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ArribaAbajoCapítulo IV

Preparación al Apostolado


Sumario

§ I. DIEZ Y OCHO AÑOS DE VIDA OSCURA EN NAZARETH.

1. Vida oculta de Jesucristo. Fecundidad divina de esta inacción aparente. -2. Sucesión de los gobernadores romanos en Jerusalén. Muerte de Augusto. El emperador Tiberio. Anás y Caifás. Poncio Pilatos. -3. Muerte de San Josef.

§ II. PREDICACIÓN DE SAN JUAN BAUTISTA.

4. El Precursor. -5. Autenticidad del relato Evangélico. Syncronismo -6. Discursos de San Juan Bautista. -7. Diputación de los Fariseos de Jerusalén a San Juan Bautista. Recibe Jesús el bautismo en las aguas del Jordán. -8. Testimonios de la historia profana relativos a San Juan Bautista.

§ III. AYUNO Y TENTACIÓN.

9. Relato evangélico de la Tentación de Jesucristo en el desierto. -10. Ayuno de Jesucristo -11. Pretendida rehabilitación de Satanás por el racionalismo moderno. -12. Verdadero carácter de la Tentación de Jesús. El hombre no vive solamente de pan. -13. Paralelismo de la Tentación de Jesucristo con la del Edén.

§ IV. PRIMERA VOCACIÓN DE LOS APÓSTOLES.

14. Andrés, Juan, hijos de Zebedeo, y Simón, hijo de Jonás, ven por vez primera a Jesucristo. -15. Los pescadores, Apóstoles futuros. -16. Felipe y Nathanael. -17. Caracteres milagrosos de la vocación de Nathanael.

§ V. LAS BODAS DE CANÁ.

18. Narración evangélica de las bodas de Caná. -19. Intervención de María en la primer manifestación de la divinidad de Jesús. -20. El Architriclinio. -21. Carácter patente del milagro de Caná. -22. Sentido divino del milagro.


ArribaAbajo§ I. Diez y ocho años de vida oscura en Nazareth

1. Desde el incidente del viaje a Jerusalén hasta la manifestación de Jesucristo, trascurren diez y ocho años de silencio y de vida en la oscuridad de Nazareth. Una palabra resume toda la obra divina durante este intervalo. «Estaba sumiso a ellos». Esta inacción parece larga a nuestra humana impaciencia. Y sin embargo, bastarán tres años de vida pública al Verbo encarnado para fundar   —228→   el edificio inmortal de la Iglesia, para arrancar el mando a la tiranía de Satanás y renovar la faz de la tierra. Mas pasará diez y ocho años enseñándonos, con su ejemplo, la práctica y el amor a la humanidad y a la sumisión. Si pues, concentrados en nosotros mismos y sondeando el abismo de nuestras miserias, queremos reflexionar en la grandeza de semejante obra, comprenderemos en breve, que no hay actividad alguna, comparada con esta inacción aparente, que pueda ser más fecunda. La oscuridad de Nazareth parece ser el prolongamiento, de la humillación del pesebre; la sumisión en la morada del carpintero es el comentario en acción del cántico de los Ángeles: «¡Gloria a Dios en las alturas del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!» Al descender el Verbo al mundo, no vino a cambiar las condiciones fundamentales de existencia de la humanidad decaída. No vino a suprimir el padecimiento, el trabajo, las relaciones jerárquicas de dependencia y de superioridad, de riqueza y de indigencia, de poder y de subordinación: vino a abrazarlas en su persona para divinizarlas. Así, pues, se emplean diez y ocho años de la vida de Jesús, que será por siempre el modelo de toda vida, en enseñarnos estas grandes cosas. El Verbo enseña al mundo, esclavo de todas las pasiones, la pasión divina del padecimiento, del trabajo oscuro, de la sumisión, en un corazón perfecto. Desciende la paz al taller, al fondo de los ergastulos, a los calabozos, a las minas, donde quiera que trabaje y padezca generosamente una alma arrepentida, uniendo sus dolores a los del Hombre-Dios. En estos diez y ocho años, crea Jesús el trabajo cristiano. «La obra del Padre celestial» llama a los más oscuros artesanos, solicita los trabajos más humildes, eleva, engrandece, diviniza todo cuanto existe miserable y desdeñado por el orgullo humano. Así es como podemos comprender la respuesta que dio a María Jesús, sentado entre los doctores, y la admirable condescendencia con que les estaba sometido.

2. Entre tanto se desarrollaban, siguiendo el curso ordinario de las cosas humanas, alrededor de la soledad de Nazareth, los acontecimientos que atraen las miradas de la política vulgar y fijan la atención de los mortales. Sucedíanse en Jerusalén los gobernadores romanos según la voluntad imperial. Coponio fue el primero, después del empadronamiento definitivo de Quirinio, que llevó este título oficial. Habíase apaciguado prontamente la resistencia provocada por   —229→   Judas el Galonita, sin que comprometiera la seguridad general ningún accidente sensible. Sin embargo, debemos citar aquí un rasgo característico del odio inveterado de los Samaritanos contra el Templo de Jerusalén. En la Pascua que siguió a la de la narración evangélica, se introdujeron secretamente algunos samaritanos, con la multitud de peregrinos, en los pórticos, sagrados, que se acostumbraba abrir a media noche, para la solemnidad de los Azymos. Estos extranjeros sembraron, a favor de la oscuridad, las galerías de huesos de cadáveres, logrando también arrojarlos en el interior del Templo. Según las prescripciones mosaicas, era este acto una profanación que producía la impureza, legal. El historiador Josefo, en trasmitirnos este pormenor, confirma así, anticipadamente la verdad del texto evangélico, que en breve nos mostrará, viva y obstinada, la antipatía de los Judíos y de los Samaritanos. Coponio fue reemplazado al año siguiente por Ambibuco, bajo cuyo gobierno murió la hermana de Herodes, el Idumeo, la intrigante Salomé. Acababa Augusto de asociar al imperio a su hijo adoptivo Tiberio398, (año 16 de la edad de J. C., 12 de la E. V.); el mundo romano iba a inclinarse bajo el despotismo caprichoso y sangriento de un monstruo. Tres años después, era nombrado Anio Rufo gobernador de Judea, y en breve murió el mismo Augusto a la edad de setenta y cinco años (año 18 de la edad de J. C., 14 de la E. V). Enviose a Jerusalén un nuevo gobernador escogido por Tiberio, que fue Valerio Grato, el cual notició a los Judíos el feliz advenimiento de un tirano al trono del mundo, y el tetrarca de Galilea, Herodes Antipas, se apresuró a dar a la antigua Sephoris, que acababa de reedificar el nombre glorioso de Tiberíades. El lago de Genesareth, a las orillas del cual se elevaba la ciudad, tomó también el sobrenombre impuesto a la misma por una adulación servil. El tetrarca de Iturea, Filipo, no menos celoso de merecer las gracias imperiales, dedicó también en honor de Tiberio César, la ciudad de Paneas que acababa de reedificar en el nacimiento del Jordán, dándola por nombre Cesarea de Filipo. De esta suerte invadía la historia romana la Judea, y sólo la necedad de un racionalista podía formular esta aserción extraña: «Jesús no tuvo idea alguna exacta del poder romano399»;   —230→   pues toda la Palestina llevaba en tiempo de Nuestro Señor la librea de Tiberio. Uno de los primeros actos de Valerio Grato en Jerusalén, fue despojar al pontífice Anás de la dignidad de sacrificador, para investir con ella a un sacerdote oscuro, Ismael, hijo de Fabi. Algunos meses después, era sumergido en el olvido este Ismael, por la misma mano que acababa de sacarle de él. Eleazar, hijo del gran sacerdote Anás, se revestía con las sagradas insignias de Aarón, volviendo a entregarlas al año siguiente a Simón, hijo de Kamith. Josefo consigna todos estos cambios, sin acompañarlos de una sola razón como historiador, ni de una sola queja como judío. El motivo era sin duda la avaricia de los gobernadores, que ponían a pública subhasta esta sagrada dignidad. Además, hubiera sido inútil la queja, porque si bien era el Pontificado Supremo, en su institución, un cargo hereditario ¿tenían ya los Judíos el poder de revindicar uno solo de sus privilegios? Valerio Grato ejerció por once años, bajo el nombre de Tiberio, su autoridad despótica en Jerusalén. Cuando recobró la gracia del Emperador, quiso beneficiarse otra vez con la venta del Pontificado Supremo, y lo confirió a Caifás, yerno del ex-gran sacerdote Anás. El sucesor de Grato fue Poncio Pilatos (año 30 de la edad de J. C. 26 de la E. V).

