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  —74→  

ArribaAbajoDía diez y seis

Del uso de los sacramentos



I

Los sacramentos son las canales por donde se nos comunican la sangre y los méritos de Jesucristo.

Son las fuentes de las gracias más necesarias para nuestra eterna salvación.

Cuando uno usa mal de ellas, hace inútiles para sí los méritos   —75→   de Jesucristo; y su eterna salvación es moralmente imposible.




II

Abusa de los sacramentos el que se acerca a recibirlos con mala disposición, e impide voluntariamente sus efectos.

Es cosa que debe infundir grande temor, confesarse muchas veces y no corregirse de sus defectos; recibir con frecuencia el pan divino, y llevar una vida sensual.

Una sola comunión hecha dignamente, hasta para dar a un cristiano las fuerzas necesarias para sufrir el martirio. ¿Qué diremos nosotros de las muchas que hemos recibido?




III

Lo que nos debe infundir   —76→   más temor, es, que el que comulga sin verdadera penitencia de sus pecados, come y bebe su juicio, según dice San Pablo; es decir, come y bebe su propia condenación.

¡Oh, qué tremenda será la cuenta que se pedirá de la sangre de Jesucristo, profanada con indignas y sacrílegas comuniones!

Cuanto mayor es la dignidad de la Santa Eucaristía, tanto más grave es la culpa del que se atreve a profanarla.



Considera atentamente los defectos de tus confesiones y comuniones; y procura disponerte como las almas fervorosas, que nunca se acercan a los Santos Sacramentos sino como si hubiesen de morir   —77→   luego, después de haberlos recibido.


Probet autem se ipsum homo.


(I ad Corinthios XI, 28).                


Examínese, y pruébese bien el hombre a sí mismo.


Pænitentibus dico, quid prodest, quia humiliamini.


(San Agustín).                


¿Qué os aprovechará, oh, penitentes, el humillaros, si no mudáis de vida?






  —78→  

ArribaAbajoDía diez y siete

Del santo sacrificio de la misa



I

La misa es una representación, y una renovación del sacrificio de la cruz. Todos los días se sacrifica en la Iglesia Católica aquel mismo Señor que una vez se ofreció en sacrificio en el Calvario.

No puedo hacer cosa más agradable a Dios, que asistir todos los   —79→   días a este divino sacrificio con la disposición conveniente.

Para asistir cristianamente, debo unir mi intención con la del sacerdote, y juntamente con él sacrificar el Hijo de Dios a su Eterno Padre; o unir mi corazón con el de Jesucristo, para ofrecérselos a Dios ambos juntos.




II

Nosotros ofendemos a Dios, y por nuestros pecados merecemos penas infinitas.

Pues ¿cómo podremos satisfacer a la Justicia Divina, si no le presentamos los méritos de Jesucristo, para suplir con ellos, lo que falta a los nuestros?

Todas las austeridades de los penitentes, todas las aflicciones de los desgraciados, todos los tormentos   —80→   de los mártires, no bastan para pagar la menor de nuestras deudas sin el sacrificio de la cruz, cuyos méritos se nos aplican por el santo sacrificio de la misa.




III

¡Ah! Dios no podría sufrir tantos crímenes como se cometen en el mundo, si no viese en las ciudades más depravadas a su Hijo sacrificado sobre los altares. La vista de esta víctima amada detiene los brazos de su justicia; si nuestros pecados piden venganza, la sangre de Jesucristo pide misericordia.

Adoremos, pues, al Hijo de Dios con gratitud en este estado de víctima, y vayamos con frecuencia a rendirle nuestros homenajes al pie de sus altares.

  —81→  

Vergüenza debe causarnos el considerar que el Salvador esté de ordinario solo en nuestras iglesias; que la corte del Rey del Cielo esté tan desierta, cuando las de los príncipes del mundo se hallan tan concurridas.



Resuélvete a oír misa todos los días, y a oírla con aquella devoción y reverencia, que a tan Augusto Sacrificio se debe. Ve a la iglesia, como quien va al Calvario, para asistir allí a la muerte de Jesucristo.


In omni loco sacrificatur, et offertur nomini meo oblatio munda.


(Malachias I, 11).                


En todo lugar se sacrifica, y se   —82→   ofrece a mi nombre una víctima santa.


Tunc vere pro nobis Hostia erit Deo, cum nosmetipsos Hostiam fecerimus.


(San Gregorio).                


Entonces será Jesucristo una Hostia sacrificada a Dios en verdad por nosotros, cuando al mismo tiempo nos ofrecemos a Dios en sacrificio juntamente con Él.






  —83→  

ArribaAbajoDía diez y ocho

De la limosna



I

Muy obligados estamos a Jesucristo, por habernos concedido que le hagamos bien, y le socorramos, sustituyendo en su lugar a los pobres.

Él está en la Eucaristía para recibir nuestras adoraciones, y para servirnos de alimento; y al mismo tiempo está moralmente en   —84→   los pobres, para que le compadezcamos, y alimentemos.

Feliz el hombre que da limosna a Jesucristo; infeliz al contrario, quien se la niega. Vemos con todo, algunos que alimentan espléndidamente a sus perros, y dejan morir de hambre a su Redentor. ¡Oh, qué injusticia!, ¡qué barbarie!




