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ArribaAbajoLa victoria de Pavía

Cinco romances: I, 320 versos en ó-e; II, 172, é-o; III, 180, á-e; IV, 152, í-a y V, á-o.

Sin dejar de atenerse a Sandoval, el poeta cuenta los hechos mezclando colores, elementos realistas e hiperbólicas imágenes. Destaca la magnificencia de los franceses, mandados por Francisco I, con gran golpe de caballeros, lucida artillería y poderosos aliados, «dos veces más numerosos» que los Tercios y gente de España, de pobre aspecto. Tal contraste entre los enemigos y en especial las galas del rey francés -cuyas elaboradísimas y soberbias armas y divisas describe con detalle-, hacen más heroica la victoria total de los imperiales al mando del marqués de Pescara, valeroso y sin pretensiones. A pesar de la gran inferioridad numérica, los españoles se imponen por su táctica y arrojo, y la derrota de los franceses, tan orgullosos antes, es completa.

Respetuoso siempre con los reyes, tiene palabras de elogio para el de Francia, bien que describa, también sin ahorrar detalle, su apresamiento y despojo por unos soldados. Tan estrepitosa caída le dicta las acostumbradas consideraciones morales sobre las «inconstancias de fortuna».

Resalta el aspecto caballeresco de esta guerra: Pescara es modelo de respeto y generosidad mientras que Francisco I, «esforzándose orgulloso / en dar a su faz sonrisa» va siempre «gallardo», «afable» y «risueño».

Añade al final unos recuerdos de juventud: siendo guardia de Corps y pocos días antes de comenzar la guerra de la Independencia, en abril de 1808, hubo de escoltar la espada que Francisco I perdió en Pavía (¡y que, dicho sea de paso, no era la auténtica!), devuelta por el gobierno español a los franceses. Galofobia y odio a Napoleón quedan compensados por el recuerdo de la victoria de Bailén, mayor que la de Pavía en el sentir de Rivas, quien le dedicará luego otro romance.


Al Señor don Mariano Roca de Togores.





Romance Primero

Pescara y los españoles

   De la sitiada Pavía,
desde las gigantes torres
que el bravo Antonio de Leiva
guarda con sus españoles;
   entre nubes de humo y polvo  5
do arcabuces y cañones,
de rayos llenan el aire,
de truenos el horizonte,
   se ve la horrenda batalla
en que disputan feroces  10
Francisco y Carlos el cetro
de Italia y de todo el orbe.
   Dos veces más numerosos
los franceses escuadrones
son, que los que allí combaten  15
de Carlos Quinto en el nombre.
   Y aquellos a su cabeza,
con lo que valen al doble,
tienen a su rey Francisco,
monarca de excelsos dotes.  20
   Pues en valor y destreza,
y en caballeroso porte,
quien le exceda y sobrepuje
el mundo no reconoce.
   Al ejército del César  25
si la ventaja nególe
el Cielo de ver al frente
a su soberano entonces,
   le dio la de que lo rija
el aventajado y noble  30
marqués de Pescara invicto,
guerrero de alto renombre.
   Y si es en número escaso
y viene de galas pobre,
también con la fama cuenta  35
de los tercios españoles.

*  *  *

   La francesa artillería,
cuyo número era enorme,
deshace apretadas filas,
espesas hileras rompe,  40
   y cual tempestad horrenda
llena de pavor el orbe,
borrando el son de las trompas
y de los cabos las voces.
   Mas las imperiales huestes  45
desprecian el fuego, y corren
a que decida el combate
de la dura lanza el bote.
   Y de Nápoles embiste
el visorrey a galope,  50
de hombres de armas y ligeros
con los bravos escuadrones.
   El rey de Francia los suyos
numerosísimos pone,
mas cual bisoño caudillo,  55
para la batalla en orden.
   ¡Cuán gallardo y rozagante,
augusto, lozano y joven
oprime un tordo rodado
que a tal dueño corresponde!  60
   De morado terciopelo
y brocado de oro, sobre
el arnés fúlgido, lleva
veste de ricas labores.
   Efes de oro son y lises,  65
que deslumbran como soles,
y de oro y morada seda
lazos, borlas y cordones.
   En el alto capacete,
del viento halago y azote,  70
amarillos y morados
vuelan flexibles airones.
   Y en medio de ellos descuella
una flecha de oro, donde
primoroso pendoncillo  75
un claro emblema propone.
   Bordada una salamandra
que en vivo fuego se esconde,
es el cuerpo de la empresa
y «modo et non plus» el mote.  80
   El almirante de Francia,
personaje de alto nombre;
el gran príncipe de Escocia,
gallardo y hermoso joven;
   el príncipe de Navarra;  85
de San Pol el bravo conde;
el mariscal Montmorency,
y otros insignes señores,
   le acompañan y le sirven,
con él las filas recorren,  90
y con él al campo abierto
salen a esperar el choque.

