Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«esos mil lentejueleos errátiles que titilan»: así habla Julio Herrera y Reissig de poesía

Enrique Marini Palmieri



En memoria de mi maestro
Profesor Paul Verdevoye





Hay algo intraducible en toda idea. Son esos mil lentejueleos errátiles que titilan; son esos mil suspensivos del subconsciente poético; son esas mil luciérnagas espectrales que cada uno ve o imagina de distinto grado en la expresión verbal. ¿Cuántos sentidos tiene el hombre? ¿Cuántas facetas tiene el vocablo? Los elementos de la emoción viven en nosotros tanto como en la naturaleza. La abeja mira, aspira, huele, roza, oye palpitar y gusta la flor, con la que hará, en su alquimia, dulce oro. Tal es el artista. Si la gota de miel sabrosa es una síntesis de diversas impresiones y evoca en nuestro espíritu distintas formas de sensibilidad, la «palabra himética», llamémosla, designa en sí fenómenos táctiles, olfativos, visuales, de audición y de gusto; refinamientos de una tarea y de un intercambio con el medio ambiente, tan lógicos y tan químicos, como los que existen entre el aire y el vegetal.

Así se expresa el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig1 en un ensayo, «Psicología literaria». Como el título parece indicar, el lector hallará en él reflexiones sobre el quehacer literario, poético. Se afirma que éste nace de las profundidades de la psyché del poeta; y su naturaleza, tal y como parece aclarar la sinécdoque que la humaniza con el substantivo «psicología», es la de una poesía almística, interiorizada, espiritual y de conocimiento, poesía que descubre relaciones analógicas regidas por la inteligencia íntima entre lo creado y el sujeto sensible. Tal relación se presenta como intrínseca a la vida misma, a la experiencia existencial, psicológica, empírica y metafísica a la vez. Relación de total unidad del yo con el universo2. El ensayo discurre sobre el alma de la función poiética, sobre cómo la poesía nace de la sensibilidad del aedo, de su disposición hacia sí mismo y hacia el otro. Poiesis de reconocimiento entre el ipse y el alter, entre la mismidad y la alteridad. Primero, ejercicio de «introspección»3, como reza el título del primer punto del análisis en este ensayo de Herrera y Reissig «Exégesis de introspección»; y ejercicio de un volcarse hacia el universo, luego. Introspección y extraversión pues, que obedecen a la naturaleza inspirada de la poesía, la que, así elaborada, sintetiza opuestos, pitagoriza4, como dijo Darío. Se le revela al lector esa unidad con la que soñó la humanidad decimonónica lejos del catolicismo tradicional, a la sombra de la Stoa o del Pórtico (con Zenón de Citio), del Jardín (con Epicuro), de los Jardines de Academo (con Platón), y de las fórmulas áureas del filósofo de Samos (con Pitágoras).

En la versión por la que cito5, seguido al título mencionado, figura la entradita que deletrea el contenido del ensayo. Son trece los puntos que se anuncian, como en un sobreentendido índice, que facilite la lectura y aclare el sentido de la intención del autor:

- Exégesis de introspección. -Modos del inconsciente. -El Esfumino y la luz en el arte. -Moldes de sensibilidad. -Rejuvenecimiento de la poesía. -Lo intraducible en la sensación. -El Alma de las palabras. -Jano del pensamiento. -Dos teorías de estética que son una misma. -El Sentido evocatorio. Lo simple y lo sutil. -Lo antiguo en lo moderno. -Platón y el siglo XIX6.



Antes de dar comienzo a esta exposición en la que intentaré ilustrar cómo Herrera y Reissig habla de poesía, primero, diré que las materias anunciadas no se dan así, de manera individualizada y sistemática, sino que van entretejiendo el discurrir, y que, por ende, es imposible indicar para cada una algún número de página correspondiente. Luego, que pasaré a condensarlas, siguiendo el orden anunciado por Herrera y Reissig, para ir comentando el contenido del ensayo. Me detendré brevemente en ciertos aspectos asaz ilustrativos de lo que en 1918 se entrega con el título «Psicología literaria». Por fin, partiendo de las ideas que se proponen, intentaré poner de relieve algunas de las características del escribir de nuestro poeta sobre poesía, observándolo desde un enfoque isócrono, es decir, basándome en un principio de lectura hermenéutica del sub specie aeternitatis7.

Si la entradita hace patente el hecho de que Herrera y Reissig desea que se lo comprenda con toda claridad en esta su reflexión sobre poesía, así será porque para él parecen ser tan importantes el escritor, el poeta, como el lector, e incluso el crítico literario. El lector, podrá ser avisado, pero es uno más, con la diferencia de que, por este su carácter propio, parece exigírsele una postura de empatía con la obra que lee. Postura esencial, pues, dados los referentes que se van introduciendo. Estos referentes crean la necesidad de leer en isocronía con Herrera, con su tiempo y con su ideología. Desde el enfoque isócrono que adopto, paso a deletrear lo que encuentro interesante en el discurrir sobre poesía de Herrera y Reissig, siguiendo las etapas por las que pasa «Psicología literaria»:

El primer apartado, «Exégesis de introspección»8, entresaco el trozo que he leído al principio, y en él se explica que el «subconsciente poético» se compone de una multitud de grados de expresividad de la emoción, tantos como existen impresiones sensoriales o espirituales. De tan gran variedad, dice Herrera y Reissig, se nutre la «palabra himética»9, y añade que se aclara el sentido del calificativo «himética» por la alegoría de la miel y de la abeja. Así, la palabra poética, por ser «himética» posee, a la vez, esencia «metafísica» y naturaleza «inteligente e ininteligible». La palabra poética nace de la íntima relación sinestética entre el acto de introspección y el de observación; relación en espejo entre aquello que rodea al alma del yo que observa y de la de a quien éste observa. Vaivén entre el ensimismamiento y la extroversión que descubre que «todo es idea», «todo es signo» en la lectura de la naturaleza.

