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ArribaAbajoLos Laso fundan un «vínculo perpetuo» en 1786

La pujanza vital, profesional y económica de Nicolás Laso en su estancia catalana coincide con la de la familia, de manera que se vio implicado en la fundación de un «vínculo perpetuo», con unas características muy similares a las de un auténtico mayorazgo.

Sin entrar en la abundante literatura e intentos de reforma de los mayorazgos que circulaba a fines del siglo XVIII, recordemos que los auténticos ilustrados pensaban que los mayorazgos y otras vinculaciones eran «perjudiciales al estado, a la labranza y a la población»113, y en consecuencia, debían suprimirse totalmente o solamente podrían mantenerse «para la conservación de la nobleza», pero no los creían justificables fuera de ella.

Al menos desde mediados del siglo XVIII los reformistas ilustrados desarrollaban esfuerzos en distintos niveles contra la propiedad vinculada. Basta recordar los nombres de Castro, Sempere y Guarinos114, Campomanes, Olavide, Jovellanos, Meléndez Valdés y las Sociedades Económicas, que pretendían crear una amplia capa de pequeños propietarios. Cuestionaban la supervivencia de unas formas de propiedad que excluían del mercado y de la imposición fiscal extensas áreas de la propiedad y de la riqueza. En 1798 Carlos IV, a instancias del ministro Soler, firma unos decretos que son el inicio de un largo proceso tendente a la definitiva abolición de la propiedad vinculada («vínculos, mayorazgos u otros títulos que se suceden por el orden que se observa en los mayorazgos de España»)115.

El mismo Floridablanca en la célebre Instrucción reservada de la Junta Central, escrita en 1787, expresaba que los mayorazgos pequeños y pobres sólo podían ser «un seminario de vanidad y holgazanería» y proponía fijar que ningún mayorazgo baje «de cuatro mil o más ducados de renta». La «vinculación» creada por los Laso entraba de lleno en esos mayorazgos de «vanidad y holgazanería»116. La vanidad familiar es el motor de esta fundación de vínculo: «mi ánimo es que no sólo se mantengan dichos bienes sin la más leve disminución, sino que crezcan y se aumenten para el mayor lustre y aprovechamiento de la familia», en palabras del arcediano fundador, don Nicolás Martín Laso.

El Consejo de Castilla quería reformar las Leyes de Toro para lo cual mandará a la Chancillería de Valladolid cartas, el 1 y 7 de julio de 1789 y 31 de julio de 1790, solicitándole dictamen sobre «si un padre podrá vincular, con facultad real o sin ella, todos sus bienes en favor de un hijo único». El oidor Juan Meléndez Valdés da un dictamen, fechado en Valladolid el 13 de octubre de 1796, donde afirma que «está reconocido y universalmente demostrado el perjuicio de las vinculaciones, ya que ni éstas entran ni son necesarias aún en las mismas monarquías»117.

A pesar de este ambiente, el 3 de marzo de 1786, el arcediano don Nicolás Martín Laso se persona ante el notario salmantino Bernardo Peti y Montemayor para otorgar una escritura de fundación de vínculo perpetuo, «siendo testigos don Juan Marcos Rodrigo estudiante y teólogo, criado del señor otorgante, don Pedro de Alcántara Rodríguez, oficial de la pluma y José García, ministro del tribunal escolástico, todos vecinos de esta ciudad»118.

De los tres clérigos cofundadores, el arcediano fue quien llevó el peso de la constitución y el inquisidor, alejado en Barcelona, parece que se limitó a dar el consentimiento a la vinculación: «En el nombre de Dios Todopoderoso, amen: Conste por esta escritura de fundación de vínculo perpetuo que yo D. Nicolás Martín García Laso, canónigo y arcediano de Monleón, dignidad de la Santa Iglesia Catedral de esta ciudad de Salamanca, por mí mismo y a nombre del licenciado don Nicolás Rodríguez Martín del Consejo de S.M., inquisidor del Santo Tribunal de Barcelona, y el doctor don Simón Rodríguez Martín, dignidad de Maestrescuela de la Santa Iglesia de Ciudad Rodrigo, mis sobrinos, de quienes tengo poder en bastante forma para lo que se dirá, cuyos poderes que he aceptado...».

Puestos a buscar justificación a la fundación de este vínculo, sólo encontramos el deseo del viejo arcediano de Monleón de asegurar el derecho de propiedad del patrimonio familiar y blindarlo contra cualquier defecto de gestión119, puesto que él ya era viejo y sus sobrinos, también clérigos, no podían gestionarlo directamente por sus lejanos destinos.

No procede analizar aquí las cláusulas de la escritura para observar algunos de los «caprichos» de los fundadores y comprobar que se ajustan a la definición estricta de mayorazgo y que «el vínculo perpetuo» se hacía con todo el rigor de los viejos cánones, como la indivisibilidad del mayorazgo y la perpetuidad en la familia del fundador. Aunque no aparece la palabra «mayorazgo», la vinculación escriturada cumple con la esencia del mismo: el titular dispone de la renta, pero no de los bienes que la producen, se beneficia tan sólo de todo tipo de fruto rendido por el patrimonio sin poder disponer del valor constituido por el mismo120.

Todas sus disposiciones tienen poco que ver con el pensamiento de los políticos ilustrados como Floridablanca, Campomanes o Jovellanos ni con el reformismo social que entonces defendía el auténtico ilustrado que, en esta etapa de su vida, era nuestro fiscal inquisidor.




ArribaAbajoUn fiscal inquisidor que viaja por Europa

Entre el 15 de mayo de 1788 y el 15 de junio de 1789 Nicolás realiza un viaje a Francia e Italia. Viaje que se prolongó más de lo previsto. El pretexto fue el acompañar a su hermano Simón a tomar posesión del rectorado del Colegio de Españoles de Bolonia. Salen de Barcelona el 15 de mayo de 1788 y, entran en Perpiñán el 18, donde observan que el aduanero estaba «leyendo en Pope», pasando por Montpellier (días 20-23), Lyon (días 24 de mayo al 2 de junio) y Auxerre (día 6) llegan a París el 7 de junio, donde permanecerán hasta el 15 de julio, casi cuarenta días.