*  *  *

   Terrible fue; parecía
que se encontraban los montes,
que se desplomaba el cielo  95
y que caducaba el orbe.
   Mas, ¡ay!, las fuerzas de Francia
eran en número dobles,
y el valor no hace imposibles,
aunque el valor los arrostre.  100
   Si bien del virrey la lanza
dio al almirante fin noble;
si bien insignes franceses
cayeron de los arzones;
   si bien resisten constantes,  105
como murallas de bronce,
los imperiales jinetes,
al cabo, al cabo... eran hombres.
   Muere del rey en la lanza
el desventurado joven  110
a quien Cívita-Santángel
por su marqués reconoce.
   El mismo Alarcón, a tierra
vino de una maza al golpe,
como cae gigante pino,  115
cual se desploma una torre.
   Y a pie combate y resiste
dando tajos y mandobles,
y a su vigor y destreza
debió no morir entonces.  120
   El del Vasto en gran peligro
se ve entre diez borgoñones,
y tiene que abrirse paso
con la punta del estoque.
   Todo es muerte y exterminio;  125
cuatro jinetes se oponen
a cada jinete nuestro,
sin que la lid abandone.
   Y ya no queda esperanza
de que a la victoria logren  130
seducir tan alto esfuerzo
y tantas hazañas nobles,
   cuando el capitán Quesada
en el combate lanzóse,
seguido de cien certeros  135
arcabuces españoles.
   Y con tanto tino asesta
sus rayos atronadores,
que a los contrarios asombra
y en retirada los pone.  140

*  *  *

   En tanto, por otra parte
otros frescos escuadrones
de bien montados franceses,
«Francia» apellidando a voces,
   arrollando cuanto encuentran,  145
con la lanza en ristre corren,
y a los tercios de la Italia
vencen, deshacen y rompen.
   Los esguízaros que siguen
de la Francia los pendones,  150
a reforzar el combate
presurosos se disponen.
   Y hasta el mismo rey Francisco,
con nuevo escuadrón a trote,
va a asegurar la victoria  155
que ya suya reconoce.
   El gran marqués de Pescara
que lo advierte, decidióse,
confiado en su fortuna,
a aventurar todo entonces;  160
   y con risueño semblante
a los tercios españoles
torna, y animoso dice:
«¡Ah de mis fuertes leones!
   »Vuestro debe ser el día;  165
allí donde más feroces
los enemigos se agolpan,
allí hay laureles mayores.
   »Venid conmigo a cogerlos,
vuestras frentes solas logren  170
coronarse con sus ramas
entre tan varias naciones.»
   Vivas que asordan el aire,
y seis mil bravos acordes
lanzan (sonoroso grito  175
de ansia, de gloria y renombre),
   fue la respuesta. Y al punto
con celeridad movióse
de picas y de arcabuces
un espesísimo bosque.  180
   Al momento la fortuna,
tan indecisa hasta entonces,
en las imperiales huestes
los mudables ojos pone.
   Y del pendón de Castilla  185
los gloriosos resplandores
encantaron sus miradas
y en su favor declaróse.

*  *  *

   Los arcabuces de España
no hay fila que no destrocen,  190
no hay caballo que no ahuyenten,
no hay guerrero que no postren.
   Y las picas españolas
no hay escuadra que no arrollen,
embate que no resistan  195
ni denuedo que no asombren.
   Huyen de su ardiente brío,
de sus balas y sus botes,
los franceses, hombres de armas,
y los ligeros peones.  200
   Y los esguízaros huyen
en confusión y desorden,
y huyen los nobles jinetes,
y huye el rey mismo a galope,
   y de un ejército inmenso  205
que ya vencedor juzgóse,
triunfa el marqués de Pescara
con sus seis mil españoles.

*  *  *

   Este valiente caudillo,
cuyo esfuerzo no conoce  210
rival en el ancho mundo,
más alta empresa dispone;
   y ordenando que el alcance
prosigan los vencedores,
y que los tudescos vengan  215
a sostenerlos veloces,
   junta a varios caballeros
y de armas a algunos hombres,
que escaramuzando andaban
sin jefes y sin pendones;  220
    y poniéndose a su frente,
y requiriendo el estoque,
en un escuadrón lejano
que el rey Francisco recoge,
   para tornar donde pueda  225
dejar bien puesto su nombre,
al grito de «¡cierra España!»
con nueva furia lanzóse.

*  *  *

   En tanto, Antonio de Leiva,
que la ventaja conoce  230
de las fuerzas imperiales,
cual raudo torrente rompe
   por las puertas de Pavía;
y cayendo osado sobre
la retaguardia francesa,  235
en grande aprieto la pone.
   Ya es de Carlos la victoria.
Ya los tercios españoles,
como el huracán que arrasa
los enmarañados bosques,  240
   abriéndose en un momento
ancha calle a sus furores,
no ven ya en su paso estorbo,
no encuentran quien los afronte.
   Pero en medio de su triunfo,  245
con pasmo y con dolor oyen
de que su Pescara es muerto
correr las siniestras voces.
   Es cierto que no parece
desde que, con pocos hombres  250
de armas, le vieron lanzarse
con tanto denuedo donde,
   aún trabada la pelea,
reina confuso desorden.
Vengarle, pues, juran todos,  255
y allá revuelven feroces.
   Cuando entre el polvo y el humo
ven aparecer al trote,
al victorioso caudillo
de sus esperanzas norte  260

