimen de despotismo, y el pobre es siempre siervo aunque viva bajo un régimen democrático y republicano, como dijo hace tres mil años el estadista que mejor ha comprendido hasta hoy el vínculo existente entre la economía y la libertad, el más popular de todos los sabios de la Historia, porque supo inspirarse en la sabiduría del pueblo, Salomón, en proverbios tales como éstos; redemptio animae viri, divitiae suae; qui autem pauper est increpationem non sustinet; o en español, que la libertad (de la persona) está en sus riquezas, por lo cual el pobre tiene que doblarse a toda opresión: dives pauperibus imperat et qui accipit usutum, servus est focnerantis; el rico es amo y señor de los pobres, y el que tiene que pedir prestado se constituye en siervo del prestamista. (Prov., XIII, 8; XXII, 7; cf. Ecclesiastico, XIII, 6); por todo lo cual os digo que los Estados, cuando combaten el hambre, -y combatir el hambre es combatir la sequía-, combaten la opresión, y el Estado que combate la opresión, y con la opresión la injusticia, asegura el imperio del derecho sobre todos, que es el fin primordial del Estado, como el fin de la Iglesia es la religión y el fin de la Universidad la ciencia; y ahí tenéis por qué no considero herejía el decir que el Estado realiza mejor su propio fin jurídico por el método indirecto de construir canales que por método directo de proclamar los derechos naturales del hombre en la Gaceta; y para decirlo de una vez, porque a mi juicio, el canal de Tamarite introduciría en la Litera mayor suma de libertad que una Constitución, aunque la redactasen juntos Danton y Robespierre. -3.º En tercer lugar, porque combatiendo el hambre, se previene los delitos, se disminuye la población penal, ese cáncer horrible, mil veces peor que la guerra y que la peste, y cuya fuente más caudalosa es la miseria, como dijo hace diecinueve siglos un poeta hispano-latino Silio Itálico, occleri preclivis Egestas, «Miseria, mal espantable que arrastra al crimen» como dice el pueblo en sus refranes, «la cárcel y la cuaresma para los pobres es hecha», «la pobreza escala del infierno», etc., etc., y de acuerdo con ambos la estadística moderna, probando con cifras que el número de delitos aumenta o disminuye en la misma proporción que aumentan o disminuyen los precios del trigo; y como prevenir los delitos es tanto como asegurar el juego normal y regular de la vida del derecho, y asegurar esta normalidad es el fin primordial del Estado, que es el principio éste que ha dado lugar a tantas instituciones, la policía de seguridad, la Guardia civil, los Tribunales de Justicia, resulta acreditado una vez más el deber en que está constituido el Estado de crear una Guardia civil, compuesta de ingenieros, para perseguir a la sequía, como ha creado una Guardia civil compuesta de militares, para perseguir a los delincuentes11.

Los Gobiernos de la Edad Media y aun de los siglos subsiguientes hasta el nuestro, tenían por una de sus principales funciones aquella que se ha llamado policía de abastos, consistente en prevenir el hambre haciendo acopios de grano por cuenta de la Hacienda nacional o de la municipal para que en ningún tiempo se viese expuesta la población a perecer de hambre por falta de subsistencias. No es cosa tan lejana que todavía no la hayamos alcanzado nosotros: en 1856, el Gobierno y muchísimos Ayuntamientos almacenaron grandes cantidades de trigo a vista de la crisis tremenda que amenazaba al país y que el comercio era impotente para dominar. Hace pocos años hemos visto al Gobierno comprar mantas y harina para las víctimas de los terremotos y de las inundaciones. El telégrafo, el ferrocarril y el buque de vapor han relevado a los Gobiernos de ese cuidado, porque cuando en una plaza mercantil, o en una provincia o en una nación falta algún artículo de consumo, es asunto de horas, o tal vez de minutos el que reciban noticia de ello los productores o almacenistas de tal artículo aun cuando vivan a miles de leguas de distancia, y al punto afluye en aras del interés privado cuanto se necesita, sin que los Gobiernos tengan que cuidarse de nada. Pero no está dicho todo con esto. Es verdad que la policía de abastos ha dejado de ser necesaria en ese aspecto, quiero decir, en cuanto al surtido de los mercados, porque el comercio se ha hecho mayor de edad y se basta él para surtirlos; pero sigue siendo tan necesaria como antes, y acaso más, en el otro respecto, en cuanto al surtido de las bolsas para comprar aquello que ofrecen los mercaderes. Es un principio admitido por todos los economistas y acreditado por la experiencia, que todo producto se compra con producto, no siendo la moneda sino un simple intermedio: o de otro modo, el vender es en fin de cuenta la moneda del comprar, y ¿qué adelantamos con que el comercio de importación funcione con regularidad, sin intervención del Estado, si resulta que no tenemos nada que vender, que no tenemos efectos o dinero para comprar eso que se nos brinda en el mercado? No ha muerto, pues, la necesidad de la policía de abastos: lo que ha hecho es transformarse: antes tenían los Gobiernos que abastecer de medios de consumo; ahora tienen que abastecer de medios de producción. Esto, por punto general; pues, a las veces, se encuentra con que también tiene que cuidarse del consumo. Me explicaré con un ejemplo.

