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Capítulo XIV.

Función de los profesores músicos.-Procesión general.

     Describimos con gusto la función de los profesores músicos de la capital, porque nos place todavía recordar los detalles de aquella fiesta, en que la poesía hallar pudiera una fuente de inspiración. Hermanados bajo la invocación de San Vicente, desearon estos entendidos profesores solemnizar a su ilustre Patrono, compitiendo con los poetas. Resueltos a llevar a cabo su pensamiento, celebraron una reunión parcial, de la que saltó una comisión nombrada para realizar el proyecto. Apoyaron el mismo los Sres. D. Pascual Pérez y Gascon, organista de esta santa iglesia Metropolitana; D. Vicente Sales, primer sochantre de la misma; D. Pedro Sales(26) y D. Joaquín Armengrot, domeros de la referida iglesia catedral; D. Onofre Comellas, director de la orquesta del teatro Principal; D. Juan Bautista Plasencia,(27) organista del colegio del Sr. Patriarca; D. Teodoro Bueno, músico mayor del cuerpo de Artillería; D. José Altamira, del regimiento infantería Inmemorial del Rey, núm 1; D. José Ariño, del de San Fernando, núm, 11; y D. Carlos Llorens, del de Asturias, núm. 31. Con anuencia de la autoridad se verificó otra reunión general de todos los profesores, el día 30 de Mayo, en los salones del Liceo valenciano. Apenas se hizo presente el objeto de aquella conferencia, todos, sin ecepción, aceptaron el proyecto con entusiasta unanimidad, ofreciendo cooperar con sus recursos y sus conocimientos. En seguida se procedió a nombrar la comisión que, intérprete de sentimientos tan dignos, debía entender en la realización del plan convenido; quedando elegidos D. Vicente Sales, D. Joaquín Armengot, D. Rafael Ubeda, D. Salvador Giner, Don Mariano Herbás, D. Vicente Viciá, D. Juan Pinazo, D. Salvador Agosti y D. Vicente Beneito. Los trabajos de esta comisión correspondieron al buen éxito, que obtuvo la gran festividad musical.