*  *  *

   Mas, ¡oh Dios, en cuál estado!
Herido su rostro noble,
pasado el brazo siniestro
de una lanza al duro bote;
   el coselete partido  265
y atravesado del golpe
de una bala, que parece
que fin a sus glorias pone.
   Y el tordillo, moribundo,
herido en cuello y quijotes,  270
un raudal de negra sangre
derramando a borbotones.
   Las españolas escuadras
quedan al mirarlo inmobles,
y el placer de la victoria  275
en llanto y dolor tornóse.
   Al cabo llega Pescara
sin que la muerte le asombre,
y dice con voz tranquila
partiendo los corazones:  280
    «¿Por qué os detenéis, amigos?
Valerosos españoles,
pues ya es vuestra la victoria
nada mi falta os importe.»
   Desplómase el tordo en tierra;  285
dos capitanes recogen
al general en los brazos,
y Vega, su gentilhombre,
   del sangriento coselete
le desencaja los broches,  290
y ve..., ¡oh placer!, que la bala,
causa de tantos temores,
   aplastada contra el pecho,
leve contusión esconde;
del coselete, sin duda,  295
en los adornos de bronce
   perdió su temible fuerza;
o por dicha disparóse
desde tan lejos, que trajo
escasa violencia el golpe.  300
   Reanímanse los soldados,
por milagro reconocen
dicha tan grande, y en «vivas»
prorrumpen y alegres voces.
   Y repuesto el mismo herido,  305
que traspasado juzgóse,
de la contusión del pecho
por los agudos dolores,
   «¡Bendito sea Dios!», exclama.
Ármase de nuevo, y sobre  310
otro corcel restablece
en las escuadras el orden.
   Y en las márgenes floridas
del manso Tesin, por donde
se retiran derrotados  315
de Francia los escuadrones,
   sembrando exterminio y muerte,
aparecieron veloces
el gran marqués de Pescara
y los tercios españoles.  320


Romance Segundo

El estandarte ante todo

   Del Tesin en las orillas
quiere hacer su último esfuerzo,
vencido y avergonzado
el rey Francisco Primero.
   Sus numerosas escuadras  325
dispersas ve y sin aliento,
y fuerzas aún poderosas
en confuso desconcierto.
   Con el estoque en la mano
de cálida sangre lleno,  330
pues soldado fue valiente
si no fue caudillo experto;
   deslucidas ya sus galas,
deslustrados sus arreos,
y abollados de los golpes  335
el capacete y el peto;
   en su corcel, que de espuma,
de sangre y sudor cubierto,
cruza fatigado el campo,
obediente a espuela y freno;  340
   solo y sin séquito corre
llamando a sus caballeros,
denosta sus fugitivos,
recoge algunos dispersos,
   y revuelve valeroso  345
a escaramuzar ligero,
pensando que aun algo puede
con su valor y su ejemplo.
   Todo en vano; la fortuna
la espalda y rostro le ha vuelto,  350
y hasta las heces el cáliz
beberá del vencimiento.
   De Alarcón los hombres de armas
vestidos de tosco hierro,
los del virrey denodados  355
y los de Borbón soberbio,
   y entre el tropel de jinetes
mezclados arcabuceros
españoles, cuyas balas
tienen prodigioso acierto,  360
   del rey de Francia, infelice,
invalidan los esfuerzos,
y hacen sordos a sus voces
a los franceses guerreros.

*  *  *

   El despechado monarca  365
del desapiadado cielo
tenaz resistencia opone
al inmutable decreto.
   Y retirarse ordenados
a sus esguízaros viendo,  370
del Tesin a un ancho vado,
donde su fin va a ser cierto,
   vuela a ponerse a su frente
para advertirles el riesgo
que van a hallar en las aguas,  375
por no arrostrar el del fuego,
   y los conjura y exhorta
a que con él revolviendo,
noble resistencia opongan
al vencedor altanero;  380
   Y que cual valientes busquen
con él de salud un puerto,
no del Tesin en las ondas,
mas de la lid en el hierro;
   que allí segura es la muerte  385
y aquí bien puede no serlo;
que aquí aún les espera gloria
y allí sólo vilipendio.
   Mucho alcanza, pues consigue
formarlos y contenerlos,  390
y ya de esperanza nueva
ve casi el rostro risueño,
   cuando aterrador fantasma
se ve venir a lo lejos:
los pendones invencibles  395
de los españoles tercios.
   Y olvidando que a su frente
tienen hombre tan excelso,
y del engañoso río
olvidando el grave riesgo,  400
   los esguízaros soldados,
de pánico asombro llenos,
huyen, al rey abandonan
y al vado parten derechos.
   El francés monarca entonces  405
las lágrimas del despecho
quemando su rostro augusto,
quiere morir como bueno,
   y vuela hacia el puente, donde
aún resisten con empeño  410
algunos fieles magnates,
algunos nobles guerreros.