§ 11.-El agua de los canales, económicamente considerada, es trigo, es carne, es lana, es fruta, etc. El Ministerio de las Aguas.-Sábese que el agua de los canales de riego no es agua para el consumo directo de las personas; es agua para producir, económicamente considerada, ni siquiera es agua: es trigo, es carne, es lana, es cáñamo y lino, es frutas; en una palabra, no es agua para apagar la sed, como el agua de las poblaciones, es agua para matar el hambre. Pues lo que esta Cámara quiere decirle a los Gobiernos, lo que los diputados y senadores de la Litera debieron decirle al Sr. Cánovas, es que el agua rural, que es agua para comer, tiene derecho a reclamar del Estado los mismos privilegios y merece de él los mismos cuidados y atenciones que el agua cortesana, que es agua para beber. ¿Recordáis lo sucedido con el surtido de aguas de Madrid? Por un Real decreto de 1851, se mandó proceder a la construcción del canal del Lozoya por cuenta del Estado, debiendo ser cubiertos ochenta millones de coste con dinero de la nación en cuanto no alcanzase la suscripción voluntaria del Ayuntamiento de Madrid y de los particulares. Y ¿recordáis lo que ha sucedido hace pocas semanas, a principios de este mes, cuando se vio que no obstante el canal, Madrid iba a carecer de agua para beber, por efecto de las turbias, intensas como nunca, del río? No fue el Ayuntamiento a quien más preocupó el conflicto; fue al Gobierno, que inmediatamente se reunió en Consejo de Ministros para tomar medidas con que remediar el mal de presente y evitar su repetición en lo venidero; no fueron los concejales, fueron los diputados a Cortes por Madrid, quienes se apresuraron a reclamar del Gobierno providencias eficaces en bien de sus representados, los madrileños. Pues, señores, yo digo y sostendré que el canal de Tamarite no merece menos que el canal del Lozoya: el canal de Tamarite ha de regar 104.000 hectáreas de tierra; que pueden dar ocupación y sustento a un millón de habitantes, doble que Madrid; el canal de Tamarite ha de fertilizar el término de treinta y dos poblaciones actualmente existentes y más de otras tantas que se edificarán en los despoblados cuando se rieguen; y esas poblaciones podrán decir a Madrid, como los antiguos diputados aragoneses al rey: «nos, que cada uno valemos tanto como vos y que juntos valemos más que vos, os saludamos centro y cabeza de España a condición de que la cuerda se tire para todos por igual; que, pues os hemos ayudado con nuestro dinero a construir el canal de Lozoya, de que beben vuestros ciudadanos, nos ayudéis a construir el canal de Tamarite, de que hemos de comer nosotros». Y a un mensaje así, Madrid no tendría que contestar, sino que teníamos razón, y el Sr. Cánovas no volvería a repetir su argumento de que los canales son un mal negocio.

Todavía no es esto lo único que habrían debido replicar los diputados y senadores de la Litera al Jefe del Gobierno. Sabéis, señores, y sabe todo el mundo que la humanidad no ha recibido de Dios el planeta perfecto y acabado, hecho un jardín de delicias, como aquél del Paraíso, donde no hubiese más que llegar y sembrar: la Naturaleza no ha dado a las naciones su territorio a título enteramente gratuito: les ha dado un diamante en bruto, sin brillo, sin transparencia, sin facetas, áspero y esquinoso; y han tenido que tallarlo, reelaborarlo, rectificar su geografía, crearlo una segunda vez; desaguar pantanos, encauzar ríos, dragar ensenadas y guarnecerlas de muelles, hender colinas, terraplenar torrentes, horadar montañas, tender puentes sobre los ríos, enmendar el suelo arenoso con arcilla y el suelo arcilloso con arena, sujetarlo con muros en las latitudes bajas como Italia para saturarlo del agua de vegetación que le falta, y de un sistema hidráulico venoso en las latitudes húmedas, como Holanda, para librarlo del agua excesiva que le sobra. ¡Qué trabajos tan asombrosos esos de saneamiento y desagüe de Holanda, con que se ha fabricado molécula por molécula todo su territorio, y qué epopeya tan sublime la de esa guerra secular de un pueblo inteligente y heroico contra el mar y los ríos sus enemigos! Baste deciros que tienen un Ministerio dedicado exclusivamente a eso y se llama « ministro de las aguas», vaterstaat: allí, como veis, han tomado en serio eso de la política hidráulica, y nunca se les ha ocurrido preguntarse si aquellos canales y aquellos diques gigantes eran o no un negocio. -Pues bien, señores, España no está todavía más que a medio tallar; que no en balde la dibujan los mapas entre Europa, cuyo suelo es una maravilla del Arte, y África donde ejerce todavía señorío absoluto, como el primer día de la creación la Naturaleza. Y porque está todavía a medio tallar, corren los más de sus ríos, bravíos y salvajes, por sus cauces geológicos, lo mismo que en África, no domesticados y mansos, obedientes a la mano del labrador, por las lindes de los campos, como en Europa. ¡Aquí sí que haría falta, Sr. Cánovas, más aún que en Holanda, un «ministro de las aguas», y qué gran ocasión para colocar un amigo o un enemigo más en el Ministerio! He dicho que hemos recibido el suelo español a mitad de hacer, a medio tallar; pero entiéndase esto a condición de que el Alto Aragón no entre en la