II

Lo que se da a los ricos y grandes de la tierra, es casi siempre perdido: lo que se da a Dios, no se pierde jamás. Él lo restituye todo con usura; él paga todo liberalmente, hasta un vaso de agua.

El juego, la intemperancia, la disolución son la causa ordinaria de la ruina de las familias.

  —85→  

Por la limosna ninguno ha empobrecido jamás: el mejor secreto para juntar bienes, es hacer bien a los pobres.




III

Los hombres serán juzgados el día del Juicio, según las limosnas que hubieren hecho.

¿Qué responderán entonces tantos ricos avaros cuando los acusen los pobres? Cuando el mismo Jesucristo les dará en cara con su dureza diciendo: Andad, malditos, al fuego eterno, porque tuve hambre y no me disteis de comer... ¡estuve desnudo y no me vestisteis!... ¡Ah!, un corazón duro para con los pobres, es corazón de réprobo; como por el contrario una alma verdaderamente caritativa es una alma predestinada.

  —86→  

¿Qué podrá decir el Supremo Juez contra nosotros, cuando vea sobre sí nuestros vestidos; y nuestro pan, y nuestro dinero en sus manos? Si somos limosneros, nada tenemos que temer en el tribunal de la Justicia Divina, porque los pobres defenderán entonces nuestra causa.



Considera aquí, cristiano, qué conducta observas con los pobres; si los tratas como miembros de Jesucristo; si les haces todo el bien que debes hacerles según tu estado.


Tœneratur Domino, qui miseretur pauperis.


(Proverbia XIX, 17).                


A usura da al Señor, el que tiene compasión del pobre.


  —87→  

Date omnibus, ne cui non dederitis, ipse sit Christus.


(San Agustín).                


Dad (en cuanto pudiereis) limosna a cuantos os la pidan: no suceda que aquel a quien se la negáis, sea el mismo Jesucristo.






  —88→  

ArribaAbajoDía diez y nueve

Del mal ejemplo



I

Más almas se han condenado a consecuencia de los malos ejemplos, que las que han salvado los santos. Si se os abriese el Infierno, hallaríais en él pocas almas, que no os dijesen; fulano o fulana fueron causa de mi eterna perdición.

¡Terrible acusación! Dios nos manda, que amemos a nuestros   —89→   enemigos; ¿por qué hemos de contribuir a la muerte eterna de las almas, que no nos han hecho mal alguno?

Un hombre malvado puede ser causa, de que se pierdan las almas rescatadas con la sangre de un Dios. ¿Con cuánta razón puede ese infeliz temer su eterna condenación? ¿Qué puede esperar de Jesucristo, el que le ha robado lo que tan caro le costó?




II

¡Oh, padres y madres, que no vivís cristianamente! Mejor sería para vuestros hijos, no haber nacido, que haber nacido de vosotros; pues solo les disteis la vida, para darles después muerte eterna.

Cuando en el día del juicio os   —90→   hagan vuestros hijos cargo de la pérdida de la gloria, ¿qué podéis responderles?

La misma obligación que tienen los hijos de respetar a sus padres, hace que sean más reprensibles y perniciosos los malos ejemplos que se dan a toda una familia, por los mismos que tienen el deber de conducirla por el camino de la virtud.




III

Revistámonos de Jesucristo, como nos aconseja San Pablo; de manera que se observe en nosotros su espíritu, se descubran sus ejemplos y sus virtudes.

Vivamos de aquí en adelante como verdaderos cristianos, de modo que nuestras obras exhalen el buen olor de Jesucristo.

  —91→  

Así como una vida escandalosa contribuye a la perdición del prójimo, así podemos cooperar a la salvación de nuestros hermanos con una vida santa y edificante.



Considera aquí, cristiano, si has escandalizado en algo a tus prójimos. Pide a Dios perdón de aquellos pecados de otros a que has dado ocasión. Ya nos basta la pesada carga de nuestros pecados propios, sin hacerle aun más pesada con los ajenos.


Væ homini illi, per quem scandalum venit.


(Mattheo XVIII, 7).                


Ay de aquel hombre que escandaliza a otro.


  —92→  

Pro tantis reus, quantos secum tulerit in reatum.


(Salviano).                


Un pecador escandaloso es reo de todos los pecados, que con sus malos ejemplos ocasiona en otros.






  —93→  

ArribaAbajoDía veinte

Del sufrimiento



I

No somos cristianos para ser ricos, y para vivir en medio de los placeres. No era necesario para obtener ese resultado, fundar la religión cristiana: bastaba para eso, dejar que el mundo siguiese bajo el yugo de las pasiones, en las tinieblas de la idolatría.

  —94→  

La vida cristiana debe ser una vida mortificada y penitente.

El que no ama la cruz, renuncia prácticamente la fe, porque no es verdadero discípulo de Cristo.




II

¿Qué dice el Evangelio? Bienaventurados los que lloran... ¡Ay de vosotros ricos, que recibís en este mundo vuestra consolación!

Este es el lenguaje del Espíritu Santo, más a lo que parece, esa doctrina es ya desconocida; y solo se entiende en el Japón, o en las Indias, donde martirizan a los fieles. Parece que en Europa se podían borrar del Evangelio los artículos del sufrir y del padecer.