A las doce de la noche del 15 de julio, los hermanos Rodríguez Laso abandonan París y llegan a Lyon el 20 a las cinco y media de la tarde, habiendo pasado por Montreau (día 16). El 23 salen de Lyon camino de Turín, a donde llegan el 28 a las siete de la tarde, y allí permanecen hasta el 31. Visitan a las personalidades y las instituciones más importantes del reino saboyano.

Al día siguiente, 1.º de agosto llegan a Milán, donde tuvieron como cicerone al conde de Castiglioni: «A la noche, fuimos a ver al conde Luis Castiglioni, que llegó de campaña a las diez, y nos ofreció acompañar, desde el día siguiente, a ver las cosas más notables de esta ciudad», (Milán, 2 de agosto de 1788). Permanece en Milán hasta el 7 de agosto.

El 8 visitan Parma y el 9 llegan a Bolonia, ciudad en la que estará en tres ocasiones: del 9 de agosto al 22 de septiembre; del 11 de octubre al 30 del mismo mes y desde el 27 de abril de 1789 hasta el 25 de mayo en que regresa a España.

Entre el 22 de septiembre y el 11 de octubre realiza una excursión hasta Venecia, acompañado del escritor, también ex-jesuita, Pedro de Montengón, visitando Ferrara (23-24), Venecia (25 de septiembre al 7 de octubre) y Padua (día 8). El embajador en Venecia y su señora reciben muy cordialmente a Laso.

Nicolás Laso, acompañado del colegial Fernando Queipo de Llano, sale de Bolonia el 30 de octubre de 1788 y, pasando por Imola y Faenza (día 30), Rímini y Pesaro (día 31), Ancona y Loreto (1 de noviembre), Tolentino (día 2) y Espoleto (día 3), entra en Roma el 4 de noviembre a las cuatro de la tarde, donde permanece hasta el 2 de marzo en que viaja hacia Nápoles, a donde llega el 5, habiendo pasado por Terracina (día 3). La estancia en Roma se prolongó más de lo previsto por la enfermedad de Queipo, lo que obligó a que Laso solicitase una «prórroga de licencia de ausencia» al inquisidor general:

«Exmo. Sr.:

Muy Señor mío y venerado Jefe: Doy a Vuestra Excelencia la enhorabuena por la gracia de la Gran Cruz, deseándole otras merecidas satisfacciones.

Con motivo de haber caído gravemente enfermo don Fernando Queipo de Llano, colegial de Bolonia, mi compañero de viaje, no he podido pasar a Nápoles. Y cumpliendo mi prórroga el 15 del que viene, ruego a Vuestra Excelencia se digne ampliarme el tiempo que fuere de su agrado.

Nuestro Señor guarde a V. Excelencia muchos años.

Roma y febrero, 11 de 1789.

Exmo. Señor.

Besa la mano de Vuestra Excelencia su más atento y reconocido capellán.

Nicolás Rodríguez Laso.

Exmo. Señor Obispo de Jaén, Inquisidor General»121.



Al margen aparece la resolución del obispo de Jaén: «Madrid, 3 de marzo de 1789. Su Excelencia concede al contenido la prórroga que pide por el tiempo de tres meses». Es decir, Laso puede estar fuera de Barcelona hasta el 15 de junio.

Nicolás regresa de Nápoles el 26 de marzo y abandona definitivamente la Ciudad Eterna el 14 de abril. El 17 están en Siena, el 19 en Pisa, el 20 en Liorna, el 21 en Lucca, el 22 en Pistoya. Entre el 23 y el 27 de abril visitan Florencia, entrando a media tarde del último día en Bolonia. Abandona Bolonia el 25 de mayo, y pasando por Parma (días 25-26), Colorno (día 27), Plasencia (día 28), Génova (30 de mayo, donde tuvieron por cicerone al abate don Xavier Lampillas), embarcan para Antibes el 1 de junio, pero un temporal los hace desembarcar en Niza, desde donde continúan por tierra hasta Barcelona. Pasan por Tolón (4 y 5 de junio), Marsella (días 6-7), Tarascón (día 8), Narbona (día 10), Perpignan (días 10-11), Figueras (día 12), Gerona (día 13), Pineda (día 14) y Mataró, donde «me esperaba el señor don Gabino de Valladares y Mesía, obispo de Barcelona, mi especial favorecedor, acompañado del señor don Francisco Zamora, oidor de esta Real Audiencia» y otros amigos. El 15 de junio, «a media tarde, llegué, en compañía de su Ilustrísima, a mi casita en la calle de San Pere Més Alt a descansar, después de trece meses justos que duró mi viaje». Nicolás agotó todo el tiempo concedido por el inquisidor general para su viaje.

Resumamos las etapas más importantes del viaje, cuya duración fue superior a una semana:

Lyon, diez días (24 de mayo al 3 de junio de 1788), más otros tres (del 20 al 22 de julio de 1788).

París, cuarenta días (7 de junio al 14 de julio de 1788).

Milán, 7 días (del 1 al 8 de agosto de 1788).

Bolonia, casi tres meses justos, (89 días), en tres períodos: 44 días (9 de agosto al 22 de septiembre de 1788), 19 días (del 11 al 19 de octubre de 1788) y 26 días (29 de abril al 24 de mayo de 1789).

Venecia, 12 días (25 de septiembre al 7 de octubre de 1788).

Roma, más de cuatro meses y medio, 137 días, en dos períodos: 118 días (4 de noviembre de 1788 al 1 de marzo de 1789) y 19 días (26 de marzo al 13 de abril de 1789).

Nicolás tuvo ciertas dificultades en sus relaciones sociales en el trato con los ex-jesuitas y con los colegiales de San Clemente de Bolonia, según se desprende de una carta de Salvador Xea, a quien Nicolás visitó en Bolonia el 15 de septiembre de 1788. Apenas el inquisidor don Nicolás regresó a Bolonia, el ex-jesuita catalán Lorenzo Foguet fue a visitarlo122, y cuando aquél había partido ya para España, Salvador Xea escribía al canónigo don Ramón Foguet, hermano de Lorenzo:

«En defecto de noticias ruidosas, ahí van algunas otras que pueden interesar un poco la curiosidad. El inquisidor Laso, que a estas horas habrá ya llegado a esos países, al volver de Roma pasó por Pistoya, para cuyo obispo Ricci llevaba cartas de buena recomendación. En virtud de éstas, no solamente fue bien recibido por aquel prelado, mas convidado también a comer, queriendo el mismo obispo acompañarle en Pistoya a visitar el Colegio Leopoldino, en que se instruyen los jóvenes en las ciencias sagradas y eclesiásticas y en la reforma de la Iglesia. Rehusó el inquisidor todos estos honores, contentándose únicamente de ser informado por boca del mismo Ricci [...].