cuenta, porque éste ni aun a mitad de hacer está, apenas si ha debido cosa alguna a la mano del hombre, ya que el escaso beneficio que haya podido proporcionarle la piqueta del ingeniero ni siquiera compensa los inmensos daños que le ha causado el hacha desamortizadora. Los Somontanos, la Litera no son un país; son un pedazo del planeta virgen, materia no más para crear un país. ¿Y queréis que os diga quién ha de ser el creador que edifique en este suelo de la Litera una provincia, pequeña en cuanto a su superficie, grande y fuerte por su población, por su riqueza, por su cultura, por la virtud y la grandeza de alma de sus moradores, templados un siglo y otro siglo en la escuela de la adversidad y del trabajo? Preguntádselo a la Historia, y la Historia os hará revelaciones por estilo de la siguiente:

§ 12.-El Nilo, río prodigioso, cuna de asombrosa civilización. Hubo en la antigüedad, allá en los primeros albores de la Historia, una comarca que era un desierto horrible: el Egipto. La Naturaleza derramó en ella un río prodigioso; el río Nilo: ese río, dirigido por el arte, con esfuerzo perseverante, un siglo y otro siglo, transformó el desierto árido en vega florida, y aquel país, antes desolado, sirvió de asiento al Imperio de los Faraones, la más asombrosa civilización que vio la antigüedad, civilización que contaba los años de existencia por millares, y las ciudades por cientos y los templos y palacios por miles cuando nacieron Grecia y Roma y poseía escuelas de ciencia, literatura floreciente, teogonías riquísimas, sistemas arquitectónicos, escritura, navegación, industria, minas, bibliotecas, y una agricultura tan intensiva como la más intensiva de la Inglaterra de nuestros días. Pues todo eso fue obra de un río, el río divino, el río creador, aquel río sobre cuyas olas flotó un día, en ligera cuna de mimbres, Moisés, educado por los sacerdotes egipcios y lengua de una religión que había de ser la religión de la humanidad12. Así os explicaréis el audaz pensamiento concebido por Alburquerque en el ardor de aquellas guerras gigantescas reñidas por Portugal con los turcos y con los venecianos, en la primera mitad del siglo XVI, y que consistía nada menos que en privar del Nilo al Egipto, tomándolo en las altas mesetas de la Etiopía y vertiéndolo en el Hanaseh para que desaguase en el mar Rojo, como ahora desagua en el Mediterráneo, lo cual era tanto como privar a su enemiga Turquía de aquel vasto y feraz territorio de Egipto, porque quitarle el río era desangrarlo, aniquilarlo, dejarlo sin vida. Pues ahí tenéis, señores, mi pensamiento con respecto a la Litera, es una provincia por crear: su hacedor, su padre, es el río Ésera; ponedlo en contacto con esta tierra robusta y hermosa, pero infecunda en su forzada soltería; pedid al barreno y a la dinamita la dispensa a los impedimentos que se oponen al matrimonio de aquel río con esta tierra, y veréis al punto nacer de esa esterilidad un pueblo sano, robusto, numeroso, civilizado, feliz y alegre con esa alegría pura del alma que retrata el contento de la vida y el equilibrio de las necesidades con los medios de satisfacerlas. Ese río lo creará todo en medio de vosotros: gobierno, policía, orden, libertad, industria, comercio, agricultura, ferrocarriles, carreteras, templos, hospitales, escuelas, fábricas, teatros. ¿Os acordáis del maná que Dios hacía llover sobre los hijos de Israel acaudillados por Moisés en el desierto? No ofrecía un sabor determinado al sentido del gusto: sabía a lo que quería que supiese cada uno de los que lo comían. Así el agua de vuestro río creador: para vosotros, conservadores, será orden; para vosotros, liberales y republicanos, será independencia y libertad; para los pobres, riqueza; para los ricos, opulencia; para el municipio, ingresos holgados, fuentes públicas, alcantarillado, paseos, alumbrado; para los sacerdotes, piedad y dulzura de costumbres; para los maestros, consideración y respeto; para el usurero, ruina; para los carceleros, huelga, para los artesanos, taller transformado en fábrica, para los emigrantes, camino por donde regresen a los despoblados hogares; para los deudores, alzamiento de embargo; para el soltero, casa; para la carretera, carriles de acero y locomotora; caseríos para los suburbios; pueblos y aldeas para los despoblados; humedad y nubes para la atmósfera; árboles donde colgar las aves sus nidos; ázoe y hierro para la sangre; higiene y limpieza para la piel; alegría y expansión para el alma, y fuerza y riqueza y resurrección para esta pobre patria española, que nunca más será grande ni volverá a ocupar un puesto en el cónclave de las naciones ni se dilatará por el planeta ni tomará activa parte en la formación de la historia contemporánea, mientras sea como ahora una patria de secano, triste momia que los arqueólogos de la política seguirán contemplando con la misma mortificante curiosidad con que los arqueólogos de la historia contemplan las momias de los sarcófagos egipcios, y que no se pondrá de pie, con un remedo de vida, sino por sacudidas galvánicas, para exhibir en ostentosos centenarios las empresas sublimes de nuestros abuelos, que nunca ellos habrían acabado si antes de emprenderlas se hubiesen preguntado si serían o no un buen negocio.