Al mismo tiempo que el concepto de lo himético, también llama la atención el uso del substantivo «lentejueleos» el que metaforiza a la expresión poética10. Partiendo del vocablo de género femenino, «lentejuela» (diminutivo de «lenteja», esa planchita redonda con la que se bordan vestidos o adornos), la que, por ser de materia brillante, plasma en la expresión poética lo cambiante, que se irisa, y espejea. Si en «lentejueleos» subyace «lentejuelas», en ambos substantivos figura la misma raíz, lente. De género ambiguo, cuya raíz latina lens, lentis, lente, designa al cristal que se emplea en instrumentos ópticos. Conque, «lentejueleos», reúne los sentidos de cristal de microscopio o de telescopio, y el de medio de observación. La idea de una expresión poética como «lentejueleos» ofrece facetas verbales brillantes del objeto observado. Lo poético se revela como diminuto cristal, espejo y reflejo, fruto y expresión metafóricos de la observación y sensibilidad del ipse y del alter, que en eco se expresan. Con «lentejueleos» se halla expresada la dinámica que va del ensimismamiento a la extroversión, y sus efectos son «errátiles» porque va del alma del poeta al alma de las cosas. Mediando la palabra, el lector ocupa un lugar primordial: el de intérprete entendido y ejecutante de la realidad y los misterios del universo. Todo lo poético constituye un movimiento pendular, himético, especular y cristalino, tanto por su brillantez y originalidad como por su carácter errante. Lo poético supone un ir y venir entre poeta, cosmos y lector, entre sensibilidad y universo aprehendido, entre esencia metafísica y meta cognoscible. De entrada Herrera y Reissig anuncia en qué consiste fundamentalmente su «Psicología literaria»: «lentejueleos» lleva a lo «himético», y ambos conceptos van por el sendero de esencias metafísicas y cognoscitivas.

Ahora, en cuanto a la expresión «palabra himética» se observa que, en una primera lectura, en «palabra» se halla el brillo exterior, la manifestación, el «lentejueleo» del que acabamos de hablar. Luego, en «himética» figura el referente griego que adjetiva al toponímico del Himeto, monte célebre por el cultivo de una miel de calidad muy apreciada. En segunda lectura, ésta avisada y sugerida por la erudición clásica que el poeta uruguayo poseía11, se evidencian las referencias a Platón, cuya figura aparece concretamente analizada en su influencia decimonónica al final del ensayo12.

Adecuando el concepto de lo himético a fuentes griegas, comprendidas en la expresión «palabra himética», palabra poética de naturaleza metafísica y cognoscible, adentrémonos en él para observar que así se sugiere la importancia que la Antigüedad le atribuía al monte Himeto, situado al sur de Atenas, célebre por sus canteras de mármol, por el cultivo de la abundante y excelente miel, gracias, dice Pausanias, a la calidad de su foresta; y por la existencia de estatuas dedicadas a Zeus y a Apolo (Descripción del Ática, capítulo XXIII). Importancia de la que la miel del Himeto saca un simbolismo sagrado, apolíneo, divino y solar. Tal transcendencia simbólica llena al adjetivo «himética» del misterio y de la profecía que poseían las flechas fluidas como la miel del Apolo Arquero, tal y como refieren las leyendas mitológicas sobre el dios délico y délfico. El himético misterio simbólico se halla presente en los ritos e himnos del orfismo, por supuesto, pero asimismo en los principios que encierran los Versos áureos pitagóricos. Y, evidente y particularmente, en la metafísica platónica, la que Herrera y Reissig evoca y analiza en el último apartado: «Platón y el siglo XIX». En efecto, en El Banquete, la misteriosa Diotima, refiriéndose a la poiesis y al quehacer de los poetas y artistas sabios, y su relación con las profundidades del ser humano, dice a Sócrates:

«En cuanto a aquellos que son fecundos desde el alma..., puesto que los hay, decía ella, cuya fecundidad [poéticamente hablando] se halla mucho más en el alma que en el cuerpo; en cuanto a las cosas para con las que es conveniente que el alma sea fecunda, y que las críe; y así, ¿qué le [al alma fecunda] conviene criar?: [criar] a la sabiduría y a las otras virtudes cuyos padres son, tan justamente, los poetas y aquellos artistas que tengan el don de inventar»13.



En el diálogo platónico Ion, Sócrates se dirige al rapsoda que da su nombre al diálogo y le dice: «[...] a los buenos poetas, tanto épicos como líricos, los dioses los inspiran para que, poseídos por las divinidades, los poetas reciten sus más bellos poemas» (533e, edic. cit.). Inspiración que abre el entendimiento en los poetas para interpretar y sentir la apariencia y el misterio del universo. Razón e intuición en una misma expresión inspirada. Luego le explica cómo, por la inspiración, las Musas, «[...] cual bacantes que se abrevan en ríos de leche y miel», ejercen su posesión en los poetas, y añade:

«[...] Puesto que, por cierto, los poetas son los que nos dicen que en fuentes de miel, de ciertos jardines y valles, las Musas liban esos versos que luego se los traen a ellos, tal y como lo hacen las abejas [al panal], y revoloteando como ellas. Conque, y en verdad, cosa ligera es un poeta, cosa alada y sagrada; éste no se halla en condiciones de crear sin antes haber recibido la inspiración de los dioses, ajeno como está a sí mismo, y habiendo perdido ya la razón; mientras conserve en sí el poeta la razón, como todo ser humano, es incapaz de hacer obra poética, de cantar oráculos»14.



Según lo que expresa Sócrates en el Ion la «palabra himética» parece ligarse con la tradición griega del poeta inspirado por los dioses, poeta cuya sensibilidad vibra y canta ante su entorno. Tradición que, con el Romanticismo, todo el siglo XIX proclama para explicar de manera especular, de «lentejueleos», el misterio de la Creación en su relación con la poiesis. El alma sensible del poeta integra la divinidad de lo expresado en una corriente apolínea, mimética...

Dicho de otra manera, la «palabra himética» se forja a partir de la intervención de Mnemosina y de sus hijas las Musas, y en dicha intervención halla su carácter apolíneo, profético y divino. Palabra de miel, o «palabra himética», la poesía que nace del alma del poeta y de su relación con el universo encierra el conocimiento de las esencias, de Dios y de la creación, y por ende del hombre que las descubre, las profiere, las comparte y de aquel que las recibe, las lee y vibra al unísono. Como Mnemosina es la representación de la función de la memoria, el poetizar consiste en un ir recordando recónditas, intuidas y misteriosas esencias del universo. Con Mnemosina, el poeta-abeja vuelve a la noche de los tiempos, se reúne con lo divino, y liba el néctar de lo que será la «palabra himética» en las profundidades de su propia alma, espejo del universo, espejo de sí mismo. Por eso, en el II.º Libro de Las Leyes, se lee que: «[...] lo que llamamos cantos [odas], no son más que, en realidad, encantaciones del alma»15. La «palabra himética» es el implemento de la «psicología literaria», y hacer poesía de «palabra himética» es rememorar mitos, héroes y arquetipos; es dejarse llevar por las reminiscencias y la inspiración; es situar a nuestros sentidos en vibración empática con el misterio universal; es poner el alma en proclamar la verdad universal del hombre y no simplemente una verdad individual16.