A más de estos disgustos, tuvo algún otro el inquisidor Laso así en Roma como aquí, siéndole muy sensible lo que imprudentemente le dijo uno, y es que varios de los ex[jesuitas] le consideraban como un espía. Los Colegiales de San Clemente de esta Ciudad, que no veían el día de su partida, le dieron también algo que merecer; pues, queriendo entrar algunas veces el dicho inquisidor en los negocios del Colegio y en algún punto de reforma, le hicieron saber con aire satírico que el rey de España no había enviado dos rectores para regular el Colegio de San Clemente.

Es innegable también que el mencionado inquisidor, vuelto de Roma, no mostró hacia nosotros aquella amistad y confianza que había manifestado al principio. Dejando aparte otros muchos argumentos de esta conducta, bastará el saber cómo se portó con el ex-[jesuita] Idiáquez, duque de Granada. Este señor, que ya no se puede mover por su edad y sus ages, no sólo le hizo dar puntualmente el bienvenido a su vuelta de Roma, mas le convidó también a comer a una casa de campo poco distante de la ciudad, en compañía con su hermano el rector, diciendo que tendría mucho gusto en verles, y que no iba en persona al Colegio por su impotencia en subir las escalas etc. No se movió el inquisidor, con todo esto, ni a ir a comer, como había dado media palabra, ni menos a hacer una visita de despido, contentándose de enviar un billete, no ya a la campaña en que se hallaba Idiáquez, sino a la casa abandonada que tiene en la ciudad, haciéndolo introducir, después ya de partido, por debajo de una puerta»123.




ArribaAbajoLos patriotismos español y catalán en el diario del viaje de Laso

Un rasgo del diario, compartido con el resto de viajeros ilustrados, es el afán de Laso de comparar lo que ve fuera de España con referentes españoles. Al fin y al cabo, el viaje es comparación y el viaje al extranjero es comparación para la reforma de lo propio.

Si en Ponz el referente español era Madrid, en Laso son Cataluña, Barcelona, Salamanca y Cuenca los términos de comparación con las realidades extranjeras, generalmente en favor de lo español. Laso se siente orgulloso de su nacionalidad y procura defender lo hispánico.

El topónimo español que aparece en más ocasiones es «Barcelona» (42 veces), a las que se pueden añadir las nueve del vocablo «Cataluña». La mayor parte de estas apariciones son para indicar simplemente el origen catalán de personas conocidas de Laso.

Otras son más importantes porque implican alguna valoración o comparación. Las obras arquitectónicas españolas objeto de comparación suelen ser de Barcelona. Destacan las ruinas del Carrer de Paradís. El 5 de agosto de 1788, Laso las compara con la iglesia de San Lorenzo de Milán: «Delante hay una columnada antigua, del tiempo de los romanos, que creen fuese un templo de Hércules, y son como las del Carrer de Paradís de Barcelona». El 4 de noviembre de 1788 el parecido es con la aduana de Roma: «A las 4 de la tarde entramos en Roma y, al llegar a la aduana, vi en aquel edificio unas columnas como las del carrer de Paradís de Barcelona». El 21 de marzo de 1789 vuelve a comparar estas ruinas con el templo de Júpiter Amnon de Puozolo en Nápoles «del que se conserva el pórtico íntegro; y me hizo acordar del de el Carrer de Paradís, que está en la ciudad de Barcelona».

El 7 de septiembre de 1788 Laso compara las basílicas de San Petronio de Bolonia y la de Milán con la de Barcelona: «Desde el año 1390, en que comenzó, no se ha podido concluir, y le sucede con la fachada lo mismo que a la de Milán, Barcelona y otras de aquel tiempo».

El paisaje catalán es el que mejor le sirve de referencia. El 19 de agosto de 1788 la vista desde lo alto del convento de San Michelle di Bosco de Bolonia le recuerda Monjuich: «Desde este Monasterio hace la misma vista Bolonia, que Barcelona desde Monjuich; bien que en mi concepto la de Barcelona es más hermosa, por razón del mar». El 30 de mayo de 1789 dice que las calles antiguas de Génova «son estrechas, como en Barcelona».

El 8 de octubre de 1788, viajando desde Padua a Monsèlice y ver en la cordillera de los Montes Euganos palacios con un gran bosque lleno de caza mayor, anota: «me hizo acordar de que podían haberse fabricado iguales en las inmediaciones de Barcelona, señaladamente en Sarriá, San Gervasio y Horta».

El viaje tiene un sentido práctico que se traduce en posibles innovaciones agrícolas para Barcelona. Anota en Venecia, el 26 de septiembre de 1788: «Al volver a casa, reparamos que en un puesto de verdulero había nabos y rábanos de la figura y tamaño de cebollas grandes, por lo que pedí simiente para ver cómo probaban en Barcelona».

Las referencias económicas son a Barcelona, como el coste de la vida. Por ejemplo, el de los adornos de las casas de Bolonia es comparado «con lo que cuesta esto en Barcelona y otras partes de España» (día 27 de octubre de 1788). Parece ser que la vida en Italia era más barata que en Barcelona. El 13 de mayo de 1789 le paga el retrato de Floridablanca encargado al pintor Gargalli, de Bolonia: «Ajusté lo que se le había de dar y me admiré al oír que me pidió solamente tres zequines, que son poco más de 6 duros. Por dar de color a tres mamparas me llevaron en Barcelona lo mismo. Cotéjese la diferencia».

El 1 de noviembre de 1788, en Ancona, Nicolás se interesa por el comercio del trigo: «me procuré informar del comercio que se hace aquí con Levante y Génova, a más del que se hace en otras partes y, en especial, acerca del trigo que se envía a Barcelona de toda la Marca, y se prefiere al de Sicilia y a otro cualquiera, por tener aquel más semejanza con el de España».