§ 13.-Los ilustres silenciosos.- Y heme vuelto otra vez al punto de partida. He querido demostrar, no sé si lo he conseguido, dos cosas: 1ª Que no está en lo cierto el Sr. Cánovas al afirmar que el negocio de los canales no es negocio en España; y 2ª Que aunque fuese tan mal negocio como el Sr. Cánovas pondera, y aunque fuese mucho peor, no estaría menos obligado el Estado a construir por su cuenta tales obras. ¿Cómo es posible que no se ocurrieran al entendimiento poderoso del Jefe del Gobierno esos resultados de la estadística, esos argumentos de la razón, esas enseñanzas de la historia, que desembarazaban su doctrina, convenciéndole de falsedad? Y puesto que a él, por lamentable distracción, no se le ocurrieran, ¿por qué se las callaron y no le arguyeron los diputados y senadores del Alto Aragón, viendo que de eso dependía el que se construyese o no se construyese el canal por este Gobierno? ¿Por qué guardaron silencio los diputados de la provincia, D. Manuel Lasierra, que allí a la vera del Sr. Cánovas se lo estaba escuchando? ¿Qué hacía el Sr. Abella, qué hacía el Sr. Romero, qué el Sr. Álvarez Capra y el Sr. Albarado? ¿En qué pensaba el Sr. Castelar, al replicar al Jefe del Gobierno, que en vez de refutar sus sinrazones y convencerle de que si el Gobierno no decretaba la construcción de los canales por el Estado, no era porque no pudiese y debiese hacerlo, sino porque no quería, vino a entretenerse en comparar a la patria con la Virgen Madre, coronada de luz, calzada con la luna, ceñida la frente con diadema de estrellas y en los pies peana de ángeles, lo cual, sobre no ser verdad, así pegaba en aquel salón y en aquel debate, como habrían pegado un par de pistolas en las manos cruzadas de la Virgen Madre? ¿Cómo tuvieron calma, Dios mío, para quedarse tan frescos y tranquilos, después de aquel rato perdido de conversación, sin acordarse de que la Litera, de que el Alto Aragón, se estaban muriendo de sed, de hambre, de desesperación, y arrojaban sus hijos a millares camino del extranjero, y no plantearon de nuevo la cuestión ante el Parlamento, agitándola sin descanso un día y otro día, y no buscaron ayuda en las oposiciones, y no organizaron meetings y no interpusieron los buenos oficios de la Reina y no vinieron a remover y despertar al país para caer con todo el peso de su indignación y de su derecho sobre el Gobierno y sobre el Parlamento? ¡Ah! señores; yo no quisiera decirlo, yo no quisiera decirlo, pero lo tengo que decir aunque hayáis de apedrearme: me he impuesto la obligación de no callar nada de lo que juzgue conveniente al país, por muy amargo que haya de parecerle. Parte de la culpa está en vosotros mismos, empedernidos cómplices de esa inmensa ficción del parlamentarismo, que habré de presentaros otro día en toda su horrible desnudez: por el momento diré únicamente que ya en el pecado lleváis la penitencia, sólo que es lástima que hayan de vivir revueltos inocentes con culpables, y que el castigo alcance a los primeros en mayor proporción aún que a los segundos. Otra parte de la culpa está en los representantes mismos, como está en el Jefe del Gobierno, y voy a deciros cómo con palabras suyas que envuelven una confesión tristísima: «Si en el porvenir quisiéramos nosotros intentar algo parecido (se refiere a las epopeyas de la raza española en el siglo XVI y posteriores) tendríamos que empezar por estudiar la naturaleza del país, etc.».