3. Así trae la historia profana al teatro de la Judea los futuros culpables de un deicidio. En esta época San Josef, el virginal esposo de María, el padre putativo de Jesús, el humilde carpintero de Nazareth, había terminado su vida mortal. A la manera que el patriarca, cuyo nombre llevaba, había distribuido el pan al verdadero Israel400, al Niño de Belén, bastante fuerte para luchar, en nombre de la humanidad decaída, contra la justicia de Dios. Habíale visto el Egipto, como en otro tiempo a su antepasado, prestar el apoyo de su brazo al verdadero rey del mundo. En tiempos pasados murió el hijo de Jacob en tierra extranjera; San Josef muere lo mismo en el umbral de la historia evangélica, antes que se consumara la redención del mundo. Al dejar Moisés el Egipto, a la cabeza de los Hebreos que habían recobrado la libertad, se llevó piadosamente los despojos del antiguo ministro de Faraón, que depositó Jossué en el suelo de la Tierra Prometida. Así Jesucristo, vencedor de la muerte, introdujo en el reino de su Padre celestial el alma santa y   —231→   amadísima de aquel que fue su padre adoptivo en la tierra, y el virreinato que ejerció el hijo de Jacob en Egipto, lo ejercerá San Josef en los cielos, al lado del trono de María, participando en proporción relativa de la omnipotencia suplicante de la Santísima Virgen. San Josef es el lazo que une al mundo patriarcal y al Antiguo Testamento con el mundo cristiano y el Testamento Nuevo. Sin decirnos el Evangelio la época exacta de su muerte, nos indica suficientemente que precedió a los años de la vida pública del Salvador. Si se quiere una prueba decisiva de ello, la encontraremos en las mismas palabras de los Judíos, que enumeran toda la parentela de Jesús: «Tenemos, dicen, entre nosotros, su madre, sus hermanos sus hermanas». Y no hay duda que si hubiera vivido aun San Josef en aquella época, no hubiera sido omitido en esta enumeración, y no se hubieran limitado a recordar sólo su memoria. Admirados los Judíos de las maravillas del Hombre-Dios, manifiestan toda su sorpresa al verlas verificadas por aquel a quien llaman «el hijo del carpintero Josef». ¡Glorioso sobrenombre del esposo de la Virgen María! Josef fue en efecto el artesano, hasta cierto punto de la salvación del mundo, pues cooperó con admirable docilidad a la obra de la Redención. El Padre celestial le trasmitía sus órdenes por la voz de los Angeles, y el humilde carpintero, sucesor en tiempo de Herodes, de los derechos desconocidos de David, tuvo la gloria de representar al Padre en la terrestre trinidad de la Sacra Familia. Cuando murió en brazos de Jesús y de su Madre, y se reunió a sus abuelos, terminaba el período de oscuridad y de silencio del Verbo encarnado. Habíase cumplido la obra de Josef, quien había guardado fielmente los dos depósitos confiados a su vigilante ternura: la infancia del Hijo de Dios y la virginidad de María401. Iba a comenzar la obra publica de Jesucristo, y ya el precursor Juan Bautista, nuevo Ellas, preparaba el camino al Redentor del mundo.




ArribaAbajo§ II. Predicación de San Juan Bautista

4. «En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, dice San Lucas, siendo gobernador de la Judea Poncio Pilatos y tetrarca de Galilea, Herodes, y tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconitis, Filipo, su hermano, y tetrarca de Abilina Lisanias: bajo   —232→   los Sumos Pontífices Anás y Caifás, hizo el Señor oír su palabra eu el desierto a Juan, hijo de Zacarías; el cual fue por toda la comarca del Jordán, predicando el bautismo de la penitencia para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de las profecías de Isaías: «Se oirá la voz de uno que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas. Y todos los valles serán terraplenados, y todos los montes y collados serán allanados, y así los caminos torcidos se harán rectos, y los escabrosos serán igualados, y todos los hombres verán al Salvador que Dios envía402». Éste es, dice San Marcos, el principio del Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios. Conforme a lo que se halla escrito en el libro de Isaías; he aquí, yo envió a mi Ángel ante tu presencia, el cual irá delante de ti preparándote el camino. Este precursor fue Juan que bautizaba en el desierto, predicando el bautismo de la penitencia para la remisión de los pecados. Y acudía a él todo el país de Judea y todas las gentes de Jerusalén, y recibían de él el bautismo en el Jordán, confesando sus pecados. Y este mismo iba vestido con un saco de pelos de camello, y traía un ceñidor de cuero a la cintura, sustentándose de langostas y miel silvestre». Y predicaba diciendo: «Va a venir uno más poderoso que yo, y a quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos: yo os bautizo en el agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo403». Igual lenguaje usan los otros dos Evangelistas. La era de la Redención del mundo se abre con la imponente figura de Juan Bautista.

5. La fecha se halla marcada solemnemente: los pormenores se diferencian de todos los incidentes de una historia vulgar. Jamás se produjo un hecho análogo anteriormente ni después. Es, pues, imposible que sea inventado. ¡Búsquese fuera de la Judea un escritor que imagino un personaje legendario que se mantenga con langostas! ¿Qué no han dicho los incrédulos del siglo XVIII sobre esta clase de alimento, inaudito en nuestras costumbres y en nuestros climas septentrionales? Y sin embargo hoy nos hacen sonreír la observación y el estudio de las inepcias volterianas sobre este punto, puesto que se llevan actualmente estas langostas a los mercados árabes, cociéndolas como los cangrejos, o asándolas simplemente al fuego. Algunas tienen doce a quince centímetros de largo. Cuando   —233→   descienden a bandadas a los campos, con el rocío de la mañana, es fácil hacer gran caza de ellas. Los historiadores profanos nos hablan de poblaciones acridófagas404. Moisés distingue en el Levítico cuatro especies de insectos: el atelabe, el atacio, el ofiomaco y la langosta propiamente dicha, cuyo uso como alimento permite a la nación judía405. Cuanto más se alejan estas particularidades de nuestras costumbres, más testifican la autenticidad del Evangelio. Las indicaciones cronológicas de San Lucas tienen el mismo carácter. Compréndese, después de lo que hemos dicho más arriba sobre las perpetuas vicisitudes del Soberano Pontífice en Jerusalén, que era preciso estar profundamente versado en la historia judaica para consignar tan rotundamente los nombres de Anás y Caifás, como príncipes de los sacerdotes, en la época de la predicación de Juan Bautista. La simultaneidad de los dos Pontífices era contraria a la legislación de Moisés, lo cual hubiera llamado la atención de un autor póstumo, haciéndole guardarse bien de incurrir en este error aparente. Pero San Lucas sabía que Caifás, investido recientemente con la gran dignidad de sacrificador, era yerno del ex-gran sacerdote Anás, que la había ejercido también por más de quince años. Anás, que era por su crédito y riqueza uno de los personajes más notables de la Judea, consiguió por su influencia con los gobernadores romanos, hacer que pasara sucesivamente esta dignidad a su hijo Eleazar y a su yerno Caifás. Era, pues, realmente el jefe del sacerdocio, cuyo poder nominal tenía Caifás. Y esto es lo que sabía el Evangelista y lo que nota con admirable precisión406. Hállase también inscrito en su fecha oficial el nombre del gobernador romano Poncio Pilatos. La emoción general causada en toda la Palestina por la predicación de San Juan Bautista, la afluencia de la muchedumbre que va a buscar al Precursor al desierto, fueron preparadas por un acto irreflexivo del nuevo representante de Tiberio. Aun antes de llegar a Jerusalén, envió Poncio Pilatos a la Ciudad Santa las águilas de sus legiones y los estandartes que llevaban la efigie del emperador, con orden de enarbolarlos sobre el palacio Antonia. Esto era   —234→   herir el sentimiento nacional que habían respetado hasta entonces sus predecesores. Ninguno de ellos había cometido este acto que consideraban como impío todos los Hebreos, pues no debía ser expuesta en la ciudad de Jehovah la imagen de un hombre, aunque fuera el Señor del mundo. El águila romana fijada por Herodes en los pórticos del Templo, suscitó una sedición. A vista de estos emblemas de idolatría, creyó el pueblo que se aproximaba el fin de los tiempos y que había entrado en el Templo la abominación de la desolación. Saliendo la multitud en masa de Jerusalén, fue a encontrar a Pilatos a Cesárea. Arrodillada durante seis días en el hipódromo; ante el tribunal del gobernador, suplicole que retirase la orden dada anteriormente. En vano la amenazó Pilatos con la espada de sus legiones; cada judío se tenía por feliz en morir por la ley de Moisés, antes que sufrir semejante profanación. El romano tuvo que ceder a sus instancias, y fueron quitadas las imágenes.