El 8 de octubre de 1788, después de visitar la plaza llamada Prato della Valle de Padua, adornada con las estatuas de los hombres ilustres de la ciudad, Laso exclama «¡Cuánto hermosearían algunas ciudades de España semejantes adornos, especialmente aquellas que han producido hijos dignos de memoria!».

Al visitar el 10 de noviembre de 1788 la fábrica de indianas y lienzos pintados, establecida en Roma por Pío VI, Laso exclama: «Las calandrias se movían con agua, que la hay en abundancia. ¡Y si tuvieran este beneficio las de Barcelona, como las de Roma, podrían adelantar más!».

En estas citas subyace la admiración que los ilustrados tenían por Cataluña como Carlos Beramendi en 1793: «Los catalanes son activos e industriosos y puede decirse con verdad que Cataluña es la provincia más aplicada de España»124.

Laso siente dolor cuando lo español no es respetado. Por eso comenta al visitar el 7 de marzo de 1789 el convento de Trinitarios Calzados Españoles de Nápoles: «Estando en la celda del padre Ministro vinieron a comunicarle la denuncia hecha contra el mismo convento, solicitando se haga parroquia. Con este motivo hablamos mucho acerca del sistema actual de destruir en esta Corte todos los establecimiento españoles, cuyo nombre va perdiendo su antigua estimación».

Los hermanos Laso visitan e interceden por compatriotas en diversas ocasiones. El 15 de junio de 1788, en París visitan: «San Vicente de Paúl y casa de Noviciado de las Hijas de la Caridad. Observamos una y otra casa, y notamos lo respectivo a España»125.

Laso destaca la presencia de españoles anónimos que realizan una buena acción social. El día 4 de julio van al «hospital de Petits Mesons, donde está una Hija de la Caridad aragonesa».

Aunque están de paso por la capital francesa, el 10 de julio, jueves, por la tarde, van a ver «al maestro ebanista que ha hecho para España algunas obras, y recibió en su casa, por nuestra recomendación, a un muchacho de Barcelona, que fue con nosotros, llamado Alberto Mayol».

El 11 de julio repiten una acción caritativa hacia otro compatriota anónimo: «Por la tarde, al Seminario de Santa Bárbara, a mediar por un español, que se hallaba afligido».

La admiración de Laso por las cosas bien hechas de franceses e italianos no le impide observar todo lo que tenga alguna referencia española y, sobre todo, catalana.

El día 13 de junio de 1788 los dos hermanos Laso visitan la Biblioteca Real de París y, después de haberla reconocido, «entramos en las piezas de los manuscritos, que están a cargo de Mr. Causin, sujeto muy amable. Preguntamos por la Biblia Catalana, y luego nos la presentó». Después de describirnos con mimo el ejemplar, medita sobre la forma en que pudo ser extraída de España: «Pienso la llevó de Cataluña el señor Marca, y como la biblioteca de Marca paró en Colbert, y la de éste en la Real, parece fundada la presunción».

El día 17 de junio vuelven a la Biblioteca del Rey, donde ven, en la sala de los manuscritos, uno en catalán intitulado: Lo comensament del libre lo cual compila frare Theodorich de Orde de Predicadors explanat per Galien, correger de Mayorcha, e contensi al comensament quina cosa es Cyrugia.

En la tarde del 19 de junio de 1788 se le escapa a Nicolás una nota de patriotismo que oculta cierta indignación: «fuimos al bosque de Bolonia126, vimos el palacio de Madrid127, que está arruinándose por instantes».

El día 6 de julio, domingo, después de asistir en Versalles a la comida de la familia real francesa, visitan una casa «que tienen las Hijas de la Caridad, donde esta Teresa Cortés, natural de la Conca de Tremp, muy estimada de las hermanas, que nos enseñaron la casa con muchísima complacencia». Más bien complacencia la de los hermanos Laso al ver una compatriota catalana estimada por los franceses.

Agudo observador del carácter de las personas, Laso emite un juicio negativo sobre los italianos, que deberían estar agradecidos a España: «Por la tarde, me despedí del conde Zambeccari, que es de los pocos italianos que he visto agradecidos al pan que comen de España, y corresponder con gratitud» (Bolonia, 23 de mayo de 1789).

Curiosamente, quizá la crítica más directa sea la que le hace, el 12 de junio de 1789 en La Junquera, al conde de Peralada, descendiente del refundador de la Academia de Bones Lletres de Barcelona, por no haber sacado ninguna utilidad de sus viajes por el extranjero, ya que los establecimientos hoteleros de los que el conde era propietario eran pésimos en relación con los de Europa y daban muy mala imagen de España: «Salimos muy temprano de Perpiñán y, desde la raya hasta la Junquera, encontramos el camino bien compuesto. En el mesón, que es del conde de Perelada, conocimos con cuánta razón se extraña la falta de aseo y comodidad, y aún de comida, viniendo de Francia. Era viernes justamente y solamente encontramos huevos y abadejo. Esto no era malo, pero lo guisaron todo con un aceite tan malo que nos hizo daño lo poco que comimos. Me acordé del dueño de este mesón, a quien vi en Milán, y consideré la desgracia de nuestra nación, pues este señor, que ha viajado tanto, no ha llegado a ser útil a lo menos para mejorar este mesón suyo, que es el primer objeto de la justa censura de todos los que entran en España. A la ida, se alojó en él don Carlos Anglesola, hermano natural del Conde, que salió en nuestra compañía de Barcelona, y, dándole el mejor cuarto que había, resultó ser uno que tenía unas aberturas en las paredes y reducidísimo».






ArribaAbajoPeríodo verano 1789-verano 1792

Una constante de la biografía de Nicolás Laso fue la suerte o la perspicacia de pasar desapercibido en los momentos conflictivos.

Estaba fuera de España en 1788-1789 cuando la malísima cosecha motivó el aumento del precio del pan y otros productos de primera necesidad y se vio libre del motín de los «rebomboris», desencadenado en Barcelona durante los meses de febrero-mayo de 1789»128.

Cuando estalla la guerra contra la Convención Francesa, el 7 de marzo de 1793, Nicolás llevaba más de medio año en Madrid, lejos del escenario bélico.