     Llegó el día 5 de Julio; y a las nueve de la mañana se hallaron reunidos en la plaza de la Constitución todos los profesores, tanto organistas, como de orquesta, cantantes, y maestros de piano, y las tres bandas militares de la milicia nacional, con uniforme de gala y en número de trescientos cincuenta. Acto continuo se llevó la imagen del Santo en solemne procesión desde la referida plaza hasta la iglesia de los caballeros de nuestra Sra. de Montesa, conocida por la iglesia del Temple, debiendo notarse la estraña coincidencia que, sin preceder arreglo alguno, llevaron el anda cuatro individuos de. la familia Beneito, todos primos hermanos, y dos de ellos, llamados Vicentes. La procesión guardó el orden siguiente: rompía la marcha un piquete del 2.º batallón de la milicia nacional; en seguida la música del país en número de veintiocho individuos; los estandartes de la ciudad, llevados por los heraldos; numeroso acompañamiento de profesores con luces; la banda de música del regimiento del Rey, número 1.º; el estandarte con la efigie del Santo, precedido de la banda de música del cuerpo de Artillería: otro acompañamiento, y el anda con la imagen del Apóstol de Valencia; cerrando la comitiva las batidas militares de los regimientos de San Fernando y de Asturias, y dos compañías del 2.º batallón de la milicia nacional. La carrera fue ésta: plaza de la Constitución, calle del Miguelete, a la calle de Zaragoza, plaza de Santa Catalina, calle del Mar, y plaza de Santo Domingo a la iglesia del Temple. Al salir y entrar la imagen en el sagrado recinto, varias señoritas de las familias de los profesores arrojaron multitud de flores y de versos desde lo alto de los balcones, que coronan la fachada. Fue preciso convidar por medio de billetes; y a pesar de esta precaución, la linda y esbelta nave de la iglesia no pudo contener a la muchedumbre, que buscaba ansiosa un punto para penetrar en ella. La iglesia estaba sencilla pero elegantemente decorada, y bajo rico dosel se colocó la imagen del Santo. Celebró la misa el Sr. Don Francisco Villalba, canónigo de esta iglesia, vice-rector, decano y catedrático de la facultad de jurisprudencia, y persona entendida también en los estudios filarmónicos. Se cantó la segunda misa de Cherubini, formando la orquesta treinta violines, cuatro violas, tres violoncelos, nueve contrabajos, cuatro flautas, dos octavines, cuatro oboes, seis fagotes, seis clarinetes, seis trompas, seis cornetines, seis trombones, dos figles, un bombardón, y timbales, bajo la dirección del joven D. Onofre Comellas. Antes de principiar la misa se tocó una gran sinfonía, compuesta por D. Carlos Llorens, músico mayor del regimiento de Asturias, núm. 31, y en seguida se dio principio a la sagrada ceremonia. Formaban el coro los cantantes de la capilla de la Catedral y la del colegio del venerable Señor patriarca y otros muchos, en esta forma: trece altos, diez y siete tiples, veinte tenores y veintisiete bajos, dirigidos por el respetable profesor D. Pascual Pérez y Gascon. El gradual era obra del malogrado joven y compositor D. Juan Bautista Plasencia, dirigida por el mismo. Al ofertorio se tocó por la orquesta la obertura de la opera Il Zampa. sólo con el conjunto de tantas voces y tan numeroso intrumental, bajo la dirección de personas tan competentes, se pudieron comprender las sublimes melodías de Cherubini, y los escelentes rasgos de las obras de los Sres. Llorens y Plasencia. Tanta dulzura, tan suaves armonías arrancaron más de una lágrima; y no hubo un corazón que no palpitase de júbilo religioso, mezclado de esa plácida melancolía que exhalaban aquellos cantos de este gran concierto religioso, si podemos llamarlo así. Nada estraño es, pues, que inspirado por estas deliciosas armonías estuviera tan elevado, tan elocuente y tan digno de su reputación el orador D. José Ortiz y Pérez, canónigo de esta iglesia, cuando aludía en su discurso a la circunstancia de haber acompañado a San Vicente algunos músicos en sus diferentes misiones. Jamás hemos asistido a una solemnidad de esta clase, tan admirable por el conjunto de melodías y de voces.

     Si grande, sublime y patética fue la función religiosa, no fue, menos fantástico, espansivo y grato, el concierto monstruo que se dio por la noche en la plaza del Mercado. Apoyado en el prolongado lienzo del muro, que forma la pintoresca fachada de la lonja de la seda, se levantó un tablado de ciento sesenta palmos de largo, sobre setenta de ancho, adornado competentemente y alumbrado por sesenta hachas de viento. Tomaron parte en este solemne concierto la orquesta referida, las cuatro bandas militares, que contaban más de cincuenta individuos cada una; las bandas de tambores y cornetas, correspondientes a cada uno de los regimientos antes indicados, y los clarines del regimiento de caballería de la Reina, 2.º de Carabineros. El concierto guardó el orden siguiente: gran sinfonía a toda orquesta compuesta por el joven y entendido profesor D. José Vidal, maestro de coros y segundo director del teatro Principal; aria de tiple de la ópera El Pelayo, del maestro Solera, arreglada para banda militar por D. José Altamira; introducción de la ópera Semiramide, arreglada para banda militar por D. Teodoro Bueno; plegaria y coros, escrita espresamente por el profesor D. Hipólito Escorihuela, organista de la iglesia parroquial de San Martín, letra de D. José Zapater y Ugeda; introducción de la ópera La Esmeralda, arreglada para banda de música, tambores, cornetas y clarines, por D. José Ariño; un himno para orquesta y bandas, escrito espresamente por el ilustrado e inteligente profesor D. Pascual Pérez y Gascon, letra de D. Juan de Dios Reig: finalmente, una pieza titulada La Batalla de Inkerman, compuesta para bandas de música, tambores, cornetas v clarines, por D. Carlos Llorens, dedicada a Napoleón III, emperador de los franceses. He aquí la letra del himno dedicado a San Vicente Ferrer, por los profesores de música de esta ciudad en el cuarto siglo de su canonización.



