El príncipe Arsenio,
hermano |
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del Rey mi padre, y mi
tío, |
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compañero en sus
victorias, |
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fue de las armas caudillo. |
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Murió glorioso,
quedando, |
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porque no tuvo más
hijos, |
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mi prima Astrea heredera |
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de sus glorias y su
brío. |
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Viendo mi padre la deuda |
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de la sangre, y los servirlos |
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que en dilatar sus estados |
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debió a hermano tan
amigo, |
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por cumplir la
obligación |
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de su hermano y de sí
mismo, |
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resolvió hacerla mi
esposa |
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a costa de mi martirio; |
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no porque este casamiento |
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fuese contra mi
albedrío, |
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porque yo la miré
siempre |
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sin adversión ni
cariño; |
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ni porque a mis ojos nunca |
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tuviese en talle o estilo |
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desproporción la
hermosura |
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o desaires el aliño. |
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Ni sin amor la miraba, |
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ni con él, que siempre ha
habido |
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en dos que se crían
juntos, |
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un linaje de cariño |
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que, aunque es amar, no es
querer; |
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que en el querer es preciso |
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que haya deseo, y amores |
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sin deseo hay infinitos. |
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Y este amor, que en el querer |
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se hace del otro distinto, |
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es hijo de admiración; |
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porque cuantos han querido, |
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es porque un sugeto vieron |
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donde hallaron, por destino, |
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una proporción igual |
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a su genio y sus sentidos, |
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que nunca vieron en otro, |
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y esta admiración los
hizo |
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entregar la voluntad; |
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mas dos que siempre se han
visto, |
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como incapaces están |
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de esta admiración que
digo, |
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aunque se aman, no se quieren; |
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que es efecto muy distinto |
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el quererse con deseo |
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o el amarse con cariño. |
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Yo, pues, con mi prima Astrea |
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en un estado indeciso, |
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ni de amar ni aborrecer, |
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bailé siempre mi
albedrío, |
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basta que un día a mi
mano |
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acaso un retrato vino, |
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que guardó por su
hermosura |
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curioso un criado mío. |
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Hallóle entre los
despojos |
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de una batalla perdido, |
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de dueño ignorado,
siendo |
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también ignorado él
mismo. |
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Puso el pincel a mis ojos |
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un rostro tan peregrino, |
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que aunque cabe en mi memoria, |
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no cabe en los labios
míos. |
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Desde que vi este retrato, |
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aquel agrado indeciso |
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que tenía con mi prima |
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se trocó todo en
desvío; |
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porque, como la miraba |
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como a estorbo de mi alivio, |
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luego mi temor la puso |
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la máscara de enemigo. |
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De secreto mi cuidado |
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varias diligencias hizo, |
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remitiendo a varias partes |
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la copia de este prodigio, |
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por si acaso de su
dueño |
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los ojos o los oídos |
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de los que andan varias
tierras |
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me pudiesen dar indicio; |
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mas todas fueron en vano, |
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y yo más inadvertido, |
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que a un sol de sombras
cubierto |
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nadie pudo haberle visto, |
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con quitarme la esperanza, |
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llegué a perder el
sentido. |
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Cuanto perdí en la
razón, |
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creció mi amor en
delirio: |
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que es el amor como el
árbol |
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a quien quitan lo florido, |
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y cortándole las ramas, |
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fortalecen su principio. |
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Tomaba el retrato a solas, |
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y hablando con él sin
juicio, |
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del no responderme ingrato |
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le argüía en el
delito. |
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«Ojos hermosos,
decía |
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para matarme tan vivos, |
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¿cómo no veis lo que
lloro, |
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si estáis mirando los
míos? |
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Si mi fineza os merece |
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piedad, ¿por qué
estáis esquivos? |
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Si no veis, ¿por qué
miráis? |
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Si miráis,
¿cómo sois tibios? |
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Háblame, hermoso
milagro, |
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que aunque sin alma te miro, |
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la queme has quitado a
mí |
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puede servir este oficio. |
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Con la vida que me quitas, |
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ni tú vives ni yo vivo. |
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Si mi vida no aprovechas, |
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¿para qué has hecho
el delito? |
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Pero si yo te la he dado, |
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culparte es ciego delirio, |
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que no es en ti tiranía |
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lo que es en mi sacrificio; |
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mas si te la di agradece, |
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y si te falta el sentido, |
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háblame con este
aliento |
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que te estoy dando en
suspiros; |
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y si no puedes, ¿qué
espero? |
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¿Qué bien en ti
solicito, |
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si eres capaz de mi
daño, |
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e incapaz del beneficio? |
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Pero el dolor de no hablarme |
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me envuelves en un alivio, |
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que aunque favor no me has
hecho, |
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tampoco me has
ofendido.» |
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Lo ignorado de mi mal |
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despertó sus incentivos |
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en el amor de mi padre, |
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más temor de mi peligro |
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y no hallando en mi dolencia |
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más señas ni
más indicios |
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que de una melancolía |
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interpuesta en parasismos, |
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vieron que el mejor remedio |
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era que el tiempo remiso |
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hiciese en mi mal la cura, |
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que suele hacer el olvido. |
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A un tiempo se suspendieron |
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mis bodas y mi peligro, |
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con que cesó la
violencia, |
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pero no el incendio
mío. |
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A este tiempo quiso el cielo, |
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o mi ventura lo quiso, |
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que lograse el Rey mi padre |
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el acierto de elegiros; |
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y hasta llegar a su corte, |
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para tan largo camino, |
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el veniros a servir |
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fió del cuidado
mío. |
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Viendome yo en esta dicha, |
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y habiéndome ya
traído |
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vuestra fama la noticia |
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del discurso peregrino |
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que os ilustra, les di luego |
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albricias a mis sentidos; |
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porque luego me ofreció |
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mi misma pena el arbitrio |
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de daros yo parte de ella, |
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pues vos podéis ser mi
alivio. |
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Mi dolor, Señora, es
verme |
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que estando como os he dicho, |
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me manden dar a otro
dueño |
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lo que no tengo por
mío; |
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el alivio que yo espero |
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de vuestro ingenio divino, |
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es dilatarme esta muerte, |
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que, aun temida, no resisto. |
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Vuestros prudentes halagos, |
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vuestros discretos
cariños |
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podrán solo con mi
padre |
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revocarme este peligro. |
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Suspéndase mi desdicha, |
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hasta que el cruel destino |
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se temple en la tiranía |
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de su violencia conmigo, |
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o halle yo el dueño que
adoro, |
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o se enmiende mi delirio |
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o se acabe la esperanza, |
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o me remedie el olvido, |
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o mi ceguedad conozca; |
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y a no tener otro alivio, |
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o muera yo de infeliz, |
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que es el remedio más
fijo. |
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