En el mes de julio de 1789 volvemos a registrar la firma de Nicolás Laso en los documentos emitidos por el tribunal de Barcelona. Por ejemplo, el día 24, Laso se opone a una orden de Floridablanca que concedía a la Academia Médico Práctica de Barcelona una sala permanente en el palacio de la Inquisición129.

Durante el resto del año 1789 encontramos ecos abundantes del viaje a Francia e Italia. Nicolás recibe cartas y objetos que había comprado y que, como es lógico, no podía traer en la diligencia. En el plano artístico, el pintor Buenaventura Salesa será su corresponsal italiano, a juzgar por la carta que éste le escribió desde Roma el 5 de agosto:

«Roma y agosto, 5 de 89.

Muy señor mío y de mi mayor veneración: He recibido la de Vuestra Señoría con fecha de 17 del pasado, y por ella un sumo contento de saber la interesante noticia de la buena salud que acompaña a Vuestra Señoría. También me alegró mucho que llegasen las miniaturas sin lesión y que suceda lo mismo con la pirámide y bañarolas cuando Vuestra Señoría las sacara de su caja en donde las recibió.

La adjunta relación creo será suficiente para la idea que Vuestra Señoría desea de los doce césares. Sólo hay que añadir, por haberlo echado en olvido los Religiosos Agustinos, que el precio será cada uno 125 escudos romanos; de esto algo me comprometo que bajarán, sin embargo que dicen están estimados en 50 escudos cada uno. Si bajan algo, según las noticias que yo tengo, no será más de tres o cuatro escudos por busto.

De los seis candeleros y cruz que hicieron para Subbiacco en casa del señor Joseph Valadier, hijo de Mr. Luiggi, importó su coste en 9500 escudos romanos, comprendida en la suma dicha arriba las 434 libras de plata de a 12 onzas la una.

Dicen en estos artífices que si se hubiesen de repetir dichos candeleros y cruz, se pudiera emplear menos plata según que las armas que van en el pie sean más o menos voluminosas o ricas.

Aunque Vuestra Señoría no pedía más que la razón ya dicha, yo me he tomado la libertad de enviar el adjunto dibujo por donde se podrá concebir mejor idea, principalmente quien no los ha visto.

Me alegro mucho de las buenas noticias que Vuestra Señoría me da del reverendísimo padre Corella y estimaré a Vuestra Señoría me ponga a sus órdenes, asegurándole me acuerdo mucho de Su Reverendísima y le viviré eternamente agradecido. No le he escrito por estar sumamente atareado con muchas obras que me circundan y todas de poca espera.

Mis hermanos y yo nos ofrecemos a la disposición de Vuestra Señoría y lo deseamos nos honre con sus preceptos, interim le besa la mano.

Buenaventura Salesa.

Sr. D. Nicolás Rodríguez Laso»130.



El 6 de noviembre de 1789 vemos a Nicolás pronunciar otro Discurso sobre la utilidad y necesidad de la lengua griega en la Academia de Buenas Letras de Sevilla, seguramente enviado por correo desde Barcelona. Es el mismo tema que había propuesto casi veinticinco años antes131.

Los tres años siguientes al regreso del viaje (verano de 1789-verano de 1792) fueron de intensa actividad censora para Laso, pues el tribunal de Barcelona, por su cercanía a la frontera, debía controlar la ola de fugitivos, neutralizar el proselitismo revolucionario de los agentes y la propaganda francesa y hacer cumplir una serie de órdenes antirrevolucionarias, emitidas por el atemorizado Gobierno de Floridablanca.

Apenas reincorporado a su trabajo, Laso se ve implicado en la tarea de contrarrestar la propaganda de los revolucionarios franceses, como prueba la carta de la Inquisición de Cataluña al Consejo de la Suprema, firmada en Barcelona el 3 de octubre de 1789, por Mena, Díaz de Valdés y Rodríguez Laso: «Quedamos enterados y prontos a desempeñar con el mayor celo, diligencia y reserva cuanto V.A. se sirve prevenirnos con fecha de 25 del que acabó [septiembre], incluyéndonos copia de la Real Orden de S.M., comunicada al Excmo. señor Inquisidor General por el señor conde de Floridablanca en papel de 21 de dicho. Y desde luego tenemos la satisfacción de informar a V.A. que vigilando desde el principio que tuvimos noticia de los papeles sediciosos que corrían en Francia, contrarios a la Religión y al Estado, no hemos omitido, por nuestra parte, cuanto juzgamos nos correspondía; e inmediatamente hicimos calificar una obra de dos tomos intitulada: Recueil de pieces interessantes pour servir a L'Histoire de la Revolution de 1789 en France, sin nombre de autor ni lugar de su impresión»132.

El tribunal de Cataluña había visto recortadas sus atribuciones en materia de libros por resoluciones del Consejo de Castilla de 10 de octubre de 1784 y de 10 de junio de 1785, en las que se ordenaba que los administradores de rentas reales no despachasen ni entregasen los libros extranjeros, que vengan a las Reales Aduanas, sin permiso del Supremo Consejo de Castilla, derogando implícitamente las atribuciones inquisitoriales, por lo que el tribunal de Cataluña le comunica al Consejo de la Inquisición, el 24 de mayo de 1785, que «son ya raros los memoriales que se nos presentan para extraerlos [los libros] y reconocerlos, los despachan con sola la licencia del Consejo [de Castilla] y se nos asegura -dicen- que no es necesaria la nuestra [...]. Nos hemos desentendido de todo por ahora»133.

El temor de Floridablanca revitalizó la intervención inquisitorial en materia de libros importados. El 13 de diciembre de 1789, la Suprema promulgó un edicto prohibiendo los escritos revolucionarios que atacaban la jerarquía de los reyes y de la religión y defendían derechos naturales como la libertad y la igualdad. Este edicto fue reforzado por una Real Orden de Floridablanca fechada el 29 de diciembre del mismo año. Laso no sólo se vio involucrado en el control de libros, sino también en el de personas que iban o venían de Francia. Además debía inspeccionar los papeles clandestinos impresos en España, los cuales se incrementaron al suspenderse todo periódico privado, por una orden de Floridablanca de 24 de febrero de 1791.