Diógenes Laercio17, al referirse a la filosofía estoica, la que se practicaba en el Pórtico, explica que para Zenón de Citio la «imaginación es una impresión del alma [del ánimo]», y añade, que «justamente se le dio este nombre teniendo en cuenta las impresiones [figuras] que deja en la cera [de abejas] un sello [un sello-anillo]». Una imagen que deja su impronta en el alma es aquella que existe realmente, es la verdad que marca el ánimo, el espíritu, con una sensación comprensible para éste. En el Tratado del alma, otro estoico, Crisipo, afirma que toda fantasía o imagen constituye una visión del entendimiento que deja su impronta en el alma, y que si la imagen es incomprensible para el ánimo, no dejará su marca en éste. Así es porque la comprensión o la incomprensión corresponden al hecho de que la inteligencia registre o no la sensación de manera racional o irracional. De la mano de la «palabra himética» se entra en la verdad objetiva de la «ciencia del Logos» estoica, ciencia en la que se reúnen metafísica y psicología, sensaciones, sentimientos y dialéctica. Conque la inspiración sin algo de razón y la razón sin inspiración no generan la «palabra himética».

Entonces, los fundamentos del título este ensayo, «Psicología literaria», se hallan en la «palabra himética». Por y con lo himético, la inteligencia del poeta observa la interioridad del hombre y la suya propia, analiza lo que se halla en las profundidades del individuo, contempla las manifestaciones estéticas -en el sentido estricto del término- que provoca la relación de lo interior con lo exterior. Como lo indica el substantivo «piscología» en el título de Herrera y Reissig, la literatura conlleva toda la ciencia del alma, la de los fenómenos que de ella emergen por la experiencia vivencial. Literatura es acción, ideas e imágenes, única y paradógica18. Así se expresa Herrera y Reissig sobre la poesía: en perspectiva sintética decimonónica, yendo a las esencias universales de la creación, hasta las profundidades del alma del sujeto para ponerlas frente al espejo de la perfección del universo.

«Palabra himética» que actúa en adecuación con aquellos principios platónicos en los que se fundó el siglo XIX progresista para forjar su ideología: construir una dinámica social, política, artística, religiosa, que vaya del hombre individuo a la totalidad que constituye la Humanidad, que vaya del ipse al alter19, del alma al universo, del alma de un hombre al alma de los hombres. La participación del lector en la poiesis «himética» y en el discurso sobre ella es esencial. Etimológicamente hablando, el relegere, (reunión casi religiosa), decimonónico y finisecular que insiste en la dimensión unidora e igualitaria de la dinámica, espiritual e idealista, humanitaria, y que, en caso de extremo progresismo abre a las diferentes formas de ocultismo, que en el siglo XIX fueron sucedáneos del cristianismo. La adecuación de Herrera y Reissig a la ideología decimonónica y finisecular se revela en este ensayo «Psicología literaria» a través de la voluntad del poeta uruguayo de integrarse, con su lector, en la visión progresista, moderna, simbolista, incluso decadente, que anunciaba el renacimiento social, artístico, político. El hombre como Humanidad, el escritor como mediador, han de participar de los destellos de la misteriosa armonía del universo a los que acceden Humanidad y artistas por la «palabra himética» y por los «lentejueleos errátiles». Pondría de relieve la doble paternidad filosófica estoica y platónica a la que me refiero y que reivindica «Psicología literaria».

Una lectura obviamente más completa en cuanto al enfoque isócrono y no en la rápida presentación del ensayo que estoy concretando ahora por evidentes razones de tiempo y de espacio.

Poeta o abeja, puro sentir, naturaleza, metafísica, vivencia. Abeja y miel son figuras del ipse y del alter, del sentir y del libar, del exhalar y existir, del intercambio entre sensibilidad, saber hacer, vivir y nombrar. En resumen, poesía, o «palabra himética», es miel, puro exhalar, creación artística, mundo revelado en la pureza de la relación estética. Fantasma de la conciencia y de la imaginación. Abeja y miel figuras son que nutren «la poesía que duerme como la diosa Neith en el regazo de la sombra ideal». Desde el platonismo, el pitagorismo y el orfismo nace el misterio metafórico del sentir, existir y nombrar, del exhalar de la miel, del libar de los sentidos en ella, del decir por ella del creador y poeta apolíneo, como dice «Psicología literaria» (edic. cit., p. 102, 103).

Merced a la «exégesis de introspección», en el segundo apartado, «Modos del inconsciente», la poesía nace del inconsciente inspirado. En él se elaboran las sensaciones que se convierten en «palabras himéticas». Para que el lector avisado pueda ensanchar el concepto de lo himético, y ahondarlo, Herrera y Reissig omite, por el momento y concretamente, lo evidente: la herencia platónica. Empieza aludiendo al ensayista francés [Jean-Marie] Guyau, y con éste, primero, dice que20: lo agudo es lo cierto del sentir y del pensar; y, luego, que la poesía es, a la vez, penumbra, misterio, rito simbólico, semántica de medias tintas, entera e incompleta, unívoca y equívoca, enigmática, milenaria, sintética, eléctrica, homeopática, leve e imponderable. Para completar su pensamiento, el uruguayo se refiere luego a [Arsène] Houssaye21: la poesía es cósmica y armónica. Y ahora Herrera y Reissig puede entregarse a definir a la poesía, en total propiedad y con toda originalidad: tersa, heroica y dulce, musical oración de devocionario o eucologio22. Quimérica y fascinante, opulenta y «mise en scène», la poesía es reflejo de la complejidad del inconsciente.

