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ArribaAbajoCapítulo XIX

Cómo los moros acordaron de rendir a Granada, y las capitulaciones que sobre ello se hicieron


Cuando el Zogoybi vio que no tenía la ciudad de Granada defensa ni esperanza de socorro, condescendiendo con la voluntad de la mayor parte del pueblo, que no podían ya sufrir tanto trabajo, envió a pedir treguas a los Reyes Católicos, durante las cuales se pudiese entender en las condiciones y capítulos de paz con que se había de rendir. Dio ante todas cosas en rehenes a un hijo suyo, y otros de alcaides y hombres principales de la ciudad y del Albaicín, que fueron llevados a la fortaleza de Moclín. Y siéndole concedida tregua por sesenta días, los caballeros y ciudadanos moros se juntaron diversas veces a tratar de su negocio, yendo y viniendo muchos dellos a conferir lo que acordaban pedir con las personas del consejo de sus altezas que fueron diputadas para ello. Y aunque lo que trataban era con demasiada importunidad, los vencedores, que, ninguna cosa querían más que acabar de vencer, se lo concedieron todo. Hechos los capítulos y asentadas las condiciones, los granadinos enviaron con la resolución de todo a un ciudadano noble, llamado Abí Cacem el Maleh, con poderes bastantes para que otorgase lo que sus altezas pedían. Y porque el lector quede satisfecho, ponemos aquí los capítulos a la letra como se concedieron, ansí al Rey y a las Reinas, como a la ciudad y lugares de aquel reino:

«Que sus altezas hacen merced por juro de heredad, para siempre jamás, al rey Abdilehi, de las villas y lugares de las taas de Berja, Dalías, Marchena, Boloduí, Júchar, Andarax, Juviles, Ugíjar, Jubilein, Ferreira, Poqueira y Órgiba, que son en la Alpujarra, con todos los heredamientos, pechos, derechos y otras rentas que en cualquier manera pertenezcan a sus altezas en las dichas taas, para que sea suyo y lo pueda vender o empeñar y hacer dello lo que quisiere, con tanto que cuando lo quisiere vender o empeñar sean primero requeridos sus altezas si lo quieren; y tomándolo, le mandarán pagar por ello lo que se concertare.

»Que sus altezas puedan labrar y tener fortaleza en Adra o en otras partes donde quisieren en la Alpujarra, y hacer y tener torres en la costa de la mar. Y si labraren nueva fortaleza en Adra junto a la mar, en tal caso quede la fortaleza vieja por el dicho rey Abdilehi, después de reparada y puesta en defensa la de sus altezas, el cual no ha de pagar cosa alguna para la guardia ir para los reparos de las dichas fortalezas y torres, sitio que le ha de quedar su renta toda libre.

»Que luego como entregare la Alhambra y las otras fortalezas, le mandarán dar sus altezas treinta mil castellanos de oro, que valen catorce cuentos y quinientos cincuenta mil maravedís en dinero de contado.

»Que sus altezas le hacen merced de todos los heredamientos, molinos de aceite, tierras y hazas que tuvo y poseyó desde el tiempo del rey Abil Hacen su padre, y tiene y posee agora, ansí en los términos de la ciudad de Granada como en las Alpujarras.

»Que sus altezas hacen merced a la reina Ayxa, su madre, y a sus hermanas y mujer, y a la mujer de Muley Abí Nacer, de todas las huertas, tierras, hazas, molinos, villas y otros heredamientos que tenían en la dicha ciudad de Granada y en las Alpujarras; lo cual todo sea franco y libre de cualquier derecho, como lo eran hasta aquí. Y ansimesmo hacen merced al dicho rey Abdilehi, y a las dichas reinas e infantes, y al Haxi Romaimi, de todos los heredamientos que tenían en Motril, con la mesma libertad.

»Que después de firmado este concierto, cualesquier villas o lugares de la dicha Alpujarra que se dieren y entregaren a sus altezas antes de la entrega de la Alhambra, las mandarán volver y restituir libremente al dicho rey Abdilehi, y que serán por él bien tratados.

»Que no mandarán sus altezas al dicho rey Abdilehi   —147→   ni a sus criados volver, para siempre jamás, lo que hubieren tomado a cristianos en su tiempo ni a moros, ansí bienes muebles como raíces. Y si sus altezas hubieren de mandar volver algunas de las tales cosas o heredades que se hayan tomado, por algún asiento o capitulación que tengan con alguna persona, lo pagarán, y mandarán que sobre esto no tenga poder ningún cristiano ni moro, ora sea mucho o poco; y a quien fuere contra ello le mandarán castigar, y que en contrario dello no será juzgado por ninguna ley de cristianos ni de moros.

»Que cada y cuando que el dicho rey Abdilehi, o su madre, hermanas y mujer, y la mujer del dicho Abí Nacer, y sus alcaides, criados, escuderos y gente de su casa y servicio, quisieren pasarse a Berbería, sus altezas les mandarán dar dos carracas de ginoveses fletadas, en que pasen, si las hubiere al tiempo que se quisieren ir, y si no, cuando las hubiere, sin que paguen flete ni otro derecho; en las cuales puedan llevar sus personas, ropas, mercaderías, oro, plata, joyas, bestias y armas con que no lleven tiros de pólvora, porque éstos han de quedar para sus altezas; y que por embarcar o desembarcar, ni por otra cosa alguna, no les han de llevar derechos de ninguna suerte, ni flete, y los harán llevar seguros, honrados y guardados a cualquier puerto de levante o de poniente, de Alejandría o de la ciudad de Túnez o de Orán, o del reino de Fez, donde ellos más quisieren ir a desembarcar.

»Que si al tiempo que se embarcaren no pudieren vender las rentas que tuvieren en el dicho reino de Granada, puedan dejar y dejen sus procuradores que las cojan, lleven o envíen donde estuvieren, sin que en ello se les ponga embargo alguno.

»Que si el dicho rey Abdilehi quiere enviar algún alcaide o criado con mercadería a Berbería, lo pueda hacer libremente, sin que a la ida, estada o vuelta lo sea pedida cosa alguna por razón de derechos.

»Que pueda enviar a cualquier parte de los reinos de sus altezas seis acémilas por cosas de su mantenimiento y provisión franca y libremente, sin que por ello le sean llevados derechos en ninguna parte.

»Que saliendo de Granada, pueda irse a vivir donde quisiere en cualquiera de los lugares que se le dan y salir de la ciudad con sus criados, alcaides, sabios, caballeros, y común que quisiere llevar o irse con él, los cuales lleven sus caballos y bestias de guía, y sus mujeres y hijos, criados y criadas, chicos y grandes, y sus armas en las manos o como quisieren llevarlas, que no les será tomado, excepto los tiros de pólvora; y que agora ni en ningún tiempo para siempre jamás se les pornán señales en sus personas ni en otra ni manera, a ellos ni a sus descendientes; y que gocen de todas las capitulaciones que están hechas o se hicieren con los vecinos de la dicha ciudad de Granada.

»Que sus altezas mandarán dar al dicho rey Abdilehi y a su madre, mujer y hermanas, y a la mujer de Abí Nacer, el día que se les entregare la fortaleza, de la Alhambra y las otras fortalezas, sus cartas de privilegios, fuertes y firmes de todo lo susodicho, rodados y sellados con su sello de plomo pendiente en filos de seda, confirmados por el príncipe don Juan y por el cardenal de España y por los maestres de las órdenes, arzobispos, obispos y otros prelados, y por los grandes, duques, marqueses, condes, adelantados y notarios mayores destos reinos.»

Esta capitulación fue hecha y concluida en el Real de Santa Fe a 25 días del mes de noviembre del año de nuestra salud 1491, y tres días después se concluyeron los capítulos que sus altezas concedieron generalmente a la ciudad de Granada y lugares de aquel reino que se viniesen a rendir, cuyo tenor es éste:

«Primeramente, que el rey moro y los alcaides y alfaquís, cadís, meftís, alguaciles y sabios, y los caudillos y hombres buenos, y todo el común de la ciudad de Granada y de su Albaicín y arrabales, darán y entregarán a sus altezas o a la persona que mandaren, con amor, paz y buena voluntad, verdadera en trato y en obra, dentro de cuarenta días primeros siguientes, la fortaleza de la Alhambra y Alhizán, con todas sus torres y puertas, y todas las otras fortalezas, torres y puertas de la ciudad de Granada y del Albaicín y arrabales que salen al campo, para que las ocupen en su nombre con su gente y a su voluntad, con que se mande a las justicias que no consientan que los cristianos suban al muro que está entre el Alcazaba y el Albaicín, de donde se descubren las casas de los moros; y que si alguno subiere, sea luego castigado con rigor.

»Que cumplido el término de los cuarenta días, todos los moros se entregarán a sus altezas libre y espontáneamente, y cumplirán lo que son obligados a cumplir los buenos y leales vasallos con sus reyes y señores naturales; y para seguridad de su entrega, un día antes que entreguen las fortalezas darán en rehenes al alguacil Jucef Aben Comixa, con quinientas personas, hijos y hermanos de los principales de la ciudad y del Albaicín y arrabales, para que estén en poder de sus altezas diez días, mientras se entregan y aseguran las fortalezas, poniendo en ellas gente y bastimentos; en el cual tiempo se les dará todo lo que hubieren menester para su sustento; y entregadas, los pornán en libertad.

»Que siendo entregadas las fortalezas, sus altezas y el príncipe don Juan, su hijo, por sí y por los reyes sus sucesores, recibirán por sus vasallos y súbditos naturales, debajo de su palabra, seguro y amparo real, al rey Abí Abdilehi, y a los alcaides, cadís, alfaquís, meftís, sabios, alguaciles, caudillos y escuderos, y a todo el común, chicos y grandes, así hombres como mujeres, vecinos de Granada y de su Albaicín y arrabales, y de las fortalezas, villas y lugares de su tierra y de la Alpujarra, y de los otros lugares que entraren debajo deste concierto y capitulación, de cualquier manera que sea, y los dejarán en sus casas, haciendas y heredades, entonces y en todo tiempo y para siempre jamás, y no les consentirán hacer mal ni daño sin intervenir en ello justicia y haber causa, ni les quitarán sus bienes ni sus haciendas ni parte dello; antes serán acatados, honrados y respetados de sus súbditos y vasallos, como lo son todos los que viven debajo de su gobierno y mando.

»Que el día que sus altezas enviaren a tomar posesión de la Alhambra, mandarán entrar su gente por la puerta de Bib Lacha o por la de Bibnest, o por el campo fuera de la ciudad, porque entrando por las calles no haya algún escándalo.

»Que el día que el rey Abí Abdilehi entregare las fortalezas y torres, sus altezas le mandarán entregar   —148→   su hijo con todos los rehenes, y sus mujeres y criados, excepto los que se hubieren vuelto cristianos.

»Que sus altezas y sus sucesores para siempre jamás dejarán vivir al rey Abí Abdilehi y a sus alcaides, cadís, meftís, alguaciles, caudillos y hombres buenos y a todo el común, chicos y grandes, en su ley, y no les consentirán quitar sus mezquitas ni sus torres ni los almuédanes, ni les tocarán en los hadices y rentas que tienen para ellas, ni les perturbarán los usos y costumbres en que están.

»Que los moros sean juzgados en sus leyes y causas por el derecho del xara que tienen costumbre de guardar, con parecer de sus cadís y jueces.

»Que no les tomarán ni consentirán tomar agora ni en ningún tiempo para siempre jamás, las armas ni los caballos, excepto los tiros de pólvora chicos y grandes, los cuales han de entregar brevemente a quien sus altezas mandaron.

»Que todos los moros, chicos y grandes, hombres y mujeres, así de Granada y su tierra como de la Alpujarra y de todos los lugares, que quisieron irse a vivir a Berbería o a otras partes donde los pareciere, puedan vender sus haciendas, muebles y raíces, de cualquier manera que sean, a quien y como les pareciere, y que sus altezas ni sus sucesores en ningún tiempo las quitarán ni consentirán quitar a los que las hubieron comprado; y que si sus altezas las quisieron comprar, las puedan tomar por el tanto que estuvieron igualadas, aunque no se hallen en la ciudad, dejando personas con su poder que lo puedan hacer.

»Que a los moros que se quisieron ir a Berbería o a otras partes les darán sus altezas pasaje libre y seguro con sus familias, bienes muebles, mercaderías, joyas, oro, plata y todo género de armas, salvo los instrumentos y tiros de pólvora; y para los que quisieron pasar luego, les darán diez navíos gruesos que por tiempo de setenta días asistan en los puertos donde los pidieren, y los lleven libres y seguros a los puertos de Berbería, donde acostumbran llegar los navíos de mercaderes cristianos a contratar. Y demás desto, todos los que en término de tres años se quisieren ir, lo puedan hacer, y sus altezas les mandarán dar navíos donde los pidieron, en que pasen seguros, con que avisen cincuenta días antes, y no les llevarán fletes ni otra cosa alguna por ello.

»Que pasados los dichos tres años, todas las veces que se quisieron pasar a Berbería lo puedan hacer, y se les dará licencia para ello pagando a sus altezas un ducado por cabeza y el flete de los navíos en que pasaren.

»Que si los moros que quisieren irse a Berbería no pudieron vender sus bienes raíces que tuvieren en la ciudad de Granada y su Albaicín y arrabales, y en la Alpujarra y en otras partes, los puedan dejar encomendados a terceras personas con poder para cobrar los réditos, y que todo lo que rentaren lo puedan enviar a sus dueños a Berbería donde estuvieren, sin que se les ponga impedimento alguno.

»Que no mandarán sus altezas ni el príncipe don Juan, su hijo, ni los que, después dellos sucedieren, para siempre jamás, que los moros que fueren sus vasallos traigan señales en los vestidos como los traen los judíos.

»Que el rey Abdilehi ni los otros moros de la ciudad de Granada ni de su Albaicín y arrabales no pagarán los pechos que pagan por razón de las casas y posesiones por tiempo de tres años primeros siguientes, y que solamente pagarán los diezmos de agosto y otoño, y el diezmo de ganado que tuvieren al tiempo del dezmar, en el mes de abril y en el de mayo, conviene a saber, de lo criado, como lo tienen de costumbre pagar los cristianos.

»Que al tiempo de la entrega de la ciudad y lugares, sean los moros obligados a dar y entregar a sus altezas todos los captivos cristianos varones y hembras, para que los pongan en libertad, sin que por ellos pidan ni lleven cosa alguna; y que si algún moro hubiere vendido alguno en Berbería y se lo pidieron diciendo tenerlo en su poder, en tal caso, jurando en su ley y dando testigos como lo vendió antes destas capitulaciones, no le será más pedido ni él esté obligado a darlo.

»Que sus altezas mandarán que en ningún tiempo se tomen al rey Abí Abdilehi ni a los alcaides, cadís, meftís, caudillos, alguaciles ni escuderos las bestias de carga ni los criados para ningún servicio, si no fuere con su voluntad, pagándoles sus jornales justamente.

»Que no consentirán que los cristianos entren en las mezquitas de los moros donde hacen su zalá sin licencia de los alfaquís, y el que de otra manera entrare será castigado por ello.

»Que no permitirán sus altezas que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros ni sean recaudadores de ninguna renta.

»Que el rey Abdilehi y sus alcaides, cadís, alfaquís, meftís, alguaciles, sabios, caudillos y escuderos, y todo el común de la ciudad de Granada y del Albaicín y arrabales, y de la Alpujarra y otros lugares, serán respetados y bien tratados por sus altezas y ministros, y que su razón será oída y se les guardarán sus costumbres y ritos, y que a todos los alcaides y alfaquís les dejarán cobrar sus rentas y gozar de sus preeminencias libertades, como lo tienen de costumbre y es justo que se les guarde.

»Que sus altezas mandarán que no se les echen huéspedes ni se les tome ropa ni aves ni bestias ni bastimentos de ninguna suerte a los moros sin su voluntad.

»Que los pleitos que ocurrieron entre los moros serán juzgados por su ley y xara, que dicen de la Zuna, y por sus cadís y jueces, como lo tienen de costumbre, y que si el pleito fuere entre cristiano y moro, el juicio dél sea por alcalde cristiano y cadí moro, porque las partes no se puedan quejar de la sentencia.

»Que ningún juez pueda juzgar ni apremiar a ningún moro por delito que otro hubiere cometido, ni el padre sea preso por el hijo, ni el hijo por el padre, ni hermano contra hermano, ni pariente por pariente, sino que el que hiciere el mal aquel lo pague.

»Que sus altezas harán perdón general a todos los moros que se hubieren hallado en la prisión de Hamete Abí Alí, su vasallo, y así a ellos como a los lugares de Cabtil, por los cristianos que han muerto ni por los deservicios que han hecho a sus altezas, no les será hecho mal ni daño, ni se les pedirá cosa de cuanto han tomado ni robado.

»Que si en algún tiempo los moros que están captivos en poder de cristianos huyeren a la ciudad de Granada o a otros lugares de los contenidos en estas capitulaciones, sean libres, y sus dueños no los puedan pedir   —149→   ni los jueces mandarlos dar, salvo si fueren canarios o negros de Gelofe o de las islas.

»Que los moros no darán ni pagarán a sus altezas más tributo que aquello que acostumbran a dar a los reyes moros.