Como buenos funcionarios, el 18 de febrero de 1790, Mena, Díaz Valdés y Laso recaban la ayuda de los superiores de las congregaciones religiosas para evitar las enseñanzas de «los discursistas del siglo»:

«Hemos acordado expedir esta nuestra orden a los Prelados Regulares de este nuestro distrito para que, ejercitando más y más su discreto celo, invigilen con la mayor diligencia y cuidado sobre que ninguno de sus súbditos respectivos reciba de ninguna manera, lea, ni copie cualquiera escrito de dicha clase, ni les entreguen los dichos Superiores cartas, pliegos, y papeles que traten de las indicadas cosas, sino que nos los remitan al punto para lo que pueda importar, exhortando a todos los individuos de sus casas religiosas, a que constantes en defender cuanto se oponga directa o indirectamente a la pureza de nuestra Santa Religión, buenas costumbres, tranquilidad pública y demás objetos contenidos en el referido nuestro último edicto, procuren con su ejemplo y prudentes conversaciones contener y enseñar a los discursistas del siglo, que amantes de novedades y orgullosos con una sabiduría aparente deciden por sí mismos, como si les fuese lícito, lo que debe o no considerarse prohibido y entregarse como tal, sin hacerse cargo de que las miras de la libertad filosófica y delirante con que se tratan en las presentes circunstancias los asuntos, que ellos gradúan de indiferentes, tiran a atacar el decoro de la Religión Católica, el respeto de las Leyes, y el candor de las costumbres cristianas».



Esta circular firmada por un Nicolás Laso, quien el día 3 de julio de 1788 había admirado, en casa de la calle de Faubourg au Roulle de París, los bustos de los principales filósofos enciclopedistas, esculpidos por Juan Antonio Houdon, no deja de provocar cierta sonrisa, pero coincide con la política oficial de la Inquisición de perseguir la «literatura» filosófica y enciclopedista. Lucienne Domergue ha recontado los libros franceses condenados por la Inquisición y sobresalen Voltaire y Rousseau, seguidos a gran distancia de Montesquieu, Marmontel, Volney, Condillac y la Enciclopédie134.

Los inquisidores barceloneses creen compatible la ilustración y la piedad con la buena literatura. Es un juicio radicalmente distinto al de Voltaire, quien basaba su magisterio ilustrado en la sátira antirreligiosa:

«De aquí nacen también las pinturas ridículas con que de muchos años a esta parte presentan ciertos hombres corrompidos a los ministros de Dios para hacerles despreciables a los ojos de la juventud incauta, sin respetar los claustros más retirados y penitentes; porque se persuaden a que, batidas las murallas del santuario, triunfará la impiedad y fijará su trono en las mejores regiones de la tierra. Ni tienen otro blanco las sátiras con que parece se ha inventado un nuevo arte de enriquecer y amenizar la literatura moderna, dando nombre al cuidado con que se precaven las horribles resultas de los ingenios desenfrenados, de una opresión política que impide el progreso de las ciencias y mantiene los pueblos en la ignorancia y la superstición, como si la ilustración fuese incompatible con la piedad»135.



El tribunal catalán simplemente sostiene la teoría del Estado español que contraponía la bondad de las instituciones del Antiguo Régimen («decoro de la Religión Católica, el respeto de las Leyes, y el candor de las costumbres cristianas») a las seductoras teorías de los filósofos franceses, quienes defienden el pacto social, la soberanía del pueblo y la fraternidad universal de los seres humanos.

El 25 de agosto de 1790, Nicolás y los otros dos inquisidores de Barcelona acusan el recibo de los ejemplares del nuevo Yndice Expurgatorio136. Ese verano lo emplean en dar cumplimiento a la orden del inquisidor general de 30 de junio «para celar si algunos extranjeros, domiciliados en este Principado a título de comercio o en calidad de transeúntes, vertían y esparcían proposiciones inductivas a insurrección y libertad». Despachadas circulares a los puertos y pueblos donde había franceses y recibidas numerosas delaciones, el tribunal de Barcelona acuerda el 3 de octubre acusar a dos franceses, domiciliados en San Feliu de Guixols, el comerciante Jaques Jordá y el negociante Sebastián Vidal137.

El tribunal de Barcelona estuvo ocupado durante los primeros meses de 1790 en la desagradable tarea del «expediente relativo a las cuentas de los maestros albañil, carpintero, cerrajero y dorador», quienes durante los años 1787 y 1788 habían realizado «varios reparos y composturas en el Real Palacio» y cuyo abono la Suprema no acaba de autorizar138.

El palacio inquisitorial catalán también había quedado envejecido en su decoración, por lo que Nicolás y sus dos compañeros ocupan el verano de 1791 en renovarla. La carta del 8 de junio enviada al Consejo de la Suprema es muy expresiva: «Hace muchos años que está indecentísima la colgadura de damasco de la sala de este tribunal y el dosel, y habiendo tirado hasta ahora a fuerza de remiendos, han llegado al extremo de no poder servir. En esta atención esperamos que V.A. se sirva darnos permiso para renovarlo, en que procuraremos sea con toda economía posible»139. La Suprema termina autorizando, el 27 de agosto, un gasto de 1.333 libras equivalentes a 14.341 reales.

No es fácil encontrar documentos firmados solamente por el fiscal inquisidor Laso. Esto ocurre en un expediente fechado en octubre de 1791, rotulado: «Delación del doctor don Francisco de Verneda, párroco de la villa de Martorell, de relato de don Pedro Joufrey, párroco francés de San Martín del Bosque, del obispado Tetrocorense, contra unos negociantes franceses, que no se nombran, y según parece residían en la ciudad de Lérida en el mes de septiembre de este año, de donde pasaron a Madrid»140.

Las delaciones venían de todos los puntos de Cataluña, pues el capitán general, conde de Lacy, asustado por el número de emigrados que llegaban de Francia, los dispersó por todo el Principado para amortiguar cualquier clase de problemas141.

También se amplia la tipología de los delitos. El fiscal Laso, quien, el 26 de mayo de 1788, tuvo la curiosidad de ver una casa de francmasones en Lyon, ahora empieza a tener que examinar delaciones contra sospechosos de esa secta. El 16 de enero de 1792 el francés Mr. Boquet, de 36 años y vecino de la ciudad de Barcelona, fue «rectificado» en el tribunal de la Inquisición catalana por delitos de haber inducido a otros a ser francmasones y sospechas de serlo él mismo.