6. Conmovida la muchedumbre con la súbita aparición de Juan Bautista, en tales circunstancias, esperando que iba a aparecer el Mesías, el Libertador, se precipitaban a las orillas del Jordán. «Haced penitencia, les decía, porque está próximo el reino de los cielos». Otras veces, airándose contra los crímenes y los desórdenes de los Judíos, tomaba el tono amenazador de los antiguos profetas: «Razas de víboras, decía, ¿quién os ha enseñado que así podréis huir de la ira que os amenaza? Haced, pues, ahora frutos dignos de penitencia, y no repitáis con ciega confianza: Tenemos por padre a Abraham; porque os digo, Dios es poderoso para hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham. Porque ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; y así, todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego. -Y el pueblo le preguntaba: ¿Qué debemos, pues, hacer?-Y él les respondía, diciendo: El que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene ninguna, y el que tiene pan, pártalo con sus hermanos indigentes. -Y vinieron asimismo publicanos a ser bautizados, y le dijeron: Maestro ¿nosotros qué debemos hacer para salvarnos?- Y él les dijo: No cobréis más de lo que os está ordenado. -Y los soldados también le preguntaban: Y nosotros ¿qué debemos hacer? Y les dijo. No tratéis mal a nadie, ni le calumnies, y contentaos con vuestra sueldada. -Y como el pueblo estuviese suspenso y pensasen todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, dijo Juan a todos: Yo a la verdad os bautizo con   —235→   agua, pero vendrá otro más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos: éste os bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego de la caridad. Tiene en la mano su bieldo y limpiará su era, y juntará el trigo en su granero, mas la paja la quemará en un fuego que nunca se apaga. Otras muchas cosas decía Juan al pueblo cuando en sus exhortaciones lo anunciaba la palabra de Dios407». Así habla San Lucas. A la hora en que resonaba en las orillas del Jordán esta elocuencia divina, recordando el estilo de los Profetas, decía Pilatos tal vez entre sí, que Cicerón había dado algunos años antes al arte oratoria su última fórmula. El cortesano de Tiberio no podía menos de deplorar la ceguedad de estas colonias bárbaras que iban al desierto a oír la voz de un orador vestido de pelos de camello, debiendo redoblarse la admiración del romano, cuando oía hablar de la muchedumbre que confesaba sus pecados: Confitentes peccata sua408, y que recibía el bautismo de la penitencia en las aguas del Jordán: Baptizabantur ab illo in Jordanis flumine409. La Roma de Tiberio cometía toda clase de crímenes, pero no los confesaba; contraía toda clase de manchas, pero se cuidaba poco de lavarlas en las aguas de la penitencia. Quién se equivocaba ¿el desden irónico de Pilatos o la fe de los Hebreos? No era nueva la confesión y el bautismo entre los Judíos, puesto que en la fiesta solemne de las expiaciones, hacía el Gran Sacerdote en nombre de Israel, confesión general de todos los pecados del pueblo, y que todos los días recibían los sacerdotes en el Templo, en nombre del Señor, la confesión de las culpas particulares, y ofrecían por el culpable un sacrificio a Jehovah. Toda clase de impurezas ilegales se purificaban por las abluciones ceremoniales, bautismo permanente que entrañaba en cada pormenor de la vida hebraica. Cuando fueron al Sinaí los hijos de Jacob, huyendo de la tiranía de Faraón, a recibir la ley divina «habían sido bautizados antes, dice San Pablo, en la nube luminosa y en las aguas del Mar Rojo410». Así fueron purificados del contacto de los Egipcios, poniendo después la ley del bautismo o de la ablución, una barrera entre ellos y las naciones extranjeras. He aquí por qué había aceptado toda la Judea la confesión de los pecados y el bautismo de penitencia, predicados por San Juan, como la viva expresión y la esencia misma de la ley judaica. Pilatos podía   —236→   burlarse de esto, puesto que en nuestros días hemos oído a un literato comparar a Juan Bautista «con un Yogui de la India, muy semejante a los Gurus del Bramismo», y bien valía el escepticismo del Romano la pedantería del retórico moderno, pues tan inteligentes son el uno como el otro. Pero los hijos de Abraham, los herederos de las promesas eternas habituados a la voz de los Profetas, abrumados por la dominación del cesarismo y por las desgracias del tiempo, ansiosos de ver realizarse las esperanzas nacionales, en la época precisa que les estaba señalada hacía dos mil años, los Judíos, en fin, no podían engañarse. Había llegado la hora de la liberación, en que Cristo debía aparecer, y todos creyeron que Juan era Cristo.

7. «Enviaron, pues, de Jerusalén, continúa el texto sagrado, sacerdotes y levitas que le preguntasen: «¿Quién eres tú? Juan, sin vacilación ni subterfugio alguno, contestó: No soy yo el Cristo. Preguntáronle. ¿Pues qué, eres Elías? Respondió: No lo soy: ¿Eres el Profeta? Y respondió: No. Dijéronle ellos: ¿Pues quién eres, para llevar la respuesta a los que nos enviaron? ¿Qué dices de ti mismo? Yo soy, dijo, la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como lo tiene dicho el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran fariseos411. Y lo preguntaron de nuevo. Pues ¿por qué bautizas, sino eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Respondioles Juan diciendo: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Ése es el que ha de venir después de mí, el cual ha sido preferido a mí, y a quien yo no soy digno de desatar la correa de su zapato. -Estas cosas pasaron en Bethania412 del otro lado del Jordán, donde bautizaba Juan413. No era, pues, posible dudar que Juan no era el Cristo, sino que le precedía, como precede la escolta encargada de abrir el camino al paso del soberano. «Entonces Jesús vino de Galilea al Jordán para ser bautizado por Juan. Éste le vio venir y dijo: He aquí el cordero de Dios;   —237→   ¡he aquí el que borra los pecados de mundo! Éste es aquel de quien yo hablaba al decir: Un varón vendrá después de mí y que es antes que yo. No le conocía personalmente, pero yo he venido a bautizar en el agua del Jordán para manifestarle a los ojos de Israel». -Y Jesús pidió el bautismo, y Juan le dijo: «¡Yo debo ser bautizado por ti; y tú vienes a mí! Y respondiendo Jesús, le dijo: Deja por ahora, porque así es como conviene, que nosotros cumplamos toda justicia». -Entonces Juan condescendió, y bautizó a Jesús en el Jordán. Y después que Jesús fue, bautizado, inmediatamente salió del agua, y se puso a orar, y he aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender en forma de paloma y posar sobre él. Y oyose una voz del cielo que decía: «Éste es mi hijo querido, en quien yo he puesto todas mis complacencias414». Juan por su parte decía a la multitud. «Aquel que me ha enviado a bautizar con el agua, me ha dicho: Aquel sobre quien vieres descender y reposar al Espíritu en figura de paloma, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Le he visto actualmente, y por eso doy testimonio de que él es el Hijo de Dios. Y entonces entraba Jesús en la edad de treinta años y pasaba por ser el hijo de Josef415».

8. El testimonio de Juan Bautista convirtió el universo. El César romano murió en Caprea ¿quién piensa ya en la divinidad efímera de este monstruo, cuya imagen quería colocar Pilatos en el recinto del Templo de Jehovah? Y por el contrario, ¿qué región por remota que sea no ve en este momento prosternarse adoradores ante la imagen de Jesucristo? Es verdaderamente el Hijo de Dios que proclamó Juan Bautista, y a quien adoramos. ¡En verdad el racionalismo moderno es digno de lástima al hablarnos de un yogui de la India y de un guru del Bramismo! Siéntale bien disfrazar esta sublime historia evangélica y hablarnos «de los dos jóvenes maestros que luchan ante el público en recíprocas deferencias416». Este análisis del texto sagrado es tan fiel como la traducción del griego de San Papías. ¿Qué diremos también de la adición unida ingeniosamente al relato, con la que se pretende que Jesús «fue bautista a su vez, y vio también preferido su bautismo?» En breve daremos íntegro lo que sigue del Evangelio, y en que no se encuentra   —238→   una sola palabra que justifique esta irrisoria invención. Opongamos a estas fantasías de la incredulidad, los testimonios de la historia. He aquí cómo habla Josefo de San Juan Bautista: «Fue un hombre eminente en santidad, que llamaba a los Judíos a la virtud, a la justicia, a la piedad hacia Dios, y que les mandaba reunirse para recibir el bautismo. El bautismo, decía, no es agradable a Dios sino cuando va acompañado del propósito de no pecar. Sólo puede ser saludable la purificación del cuerpo después de haber purificado el alma por medio de la justicia. Agrupábase a su lado un concurso inmenso, y la multitud estaba ansiosa de oírle417». El bautismo hace un gran papel en las tradiciones rabínicas. «Los justos y los hombres piadosos, dice el Zohar, se regocijaban con la solemnidad de la efusión del agua, porque era una figura del favor que concederá el Altísimo, cuando borre de la tierra la impureza de la serpiente418. El Korán da a Juan Bautista el nombre de el Profeta Santo419, y a la hora en que escribimos estas líneas, existe aun, en las cercanías de Bassora una secta llamada Mende-Jahia (discípulos de Juan) que adora al hijo de Zacarías, los cuales tienen un texto sagrado a que llaman Diván, y del que existe un ejemplar con el título de Codex Nazaraeorum en la Biblioteca romana de la Propaganda420. Así es como los sueños del racionalismo moderno caen, uno tras otro, ante los hechos reales de la historia.