§ 14.-Nueve ministros en forma de estudiantes pensionados. -Esto decía Cánovas. ¡Estudiar, señores! A los sesenta y cinco años de edad, a los cuarenta de estadista, dicen que tienen que empezar por estudiar la naturaleza del territorio, esto es, el abecedario de la política, ¡lo primero de que debe preocuparse el que sienta plaza de estadista! Perdone el Sr. Cánovas; pero ya no hay que estudiar: ha pasado el tiempo de los estudios, de los discursos y programas: necesitamos que nuestros políticos no estudien ya, sino que obren: el que diga que tiene que estudiar, que se retire a su biblioteca y no venga a disolvernos la hacienda y a campanillearnos los oídos con discursos sonoros: la enfermedad que aqueja al país la tiene en el estómago, y por eso, el remedio no ha de entrarle por los oídos, sino por la boca. El pueblo no quiere a los árboles por lo que prometen en la flor, sino por el fruto que dan; no distingue de hombres y de partidos por los programas, sino por las obras. Le sucede lo mismo que a ciertos discípulos de Jesús. Habían pasado dos días sólo de su muerte, cuando Cleophás y Santiago se dirigían a una aldea llamada Emmaús, distante como dos leguas de Jerusalén. Iban hablando del gran suceso del día: algunas mujeres, entre ellas María Magdalena, habían ido con aromas y ungüentos al sepulcro de Jesús, y lo habían encontrado vacío, y junto a él dos ángeles que les habían dirigido la palabra para anunciarles que en vano buscaban a Jesús entre los muertos, porque había resucitado. Mientras estaban en estas pláticas, se les allegó un viandante que llevaba el mismo camino y entró en conversación con ellos. El viajero era nada menos que el mismo Jesús resucitado; pero sus discípulos, que habían esperado de él la redención política de Israel y acababan de verlo morir sin que tal redención se hubiese ni siquiera intentado, no lo conocieron. Jesús se propuso abrirles los ojos del alma y principió a declararles a Moisés y los Profetas con la mira de que se persuadiesen de que la pasión y la muerte y la resurrección del Cristo eran cosa prevista y obligado precedente para llevar después la emancipación al mundo, principiando por Jerusalén. ¿Qué valen los discursos de Cánovas, de Castelar, de Salmerón, de Martos o Moret, en comparación de aquellos discursos de cielo que fluían de los labios de Jesús, revelándoles el oculto sentido de las Escrituras en que se predecía la tragedia divina del Gólgota por la cual había de pasar el Cristo antes de entrar en su gloria y rescatar a la humanidad? Pues con todo y con eso, no lo reconocieron. ¿Sabéis cuándo lo conocieron? Por la noche, cuando hubieron llegado a la posada y se sentaron a la mesa: al tiempo de repartirles el pan: in ftactione panis cognoverunt eum (San Lucas, XXIV, 30, 31, 35). Pues así es el pueblo; diríase compuesto todo él de Santiagos y de Cleofares; no conoce a los Gobiernos ni a los estadistas por sus promesas de hacer o de estudiar, no los conoce por sus discursos, siquiera rebose de ellos la elocuencia: los conoce sólo por el pan que le dan, por los beneficios que le dispensan, por los consuelos que le proporcionan, por los enemigos físicos y sociales de que lo defienden, por las glorias sólidas y reales con que exaltan su espíritu y su nombre; aquel que emprenda primero este camino, ese llegará al corazón del pueblo, única cosa que vive de este gran cadáver; ese también llegará quizá, como no tarde, a tiempo de obrar una resurrección: la resurrección gloriosa de España.

Para esto se necesita lo primero tomar la política en serio, como una profesión difícil y de gran responsabilidad. Sucede en esto la cosa más rara del mundo y en la cual es posible que no todos os hayáis fijado, no obstante radicar en ello la causa principal de nuestras desventuras nacionales. Para ser zapatero y ponerse al frente de una zapatería, hay que aprender antes a hacer zapatos; para ser abogado, hay que principiar por estudiar las leyes; pues para ser ministro, no hace falta aprender de antemano las cosas que dependen de aquel ministerio, por lo cual lo mismo sirve uno para ministro de Hacienda que para ministro de Fomento, de Ultramar, de la Gobernación o de Gracia y Justicia. ¡Nadie dudará que gobernar bien una nación sea cosa más difícil que gobernar una nave: pues para que se confíe una nave a un piloto se le exigen yo no sé cuántos años de carrera especial y cuántos meses de práctica: mas para ser gobernante, no se requiere ningún género de preparación, pudiendo suceder por eso la gran anomalía de que cuarenta años después de haber principiado a ejercer la política un estadista, no tenga reparo en decir que aún ha de empezar a estudiar las condiciones naturales del territorio gobernado! Con tales premisas, no hay que preguntar cómo le va a ese país, regido por la ciencia infusa de sus grandes hombres: si fuese Holanda, estaría convertida en una inmensa marisma de cabo a cabo; siendo España, ha de figurar como un desierto abrasado, entregado a las fatalidades de la geología y de la atmósfera. Con tales precedentes, no hay tampoco por qué extrañarse de la conducta seguida invariablemente por todos nuestros ministros desde el instante mismo de la jura.