*  *  *

   Mas, ¡ay!, la suerte tremenda
llegar le impide a aquel puesto,
donde libertad y gloria  415
iba a conseguir al menos,
   pues que silbadora bala,
de ignoto arcabuz partiendo,
de su corcel fatigado
rompe y atraviesa el pecho.  420
   Vacila el bruto, retiembla,
de sangre espumosa el suelo
en raudo torrente inunda,
quédase clavado y yerto.
   De nieve son sus orejas,  425
de sus ojos muere el fuego,
yen grave estruendoso golpe
desplómase con su dueño.
   ¡Oh dolor, yace en el fango
el trono de Francia excelso,  430
el poderoso monarca
que juzgaba el orbe estrecho!
   De inconstancias de fortuna,
grande y doloroso ejemplo,
y de la humana soberbia  435
aterrador escarmiento.
   Nada hay firme en este mundo:
valor, gloria, nombre, imperio,
cuando una espada se empuña,
todo queda en duda puesto.  440

*  *  *

   El hidalgo vizcaíno
Juan de Urbieta, que cubierto
de tosco arnés, en un potro
escaramuzaba suelto,
   pasa y ve bajo el caballo  445
tan lucido caballero,
que por levantarse pugna
con inútiles esfuerzos.
   No sospechando quién era,
le pone el lanzón al pecho,  450
y «Ríndete al punto -grita-
o quedarás aquí muerto.»
   Respóndele el derribado:
«Soy el rey de Francia, quedo
a tu emperador rendido,  455
y heme ya tu prisionero.»
   Retira Urbieta la lanza
con el debido respeto,
y con tan rara fortuna
pasmado queda y suspenso.  460
   Animado el rey, prosigue:
«Que al punto bajes te ruego,
que este maldito caballo
me revienta con su peso.»
   Iba el noble vizcaíno  465
a darle socorro presto,
y ya para echarse a tierra
soltó el estribo derecho,
   cuando del puente a la boca
ve de franceses en medio  470
su estandarte, y que el alférez
solo lo está defendiendo;
   y el honor de su estandarte,
y la fe del juramento,
más que ansia de vanagloria  475
en su alma ilustre pudieron,
   «Ya señor -al rey le dice-,
socorro daros no puedo,
que es mi estandarte ante todo,
y está mi estandarte en riesgo.  480
   »Confesad que os he rendido,
y pues que prenda no llevo
porque podáis conocerme,
si a vuestra presencia vuelvo,
   »miradme, que soy mellado»,  485
y alzando del tosco yelmo
la visera, en un instante
le mostró dos dientes menos,
   y revolviendo el caballo
al puente voló ligero,  490
con el lanzón en el ristre
de honra y de lealtad modelo.


Romance Tercero

Un rey prisionero

   Mientras el bizarro Urbieta
va a libertar su estandarte,
dejando la alta fortuna  495
que le plugo al Cielo darle,
   al rey Francisco, impedido
de moverse y levantarse,
porque le sujeta en tierra
de su caballo el cadáver,  500
   Diego Ávila, el granadino,
también hombre de armas, vase,
y que se rinda le grita,
decidido y arrogante.
   Respóndele el rey: «Rendido  505
a otro español estoy antes,
y que soy el rey de Francia
para tu gobierno sabe.»
   Sorprendido el granadino
de aventura tan notable,  510
«¿A ese español -le pregunta-
habéis dado prenda o gaje?»
   «Le di sólo mi palabra,
que mi palabra es bastante,
-contesta el rey-; mas si quieres  515
toma mi espada y mi guante;
   »y sácame del caballo
y ayúdame a levantarme,
que la visera me ahoga
y esta pierna se me parte.»  520
   Ávila toma las prendas
destilando fresca sangre,
echa pie a tierra y ayuda
al rey con trabajo grande,
   y levántalo, y el yelmo  525
le desencaja al instante
para que le dé en el rostro,
que lo ha menester, el aire.

*  *  *

   Hita, soldado gallego,
tosco y de toscos modales,  530
con su sangrienta alabarda
y desharrapado traje,
   llega, y con poco respeto,
ya resuelto a despojarle,
de la insignia se apodera  535
del más elevado arcángel.
   De San Miguel el collar
échase al cuello el salvaje,
con su tosquedad y harapos
haciendo extraño contraste.  540
   El rey le dijo: «Valiente,
por él te doy de rescate
seis mil ducados de oro,
y más, si en más lo estimares.»
    Y contestóle el gallego:  545
«Guardaréle, que colgarle
de mi emperador al cuello
podré yo temprano o tarde.»

*  *  *

   En esto llegaban otros
soldados sin capitanes  550
con la victoria embriagados,
cebados con el pillaje,
   y en su sagrada persona
ponen sus manos rapaces;
la veste del rey desgarran,  555
sus preseas se reparten,
   y le arrebatan del yelmo
la bandereta y plumajes,
que la codicia villana
no guarda respeto a nadie.  560
   Ávila, Hita y Urbieta
(que ya en salvo su estandarte
dejó), con vanos esfuerzos
por defenderle combaten.
   Cuando llegaron a punto  565
varios nobles personajes,
que tan feroz soldadesca
obligan a reportarse,
   enseñándoles, valientes
a que respeten y acaten  570
a la majestad augusta,
que, aunque vencida, es muy grande.