CORO.
                  Salve ¡oh patria! tu plácido canto
Hasta el trono se eleve de Dios:
Nuestros himnos ensalcen al Santo
De tus glorias la gloria mayor.
1.ª
   No de Marte los triunfos sangrientos
Hoy el férvido acento proclama;
No del sabio dilata la fama,
Que cual sombra ligera pasó.
   Nuestro canto es el eco gozoso,
Que inmortal en los siglos resuena...
De VICENTE la gloria le llena,
Y el Eterno su gloria le dio.

Salve ¡oh patria! etc.

2.ª
   Ángel puro de nítida esencia
Le adornaron las gracias del cielo,
Y entre aromas, que exhala su suelo,
Dulce patria su cuna meció.
   Astro bello sin lánguida aurora,
Al nacer deslumbrando fulgente,
Dio el Señor viva luz a su mente,
Y radiante la esfera inundó.

Salve oh patria! etc.

3.ª
   Si con bárbaro son la discordia,
Ronco grito dio a España de guerra,
Inspirado su labio a la tierra,
De alma paz la ventura tornó.
   Si la nave de Pedro vacila
Al embate de viento furioso,
Dobla el mundo su frente piadoso
Al que el santo de Edeta aclamó.

Salve ¡oh patria! etc.

4.ª
   A su voz para el huérfano triste
De piedad los raudales brotaron;
A su. acento las glorias brillaron
Del saber, que mi patria ostentó.
   Nunciador de las célicas iras,
Ángel fue de misterio profundo,
Y aun sus ecos repiten al mundo
«Ensalzad y temed al Señor.»

Salve ¡oh patria! etc.

     Pendiente de tan numerosas armonías se veía por toda la estensión de la plaza del Mercado, y en las ventanas, balcones y azoteas una muchedumbre silenciosa y compacta, que no toda podía disfrutar, por la distancia, de las delicias, de los encantos y de la música. Millares de luces alumbraban este vasto pavimento, hermoseado con los numerosos árboles que lo cruzan, por los elegantes adornos e iluminación de la fachada de San Juan, del altar de San Vicente, y de la fuente monumental. ¡Cuánto debió gozar el que supo sentir! ¡cuánto podría decir en nuestro lugar, cualquiera de los numerosos poetas que hoy forman en Valencia el Parnaso del siglo XIX! A la mitad del concierto, y para dar treguas a los profesores, se disparó sobre la fuente monumental un vistosísimo castillo de fuegos artificiales, formando un variado y completo juego con los surtidores de agua, que cubrían la gran taza o baño de hierro. La noche suave; el cielo sembrado de estrellas y sin nubes; el murmullo de los árboles y de la caída de las aguas; el reflejo de tanta luz, y las armonías, ya tiernas, ya patéticas, ya belicosas de tanta música a la vez, dejaron en el alma un apaciguamiento delicadísimo, y arrancaron repetidos vítores y aplausos; sobre todo, cuando los grandes golpes de la Batalla de Inkerman escitaron el ardor belicoso de nuestro pueblo, apacible y militar a un tiempo, como el pueblo de Solon. Y concluyó el concierto después de dos horas de armonías, y la muchedumbre se dispersó tranquila, satisfecha, y prodigando a los profesores músicos los elogios que se merecían, y que nosotros les concedemos de justicia y con la más estricta imparcialidad. Todos llenaron su deber; todos correspondieron a la merecida reputación de que disfrutan, y de que dieron la más insigne prueba en este día.