No bien un estadista (llamémosles así, pues de algún modo hay que llamarles) toma posesión de un Ministerio, ya anuncian los periódicos que se ha puesto a estudiar las reformas y mejoras que han de introducirse en los servicios públicos dependientes de aquel Ministerio; es decir, que se ha puesto a estudiar lo que debía haber estudiado antes de aceptar tal cargo, o de lo contrario haber rechazado el ofrecimiento, pues los Ministerios deben ser centros de acción, no gabinetes de estudio; y como el oficio de ministro es atareadísimo, y su vida muy azarosa y poco propicia para estudiar, resulta que los estudios emprendidos al día siguiente de jurar el cargo, muy rara vez terminan, y más raramente le dan lugar los acontecimientos y las vicisitudes de la política para poner en ejecución el fruto casi siempre poco maduro de sus intranquilas meditaciones; y como lo que ha estudiado uno no le sirve al que le sustituye en la siguiente crisis, el cual se pone a estudiar por propia cuenta, resulta que España, en vez de tener nueve ministros, tiene nueve estudiantes pensionados, estudiantes eternos, que van todos los días a sus Ministerios con las carteras atestadas de bocetos y de discursos como los muchachos van con la suya llena de libros y papeles a la escuela de primeras letras.

La consecuencia de esto, que constituye un sistema eminentemente español, vais a verla con un ejemplo, tomado del tiempo de la República. Para el que tiene corazón, para el que tiene humanidad, este suceso eriza el cabello y hace desfallecer el ánimo del más optimista patriota. El primer Ministro de Ultramar que tuvo la República, cayó del poder allá por Mayo de 1873, y dijo en aquella ocasión que si hubiese tardado en caer tres o cuatro días más, hubiese llevado a la Cámara una ley de abolición de la esclavitud en Cuba, de acuerdo con los propietarios de la Isla, que estaban conformes con que esa abolición fuese inmediata y sin indemnización. Pues bien, señores, esos tres o cuatro días que le faltaron al Ministro dimisionario, les falta siempre a todos nuestros Gobiernos y a todos nuestros Ministros para hacer cosa de provecho, que todos se parecen en esto a aquella rondalla de un pueblo del Bajo Aragón, que se pasó la noche en la plaza templando las guitarras, vihuelas y bandurrias, y cuando por fin empezó a rayar el alba y tuvieron que retirarse para uncir las yuntas, no se le ocurrió al jefe de los mozos, para justificar la falta de preparación con que se habían arrojado éstos a la musical empresa sino decir: pues, chiquetes, si tarda dos horicas más en amanecer, dejamos templada la orquesta que ni un piano. Nuestros flamantes hombres de Estado se pasan la vida templando y la nación impaciente aguardando a que rompa la sinfonía de reformas que constantemente le prometen, apenas si llega una vez a conocerles las habilidades de que a porfía blasonan. -Al Ministro aquél sucedió otro, que allá por el mes de Julio, preguntado por el Sr. Bethancourt, declaró que el proyecto de ley de abolición de la esclavitud de Cuba estaba muy adelantado y que abrigaba la esperanza de que todos sus sacrificios serían recompensados por Dios, permitiéndole leer pronto aquel proyecto desde la tribuna del Congreso. Como veis, este Ministro llevaba varios meses de templar, y todavía necesitaba acogerse a Dios para que no le sorprendiese el alba con las cuerdas fuera de punto. Pero ni eso le valió y le sorprendió la crisis y le siguió otro Ministro, y este otro, preguntado por el Sr. Araus acerca del particular, contestó diciendo que tan pronto como el tiempo le alcanzase para enterarse de la cuestión, tenía el propósito de presentar un proyecto de ley que pusiera en libertad a los 400.000 esclavos que gemían en oprobiosa servidumbre en la Isla de Cuba. ¿Los veis, señores? Éste, ni siquiera había tenido tiempo para enterarse del asunto, ni sabía si lo tendría, como efectivamente no lo tuvo. Y cayó la República y pasó el interregno, y quedó en pie aquella institución espantosa que la Junta revolucionaria de Madrid en 1868 había declarado ser un borrón y una afrenta de la nación española; y fue preciso que seis o siete años más tarde, un Gobierno conservador, el Gobierno de la Restauración, la aboliese, aunque de una manera imperfecta y limitada en sus efectos. ¿Veis, señores, de qué dependió el que 400.000 criaturas humanas, hermanos nuestros, vivieran en cadenas diez años más, o muriesen con ellas sin haber disfrutado un día la condición de hombres, y que España tardara todo ese tiempo en dar satisfacción a la humanidad ultrajada, y lavarse de aquella afrenta heredada y