En ningún apartado como en este segundo de «Psicología literaria» su autor se sitúa en la mera frontera entre los siglos XIX y XX. Su evocación de Egipto a través del velo de Isis-Neith recuerda al sincretismo espiritualista finisecular y decimonónico. Ritos misteriosos y esotéricos, ocultos, ocultistas más bien, se sitúan en los límites de la modernidad que aporta el flash de la moderna fotografía y el uso que de él hacen los que, como William Crookes, intentan fijar de manera fehaciente y científica las pretendidas concreciones materiales de teósofos y espiritistas en las sesiones de Blavatsky y Kardec: «¡Cómo la sombra es propicia!» dice Herrera y Reissig entre serio e irónico, después de haberle opuesto al «anémico magnesio» el cientificismo ultra-violeta de las experiencias primigenias de lo que serían la radiografía y las terapias radiantes, cuando tales experiencias no se deben a medicinas alternativas como la reciente homeopatía. En medio de todo, el que triunfa es Verlaine, el «de la musique avant toute chose» de su «Art poétique»: vereda de seda que lleva al «cuento oriental» con fondo de violines monótonos del otoño y de languideces anímicas. Languideces a las que sólo salvan de lo ridículo la aristocracia del verbo modernista, simbolista, baudelairiano, y la metáfora mallarmeana, por sus «artesones áureos». Y siempre el misterio egipcio del dios escriba, el hermético y profético Thor de cabeza de pájaro, el Ibis sagrado y sabio, tres veces grande, presente tanto en poetas líricos griegos y latinos, Ovidio, entre otros, como en las voces del XIX. Triunfo de «la poesía trilógica del sumo artista», poesía platónica, pitagórica, almística, ideal e idelista, himética. Y se apoya Herrera y Reissig en los principios éticos de los Versos áureos, oscila entre el Hermes griego y egipcio, y Pitágoras, por los que muchos reemplazaron a la Tabla de la Ley y los Diez Mandamientos, intentando una nueva armonía tetrafónica y decafónica en un cosmos perfecto y unitario. Todo depende, pues, de la «mise-en-scène», la que facilita en las sombras el que se cante de manera profunda, sutil, sincrética y polifónica.

Poesía, de luz y sombras, poesía de «claroscuro», Poesía de «esfumino» y de «la luz en el arte», de «palabra himética» que busca acercarse al misterio del hombre y su destino. Poesía que nace en la obscuridad, como «alma de las cosas», como «sima del espíritu». Trabajada en la luz y forjada con los matices del lápiz esfumino, nacida de sensaciones e intuiciones Poesía que navega entre lo racional y lo irracional. Paradógica, la poesía da cuentas de la relación psicológica, simbólica, misteriosa y existencial, entre el hombre y la naturaleza. Claroscuro de aparente contradicción, la poesía de «palabra himética» se resuelve en el ahondar del poeta, del lector y del crítico en el misterio, en lo vago o nebuloso que conlleva la relación entre el inconsciente y el universo, entre las sensaciones y el espíritu. Artesanía personalísima de lo esfuminado, la poesía obliga al crítico «verdadero» a analizar en profundidad, sin prejuicios, en actitud ecléctica, sensible, alquímica, fantasmal. Los críticos literarios, dice Herrera y Reissig, no han de olvidar que la naturaleza de la poesía es de luz y de obscuridad, y elaborarán su trabajo de análisis escribiendo también con un lápiz esfumino, para despertar en la poesía a la «diosa Neith», diosa que duerme «en el regazo de la sombra ideal»23. La labor del crítico se asemeja a la del poeta y consiste en «libar» la «palabra himética», «hasta obscurecerse de misterio», de esoterismo, de profecía, de sabiduría, de enigma, de silencio, y en elaborar un análisis poetizado. El crítico ejerce su labor en actitud de empatía, apolínea, solar, universal y armoniosa como el propio simbolismo de la miel. La reflexión de Herrera y Reissig, que liga en la creación poética al escritor con el crítico, constituye algo novedoso y que merece un estudio detallado.

Asimismo, el poeta uruguayo pone de relieve la importancia del delirio en la creación de la «palabra himética». Entusiasmo inspirado, o delirio, ésta es un bien cuando reviste la forma del «efecto de un don de los dioses». Este enfoque se funda en lo que dice Sócrates a Fedro, cuando recuerda cuán entusiastas, inspiradas, delirantes son la Pitonisa de Delfos o las sacerdotisas del templo de Zeus en Dodona, o las sibilas «que han sabido conducir a muchos hombres por la senda de perfección». Sócrates afirma que el delirio proviene de las Musas, que éstas «despiertan, exaltan e impelen [a los poetas] a que se expresen en odas y poesías de todo tipo» para dirigirse a «las almas sensibles e incontaminadas»24. Entonces, en actitud de empatía, la sensibilidad del poeta, y la del crítico han de adaptarse a los «moldes» de la «sensibilidad» de la «palabra himética», explica el cuarto apartado. Y, según el «ritmo doble», psicológico y metafísico, la sensibilidad mana y «fluye» entre sonidos extraños, ecos mentales, rarezas que no obstante se hallan en eco con el universo. La brillantez espiritual, las incógnitas del temperamento, los misterios de la psiquis y los «lentejueleos» formales alimentan la poiesis, y por ende, la crítica. Envueltos en el «ritmo doble», el poeta y el crítico forman, dice Herrera y Reissig, el «peri-sprit de la literatura»25. Con este término, «peri-esprit», moderno para la época, creo que nuestro escritor uruguayo nos está sugiriendo el concepto de la fuerza esencial y primigenia, que como la del imán, liga al alma del poeta con el universo.