     Para completar el cuadro de las funciones religiosas, nos reservamos para este lugar la descripción de la solemne y estraordinaria procesión general, que se verificó en la tarde del domingo 1.º de Julio.

     Durante la mañana entraron millares de forasteros, procedentes de los pueblos de la huerta de la capital, cuya concurrencia fue mucho mayor por ser día de precepto.

     Con el objeto de facilitar el tránsito a la gente, se dispuso que no ocuparan indistintamente la carrera la multitud de sillas que, en otras funciones análogas, obstruyen el paso y las avenidas de las calles. sólo se permitió levantar escalinatas en la plaza de San Gregorio y la de San Francisco; siendo notables los tablados de este último punto por su estensión, solidez y elegancia. Para evitar un derrumbamiento de estos anfiteatros, se dispuso que fueran de una altura precisa, a fin de impedir que debajo se colocarán gentes, y que no fuese peligrosa la caída, en el caso desgraciado de desplomarse.

     La carrera estaba colgada; el suelo cubierto de arena, mirto y arrayan; y antes de las tres, hora señalada para la salida de las rocas, no había balcón, ventana, azotea, ni zaquizamí, que no mostrara multitud de cabezas. La carrera, en su larga estensión, ofrecía una masa apretada e inmóvil, por la estrechez del recinto que la contenía: trages de todas clases, gentes de toda la provincia y de fuera de ella, y estrangeros no pocos; un sol brillante, una brisa fresca del mar, perfume en los vestidos de las damas, oleadas en varias direcciones, silenciosos los ángulos estrenos de la ciudad, he aquí. el aspecto de aquella tarde deliciosa. A las dos se hallaban en sus puestos los tiros que debían conducir las rocas y los carros de triunfo, y principiaban a concurrir al patio del palacio arzobispal los pueblos, que acudieron a la invitación del alcalde constitucional de Valencia. Los cleros, las cofradías, los gremios y oficios iban a tomar el puesto señalado dentro de la Catedral.

     Dieron las tres y se disponía a arrancar la roca de la Trinidad; cuando un aficionado que subió al carro, llamado José Ripoll, cayó sin sentido sobre el gigantesco carruage. Acude al punto el Sr. alcalde D. Vicente Piñó y Ansaldo, levantan al paciente, le bajan de la roca, condúcenle al antiguo laboratorio de farmacia del Dr. D. Miguel Domingo; pero todos los ausilios fueron inútiles. ¡Había muerto! ¿De qué? se preguntaba la gente. De un ataque cerebral, respondían unos; de un aneurisma, replicaban otros. A ninguno se dijo, que era un caso de cólera fulminante. ¿Para qué? La gente nada sabia; y se divertía, y can taba, y vivía alegre; ¿por qué arrojar en sus oídos ese grito de alarma? Bastante había hecho algunos días antes el ilustrado y simpático Dr. D. Joaquín Casañ, con calmar las sospechas públicas marcando los caracteres de una dolencia estacional, que era fácil confundir con los síntomas de una horrible epidemia. El Sr. Casañ hizo un bien; y habló con sinceridad y laudabilísirna intención. ¿Hacía, sin embargo, el cólera en secreto algunas víctimas? Hería ya; pero la autoridad, previsora, prudente y sagaz, echaba velos sobre las fosas; pasaba la muerte y ninguno percibía su paso silencioso: habían ya principiado las fiestas; ¿era cuerdo suspenderlas? No, y mil veces no: adelante, pues: las rocas han salido; el pobre aficionado quedó olvidado; sólo quedó un vacío en su familia; la multitud no lo echó de menos.

     Y las rocas emprendieron su marcha desde la plaza de la Constitución, por la calle de Caballeros, Tròs-Alt, Bolsería, Mercado, Flasaders, Porchets, San Vicente, Sangre, plaza de San Francisco, calle y plaza de las Barcas, calle de la Universidad, Comedias, Cullereta, Mar, Santo Domingo, Congregación, otra vez a la calle del Mar, plaza de Santa Catalina, calle de Zaragoza, a su casa.