entrar en el concierto de las naciones civilizadas? -Y veis ahora, os digo, volviendo a nuestro cuento, ¿de qué depende el que la Litera se encuentre en este abatimiento y desolación, rotas las alas de la esperanza, el patrimonio secuestrado por la usura, los brazos más robustos en la emigración, los niños inocentes pidiendo a las nubes agua, que para ellos sería pan, y que las nubes avaramente les niegan? Veis de qué depende el que esta pequeña región, desde Estadilla hasta Fraga, no sea una provincia más rica y más poblada que algunas naciones europeas? ¿Veis de dónde nace esa hambre que padecéis, como la padece todo el Alto Aragón, esa tristeza sombría que os roe lentamente las entrañas a manera de incendio escondido, y esa desesperación rabiosa con que sembráis la tierra por sexta vez, seis años después de no haber producido nada, pobres héroes, cuyo valor admiro cien veces más que el de los gloriosos soldados de la historia? Pues nace, nace, de aquello que censuraba con su sátira frailuna el P. Isla: «cuelga Fray Gerundio los libros y se mete a predicador»; de que el país, de que España, no se cuida de averiguar si los hombres que envía a las Cortes, o mejor dicho, a quienes deja ir a las Cortes, ha estudiado, y estudiado con provecho «la naturaleza ingrata del territorio, como diría el Sr. Cánovas, y los medios de mejorarla y de vencerla»; nace de que no hacéis lo que tenéis derecho a hacer y lo que se propone hacer por su cuenta esta Cámara, según dice su Reglamento: examinar primero a su candidato, como si se tratara de proveer una cátedra, con objeto de apreciar si poseen la necesaria preparación para el difícil cargo de gobernante; y luego, residenciar a su diputado o diputados, como se hacía en Castilla durante la Edad Media, pidiéndoles cuenta de su conducta en el Parlamento y exigiéndoles la renuncia si no satisface a los electores. La representación del país es una cosa augusta, es una cosa sagrada, envuelve algo como un ministerio religioso, pues dependen de ella tantos y tan delicados intereses, las tradiciones gloriosas del país, comprometidas en esta decadencia a cuyo término hemos encontrado muerte internacional, el porvenir y la resurrección de España, la suerte de diez y ocho millones de españoles, la fortuna de doce millones de contribuyentes, vinculada a la plebe feudal de los partidos, el pan de tantos millones de niños hambrientos y de viudas desvalidas, cuyas secretas lágrimas, cuyo dolor augusto y cuasi divino, que retrae el del Gólgota, debiera embargar y llenar entero el ánimo de todo candidato, antes de decidirse a destapar de la urna electoral para pedir que se la llenen los electores. ¡Ah, señores! Yo he reprobado siempre, en mis discursos y en mis libros, yo condenaré siempre, ese crimen de lesa humanidad y de lesa patria que consiste en solicitar o en admitir aquella representación política sin poseer una preparación adecuada, sacrificando en aras de un sentimiento abominable de vanagloria personal el bienestar y la dicha de sus hermanos los españoles y los destinos de su patria, España.

Pero ¿y vosotros, señores? ¿Y vosotros? Porque es muy cómodo llevar al hombro la alforja de los defectos humanos, los ajenos delante y los propios detrás, donde no se vean. ¿Por ventura los diputados brotan como los hongos, sin que se sepa quién los ha sembrado? ¿Acaso los Ministros nacen por generación espontánea? Ellos son los autores y fautores de nuestra ruina, pero no tenéis derecho a quejaros, porque sois cómplices; que sin vuestra cooperación, el delito que cometen no pasaría de tentativa; sois vosotros los que le ayudáis a empobreceros, a desangraros, a perpetuar la sequía, a despoblar el país, a que no llegue a vuestras bocas el pan que arrastra en raudales sin fin el río Ésera, a que no amanezca nunca el sábado de resurrección para nuestra patria ¿Qué es esto, literanos, ribagorzanos, sugrarvienses? ¿Qué es esto, pobladores del Alto Aragón? ¿Es que no tenéis capacidad para administrar vuestros intereses, y como pudiera hacerlo un menor de edad, hacéis la causa de vuestros enemigos? ¿Será preciso someteros al régimen de la tutela? ¿Se comprende que tengáis en la mano la medicina de vuestros males, el instrumento de la redención, y en vez de hacerlo valer contra la sequía, contra la langosta, contra la usura, contra la aduana, contra el recaudador, contra el empleado, contra la retórica, contra la ignorancia, contra el hambre, que en vez de esgrimirlo contra todos esos enemigos vuestros, lo volváis contra vosotros mismos? ¿Estamos dementes, señores, y debemos pedir que nos lleven a una gabia?