¿Creemos nosotros que son dichosos los que lloran, y que son   —95→   infelices los ricos apegados a sus bienes? Sin embargo, esa doctrina como fundada en las palabras mismas del Redentor, no es menos cierta que la fe de la Trinidad y de la Encarnación; y al menos implícitamente, debemos profesar esa creencia, como parte de nuestros dogmas.




III

Fue necesario, que el Hijo de Dios muriese en una cruz, para tomar posesión de su gloria. Su Santísima Madre es llamada con razón la Reina de los mártires, por el cáliz de amargura que apuró en su vida mortal. Ningún Santo ha entrado en el Cielo por otro camino, que por el de los padecimientos. ¿Y pretendemos nosotros, que no nos cueste   —96→   nada, lo que al Hijo de Dios y a todos los Santos ha costado tanto? La cruz es la divisa y la señal de los predestinados. El que nada sufre, el que nada quiere padecer, lleva consigo el carácter de reprobación.

Es inevitable el padecer, o en esta vida, o en la vida perdurable.



Adora a Jesucristo puesto en la Cruz; y pídele que te haga ahora participante de su vida penosa, para que merezcas participar después de su vida gloriosa.


Qui non accipit Crucem suam, et sequitur me, non est me dignus.


(Mattheo X, 38).                


El que no toma su Cruz y me sigue, no es digno de mí.


  —97→  

Pudeat sub spinato capite membrum fieri delicatum.


(San Bernardo).                


Vergüenza debe tener el miembro de hacerse delicado, cuando su cabeza está coronada de espinas.






  —98→  

ArribaAbajoDía veintiuno

De la conformidad con la voluntad de Dios



I

La mayor felicidad de una criatura racional, es no querer otra cosa que lo que quiere su Criador.

En esto precisamente consiste la verdadera santidad; porque los Santos, no por otra causa son Santos, sino porque tienen su voluntad   —99→   perfectamente de acuerdo con la Divina.

Por más actos de virtud que practiques, si no tienes esa conformidad, no eres verdadero siervo de Dios.




II

Una alma que no se contenta con lo que Dios quiere, se subleva en cierto modo contra la autoridad del Ser Supremo, y quiere sobreponerse a Él.

Querer que las cosas de este mundo, que Dios ordena o permite, vayan por diferente rumbo del que llevan bajo la dirección o permisión Divina, es querer, que Dios no sea el dueño absoluto de ellas.

Todo cuanto nos sucede, por su divina disposición nos sucede;   —100→   ¿no es, pues, justo que aceptemos lo que ordena una sabiduría infinita?




III

Ninguna cosa me sucede, que no venga ordenada de Dios, y para mi bien. Aun cuando Él tomase un cuchillo para quitarme la vida, estoy seguro, de que su mano sería guiada por su corazón, ¿y qué tengo que temer de un corazón que me ama?

Mas ¡ay!, que yo no quiero de veras lo mismo que Dios quiere. Si yo lo quisiera, no tendría ánimo de lamentarme del calor, del frío, de las pérdidas temporales, de las enfermedades... porque todo eso muda de nombre y de naturaleza cuando pasa por las manos de Dios.

  —101→  

Lo que el mundo llama mal tiempo, aflicción, desgracia, considerado en el orden de la Divina Providencia es una ganancia, una buena fortuna, un favor del Cielo.



Renuncia a tu propia voluntad, y pide a Dios, que la suya se cumpla siempre en ti.


Ita Pater; quoniam sic fuit placitum ante Te.


(Mattheo XI, 26).                


Hágase así, Padre mío: porque Vos así lo queréis.


Ille placet Deo, cui placet Deus.


(San Agustín).                


Aquel agrada a Dios, a quien agrada todo lo que Dios quiere.






  —102→  

ArribaAbajoDía veintidós

De la confianza en Dios



I

Confía el hombre su salud y su vida a un médico; su pleito y su hacienda a un abogado, y aun tal vez su seguridad y su defensa a un perro.

¿Por qué, pues, hemos de tener dificultad en confiar todas nuestras cosas al paternal cuidado de la Divina Providencia?

  —103→  

Dios dispone todo en número, peso y medida; y todo lo ordena al bien de sus escogidos: ¡qué justos motivos tenemos de alimentar en nuestro corazón una confianza filial en la bondad Divina!




II

El cuidado de la Providencia Divina se extiende hasta los mosquitos y hormigas.

¿Pues por qué han de temer los hombres criados a imagen y semejanza de Dios, y redimidos con la sangre de Jesucristo?

Dios sustenta a los infieles que no le conocen; llena de gracias y beneficios a los impíos que blasfeman su Santo Nombre: ¿pues qué no hará por los cristianos que le honran y le aman?




III

Nuestros intereses están   —104→   más seguros en las manos de Dios, que en las nuestras. Dejémosle obrar. Él es nuestro Padre, nuestra Madre, y todo junto. La ternura que Él tiene para con sus hijos, le obliga a tener cuidado, de ellos.

El Señor nos ha prometido ya su protección; confiemos en Él: no faltará a su palabra.

Antes perecerán el Cielo y la Tierra, que deje Dios perecer a un hombre justo, que ha puesto en Él su confianza.



Examina tu corazón; y considera atentamente si hay en él una confianza filial en la bondad de Dios y en los méritos de Jesucristo.


  —105→  

Deus meus es tu; in manibus tuis sortes meæ.