*  *  *

   De estar el rey prisionero
cunde la nueva al instante
por el uno y otro campo  575
con efectos desiguales.
   Los franceses, caballeros
de más valor y linaje,
tornan a correr la suerte
que a su rey Dios quiso darle.  580
   Y los jefes y caudillos
de las tropas imperiales,
vuelan a que cese al punto
la mortandad y la sangre.
   El de Pescara glorioso  585
corre ligero a la parte
en que al rey Francisco juzga
expuesto a villano ultraje.
    Llega, del caballo salta,
y con respeto admirable,  590
hincadas ambas rodillas
la mano quiere besarle.
   No lo consiente el monarca,
que tiene un consuelo grande
en verse ya protegido  595
por hombre que tanto vale.
   Y obligándole risueño
de la tierra a levantarse,
«Noble marqués de Pescara,
pues que la fortuna os cabe,  600
   »-Le dice- de tal victoria,
os pido no se derrame
de mis vencidos vasallos
la desventurada sangre.
   »Y espero que en vos encuentren  605
protector, amparo y padre,
los franceses que se miren
como yo en tan duro trance.»
   De lágrimas arrasados
los ojos al escucharle  610
Pescara: «Señor -le dice-,
vuestra súplica es en balde;
   »pues la nación española,
que logra triunfo tan grande,
en la victoria es tan noble  615
como brava en el combate.»

*  *  *

   También el del Vasto llega
y el rey lo recibe afable,
y con dignidad lo elogia
por su apostura y su talle.  620
   Y el consuelo se divisa
en su abatido semblante,
de verse entre caballeros
que tratar con reyes saben.

*  *  *

   Mas imprevisto incidente  625
vino de nuevo a alterarle
y a hacer más terrible y duro
su destino deplorable.
   De Borbón el duque altivo,
¡desacato repugnante!,  630
a su rey vencido quiere
sin reparo presentarse.
   ¿Y cómo? Manchado todo
con propia francesa sangre,
de un valor mal empleado  635
haciendo insolente alarde.
   No le conoce Francisco;
pero de pronto, al mirarle,
dio, por un secreto impulso,
de gran enojo señales.  640
   Y quién era preguntado,
como el marqués contestase:
«Señor, de Borbón el duque»,
puso un ceño formidable.
   Y volviendo las espaldas  645
con dignidad, ocultarse
quiso entre aquellos guerreros
porque el duque no llegase.
   Notólo Pescara al punto,
y como discreto, parte  650
a evitar inconvenientes
y allanar dificultades.
   Ruega de Borbón al duque
que el sangriento estoque envaine,
que quite la sobreveste  655
y que se limpie la sangre.
   Y con él a pie se acerca,
donde el rey inexorable
no digna volver el rostro
que en ira y en furor arde.  660
   La mano el duque le toma
de rodillas; arrogante
la retira el rey. El duque
tiene la audacia de hablarle,
   y el monarca levantando  665
los ojos como volcanes
al cielo, en voz alta dice:
«¡Santo Dios, paciencia dadme!»
   Oyendo lo cual Pescara
hace que de allí se aparte  670
el de Borbón, y de él libre
tornó el rey a sosegarse.


Romance Cuarto

Un andaluz

   Reunidos los generales
de las naciones distintas
que el ejército del César  675
ya vencedor componían,
   acatan al rey cautivo
y le consuelan y animan,
conducirlo disponiendo
a los muros de Pavía.  680
   Danle un corcel, generosos,
con honrosa comitiva
de franceses personajes
que, rendidos, le seguían.
   Y antes confesando todos  685
con admirable Justicia,
que victoria tan insigne,
triunfo tan grande y tal dicha
   se debe tan solamente
a la española milicia,  690
disponen que España sola
tenga la prerrogativa
   de guardar un prisionero
de tan importante estima;
y que Alarcón el famoso  695
de alcaide y guarda le sirva.

*  *  *

   En medio, pues, de los tercios
españoles, y a su vista,
desplegadas las banderas
de gloria y laureles ricas,  700
   de Alarcón a la derecha
el rey de Francia camina,
esforzándose orgulloso
en dar a su faz sonrisa.
   Los escuadrones tudescos,  705
que una ladera contigua
de aquel camino ocupaban,
al pasar la infantería
   española, entusiasmados
le hacen salva, y alta grita  710
levantan hasta las nubes
repitiendo: «¡España viva!»
   Al rey suspende tal muestra
dada por las tropas mismas
del ejército triunfante,  715
y es novedad que le admira.
   Reconociendo cuán alta
la española gloria brilla,
pues competencias no admite
y da admiración, no envidia.  720
   Afable el rey conversando
con las personas distintas
que le cercan, caminaba
gallardo sobre la silla.
   Y al encontrar de franceses  725
prisioneros las cuadrillas,
los consuela con su ejemplo
y con su voz los anima.
   Y a los cabos españoles,
que en respeto y cortesía  730
ni un solo punto desdicen
de lo que a nobles obliga,
   los recomienda con tanto
extremo, afán y caricias,
que se arrasaban los ojos  735
de cuantos allí venían.