»Que a todos los moros de Granada y su tierra y de la Alpujarra, que estuvieren en Berbería, se les dará término de tres años primeros siguientes para que si quisieren puedan venir y entrar en este concierto y gozar dél. Y que si hubieren pasado algunos cristianos captivos a Berbería, teniéndolos vendidos y fuera de su poder, no sean obligados a traerlos ni a volver nada del precio en que los hubieren vendido.

»Que si el Rey u otro cualquier moro después de pasado a Berbería quisiere volverse a España, no le contentando la tierra ni el trato de aquellas partes, sus altezas les darán licencia por término de tres años para poderlo hacer, y gozar destas capitulaciones como todos los demás.

»Que si los moros que entraren debajo destas capitulaciones y conciertos quisieren ir con sus mercaderías a tratar y contratar en Berbería, se les dará licencia para poderlo hacer libremente, y lo mesmo en todos los lugares de Castilla y de la Andalucía, sin pagar portazgos ni los otros derechos que los cristianos acostumbran pagar.

»Que no se permitirá que ninguna persona maltrate de obra ni de palabra a los cristianos o cristianas que antes destas capitulaciones se hobieren vuelto moros; y que si algún moro tuviere alguna renegada por mujer, no será apremiada a ser cristiana contra su voluntad, sino que será interrogada en presencia de cristianos y de moros, y se seguirá su voluntad; y lo mesmo se entenderá con los niños y niñas nacidos de cristiana y moro.

»Que ningún moro ni mora serán apremiados a ser cristianos contra su voluntad; y que si alguna doncella o casada o viuda, por razón de algunos amores, se quisiere tornar cristiana, tampoco será recebida hasta ser interrogada; y si hubiere sacado alguna ropa o joyas de casa de sus padres o de otra parte, se restituirá a su dueño, y serán castigados los culpados por justicia.

»Que sus altezas ni sus sucesores en ningún tiempo pedirán al rey Abí Abdilehi ni a los de Granada y su tierra, ni a los demás que entraren en estas capitulaciones, que restituyan caballos, bagajes, ganados, oro, plata, joyas, ni otra cosa de lo que hubieren ganado en cualquier manera durante la guerra y rebelión, así de cristianos como de moros mudéjares o no mudéjares; y que si algunos conocieren las cosas que les han sido tomadas, no las puedan pedir; antes sean castigados si las pidieren.

»Que si algún moro hobiere herido o muerto cristiano o cristiana siendo sus captivos, no les será pedido ni demandado en ningún tiempo.

»Que pasados los tres años de las franquezas, no pagarán los moros de renta de las haciendas y tierras realengas más de aquello que justamente pareciere que deben pagar conforme al valor y calidad dellas.

»Que los jueces, alcaldes y gobernadores que sus altezas hubieren de poner en la ciudad de Granada y su tierra, serán personas tales que honrarán a los moros y los tratarán amorosamente, y les guardarán estas capitulaciones; y que si alguno hiciere cosa indebida, sus altezas lo mandarán mudar y castigar.

»Que sus altezas y sus sucesores no pedirán ni demandarán al rey Abdilehi ni a otra persona alguna de las contenidas en estas capitulaciones, cosa que hayan hecho, de cualquier condición que sea, hasta el día de la entrega de la ciudad y de las fortalezas.

»Que ningún alcaide, escudero ni criado del rey Zagal no terná cargo ni mando en ningún tiempo sobre los moros de Granada.

»Que por hacer bien y merced al rey Abí Abdilehi y a los vecinos y moradores de Granada y de su Albaicín y arrabales, mandarán que todos los moros captivos, así hombres como mujeres, que estuvieren en poder de cristianos, sean libres sin pagar cosa alguna, los que se hallaren en la Andalucía dentro de cinco meses, y los que en Castilla dentro de ocho; y que dos días después que los moros hayan entregado los cristianos captivos que hubiere en Granada, sus altezas les mandarán entregar doscientos moros y moras. Y demás desto pondrán en libertad a Aben Adrami, que está en poder de Gonzalo Hernández de Córdoba, y a Hozmin, que está en poder del conde de Tendilla, y a Reduan, que lo tiene el conde de Cabra, y a Aben Mueden y al hijo del alfaquí Hademi, que todos son hombres principales vecinos de Granada, y a los cinco escuderos que fueron presos en la rota de Brahem Abencerrax, sabiéndose dónde están.

»Que todos los moros de la Alpujarra que vinieren a servicio de sus altezas darán y entregarán dentro de quince días todos los captivos cristianos que tuvieren en su poder, sin que se les dé cosa alguna por ellos; y que si alguno estuviere igualado por trueco que dé otro moro, sus altezas mandarán que los jueces se lo hagan dar luego.

»Que sus altezas mandarán guardar las costumbres que tienen los moros en lo de las herencias, y que en lo tocante a ellas serán jueces sus cadís.

»Que todos los otros moros, demás de los contenidos en este concierto, que quisieren venirse al servicio de sus altezas dentro de treinta días, lo puedan hacer y gozar, dél y de todo lo en él contenido, excepto de la franqueza de los tres años.

»Que los hadices y rentas de las mezquitas, y las limosnas y otras cosas que se acostumbran dar a las mudarazas y estudios y escuelas donde enseñan a los niños, quedarán a cargo de los alfaquís para que los destribuyan y repartan como les pareciere, y que sus altezas ni sus ministros no se entremeterán en ello ni en parte dello, ni mandarán tomarlas ni depositarlas en ningún tiempo para siempre jamás.

»Que sus altezas mandarán dar seguro a todos los navíos de Berbería que estuvieren en los puertos del reino de Granada, para que se vayan libremente, con que no lleven ningún cristiano captivo, y que mientras estuvieren en los puertos no consentirán que se les haga agravio ni se les tomará cosa de sus haciendas; mas si embarcaren o pasaron algunos cristianos captivos, no les valdrá este seguro, y para ello han de ser visitados a la partida.

»Que no serán compelidos ni apremiados los moros para ningún servicio de guerra contra su voluntad, y   —150→   si sus altezas quisieren servirse de algunos de a caballo, llamándolos para algún lugar de la Andalucía, les mandarán pagar su sueldo desde el día que salieren hasta que vuelvan a sus casas.

»Que sus altezas mandarán guardar las ordenanzas de las aguas de fuentes y acequias que entran en Granada, y no las consentirán mudar, ni tomar cosa ni parte dellas; y si alguna persona lo hiciere, o echare alguna inmundicia dentro, será castigado por ello.

»Que si algún captivo moro, habiendo dejado otro moro en prendas por su rescate, se hubiere huido a la ciudad de Granada o a los lugares de su tierra, sea libre, y no obligado el uno ni el otro a pagar el tal rescate, ni las justicias le compelan a ello.

»Que las deudas que hubiere entre los moros con recaudos y escrituras se mandarán pagar con efeto, y que por virtud de la mudanza de señorío no se consentirá sino que cada uno pague lo que debe.

»Que las carnicerías de los cristianos estarán apartadas de las de los moros, y no se mezclarán los bastimentos de los unos con los de los otros; y si alguno lo hiciere, será por ello castigado.

»Que los judíos naturales de Granada y de su Albaicín y arrabales, y los de la Alpujarra y de todos los otros lugares contenidos en estas capitulaciones, gozarán dellas, con que los que no hubieren sido cristianos se pasen a Berbería dentro de tres años, que corran desde 8 de diciembre deste año.

»Y que todo lo contenido en estas capitulaciones lo mandarán sus altezas guardar desde el día que se entregaren las fortalezas de la ciudad de Granada en adelante. De lo cual mandaron dar, y dieron su carta y provisión real firmada de sus nombres, y sellada con su sello, y refrendada de Hernando de Zafra, su secretario, su fecha en el real de la vega de Granada, a 28 días del mes de noviembre del año de nuestra salvación 1491.»

Estas capitulaciones acompañaron sus altezas con una carta misiva, a manera de provisión, porque fueron avisados que el rey Abdilehi estaba arrepentido, y de secreto impedía el efeto dellas, como acontece a los que ven que han de mudar estado de señor a vasallo, que cuantas horas tiene el día, tantas mudanzas hace su corazón; y no era sólo él, porque muchos de los ciudadanos, especialmente la gente de guerra, lo estaban ya. Mas la carta fue de tanto efeto, que entre miedo y vergüenza no pudieron dejar de hacer lo capitulado por Abí Cacem el Maleh, especialmente viendo, cómo en efeto veían, que a gente vencida ningunas condiciones se podían dar más honrosas ni con menos gravamen; y todos deseaban ver ya llegada la hora de la entrega de las fortalezas, para poder gozar de la paz, que tan innecesaria les era. El tenor de la carta decía desta manera:

«Don Hernando y doña Isabel, por la gracia de Dios, reyes de Castilla, de León, de Aragón, de Cicilia, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira y Gibraltar; conde y condesa de Barcelona; señores de Vizcaya y de Molina; duques de Atenas y de Neopatria; condes de Ruisellón y de Cerdania; marqués de Oristán y de Goziano, etc. A los alcaides, cadís, sabios, letrados, alfaquís, alguaciles, escuderos, ancianos y hombres buenos, y gente común, chicos y grandes, de la muy gran ciudad de Granada y Albaicín, hacémosos saber como estamos determinados tener esa ciudad cercada desde ésta que mandamos edificar, poner este ejército en la parte de la Vega que fuere necesario, hasta que, Dios queriendo, nuestra intención y voluntad se cumpla. Esto tened por cierto. Y juramos por el alto Dios que es verdad, y quien otra cosa en contrario os dijere, es vuestro enemigo. Nos por la presente os amonestamos que con brevedad vengáis a nuestro servicio, y no seáis causa de vuestra perdición, como lo fueron los de Málaga, que no quisieron creernos, y estuvieron en su pertinacia, siguiendo la vía de los simples, hasta que se perdieron. Si con brevedad viniéredes a nuestro servicio, remuneraros lo hemos con bien; y si nos entregáredes las fortalezas, aseguraremos vuestras personas y bienes; y el que quisiere pasará las partes de África, vaya con bien, y el que quisiere quedar, estese en su casa con todos sus bienes v hacienda, como lo estaba antes de agora. Esto hacemos porque los granadinos sois buena gente, nobles y principales, y os queremos por nuestros servidores, y tenemos intención de haceros mercedes, y os prometemos y juramos por nuestra fe y palabra real que si con brevedad y de vuestra voluntad nos quisiéredes servir y entrar debajo de nuestro poderío real, y nos entregáredes las fortalezas, podrá cada uno de vosotros salir a labrar sus heredades, y andar por do quisiere en nuestros reinos a buscar su pro donde lo hubiere; y os mandaremos dejar en vuestra ley y costumbres, y con vuestras mezquitas, como agora estáis; y el que quisiere pasar allende, podrá vender sus bienes a quien quisiere y cuando quisiere; y le mandaremos pasar con brevedad, queriendo ir en nuestros navíos, sin que por ello sea obligado a pagar cosa alguna. Y pues nuestra voluntad es de haceros todo bien y merced, y es vuestra utilidad y provecho, determinaos con brevedad, y venid a nuestro servicio, y enviad presto uno de vosotros que nos venga a hablar, asentar, capitular y concluir estas cosas, que para ello os damos veinte días de término, dentro de los cuales se efetúen. Ved agora lo que es vuestro provecho, y libertad vuestros cuerpos de muerte y captiverio. Y si pasado el dicho término no hubiéredes venido a nuestro servicio, no nos culparéis, sino a vosotros mesmos, porque os juramos por nuestra fe que pasado, no os admitiremos ni oiremos más palabra sobre ello. En vuestra mano está el bien o el mal: escoged lo que os pareciere; que con esto alimpiaremos nuestra faz con Dios altísimo. Fecha en nuestro real de la vega de Granada, a 29 días del mes de noviembre, año de 1491. -Yo el Rey. -Yo la Reina. -Por mandado del Rey y de la Reina, Hernando de Zafra.»




ArribaAbajoCapítulo XX

Cómo los moros entregaron la ciudad de Granada y sus fortalezas a los Reyes Católicos


Llegado el día señalado en que el rey moro había de entregar las fortalezas de la ciudad de Granada a los Reyes Católicos, que fue a 2 días del mes de enero del año de nuestra salvación 1492, y del imperio de los alárabes   —151→   902, y de la era de César 1533, conforme a la computación árabe, que cuentan cuarenta y un años desde la era de César hasta el nacimiento de Cristo, el cardenal don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, fue tomar posesión dellas, acompañado de muchos caballeros y de un suficiente número de infantería debajo de sus banderas. Y porque, conforme a las capitulaciones, no había de entrar por las calles de la ciudad, tomó un nuevo camino, que ocho días antes se había mandado hacer, a manera de carril, para poder llevarlas carretas de la artillería; el cual iba por defuera de los muros a dar al lugar donde está la ermita de San Antón, y por delante de la puerta de los Molinos al cerro de los Mártires y a la Alhambra. Partido el Cardenal con la gente que había de ocupar las fortalezas, luego partieron los Reyes Católicos, de su real de Santa Fe con todo el ejército puesto en ordenanza, y caminando poco a poco por aquella espaciosa y fértil vega, pasaron a un lugar pequeño, llamado Armilla, que está media legua de Granada, donde paró la Reina con todas las ordenanzas. Llegado el Cardenal al cerro de las mazmorras de los Mártires, que los moros llaman Habul, salió a recebirle el rey Abdilehi, bajando a pie de la fortaleza de la Alhambra, dejando en ella a Jucef Aben Comixa, su alcaide; y habiendo hablado un poco en secreto con él, dijo el moro en altavoz: «Id, señor, y ocupad los alcázares por los reyes poderosos, a quien Dios los quiere dar por su mucho merecimiento y por los pecados de los moros»; y por el mesmo camino que el Cardenal había subido fue a encontrar al rey don Hernando para darle obediencia. El Cardenal entró luego en la Alhambra, y hallando todas las puertas abiertas, el alcaide Aben Comixa se la entregó y se apoderó della, y a un mesmo tiempo ocupó las torres bermejas y una torre que estaba en la puerta de la calle de los Gomeres; y mandando arbolar la cruz de plata que le traían delante, y el estandarte real sobre la torre de la campana, como sus altezas se lo habían mandado, dio señal de que las fortalezas estaban por ellos. Habíase adelantado a este tiempo el rey don Hernando, y caminaba hacia la ciudad en resguardo del Cardenal, y la reina doña Isabel estaba con toda la otra gente en el lugar de Armilla con grandísimo cuidado, porque le parecía que se tardaba en hacerle la señal; y cuando vio la cruz y el estandarte sobre la torre, hincando las rodillas en el suelo con mucha devoción, dio muchas gracias a Dios por ello, y los de su capilla comenzaron a cantar el himno de Te Deum laudamus. El rey don Hernando paró sobre la ribera del río Genil en el lugar donde agora está la ermita de San Sebastián, y allí llegó el rey moro, acompañado de algunos caballeros y criados suyos, y así a caballo como venía, porque su alteza no consintió que se apease, llegó a él y le besó en el brazo derecho. Hecho este acto de sumisión, se apartaron los reyes; el Católico se fue a la Alhambra, y el pagano la vuelta de Andarax. Algunos quieren decir que volvió primero a la ciudad y que entró en una casa donde tenía recogida su familia en la Alcazaba; mas unos moriscos muy viejos, que, según ellos decían, se hallaron presentes aquel día, nos certificaron que no había hecho más de hacer reverencia al Rey Católico y caminar la vuelta de la Alpujarra, porque cuando salió de la Alhambra había enviado su familia delante, y que en llegando a un viso que está cerca del lugar del Padul, que es de donde últimamente se descubre la ciudad, volvió a mirarla, y, poniendo los ojos en aquellos ricos alcázares que dejaba perdidos, comenzó a sospirar reciamente, y dijo Alabaquibar, que es como si dijésemos Dominus Deus Sabaoth, poderoso Señor, Dios de las batallas; y que viéndole su madre sospirar y llorar, le dijo: «Bien haces, hijo, en llorar como mujer lo que no fuiste para defender como hombre». Después llamaron los moros aquel viso el Fex de Alabaquibar en memoria deste suceso. Volviendo pues a nuestros cristianos, que caminaban la vuelta de la ciudad, el Rey y la Reina y todos los caballeros y señores subieron a la Alhambra, y a la puerta de la fortaleza les dio el alcaide Jucef Aben Comixa las llaves della, y sus altezas las mandaron dar luego a don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, primo hermano del cardenal don Pedro González de Mendoza, que fue el primer alcaide y capitán general de aquel reino, cuyo valor tenían sus altezas conocido por los grandes servicios que les había hecho, ansí en esta guerra siendo alcaide y capitán de la frontera de Alhama, y después en Alcalá la Real, como cuando en el año de 1486 fue por su mandado a tratar de conformar al rey don Fernando de Nápoles con papa Inocencio VIII, y los conformó, y dejó en paz todos los potentados de Italia, que se habían movido para esta guerra. Entrando pues sus altezas en la Alhambra, los capitanes de la infantería ocuparon las otras fortalezas, torres y puertas pacíficamente, sin alboroto ni escándalo. Los moros de la ciudad se encerraron en sus casas, que no pareció ninguno sino eran los que necesariamente habían de servir en alguna cosa. Luego subieron los más principales ciudadanos a hacer reverencia y besar las manos a sus altezas, mostrando mucho contento de tenerlos por señores. Y dende a pocos días, viendo la equidad de aquellos reyes, y que les hacían guardar cuanto les habían prometido, acudieron a hacer lo mesmo algunos lugares de la sierra y de la Alpujarra y todos los demás que hasta entonces no habían venido a darles obediencia.