(Salmo XXX, 15).                


Tú eres mi Dios, en tus manos está mi suerte.


Projice te in Eum; non se substrahet, ut cadas.


(San Agustín).                


Arrójate en los brazos de Dios, que no se retirará para dejarte caer.






  —106→  

ArribaAbajoDía veintitrés

Del amor de Dios



I

Dios nos ha amado, hasta el punto de darnos a su Unigénito Hijo. Si hubiera tenido alguna cosa mejor, nos la hubiera franqueado del mismo modo.

¿No es comprar nuestro amor bien caro, comprándole a precio tan subido?

Una bondad mediana tiene derecho   —107→   a ser amada. ¿Pues por qué no he de amar yo una bondad infinita? ¿Acaso por ser infinitamente perfecta deja de ser amable?




II

Dios me manda que le ame; ¿es por ventura un precepto rigoroso, el que me impone el deber de amar a un Bien infinitamente digno de ser amado?

Él me manda que le ame con todo mi corazón: mi corazón es cosa muy pequeña para un Dios tan grande.

Quien dice todo, nada exceptúa; y si yo le doy parte de mi corazón, le doy muy poco, y Dios no acepta mi ofrenda.




III

Si la eternidad pudiera   —108→   acabarse, sería poco haber pasado el Infierno, para obtener al fin la gracia de amar a Dios.

No hay un condenado que no se juzgase feliz, si después de innumerables siglos de tormentos, pudiese hacer un acto de amor de Dios.

Yo puedo amar a Dios si quiero, sin que me cueste pena alguna; luego el no hacerlo, cuando me es tan fácil, es un mal mayor que el Infierno.



Destierra de tu corazón todo amor que no vaya dirigido a Dios; y procura con todas tus fuerzas amar a solo Dios sobre todas las cosas.


Si Charitatem non habuero, nihil sum.


(I ad Corinthios XIII, 2).                


  —109→  

Si no tengo caridad, nada soy.


Si amare pigebat, redamare non pigeat.


(San Agustín).                


Si sentimos dificultad en amar a Dios los primeros, no la sintamos, después que Él nos ha prevenido con su infinito amor.






  —110→  

ArribaAbajoDía veinticuatro

Del amor de Nuestro Señor Jesucristo



I

Nada ha costado jamás, tanto como nuestra alma; pues se ha dado por rescate de ella la vida de un Hombre Dios. Yo merecía el Infierno; los demonios, y todas las criaturas pedían el castigo de mis culpas; pero Jesucristo solo escuchó la voz de su tierno   —111→   corazón, que pedía para mí gracia y perdón. Se compadeció de mí, y derramó hasta la última gota de su sangre para redimirme.

Aun cuando yo no me debiese todo a Dios como a mi Criador y principio de todo mi ser, me debería todo a Jesucristo, como a mi Redentor y fuente de toda gracia.

Lo menos que yo le debo, es conocer el bien que me ha hecho, y mostrarme agradecido. Si no le doy vida por vida, debo al menos darle amor por amor.




II

Doy a un perro un hueso, que me es inútil; y por un don tan despreciable me ama, me hace caricias, y me defiende.

Jesucristo me ha dado sus   —112→   gracias, su sangre, sus méritos, me ofrece su corazón con todos sus tesoros; y no obstante ¿he de permanecer insensible?

Aprende, alma ingrata, aprende tu deber de un ser irracional. Tu perro es tu maestro y tu juez; si su ejemplo no reforma tu corazón, se podrá decir de ti, que eres más brutal que las mismas bestias.



Somos tan tiernos de corazón para con nuestros amigos; somos tan sensibles a los buenos oficios que se practican con nosotros; y aun nos preciamos de agradecidos a los favores que nos dispensan.

¿Solo con Jesucristo hemos de ser ingratos y duros de corazón?

  —113→  

Eso sería el colmo de la ingratitud, ¿cuál de nuestros amigos ha padecido muerte de cruz por nosotros?



Pide el amor de Jesucristo a Jesucristo mismo; porque sin el auxilio de su gracia no puedes amarle.


Si quis non amat Dominum Nostrum Jesum Christum, sit anathema.


(I ad Corinthios XVI, 22).                


Si alguno no ama a nuestro Señor Jesucristo, sea excomulgado.


Si totum me debeo pro me facto; quid addam pro refecto, et refecto hoc modo?


(San Bernardo).                


  —114→  

¿Si debo darme enteramente a Dios por haberme criado, qué podré añadir por haberme redimido, y redimido a tanta costa?






  —115→  

ArribaAbajoDía veinticinco

Del amor al prójimo



I

El cristiano que no ama a su prójimo, no puede decir de sí con verdad, que ama a Dios.

Por muchas buenas obras que hagamos, si no amamos a nuestros hermanos, nada hacemos que agrade a Dios.

El mismo martirio, si no va acompañado de la caridad, nada vale delante de Dios.



  —116→  

Este es mi precepto, dice Jesucristo, que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado.

Aunque no hubiera en los hombres otra cosa que los hiciera dignos de amor, que el haber sido tiernamente amados de Jesucristo, ¿no bastaría este único motivo, para que yo los amase con todo mi corazón?

Muy delincuente sería yo, si no amase a los que mi Salvador amó más que a sí mismo.