ArribaAbajo§ III. Ayuno y tentación

9. «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto, para que fuese tentado por el diablo. Cuarenta días y cuarenta noches permaneció en la soledad, sin tomar ningún alimento, y después de este ayuno, tuvo hambre. Y acercándose a él el tentador, le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Y Jesús le respondió: Está escrito que el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra de Dios421. Entonces el diablo le llevó a Jerusalén y le puso sobre el pináculo del Templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque está escrito que Jehovah ha mandado a sus ángeles

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que tengan cuidado de guardarte, y que te lleven en sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra422. Y respondiendo Jesús, le dijo: Está escrito; no tentarás al Señor tu Dios423. Entonces el diablo lo condujo a un elevado monte y le puso a la vista en un instante424 todos los reinos del mundo con su magnificencia, y le dijo: Yo te daré todo este poder y la gloria de estos reinos, porque se me han dado a mí, y yo los doy a quien quiero: si tú quieres, pues, adorarme serán todos tuyos. Y respondiendo Jesús, le dijo: Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás425. Y en aquel instante el diablo se apartó de él, y acercándose los Ángeles a Jesús, le sirvieron426.

10. Un diálogo con Satanás abre la historia de la humanidad decaída, un diálogo con Satanás abre la historia de la humanidad redimida. Al salir de las aguas bautismales, a las que acababa Jesús de comunicar la gracia regeneradora, el Hombre-Dios halla en el desierto la viva imagen de la maldición que hirió al primer hombre, después que abandonó las fuentes de agua viva de la verdad y de la inocencia. En los primeros días de la creación, paseaba Adán su monarquía suprema, bajo las deliciosas arboledas del Edén, en medio de una naturaleza obediente y solícita por satisfacer sus menores deseos. En el desierto de la Cuarentena, que van a visitar todos los peregrinos, no lejos de Jericó, en la escabrosidad de estas áridas rocas, sólo encuentra Jesús animales salvajes que huyen del hombre que se aproxima: el orgullo y la concupiscencia habían seducido al primer hombre; el acto esencial de la humildad, la oración, la protesta más solemne contra todo género de concupiscencia, el ayuno, serán las dos grandes leyes de la rehabilitación. Cuarenta días de retiro en el monte Sinaí habían preparado a Moisés para su misión de legislador. Cuarenta años de privaciones y padecimientos en el desierto habían preludiado, para la nación santa, la conquista de la Tierra prometida. Cuarenta días de soledad en el monte Horeb, habían completado la santificación del profeta Elías. Nínive, a la voz de Jonás, había tenido sus cuarenta días de penitencia y de ayuno, bajo la ceniza y el cilicio. El racionalismo moderno rechaza todas estas enseñanzas de mortificación corporal.   —240→   ¿Cómo no ve que los hombres no inventan tales cosas? Cuando un literato intenta trazarse el ideal de un fundador de religión, no deja de pintarlo con los rasgos de «un joven maestro que se complace en asistir a las bodas, a los festines de los ricos, a las ovaciones populares, en una fiesta perpetua427». No procedió Mahoma de otro modo. Pero instituir el ayuno, y comenzar practicándolo; instituir el bautismo y comenzar recibiéndolo, son actos de un espíritu sacerdotal, cuya mezquindad deplora el racionalismo. Y no obstante, tales son los dos primeros actos de la vida pública de Jesucristo, como deben ser, hasta la consumación de los siglos, los de toda vida humana regenerada. El sensualismo ha perdido a la humanidad en la cuna; y sólo puede rehabilitarla renunciando a él. Contra los apetitos de los goces materiales, y la concupiscencia de la carne, origen de todas las tiranías sociales, de todas las rebeliones, de todas las agitaciones del mundo, trae el Salvador un remedio divino, pero que sólo producirá efecto con la condición de ser individual y aplicarse a cada hombre en particular, para su propia restauración. La mortificación llegará a ser el único medio de salvación para cada uno de los hijos de Adán redimidos por Jesucristo. Semejante programa, repito, es superior a las concepciones de todos los legisladores, de todos los filósofos, de todos los genios humanos. Su aparente sencillez supone realmente una fuerza divina. Reformar el mundo respetando el libre alvedrío del hombre y las leyes fundamentales de las sociedades humanas, es una obra imposible siempre a todas las teorías de los sabios. Sólo un Dios podía hacer amar la privación, abrazar el sufrimiento, y decir a la carne que tiene hambre y sed: ¡Serás dichosa ayunando, mortificándote, macerándote! ¡Cuán ciego es quien no ve que era un milagro divino la ley de la privación, en la época en que se producía en la sagrada persona del Salvador, en el monte de la Santa Cuarentena! Las rosas con que Horacio coronaba su frente en voluptuosos festines, eran recogidas por Ovidio y Tibulo. Roma era el pandemonium de todas las irracionalidades, todas las corrupciones de la carne. Gigantesca Gula (para tomar su lenguaje una palabra que el cristianismo ha matado) abríase desencajada, tragándose mil vidas, en beneficio de una sola, a cada dentellada. Sin que esto impidiera a los filósofos, como Séneca, escribir   —241→   con pluma de oro, magníficas sentencias sobre la divisa estoica: Sustine el abstine428. ¡Retóricos! ¿Cuál es, pues, la influencia de cualquier periodo en la reforma del género humano? Los discursos son allí impotentes, los preceptos estériles, las frases superfluas. Hace allí falta el poder creador, uniendo el ejemplo al precepto. He aquí por qué ayunó Jesucristo, el Verbo encarnado, cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, y he aquí por qué tiene el mundo cristiano, hace dos mil años, hambre y sed de mortificación, de ayunos y austeridades, hasta tal punto que, a pesar de vuestros sofismas, a pesar de vuestras excitaciones al deleite, al bienestar material, a los goces del sensualismo, no volverán a verse nunca en nuestra tierra los desenfrenos de la Roma pagana.

11. Los apetitos de la naturaleza degradada fueron vencidos por el ayuno de Jesucristo en el desierto. Así lo experimentará quien quiera ensayarlo en sí mismo, en nombre del Salvador, y precisamente esta experiencia, emprendida con valor y sostenida con perseverancia, es la que ha dotado con tal riqueza nuestro mundo con una legión de hombres nuevos, que permanecieron desconocidos de toda la antigüedad profana, y a quienes se llama Santos. Pero, este germen profundo de la concupiscencia, depositado en nuestro corazón con la vida, esta arma con que nos herimos nosotros mismos, está en manos de un enemigo. Desde el día en que engañó Satanás la credulidad de la mujer, y por ella, la ciega confianza de nuestro primer padre, no ha cesado y no cesará jamás de extender su imperio sobre los desgraciados hijos de Eva. Es curioso estudiar los esfuerzos del racionalismo actual para rehabilitar a Satanás. Parece que se oye la defensa de una causa de familia. «De todos los seres maldecidos en otro tiempo a quienes ha librado la tolerancia de nuestro siglo de su anatema, dicen, es sin contradicción Satanás el que más ha ganado con el progreso de las luces de la civilización universal. Hase dulcificado poco a poco en su largo viaje desde su caída hasta nosotros, y se ha despojado de toda su malignidad de Ahrimanes. La edad media que no entendía nada de tolerancia, le pintó a su gusto, feo, maligno, atormentado, y para colmo de desgracia, ridículo. Milton comprendió, en fin, a esta pobre criatura calumniada, y comenzó la metamorfosis   —242→   que debía terminar la elevada imparcialidad de nuestra época. Un siglo tan fecundo en rehabilitaciones de toda clase, no podía carecer de razones para excusar a un revolucionario desgraciado, a quien arroja la necesidad de obrar en empresas atrevidas. Podría alegarse para atenuar su falta una multitud de motivos respecto de los cuales no tendríamos derecho de ser severos429». ¿Salvará, la alegación de circunstancias atenuantes en favor de Satanás, al mundo, de su imperio? ¿Resonará menos su voz, aún dulcificada por la elocuencia de los sofistas, en las conciencias humanas? El «pobre calumniado» que se hizo adorar en el universo durante cuarenta siglos, que se hizo sacrificar víctimas humanas a millares, que devoró la inocencia, el pudor, la virtud de las generaciones, sin decir jamás: ¡Basta! «este revolucionario desgraciado» que se hizo padre de toda clase de revoluciones, instigador de todas las rebeliones, consejero de todo género de crímenes, artífice de toda clase de errores, seducciones y mentiras, ¿creéis que se halla muy lejos de vosotros? Guardad silencio y escuchad el grito de las pasiones, el rumor del orgullo que suena sordamente al oído del corazón, el rugido de la voluptuosidad, el estertor de la avaricia. Es el llamamiento de Satanás, al fondo de las almas, ayer, hoy, mañana, bajo todos los cielos, en todas las latitudes, en cada punto del espacio y del tiempo. La empresa de su rehabilitación, si pudiera conseguirse, equivaldría al aniquilamiento de la virtud en la humanidad. Felizmente sobrepuja esta obra al poder, no solamente de la literatura ligera, sino de los genios más fuertes. El Hijo de Dios venció a Satanás, y es verdaderamente notable que tenga el demonio, después del Evangelio, tantos enemigos como tenía adoradores en la antigüedad pagana. ¡Satanás no podría ofrecer hoy a nadie, como lo propuso al Salvador, la dominación universal del mundo ¡tanto ha debilitado su infernal energía la lucha que se atrevió a sostener contra el Verbo encarnado!