     La gente formaba dos muros movibles, que se ensanchaban o estrechaban según la dirección de estos carros colosales, y se prolongaban desde la plaza de la Constitución, siguiendo, sin interrupción alguna, toda la estensa carrera. En las plazas y plazuelas era mucho mayor la afluencia, sin que en tan largo trayecto se lamentara una desgracia, ni una riña, ni un robo, tan común en las grandes reuniones en que pululan los rateros.

     Poco se hizo esperar la procesión: Algunos batidores de caballería marchaban delante de los pendones de la ciudad, empujando una multitud. de personas de las que forman en todas las carreras de la procesión su más delicioso paseo. Y en efecto, lo es para el que tiene pretensiones de agradar, o de ver, o de ser visto. Este es el punto escogido por los que esperan, o por los que desesperados en correspondencia amorosa buscan objetos de recreo o de nueva conquista.

     En pos de los pendones venían los enanos y gigantes, precediendo a los carros de triunfo que hemos descrito ya, y cerrando esta larga hilera de objetos grandiosos, el pesado carro que conducía el gigantesco San Cristóbal de los pelaires. Cuatro robustos bueyes, con las astas y pezuñas plateadas, tiraban del imponente carretón, entre el murmullo gozoso de los asombrados espectadores. Seguían los niños de las casas hospitalarias de la Misericordia y Beneficencia, vestidos con ese decoro, aseo y uniformidad, que Valencia admira en sus asilos de piedad, donde se egerce la caridad en su más estensa protección.

     Venían después las cofradías y hermandades, entre las cuales recordamos la de nuestra Señora del Rosario de la iglesia del Pilar con su devota y venerable imagen titular, la archicofradía de nuestra Señora del Remedio, con la suya peculiar; la de la Pastora y Ángel San Miguel, con el guión y su graciosísima imagen; la de nuestra Señora del Carmen, con guión y la imagen titulada la Principal, acompañada de numerosos cofrades y de doce niñas vestidas de blanco, con sus correspondientes adornos, llevando en las manos algunas alegorías, propias de la Virgen, y además la música del batallón de artillería de la milicia nacional; la del Santísimo Cristo de la Agonía, establecida en el Sto. Hospital general, con su sagrada y veneranda imagen de preciosísima escultura, y a quien se rinde una devoción estraordinaria, llevaba un lucido acompañamiento, y treinta y seis dementes, con los trages del hospicio, y como recuerdo de la primera fundación de este magnífico hospital, y con un cirio cada uno, escoltados por un piquete de la milicia nacional: y finalmente, la venerable orden tercera de San Francisco de Paula, con los dos estandartes de la orden numerosa comitiva, alumbrando la hermosísima imagen de Sta. Juana de Valois, el guión y la magnífica y espléndidamente vestida imagen de San Francisco de Patria. Los hermanos llevaban también ramos de flores.

     A esta numerosa y devota comitiva seguían los gremios y oficios, que tanto papel representaron en el gobierno foral de nuestro antiguo reino: los sastres con su bandera y andas; los molineros con su bandera y la imagen de la Virgen Morenita; los torneros y silleros con sus ricas andas nuevas, una danza y música; los cerrajeros y hojalateros con su bandera y la imagen de Sta. Lucía; los carpinteros con sus banderas y dos andas; los sogueros con su bandera, la imagen de la Virgen de los Desamparados, y música; los horneros, con su bandera, las imágenes del Salvador y de nuestra Señora de las Mercedes, y música del país y militar; los zapateros con la hermosa reliquia de plata de San Crispín, y la de plata de San Francisco de Asís, patrón del gremio, alumbradas por faroles nuevos de buen gusto, y acompañando una música militar; y los roperos con una danza de etíopes, moriscos y cruzados, el estandarte de la cruz y la imagen de San Jaime Apóstol, llevada por cuatro jóvenes vestidos de turcos; los esparteros y alpargateros con la devota estatua de San Onofre; y, finalmente, los pelaires con la imagen de la Santísima Trinidad.