*  *  *

   En los altos de la marcha
embarazosa y prolija,
varios soldados de cuenta
a ver al rey acudían.  740
   Y el rey demostraba atento,
con delicadeza fina,
gusto en que le presentasen
los de garbo y nombradía.
   Llegó entre tantos acaso  745
Roldán, hijo de Sevilla,
llamado el «Arcabucero»,
mote puesto con justicia,
   pues lo era tan extremado
que nunca erró puntería,  750
clavando siempre las balas
donde clavaba la vista.
   Este tal, galán y apuesto,
de cara muy expresiva,
de talle en extremo airoso,  755
de aguda fisonomía,
   Con aire matón y jaque,
calzas de majo y ropilla,
con un inmenso chapeo
de alas luengas y tendidas,  760
   con su cuera y sus mangotes
y sus frascos en la cinta,
de recamos adornada
y de escarcela provista,
   se acerca al rey, y apoyado  765
del arcabuz en la horquilla
y zarandeando el cuerpo
cual hombre que nada admira:
   «Señor -con ceceo dice,
y lengua aunque gorda, viva-  770
cuando mi sargento anoche
me dijo que combatía
   »Vuestra Alteza en este empeño,
preparé varias cosillas:
los trastos que en tales lances  775
cualquier hombre necesita.
   »Fundí, señor, doce balas,
que al cabo son la comida
de esta serpiente -mostróle
el arcabuz con sonrisa,  780
   »prosiguiendo-: fundí, digo,
doce balas, las precisas:
seis de plomo, destinadas
a canalla gabachina;
   »y las seis, muy a mi gusto  785
cumplieron; ¡Dios las bendiga!
Fundí otras cinco de plata
para gente de alta guisa;
   »y en cinco ilustres monsiures
se hallarán, no están perdidas,  790
que, ¡vive Dios!, tal acierto
no lo he tenido en mi vida.
   »Y una fundí, finalmente,
de oro muy puro y sin liga,
aquí está, señor, miradla.»  795
Expuso a la regia vista
   una gruesa bala de oro
que en la escarcela traía,
continuando, sin turbarse,
con gracejo y con malicia;  800
   «Gran señor, fundí esta bala
para daros muerte digna,
si en el combate de veros
se me lograba la dicha.»
   »Y ya que vuestra fortuna  805
no os puso en mi puntería,
vuestra debe ser la prenda
que siempre vuestra a ser iba.
   »Tomadla, señor, tomadla,
pesa dos onzas cumplidas,  810
y puede que para ayuda
de vuestro rescate sirva.»
   Al rey Francisco tal gracia
hizo aquella retahíla
del andaluz, y el despejo  815
con que acertara a decirla,
   que, afable, tomó la bala,
diciendo: «Amigo, la estima
mi aprecio en mucho, y confío
que os lo mostraré algún día.»  820
   Roldán le hizo reverencia
y vuelve a entrar en su fila,
tan contento de sí mismo
que ni a Carlos Quinto envidia.


Romance Quinto

Conclusión

   Dueño absoluto de Italia  825
fue el insigne Emperador,
con esta excelsa victoria
del alto esfuerzo español.
   Y cautivo el rey de Francia
vino a Madrid y habitó  830
la torre de los Lujanes,
con Hernando de Alarcón.
   En la plaza de la Villa
aún dora esta torre el sol,
coronada de recuerdos  835
que el tiempo no borra, no.
   De ella al cabo el rey Francisco
rescatándose, tornó
a ocupar el rico trono
de la francesa nación.  840
   Pero su rendida espada,
prenda de insigne valor,
testigo eterno de un triunfo
que el orbe todo admiró,
   en nuestra regia armería  845
trescientos años brilló,
de los franceses desdoro,
de nuestras glorias blasón.
   Hasta que amistad aleve
que ocultaba engaño atroz,  850
con halagos y promesas
que ensalzó la adulación,
   tal prenda de un triunfo nuestro
para Francia recobró,
como si así de la Historia  855
se borrase su baldón.
   Harto indignado, aunque joven,
esta espada escolté yo,
cuando a Murat la entregaron
en infame procesión.  860
   Pero si llevó la espada
la gloria eterna quedó,
más durable que en acero
de la alta fama en la voz.
   Y en vez de tal prenda, España  865
supo añadir, ¡vive Dios!,
al gran nombre de Pavía
el de Bailén, que es mayor.




ArribaAbajoUn castellano leal

Cuatro romances: I, 40 versos en ; II, 96, e-o; III, 108, é-a y IV, 40, é-o. Total, 284 versos.