Apartándonos del contexto espiritista al que pertenece el vocablo, y centrándonos en lo «himético», en lo griego que hay en la literatura que se halla definiendo Herrera y Reissig, nuestra lectura isócrona pone de relieve en ella que ese «efecto de un don de dioses» que es la poesía de «palabra himética», que merced a la intercesión de las Musas, y al hecho de que el poeta, ya épico, ya lírico, se halla unido con el universo, la obra poética participa de la cadena poética del entusiasmo de los poetas inspirados a los que animan las Musas. Cadena a la que se refiere Sócrates en el diálogo platónico de Ion26. Refiriéndose a la presencia de los dioses en la creación poética, y al hecho de que los poetas son los intérpretes de los dioses, Sócrates dice que: «Así es para demostrar que la Divinidad ha hecho de propósito que el poeta más mediocre cante el poema lírico más bello». A lo que su interlocutor, Ion, contesta que sí, que así es, y añade: «[...] y pienso que se trata de un privilegio divino el hecho de que los buenos poetas son para con nosotros los intérpretes de los dioses». Estos son los «moldes» que se da la «sensibilidad», como se lee en «Psicología literaria», para destilar las mieles de la palabra inspirada, partiendo de las profundidades del misterio de la psicología del ser. Esta cadena de inspiración poética figura también en el 4.º Libro de Las Leyes, cuando el interlocutor de Clinias alude al hecho por el que el poeta, actuando como parte dinámica en ella, se vuelve el «legislador» de la Creación: «instalado sobre el trípode de la Musa», no siendo más «dueño de su espíritu», el poeta deja que fluya su arte himética, ya no como arte de imitación sino como verdadera creación, poiesis (719a-d.). Así es como el poeta es «legislador», creador al que las Musas guían a que destile en su obra la «palabra himética»27.

Miel de los dioses, fluido almístico del poeta elegido de las Musas y por ellas omnipotente, la poesía nace en la «munificencia de una tarde griega», en el «Reino del Pórtico»28. Hecha de música ideal, de la idea como poesía.

Como un anticipo a la cuestión del estoicismo en la creación poética, he de señalar que en la edición por la que estoy citando, de 1918, se observa que el «Prólogo» de Vicente A. Salaverri que viene anunciado como tal en el frontispicio, una vez en el texto, se intitula: «Pórtico. De la vida y de la obra de Julio Herrera y Reissig» (edic. cit., pp. 7-15). Es como si el prologuista quisiera, de entrada, anunciar lo esencial en el pensamiento del poeta uruguayo, en cuyo contexto el vocablo es de semántica sugestiva: primero, la denotativa de arquitectura y arte: arco compuesto de columnas, y techo que sirve de ingreso a un edificio, particularmente a un templo, y galería con arcadas a lo largo de una fachada o de un patio, lo que en griego se llama stoa/, pórtico. Luego, la connotativa, por metonimia: nombre de una de las vertientes del pensamiento filosófico que en uno de los pórticos atenienses se divulgaba, es decir, del estoicismo, cuyo principal representante es Zenón de Citio o Citeo, llamado así por ser de Chipre. Tal y cual lo enuncia Herrera y Reissig en «Psicología literaria»: «Pensad y haréis vibrar», «Sonad y haréis pensar». Pensar es vibrar, y el sonar un pensar: formas del equilibrio entre la armonía del universo que se hallan en el alma del poeta y por ende en su creación poética. Detengámonos, pues, en el poético «Reino del Pórtico» de la «palabra himética»29.

Diógenes Laercio con su Vidas, opiniones, y sentencias de los filósofos más ilustres, tanto en griego, latín como en castellano fue la fuente privilegiada respecto a la obra de muchos filósofos de la Antigüedad, y para la de Zenón Citeo. Con la llegada de la imprenta, la obra se difundió grandemente y existen versiones latinas desde las primeras décadas del siglo XVI. En castellano, tengo noticias de ediciones de finales del XVIII. Existe en la Biblioteca Nacional de Madrid una traducción del griego de José Ortiz y Sanz, en dos volúmenes, los 97 y 98, para la madrileña Biblioteca clásica de la Librería de Verlado, Paez y Cía.; los dos tomos contienen los diez libros de Diógenes Laercio. Por la tanta difusión tuvo en América, le doy preferencia en este caso, para referirme a ella, en lugar de a otras ediciones. En el volumen 98 figura el séptimo libro dedicado a Zenón de Citio y a otros filósofos estoicos, conjunto de pensadores que forman ese «Reino del Pórtico» del que habla Herrera y Reissig (pp. 23-120). Al final del citado volumen, y sin que tampoco venga anunciado antes, se incluye un breve ensayo: «Nombre, origen, intento, recomendación, y descendencia de la Doctrina estoica. Defiéndese Epicuro de las calumnias vulgares». El ensayo, dedicado al «docto y erudito Licenciado Rodrigo Caro, Juez de Testamento, está firmado por Don Francisco de Quevedo Villegas» y ocupa de la página 301 a la 352: la Doctrina propiamente dicha de la 301 a la 322, y la Defensa hasta el final. ¿Habrá consultado este volumen el poeta uruguayo?30

Explica Diógenes Laercio que para ejercer su enseñanza Zenón de Citio tenía costumbre de ubicarse cerca del pórtico «Pœcile», poixi/lh, Pintado, Pecil o Vario de Pinturas. Pecil o Vario corresponde al vocablo griego indicado, el cual pertenece a la raíz de poihxij, poesía. El «Pintado», por los frescos que lo ornaban, y quizá también porque en él convivían poetas de estilo variado y aquellos filósofos a los que se llamó primero zenonianos por ser seguidores de Zenón Citeo, y luego de estoicos. Zenón fue famoso por haber enseñado y dado el ejemplo de una vida virtuosa y sencilla: comía pan y miel, bebía vino y no se le conocían amiguitos ni se sabía que fuera con mucha frecuencia a prostíbulos; se decía que era muy sociable. De dialéctica muy cuidada sin llegar a extremos, puesto que, como le dijo a uno de sus discípulos: «la grandeza no reside en la cantidad sino en el bien, puesto que el bien no es grandeza»; aunque «la belleza era la flor de la sabiduría» y viceversa31. Se decía que había sido el primero en emplear el substantivo «deber»; y que había transformado unos versos de Hesíodo de Obras y días (293-295): «Aquel es óptimo que sabe por sí mismo todas las cosas; / Y bueno aquel que obedece a quien bien enseña»32.