III

Amar a mis hermanos como Jesucristo los ha amado, es estar pronto a dar por ellos mis bienes, y si es necesario, hasta mi vida.

Muy rara es esta caridad entre los cristianos de nuestros días:   —117→   pero ella es, sin embargo, la que practicó Jesucristo, y la que practican los verdaderos cristianos.

El amor del prójimo es el carácter de los discípulos de Jesucristo, y el compendio de la perfección cristiana.

Excita en tu corazón afectos de amorosa ternura para con tus hermanos, a quienes tu Redentor amó tan tiernamente. Haz un firme propósito de evitar todo cuanto pueda justamente ofender a tu prójimo.


Qui diligit proximum, implevit legem.


(Romanos XIII, 8).                


El que ama al prójimo, ha cumplido la ley.


  —118→  

Dilectio sola discernit inter filios Dei, et filios Diaboli.


(San Agustín).                


Por la sola caridad se distinguen los hijos de Dios, de los hijos del Diablo.






  —119→  

ArribaAbajoDía veintiséis

Del amor de los enemigos



I

Es la caridad tan propia de la religión cristiana, que nos obliga a que amemos, aun a los que son nuestros enemigos.

Jesucristo nos dio el precepto, y juntamente el ejemplo.

Dios es el que manda, y ¿hemos de tener dificultad en obedecerle? Un Dios perdona a los que le   —120→   quitan la vida; ¿y nosotros no hemos de perdonar una leve injuria a nuestros hermanos?




II

No hay en el cielo misericordia, ni perdón, para el alma que no perdona en este mundo.

Dios nos perdonará, como nosotros perdonaremos a nuestros deudores: y así un cristiano que quiere vengarse, se condena con su propia boca, cuantas veces reza la oración del Padre Nuestro.

Es inevitable, que un cristiano ame a sus enemigos, o que se aborrezca a sí mismo.




III

Dos cristianos que se aborrecen, parece que no profesan en realidad la misma religión. Pues ¿cómo puede explicarse, que dos   —121→   personas que no pueden verse, ni sufrirse, tengan la misma creencia, se acerquen al mismo altar, coman el mismo manjar, esperen el mismo Paraíso, y deseen vivir en él juntas eternamente? Una fe viva y sincera no admite tal contradicción.

No es lícito aborrecer sino a los demonios, en cuanto son enemigos de Dios; y es propio de solos los condenados aborrecerse unos a otros.

No hay señal más legítima de reprobación, que el no querer perdonar: una alma que lleva esta señal, está ya marcada para el Infierno.



Examina tu corazón en presencia del Crucifijo; y si hallas en él   —122→   algún sentimiento de odio, cámbiale en el afecto contrario de caridad, que te enseñan las llagas de Jesucristo.


Qui odit fratrem suum, homicida est.


(I Joannis III, 15).                


El que aborrece a su hermano, homicida es.


Vindicari vis, cristianus? nondum vindicatus est Christus.


(San Agustín).                


¿Vengarte quieres siendo cristiano? Observa que Jesucristo aun no se ha vengado.






  —123→  

ArribaAbajoDía veintisiete

De la imitación de Nuestro Señor Jesucristo



I

El primer hombre se perdió, porque quiso ser semejante a Dios; todos los demás hombres para salvarse, se han de hacer semejantes al Hijo de Dios.

Él se hizo nuestro modelo, haciéndose hombre, y dándonos ejemplo de vida: nosotros debemos ser sus imágenes, imitando sus virtudes.

  —124→  

Jesucristo es la cabeza y el modelo de los predestinados; por consiguiente el que no quiere seguirle, tiene contra sí sentencia de condenación.




II

¡Oh, cuánto se estudia en el mundo para imitar las modas y las costumbres mundanas! ¡Qué pocas reflexiones se hacen sobre la vida y virtudes de Jesucristo!

Los cortesanos procuran conformarse en un todo con sus príncipes; los filósofos tienen discípulos que siguen ciegamente su doctrina; y aun tal vez imitan los defectos naturales de sus maestros. Yo jamás he tratado seriamente de imitar las virtudes del Hijo de Dios.

¡Oh, qué vergüenza para mí, no   —125→   haber hecho hasta ahora ningún esfuerzo, para seguir a tan digno Maestro! ¡Qué poco cuido del honor de mi Salvador, que me guía con sus ejemplos, sin tener valor para acompañarle!




III

¡Qué podré yo responder el día del Juicio, cuando seré puesto delante de mi modelo, y comparado con Él! ¿Cuándo será contrapuesta la vida de Jesucristo a la mía, su humildad a mi soberbia, sus llagas a mi sensualidad, su mansedumbre y caridad a mi dureza y a mis resentimientos?

¡Oh!, ¡qué contradicción monstruosa! ¡Un cristiano sin señal alguna de cristianismo! ¡Un bautizado y esclavo del Demonio!   —126→   ¡Uno que se ha alistado bajo la bandera de la Cruz, secuaz de la carne y partidario del mundo!

Es, pues, necesario, que mientras vivo, o renuncie prácticamente al Bautismo y a la profesión de cristiano, o que conforme mi vida con la vida de mi Redentor: porque el cristianismo, según su verdadera definición, no es otra cosa que la imitación de Jesucristo.