§ 15.-Las profecías de Ezequiel: ¡Huesos secos, oíd la palabra del Señor. -Esto me preguntaba yo, señores, hace pocas tardes, en una de esas horas de tristeza y de melancolía en que se me representaba el aspecto de España vagando insepulto entre las tumbas de las nacionalidades extintas y me contemplo a mí mismo en medio de Europa, huérfano de patria, herido de muerte más aún que por la incapacidad de los gobernantes, por la indiferencia criminal de los gobernados. Buscando consuelo a mi aflicción, tomé un libro a la ventura: lo abrí: era el Antiguo Testamento. La hoja por donde había quedado abierto decía así: «Profecías de Ezequiel, cap. 39». Nunca lo hubiese cogido: lo primero que se ofreció a mi vista fue la imagen de esta querida España, pero en tal estado, que aún me dura el terror y el desconsuelo que me causó y sigue persiguiéndome en sueños aquel cementerio desolado. El cuadro es de una grandeza épica que ningún poeta podría superar. La mano de Dios transporta a Ezequiel, hijo de Buzí, a una planicie dilatada, toda llena de huesos en número infinito y tan secos como si hubieran pasado por un horno; y después de mostrársela, le dice: «Profetiza sobre estos huesos, hijo de Buzí, diciéndoles así: Huesos secos, oíd la palabra del Señor: el Señor Dios os dice: yo pondré nervios alrededor de vosotros, os envolveré en carne, os cubriré de piel, infundiré espíritu de vida en vosotros y viviréis otra vez y sabréis que yo soy el Señor». Profetizó Ezequiel así como Dios le había mandado: y he aquí que mientras él estaba profetizando, se sintió un estruendo horrísono como de cien ejércitos de soldados de palo que se acercasen en confuso tropel; eran millones de huesos que se habían puesto en movimiento y se cruzaban en todas direcciones buscándose unos a otros y ayuntándose para formar brazos, piernas, columnas vertebrales, cavidades torácicas, esqueletos completos; y luego miró Ezequiel y vio que esos esqueletos se iban llenando de venas y de nervios, de músculos y sangre; que se vestían de piel, de uñas, de cabello y yacían cadáveres completos, tendidos como al día siguiente de una batalla, cubriendo la dilatada llanura. Entonces escuchóse otra vez la voz de Dios que decía a Ezequiel: «Profetiza al espíritu, hijo del Hombre, profetiza, diciéndole de este modo: ¡Ven, oh espíritu, acude de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos para que se incorporen redivivos y sean un pueblo». Ezequiel profetizó como el Señor se lo había mandado, y al punto se escuchó como rumor de brisas que soplaba a la vez de todos los puntos del horizonte formado por miríadas de almas que acudían en vuelo rapidísimo a la evocación del Profeta y se aposentaban en aquellos muertos, y al punto se pusieron éstos en pie, hirviente la sangre con el calor de la vida y formaron un ejército numerosísimo. Otra vez dirigió Dios la palabra a Ezequiel y le dijo: «Esos huesos que has visto, son la nación cautiva de Israel: ve y diles a los israelitas, expatriados en la Caldea: yo abriré vuestras sepulturas y os sacaré de ellas y os devolveré la patria que perdisteis y os restituiré a la vida del derecho y de la libertad». ¡Ah!, señores: yo lloraba cuando leía esto: cautivado por la belleza y la sublimidad del cuadro, tan en armonía con el giro triste de mis pensamientos, me había sentido transportado en espíritu sobre una montaña de huesos secos, y lloraba, erizado el cabello, sobre tanta desolación. Esos huesos no son ya la nación de Israel; son la nación española, semillero de pueblos un día, radiante foco de luz, porción predilecta de la humanidad, y ahora, ahora, removido cementerio, poblado de huesos ociosos y de cabezas vacías; esos huesos son la Litera, abatida, desangrada, seca y como en un sepulcro, aguardando al profeta que ha de evocar la carne y la piel y los nervios y el espíritu para que lo vivifique y haga de ella un órgano vivo de la historia. Esa carne, esos nervios y esa piel que ha de juntar los huesos secos de la Litera, ese espíritu que ha de revivirlos, yo los veo desfilar todos los días por delante de mi casa, allá en mi atormentado retiro de Graus: son el agua, ahora clara, ahora turbia, pero siempre fecunda del río Ésera. El río Ésera lleva la carne, para hacer de esos esqueletos cuerpos cabales: el espíritu le será dado como por añadidura: las escuelas, el contacto con Europa: el gusto que se refina con el confort; los viajes al extranjero y la venida de extranjeros a España. ¡Ah! señores, no aguardemos más tiempo al profeta Ezequiel, que podría ser que no viniese: al menos el Sr. Cánovas nos ha casi desilusionado: juntemos todos nosotros nuestros espíritus en un solo espíritu; profeticemos por cuenta propia sobre esos huesos, recogiendo piadosamente el eco gigante de la voz de Dios, qui fecit nationes sanabiles, como dice la Biblia, y clamemos aquí con fuerza desde lo alto de la Litera: «¡Levántate, pobre Lázaro, levántate, resucita de entre los muertos y sígueme para que vayamos juntos a llamar a las puertas de otros sepulcros y a resucitar a otras gentes que como tú están muertas!»