ArribaAbajoCapítulo XXI

Cómo los Reyes Católicos proveyeron por arzobispo de Granada a don fray Hernando de Talavera, y comenzó a tratar de la comisión de los moros


Habiéndose tomado posesión de la ciudad de Granada y de todas las fortalezas, y asegurádolas con gente de guerra, los Católicos Reyes comenzaron a dispensar su magnificencia, haciendo mercedes en general y en particular a todos los que habían servídoles en aquella guerra. Repartieron la tierra que habían ganado, y proveyeron en las cosas de justicia y buena gobernación, así para la quietud de los moros, que ya eran sus vasallos, como para la población y aumento de los nuevos pobladores que de todas partes acudían; lo cual todo hacían con tanta resolución, que parecía bien ser negocio guiado por Dios para honra y gloria suya. Andaba su corte llena de ilustres y esforzados caballeros, sabios y ejercitados en las cosas de la guerra, de muchos y muy doctos letrados en las cosas de justicia y gobernación, y de famosísimos teólogos de santa vida y ejemplar doctrina en las cosas de la fe; porque de tales personas   —152→   como éstos se arreaban más para sus consejos, que de las pompas y cerimonias de los otros reyes; y ansí acertaban en todo lo que hacían, y nada hallaban invencible, contra su espada. Entre otros religiosos que traían en su consejo, había uno llamado don fray Hernando de Talavera, fraile profeso de la orden del glorioso padre San Jerónimo, natural de la villa de Talavera, que es en el arzobispado de Toledo, hombre de maravilloso ingenio y pronteza, grandísimo predicador, muy docto en las letras sagradas y ejercitado en la filosofía moral, y sobre todo muy estimado de los Reyes por su bondad de vida y doctrina. Este padre fue más de veinte años prior del monasterio de Santa María de Prado, cerca de Valladolid, y aun lo edificó; y teniendo sus altezas noticias dél, enviaron a llamarle y le hicieron su confesor y de su consejo, y después le dieron el obispado de Ávila, y trayéndole consigo a la conquista del reino de Granada, no fue la menor parte de sus buenos sucesos la industria, consejo y oración deste santo varón, el cual, viendo que ya la ciudad comenzaba a poblarse de cristianos, y que allí tenía buena comodidad de plantar viña al Señor celestial, acordó de dejar la corte temporal, donde era favorecido y regalado, y tomar otra vida trabajosa y de mucho peligro para el cuerpo; y suplicando a los Reyes Católicos proveyesen el obispado de Ávila a quien fuesen servidos, pidió que le dejasen acabar en servicio de Dios en la nueva iglesia de Granada con aquella nueva gente. Siendo pues electo arzobispo de Granada, fue confirmada su elección por papa Alejandro VI, el cual le envió el palio, insignia arzobispal, y se le dio con gran solemnidad don Luis Osorio, obispo de Jaén, a quien vino cometido, asistiendo a ello don Pedro de Toledo, obispo de Málaga, y don fray García Quijada, obispo de Guadix. Y porque nadie pudiese decir que codicia de más renta le movía a dejar el obispado de Ávila por el arzobispado de Granada, no quiso que se le diese más de lo que para vivir moderadamente sin pompa era necesario; y así, le señalaron solos dos cuentos de maravedís en cada un año, siendo mucho más la renta del obispado de Ávila. Bien se dejó entender la intención deste buen prelado, porque desde el día que tomó posesión se apartó de los negocios de la corte de tal manera, que jamás se pudo acabar con él que se ocupase en otra cosa sino en lo que cumplía a la salvación de las almas de los fieles y conversión de los infieles y en el edificio de las iglesias y buen regimiento dellas. Bueno fue por cierto el consejo que tornaron los Católicos Reyes, como todas sus cosas eran buenas, en encomendar aquel nuevo ganado cerril, no usado al yugo suave de Dios, a pastor tan antiguo y tan ejercitado en su ley, para que por medio suyo viniesen a juntarse con su rebaño. Felice triunfo, dichosa victoria la que en tales tiempos concedió el Señor a la insigne ciudad de Granada. Bien pudiera ella ganarse en otro tiempo para los príncipes cristianos; mas por ventura no se ganara para Jesucristo, como se ganó, mediante la buena diligencia, el trabajo, la industria, las vigilias, las oraciones, el ejemplo de santa vida y dulce conversación de tan buen prelado; porque estas tales obras, poniendo Dios su gracia en ellas, ocuparon de tal manera los ánimos de los moros, que ninguna cosa más estimada, más venerada ni más amada llegaba a sus oídos que el nombre del Arzobispo, a quien ellos llamaban el alfaquí mayor de los cristianos. De donde nació que hubo muchos que se vinieron a convertir espontáneamente de su propria voluntad, por ventura con mejor celo de lo que lo hicieron después otros. Demás deste provecho tan grande que se siguió a los moros, fue también muy necesario en aquella ciudad este prelado para los cristianos, porque como la mayor parte de la gente que acudía a poblarla eran hombres de guerra o gente advenediza, había tantos tan desenfrenados en los vicios que la licencia militar traen consigo, que fue bien menester su trabajo y buena diligencia y grandísima industria para reformarlos. Comenzó cuanto a lo primero a enseñar a los moros las cosas de la fe de Dios, dándoselas a palabras, que no solamente no recebían pesadumbre los mesmos alfaquís si los llamaban para que oyesen su doctrina, más aun se venían muchos dellos a oírla sin ser llamados; y para los que se querían convertir tenía casas particulares, que llamaban casa de la doctrina, donde iba de ordinario a predicarles y a enseñarles las buenas costumbres por medio de fieles intérpretes; y aun para este efeto procuró con mucho cuidado que algunos clérigos aprendiesen la lengua arábiga, y él mesmo a la vejez quiso aprenderla, a lo menos tanta parte della que bastase, para poderles enseñar los mandamientos, los artículos de la fe y las oraciones, y oír sus confesiones. Tuvo el arzobispado don fray Hernando de Talavera quince años, y murió año de 1507 de pestilencia. Sucediole don Antonio de Rojas, que fue presidente del consejo real y patriarca; y en su tiempo, acerca de los años 1523, día de Nuestra Señora de Marzo, se puso la primera piedra en la Iglesia Mayor; y por su muerte vino al arzobispado de Granada don Francisco de Herrera, que presidió en la audiencia real, y murió el año del Señor 1525. Fue electo en su lugar don Pedro Puertocarrero, que murió antes de tomar posesión del arzobispado. Y estando el Emperador en Granada en el año, de 526, proveyó aquella silla a fray Pedro Ramírez de Alva, prior de San Jerónimo de Granada. Este hizo el colegio de los clérigos del coro, que son treinta, y murió el año del Señor 529. Luego sucedió don Gaspar de Ávalos, siendo obispo de Guadix, que hizo el colegio Real y la universidad, donde se lee teología y leyes. También hizo el colegio de los niños hijos de moriscos, donde les daban de comer y de vestir y estudio y casa de limosna. Fue proveído por arzobispo de Santiago, y sucedió en Granada don Hernando Niño de Guevara, presidente de aquella audiencia, que después lo fue del real consejo, y obispo de Sigüenza y patriarca, y tuvo el arzobispado cinco años. Sucedió don Pedro Guerrero, que lo poseyó veinte y nueve años, y se halló en el concilio Tridentino. Y por su muerte fue electo don Juan Méndez de Salvatierra, siendo canónigo de Cuenca, y tomó posesión por él el licenciado Mejía de Lasarte, inquisidor de Granada, a 19 de diciembre del año de 1577. Y por su fin y muerte vino al arzobispado don Pedro Vaca de Castro, que era presidente de la audiencia de Valladolid, y lo había sido primero en la de Granada, que hoy vive; y en su tiempo ha sido Dios servido que se manifiesten al mundo las reliquias de mártires que padecieron por su santísima fe en tiempo de la gentilidad de Nerón, en el monte Illipolitano, que   —153→   llaman monte Santo. Todos estos prelados, escogidos en doctrina y costumbres, procuraron los Reyes dar a los nuevamente convertidos, para que tomasen mejor los documentos de la fe. Baste esto cuanto a los arzobispos: volvamos a nuestra historia.

En el año del Señor 1493 se pasó el rey Zogoybi a Berbería, y vendió a los Reyes Católicos los lugares y renta que le habían dado en la Alpujarra, habiéndolo poseído y gozado poco más de dos años. Esta venta efectuó aquel alcaide que dijimos, llamado Jucef Aben Comixa, que tenía sus poderes, por precio de ochenta mil ducados, estando sus altezas en Aragón. El cual recibió luego el dinero, y lo cargó en acémilas, y lo llevó al Lauxar de Andarax, donde estaba su señor, y poniéndoselo delante, le dijo desta manera: «Señor, vuestra hacienda traigo vendida, veis aquí el precio della. He querido quitaros del peligro, porque mientras los moros os tuvieren presente no dejarán de intentar cosas que os den pesadumbre y desasosieguen esta tierra, de manera que ni vuestra persona ni los que os sirvieren tengan seguridad, ni puedan dejar de perder lo poco que les queda en ella con cualquier pequeña ocasión que se ofrezca. Con este dinero podréis comprar mejor hacienda en Berbería, y allí podréis vivir con más seguridad y descanso que en esta tierra, donde fuistes rey, y no tenéis esperanza de poderlo ya ser». Contábannos algunos moros antiguos que cuando el Zogoybi vio efetuada la venta, mostró tanta pena dello, que matara al Alcaide si no se lo quitaran de delante. Y al fin viendo cuán mal remedio había para deshacer lo hecho, recogió sin dinero, y dende a pocos días se fue con su casa y familia a la ciudad de Fez en una urca que sus altezas le mandaron dar, y allí moró mucho tiempo, hasta que después, yendo con Muley Hamete el Merini a la guerra contra los Xerifes hermanos, reyes de Marruecos, lo mataron en la batalla del río de los Negros, en el vado que dicen de Buacuba. Escarnio y gran ridículo de la fortuna, que acarreó la muerte a este rey en defensa de reino ajeno, no habiendo osado morir defendiendo el suyo.




ArribaAbajoCapítulo XXII

Cómo se comenzó a tratar de que los moros de Granada se convirtiesen a la fe, o los enviasen a Berbería


Citando los Reyes Católicos hubieron ganado la ciudad de Granada y los lugares de aquel reino, algunos prelados y otras personas religiosas les pidieron con mucha instancia que, pues nuestro Señor les había hecho tan señaladas mercedes en darles una victoria como aquélla, como celosos de su honra y gloria, diesen orden en que se prosiguiese con mucho calor en desterrar el nombre y seta de Mahoma de toda España, mandando que los moros rendidos que quisiesen quedar en la tierra se baptizasen, y los que no se quisiesen baptizar vendiesen sus haciendas y se fuesen a Berbería, diciendo que en esto no se les quebrantaban los capítulos que se les habían concedido cuando se rindieron; antes era mejorarles el partido en cosa que tanto convenía a la salvación de sus almas, y, particularmente a la quietud y pacificación perpetua de aquel reino; porque era cierto que jamás los naturales dél ternían paz ni amor con los cristianos, ni perseverarían en lealtad con los reyes, mientras conservasen los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma, que les obligaba a ser crueles enemigos del nombre cristiano. Mas aunque estas consideraciones eran santas y muy justas, sus altezas no se determinaron en que se usase de rigor con los nuevos vasallos, porque la tierra no estaba aún asegurada ni los moros habían dejado de todo punto las armas; y si acaso venían a rebelarse con opresión de cosa que tanto sentirían, sería haber devolver a la guerra de nuevo. Y demás desto, teniendo, como tenían, puestos los ojos en otras conquistas, no querían que en ningún tiempo se dijese cosa indigna de sus reales palabras y firmas, especialmente que los mesmos moros lo iban dejando, y había esperanza que con la comunicación doméstica que tendrían con los cristianos, tratando y disputando de las cosas de la religión, entenderían el error en que estaban, y dejándolo, vernían en verdadero conocimiento de la fe, y la abrazarían, como otras muchas naciones bárbaras lo habían hecho en tiempos pasados, siguiendo la voluntad de los vencedores y queriendo ser como ellos; y para que esto se hiciese con amor y benevolencia, mandaban que los gobernadores, alcaides y justicias de todos sus reinos favoreciesen a los moros, y que no consintiesen hacerles agravio ni mal tratamiento, y que los prelados y religiosos blandamente y con demostración de amor procurasen enseñar las cosas de la fe a los que buenamente quisieran oírlas, sin hacerles opresión sobre ello.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

Cómo los Reyes Católicos, sabiendo que los moros se convertían a la fe, mandaron ir a Granada a don fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo, para que ayudase en tan santa obra al arzobispo de Granada


Habiendo comenzado el buen arzobispo de Granada a regir y gobernar sus nuevas plantas, para que, quitadas del error en que estaban, brotasen frutos de salvación, los Católicos Reyes, para darle quien le ayudase en tan santa obra, enviaron a llamar a don fray Francisco Jiménez de Cisneros, fraile de la orden del seráfico padre San Francisco, y natural de la villa de Tordelaguna, a quien por merecimiento de muchas virtudes, de profunda elocuencia y de santidad de vida y costumbres, siendo provincial de su orden, le habían elegido arzobispo de Toledo en el año del Señor 1495, por fin y muerte del cardenal don Pedro González de Mendoza, que falleció domingo a 11 de enero de aquel año. Estaba a la sazón ocupado este prelado en la fábrica del colegio que fundaba en la villa de Alcalá de Henares, y dejándola encomendada a Baltanasio, su compañero, partió luego para Granada, donde sus altezas habían ido por el mes, de julio del año de 1499, y estuvieron hasta mediado el mes de noviembre, que fueron a Sevilla, y le dejaron encomendado que juntamente con el arzobispo de Granada prosiguiese en la conversión de los moros, procediendo mansamente y de manera que no se alborotasen. El medio que tuvieron los prelados para negocio tan importante fue mandar llamar a los alfaquís y morabitos de más opinión entre los moros, y con ellos solos en buena conversación disputaban, y les daban a entender las cosas tocantes a la religión cristiana, no con fuerza ni con violencia, sino con buenas razones y sentencias; y trataban el negocio con tanta modestia y mansedumbre, que habiendo disputado   —154→   gran rato con ellos, los enviaban contentos, dándoles vestidos y otras muchas cosas porque no se extrañasen de volver otras veces a las disputas. Viendo pues los alfaquís y morabitos la mansedumbre con que los trataban los prelados, las buenas obras que les hacían, y que los convencían con sentencias, reprobando su seta, deseando asimesmo gozar de la libertad con los vencedores, comenzaron algunos dellos a tomar los documentos de la fe y a enseñarlos al pueblo, amonestando que era vanidad la seta de Mahoma, y que les convenía abrazar la fe de Jesucristo. Estas amonestaciones fueron de tanto efeto, que dentro de pocos días vinieron muchos hombres y mujeres a pedir el santo baptismo con autoridad de sus proprios alfaquís, y en un solo día se baptizaron a las de tres mil personas; y fue tanta la priesa, que no pudiéndolos baptizar a cada uno de por sí, fue necesario que el arzobispo de Toledo los rociase con hisopo en general baptismo; y en la fiesta de Nuestra Señora de la O consagró la mezquita del Albaicín, y quedó iglesia colegial de la advocación de San Salvador. Y fuera el negocio muy adelante sin escándalo ni alboroto, si algunos escandalosos, a quien pesaba de ver tan buena obra, no alborotaran el pueblo y la impidieran por entonces, aunque después entre ruego y fuerza se vino a concluir, como agora diremos.




ArribaAbajoCapítulo XXIV

Cómo el arzobispo de Toledo mandó prender al Zegrí porque impedía la conversión de los moros, y cómo se vino a convertir


Había muchos moros en el Albaicín y en la ciudad que públicamente contradecían la conversión, pareciéndoles cosa dura haber de dejar la ley que sus antepasados les habían enseñado, y doliéndose de ver que la antigua seta de Mahoma se perdiese de todo punto en España. Y entendiendo el arzobispo de Toledo que los autores dello eran algunos de los principales, temiendo no le impidiesen con novedad el efeto que se hacía, mandó prender los que se entendió que eran más contradictores de las cosas de la fe. Entre los cuales fue preso uno llamado el Zegrí Azaator, hombre principal y dotado de buen entendimiento cuanto a las cosas morales, aunque por otra parte arrogante y soberbio, por ser de linaje de los reyes de Granada. Este contradecía reciamente que los moros no se convirtiesen5, y don fray Francisco Jiménez determinó, dejada aparte toda humanidad, de traerle por fuerza al yugo de Dios, pues no aprovechaban buenas razones con él; y haciéndole poner en una estrecha prisión, mandó que se encerrase con él, para que con cuidado le metiese por camino, un capellán suyo llamado Pedro de León, el cual con ánimo de león se llevó de tal manera con el Zegrí, que de indómito y soberbio que era cuando se lo entregaron, le tornó manso y humilde, y en todo muy conforme a la voluntad de los prelados; y dentro de pocos días, fuese por fuerza, o lo más cierto por inspiración divina, pidió con instancia que le llevasen al alfaquí de los cristianos. Y llevándole aprisionado delante del arzobispo de Toledo, pidió licencia para poderle hablar en su libertad, diciendo que le mandase quitar las prisiones, porque estando con ellas no se le podría agradecer lo que dijese y hiciese; y siéndole mandadas quitar, se hincó de rodillas, y besando la tierra, y luego la mano al Arzobispo, según la costumbre de los moros, le dijo: «Señor, yo quiero ser cristiano, y hágolo de buena voluntad, porque he tenido revelación de Dios, que me lo manda, y soy cierto que me llama para sí por este camino». El Arzobispo recibió grandísimo contento de verle convertido, y mandó vestirle luego de paños nuevos, y le baptizó, y quiso el Zagrí llamarse Gonzalo Hernández, como Gonzalo Hernández de Córdoba hermano de don Alonso de Aguilar, cuyo esfuerzo y valor tenía bien conocido y experimentado en aquella guerra, y demás desto, sabía que el arzobispo de Toledo le quería mucho. De aquí vino a que otros moros hiciesen lo mesmo; y así se fueron de día en día convirtiendo, sin que los alfaquís ni otra persona se lo osase estorbar, a lo menos descubiertamente. Y el arzobispo de Toledo les tomó gran copia de volúmenes de libros árabes de todas facultades, y quemando los que tocaban a la seta, mandó encuadernar los otros, y los envió a su colegio de Alcalá de Henares, para que los pusiesen en su librería.