¿Quieres que se reconozca en ti un diseño de la vida del Hijo de Dios? Pues haz que tus obras sean tales, cuales convienen a un verdadero discípulo de Jesucristo.


Magister, sequar Te, quocumque ieris.


(Mattheo VIII, 19).                


  —127→  

Divino Maestro, os seguiré por donde quiera que me guiéis.


Sine causa sum christianus, si Christum non sequor.


(San Bernardo).                


Sin razón soy tenido por cristiano, si no sigo las huellas de Jesucristo.






  —128→  

ArribaAbajoDía veintiocho

De la devoción para con la Virgen Santísima Nuestra Señora



I

Bien puedo arrancarme el corazón, si es duro para con María Santísima; porque un corazón que no ama a la Reina del Cielo y de la Tierra, es indigno de vivir y de amar cosa alguna en el mundo.

Dios no ha hecho ninguna criatura,   —129→   ni tan perfecta en sí misma, ni tan amable, ni tan útil al género humano como María.

¿Pues qué confianza no debo yo tener en su protección? ¿qué aprecio debo hacer de la incomprensible dignidad de la Madre de Dios? ¿qué afecto debo profesar a la más cariñosa de todas las Madres?




II

Aun cuando perdiese por mi desgracia todas mis devociones, he de conservar hasta la muerte la devoción a María.

Aun cuando caiga en algún desorden, he de recurrir a la Santísima Virgen, para obtener por su poderoso valimiento una verdadera conversión.

En medio de los mayores peligros,   —130→   y aun cuando me hallare en las sombras de la muerte, he de tener confianza en la Reina de los cielos; porque ninguno puede perecer entre los brazos de María.




III

El trono de María es el tribunal al cual deben apelar aun los mayores delincuentes en todas sus causas, para valerse de la misericordia de la Madre de Dios, contra la Justicia del mismo Dios.

María pone su gloria en hacer bien a sus hijos; y es parte de la felicidad que tiene en el Cielo, impetrar gracias para los pecadores más obstinados. ¿Qué no hará, pues, esta tierna Madre en favor de sus fieles siervos, de sus queridos hijos? ¿La Madre de misericordia, y mi buena Madre podrá   —131→   resolverse a firmar la sentencia de mi condenación? Hace ya más de mil y ochocientos años, que estamos en posesión de su bondad; ¿empezará ahora a negarnos su protección, dejando burladas nuestras esperanzas?

La mayor injuria que podemos hacer a María, y nuestra mayor desgracia sería, no invocar a la Madre de Dios, y desconfiar de su bondad. Cuando yo deje de servir a María, bien puedo darme por perdido.



Conságrate de nuevo con todo tu afecto al servicio de la Santísima Virgen, y dile con todo tu corazón.


Dominare nostri Tu, et Filius tuus.


(Judicis VIII, 22).                


  —132→  

Reinad sobre nosotros Vos, y vuestro Hijo.


¡Maria! O nomen sub quo nemini desperandum.


(San Agustín).                


¡Oh, María! Nadie debe perder la esperanza, si está bajo la protección de este nombre.






  —133→  

ArribaAbajoDía veintinueve

De la devoción para con San José



I

El Espíritu Santo hace en dos palabras un completo panegírico de San José, cuando le llama Esposo de María y Padre de Jesús.

Parece que Dios no pudo ensalzar a una pura criatura a más alto grado, que igualándola a Jesús y a María.

  —134→  

Ser una misma persona con la Madre de Dios; tener entre los hombres el lugar del Eterno Padre, es la dignidad más eminente a que puede llegar un hombre.




II

Este gran Santo es el superintendente del Cielo, el dispensador de los tesoros de la gracia; es, pues, necesario que recurramos a él, para alcanzar lo que pedimos.

Las cosas que son imposibles según el curso ordinario de la Divina Providencia, se hacen fáciles ponla intercesión de San José.

Jesucristo no puede negar en el ciclo cosa alguna, a aquel a quien quiso vivir sujeto en la tierra, y de quien recibió tantos servicios en su vida mortal.



  —135→  
III

Lo que debe aumentar nuestra confianza en San José, es considerar, que su bondad no es menor que su poder.

San José, como Esposo de María y Padre legal del Salvador, mira a todos los fieles como hijos suyos.

Después de haber hecho con Jesús y María tales oficios, ¿cómo puede negar su protección a los que María ama tiernamente como a hijos, y por los cuales dio su vida Jesucristo?



Ofrece, oh cristiano, tu alma a Dios por las manos de San José; pide todos los días al Señor la gracia de una buena muerte, por los méritos de aquel que tuvo la   —136→   dicha de morir en los brazos de Jesús y María.


Ite ad Joseph.


(Génesis XLI, 55).                


Recurrid a José.


Quam potentiores sunt in cœnlis, qui tam potentes fuerunt in terris?


(San Bernardo).                


¿Cuánto mayor poder tendrá en el Cielo aquel Santo, que tanto poder tuvo en la tierra?






  —137→  

ArribaAbajoDía treinta

De la devoción a los Santos Ángeles



I

Es creencia común de la Iglesia, que cada uno de los hombres tiene un ángel designado para su dirección y defensa.

¿Qué honra sería la de un pobre aldeano, si un príncipe de sangre real estuviese continuamente a su lado, cuidando de él y de sus negocios por orden del mismo rey?