Las virtudes del estoicismo se hallan en los versos que Ateneo, escritor griego nacido en Egipto en el siglo II de la era cristiana, compuso y que Diógenes Laercio incluye en el Séptimo libro: «¡Oh, muy sabios Estoicos, / Que sobre sacras páginas pusisteis / Prestantísimos dogmas! / Que sólo la virtud es bien del alma; / Que por ella se libra / La vida de los hombres y de los pueblos… / Contra lo que tenía persuadido / A muchísimos hombres una Musa, / Diciendo que el deleite / Es el último fin de los mortales». Esta Musa, dice la nota de la edición castellana que cito, es quizá Euterpe, musa de la Música, o quizá Talía la Verdeante, musa de la Comedia y del Idilio, ésta una de las tres Gracias, con Aglaya la Brillante y Eufrosina el Gozo del Alma. En ambas posibilidades se trata de una hija de Mnemosina, la Memoria, lo que sugiere que la poesía posee la virtud y el equilibrio de una composición musical, siendo así «música ideal», como define Herrera y Reissig la poesía himética. Representación de la vida del hombre y de su alma, la poiesis es poesía almística o creación transcendente y esencial, tal y como Herrera y Reissig lo reitera en el sexto apartado: «Lo intraducible en la sensación».

En el «Reino del Pórtico» habría que incluir a Cleantes, a quien también Diógenes Laercio menciona en el Libro 7.º. Para Cleantes la «música ideal» es la que mana de la lógica, ya que por ella el hombre discierne lo verdadero, lo real, lo imaginario. La «música ideal» es pensamiento sabiduría hecha de silencio, sensibilidad del poeta y del dominio de sí mismo.

Crisipo en el Libro XII de su tratado sobre Física: explica: «Por criterio de la verdad se constituye la comprensión de la fantasía, a saber, la que dimana del objeto existente» (Ahora cito por la versión castellana antes mencionada de Diógenes Laercio). Dicho a la manera de Herrera y Reissig: sentir y pensar al universo, comprender al alma y al mundo visible, para verterlo todo en la literatura. «Lentejueleos» de «palabra himética»: «Psicología literaria».Sentir, pensar, comprender que son actos intraducibles, a la vez. Verdad, Belleza y Virtud se reúnen en el estoicismo, como en el platonismo, para guiar al hombre por los senderos de «lo perfecto según la naturaleza del [ser] racional», los senderos del logoj. Perfección que no rechaza la dimensión divina, ni la social: porque el orden de las causas lleva en sí la dualidad, la de Dios y del Hombre, la de «el uno y el otro», del alma y la materia, subsistiendo en el principio de dualidad tanto las imágenes como las sensaciones, y el conjunto dual es una sola entidad.

El propio Zenón Cliteo insitía en el arte del «decir exacto», poética de la dialéctica cuyos fundamentos son, por un lado, la palabra que expresa el pensamiento y por el otro, el silogismo que ayuda a reflexionar. Con la palabra llega el sonido: la voz es corporal y la palabra es la «voz figurada». La frase suena con sentido, la frase cuidada y bien dicha, ritmada, suena con arte oratoria. De allí que para otro estoico, Posidonio, la poesía, hecha de palabra, voz, sonido y sentido, verdad y belleza: «es un poema que posee sentido, y que describe las cosas humanas y divinas»33. El que emite la voz, siente; quien la escucha, siente. Existe un eco entre emisor y receptor, eco que pone de relieve el hecho de que el sentir proviene del alma, se manifiesta y se expande para comunicar sentido, comprensión, razón y por ende verdad y belleza en toda la lógica propia del conocimiento: «¡Pensad y haréis vibrar! ¡Sonad y haréis pensar!», exclama Herrera y Reissig en el quinto apartado, como hemos visto antes.

En Grecia nace la poesía, a la sombra del Pórtico estoico. Y griega es la poesía simbolista, la de «un semi-dios, cuya túnica en egregios pliegues soñaba el plinto eternal [sic]»; y a rendir homenaje al «fauno decrépito», a Paul Verlaine, quien restauró a la poesía en su verdad estética y metafísica de eternidad. En conjunción con la «palabra himética», obviamente, la concreción de ésta, la poesía nueva, poesía que persigue «los fuegos fatuos en la noche»: enigmática, nebulosa, envuelta en los velos de Isis y de Neith. Poesía de «insinuación ambigua» y de «utópico asociacionismo psicológico, de relación entre el lector y el poeta, entre el ipse y el alter»34. Si bien hay versos que «cantan» y otros que «sueñan», y aunque los hay hechos de humanidad también, la poesía nueva es equívoca y no unívoca, es plural, especular, humana y apolínea. En esta paradoja reside su fuerza. Fuerza inmersa en una aparente aporía: la poesía nueva, ¿puede expresar lo expresable, dividida entre contrarios. Sí, porque respeta al símbolo. La propuesta de Julio Herrera y Reissig se presenta en su ambigüedad al no haber ni citas ni referentes literarios claros, es decir al simbolismo, al movimiento francés que representaron, cada uno con sus matices, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé. Sin embargo, la equivocidad aparentemente contradictoria de la naturaleza de la poesía nueva, tal y como la encara «Psicología literaria», es propia de la equivocidad natural del símbolo. Etimológicamente, el símbolo es una realidad que posee un valor añadido y arbitrario, que, al proponérsela un sujeto a otro como medio de identificación y de pertenencia, transforma al uno y al otro en adeptos, iniciados, conocedores, sabedores. No en balde el signo que servía para que los adeptos pitagóricos se reconocieran en cualquier circunstancia es uno de los primeros ejemplos de símbolo que existen. En el símbolo, como en la palabra poética, hay intencionalidad, voluntad de reunir, como dice Herrera y Reissig, tomando la esencia del símbolo más allá de la corriente literaria simbolista. Si no se trata ahora de disertar sobre un concepto tan complejo y revisitado, lo que sí intento es poner de relieve características que le son reconocidas y reconocibles: intencionalidad, equivocidad y capacidad de relacionamiento, universalidad. Esencia que recoge nuestro ensayista para definir la poesía nueva y el cómo expresarse con ella.