ArribaAbajoCapítulo XXV

Cómo los moros del Albaicín de Granada se rebelaran la primera vez sobre la conversión, y la orden que se tuvo en apaciguarlos


Parecía cosa recia a los prelados, y especialmente al arzobispo de Toledo, que siendo la ciudad de Granada y todo el reino de cristianos, poseído y conquistado por príncipes tan católicos, hubiese hombres y mujeres renegados y hijos de renegados, a quien los moros llaman elches, que viviesen en la senda de Mahoma. Y como procurasen atraerlos a la fe con amor y buena doctrina, y hubiese algunos tan endurecidos que no la quisiesen abrazar por no dejar sus vicios y torpezas, acordaron de usar de rigor con ellos; y mandando a los alguaciles que prendiesen algunos pertinaces, sucedió que subiendo un día al Albaicín Sacedo, criado del arzobispo de Toledo, y un alguacil real llamado Velasco de Barrionuevo, a prender una mujer hija de un elche, trayéndola presa por la plaza de Bib el Bonut, comenzó a dar grandes voces, diciendo que la llevaban a ser cristiana por fuerza, contra los capítulos de las paces; y juntándose muchos moros, y entre ellos algunos que aborrecían aquel alguacil por otras prisiones que había hecho, comenzaron a tratarle mal de palabra; y como les respondiese soberbiamente, a furia de pueblo pusieron las manos en él y le mataron, arrojándole una losa sobre la cabeza desde una ventana, y después de muerto le metieron en una necesaria; y mataran también a Sacedo, si no le librara una mora debajo de su cama, donde le tuvo escondido aquel día y parte de la noche, hasta que pudo enviarle seguro a la ciudad. Muerto el alguacil, los moros se pusieron en arma y comenzaron a llamar a Mahoma, apellidando libertad y diciendo que se les quebrantaban los capítulos de las paces; y tomando las calles, las puertas y las entradas del Albaicín, se fortalecieron contra los cristianos de la ciudad y comenzaron a pelear con ellos, y sobreviniendo la noche, creció el escándalo. Y entendiendo que la ocasión de todo era el arzobispo de Toledo, como hombres que estaban estomagados de ver   —155→   la sobrada diligencia que ponía en hacer que fuesen cristianos, corrieron a su posada, que era en la Alcazaba, y le cercaron dentro, el cual se defendió valerosamente. Y aunque hubo algunos que le aconsejaron que saliese de allí, porque lo podía muy bien hacer, y se subiese a la fortaleza de la Alhambra, no quiso, diciendo que no había de desampararlos, y que había de esperar el suceso de aquel negocio en el peligro común. Desta manera estuvieron todos los de su casa puestos en arma aquella noche, y otro día de mañana bajó de la fortaleza de la Alhambra el conde de Tendilla con buen número de gente, y acudió luego a favorecer al Arzobispo, el cual le encomendó la ciudad y la gente de guerra que tenía consigo, que serían como docientos hombres, y que particularmente procurase apaciguar aquella furia popular; mas por mucha diligencia que puso, duró el alboroto, sin poderlo apaciguar, diez días, durante los cuales los prelados y el Conde, cada uno por su parte, trabajaron con mucha prudencia por todas las vías posibles como se quietase aquella gente bárbara, llamando a los alfaquís y a los principales ciudadanos, y dándoles a entender el yerro que habían hecho en levantarse contra reyes tan poderosos, y la pena en que habían incurrido y el castigo que se haría si llegaba la gente de Andalucía antes que se apaciguasen. Mas ellos daban color a su negocio, diciendo que el Albaicín no se había alzado contra sus altezas, sino en favor de sus firmas, y que sus ministros eran los que habían alborotado la tierra, queriendo quebrantar a los moros los capítulos de las paces con que se habían rendido, y que todo se apaciguaría con que se los guardasen, sin hacerles opresión en las cosas de la ley. Algunos había tan indignados y con tanta determinación de ponerse en libertad, que no querían oír razón, pareciéndoles que había treinta moros para cada cristiano, y que estaban bien pertrechados de armas con que defenderse. En tanta revolución pasara el negocio más adelante, si el arzobispo de Granada, confiado más en la misericordia de Dios que en la fuerza de las armas, no los apaciguara con un heroico hecho; porque no habiendo querido oír al conde de Tendilla ni recebir su adarga, que se la enviaba en señal de paz, habiéndosela apedreado y tratado mal al escudero que la llevaba, cosa que mostraba tener grande indignación, cuando más bravos y soberbios estaban, tomó consigo un solo capellán con su cruz delante y algunos criados a pie y desarmados, y se fue a meter entre los moros en la plaza de Bib el Bonut, donde se habían recogido, con tan buen semblante y rostro tan sereno como cuando iba a predicarles las cosas de la fe. Ved pues cuánta fuerza tiene la virtud y la templanza, que así como te vieron los moros, olvidando el rigor y la saña que tenían, se fueron humildes para él y le dieron paz, besándole la halda de la ropa, como lo solían hacer cuando estaban pacíficos. Luego llegó el conde de Tendilla con sus alabarderos, y quitándose un bonete de grana que llevaba en la cabeza, lo arrojó en medio de los moros, para que entendiesen que iba en hábito de paz. Los cuales lo alzaron y besaron, y se lo volvieron a dar; y con esto se aseguraron los unos y los otros, y el Arzobispo y el Conde estuvieron gran rato en la plaza amonestándoles y rogándoles que dejasen las armas, y prometiéndoles que por lo sucedido no se les daría pena ni serían habidos por culpados generalmente, y que ellos les alcanzarían perdón y la gracia de sus altezas, pues se debía entender, como ellos decían, que más se habían movido en favor de sus reales firmas que con voluntad de hacer novedad; y que demás desto, les serían guardadas sus capitulaciones. Y para que se asegurasen más, hizo el Conde un hecho verdaderamente digno de su nombre, que tomó consigo a la Condesa, su mujer, y a sus hijos niños, y los metió en una casa en el Albaicín junto a la mezquita mayor, a manera de rehenes. Y con esto se apaciguó la ciudad, ayudando también de parte de los moros un cadí o juez suyo, llamado Cidi Ceibona, hombre de buen entendimiento y muy respetado entre aquellas gentes, el cual ofreció que entregaría a la justicia de sus altezas los que habían sido en matar al alguacil, para que fuesen castigados. Y en efeto lo cumplió; los hizo prender y puso en manos del licenciado Calderón, corregidor de Granada, el cual mandó ahorcar cuatro dellos en la rambla de Beyro, y soltando otros muchos por bien de paz, dejaron los moros las armas y comenzaron a entender en sus labores.




ArribaAbajoCapítulo XXVI

Cómo el Rey Católico se enojó con el arzobispo de Toledo cuando supo la causa del rebelión de los moros, y oído su descargo, le mandó proseguir en la conversión


El demonio, enemigo del género humano, que siempre vela en daño de las almas y persigue a los que procuran salvarlas a su Criador, hubiera interrompido la buena obra comenzada, y hecho perder al arzobispo de Toledo la gracia con los Reyes, y cayera en gran falta con ellos, si el soberano Señor no le ayudara y favoreciera. En el capítulo antes deste se dijo como el rebelión del Albaicín duró diez días. El tercero día pues que los moros se rebelaron, el arzobispo de Toledo escribió a sus altezas, que estaban en la ciudad de Sevilla, dándoles cuenta de lo que pasaba; y teniendo ya cerrado el pliego para despachar un correo que fuese hombre de mucha diligencia, se ofreció un ciudadano llamado Cisneros, que daría un esclavo canario que caminaba veinte leguas cada día, y si fuese menester, se pornía en menos de dos días naturales en Sevilla. El Arzobispo se persuadió fácilmente a creerlo, y venido el canario ante él le encargó que con toda diligencia, caminando de día y de noche, fuese a Sevilla, y diese aquel pliego en manos de la Reina Católica o del secretario Almazán. El cual, habiendo prometido de cumplir cuanto se le mandaba, partió de Granada luego; mas como era hombre vil y bajo, acordó de emborracharse en el camino, y fue tan despacio, que tardó cinco días en llegar a Sevilla. En este tiempo llegaron otros avisos a sus altezas; y como el Rey Católico no vio carta del arzobispo de Toledo, entendió que por su causa había sucedido tan gran desorden, y culpándole, se enojó también con la Reina, diciendo que había sido causa de que viniese aquel hombre a Granada, que había alborotado y puesto en condición el reino que tanto había costado conquistar; aun la propria Reina casi lo creía, no viendo letra suya, y mandó al secretario Almazán que luego le escribiese imputándole tan gran descuido, y diciéndole que con toda brevedad enviase relación de lo sucedido. Estaba el Arzobispo bien descuidado,   —156→   entendiendo que sus cartas habían llegado a tiempo, y viendo lo que el secretario Almazán le escrebía, para satisfacer a sus altezas envió a fray Francisco Ruiz, su compañero, a que les informase de todo el suceso, ofreciendo de ir luego personalmente a darles más particular cuenta del negocio. Este fraile les hizo relación de todo lo sucedido en Granada, y de tal manera se lo dio a entender, que perdieron parte del enojo que tenían, aunque mucho más se aplacaron después cuando el proprio Arzobispo llegó; el cual con su mucha elocuencia y discreción lo allanó todo, dándoles a entender que lo que había hecho y hacía era por servicio de Dios, y no por otro interés, y desculpándose con tan buenas razones, que los Reyes quedaron satisfechos, y él en mayor gracia con ellos. Y viendo tan buena ocasión como de presente se ofrecía, les aconsejó que no partiesen mano de la conversión de los moros, que ya estaba comenzada, y que pues habían sido rebeldes y por ello merecían pena de muerte y perdimiento de bienes, el perdón que les concediese fuese condicional, con que se tornasen cristianos o dejasen la tierra. Este Consejo tuvieron por bueno los Reyes Católicos, aunque tardó la resolución del más de ocho meses: en el cual tiempo los del Albaicín hicieron grandes diligencias para estorbarle, y enviaron al soldán de Egipto, quejándose que les querían hacer que fuesen cristianos por fuerza, y suplicándole, los favoreciese con enviar su embajada a España, dando a entender que haría él lo mesmo con los cristianos que tenía en su imperio, compeliéndolos a que fuesen moros. Y el Soldán envió sus embajadores a los Reyes Católicos, diciendo que no se sufría hacer fuerza a los moros rendidos para que fuesen cristianos; y que si esto se hacía en España, haría él otro tanto en toda Asia con los cristianos súbditos de su imperio. Los Reyes recibieron muy bien a los embajadores, y respondieron que ellos no querían cristianos por fuerza, ni menos querían tener moros en sus reinos, por la poca seguridad que se podía tener de su lealtad; y que a los que de grado se convertían se le hacía todo bien y merced, y a los que se querían ir a Berbería les daban lugar para ello y licencia para vender sus bienes, muebles y raíces, y los enviaban con toda seguridad a los puertos donde querían ir. Y demás desto, enviaron a Pedro Mártir6, clérigo milanés, hombre docto y de muy buena vida, que fue el primer prior de la iglesia catedral de Granada, a que diese a entender al Soldán lo que en este particular había, y las causas que les habían movido a hacer lo que hacían. El cual fue a Egipto y a Persia, y llevó consigo los testimonios de los alcaides de los lugares marítimos de Berbería, en que certificaban como los ministros de los moros de España que llevaban los moros, los ponían en tierra con toda seguridad con sus mujeres y hijos y familias, sin hacerles molestia ni mal tratamiento; porque sus altezas mandaban siempre a los alcaldes y alguaciles que iban con los moros, que tomasen testimonios de donde los dejaban, para satisfación de que habían cumplido su mandado. Viendo pues los moros del reino de Granada cuán poco aprovechaban sus diligencias, hubo muchos que se pasaron a Berbería, y los que no quisieron dejar la tierra, acordaron de hacerse cristianos. Esta conversión hizo el bendito arzobispo de Granada, dándoles el sagrado baptismo sin prevención de catecismo y sin instruirlos primero en las cosas de la fe, porque acudía tanta multitud de gente a convertirse, y era tan grande la necesidad que había de brevedad, que no daba lugar a poderlos instruir; mas la diligencia y cuidado de los prelados lo habían suplido, si los moriscos quisieran olvidar las cerimonias, trajes y costumbres que tenían juntamente con la seta, y se preciaran ser y parecer en todo cristianos: cosa que jamás se pudo acabar con ellos.




ArribaAbajoCapítulo XXVII

Cómo los Reyes Católicos allanaron algunas alteraciones que hubo en el reino de Granada sobre la conversión de los moros


Luego que la fama corrió por los lugares del reino de Granada cómo los moros granadinos se tornaban cristianos, los de las sierras y de la Alpujarra, por consejo de algunos de los más principales del Albaicín, que se veían opresos y querían hacer su negocio con el peligro de cabezas ajenas, comenzaron a alborotarse; y en aquel año y en el siguiente, que fue de 1500, se rebelaron algunos lugares, diciendo que les quebrantaban los capítulos de las paces con que se habían entregado; y que pues no habían sido culpados en el rebelión, tampoco eran obligados a pasar por lo que los otros hacían para su descargo. Sabidos estos alborotos en Sevilla, el Rey Católico partió para Granada a 27 de enero, y mandó al conde de Tendilla y a Gonzalo Hernández de Córdoba que fuesen sobre el castillo de Güejar, donde se habían recogido algunos moros de los alzados; los cuales fueron luego sobre él, y ganándole le destruyeron, no sin gran daño de la gente de armas que llevaban; porque los enemigos de Dios araron de dos o tres rejas las hazas que estaban al derredor del lugar; y echando toda el agua de las acequias por ellas, empantanaron el campo de manera que atollaban los caballos hasta las cinchas; y viéndolos embarazados en aquellos atolladeros, cargaban sobre ellos de todas partes los peones sueltos por las lindes y veredas que sabían, y los herían y mataban. El conde de Lerín, que tenía su estado en el reino de Navarra, fue sobre Andarax, porque los moros de aquella taa se habían hecho fuertes en el castillo del Lauxar; y ganándole por fuerza de armas, voló con pólvora la mezquita mayor, donde se habían recogido las mujeres y niños de aquellos lugares. Y el rey don Hernando entró por el valle de Lecrín, y cercó y ganó el castillo y lugar de Lanjarón, viernes a 7 días del mes de marzo, llevando consigo al alcaide de los Donceles, al conde de Cifuentes, al comendador mayor de Calatrava, a Gonzalo Mejía, señor de Sanctofimia, y a otros muchos señores y caballeros; y un moro negro, que tenían los alzados por capitán, no queriendo venir, ni poder de cristianos ni dejar de morir moro, se echó de la torre abajo, y se hizo pedazos, cuando vio que los otros se rendían. Siendo pues opresos los rebeldes con increíble presteza, y allanadas las cosas de la Alpujarra, volvió el Rey a Sevilla; y trayendo consigo a la Reina, tornaron a Granada, sábado 23 días del mes de julio. Y en los meses de agosto, setiembre y octubre se convirtieron todos los moros   —157→   de la Alpujarra y de las ciudades de Almería, Baza, Guadix, y de otras muchas villas y lugares del reino de Granada. Y en este tiempo se alzaron los moros de Belefique, y en el siguiente año de 501, al principio dél, fueron presos y muertos por justicia, y las mujeres dadas por captivas. Los de Níjar y Güevéjar se dieron y fueron esclavos, excepto los niños de once años abajo, que los tornaron cristianos. Y en el mesmo año se alzaron ciertos lugares de moros de la serranía de Ronda y sierra Bermeja y Villaluenga, y sus altezas enviaron contra ellos al conde de Ureña y a don Alonso de Aguilar. Mas no les sucedió tan prósperamente, porque fueron desbaratados en un lugar llamado Calalui, cerca de Ginalguacil, martes en la noche, a 16 días del mes de marzo; y muriendo la mayor parte de nuestra gente, murió también don Alonso de Aguilar a manos de un moro llamado el Feri, vecino de Ben Estepar. Escapó don Pedro, su hijo, con los dientes quebrados de una pedrada, y el conde de Ureña y los demás con grandísimo trabajo. Por esta rota fue necesario que el proprio Rey Católico saliese de Granada, y con su presencia se allanó luego toda la tierra; y dejando ir a Berbería a los que no quisieron ser cristianos, se convirtieron los demás allí y en todo el reino; y lo mesmo hicieron dentro de pocos días los moros mudéjares que vivían en Ávila, en Toro y en Zamora y en otras partes de Castilla, que aun hasta entonces no se habían convertido.