  —138→  

Mas, ¿qué bondad es la de estos bienaventurados espíritus que se aplican con tanto gusto y empeño a asistir siempre, y a defender a unos miserables pecadores como nosotros? Porque entre un aldeano y un príncipe siempre hay alguna proporción, cual no existe entre un hombre y un ángel.




II

Siempre tenemos a nuestro lado a los ángeles de guarda, sin que jamás nos pierdan de vista; y así son testigos de todas nuestras acciones, aun las más secretas.

Los ángeles de guarda nos consideran como miembros de Jesucristo, destinados a ocupar en el Cielo las sillas que perdieron por   —139→   su orgullo los secuaces de Satanás; y así procuran defendernos en las tentaciones y peligros para que lleguemos a ser sus compañeros en la gloria.

¿Qué respeto debemos tener a nuestro ángel custodio que siempre nos acompaña? ¿qué gratitud por la vigilancia tan solícita con que nos asiste? ¿qué confianza en su poderoso valimiento?




III

Estos espíritus celestiales se olvidan en cierta manera de lo que son, para dedicarse a nuestro servicio.

Ellos con sus santas inspiraciones nos van alumbrando y guiando: ofrecen nuestras oraciones a Dios y ruegan también por nosotros; nos consuelan en las desgracias   —140→   que nos suceden; nos libran de los peligros que nos amenazan; nos fortifican contra las tentaciones; nos defienden de nuestros enemigos; nos excitan a todas horas a la penitencia y al amor de Dios; nos dan a menudo sofrenadas y avisos en medio de nuestros desórdenes, y del calor de nuestras pasiones; y tal vez nos castigan por sí mismos, para evitarnos mayores males.

Finalmente, no perdonan a diligencia alguna para promover y asegurar nuestra salvación, porque este es su mayor cuidado. No nos hagamos, pues, indignos de su protección, haciéndonos sordos a sus inspiraciones y siendo ingratos a sus favores.



  —141→  

Encomiéndate con frecuencia a tu Santo Ángel de guarda, rogándole que te asista principalmente, en las tentaciones y en la hora de tu muerte.


Angelis suis mandavit de te, ut custodiant te in omnibus viis tuis.


(Salmo XC, 11).                


Dios ha mandado a sus Ángeles que te guarden en todos tus caminos.


In quovis diversorio, in quovis angulo, Angelo tuo reverentiam habe.


(San Bernardo).                


En cualquier lugar donde te hallares, acuérdate del respeto que debes tener al Santo Ángel de tu guarda.






  —142→  

ArribaDía treinta y uno

Del fervor en el servicio de Dios



I

Tengamos en lo sucesivo tanto celo por la gloria de Dios, cuanto tenemos por nuestros intereses temporales, y para complacer al mundo.

Trabajemos con tanto empeño en conseguir nuestra salvación, como el mismo Señor trabaja para ella.

  —143→  

Todo cuanto obra Dios fuera de sí, lo ordena a la perfección de nuestras almas, al bien de sus escogidos. Todos los deseos de su corazón, todos los cuidados de su providencia, todas las ternuras de su misericordia se dirigen a ese mismo fin. ¡Oh!, ¿qué materia de confusión es ésta para una alma tibia?




II

Si se hubiese de juzgar de Dios por nuestra tibieza y frialdad en servirle, se podría decir que aquel Señor no es digno de ser servido, y que la recompensa que nos ofrece, vale bien poco, y no merece ningún sacrificio.

¿Qué idea se puede formar de un Señor, cuyos criados le sirven fríamente y sin afecto? Nosotros   —144→   denigramos el servicio de Dios, y no tributamos el debido honor a su Divina Majestad, todas las veces que hacemos con negligencia lo que pide de nosotros.

Pero ¡ay del hombre que hace con negligencia la obra del Señor!




III

Una obra bien hecha por Dios, por pequeña que sea, vale mil veces más que todas las hazañas de los héroes y conquistadores del mundo. No obstante, vemos que los mundanos trabajan con mucho más ardor por la vanidad que nosotros por la eternidad. Los esclavos del demonio no se acobardan por nada, ni abandonan sus empresas aunque tengan que sufrir algunos trabajos.

  —145→  

¿Es acaso Jesucristo de peor condición que el demonio? ¿El Paraíso es de menos valor que el Infierno?

El Infierno y el mundo pueden enseñarme el modo de servir a Dios con fervor. Tengo de amar a Dios como le aborrecen los condenados; he de servir a Dios como el mundo y el demonio son servidos. ¿Y será mucho esto?



Examina, oh cristiano, tu conducta en el servicio de Dios. Considera las acciones en que eres más negligente, y anímate a practicarlas en adelante de tal manera, que sean dignas del Señor a quien sirves.


Spiritu ferventes, Domino servientes.


(Romanos XII, 11).                


  —146→  

Sed fervorosos en el espíritu, como siervos del Señor.


Quales impetus habebas ad mundum, tales habeas ad antistitem mundi.


(San Agustín).                


Ten ahora tal fervor en las cosas del Criador del mundo, cual tenías antes en el servicio del mundo.








  —147→  


Acto de fe


    Creo, y confieso humillado
cuanto me enseña la fe;
el motivo es, porque sé,
que es Dios quien lo ha revelado.