12. Y no obstante, desplegó en este desafío todos los recursos que habían triunfado tan fácilmente en el Paraíso Terrenal. «Si eres Hijo de Dios, manda a estas piedras que se conviertan en pan». El nombre de Hijo de Dios, recogido de los labios de Juan y proclamado por una voz celestial en las orillas del Jordán, turbaba la seguridad   —243→   de Satanás. Roma era suya; gobernábala con el nombre de Tiberio, y tal señor dado al mundo por Satanás con sus propias manos, le aseguraba el imperio universal. Pero he aquí que a las orillas de un pequeño río de Judea, se anuncia el advenimiento del Hijo de Dios, es decir, la caída de Satanás. Herodes creyó procurar la estabilidad de su trono, amenazado per el nacimiento del verdadero rey de los Judíos, haciendo degollar a los niños de Belén. Satanás no puede nada contra la vida del Hijo de Dios; pero va a habérselas con él, y a experimentar si se verifica realmente en la persona del Hijo de María, el misterio de la misericordia que había oído proclamar en el umbral del Edén. Nada prueba mejor la completa unión del Verbo encarnado con la naturaleza humana, que la facultad que se dejó al seductor de intentar semejante prueba. Apelamos también aquí de ello a la conciencia de cada lector; si hubieran escrito los Evangelistas una leyenda, jamás hubieran imaginado, para hacer creer en la divinidad de Jesucristo, el mostrarlo, ni por un solo instante, sometido a este poder infernal, que le persigue en el desierto, le trasporta a su placer a la cúpula del Templo o a la cima de una montaña. Pero lo que no hubieran inventado los hombres, se nos aparece, a la luz del Evangelio, como una parte esencial de la obra de nuestra liberación. «La forma de esclavo» con que se dignó revestirse Jesucristo, llega a ser para nosotros una prenda de libertad. El tirano soberbio, el terrible dominador que enlazaba al mundo con las cadenas del pecado, va a ver fijarse sobre su cabeza el pie vencedor que derrocará su imperio. Al hombre que tiene hambre, ofrece, Satanás, después de cuarenta días de ayuno en el desierto, una piedra de la roca: «Di una palabra, y se convertirá en sabroso pan esta piedra». Todos los días obra el poder creador por medio de las leyes naturales de la vegetación una trasformación análoga. El calcáreo pulverizado suministra al grano de trigo un lecho en que fermenta, y hace brotar un tallo que recibe la savia de la tierra; crece la planta, aspirando el aire con sus hojas y recibiendo la influencia del rocío y del sol; desarróllase la espiga, se madura, cae al golpe de la hoz, y se convierte en el pan que alimenta al hombre. El Hijo de Dios, tiene ciertamente el poder de abreviar el tiempo y de suplir la lenta elaboración de la naturaleza. Y en efecto, con una palabra, podía convertir en pan la piedra de la montaña, así como transustancia el pan eucarístico en su propia carne. Pero   —244→   Jesucristo lleva al mundo otro alimento distinto del pan material, manteniendo con la palabra de Dios, hasta la consumación de los siglos, la muchedumbre hambrienta de verdad y de vida espiritual. «Está escrito, responde Jesús: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». He aquí el nuevo alimento que viene a distribuir a la tierra el Salvador. Desde la época en que grabó Moisés esta sentencia en la ley, permaneció como una piedra saliente para juntar a ella el porvenir. Los Judíos, ávidos de los goces y de las riquezas materiales, no la comprendieron ni aplicaron. Desde que Jesucristo, el Verbo de Dios, nos reveló su misterio, practicándola él mismo, y nos dio fuerza para verificarlo ha llegado a ser la palabra de Dios el pan de las inteligencias y el alimento de las almas.

13. El sensualismo, el arma más mortífera de Satanás, fue vencido en la primera tentación; Satanás va a dirigirse a la presunción y al orgullo. Traslada a Jesús encima del Templo, probablemente a las almenas de la torre Antonia, que se alza sobre el valle de Tiropeon, a tal altura, que no se podía, dice Josefo, echar sobre él una mirada sin desvanecerse o sentir vértigos. «Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo, porque está escrito: Jehovah te ha confiado a la guarda de sus Ángeles, para que no tropieces con el pie en las piedras». Este título de Hijo de Dios, es el único pensamiento del tentador. Satanás provoca a hacer milagros al adversario, cuyo verdadero nombre quiere saber. La primera vez, le contestó Jesús con una palabra de la Biblia. Lucifer parodia también un texto del Libro Sagrado. Satanás sabe la Biblia para disfrazarla o desvirtuarla, pero Jesús la conoce para explicar su sentido divino. Estas dos opuestas corrientes de interpretación bíblica durarán tanto tiempo como el mundo. Pero la respuesta de Jesucristo no cesará de ser la regla de las inteligencias rectas y puras. «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». Hasta aquí la táctica del seductor, con respecto a Jesús, ha producido exactamente y con un paralelismo riguroso la tentación primitiva del Edén. El fruto prohibido del Paraíso terrenal, cuyo aspecto deleitable, excitaba el apetito de Eva, se ve reemplazado por el pan que debe reanimar las fuerzas del Hijo de María. «Seréis como dioses, había dicho la serpiente, al pie del árbol de la ciencia del bien y del mal, y no moriréis». Lo mismo razona el Tentador con Jesucristo. «Si eres Hijo de Dios, precipítate al aire   —245→   y no morirás». En la tercera prueba aparece también el último carácter de similitud entre la historia de la caída y la de la rehabilitación. La serpiente había ostentado a los ojos de nuestros primeros padres, la dominación universal de la ciencia como el resultado de su privación. Aquí el tentador ofrece a Jesucristo el imperio universal, los reinos del mundo, con toda su gloria. Pero aquí el Salvador manifiesta su poder, y el tentador va a conocer en fin a Aquel cuya voz impera al cielo, a la tierra y a los infiernos. «¡Retírate, Satanás!» dice Jesús. Basta que caiga una palabra de los labios del Salvador para aniquilar todos los prestigios de Lucifer. El Hijo de Dios se ha manifestado haciendo desde este momento su nombre invocado por los Cristianos huir a las legiones de la mentira. «Los Ángeles, acercándose a su Señor, le servirán» como sirven aún hoy a las almas fieles, libres de las asechanzas de Satanás. Todo esto hace sonreír al racionalista incrédulo hasta el momento en que tocando la gracia su corazón, le incline al pie de una cruz, y le revele las fuerzas divinas con que reviste el nombre de Cristo a sus adoradores.