No se conoce la fecha en que fue compuesto este romance, relacionado también con las guerras de Italia, pues uno de los protagonistas, el duque de Borbón, vencedor en Pavía, acude a Toledo para entrevistarse con el emperador.

Sin duda, es este el más popular entre los romances de Rivas y no sin razón: en menos de 300 versos, relata el enfrentamiento del duque de Borbón y el conde de Benavente, encarnación de la raza, quien resuelve de modo ejemplar el conflicto moral que le plantean la obediencia a su rey por un lado y el sentimiento de la libertad y el honor por otro.

Advierte Rivas Cherif que algunos historiadores como Guicciardini y Gonzalo de Illescas recogieron este suceso, aunque luego el conde de Cedillo, apoyándose en el testimonio de Gonzalo Fernández de Oviedo afirmó que, durante su estancia en Toledo, el duque de Borbón se hospedó en casa del conde de Cifuentes15.

Destacan aquí el tan popular romance II («En una anchurosa cuadra...») con la descripción de Carlos V, según el lienzo de Tiziano que se guarda en el Museo del Prado; y el III, también con un retrato notable del conde de Benavente16.




Romance Primero

   «Hola, hidalgos y escuderos
de mi alcurnia y mi blasón,
mirad como bien nacidos
de mi sangre y casa en pro;
   »esas puertas se defiendan,  5
que no ha de entrar, ¡vive Dios!,
por ellas quien no estuviere
más limpio que lo está el sol.
   »No profane mi palacio
un fementido traidor  10
que contra su rey combate
y que a su patria vendió.
   »Pues si él es de reyes primo,
primo de reyes soy yo;
y conde de Benavente  15
si él es duque de Borbón.
   »Llevándole de ventaja,
que nunca jamás manchó
la traición mi noble sangre
y haber nacido español.»  20

*  *  *

   Así atronaba la calle
una ya cascada voz,
que de un palacio salía,
cuya puerta se cerró,
   y a la que estaba a caballo  25
sobre un negro pisador,
siendo en su escudo las lises
más bien que timbre, baldón;
   y de pajes y escuderos
llevando un tropel en pos,  30
cubiertos de ricas galas
el gran duque de Borbón.
   El que lidiando en Pavía,
más que valiente feroz,
gozóse en ver prisionero  35
a su natural señor;
   y que a Toledo ha venido
ufano de su traición
para recibir mercedes
y ver al emperador.  40


Romance Segundo

   En una anchurosa cuadra
del alcázar de Toledo,
cuyas paredes adornan
ricos tapices flamencos,
   al lado de una gran mesa  45
que cubre de terciopelo
napolitano tapete
con borlones de oro y flecos;
   ante un sillón de respaldo
que entre bordado arabesco  50
los timbres de España ostenta
y el águila del imperio.
   en pie estaba Carlos Quinto
que en España era Primero,
con gallardo y noble talle,  55
con noble y tranquilo aspecto.

*  *  *

   De brocados de oro y blanco
viste tabardo tudesco;
de rubias martas orlado
y desabrochado y suelto,  60
   dejando ver un justillo
de raso jalde, cubierto
con primorosos bordados
y costosos sobrepuestos;
   y la excelsa y noble insignia  65
del Toisón de Oro, pendiendo
de una preciosa cadena
en la mitad de su pecho.
    Un birrete de velludo
con un blanco airón, sujeto  70
por un joyel de diamantes
y un antiguo camafeo,
   descubre por ambos lados,
tanta majestad cubriendo,
rubio, cual barba y bigote,  75
bien atusado el cabello.
   Apoyada en la cadera
la potente diestra ha puesto,
que aprieta dos guantes de ámbar
y un primoroso mosquero.  80
   Y con la siniestra halaga,
de un mastín muy corpulento,
blanco y las orejas rubias,
el ancho y carnoso cuello.

*  *  *

   Con el condestable insigne,  85
apaciguador del reino,
de los pasados disturbios
acaso está discurriendo,
   o del trato que dispone
con el rey de Francia preso,  90
o de asuntos de Alemania,
agitada por Lutero.
   Cuando un tropel de caballos
oye venir. a lo lejos,
y ante el alcázar pararse,  95
quedando todo en silencio.
   En la antecámara suena
rumor impensado luego,
ábrese al fin la mampara
y entra el de Borbón soberbio  100
   Con el semblante de azufre,
y con los ojos de fuego,
bramando de ira y de rabia
que enfrena mal el respeto;
   y con balbuciente lengua  105
y con mal borrado ceño
acusa al de Benavente
un desagravio pidiendo.

*  *  *

   Del español condestable
latió con orgullo el pecho,  110
ufano de la entereza
de su esclarecido deudo.
   Y aunque advertido procura
disimular cual discreto,
a su noble rostro asoman  115
la aprobación y el contento.
   El emperador un punto
quedó indeciso y suspenso
sin saber qué responderle
al francés, de enojo ciego.  120
   Y aunque en su interior se goza
con el proceder violento
del conde de Benavente,
de altas esperanzas lleno
   por tener tales vasallos,  125
de noble lealtad modelos
y con los que el ancho mundo
será a sus glorias estrecho;
   mucho al de Borbón le debe
y es fuerza satisfacerlo;  130
le ofrece para calmarlo
un desagravio completo,
   Y llamando a un gentilhombre,
con el semblante severo
manda que el de Benavente  135
venga a su presencia presto.