ArribaAbajoLibro segundo


ArribaAbajoCapítulo I

Cómo los nuevamente convertidos sintieron siempre mal de la fe. Trata de los nombres de moro y mudéjar


Apaciguadas las alteraciones del reino de Granada, y convertidos los moros a nuestra santa fe católica de la manera que hemos dicho, los Católicos Reyes los fueron regalando con nuevas mercedes y favores, gobernándolos con amor, y haciéndoles todo buen tratamiento, y mandando a sus ministros de justicia y guerra que los favoreciesen y animasen. Mas luego se entendió lo poco que aprovechaban estas buenas obras para hacerles que dejasen de ser moros; porque si decían que eran cristianos, veíase que tenían más atención a los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma que a los preceptos de la Iglesia Católica, y que cerraban de industria las orejas a cuanto los prelados, curas y religiosos les predicaban; y siendo ricos y más señores de sus haciendas de lo que eran en tiempo de los reyes moros, jamás se tuvieron por contentos, sospirando siempre con la memoria de su antigua era; y confiados en unas ficciones vanas, llamadas jofores o pronósticos, sólo en ellas ponían su esperanza, porque les decían que habían de volver a ser moros y a su primer estado. Esto duró al principio, mientras duraron los viejos con alguna manera de libertad por su barbarismo; y después, aunque con el trato comenzaron a sosegarse los que les sucedieron, sintiendo menos regalo y mayores opresiones de las justicias, como hombres que entendían ya cualquier cosa con la prática que tenían, empezaron a congojarse demasiadamente y a enfurecerse con su mala inclinación; de donde les crecía cada hora más la enemistad y el aborrecimiento del nombre de cristiano; y si con fingida humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos, comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma. Esta mancha fue general en la gente común, y en particular hubo algunos nobles de buen entendimiento que se dieron a las cosas de la fe, y se honraron de ser y parecer cristianos, y destos tales no trata nuestra historia. Los demás, aunque no eran moros declarados, eran herejes secretos, faltando en ellos la fe y sobrando el baptismo; y cuanto mostraban ser agudos y resabidos en su maldad, se hacían rudos e ignorantes en la virtud y doctrina. Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el olio santo, y hacían sus cerimonias de retajarlas, y les ponían hombres de moros; las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recebir las bendiciones de la Iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas, y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros. Si algunos aprendían las oraciones, era porque no les consentían que se casasen hasta que las supiesen, y muchos huían de saber la lengua castellana, por tener excusa para no aprenderlas. Acogían a los turcos y moros berberiscos en sus alcarías y casas, dábanles avisos para que matasen, robasen y captivasen cristianos, y aun ellos mismos los captivaban y se los vendían; y así, venían los cosarios a enriquecer a España como quien va a una India; y muchas veces se iban las alcarías enteras con ellos; aunque éste era el menor mal y de que menos pena habían de sentir los cristianos, porque les acontecía anochecer en España y amanecer en Berbería con sus vecinos y compadres. Para remedio destos males proveyeron los Reyes de Castilla algunas cosas de justicia y buena gobernación, y entre otras, la reina doña Juana, hija y heredera de los Católicos Reyes, entendiendo que sería de mucho efeto quitarles el hábito morisco para que fuesen perdiendo la memoria de moros, mandó quitárselo, dándoles seis años de tiempo para romper los vestidos que tenían hechos, y se disimuló con ellos otros diez hasta que fue mandada cumplir por el emperador don Carlos en el año de 1518, que vino a reinar en Castilla, y suspendida a suplicación de los moriscos el mesmo año por el tiempo que su voluntad. Después el licenciado Pardo, abad mayor de la iglesia de San Salvador del Albaicín, y los canónigos   —158→   beneficiados della que sabían bien cómo vivían los moriscos, informaron de nuevo a su majestad que guardaban los ritos y cerimonias de moros; y en el año de 1526, estando en la ciudad de Granada, proveyó visitadores eclesiásticos por toda la tierra, y fueron nombrados para ello don Gaspar de Ávalos, obispo de Guadix; fray Antonio de Guevara, el licenciado Utiel, el doctor Quintana y el canónigo Pero López. En el siguiente capítulo diremos lo que en esto hubo, porque en este lugar nos ocurre hacer una breve relación, para que el letor entienda lo que es moro y mudéjar, y de donde vinieron estos nombres. Los setarios secuaces de Mahoma propriamente deben ser llamados con dos solos nombres, alárabes o agemes: los alárabes son los originarios, y los agemes los advenedizos que de otras naciones y provincias abrazaron su opinión. A éstos llaman generalmente los mahometanos entre sí mucelemin, y nosotros los llamamos moros, nombre improprio, porque mauros fueron otros pueblos fenicios que vinieron de Tiro a poblar en África, y edificaron la ciudad de Útica, y después la de Cartago, setenta y dos años antes de la fundación de Roma, cuya historia es ésta. Los fenicios fueron valerosos en las artes bélicas, y dieron después nombre a las dos Mauritanias, Tingitana y Cesariense, y tuvieron grandes victorias debajo las conductas de sus capitanes Macheo, Magon, Asdrúbal primero, Amílcar segundo, Annone, Gisgon, Aníbal, Asdrúbal segundo, Safo, y otros que refieren las historias de Trogo Pompeyo y de otros que escribieron después dél. Éstos entraron al principio en África por vía de paz y so color de contratar con los penos pastorales o númidas; después hicieron sus colonias y guerrearon con ellos y haciéndose poderosos con los buenos sucesos, conquistaron y ocuparon la mayor parte de Berbería y las islas de Cicilia y Sardeña; y pasando en tierra firme de Italia, pusieron temor a los poderosos romanos, que entre envidia y codicia dieron después fin a su prosperidad, destruyendo y asolando la famosa ciudad de Cartago. Los mauros, fenicios o cartaginenses, como los quisiéremos llamar, que escaparon de la ira de los romanos, derramándose por África entre los penos, constituyeron señorío en algunas partes, especialmente en las Mauritanias, y dellos vienen los que agora llaman azuagos; y porque así éstos como los otros mauros de Fenicia abrazaron la seta de Mahoma en el número de los agemes, el vulgo cristiano los llama comúnmente a todos moros; y así los que lo son se honran mucho de aquel nombre, entendiendo por mucelemines y que es el nombre que ellos tienen por epíteto de santimonia, interpretado hijos de salvación. Los mudéjares vienen de los alárabes y de los agemes africanos y de otras naciones, y son los que se quedaron en España en los lugares rendidos por vasallos a los reyes cristianos, a los cuales, porque servían y hacían guerra contra los otros moros, los llamaron por oprobrio mudegelín, nombre tomado de Degel, que es en arábigo el Antecristo; y no por ser de casta de judíos, como algunos han querido decir. Esto baste para la etimología destos nombres, que todo se pone aquí por curiosidad.




ArribaAbajoCapítulo II

Cómo el emperador don Carlos mandó hacer junta de prelados en la ciudad de Granada para reformación de los moriscos


Habiendo hecho los visitadores por todos los lugares de moriscos del reino de Granada su visita, y siendo informado el cristianísimo emperador don Carlos cuán conveniente cosa era, para que fuesen buenos cristianos, que dejasen el trato y costumbres que tenían de tiempo de moros, juntando la apariencia con las obras, estando todavía su majestad en Granada, mandó hacer junta de los más estimados teólogos que a la sazón se hallaban en el reino, a quien encomendó aquel negocio, para que tratasen del remedio que se podría tener para hacérselo dejar. Juntáronse en la capilla real que los Católicos Reyes don Hernando y doña Isabel fundaron para su enterramiento en la Iglesia Mayor de aquella ciudad, don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla y inquisidor general de España, don Juan Tavera, arzobispo de Santiago, presidente del real consejo de Castilla y capellán mayor de su majestad; don fray Pedro de Álava, electo arzobispo de Granada; don fray García de Loaysa, obispo de Osma; don Gaspar de Ávalos, obispo de Guadix; don Diego de Villalar, obispo de Almería; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Luis Polanco, oidores del real consejo, don García Padilla, comendador de la Orden de Calatrava; don Hernando de Guevara y el licenciado Valdés, del consejo de la general Inquisición; y el comendador Francisco de los Cobos, secretario de su majestad y de su consejo. En esta junta se vieron las informaciones de los visitadores, los capítulos y condiciones de las paces que se concedieron a los moros cuando se rindieron, el asiento que tomó de nuevo con ellos el arzobispo de Toledo cuando se convirtieron, y las cédulas y provisiones de los reyes, juntamente con las relaciones y pareceres de hombres graves. Y visto todo, hallaron que mientras se vistiesen y hablasen como moros conservarían la memoria de su seta y no serían buenos cristianos, y en quitárselo no se les hacía agravio, antes era hacerles buena obra, pues lo profesaban y decían. Mandáronles quitar la lengua y el hábito morisco y los baños; que tuviesen las puertas de sus casas abiertas los días de fiesta y los días de viernes y sábado; que no usasen las leylas y zambras a la morisca; que no se pusiesen alheña en los pies ni en las manos ni en la cabeza las mujeres, que en los desposorios y casamientos no usasen de cerimonias de moros, como lo hacían, sino que se hiciese todo conforme a lo que nuestra Santa Iglesia lo tiene ordenado; que el día de la boda tuviesen las casas abiertas y fuesen a oír misa; que no tuviesen niños expósitos; que no usasen de sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos gacis de los berberiscos, libres ni captivos.

Todas estas cosas se pusieron por capítulos, con las causas y razones que los habían movido a ello; y consultado a su majestad, los mandó cumplir. Mas los moriscos acudieron luego a contradecirlos, informando con sus razones morales, como gente que ninguna cosa sentían tanto como haber de dejar su traje y lengua natural, que era lo que más sentían; y dieron sus memoriales, y hicieron sus ofrecimientos, y al fin alcanzaron con su majestad, antes que saliese de Granada, que mandase suspender los capítulos por el tiempo que fuese   —159→   su voluntad; y con esto cesó la ejecución por entonces. Y aunque después en el año de 1530, estando el Emperador ausente destos reinos, la Emperatriz nuestra señora mandó despachar sus reales cédulas al arzobispo de Granada, y al Presidente y oidores, y a los proprios moriscos, encargándoles y mandándoles que diesen orden como se quitase aquel traje deshonesto y de mal ejemplo, y que las moriscas trajesen sayas y mantos, y sombreros como cristianas, acudieron otra vez al Emperador, y le suplicaron mandase suspender aquellas cédulas, representando los grandes inconvenientes que había en la ejecución, la pérdida de las rentas reales y el desasosiego del reino; y ansí mandó su majestad suspender los capítulos segunda vez, hasta que viniese a España. No ponemos en este lugar los capítulos, porque van adelante con la contradición que los moriscos hicieron a los que se hicieron en la villa de Madrid, que fue todo una cosa, y resultó de allí el rebelión de que trata esta historia.




ArribaAbajoCapítulo III

Cómo se quitó a los moriscos que no pudiesen servirse de esclavos negros, y se les mandó a los que tenían licencias de armas que las llevasen a sellar ante el capitán general


En el año de nuestra salud 1560, estando ya retirado a la contemplación de las cosas divinas el cristianísimo emperador don Carlos, nuestro señor, en el monasterio de Yuste, habiendo dejado el gobierno de todos sus estados al Católico Rey don Felipe, su hijo, segundo deste nombre, en las primeras cortes que celebró en la ciudad de Toledo el mesmo año, los procuradores de Cortes, informados del daño que se seguía de que los moriscos del reino de Granada tuviesen esclavos negros de Guinea en su servicio, porque los compraban bozales para servirse dellos, y teniéndolos en sus casas, les enseñaban la seta de Mahoma y los hacían a sus costumbres, y demás de perderse aquellas almas, crecía cada hora la nación morisca, con menos confianza de fidelidad, suplicaron a su majestad se los mandase quitar; y a su pedimento se mandó que ningún morisco tuviese esclavos negros en su casa ni en sus labores, cometiendo la ejecución dello a las justicias ordinarias del reino. Deste mandato se agraviaron todos en general, diciendo que se tenía poca confianza dellos y de su trato, y que en caso que se les hubiese de quitar los esclavos, había de entenderse solamente con los hombres sospechosos, y no con toda la nación, donde había muchos nobles que se trataban como cristianos y se preciaban de serlo, estando emparentados con ellos, y que no había causa ni razón para que les hiciesen un agravio tan grande. Y su majestad, con acuerdo del Real Consejo, por una declaración que sobre ello se hizo, mandó que no se entendiese lo proveído con las personas particulares, de quien no se debía tener sospecha, ni con los que estuviesen casados o se casasen con cristianas. Desto suplicaron segunda vez los moriscos del reino, diciendo que los esclavos negros eran el servicio de sus casas y de sus labores, y era destruirlos si se los quitaban; y con grandísima instancia pidieron que se entendiese la limitación con t, ción, sin eceptar personas, pues eran todos y vasallos de su majestad. Luego acudieron a don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, que ya era alcaide de la fortaleza de la Alhambra y capitán general del reino de Granada, en vida de don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, su padre, que a la sazón era presidente del consejo real de Castilla; y poniéndole delante los beneficios que los naturales de aquel reino habían recebido de sus antepasados, y los servicios que la nación les había hecho, le suplicaron que tomando la mano en aquel negocio, los favoreciese, y procurase con su majestad la suspensión de aquel capítulo de cortes, de que tanto daño les venía. El Conde les ofreció que haría lo que pudiese, como lo había hecho siempre en las cosas que se les ofrecían, y ansí lo hizo. Mas viendo aquella gente sospechosa que no sucedía el negocio conforme a su deseo, entendiendo que lo había tratado tibiamente, o por ventura les había sido contrario, comenzaron algunos dellos a desgustarse, procurando favorecerse de otras personas, y hicieron revocar una merced que de pedimiento del reino le había hecho su majestad en la renta de la farda, de dos mil ducados de ayuda de costa en cada un año; y de aquí nació que también el conde de Tendilla les diese poco gusto de su parte. Entraron luego los celos de la división entre la Audiencia real y él sobre cosas harto livianas, torciendo el entendimiento de las concordias que estaban hechas y confirmadas por los Reyes, y trayéndolas cada cual a su opinión, no queriendo tener igual y procurando conservar superioridad. Pretendía el Audiencia por su parte quitar el conocimiento de las causas al Capitán general, o a lo menos emendar lo que hacía. Estiraba él su cargo cuanto podía, y de aquí vino a pasiones particulares, que redundaron después en daño de muchos que estaban bien descuidados. Porque luego con voz de restituir al público concejil lo que tenían ocupado algunos de la Audiencia y otras personas del cabildo de la ciudad, se dio noticia a su majestad, y se proveyó juez de términos contra ellos; lo cual fue causa de echar a las vueltas algunos moriscos de sus haciendas; gente encogida y miserable, que viéndose desposeer de las heredades y tierras que habían heredado, comprado o poseído, no menos sentían este gravamen que los otros. Demás desto, el conde de Tendilla, viendo que se le habían desvergonzado y cobrado alas con otros favores, para tenerlos más sujetos trató con el fiscal de la Audiencia real y con el cabildo de la ciudad de Granada que pidiesen a su majestad confirmación de una cédula que el emperador don Carlos había dado el año del Señor 1553, en que mandaba que todos los moriscos del reino de Granada, de cualquier estado y condición que fuesen, que tuviesen licencias para traer armas, las llevasen a registrar ante el Capitán general, para que las mandase sellar, y que no las pudiesen traer ni tener de otra manera. Esta cédula se mandó luego confirmar en el Consejo, con relación que algunos moriscos, so color de tener licencias de armas, compraban más cantidad de las que habían menester, y las vendían o daban a los monfís y hombres escandalosos. Y aunque hubo contradición de su parte, no les aprovechó, y fue tanto lo que lo sintieron, que muchos dejaron de traer las armas por no ponerse en aquella sujeción, y pocos fueron los que las llevaron a registrar y sellar; todos quedaron descontentos, indinados y con poco sosiego. De allí adelante, habiendo poca conformidad entre los superiores, menudeaban   —160→   quejas a su majestad, con que cansados los oídos de los de su consejo, y él con ellos, las provisiones no tuvieron efeto, y salieron varias o ningunas, perdiendo con la importunidad el crédito, y se proveyeron muchas cosas de pura justicia, que conforme a la calidad de los tiempos se pudieran dilatar, o llevar con menos rigor.