ArribaAbajo§ IV. Primera vocación de los Apóstoles

14. Juan Bautista continuaba preparando los caminos al Hijo de Dios. «Habiendo vuelto Jesús a las riberas del Jordán, Juan que estaba con dos de sus discípulos, le vio de lejos, y dijo: He aquí el Cordero de Dios. Y al oír los dos discípulos hablar así a su Maestro, fueron en pos de Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Dijéronle ellos: Rabi (que quiere decir, Maestro) ¿dónde habitáis? -Respondioles Jesús: Venid y lo veréis. Fueron ellos y vieron donde habitaba, y se quedaron con él aquel día. Y era casi la hora décima (las cuatro de la tarde). Y uno de los dos que habían oído a Juan Bautista y seguido a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. El primero a quien éste halló, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que quiere decir, el Cristo), y le llevó a Jesús. Y Jesús, fijos los ojos en él, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás o Juan430; tú serás llamado Cefas, que quiere decir en hebreo Pedro, Piedra431. Tal es, en su   —246→   admirable sencillez, la narración del Evangelista San Juan. El segundo discípulo, que no se nombra aquí y que sigue con Andrés los pasos de Jesús, es el mismo Juan. Siendo él mismo historiador de estos solemnes pormenores, tiene la delicadeza de quedarse retirado y de velar su persona con una admirable modestia. Haber seguido las huellas de Jesús en las riberas del Jordán; haber oído de boca del Precursor esta sacramental designación: «He aquí el Cordero de Dios»; haber pasado las últimas horas del día con el Cristo, cuando era aun desconocido, son privilegios que se envidiarán hasta el fin del mundo. San Juan Evangelista no quiero revestir su nombre con tantos honores. Así es que disimula su personalidad y sólo deja ver a Andrés, hermano de Pedro; bástale haber tenido esta dicha, y no revindica su gloria; pero nos le hace adivinar un rasgo que se le escapa como a pesar suyo. «Era, dice, la hora décima». Porque en efecto, la hora en que por primera vez encuentra una alma a Jesús y se adhiere a él, es la hora más memorable de todas. No se la olvida jamás, y el anciano de Éfeso, habiendo llegado al término de su carrera apostólica, al escribir su Evangelio, tenía presente en su pensamiento esta hora bendita en que le había mostrado el Precursor al Cordero de Dios. Léase las memorias que han dejado los amigos de los héroes de este mundo, y búsquese en ellas una impersonalidad igual con tal emoción. Bajo otro punto de vista, preguntémonos, por qué, estando aun ausente Pedro, se halla indicado tan cuidadosamente, a propósito de su hermano Andrés. Jesús no ha visto aún a Pedro, y no obstante ocupa Pedro el primer término. Cuando se eclipsa de una escena en que era actor el evangelista Juan, dirige la atención sobre Pedro. Cuando se conduce ante Jesús a ese extranjero, que no es aún su discípulo «fija sobre él su mirada» el Salvador: Intuitus eum. «Tú eres Simón, hijo de Jonás, le dice, pero en adelante te llamarás Pedro». ¿Comprenden toda la trascendencia de estos testimonios los protestantes, los cismáticos, que leen el Evangelio y lo reconocen como la regla de la fe?

15. Entre tanto Juan, Andrés y Simón, hijo de Jonás, no permanecen con Jesús más que algunas horas. Sólo han querido saber dónde vivía. ¡Rabi! ¡Señor! tal es el primer título que le dan; ¡con qué alegría le darán más adelante el nombre de Señor! Después de algunos instantes de conversación, han reconocido en él Andrés y Juan al Mesías, el Cristo. Simón Pedro se ha unido a ellos,   —247→   pero ninguno piensa un en dejarlo todo, para unirse exclusivamente a este guía. Volverán a oírle, puesto que le conocen; pero esta esperanza les basta, y no quieren nada más. Esto consiste en que no han oído aún la palabra potente de Jesucristo que les llama. Sin esta divina vocación nadie tiene la fuerza para renunciar y sacrificarse que supone el apostolado. Vuelven, pues, estos pescadores del lago de Genesareth a sus barcas y a sus redes; pero ahora conocen a Cristo, y cuando se digne llamarles así, estarán prontos a seguirle. Simón, hijo de Jonás, y Andrés, su hermano, habían nacido en la ciudad de Bethsaida432, a algunos estadios del extremo del lago de Genesareth en la parte occidental433; pero habitaban en la ciudad vecina de Cafarnaúm434, donde volveremos a hallar más adelante a Simón, en casa de su suegra. El mismo Juan, hijo de Zebedeo, era de Cafarnaúm435. Según observa el doctor Sepp, su oficio les había llevado con frecuencia a las riberas del Jordán, donde tenían relaciones de negocios con los pescadores de Betania. Parece también que al aproximarse las grandes festividades, llevaban a vender sus peces a Jerusalén. Así es como probablemente, habiendo tenido el evangelista San Juan ocasión de ir a casa de Caifás, fue conocido por la criada, que dejó entrar por recomendación suya a San Pedro, en el vestíbulo, cuando fue llevado Jesús ante el Gran Sacerdote436. Como quiera que sea, dos pescadores han querido ver dónde moraba Jesús, aquel que les había designado Juan Bautista, como «Cordero de Dios». Jesús les dijo: «¡Venid y ved!» Después de haber pasado algunas horas en compañía del nuevo Maestro, reconocieron a Cristo, el Mesías; y llevaron ante él a Pedro, pescador como ellos. Éstos son los primeros elementos de la Iglesia inmortal, fundada por Jesucristo. El racionalismo halla todo esto sencillo; a los ojos de quien quiera reflexionar en ello, es el medio escogido tan desproporcionado con el efecto, que tenemos derecho para afirmar, sin necesidad de otra prueba, que la Iglesia es divina.

16. «Al día siguiente queriendo Jesús encaminarse a Galilea, encontró a Felipe y le dijo: Sígueme. Era Felipe de Bethsaida, patria de   —248→   Andrés y de Pedro. Felipe halló a Nathanael, y le dijo: Hemos encontrado a Jesús, hijo de Josef de Nazareth, de quien escribió Moisés en el Libro de la Ley437, y que fue anunciado por los profetas.438 Y díjole Nathanael: ¿Puede salir de Nazareth cosa buena? -Díjole, Felipe: Ven y lo verás. Vio Jesús venir hacia sí a Nathanael, y dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay doblez. -Preguntole Nathanael: ¿De qué me conoces? -Respondiole Jesús: Antes que Felipe te llamara, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera. -Al oír esto Nathanael, exclamó: ¡Oh! ¡Maestro mío! tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. -Respondiole Jesús: Has creído porque te dije que te vi debajo de la higuera. Tú verás cosas mucho mayores todavía. -Y añadió: en verdad, en verdad os digo: Veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre439».

17. He aquí cómo traducen los racionalistas modernos esta admirable narración del Evangelio. «Algunas veces, dicen se valía Jesús de un inocente artificio, que empleó también Juana de Arco, el de fingir que sabía alguna cosa íntima de la persona a quien quería ganarse, o el recordarle una circunstancia querida de su corazón. Así es como se atrajo a Nathanael440». Si hay algo que cause sensación en el texto sagrado que acabamos de reproducir, es precisamente la falta de todo aparato escénico y de toda «ficción». Jesús va a tomar de nuevo el camino de Galilea, y se atrae a Felipe con una sola palabra. «¡Sígueme!» y Felipe le sigue. Expliquésenos si es posible, el predominio de semejante palabra, en boca de quien la pronuncia, y la obediencia espontánea de aquel a quien se dirige. No solamente sigue Felipe a Jesús, sino que reconoce Felipe en él al Mesías prometido por Moisés y predicho por los Profetas. Felipe hace en favor de Nathanael lo que habían hecho Andrés y Juan la víspera en favor de Simón: corre a informarle de este gran advenimiento de Cristo. «¡Ha venido el Mesías: es Jesús, hijo de Josef de Nazareth!» Felipe no sabe todavía, sobre el origen y la patria de Jesús, más que lo que refiere el vulgo. Admírase Nathanael de que pueda salir el Mesías de Nazareth, cuando han señalado los Profetas a Belén como la ciudad en donde debe nacer Cristo. Y hace de buena   —249→   fe esta observación. No tiene nada que contestar a esta objeción Felipe, y sin embargo persiste en su creencia, no dudando que participe de ella en breve Nathanael, si quiere solamente seguirle. «Ven y velo» le contesta. Ver a Jesús y ser visto de él bastaba para inducir a la fe. ¡Qué poder sobrehumano había pues ejercido en el espíritu de este discípulo, a quien sólo había dirigido una palabra Jesús: «¡Sígueme!» Después del rápido diálogo entablado aparte en el campo entre los dos amigos, corren hacia Jesús. El divino Maestro en el momento en que se acerca Nathanael, le dice: «He aquí un verdadero hijo de Israel, en quien no hay doblez». Según observa oportunamente un intérprete, esta palabra era más que una respuesta a la objeción formulada por Nathanael, sobre el lugar del nacimiento del Mesías, puesto que le probaba la divinidad misma de Jesús, que había oído, aunque ausente, la conversación secreta, y que leía realmente la objeción del recién llegado en su propio pensamiento441. Para comprender bien el sentido de la alusión, es necesario recordar el significado hebraico del nombre de Israel; «Fuerte contra Dios» que se dio al patriarca Jacob, después de la visión de la Escala misteriosa. Este término de Israelita; Fuerte contra Dios, empleado en esta circunstancia, era por sí solo una revelación. Otro que no hubiera sido judío, no lo hubiera comprendido, pero Nathanael no podía equivocarse sobre esto. Conoce que penetra la mirada de Jesús en lo más profundo de su conciencia, y exclama: «¿De qué me conoces?» La mención de la higuera, bajo la cual estaba sentado antes que le llamara Felipe, y donde le había seguido Jesús con sus ojos divinos al través de la distancia, esta particularidad íntima de que nadie había sido testigo, acaba de llevar la fe a su alma: «Rabi (Maestro), dice, tú eres el hijo de Dios, el rey de Israel»; y Jesús, continuando la alusión a la historia del patriarca Jacob, apellidado divinamente Israel, replica: «Tú, verdadero israelita, verás subir y bajar los Ángeles de Dios sobre la cabeza del Hijo del Hombre. « He aquí en su incomparable sencillez y despojada de todo   —250→   aparato de «artificio» el misterio de esta vocación de Nathanael442. El racionalismo no parece ni aun sospechar los caracteres intrínsecos de autenticidad, de buena fe y de poder divino que hay en este texto evangélico, y el comentario que de él da se reduce a una presuntuosa pasquinada.