Nicolás pide permiso para ausentarse de Barcelona el 21 de julio de 1792:

«Excmo. Señor: Don Nicolás Rodríguez Laso, inquisidor fiscal del Santo Oficio de Cataluña, con el mayor respeto hace presente a Vuestra Excelencia hallarse con varios asuntos importantes de su familia, que le precisan pasar a esa Corte y a su país, por lo que suplica a Vuestra Excelencia se sirva concederle su licencia para el término que fuere de su superior agrado, no hallando inconveniente en ello.

Gracia que espera alcanzar, etc.

Barcelona y julio 21 de 1792.

Excelentísimo Señor.

Nicolás Rodríguez Laso»142.



Al margen aparece la resolución del inquisidor general del 1 de agosto, por la que se le concede un permiso de tres meses.

Nicolás debió abandonar definitivamente Barcelona a finales del verano de 1792, pues el 8 de agosto de 1792 encontramos su firma en la respuesta que el tribunal de Barcelona le da a una carta del inquisidor general, quien había mandado interrogar al presbítero don Ramón Bayón, capellán jubilado de un Regimiento de Nápoles, «que padece bastante de la cabeza». Había llegado recientemente a Barcelona, pero no consiguen localizarlo143. Sin embargo, la firma de Laso ya no aparece el 26 de septiembre cuando el tribunal de Barcelona remite ejemplares de traducciones de la Biblia de «autores católicos no jansenistas», en las que no consta la aprobación ni las notas de los Santos Padres144.

Nicolás abandona el tribunal catalán, pero hemos visto que, años después, su recuerdo era invocado entre sus dos irreconciliables compañeros como elemento pacificador.




ArribaAbajoUn inquisidor fiscal de Barcelona con permiso en Madrid (verano de 1792 - verano de 1794)

Oficialmente Nicolás siguió siendo fiscal inquisidor del tribunal de Cataluña hasta junio de 1794, pero Laso permaneció, alrededor de dos años (verano de 1792-verano de 1794), con permiso en Madrid, dedicado a sus tareas como académico de la Historia y frecuentando el contacto con sus amigos filojansenistas. También debió tratar mucho al nuevo inquisidor general, el monje benedictino e infatigable historiador fray Manuel Abad Lasierra, trabajándose el traslado al tribunal de Valencia, más pacífico y cercano a sus beneficios de Cuenca y a su viejo amigo Antonio Palafox.

Nicolás Laso pasó todo el generalato de Abad Lasierra junto a él en Madrid, aunque no sabemos con qué tareas concretas. Laso era un alto funcionario inquisitorial, ideológicamente muy afín al inquisidor general Abad Lasierrra con los mismos planteamientos filojansenistas. Lógicamente no podía estar inactivo con un largo permiso de dos años a cambio de nada.

Da la impresión de que Nicolás Laso fue lo que hoy llamaríamos un «asesor» y que destituido su jefe inmediatamente cesa. Las fechas son un indicio. El 3 de junio de 1794, Godoy le pide al arzobispo de Selimbria que presente su dimisión, cosa que ejecuta el día 17. Nicolás fue nombrado inquisidor fiscal del tribunal de Valencia por Abad Lasierra el 29 de marzo de 1794, aunque no toma posesión en Madrid hasta el 20 de junio del mismo año, tres días después de haber cesado el inquisidor general. El 13 de septiembre se presenta en el tribunal de Valencia y empieza a ejercer145.

Laso se libró de los difíciles momentos que vivió la región catalana con motivo de la guerra contra la Convención (marzo de 1793-julio de 1795), pudo participar en la lucha ideológica en torno al Santo Oficio y moverse por la Corte con total libertad, pues durante el mandato del inquisidor general Abad Lasierra «las censuras de los libros referentes al Sínodo [de Pistoya] se interrumpen casi del todo»146.

Sin duda, la principal actividad de Laso fue cultivar las amistades, en especial el salón de la condesa de Montijo, viuda desde 1790, pero en el cénit de su triunfo en la sociedad madrileña147, y «conspirar» para lograr el cambio de destino hacia Valencia.


ArribaAbajoLaso ejerce de académico de la Historia

Laso también reavivó sus lazos con la Real Academia de la Historia de la que era miembro desde 1779, como hemos visto. Fruto de esta mayor presencia en la Academia es un informe de censura sobre un manuscrito en catalán, fechado en Madrid el 12 de diciembre de 1793, por el que deniega su publicación:

«Excelentísimo Señor: He reconocido el manuscrito intitulado Odinacions fetes per lo señor rey en Pere Ters, rey d'Aragó sobre lo regiment de tots los officials de la sua cort mol notables necessaries e profitoses, y siguiendo estas ordenanzas las mismas que se hallan publicadas en el tomo 22 de los Bulandos, parece excusado pensar en que se impriman por la Academia.

[...] En cuanto al otro manuscrito, que también he leído, distribuido en dos tomos, intitulado, Estorias de los santos de España, hallo que, de sobre ser una copia mal hecha de alguna obra antigua, de que no he podido adquirir noticia ni en la Biblioteca Real ni en otra parte, no sería útil su publicación para los fines que se propone la Academia, pues ni trae vidas o historias de santos de España, sino de algún otro, siendo casi todas de santos bien antiguos y de festividades de la Iglesia, y escritas sin la crítica que se debe apetecer en estas materias, y sin interés particular por sus noticias para la historia de España.

En el tomo segundo se halla la Vida de San Ildefonso, arzobispo de Toledo, en metros, a diferencia de todas las otras, que están en prosa, pero esta singularidad no contribuye mucho a la publicación de la obra.

La Academia resolverá lo que tenga por conveniente»148.



Por este informe vemos en Nicolás un censor exigente, que dominaba la lengua catalana, justificando con datos su dictámenes negativos, lo que debió crearle prestigio entre sus compañeros académicos.

A principios de 1794 Nicolás fue uno de los amigos de don Antonio Ponz que hizo posible la publicación del póstumo tomo XVIII del Viage de España. Así se desprende de la nota de Josef Ponz, sobrino de Antonio Ponz, en el prólogo del tomo XVIII, resaltando los socorros recibidos: «particularmente los de los Excelentísimos Señores Duque de Almodóvar, Don Eugenio de Llaguno, del Ilustrísimo Señor Don Francisco Pérez Bayer, de don Nicolás Rodríguez Laso, Inquisidor de Barcelona, y de don Josef Cornide»149.