     Imponente, grave y vistosa al mismo tiempo er a esta larga comitiva de honrados artesanos, que a pesar de las circunstancias angustiosas que habían atravesado, se esforzaron en corresponder al justo y distinguido concepto que se merecen de los hombres pensadores. Cada oficio ocupaba el lugar que de antiguo vienen guardando en estas solemnidades; y según el orden con que los nombran tal vez los venerables fueros de Valencia.

     Seguían después los pueblos de nuestra huerta; no todos, como se esperaba; unos por su larga distancia, otros, como Liria, afligidos entonces por la horrible epidemia del cólera, y no pocos por circunstancias no menos tristes, como la pérdida de las cosechas. Invitados todos, casi todos respondieron; pero no todos tuvieron el gusto de poder concurrir. Esto impidió tener dispuestas las banderas que cada pueblo debía llevar: no todo lo que se pensó, pudo llevarse a efecto. Estas son las condiciones de las cosas humanas. Recordamos, empero, al pueblo de Patraix, llevando la imagen de San Roque, y música militar; el de Manises, con la de San Justo y Pastor, con otra música; el de Burjasot, con la de la Virgen de la Cabeza; el de Picasent, con la de la Virgen de Vallibona; el de Alboraya, con la de San Cristóbal, y que mereció honrosa distinción por el acompañamiento de jóvenes vestidos todos de pana de color igual y llevando hachas de viento; el de Torrente, con su estandarte y San Luis Beltrán; Pula, con la veneranda Virgen de este nombre; Rafelbuñol, con la Virgen del Milagro; Moncada, con la imagen de Santa Bárbara; Alacuás, con la de la Virgen del Olivar; Chirivella, con la de la Virgen de la Salud; Mislata, con la de la Virgen de los Angeles; Alfafar, con la de la Virgen del Sepulcro; Benimaclet, con los Santos de la Piedra; Albalat, con los mismos Santos; Campanar, con la Virgen que lleva su nombre; Masamagrefi, con San Juan Evangelista; Aldaya, con la imagen de San Miguel; Cuart, con la de nuestra señora de la Luz; calle de Cuarto extramuros, con la de la Virgen de los Desamparados; calle de San Vicente, con las de la Virgen del Rosario, San Buenaventura y el Cristo de la Providencia; y la calle de Murviedro, con el Cristo de la Fe y nuestra Señora de la Merced; y el de la Villanueva del Grao, con lucido y grave acompañamiento de patrones y marinos, llevando las dos grandes y venerandas reliquias de su iglesia, la Cruz y la escalera, conducida en hombros de respetables ancianos, hijos del mar, solitarios del océano, que arrojan sus días a la merced de las tempestades con el valor del marino y la fe y la esperanza del cristiano. Esta sección de la procesión general recordaba el magnifico país donde se asienta Valencia y los pueblos, habitados durante tantos siglos por la raza árabe, cuyo tipo y cuyas costumbres no se han borrado todavía. Descendientes unos de los soldados cristianos conquistadores, y otros de los orientales o africanos puros, conservan todavía nuestros pueblos un cierto tinte original, que sólo se ve en esta provincia. Aun pasarán siglos, antes de que se borren muchas de las huellas de los árabes y almorávides: pero mientras haya agricultura, vivirá la memoria del pueblo muslímico.

     En el siglo anterior y hasta el año 1837 cubrían gran parte de la procesión las comunidades religiosas, con hábitos de todos colores y de diferentes cortes, en que se descubrían restos del trage romano, de los orientales del bajo imperio y de la época de las cruzadas. Muchos de nuestros jóvenes lectores no tienen una idea de aquella estensa comitiva de personas religiosas, cuyos institutos han producido tantos bienes en su día, y sobre, cuya utilidad o por juicio se ha cuestionado, tanto ¡Hoy han desaparecido: la antigüedad va derrumbándose a toda prisa; ojalá sepamos sustituir sis cosas buenas, con otras tan útiles al menos y de tan prodigiosa duración!