Romance Tercero

   Sostenido por sus pajes
desciende de su litera
el conde de Benavente,
del alcázar a la puerta.  140
   Era un viejo respetable,
cuerpo enjuto, cara seca,
con dos ojos como chispas,
cargados de largas cejas,
   y con semblante muy noble,  145
mas de gravedad tan seria,
que veneración de lejos
y miedo causa de cerca.
   Eran su traje unas calzas
de púrpura de Valencia  150
y de recamado ante
un coleto a la leonesa.
   De fino lienzo gallego
los puños y la gorguera,
unos y otra guarnecidos  155
con randas barcelonesas.
   Un birretón de velludo
con su cintillo de perlas,
y el gabán de paño verde
con alamares de seda.  160
   Tan sólo de Calatrava
la insignia española lleva,
que el Toisón ha despreciado
por ser orden extranjera.

*  *  *

   Con paso tardo, aunque firme,  165
sube por las escaleras,
y al verle, las alabardas
un golpe dan en la tierra.
   Golpe de honor y de aviso
de que en el alcázar entra  170
un grande, a quien se le debe
todo honor y reverencia.
   Al llegar a la antesala,
los pajes que están en ella
con respeto le saludan  175
abriendo las anchas puertas.
   Con grave paso entra el conde
sin que otro aviso preceda,
salones atravesando
hasta la cámara regia.  180

*  *  *

   Pensativo está el monarca,
discurriendo cómo pueda
componer aquel disturbio
sin hacer a nadie ofensa.
   Mucho al de Borbón le debe,  185
aún mucho más de él espera,
y al de Benavente mucho
considerar le interesa.
   Dilación no admite el caso,
no hay quien dar consejo pueda,  190
y Villalar y Pavía
a un tiempo se le recuerdan.
   En el sillón asentado
y el codo sobre la mesa,
al personaje recibe  195
que, comedido, se acerca.

*  *  *

   Grave el conde lo saluda
con una rodilla en tierra,
mas como Grande del reino
sin descubrir la cabeza.  200
   El emperador, benigno,
que alze del suelo le ordena,
y la plática difícil
con sagacidad empieza.
   Y entre severo y afable,  205
al cabo le manifiesta
que es el que a Borbón aloje
voluntad suya resuelta.
   Con respeto muy profundo,
pero con la voz entera,  210
respóndele Benavente
destocando la cabeza:
   «Soy, señor, vuestro vasallo;
vos sois mi rey en la Tierra,
a vos ordenar os cumple  215
de mi vida y de mi hacienda.
   »Vuestro soy, vuestra mi casa,
de mí disponed y de ella,
pero no toquéis mi honra
y respetad mi conciencia.  220
   »Mi casa Borbón ocupe
puesto que es voluntad vuestra,
contamine sus paredes,
sus blasones envilezca;
   »que a mí me sobra en Toledo  225
donde vivir, sin que tenga
que rozarme con traidores
cuyo solo aliento infesta,
   »y en cuanto él deje mi casa,
antes de tornar yo a ella,  230
purificaré con fuego
sus paredes y sus puertas.»

*  *  *

   Dijo el conde, la real mano
besó, cubrió su cabeza,
y retiróse, bajando  235
a do estaba su litera.
   Y a casa de un su pariente
mandó que le condujeran,
abandonando la suya
con cuanto dentro se encierra.  240
   Quedó absorto Carlos Quinto
de ver tan noble firmeza,
estimando la de España
mas que la imperial diadema.


Romance Cuarto

   Muy pocos días el duque  245
hizo mansión en Toledo,
del noble conde ocupando
los honrados aposentos.
   Y la noche en que el palacio
dejó vacío, partiendo  250
con su séquito y sus pajes
orgulloso y satisfecho,
   turbó la apacible luna
un vapor blanco y espeso,
que de las altas techumbres  255
se iba elevando y creciendo:
   A poco rato tornóse
en humo confuso y denso,
que en nubarrones oscuros
ofuscaba el claro cielo;  260
   después en ardientes chispas
y en un resplandor horrendo
que iluminaba los valles,
dando en el Tajo reflejos;
   y al fin su furor mostrando  265
en embravecido incendio,
que devoraba altas torres
y derrumbaba altos techos.

*  *  *

   Resonaron las campanas,
conmovióse todo el pueblo,  270
de Benavente el palacio
presa de las llamas viendo.
   El emperador, confuso,
corre a procurar remedio,
en atajar tanto daño  275
mostrando tenaz empeño.
   En vano todo; tragóse
tantas riquezas el fuego,
a la lealtad castellana
levantando un monumento.  280
   Aun hoy unos viejos muros
del humo y las llamas negros,
recuerdan acción tan grande
en la famosa Toledo.



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