El 14 de mayo de 1794 fallece el director de la Academia, don Pedro de Góngora y Luján, duque de Almodóvar, marqués de Hontiveros, conde de Canalejas y Grande de España. Nicolás Laso es encargado de pronunciar su elogio fúnebre. En consecuencia, el 11 de junio de ese año lee el Elogio histórico del Excelentísimo señor Duque de Almodóvar150. En la elección de Nicolás para pronunciar este discurso, pudo influir su admiración por la figura del duque de Almodóvar, también viajero por Europa, en especial hacia su obra Década epistolar, uno de los modelos del diario del viaje de Laso.

En este discurso Laso rinde homenaje a los nobles que al mismo tiempo que servían a su Patria como embajadores en países europeos, aprovecharon sus cargos oficiales para propagar la Ilustración. El duque de Almodóvar había sido diplomático en Rusia, Portugal e Inglaterra y, entre otros, había traducido al abate Raynal. Laso nos lo dibuja con una personalidad semejante a otros grandes ilustrados, nada simpatizantes de la Inquisición, como el conde de Aranda, Cadalso o el conde de Peñaflorida.










ArribaAbajoConclusión

Nicolás Rodríguez Laso continuará el resto de su vida en Valencia como fiscal inquisidor (1794-1805), segundo inquisidor (1805-1811) e inquisidor decano (1811-1820). Verá pasar inquisidores generales (cardenal Lorenzana, Arce, Meir), primeros ministros (Godoy, Urquijo) y Jefes de Estado (Carlos IV, Fernando VII, José I, otra vez Fernando VII). Se adaptará perfectamente a todos con dignidad. Fue jansenista en Barcelona, pero no tuvo inconveniente en hacer cumplir la bula antijansenista Auctorem Fidei a partir de 1801. Vivió momentos de desahogo económico de la Inquisición en Barcelona, su descapitalización con la desamortización y venta de las mejores fincas (1799-1801) y la miseria de la restablecida Inquisición (1814-1820).

Laso fue respetado por catalanes como Félix Amat, por los franceses como Suchet (Laso asistía a algunas sesiones de la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia en 1812), por los revolucionarios gaditanos, por los reaccionarios fernandinos y por los liberales del Trienio, quienes le permitieron al inquisidor decano Nicolás Laso morir tranquilamente en su cama el 5 de diciembre de 1820 y ser enterrado con toda la solemnidad que permitían los 350 escudos dejados para su funeral, mientras el resto de la plana mayor de la Inquisición valenciana purgaba en la cárcel su alianza con el general Elío.

Observada toda la trayectoria vital del inquisidor Laso, la etapa catalana se nos presenta como la más atrayente por el cristianismo sincero y filojansenista que entonces defendía Nicolás, por la calidad de los personajes amigos que lo rodearon y por la alegría económica y social de aquel tiempo, cortada radicalmente por el miedo antirrevolucionario y por las guerras napoleónicas. Nunca volveremos a encontrar similar optimismo existencial en las etapas posteriores de la vida de nuestro inquisidor.




ArribaApéndice. Últimas investigaciones sobre el inquisidor Rodríguez Laso en Barcelona

Durante el verano de 1999 hemos continuado nuestra investigación sobre la personalidad de don Nicolás. Cuando ya han sido corregidas las pruebas de imprenta de este trabajo, no nos resistimos a aportar esquemáticamente los nuevos datos hallados relacionados con Barcelona.

En primer lugar, hemos descubierto su enterramiento en el Cementerio Municipal de Valencia, nicho 54, sección primera izquierda, 4.ª tramada, con una completa y cuidada inscripción sepulcral, en la que no se olvida de su estancia en Barcelona y de la que se deduce que el inquisidor Laso fue director del hospicio de la Ciudad Condal («In Brephotrophio Barcinonensi expositis»):


«D. O. M.
Lic. D. Nicolao Rodríguez Laso,
ex oppido de Montejo de Salvatierra
Diocesis Salmant. eiusdem celeberrimi Lycoei
et Collegii Trilinguis alumno, in utroque versat
iure, Grecae linguae magistro. Diversis litterarum
Academiis adscripto: qui violatae Fidei. Barchinone
et Valentiae quadraginta prope annis recti tenax
egit quaesitorem: In Valentina misericordiae
domo miseris et aegrotis. In Brephotrophio
Barcinonensi expositis. Omni ope destitutis.
Ingentia solatia praestitit.
Et in Conquensi Diocesi quos
Habuit redditus. Ecclesiarum eiusdem
ornatui et pauperibus erogavit.
et erogare jussit: Exec. Testam.
grati. H. M. Pos. Vixit annos LXXIII.
Menses III. Dies XVIII.
Decessit Die V. Decembris MDCCCXX»

También hemos hallado tres testamentos formalizados por el inquisidor Laso en Valencia. El último el 24 de noviembre de 1816, ante el notario Joseph Vicente Estada151, aclara algunas circunstancias catalanas. En una cláusula dice: «Lego a la Iglesia Parroquial de mi patria, Montejo de Salvatierra, Diócesis de Salamanca, todos los ornamentos, cáliz y demás perteneciente a mi oratorio privado». Por tanto ya sabemos el origen del cáliz con el escudo de la Inquisición de Barcelona, actualmente en la Iglesia de Montejo.

En otra cláusula dice: «Lego a Doña Ignacia Esparraguera, viuda, que me ha servido de mujer de gobierno desde que fui a Barcelona, mil pesos, por una sola vez. Y a más la lego el usufructo de las tierras que tengo y disfruto en los términos de Alfafar, Torrente y Picasent, y compré, las unas de las monjas de la Trinidad, las otras del Hospital General, y las otras, que es un garroferal, de José González, maestro botero de Torrente. Y después de los días de la misma, estas propiedades o fincas pasarán en usufructo y propiedad a mi sobrino don Francisco de Sales Rodríguez Gallego, que está en el Colegio de Bolonia». Si a esto añadimos que otros familiares de la Inquisición valenciana acusaban a Nicolás de dejarse manejar por su criada, vemos la importancia de la criada catalana en la vida de don Nicolás.



 
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