De naturaleza simbólica, la poesía nueva posee la «propiedad sublime de interpretar la Belleza». Por eso su alma, la palabra, es misteriosa, elegida, «esencialmente evocadora», y tiene un sentido discreto, aristocrático, nada mundano, rebelde. La palabra poética es «flor de estufa sibarítica en el alcázar de las quintaesencias», es «música evaporizada en las ondas remotas de la Sensación». Poesía de placer y de altura, de extracto y meollo, de sinestesia, de concentrada unidad. Poesía y palabra poética indefinibles, en el fondo. Y, «Mientras el ojo ve luz, la mano toca sombra. Es el naufragio de lo imposible». Un naufragio muy a lo Baudelaire en Les Fleurs du mal, o del Rimbaud de la serie de poemas en prosa Les Illuminations; y, por qué no, con la fuerza crítica del análisis de Mallarmé en el célebre ensayo que abre la poesía vanguardista, «Crise de vers»35. La paradoja que ve la luz y toca la sombra, crea la sinestesia. Y, si lo imposible en la oposición se sume en las sensaciones y sugerencias de dicha paradoja, al desaparecer ésta se crea la metáfora. Es decir que en su propia naturaleza la nueva poesía lleva su aporía y su felicidad: la hechura simbólica36. La equivocidad es, pues, la riqueza de la poesía nueva: pensar lo opuesto es fruto del «unilateralismo de las medianías que no ven el marco de la Noche en el cuadro de la Aurora», medianías que son «los dormidos despiertos de la sensación», dice Herrera y Reissig37. Y añade: «Lo bello no ha sido nunca absolutamente lo simple, sino lo complejo simplificado», otra paradoja resuelta desde el interior de la palabra evocadora y rebelde, simbólica, himética. Voz que «evoca más que revela», como todo símbolo; voz «erudita sonámbula de un sueño pitonísico» del vidente Rimbaudiano que es el ipse siendo el alter, palabra como «Beldad monstruosa», la de Baudelaire et Rimbaud a la vez. Sin embargo, el arte es «naturaleza refinada», por eso es el «Gran Arte», «evocador» y «emocional», que obra «por sugestión» y transforma al hombre en «un alma instrumentada y un clavicordio». Arte y alma, por ellos suena «la luz sulfurosa de los sonidos en frotamientos irreales», y son a la vez «un espejo impresionable y viviente que ve concibe, refleja, aclara y da contorno»38. Arte de psicología y literatura. Alma de artista que mezcla lo simple con lo sutil y transforma lo inverosímil en verdad universal, porque: «lo sutil es lo natural y ambas cosas, elementos de oro en la obra estética». El genio es de la Naturaleza, el cerebro del artista. Allí donde la primera es fuerza, el segundo es artífice en el combinar, indagar, interpretar, reunir. En el reunir los opuestos, en el pitagorizar, como dijo Darío, y en el buscar «una forma que no encuentra mi estilo», tarea especular que apunta el crear «una línea nueva, un nuevo matiz», dice «Psicología literaria». Herrera y Reissig acaba dando una orden: «¡La vida es un misterio como la Belleza. Sed lo bastante sutiles para llegar a lo verdadero!». Así la nueva poesía será sincera, veraz, sabia, estética, sintética y sinestética, simbolista39. El artista siente, evoca, sugiere, rememora, con la «palabra himética», guiado por Mnemosina propone un sentido simbólico, en unión con la humanidad y el universo.

Sin olvidar que no hay magia ni misterio ni sentido ni poiesis sin los receptores, lectores y críticos, quienes «[...] dando en un punto del áspero peñasco de la palabra, despiertan el hilo dulce y sonoro de la idea oculta, que ama la sed de nuestra fatiga». Desde el «Sexto Sentido», poetas, lectores y críticos exploran el «ultraviolado40, dice Herrera y Reissig, y explica que éste es, ontológicamente, un instinto del alma, revelador de lo obscuro, adelantado caviloso de la gran sombra que piensa», símbolo de la relación entre Cielo y Tierra, entre cuerpo y alma. «Yo siento a mi manera, lo que cada uno siente a la suya. Hay quien tiene doble vista. Para el ciego siempre es noche». El poeta es el Jano41 de la creación sensible y del conocimiento profundo, capaz de traducir «la compenetrabilidad fulgurante de lo sutil en la conciencia artística» que es esencia misma de la poesía.

Así, cuando en la entradita al ensayo42 se lee la alusión a un «Jano del pensamiento», Herrera y Reissig anuncia la intención simbólica que lo guía en el momento de plasmar su estética poética: equilibrio, y armonía de contrarios, reunión entre lo racional e irracional, entre lo concreto y visible y lo abstracto e invisible. Poesía total, universal, don de las Musas y del trabajo del poeta, la palabra himética y almística penetra sentimientos y sensaciones, observa certera la esencia de todo aquello que escapa a la comprensión y que pertenece a lo invisible: «Y una expresión es a veces toda el alma, toda la vida, un viaje a través de todos los dolores, de todas las embriagueces, de todos los círculos de la filosofía, de todos los universos de la conciencia». Herrera y Reissig riza el rizo, porque ya en el segundo apartado, «Modos del inconsciente», había dado las premisas de una poesía de naturaleza simbolista: «Lo sutil está en lo profundo y lo difícil en lo multiforme. ¿Veis esa poesía que apenumbra, bosqueja, entona las sensaciones, destiñe el tono y le "misteria" en un ritual simbólico, que dice hasta la mitad y cubre con un velo, egipcio la religiosidad de sus aéreas musas? Mirad cómo ama lo gaseoso, lo incompleto».

Aunque hasta llegar al final del ensayo no se nombra al filósofo ateniense del pórtico de la Academia, la esencia del pensamiento platónico se halla entre líneas en toda la estética poética que se enuncia en este ensayo. Porque para Herrera y Reissig el origen de todo es la idea, lo ideal, y que este principio primigenio es para el platonismo el que liga al hombre con la Naturaleza, le facilita a éste las interpretaciones del misterio del universo que lo rodea, mientras liga y nutre al arte y por ende a la poesía a ese misterio. Platón está presente en la afirmación de que es difícil llegar al fondo de la verdad porque «existe el velo tras el velo, la noche dentro de la noche». Falta de luminosidad directa propia de la condición del hombre en la penumbra de la caverna. Sin embargo, el poeta, vate y profeta, es el que puede avanzar «un grado en la sombra», y así, por las vías del misterio de la vida, llegar a la Belleza, camino hacia la Verdad. A las que habrá de añadirse la Bondad, es decir el ámbito del misterio revelado por la poesía de «palabra himética». Belleza, Verdad y Bondad forman la trilogía platónica que ha servido de base para que el siglo XIX elabore su visión sintética del conocimiento, desde el socialismo místico hasta las escuelas más descabelladas del ocultismo. Con Orfeo y Pitágoras, Platón es parte de la fuerza ideológica profética, intuitiva y creadora de la mentalidad que inventó al siglo XIX.