ArribaAbajoCapítulo IV

Cómo se mandó que los moriscos delincuentes no se acogiesen a lugares de señorío ni gozasen de la inmunidad de la iglesia más de tres días


Estos mesmos días las justicias y los concejos de los lugares del reino de Granada que eran cabezas de partidos informaron a los oidores y alcaldes de la Audiencia Real como en los lugares de señorío se acogían y estaban avecindados muchos moriscos que andaban huidos de la justicia por delitos, y teniendo allí seguridad, salían a saltear y robar por los caminos, y que los señores cuyos eran los lugares los favorecían y amparaban por tenerlos poblados, y desta manera crecía el número de malhechores y había poca seguridad en la tierra, y convenía mandar que no los acogiesen y que las justicias realengas entrasen a prenderlos donde los hallasen. Pareciendo pues a la Audiencia que no convenía que los delincuentes tuviesen aquella guarida, informaron sobre ello a su majestad en su real consejo, y con él consultado, se mandó despachar provisión para que los señores no recogiesen gente desta calidad en sus pueblos, y las justicias realengas pudiesen entrarlos a prender donde quiera que los hallasen. Había muchos moriscos que habiendo sido perdonados de las partes, y estando sus negocios olvidados muchos años había, vivían en lugares de señorío y estaban avecindados y casados en ellos. Estaban con alguna manera de quietud entendiendo en sus oficios y labores del campo, y como los escribanos comenzasen a revolver papeles, buscando causas, y las justicias los apretasen con rigor, perdiendo la confianza que tenían del favor de los lugares de señorío, y viendo que tampoco se podían entretener en las iglesias ni estar retraídos más de tres días en ellas, porque así se había proveído también estos días, comenzaron a darse a los montes, y juntándose con otros monfís y salteadores, cometían cada día mayores delitos, matando y robando las gentes, y andando en cuadrillas armados y tan a recaudo, que las justicias ordinarias eran ya poca parte para prenderlos, por no traer gente de guerra consigo. Luego entró la duda de la competencia de su jurisdición que dijimos, sobre si pertenecía al Capitán general, que solía hacer semejantes castigos por razón del oficio de la guerra, o a las justicias, por ser negocio de rigor de ley; y al fin se cometió a las justicias, dando facultad a don Alonso de Santillana, que a la sazón era presidente en la audiencia real de Granada, y a los alcaldes del crimen, para que a costa de los moriscos recogiesen cierto número de gente a sueldo que anduviesen en seguimiento de los delincuentes, no excluyendo en parte al Capitán general, sino que también él prendiese y castigase. La Audiencia hizo dos cuadrillas pequeñas de a ocho hombres cada una, que ni eran bastantes para asegurar la tierra ni fuertes para resistir a los monfís; y ansí se acrecentó con ellos el daño. Porque por nuestros pecados el día de hoy van los negocios más enderezados al interés particular que al bien público, y aunque la intención del Consejo Real fue santa y buena, la sobrada diligencia y el modo de proceder fue dañoso, porque los alguaciles y escribanos, que eran los ejecutores, queriendo enriquecer en esta ocasión, no sólo perseguían a los que entendían ser culpados, más aun molestaban a los que estaban quietos y pacíficos en sus casas; y extendieron la codicia tanto, que pocos moriscos había ya en el reino que no los hallasen culpados. Con estas opresiones, siguiéndolos también el capitán general por su parte y la Inquisición y el Arzobispo, no teniendo donde poderse guarecer en poblado, se dieron a los montes muchos que hasta entonces no lo habían hecho. Ayudó también por su parte la desorden de los soldados que se alojaban en las alcarías en las casas de los moriscos; y demás de la costa ordinaria que les hacían, que era mucha, usaban de las codicias y deshonestidades que la licencia militar trae consigo cuando no precede el temor de Dios; y por ventura, como después se entendió, eran más los delitos que ellos cometían que los delincuentes que prendían. Desta manera fue creciendo el mal con la medicina y el número de los monfís, muchos de los cuales se recogían en la ciudad de Granada, y metiéndose en el Albaicín, salían a saltear de noche, mataban los hombres, desollábanles las caras, sacábanles los corazones por las espaldas y despedazábanlos miembro a miembro; y de junto a los muros de la ciudad y dentro captivaban las mujeres y los niños y los llevaban a vender a Berbería. De aquí tomó principio la esperanza de los ánimos escandalosos y ofendidos, y estos mismos fueron instrumento principal del rebelión, como se entenderá por el discurso desta historia.




ArribaAbajoCapítulo V

Cómo su majestad mandó hacer junta en la villa de Madrid sobre la reformación de los moriscos, y se mandaron ejecutar los capítulos de la junta del año de 1526


Como los moriscos anduviesen tan desasosegados y acudiesen de hora en hora avisos a la ciudad de Granada de los daños que hacían, viviendo como moros y comunicándose con los moros de Berbería, don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, yendo al concilio de Trento, llevó tan a su cargo este negocio, que trató dél con muchas veras. Y papa Paulo III le encargó que dijese de su parte al rey don Felipe nuestro señor, que pusiese remedio como aquellas almas no se perdiesen. Y en un sínodo que hizo, donde se juntaron los obispos de Málaga, Guadix y Almería, sufragáneos al arzobispado de Granada, se trató de lo que convenía para que los nuevamente convertidos tratasen con integridad las cosas de la fe. Y hallando el remedio en la ejecución de los capítulos de la junta de la capilla real, informaron dello a su majestad, y él lo remitió a su real consejo, presidiendo en él el licenciado don Diego de Espinosa, que también era inquisidor general y obispo de Sigüenza, y después fue cardenal en la santa iglesia de Roma; y habiendo visto las relaciones del arzobispo y de los prelados, y que los remedios pasados no habían aprovechado más que para un principio de venganza, como es costumbre de los malos convertir   —161→   las cosas que se procuran para su emienda en nuevos géneros de delitos y ofensas, acordaron ante todas cosas que las provisiones que se hiciesen se ejecutasen con efeto, sin admitir demandas ni respuestas. Y para proveer en ello mandó su majestad el año de 1576 hacer una junta en la villa de Madrid, en la cual intervinieron el presidente don Diego de Espinosa, el duque de Alba, don Antonio de Toledo, prior de San Juan; don Bernardo de Borea, vicechanciller de Aragón; el maestro Gallo, obispo de Orihuela; el licenciado don Pedro de Deza, del consejo de la general Inquisición; el licenciado Menchaca y el doctor Velasco, oidores del Consejo Real y de la cámara; y todos estos caballeros y letrados se resolvieron en que pues los moriscos tenían baptismo y nombre de cristianos, y lo habían de ser y parecer, dejasen el hábito y la lengua y las costumbres de que usaban como moros, y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el emperador don Carlos había mandado hacer el año de 26; y ansí lo consultaron a su majestad, encargándole la conciencia; y para excusar importunidades, do se publicaron hasta que los enviaron al presidente de Granada que los ejecutase. Pornemos en este lugar los capítulos, y luego las contradiciones que los moriscos hicieron, porque no quede cosa, que el lector pueda desear.




ArribaAbajoCapítulo VI

En que se contienen los capítulos que se hicieron en la junta de la villa de Madrid sobre la reformación de los moriscos


Primeramente se ordenó que dentro de tres años de como estos capítulos fuesen publicados, aprendiesen los moriscos a hablar la lengua castellana, y de allí adelante ninguno pudiese hablar, leer ni escrebir en público ni en secreto en arábigo.

Que todos los contratos y escrituras que de allí adelante se hiciesen en lengua árabe fuesen ningunos, de ningún valor y efeto, y no hiciesen fe enjuicio ni fuera dél, ni en virtud dellos se pudiese pedir ni demandar, ni tuviesen fuerza ni vigor alguno.

Que todos los libros que estuviesen escritos en lengua arábiga, de cualquier materia y calidad que fuesen, los llevasen dentro treinta días ante el presidente de la audiencia real de Granada para que los mandase ver y examinar; y los que no tuviesen inconveniente, se los volviese para que los tuviesen por el tiempo de los tres años, y no más.

Cuanto a la orden que se había de dar para que aprendiesen la lengua castellana, se cometía al presidente y al arzobispo de Granada, los cuales, con parecer de personas práticas y de experiencia, proveyesen lo que les pareciese más conveniente al servicio de Dios y al bien de aquellas gentes.

Cuanto al hábito, se mandó que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de vestido de los que se usaban en tiempo de moros; y que todo lo que se cortase y hiciese fuese a uso de cristianos. Y porque no se perdiesen de todo punto los vestidos moriscos que estaban hechos, se les dio licencia para que pudiesen traer los que fuesen de seda o tuviesen seda en guarniciones, tiempo de un año, y los que fuesen de sólo paño, dos años; y que pasado este tiempo, en ninguna manera trajesen los unos ni los otros vestidos. Y durante los dos años, todas las mujeres que anduviesen vestidas a la morisca llevasen las caras descubiertas por donde fuesen, porque se entendió que por no perder la costumbre que tenían de andar con los rostros atapados por las calles, dejarían las almalafas y sábanas, y se pondrían mantos y sombreros, como se había hecho en el reino de Aragón cuando se quitó el traje a los moriscos dél.

Cuanto a las bodas, se ordenó que en los desposorios, velaciones y fiestas que hiciesen, no usasen de los ritos, cerimonias, fiestas y regocijos de que usaban en tiempo de moros, sino que todo se hiciese conformándose con el uso y costumbre de la santa madre Iglesia, y de la manera que los fieles cristianos lo hacían; y que en los días de las bodas y velaciones tuviesen las puertas de las casas abiertas, y lo mesmo hiciesen los viernes en la tarde y todos los días de fiesta, y que no hiciesen zambras, ni leilas con instrumentos, ni cantares moriscos en ninguna manera, aunque en ellos no cantasen ni dijesen cosa contra la religión cristiana ni sospechosa della.

Cuanto a los nombres, ordenaron que no tomasen, tuviesen ni usasen nombres ni sobrenombres de moros, y los que tenían los dejasen luego, y que las mujeres no se alheñasen.

En cuanto a los baños, mandaron que en ningún tiempo usasen de los artificiales, y que los que había se derribasen luego; y que ninguna persona, de ningún estado y condición que fuese, no pudiese usar de los tales baños, ni se bañasen en ellos en sus casas ni fuera dellas.

Y cuanto a los gacis, se proveyó que los que fuesen libres, y los que se hubiesen rescatado o se rescatasen, no morasen en todo el reino de Granada, y dentro de seis meses de como se rescatasen saliesen dél; y que los moriscos no tuviesen esclavos gacis, aunque tuviesen licencias para poderlos tener.

Cuanto a los esclavos negros, se ordenó que todos los moriscos que tenían licencias para tenerlos, las presentasen luego ante el presidente de la real audiencia de Granada, el cual viese si los que las tenían eran personas que sin impedimento ni otro peligro podían usar dellas, y enviase relación a su majestad dello, para que lo mandase ver y proveer; y en el ínterin la persona en cuyo poder se exhibiesen las licencias las detuviese, proveyendo en ello el Presidente lo que más viese que convenía.

Esta fue la resolución que se tomó en aquella junta, aunque algunos fueron de parecer que los capítulos no se ejecutasen todos juntos, por estar los moriscos tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirían tanto yéndoselas quitando poco a poco; mas el presidente don Diego de Espinosa, fabricado de los avisos que venían cada día de Granada, y abrazándose con la fuerza de la religión y poder de un príncipe tan católico, quiso y consultó a su majestad que se ejecutasen todos juntos.




ArribaAbajoCapítulo VII

Cómo su majestad proveyó por presidente de la audiencia real de Granada al licenciado don Pedro de Deza, y se le enviaron los capítulos


Luego proveyó su majestad por presidente de la audiencia real de Granada al licenciado don Pedro de   —162→   Deza, oidor de la general Inquisición, que hoy es cardenal en la santa iglesia de Roma, natural de la ciudad de Toro, y que había sido uno de los de la junta de la villa de Madrid, como queda dicho. El cual habiendo recibido la cédula de su provisión en la villa de Madrid, a 4 días del mes de mayo del año de 1566, a los 25 dél estaba ya en la ciudad de Granada, y el mesmo día que llegó se juntó el Acuerdo y tomó la posesión de la presidencia. Luego le envió el presidente don Diego de Espinosa los capítulos en forma de premática, para que con parecer del Acuerdo, comunicándolo también con el arzobispo de aquella ciudad, los hiciese publicar y procediese en la ejecución dellos, sin embargo de cualesquier contradiciones que se hiciesen de parte de los moriscos, procurando primero algunos medios para que sin mucho apremio se cumpliesen; y por otra parte, su majestad mandó al presidente don Diego de Espinosa que dijese a don Íñigo López de Mendoza, marqués que era ya de Mondéjar, por muerte de don Luis Hurtado de Mendoza, su padre, que aún estaba en la corte, que fuese a hallarse presente a la publicación de los capítulos, por si fuese menester dar calor con su presencia. Luego como llegaron a Granada los capítulos, el Presidente los mandó imprimir secretamente, para que hubiese copia que enviar a un mesmo tiempo por todo aquel reino, porque se acordó que se pregonasen el primer día del mes de enero luego siguiente, por ser día señalado, víspera de la fiesta que con gran solenidad celebra aquella ciudad en memoria del día en que los Reyes Católicos la ganaron. Y mientras esto se hacía, deseando que de los proprios moriscos, que ya tenían noticia de lo que se trataba y le habían hablado sobre ello, naciese alguna manera de consentimiento, hizo llamar a un Alonso de Horozco, canónigo de la iglesia colegial de San Salvador del Albaicín, hombre que tenía amistad y trato con los moriscos, porque había sido muchos años beneficiado en la Alpujarra, y sabía muy bien la lengua arágiba, y le encomendó que hiciese juntar los más principales en la iglesia, y por vía de amistades dijese que tenía aviso cierto como su majestad, cansado de oír las quejas que de ordinario le iban de los nuevamente convertidos de aquel reino, diciéndole que eran moros y se trataban como moros, y que la principal causa, para no ser cristianos eran el hábito y la lengua morisca, y las otras costumbres y cerimonias que tenían de tiempo de moros, había tomado resolución de mandar que lo dejasen todo; y que siendo ansí, sería cosa muy acertada que ellos lo pidiesen con su comodidad, y por la orden que les estuviese mejor, porque gustaría dello y les agradecería su buen deseo; y que dejando aparte los inconvenientes que hallaban en lo del hábito y la lengua, pidiesen que todas las mujeres que se casasen y las niñas se vistiesen como cristianas; y no haciendo de nuevo ropas a la morisca, fuesen gastando las que tenían hechas, y que desta manera se iría dejando aquel traje, que con razón debían aborrecer siendo cristianos, pues no era honesto, y se compadecía mal que las cristianas anduviesen vestidas como moras; y que asimesmo pidiesen que los muchachos aprendiesen a hablar castellano, y se pusiesen escuelas para enseñarles a leer, y que lo mesmo hiciesen los de mediana edad, y con los viejos se disimulase, pues era, cosa imposible poderlo hacer. Y cuanto a los libros árabes, ellos mesmos habían de holgar que no los hubiese, pues siendo cristianos, como lo profesaban, les era de ningún provecho tenerlos, y muy escandaloso a las conciencias. Que dejasen las bodas y los otros regocijos y placeres que acostumbraban hacer a la morisca por el ruin ejemplo y gran nota que daban de sí, y por el daño que se les seguía gastando sus haciendas mal gastadas, y por los escándalos y deshonestidades que en ellas se hacían. Todo lo cual habían de procurar ellos mesmos sin que se les mandase, y especialmente lo que tocaba a los baños artificiales, que estaba averiguado, ser un vicio malo, de donde resultaban muchos pecados en ofensa de Dios, y una costumbre deshonesta para sus mujeres y hijas; y les diesen a entender con su buen término que dejando todas estas cosas, y viendo que se trataban como los otros cristianos destos reinos, serían honrados, favorecidos y respetados, y su majestad se serviría de sus personas como de los otros sus vasallos, y vernían adelante sus hijos y nietos a ser constituidos en honras y dignidades y en oficios de justicia y de gobernación, como lo eran los nobles y virtuosos del reino. Estas y otras muchas cosas que el Presidente mandó al canónigo Alonso de Horozco que les dijese, las dijo a los más principales del Albaicín, que hizo juntar en San Salvador; mas ellos le respondieron que no osarían tratar de semejante negocio, porque tenían por cierto que los apedrearían. Viendo pues el canónigo la sequedad con que le habían respondido, y pareciéndole que por ventura no creían ser cierto lo que les había dicho de la determinación de su majestad, por no haberles dado autor cierto, fue aquel mesmo día al Presidente, y dándole cuenta de lo que había pasado, le pidió licencia para poderle dar a él por autor; el cual se la dio, y dende a dos días volvió a juntar los moriscos en la mesma iglesia, y les declaró como lo que les había dicho había sido por mandado del Presidente, y como de nuevo le había mandado que les dijese cómo su majestad quería que se ejecutasen los capítulos de la junta del año de 1526, y que sería bien que ellos lo pidiesen por la orden que viesen que les estaría mejor, y que él les favorecería para que se hiciese con su comodidad; mas no por eso se quisieron allanar, y como el canónigo les rogase que fuesen con él algunos dellos a hablar al Presidente, tampoco lo quisieron hacer por entonces.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Cómo se pregonaron los capítulos de lo nueva premática, y del sentimiento que hicieron los moriscos


Habiéndose acabado de imprimir la nueva premática, el presidente don Pedro de Deza, con parecer del acuerdo, mandó que se pregonase en la ciudad de Granada y en las otras de aquel reino, el 1.º día del mes de enero del año del Señor 1567. Este día se juntaron los alcaldes del crimen de la Real Chancillería, y el Corregidor con todas las justicias de la ciudad, y con gran solenidad de atabales, trompetas, sacabuches, ministriles y dulzainas la pregonaron en las plazas y lugares públicos de la ciudad y de su Albaicín. Luego incontinente se mandó que las justicias hiciesen derribar todos los baños artificiales, y se derribaron, comenzando primero por los de su majestad, porque los   —163→   dueños de los otros no se agraviasen. ¿Qué diremos del sentimiento que los moriscos hicieron cuando oyeron pregonar los capítulos en la plaza de Bib el Bonut, sino que con saberlo, ya fue tanta su turbación, que ninguna persona de buen juicio dejara de entender sus dañadas voluntades? Tanta era la ira que manifestaban, provocándose los unos a los otros con cierta demostración de amenazas. Decían que su majestad había sido mal aconsejado; y que la premática había de ser causa de la destruición del reino; y queriendo descubrir con mansedumbre sus fuerzas, antes de tomar las armas con rústica fiereza, comenzaron a hacer juntas en público y en secreto, dando por una parte materia de hablar a los mozos con ejemplo de los más viejos, que no les era menor aquel yugo que la propria muerte; y por otra parte acordaron que los principales resistiesen la furia de aquel efeto, que ellos llamaban malaventura, con fingida humildad, aprovechándose de la moral prudencia para pedir suspensión; y para ello nombraron personas que informasen a su majestad y a los de su consejo.