ArribaAbajo§ V. Las bodas de Caná

18. «Jesús volvió a Galilea, dice el Evangelio, extendiéndose su fama por todo aquel país443. Tres días después, se celebraron unas bodas en Caná de Galilea444, y la Madre de Jesús estaba en ellas. Y fue también convidado a estas bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Y Jesús contestó: Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo445? aquímequedéAun no es llegada   —251→   mi hora. -Sin embargo, dirigiéndose la Madre de Jesús a los que lo servían, les dijo: Haced todo lo que él os diga. Y había allí seis hidrias de piedra destinadas para las purificaciones de los judíos, cada una de las cuales cabía dos o tres metretas446. Jesús dijo a los servidores: Llenad de agua las hidrias; y las llenaron hasta arriba. Entonces añadió Jesús: Sacad ahora y llevad al Maestresala (o presidente del festín), y ellos la llevaron. Apenas el Maestresala probó el agua convertida en vino, no sabiendo de dónde era este vino (aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), llamó al esposo, y le dijo: Todos sirven al principio el vino mejor, y cuando los convidados han bebido a su satisfacción, sacan el inferior; pero tú has reservado el buen vino para lo último. Éste fue el primer   —252→   milagro de Jesucristo en Caná de Galilea; así fue como manifestó su gloria y sus discípulos creyeron más en él447».

19. El milagro de Caná es el complemento de la primera vocación de los discípulos. El Evangelio deja sobreentender muchas cosas con una delicadeza y un encanto que nos tomaríamos la libertad de llamar exquisitos, si no fueran divinos. Tres días antes, no se había resuelto directamente la objeción de Nathanael concerniente al lugar del nacimiento de Jesucristo. Pero en Caná, asistía la Madre de Jesús a la ceremonia nupcial, y las festividades del matrimonio duraban siete días, entre los Judíos; así, pudo darle María las enseñanzas que no se había atrevido a pedir el nuevo discípulo al Rabi. La Virgen había conservado en su corazón las palabras de los pastores en el Praesepium de Belén; la predicción de Simeón en el Templo; el gran misterio de la adoración de los Magos; las angustias de la huida a Egipto, y la respuesta de Dios, su hijo, sentado entre los doctores. ¿Puede comprenderse que no se aprovecharan durante siete días, Nathanael y los demás discípulos de la presencia de María, para oír de sus labios la narración de esta historia maravillosa? El Evangelista lo indica, sin afirmarlo positivamente, con estas sencillas palabras: «La Madre de Jesús estaba allí448», y más adelante: «Los discípulos creyeron en él». Es imposible no reconocer aquí que preside María a la manifestación de Jesús en Caná, como había presidido a la de Belén, en favor de los Magos449, siendo para los discípulos la introductora en el sendero de la fe. Así, más adelante, los Padres del concilio de Éfeso repetirán en honor suyo, esta gloriosa aclamación: «¡Dios te salve, María, Madre de Dios y siempre Virgen! Por mediación tuya ha evangelizado al mundo el colegio apostólico450». La duda de Nathanael se disipó ante el testimonio de la Virgen Madre, así como se disipó la sospecha de San Josef ante la proclamación evangélica de la Virginidad Inmaculada. Así, pues,   —253→   ha destruido María bajo su pie sin mancha, los gérmenes de todos los errores anti-cristianos. He aquí por qué le dirige la liturgia católica este insigne elogio: «Bienaventurada Virgen, tú sola has destruido todas las herejías en el universo451». Hay más; así como esperó el Hijo de Dios que expresara su voluntad María para descender a la tierra, y que precediera el Fiat virginal a la obra de redención, como había precedido el Fiat del primer día a la creación, así es la voluntad de María la que adelanta la hora de la manifestación de Jesucristo. Parece que el mismo divino Maestro se queja de la violencia poderosa de su Madre. «Mujer, ¿qué hay de común entre ti y yo? dice. Aún no ha llegado mi hora». -«¿Qué hay de común entre Vos y Ella? ¡Oh Dios mío! exclama San Bernardo. Hay entre Vos y Ella todo lo que hay de común entre una madre y su hijo. ¿Y para qué preguntar lo que hay de común entre un Hijo divino y las entrañas que le han llevado, entre los labios que han mamado la leche, y el seno virginal que los ha lactado452? «Esta palabra evangélica es una de las que más han sublevado, bajo diversos puntos de vista, a los herejes de todas épocas. En el siglo de San Agustín, creían encontrar en ella los sectarios de Manés la prueba de que no era Jesús realmente el Hijo de María y que la maternidad divina había tenido sólo una apariencia fantástica453. En nuestros días, no deja de citar el racionalismo esta respuesta, para justificar su famosa aserción: «La familia de Jesús no parece que le amase, y hay momentos en que se encuentra a Jesús duro con ella454». Las dos conclusiones, maniquea y racionalista, son tan erróneas una como otra. He aquí lo que contestaba el gran obispo de Hipona a la primera: «Nuestro Señor Jesucristo, dice, era a un mismo tiempo Dios y hombre; en cuanto Dios, no tenía madre; en cuanto hombre, tenía una; tal era la madre de su humanidad, de la flaca naturaleza con que quiso revestirse por nosotros. Pues bien, el milagro que iba a verificar debía ser obra de la divinidad, y no de la débil carne; iba a obrar como Dios, sin que tuviera nada de común con la debilidad de   —254→   un hombre, nacido de la mujer. Pero la debilidad de Dios es más fuerte que todo nuestro poder. Sin embargo, la madre exigía un milagro; Jesús le contesta como si desconociese las entrañas humanas, cuando iba a realizar las obras divinas. Su contestación equivale a ésta: «Yo no he recibido de ti el poder que obra el milagro. No has engendrado tú mi divinidad455». Así hablaba San Agustín a los racionalistas de su tiempo. Los del nuestro aprenderán de este ilustre doctor, que sólo el Hijo de Dios podía dar semejante respuesta a su madre, así como sólo María podía tener sobre el Hijo de Dios el poder de exigir un milagro; de suerte, que cuanto más rigurosa parezca la respuesta de Jesús, más lleva el sello de la autenticidad intrínseca de que nos ha dado tantos ejemplos el Evangelio.