Acto de esperanza


   Espero en vuestra bondad
Señor, aunque os ofendí,
que me daréis gracia aquí,
y gloria en la eternidad.




Acto de caridad


    Os amo, y os quiero amar:
La prenda que de esto os doy,
es el obrar desde hoy
por solo a Vos agradar.




Acto de amor al prójimo


    A cuantos me han injuriado,
Señor, quiero perdonar;
y al prójimo quiero amar,
porque Vos lo habéis mandado.



  —148→  

Cruz


    ¿Yo para qué nací? para salvarme.
Que tengo de morir es infalible:
dejar de ver a Dios y condenarme
dura cosa será, pero posible.
¡Posible!, y río, y duermo, y quiero holgarme,
¡posible!, y tengo amor a lo visible.
¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto?
O yo soy loco, o debo ser un santo.


Lope de Vega                




  —149→  
Reglas de buena conducta



1    Temed a Dios vengador,
y a todo cuanto le ofenda;
pues este es el primer paso,
que a sabiduría lleva.

2   No os burléis nunca de Dios,
ni tampoco de sus Santos;
dejad ese vil placer
a los jóvenes malvados.
—150→

3   Sea vuestra devoción
siempre sólida y sincera;
y en todos vuestros discursos
la verdad sea primera.

4   Mantened vuestra palabra
siempre inviolablemente;
pero no la deis jamás
inconsideradamente.

5    Sed con todos oficioso,
complaciente, humilde, afable,
cortés y de genio igual,
y seréis sin duda amable.

6   De cualquier pobre que os deba
Nunca aumentéis los cuidados;
y al artesano pagad,
el precio de sus trabajos.
—151→

7    Buen padre, esposo, y buen amo
habéis de ser sin flaqueza:
honrad al padre; y si es viejo,
aun con mayor reverencia.

8   Guardad el bien, que os hagan,
grabado en el corazón:
procurad ser generoso,
muy humano, y bienhechor.

9   Dad siempre con buena gracia;
porque una afable manera
añade al don mayor precio
que aquel que en sí mismo encierra.

10   No echéis en cara un servicio
que hagáis; tened entendido,
que el beneficio por esto
es beneficio perdido.
—152→

11   Nunca publiquéis las gracias
que alguna vez habéis hecho,
pues deben estar ocultas
como negocios secretos.

12    Prestad siempre con placer
pero no indiscretamente;
recompensad, si es preciso,
mas hacedlo dignamente.

13    Del prójimo no envidiéis
la suerte o felicidad;
ni lo que os han confiado
vayáis luego a divulgar.

14    Sin que seáis familiar,
tened un aire gracioso;
y nunca decidáis nada,
sin pesarlo escrupuloso.
—153→

15    Observad siempre fielmente
los puntos de Religión;
pues nunca será hombre honrado
quien falte a esta obligación.

16   Amad el dulce placer
de hacer bien, y afortunados:
aliviad principalmente
al virtuoso desgraciado.

17   Sed hombre siempre de honor;
y a nadie engañéis fingido:
un noble, y buen corazón
perdona a sus enemigos.

18    Procurad siempre vengaros
con beneficios atentos:
hablad poco, pensad bien,
y guardad vuestros secretos.
—154→

19    No procuréis informaros
de los negocios ajenos:
sin parecer misterioso
disimulad bien los vuestros.

20    No tengáis nunca soberbia,
ni jamás os alabéis;
en la próspera fortuna.
Modesto, humilde seréis.

21    Venced siempre los pesares
a que el alma se abandona;
y cuidad, que vuestras penas
no dañen a otra persona.

22   Soportad bien los humores
y los defectos de algunos;
y sed de los infelices
el apoyo más seguro.
—155→

23    Reprended sin aspereza,
y sin lisonja alabad,
no despreciéis nunca a nadie,
y la chanza a bien llevad.

24    El ver libertinos fatuos
y pedantes evitad:
escoged buenos amigos;
gente honrada visitad.

25    Procurad nunca hablar mal
de las personas ausentes;
y sed prudente en las burlas
de las personas presentes.

26    Consultad sin impaciencia,
y los pleitos evitad;
donde reine la discordia,
procurad llevar la paz.
—156→

27    Con los que no conocéis
guardad cierta difidencia;
y aun a los mismos amigos
debéis tratar con prudencia.

28    El amor, el vino, el juego,
evitaréis cuidadoso:
estos vicios son escollos
de naufragio peligroso.

29    Sed sobrio en el trabajar,
en el dormir, y comer,
tendréis libres los sentidos,
la salud sin padecer.

30   Jugad solo por placer,
y perded muy noblemente;
sin que pródigo seáis
expended prudentemente.
—157→

31    No perdáis el tiempo nunca
en cosas necias, y vanas;
sabia cosa es gastar bien
el tiempo, y aun las palabras.

32   Sabed a vuestros deberes
sacrificar los contentos:
y para vivir tranquilo,
moderad vuestros deseos.

33    No pidáis a Dios grandezas,
ni riquezas a porfía,
sino para gobernaros
pedidle sabiduría.



  —[158]→     —159→  
Indulgencias

Los ilustrísimo señores Obispos de Oaxaca y de San Luis, han concedido 40 días de Indulgencias por cada una de las meditaciones que contiene este librito, siempre que se lea con la debida atención.