Herrera y Reissig, al intentar expresar qué significa escribir sobre la poesía, y cómo se ha de escribirla, recurre a la personificación: la poesía es capaz de amar, ver, cantar, de dejarse acariciar. Sus sensaciones, sentimientos, misterios revelan al alma y al ser sensible a su voz. Poesía que ama al poeta y a la que el poeta ama: un mirar y mirarse cuya eternidad plasma en ambos su antigüedad y su silencio. De la piel perfumada de la poesía, suave, brillante como la seda y el raso, la eternidad cúbrese el cuerpo con el velo de la diosa Neith hecho de penumbras y sensaciones. Todo en ella es rito, símbolo, electricidad, síntesis. Y «confituras artísticas de una gracia para muñecas»: es decir, apariencias fútiles para quienes no disciernen en ella ni su armonía cósmica, ni la fuerza misteriosa, ni saben leer lo primordial en sus «versos de azafrán y de tul». Versos de rosas artificiales que huelen a rosas, como dijo Darío, para dar la esencia de versos y rosas hechos de arte, obras de artesanía, poiesis y hechura intencional e intuitiva, razones de Jano que reúnen lo visible con lo invisible. Los que no vislumbran tal «filigrana quimérica» tampoco comprenden cómo «La idea resbala [por la poesía] como un ibis somnoliento en el aceite de la vida tersa y curvada, bajo una suave neblina otoñal»; y ajenos permanecen a lo que en la poesía «hace del vocablo rulo de ámbar-seda» y «palabra himética». La poesía modernista exige, pues, que se la lea en sincronía, según el enfoque de sub specie aeternitatis. De lo contrario, figuras de símil, metáforas y sinestesias se encadenan en el discurso inútilmente y, en lugar de ofrecer sobre bandeja de oro lo fundamental: lo «himético» se visten de vistoso y vacuo tul. En cambio, si como el poeta el lector levanta el velo de Neith descubre el propio rostro, la sensibilidad, las sensaciones y todo lo que es del universo en su totalidad, hasta descubrirse a sí mismo. Vértigo especular que imponen las Musas elocuentes y graves, intercambio de experiencias, de sensibilidades, unidad cósmica. Sensibilidad decimonónica, sintética, sinestética: «palabra himética»: canto inmemorial en el rito de una religión de la armonía «trilógica», triple y una; armonía ritual que se cumple entre luces y sombras.

Porque lo dicho con «palabra himética» es, a la vez, «lo inteligente y lo inteligible, lo simple y lo abstracto, la línea y el gesto»; elabora la expresión de una estética en la que la actitud justa es la de la complejidad simplificada ante la hondura y la obscuridad del universo. Ante el universo, sólo el Genio es capaz de revelarlo, siendo capaz de sumirse en la Naturaleza, de unirse a ella y de evocarla en sus obras con voz que se llena de intuición. Así, el arte es «Naturaleza refinada», alma del mundo, alma del escritor y del lector, y, por qué no, también la del crítico: emoción, sentimientos, sensibilidad, memoria, vivencias se plasman en la cera «himética» con toda en su «gama sensorial». Y en la misma cera del alma se imprime la relación especular y analógica entre autor y lector. Impresión última como cifra que es de cósmica armonía entre los macro y microcosmos. Escritura, creación, evocación del ipse a través del alter. Paradoja de la elaboración literaria tal y como la de la Naturaleza, compleja y sencilla a la vez, en armonía, equilibrio, tranquilidad.

Supremo bosquejo, genial penumbra, lúcido «misteriar», acabada alquimia, paradójico sentir, voz silenciosa: eso es la poesía. Es decir, excesos y un retenerse, un atreverse con la metáfora y con la sinestesia, ambas insólitas; con el neologismo y la alegoría que provoquen la reflexión de la que nacerá la empatía y el conocimiento; todo ello en la modernidad que aporta el léxico atrevido y exacto de «Psicología literaria»: «enigma de puntos suspensivos», serie de «quimeras ultravioladas», hálito de las «musas aéreas». Igual tarea es escribir poesía y sobre poesía, ejercicio de total libertad, libertad en la forma fija como el soneto, que cultivó Herrera y Reissig, libertad en ensayos como «Psicología literaria», en el que se observan las características del género: un discurrir libre, diversidad de ideas, variedad de propósitos. Proyectándolo en la época en que se escribió este ensayo -que, como hemos visto, empezó siendo reseña al poemario Letanías simbólicas de su amigo César Miranda- con él nuestro escritor es moderno, afrancesado, chocante43. No en balde, en la Torre de los Panoramas, figuraban retratos de Baudelaire y de Mallarmé. ¿Lo habría de Rimbaud? El estilo fantasmagórico de «Psicología literaria» podría acercarse al del «Bateau ivre»…

Ya lo dijo Jorge Luis Borges:

Entendió Herrera que la lírica no es pertinaz repetición ni desapacible extrañeza; que en su ordenanza como en cualquier otro rito es impertinente el asombro y que la más difícil maestría consiste en hermanar lo privado y lo público, lo que mi corazón quiere confiar y la evidencia que la plaza no ignora44.



Más allá de todo lo dicho, de la filosofía y de la estética; más allá de la psicología y de la literatura, el inmenso velo de Neith cubre al secreto de la poesía de Julio Herrera y Reissig. Porque la idea, «como el pez quimérico de la noche, se escapa entre las mallas, en cabrilleos de nikel, en una gloria blanca de expresiones que lagrimean átomos de luna»45. En el fondo, una vez que hemos leído «Psicología literaria», ¿cuál es el secreto de la esencia de la innovación en poesía que propone el ensayo, innovación que impele a que se la exprese con «mil lentejueleos errátiles que titilan»?

Quizá la respuesta se halle en la nota que André Gide añade a su ensayo de 1890, el Traité de Narcisse (Théorie du symbole): «Nous vivons pour manifester. Les règles de la morale et de l'esthétique sont les mêmes: toute oeuvre qui ne manifeste pas est inutile et par cela même mauvaise»46. Y «Psicología literaria» manifiesta el mensaje esencial, indispensable, que se resume en la última frase, en primera persona, con «palabras himéticas», dirigida al lector, también artista avisado, sensible y genial: «La vida es un misterio como la Belleza. Sed lo bastante sutiles para llegar a lo verdadero»47.





 
Indice