20. «No tienen vino», dice la Madre a su Hijo. No es esto una súplica, ni siquiera un ruego; María se contenta con indicar el embarazo de una familia por quien se interesa su corazón. «Cuando eran pobres los esposos, dice el doctor Sepp, llevaban los convidados consigo vino, tortas y diversas provisiones, como se hace en el día en muchos lugares. Pero Jesús y sus discípulos no habían llevado nada consigo de Nazareth. Por esto dice María a su Hijo: No tienen vino, y temiendo que se abochornaran los esposos, insinúa a Jesús la idea de acudir en su auxilio456. ¿Había entre los convidados de Caná muchos, excepto los discípulos, que hubieran apreciado el honor de tener en medio de ellos, un huésped divino? Nadie parece sospecharlo. Pero «allí está la Madre de Jesús»; y parece que tenga prisa de manifestar a todos estos indiferentes la divinidad de su hijo. «Aún no había llegado, sin embargo, la hora», pero la intervención de María tiene el poder de adelantar la hora de la gracia; la hora de María llegará a ser la hora de Dios. «Haced todo lo que él os diga, dice a los sirvientes»; tan segura está la Virgen María de que acceda a ello Jesús. Ella sabía «que le era sumiso457». Por orden de Jesús, van los sirvientes a tomar agua, y llenan hasta el borde seis grandes hidrias dispuestas para las abluciones de todos los convidados. No son, pues, los discípulos del Salvador los que ejecutan la orden de su Señor, como hace observar un intérprete moderno. No hay duda de que los convidados de Caná no formaban una   —255→   comisión científica con las condiciones que querría un retórico exigente, y sin embargo, no estarán menos exentas de toda sospecha las circunstancias del milagro. Manos extrañas y completamente desinteresadas toman el agua en la fuente próxima, y la vierten en las hidrias que había en el Atrium. Jesús no se ha separado de la mesa del festín, y cuando van a decirle los sirvientes que están ejecutadas sus órdenes, les contesta: «Sacad ahora, y llevad al Presidente del banquete vuelven los sirvientes, introducen las copas en las hidrias que llenaron de agua un momento antes y colorea el vino a la sazón la copa del symposiarca458, del Architriclino459, como le llama el texto sagrado, representando con este término, con maravillosa exactitud, la observancia de las dos costumbres hebraica y romana en la civilización de la Judea, en aquella época. El Triclinio, lecho de descanso, en que se tendían los convidados, apoyado el codo izquierdo sobre cojines, era una importación romana. Josefo la hace notar como una de las magnificencias del palacio de Herodes. Semejante lujo contrastaba singularmente con la institución mosaica que prescribía a los Hebreos que comiesen el Cordero Pascual, en pie, ceñidos los riñones, calzados los pies con las sandalias de viaje y con el báculo en la mano460. Sin embargo, extendiose en breve en Palestina, y lo encontraremos usado en todas partes, en la serie de la historia evangélica461. El nombre de Architriclinus procedió indudablemente del Triclinium romano; la expresión era nueva, pero la función que designaba era mucho más antigua entre los Judíos462. El capítulo XXXIII del Eclesiástico está consagrado enteramente a trazar las reglas de conducta para uso de los symposiarcas o presidentes de los festines463, que servían el vino a los convidados. Todo el mundo sabe las sublimes metáforas que tomaron de esta costumbre nacional David e Isaías en sus cantos populares.   —256→   Jehovah es el gran symposiarca del mundo. «Tiene en la mano, dice el salmista, la gran copa del vino de sus venganzas, la ha inclinado a derecha e izquierda, para hacer que beban en ella las naciones, pero aún no se han agotado las heces y todos los prevaricadores de la tierra llevarán a ella sus labios464». -Levántate Jerusalén, dice el profeta Isaías. La mano de Jehovah ha derramado sobre tus labios la copa de su cólera, tú has agotado hasta el fondo el cáliz del adormecimiento, y lo has apurado hasta las heces465. Los Hebreos tenían, pues, en sus festines, un symposiarca, un «architriclino» encargado de la presidencia del convite. Más adelante veremos que se disputaban tal honor, muy solicitado especialmente por los Fariseos466. En las bodas de Caná, se ejercía tal vez esta función por el Paraninfo467, es decir, por el que dirigía la comitiva de la novia. El elogio que dirige al esposo en esta circunstancia, parece hacerlo sospechar así.

21. Como quiera que sea, el agua que tomaron en la fuente los servidores y que echaron en las seis hidrias lustrales, y después en la copa del architriclino, sin que la tocaran Jesús o sus discípulos, se convierte en un vino excelente, que provoca la admiración del Symposiarca. Prueba este licor e interpela al esposo. Cada pormenor del texto evangélico adquiere aquí una importancia capital. Los antiguos usaban, en la economía de sus banquetes, un sistema completamente contrario al nuestro. Las palabras del architriclino al esposo, marcan claramente esta diferencia. «Todo hombre dice, sirve primero el vino bueno, y después que han bebido bien, saca el que es inferior, mas tú has guardado hasta ahora el vino bueno468». Pero   —257→   la feliz reforma que han vulgarizado los principios cristianos, aun sin noticia nuestra, en las sociedades modernas, hace resaltar mejor con su contraste, la admiración que debió causar al esposo de Caná esta inesperada interpelación. El esposo sabía que se había agotado el vino de sus odres, e ignoraba aunque hubieran renovado en favor suyo la indicación de María y el poder divino de Jesús, el milagro de Elías en Sarepta. En un principio, pudo temer que fuese una ironía la palabra del architriclino, que agravara el embarazo de su situación; pero no duró mucho su ansiedad. En breve brilló el vino milagroso en la copa de los convidados y justificó el elogio del symposiarca. Entonces cambió de objeto la sorpresa, haciéndose general, de particular que era. ¿De dónde venía esta provisión inesperada de un vino excelente, que no sólo bastó para terminar el banquete, sino que llenó abundantemente las hidrias lustrales, para los siete días consagrados en los usos hebraicos a las nupciales fiestas? El Salvador que no había llevado nada consigo ni sus discípulos, al aceptar el convite del esposo de Caná, pagaba divinamente su hospitalidad. No es difícil representarse la emoción de los convidados, cuando supieron todas las particularidades del milagro. Supóngase que refiere tal hecho un historiador común. El pasmo del esposo, sus preguntas a los sirvientes, la admiración de los convidados, cuando se presentó a sus ojos la realidad del milagro, cada una de estas circunstancias sería notada con la mayor escrupulosidad. Mas el Evangelio se contenta con decir una palabra. «Así fue como manifestó su gloria Jesús, y sus discípulos creyeron más en él». La sencillez divina de semejante narración es tan milagrosa como el mismo milagro.

22. «Así, pues, dice el obispo de Hipona, ¿quién se admirará de que Nuestro Señor Jesucristo haya convertido el agua en vino cuando se sabe que es Dios quien obra por sí mismo? Dios verifica en las bodas de Caná, en las seis hidrias llenas de agua, lo que hace cada año en la cepa de nuestras viñas. Conviértese en vino por su poder el agua echada en ellas por los sirvientes, así como el agua vertida por las nubes y que cae en lluvia en nuestros collados. No nos admiramos de esta última trasformación, porque se verifica cada año a nuestra vista, y la frecuencia y el hábito de verla impide la admiración. Y no obstante merecería este hecho que se atendiera más a él que al mismo milagro de Caná. Cuando se reflexiona en la economía   —258→   divina que preside al gobierno del universo, se para el entendimiento, sobrecogido de admiración, y abrumado por todas partes con el peso de los milagros. Pero los hombres desvían sus pensamientos de la meditación de las obras de Dios, y no piensan en bendecir cada día su munificencia creadora. He aquí por qué se ha reservado Dios como golpes de estado y maravillas inusitadas, que les dispiertan de su adormecimiento y les vuelven a su olvidado culto. Los Judíos todos admirarán la resurrección de un muerto obrada por Jesucristo, y sin embargo, nacen millares de hombres cada día, y nadie piensa en admirarse469». Pero según el sentir de San Agustín y de los Padres de la Iglesia, el milagro de las bodas de Caná, tenía una significación más elevada todavía. El agua que llenaba las hidrias destinadas a las abluciones prescritas por la antigua ley, este elemento de una purificación enteramente material se convierte en el vino del Nuevo Testamento, que hace germinar las Vírgenes, en una generación espiritual y pura. El Evangelio era el vino excelente que tenía en reserva para la última hora el celestial Esposo470. «Asistiendo con su Madre a las bodas de Caná, dice San Cirilo de Alejandría, quiso Jesús consagrar el principio de las generaciones humanas, así como había santificado anteriormente el agua bautismal con su contacto divino. Para levantar la naturaleza decaída y volverla a su primitiva santidad, no bastaba que bendijera el Salvador a los hombres que ya habían nacido, era necesario, para el porvenir, que estableciera en las fuentes de la vida, la gracia que debía extenderse a toda la posteridad humana y santificar el origen de todos los nacimientos. « Así, lo mismo que en las puertas del Edén se nos aparecieron Adán y Eva como los primeros padres de una raza culpable, así, en las bodas de Caná, presiden, Jesucristo, el nuevo Adán, y María, la Eva rehabilitada, a la generación espiritual de los hijos de la gracia. El matrimonio cristiano será uno de los sacramentos del Nuevo Testamento. El milagro de las bodas de Caná inaugura la institución divina de la familia, reconstituida en Jesucristo. He aquí lo que se sabía en nuestra Europa, después que fue regenerada por el Evangelio. ¿Cree la exégesis racionalista haber tocado siquiera estas grandes cosas que han convertido al mundo,   —259→   el día en que se permitió esta apreciación: «El primer milagro de Jesús se hizo para regocijar una boda de aldea471?» ¡Este milagro hubiera obtenido sin duda el favor de una mención más formal si se hubiera verificado en las bodas de Agripina, para distraer de sus iras al César Tiberio!

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