ArribaAbajoCapítulo IX

Cómo los moriscos contradijeron los capítulos de la nueva premática, y un razonamiento que Francisco Núñez Muley hizo al Presidente sobre ello


Los moriscos de las ciudades, sierras y marinas y Alpujarra enviaron luego como se pregonó la premática, a la ciudad de Granada a entender los ánimos de los del Albaicín, y ver cómo lo habían tomado. Y hallándose todos conformes en una mesma voluntad, acordaron que se contradijesen por reino, y para ello acudieron a Jorge de Baeza, su procurador general, y le dieron que en nombre de la nación pidiese suspensión, como se había hecho otras veces. Y antes de hacer camino a la corte de su majestad, acordaron de hablar al presidente don Pedro de Deza, y informarle de palabra y por escrito, para ver si podrían ablandarte. A esto fue un morisco caballero llamado Francisco Núñez Muley, que por edad y experiencia tenía mucha prática de aquel negocio, y lo había tratado otras veces en tiempo de los reyes pasados, el cual puesto delante del Presidente, con la voz baja y humilde le dijo desta manera:

«Cuando los naturales deste reino se convirtieron a la fe de Jesucristo, ninguna condición hubo que les obligase a dejar el hábito ni la lengua, ni las otras costumbres que tenían de regocijarse con sus fiestas, zambras y recreaciones; y para decir verdad, la conversión fue por fuerza, contra lo capitulado por los señores Reyes Católicos cuando el rey Abdilehi les entregó esta ciudad; y mientras sus altezas vivieron, no hallo yo, con todos mis años, que se tratase de quitárselo. Después, reinando la reina doña Juana, su hija, pareciendo convenir (no sé por cierto a quién), se mandó que dejásemos el traje morisco; y por algunos inconvinientes que se representaron, se suspendió, y lo mesmo viniendo a reinar el cristianísimo emperador don Carlos. Sucedió después que un hombre bajo de los de nuestra nación, confiado en el favor del licenciado Polanco, oidor desta real audiencia, a quien servía, se atrevió a hacer capítulos contra los clérigos y beneficiados, y sin tomar consejo con los hombres principales, que sabían lo que convenía disimular semejantes cosas, los firmó de algunos amigos suyos, y los dio a su majestad. A esto acudió luego por los clérigos el licenciado Pardo, abad de San Salvador del Albaicín, y a vueltas de su descargo, informó con autoridad del prelado que los nuevamente convertidos eran moros, y que vivían como moros, y que convenía dar orden en que dejasen las costumbres antiguas, que les impedían poder ser cristianos. El Emperador, como cristianísimo príncipe, mandó ir visitadores por todo este reino, que supiesen cómo vivían los naturales dél. Hízose la visita por los mesmos clérigos, y ellos fueron los que depusieron contra ellos, como personas que sabían bien la neguilla que había quedado en nuestro trigo; cosa que en tan breve tiempo era imposible estar limpio. De aquí resultó la congregación de la capilla real: proveyéronse muchas cosas contra nuestros previlegios, aunque también acudimos a ellas, y se suspendieron. Dende a ciertos años, don Gaspar de Ávalos, siendo arzobispo de Granada, de hecho quiso quitarnos el hábito, comenzando por los de las alcarías, y trayendo aquí algunos de Güejar sobre ello. El presidente que estaba en el lugar que está agora vuestra señoría, y los oidores desta audiencia, y el marqués de Mondéjar y el Corregidor se lo contradijeron, y paró por las mesmas razones; y desde el año de 1540 se ha sobreseído el negocio, hasta que agora los mesmos clérigos han vuelto a resucitarlo, para molestarnos por tantas vías a un tiempo. Quien mirare las nuevas premáticas por defuera, pareceranle cosa fácil de cumplir; mas las dificultades que traen consigo son muy grandes, las cuales diré a vuestra señoría por extenso, para que compadeciéndose deste miserable pueblo, se apiade dél con amor y caridad, y le favorezca con su majestad, como lo han hecho siempre los presidentes pasados. Nuestro hábito cuanto a las mujeres no es de moros; es traje de provincia como en Castilla y en otras partes se usa diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y en calzados. El vestido de los moros y turcos, ¿quién negará sino que es muy diferente del que ellos traen? Y aun entre ellos mesmos diferencian; porque el de Fez no es como el de Tremecén, ni el de Túnez como el de Marruecos, y lo mesmo es en Turquía y en los otros reinos. Si la seta de Mahoma tuviera trajo proprio, en todas partes había de ser uno; pero el hábito no hace al monje. Vemos venir los cristianos, clérigos y legos de Suria y de Egipto vestidos a la turquesca, con tocas y cafetanes hasta en pies; hablan arábigo y turquesco, no saben latín ni romance, y con todo eso son cristianos. Acuérdome, y habrá muchos de mi tiempo que se acordarán que en este reino se ha mudado el hábito diferente de lo que solía ser, buscando las gentes traje limpio, corto, liviano y de poca costa, tiñendo el lienzo y vistiéndose dello. Hay mujer que con un ducado anda vestida, y guardan las ropas de las bodas y placeres para los tales días, heredándolas en tres y cuatro herencias. Siendo pues esto ansí, ¿qué provecho puede venir a nadie de quitarnos nuestro hábito, que, bien considerado, tenemos comprado por mucho número de ducados con que hemos servido en las necesidades de los reyes pasados? ¿Por qué nos quieren hacer perder más de tres millones de oro que tenemos empleado en él, y destruir a los mercaderes, a los tratantes, a los plateros y a otros oficiales que viven y se sustentan con hacer vestidos,   —164→   calzado y joyas a la morisca? Si docientas mil mujeres que hay en este reino, o más, se han de vestir de nuevo de pies a cabeza, ¿qué dinero les bastará? ¿Qué pérdida será la de los vestidos y joyas moriscas que han de deshacer y echar a perder? Porque son ropas cortas, hechas de girones y pedazos, que no pueden aprovechar sino para lo que son, y para eso son ricas y de mucha estima; ni aun los tocados podrán aprovechar, ni el calzado. Veamos la pobre mujer que no tiene con que comprar sayo, manto, sombrero y chapines, y se pasa con unos zaragüelles y una alcandora de angeo teñido, y con una sábana blanca, ¿qué hará? ¿De qué se vestirá? ¿De dónde sacarán el dinero para ello? Pues las rentas reales, que tanto interesan en las cosas moriscas, donde se gasta un número infinito de seda, oro y aljófar, ¿por qué han de perderse? Los hombres todos andamos a la castellana, aunque por la mayor parte en hábito pobre: si el traje hiciera seta, cierto es que los varones habían de tener más cuenta con ello que las mujeres, pues lo alcanzaron de sus mayores, viejos y sabios. He oído decir muchas veces a los ministros y prelados que se haría merced y favor a los que se vistiesen a la castellana, y hasta agora, de cuantos lo han hecho, que son muchos, ninguno veo menos molestado ni más favorecido: todos somos tratados igualmente. Si a uno hallan un cuchillo, échanle en galera, pierde su hacienda en pechos, en cohechos y en condenaciones. Somos perseguidos de la justicia eclesiástica y de la seglar; y con todo eso, siempre leales vasallos y obedientes a su majestad, prestos a servirle con nuestras haciendas, jamás se podrá decir que hayamos cometido traición desde el día que nos entregamos.

»Cuando el Albaicín se alborotó, no fue contra el Rey, sino en favor de sus firmas, que teníamos en veneración de cosa sagrada. No estando aún la tinta enjuta, quebrantaron los capítulos de las paces las justicias, prendiendo las mujeres que venían de linaje de cristianas, para hacerles que lo fuesen por fuerza. Veamos, señor: ¿en las comunidades levantáronse los deste reino? Por cierto, en favor de su majestad acompañaron al marqués de Mondéjar y a don Antonio y don Bernardino de Mendoza, sus hermanos, contra los comuneros don Hernando de Córdoba el Ungi, Diego López Aben Axar, Diego López Hacera, con más de cuatrocientos hombres de guerra de nuestra nación, siendo los primeros que en toda España tomaron armas contra los comuneros. Y don Juan de Granada, hermano del rey Abdilehi, también fue general en Castilla de los reales, trabajó y apaciguó lo que pudo, y hizo lo que debía a buen vasallo de su majestad. Justo es pues que lo que tanta lealtad han guardado sean favorecidos y honrados y aprovechado en sus haciendas, y que vuestra señoría los favorezca, honre y aproveche, como lo han hecho los predecesores que han presidido en este lugar.

»Nuestras bodas, zambras y regocijos, y los placeres de que usamos, no impide nada al ser cristianos. Ni sé cómo se puede decir que es cerimonia de moros; el buen moro nunca se hallaba en estas cosas tales, y los alfaquís se salían luego que comenzaban las zambras a tañer o cantar. Y aun cuando el rey moro iba fuera de la ciudad atravesando por el Albaicín, donde había muchos cadís y alfaquís que presumían ser buenos moros, mandaba cesar los instrumentos hasta salir a la puerta de Elvira, y les tenía este respeto. En África ni en Turquía no hay estas zambras; es costumbre de provincia, y si fuese cerimonia de seta, cierto es que todo había de ser de una mesma manera. El arzobispo santo tenía muchos alfaquís y meftís amigos, y aun asalariados, para que le informasen de los ritos de los moros, y si viera que lo eran las zambras, es cierto que las quitara, o a lo menos no se preciara tanto dellas, porque holgaba que acompañasen el Santísimo Sacramento en las procesiones del día de Corpus Christi, y de otras solemnidades, donde concurrían todos los pueblos a porfía unos de otros, cual mejor zambra sacaba, y en la Alpujarra, andando en la visita, cuando decía misa cantada, en lugar de órganos, que no los había, respondían las zambras, y le acompañaban de su posada a la iglesia. Acuérdome que cuando en la misa se volvía al pueblo, en lugar de Dominus vobiscum, decía en arábigo Y bara ficun, y luego respondía la zambra.

»Menos se hallará que alheñarse las mujeres sea cerimonia de moros, sino costumbre para limpiarse las cabezas, y porque saca cualquier suciedad dellas y es cosa saludable. Y si se ponían encima agallas, era para teñir los cabellos y hacer labores que parecían bien.

»Esto no es contra la fe, sino provechoso a los cuerpos, que aprieta las carnes y sana enfermedades. Don fray Antonio de Guevara, siendo obispo de Guadix, quiso hacer trasquilar las cabezas de las mujeres de los naturales del marquesado del Cenete, y rasparles la alheña de las manos; y viniéndose a quejar al Presidente y oidores y al marqués de Mondéjar, se juntaron luego sobre ello, y proveyeron un receptor que le fuese a notificar que no lo hiciese, por ser cosa que hacía muy poco al caso para lo de la fe.

»Veamos, señor: hacernos tener las puertas de las casas abiertas ¿de qué sirve? Libertad se da a los ladrones para que hurten, a los livianos para que se atrevan a las mujeres, y ocasión a los alguaciles y escribanos para que con achaques destruyan la pobre gente. Si alguno quisiere ser moro y usar de los guadores y cerimonias de moros, ¿no podrá hacerlo de noche? Sí por cierto; que la seta de Mahoma soledad requiere y recogimiento. Poco hace al caso cerrar o abrir la puerta al que tuviere la intención dañada; el que hiciere lo que no debe, castigo hay para él, y a Dios nada es oculto.

»¿Podrase, pues, averiguar que los baños se hacen por cerimonia? No por cierto. Allí se junta mucha gente, y por la mayor parte son los bañeros cristianos. Los baños son minas de inmundicias; la ceremonia o rito del moro requiere limpieza y soledad, ¿Cómo han de ir a hacerla en parte sospechosa? Formáronse los baños para limpieza de los cuerpos, y decir que se juntan allí las mujeres con los hombres, es cosa de no creer, porque donde acuden tantas, nada habría secreto; otras ocasiones de visitas tienen para poderse juntar, cuanto más que no entran hombres donde ellas están. Baños hubo siempre en el mundo por todas las provincias, y si en algún tiempo se quitaron en Castilla, fue porque debilitaban las fuerzas y los ánimos de los hombres para la guerra. Los naturales deste reino no han de pelear, ni las mujeres han menester tener fuerzas, sino andar limpias: si allí no se lavan, en los arroyos y fuentes y ríos, ni en sus casas tampoco lo pueden hacer, que les está defendido, ¿dónde se han de ir a lavar? Que aun   —165→   para ir a los baños naturales por vía de medicina en sus enfermedades les han de costar trabajo, dineros y pérdida de tiempo en sacar licencia para ello.

»Pues querer que las mujeres anden descubiertas las caras, ¿qué es sino dar ocasión a que los hombres vengan a pecar, viendo la hermosura de quien suelen aficionarse? Y por el consiguiente las feas no habrá quien se quiera casar con ellas. Tápanse porque no quieren ser conocidas, como hacen las cristianas: es una honestidad para excusar inconvinientes, y por esto mandó el Rey Católico que ningún cristiano descubriese el rostro a morisca que fuese por la calle, so graves penas. Pues siendo esto ansí, y no habiendo ofensa en cosas de la fe, ¿por qué han de ser los naturales molestados sobre el cubrir o descubrir de los rostros de sus mujeres?

»Los sobrenombres antiguos que tenemos son para que se conozcan las gentes; que de otra manera perderse han las personas y los linajes. ¿De qué sirve que se pierdan las memorias? Que bien considerado, aumentan la gloria y ensalzamiento de los Católicos Reyes que conquistaron este reino. Esta intención y voluntad fue la de sus altezas y del Emperador, que está en gloria, para éstos se sustentan los ricos alcázares de la Alhambra y otros menores en la mesma forma que estaban en tiempo de los reyes moros, porque siempre manifestasen su poder por memoria y trofeo de los conquistadores.

»Echar los gacis deste reino, justa y santa cosa es; que ningún provecho viene de su comunicación a los naturales; mas esto se ha proveído otras veces, y jamás se cumplió. Ejecutarse agora no deja de traer inconviniente, porque la mayor parte dellos son ya naturales, casáronse, naciéronles hijos y nietos, y tiénenlos casados; y estos tales sería cargo de conciencia echarlos de la tierra.

»Tampoco hay inconviniente en que los naturales tengan negros. ¿Estas gentes no han de tener servicios? ¿han de ser todos iguales? Decir que crece la nación morisca con ellos, es pasión de quien lo dice, porque habiendo informado a su majestad en las cortes de Toledo que había más de veinte mil esclavos negros en este reino en poder de naturales, vino a parar en menos de cuatrocientos, y al presente no hay cien licencias para poderlos tener. Esto salió también de los clérigos, y ellos han sido después los abonadores de los que los tienen, y los que han sacado interese dello.

»Pues vamos a la lengua arábiga, que es el mayor inconviniente de todos. ¿Cómo se ha de quitar a las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los egipcios, surianos, malteses y otras gentes cristianas, en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristianos como nosotros; y aun no se hallará que en este reino se haya hecho escritura, contrato ni testamento en letra arábiga desde que se convirtió. Deprender la lengua castellana todos lo deseamos, mas no es en manos de gentes. ¿Cuántas personas habrá en las villas y lugares fuera desta ciudad y dentro della, que aun su lengua árabe no la aciertan a hablar sino muy diferente unos de otros, formando acentos tan contrarios, que en sólo oír hablar un hombre alpujarreño se conoce de qué taa es? Nacieron y criáronse en lugares pequeños, donde jamás se ha hablado el aljamía ni hay quien la entienda, sino el cura o el beneficiado o el sacristán, y éstos hablan siempre en arábigo: dificultoso será y casi imposible que los viejos la aprendan en lo que les queda de vida, cuanto más en tan breve tiempo como son tres años, aunque no hiciesen otra cosa sino ir y venir a la escuela. Claro está ser éste un artículo inventado para nuestra destruición, pues no habiendo quien enseñe la lengua aljamía, quieren que la aprendan por fuerza, y que dejen la que tienen tan sabida, y dar ocasión a penas y achaques, y a que viendo los naturales que no pueden llevar tanto gravamen, de miedo de las penas dejen la tierra, y se vayan perdidos a otras partes y se hagan monfíes: Quien esto ordenó con fin de aprovechar y para remedio y salvación de las almas, entienda que no puede dejar de redundar en grandísimo daño, y que es para mayor condenación. Considérese el segundo mandamiento, y amando al prójimo, no quiera nadie para otro que no querría para sí; que si una sola cosa de tantas como a nosotros se nos ponen por premática se dijese a los cristianos de Castilla o del Andalucía, morirían de pesar, y no sé lo que se harían. Siempre los presidentes desta audiencia fueron en favorecer y amparar este miserable pueblo: si de algo se agraviaban, a ellos acudían, y remediábanlo como personas que representaban la persona real y deseaban el bien de sus vasallos; eso mesmo esperamos todos de vuestra señoría. ¿Qué gente hay en el mundo más vil y baja que los negros de Guinea? Y consiénteseles hablar, tañer y bailar en su lengua, por darles contento. No quiera Dios que lo que aquí he dicho sea con malicia, porque mi intención ha sido y es buena. Siempre he servido a Dios nuestro señor, y a la corona real, y a los naturales deste reino, procurando su bien; esta obligación es de mi sangre, y no lo puedo negar, y más ha de sesenta años que trato destos negocios; en todas las ocasiones he sido uno de los nombrados. Mirándolo pues todo con ojos de misericordia, no desampare vuestra señoría a los que poco pueden, contra quien pone toda la fuerza de la religión de su parte; desengañe a su majestad, remedie tantos males como se esperan, y haga lo que es obligado a caballero cristiano; que Dios y su majestad serán dello muy servidos, y este reino quedará en perpetua obligación.»




ArribaAbajoCapítulo XI

De lo que el Presidente respondió a los moriscos, y cómo avisó a su majestad dello, y de algunas cosas que convenía proveerse


Oído el razonamiento de Francisco Núñez Muley, el Presidente le respondió que todo cuanto él pudiese hacer para que los vasallos de su majestad do fuesen molestados, lo haría; y que si algunas justicias les hiciesen algún agravio o les llevasen dineros mal llevados, acudiesen a él, porque luego lo remediaría y castigaría con rigor. Que lo que su majestad quería dellos era que fuesen buenos cristianos, en todo semejantes a los otros cristianos sus vasallos, y que haciéndolo ansí, ternían causa de pedirle mercedes, y él razón de hacérselas; mas que tuviesen por cierto que la nueva premática no se había de revocar, pues era tan santa y justa, y había sido hecha con tanta deliberación y acuerdo. Que si alguna cosa había en ella de que poderse agraviar, se lo dijesen; porque en lo que él pudiese darle declaración, lo haría de muy buena voluntad;   —166→   y en lo que no pudiese darla, enviaría a consultarlo luego con su majestad, y procuraría el remedio con toda brevedad. Que fuera desta orden no gastasen sus haciendas al aire, ni enviasen a la corte sobre ello; porque las razones que daban se habían dado otras veces, y no eran bastantes para que por ellas se revocase la premática; porque en lo que tocaba a la lengua, estaba cometido al arzobispo de Granada y a él, para que lo proveyesen por la vía que mejor pareciese convenir, y así lo harían; y en lo del hábito, estaba el remedio en la mano, deshaciendo las ropas moriscas, y haciendo dellas sayas faldellines y sayuelos al uso de las cristianas, y desta manera no se perdería tanto como decía; y que los maestros y oficiales que hacían vestidos y joyas a la morisca podían también hacerlo a la castellana, y los mercaderes y tratantes tener el mesmo trato que tenían. Y como le replicase que no estaban examinados; y que los almotacenes les llevarían la pena, le respondió que desde luego les daba licencia para que los pudiesen cortar y hacer, aunque, no estuviesen examinados; y que en lo que tocaba a las mujeres pobres, se pediría a su majestad que de limosna les mandase dar sayas y mantos, y andando vestidas como cristianas, cesaría el inconviniente que decía de las justicias; y al fin concluyó con decirle resolutamente que su majestad quería más fe que farda, y que preciaba más salvar una alma que todo cuanto le podían dar de renta los moriscos nuevamente convertidos, porque su intención era que fuesen buenos cristianos, y no sólo que lo fuesen, más que también la pareciesen, trayendo a sus mujeres y hijas vestidas como andaba la Reina, nuestra señora, y que por su parte en nengún tiempo los favorecería para que, siendo cristianos, trajesen a sus mujeres vestidas como moras. Con estas y otras muchas razones despidió el Presidente a este morisco aquel día, y siendo, informado que querían enviar a la corte a Jorge de Baeza a hacer contradición en nombre del reino, le hizo llamar y le mandó que por ninguna vía fuese a tratar de aquel negocio, porque su majestad no gustaría dello; y que si alguna cosa pretendían, lo pidiesen por petición, y se proveería en lo que hubiese lugar, y en lo demás se consultaría con su majestad. Luego se mandó pregonar por toda la ciudad que todos los maestros y oficiales de cosas moriscas que quisiesen hacerlas a la castellana, lo hiciesen libremente, aunque no estuviesen examinados por los veedores, y que no les llevasen penas ni achaques por ello. Que los que quisiesen examinarse, los examinasen sin llevarles interés por el examen; y que los tejedores de almalafas, almaizares y cortinas, y de otras cosas moriscas, dentro de cierto término acabasen las obras que tenían comenzadas, y de allí adelante no hiciesen otras de nuevo, sino que guardasen el tenor de la premática. Y porque había muchos que tenían tiendas arrendadas para sus tratos y oficios, y empleado su caudal en ropas y cosas moriscas, y cesando, como había de cesar, el trato dellas, no podían pagar los alquileres de vacío, mandó llamar los dueños dellas, y les rogó que las tomasen en sí, y diesen por libres de los arrendamientos a los moriscos, los cuales holgaron de hacerlo. Mandoles avisar que todas las cuentas que tenían en arábigo se feneciesen y acabasen dentro de un año, porque de allí adelante, guardando la premática, no habían de leer ni escrebir más en aquella lengua, sino en la castellana. Ordenose a las justicias que si prendiesen algunas mujeres sobre el hábito y traje, las reprehendiesen y amonestasen dos y tres veces antes de llevarlas a la cárcel; y si algunas prendían, mandaba luego soltarlas sin costas; y en todo el primer año no consintió que se ejecutase pena que viniese a su noticia. Y porque los alguaciles ordinarios hacían demasías, señaló personas que con menos rigor lo hiciesen, mandándoles respetar y hacer cortesía a las moriscas que encontrasen vestidas a la castellana. Y por carta de 27 de febrero dio aviso a su majestad, y le informó de lo que había pasado con los moriscos, y del estado en que estaban sus negocios, y lo que le parecía deberse proveer para atajar los males y daños, que los monfíes salteadores hacían en aquel reino, certificando que era el mayor inconviniente para la quietud y seguridad dél, especialmente de los lugares de la costa de la mar, adonde acudían bajeles de Berbería, que con la industria y favor que les daban, hacían grandísimos daños. En esta conformidad se informó por acuerdo y por ciudad, cada uno por su parte, fundando el remedio más en legalidad que en fuerza, pidiendo que se cometiese a los alcaldes de la Real Audiencia, sin que en ello, por ser negocios de justicia, se entremetiese el Capitán General, a cuyo cargo solamente habían de estar los presidios de los lugares de la costa. También informaron como los moriscos del Albaicín avisaban que se venían a meter con ellos muchos moriscos forasteros, y pedían que hubiese alguna gente pagada a su costa que rondase de noche, tanto por la seguridad de sus personas y haciendas, como para que los malhechores fuesen presos y castigados. Lo cual todo visto en el real Consejo, y consultado a su majestad, se respondió al presidente don Pedro de Deza, por carta de 30 de marzo, que estaba bien la respuesta que había dado a los moriscos que le habían ido a hablar; y en cuanto a lo que decía de las mujeres pobres, que no tenían de que vestirse como cristianas, su majestad les hacía merced que del dinero procedido de dos casas de baños de su real patrimonio, que se habían desbaratado y vendido aquellos días en el Albaicín, se comprasen paños y anascotes con que vestirlas, y les diesen oficiales que les hiciesen ropas a uso de cristianas, sin llevarles hechura, como en efeto se hizo. Y que en cuanto a la seguridad de los lugares de la costa de la mar, ya su majestad había mandado venir suficiente número de galeras para la guardia della, y se proveería gente de guerra, que con asistencia del Capitán General la guardasen, y con esto cesarían los daños que hacían los monfíes y salteadores; y también él por su parte proveyese de manera que cesasen por los medios que pareciesen más convenientes. Y en lo que tocaba a la ciudad, parecía no ser necesario hacer más prevención que tener gran cuenta los alcaldes de chancillería y las justicias ordinarias con rondar de noche, repartiendo entre sí el tiempo y horas y los cuarteles, de manera que en todas partes y en cualquiera hora de la noche se rondase, creciendo si pareciese necesario, el número de los alguaciles y de la gente que había de andar con ellos; y porque parecía que en el Albaicín importaría más la ronda, se pondrían dos alguaciles acompañados de más gente que los otros, ayudando para este   —167→   gasto y para lo demás los moriscos, como decía que lo habían prometido; y que con esto, no habiendo como no había que temer otro movimiento ni alteración, estaría bien proveído, sin hacer provisiones de más costa ni sonido, para excusar los daños que se podían hacer de noche. Y en cuanto a los moriscos forasteros que decían que se metían a vivir en el Albaicín, lo proveyesen allá como pareciese, y se enviase relación al Consejo de lo que se hiciese.




ArribaAbajoCapítulo XII

De lo que el marqués de Mondéjar informó a su majestad acerca de los capítulos que se mandaban ejecutar


Estuvo el marqués de Mondéjar algunos días en la corte, después que el presidente don Diego de Espinosa le habló, procurando como hacer que se suspendiese el efeto de los capítulos que tanto sentían los moriscos del reino de Granada; y en las relaciones que hacía se quejaba de que se hubiese tomado resolución precisa en negocio tan grave y de tanta consideración sin pedirle su parecer, como se había hecho siempre con los capitanes generales de aquel reino, ansí por la confianza que dellos se tenía, como por la prática y experiencia que tenían de las cosas dél; y no los contradiciendo, representaba los inconvinientes que traía consigo la ejecución dellos, diciendo lo mucho que convenía que en el despacho de las provisiones que para el efeto se hubiesen de hacer hubiese mucha brevedad, por los inconvinientes que de la dilación podrían resultar, los males que habría en el reino, y los daños inreparables que se seguirían si los moriscos venían a desvergonzarse, por tener los turcos tan a la mano en los lugares marítimos de Berbería, con navíos y lente, y ser el pasaje tan breve de su costa a la nuestra, que podrían atravesar en poco espacio de tiempo, y venir donde había grandísimo número de enemigos de las puertas adentro, todos moriscos, gente liviana, amiga de novedades, sospechosos en la fe y en la lealtad que como buenos vasallos debían a su majestad como a rey y señor natural, en tanta manera, que con razón se podría presumir y temer dellos cualquiera alteración, especialmente con la ocasión presente. Decía más, que aunque el celo de las personas con cuya intervención y consejo se habían hecho los capítulos era santo y bueno, las cosas de aquel reino no estaban en estado que de su parecer se hiciese novedad, experimentando hasta dónde llegaba la lealtad de los moriscos. Y en caso que su majestad resolutamente mandase que se ejecutasen, convendría que se le diese cantidad de gente con que tenerlos enfrenados de manera que no se alborotasen, como temía que lo habían de hacer, sintiendo terriblemente aquel yugo; y que sin esto, su ida en aquel reino sería de poco efeto, teniendo tan poca gente como tenía, y tan falta de todas las cosas necesarias. A estas y otras muchas razones que el marqués de Mondéjar daba, don Diego de Espinosa le respondió que la voluntad de su majestad era aquella y que se fuese al reino de Granada, donde sería de mucha importancia su persona, atropellando, como siempre, todas las dificultades que le ponían por delante. Verdaderamente fue cosa determinada de arriba para desarraigar de aquella tierra la nación morisca. Representábaseles a los del Consejo lo que el marqués de Mondéjar decía; y aunque tenía otros avisos y sospechas, no estando ciertos el cómo y cuándo sería, dudosos, teniendo por una parte y dificultando por otra, juzgaban ser muy necesario el remedio con brevedad; más tenían gran confianza en que las provisiones hechas a las justicias y la gente del Capitán General sería bastante, por ser los moriscos gente vil, desarmados, faltos de industria, de fortalezas, no asegurados de socorro; y por estas razones no se proveyó a las pretensiones del marqués de Mondéjar más que mandarle que se fuese luego a Granada con acrecentamiento de solos trescientos soldados extraordinarios, que pusiese en los lugares de la costa donde le pareciese, y que la visitase y residiese en ella cierto tiempo del año.




ArribaAbajoCapítulo XIII

De algunas cosas que el presidente de Granada proveyó estos días, y cómo los moriscos se agraviaron dellas


Acercábase ya el tiempo en que las moriscas habían de dejar las ropas que tuviesen seda, que era el postrer día de diciembre del año de 1567. El presidente y el arzobispo de Granada ordenaron a los curas y beneficiados de las iglesias de los lugares de los moriscos de todo él reino, que en la misa mayor del día de año nuevo les avisasen dello para que supiesen que de allí adelante no las podían traer, y se ejecutaría la pena de la premática; y que asimesmo empadronasen todos los niños y niñas hijos de moriscos que había en Granada, desde edad de tres años hasta quince, para ponerlos en escuelas donde aprendiesen la lengua y la doctrina cristiana. Pregonose también que todos los moriscos de la Vega y del Valle y de las Alpujarras qué habían entradose a vivir en Granada con sus casas y familias, saliesen luego fuera, y volviesen a poblar los lugares, so pena de la vida. Estas cosas quisieron contradecir los moriscos, y juntándose algunos dellos, acudieron luego al Presidente, creyendo que les podría hacer algún favor, y con mucho sentimiento le dijeron que siendo, como eran, vasallos de su majestad, y pudiendo vivir libremente en cualquiera parte del reino, se les hacía agravio en mandarles que no viviesen dentro de Granada; que no era cosa nueva venirse, los de las alcarías a vivir a la ciudad, ni los de la ciudad salirse a morar a las alcarías; y que asimesmo habían sabido como estaba mandado a los curas que les empadronasen sus hijos para llevárselos a Castilla; que por amor de Dios los favoreciese de manera que no se les hiciesen tantos agravios y molestias. Y él les respondió que mirasen muy bien lo que decían, pues veían cuán justa cosa era que los moriscos forasteros volviesen a vivir a sus casas, porque de otra manera sería despoblar la tierra; que a ellos les estaba bien volverse, pues era cierto que los que se habían metido en la ciudad eran de los honrados y más pacíficos, y como tales tenían obligación a estar en sus lugares, para que no sucediese algún desorden entre la gente inquieta y desasosegada. Que en lo que tocaba a los niños, no era más que dar orden como fuesen enseñados y doctrinados en la fe; y porque habiendo su majestad mandado que cesase el uso de la lengua arábiga a los hombres de treinta años arriba, que se entendía que no podían dejarla tan fácilmente, se les prorrogaría el término; y para los niños y mozos era bien que hubiese escuelas donde   —168→   aprendiesen la lengua y la doctrina cristiana; que supiesen que los maestros no les habían de llevar nada por enseñarlos, antes se daría orden como fuesen pagados a costa de su majestad. Que si los empadronaban a todos, era porque se viese los que faltaban, y para que sus padres y madres tuviesen cuidado de enviarlos a la escuela y diesen cuenta dellos; porque como los maestros y maestras no les habían de llevar interés, podrían descuidarse. Que considerasen bien lo que se hacía, y lo tuviesen en mucho, pues se tenía tan particular cuidado de lo que tocaba a su bien y a la salvación de sus almas; y que, como les había dicho otras veces, la intención de su majestad era, haciendo lo que eran obligados, servirse dellos en paz y en guerra, y aprovecharlos en las cosas eclesiásticas y seglares, sin hacer diferencia dellos a los otros cristianos, sus vasallos. Por tanto, que se animasen unos a otros y diesen muestras de cristiandad con obras; y en lo demás perdiesen cuidado, porque él lo ternía siempre de favorecer sus cosas. Y como los moriscos, a quien no faltaban réplicas, dijesen que había entre ellos muchos pobres que no podrían tener sus hijos en escuelas, porque estaban puestos a oficios y aprendían y ayudaban a sustentar a sus padres, y les servían, no teniendo ni habiéndoles quedado otro servicio, les respondió que no tuviesen pena, porque él lo comunicaría con el Acuerdo, para que se diese alguna buena orden, de manera que los niños aprendiesen y sus padres consiguiesen lo que pretendían, no dejando de aprender oficios y ayudarles con su trabajo, como decían. Y con ello se salieron no menos confusos que la otra vez, viendo lo poco que les aprovechaban sus pláticas, aunque entendimos después de algunos dellos, que siempre tuvieron esperanza que con la sospecha de que se habían de levantar, aplacaría aquel rigor y se suspendería la premática.





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