     Y pasaron los pueblos con sus santos titulares, y las danzas que representaban los antiguos estados de la corona de Cataluña, Aragón, Mallorca y Valencia, perfectamente vestidas y con asombrosa propiedad. Los trages eran buenos; las niñas y los niños agraciados, y los pueblos recibieron con estas danzas el obsequio que se merecían; así como fueron dignos también del galante oficio de gracias, que poco después les pasó nuestro alcalde constitucional.

     Venían en pos de los pueblos los niños del colegio imperial de San Vicente y los cleros de las catorce parroquias de la capital, con las cruces y las magnificas imágenes de sus santos titulares. Ancianos venerables por su edad, su virtud y su ciencia, y jóvenes, llenos de celo, de caridad y de resignación formaban la representación de nuestro estado eclesiástico, merecedor del respeto que se debe a su abnegación y virtudes apostólicas.

     Como en el siglo anterior, la Asociación había ofrecido también un premio al que presentara la cruz parroquia mejor engalanada. Y este honor recayó en la de los Santos Juanes. He aquí sus adornos. En el remate del mástil, que sostiene la cruz, había un círculo adornado de cristal, y encima de su plano, mirado de frente, aparecía la fachada del convento que fue de monjas Magdalenas (hoy no existe), ante el cual se representaba el pasage de la vida de San Vicente Ferrer, en que predicando al pueblo le descubrió la necesidad de socorro que había en cierta casa, junto a la iglesia de Santa Catalina, cuyo pasage es conocido vulgarmente por el milagro del pañuelo. La imagen del Santo estaba en el antiguo banco de piedra que cubría la fachada del referido convento, predicando a un concurso de gentes de todas clases y condiciones, y el pañuelo se veía volando por el aire; unos estaban en actitud de seguirlo, otros mostrando una estraña admiración, siendo corpóreas todas estas figuras: pero. había además de éstas, otro grupo de perspectiva a la puerta de la iglesia, como representando un gran concurso. Al pie de la misma cruz se veía el globo de la tierra, con el cordero sobre el libro de los siete sellos y al otro lado el águila del Evangelista. Más arriba de estos geroglíficos aparecían enlazados la trompeta, la mitra, el lirio y el libro de San Vicente, con cuatro relicarios de plata de los Santos Juanes Bautista y Evangelista, y otros a los ángulos del centro: en los cabos había tres medallones dorados del Padre Eterno y titulares, rodeándoles en movimiento la siguiente inscripción: EL REVERENDO CLERO DE LOS SANTOS JUANES AL APÓSTOL VALENCIANO EN EL SIGLO IV. Finalmente, por esta parte se veía toda la cruz guarnecida de un dibujo de flores artificiales; y terminaba con la palabra TIMETE, que era de plata. Mirada por la espalda se admiraba preciosamente copiada la fachada y portada principal de la iglesia con su torre y campanas, que tenían movimiento; y en la superficie que figuraba la plaza, había figuras mirando al público, y señalando la puerta, como diciéndose mutuamente: ésta es la parroquia, que se esmera en el ornato. En el centro de dicha fachada estaba la imagen de la Concepción Inmaculada, coronándola el Espíritu Santo. Más abajo de ella un relicario preciosísimo de San Lorenzo, en el acto de su martirio, y terminaba todo con los correspondientes adornos de flores.

     En armonía con la cruz se notaban los dos candelabros, que llevaban los acólitos, formando cada uno de ellos un Jardincito, cercado por un enverjado plateado y dorado, en medio una fuente artificial, y en el plano varios arbolillos y cuadros de plantas y flores, dejándose ver en acto de, volar diferentes avecillas, que saltaban de los árboles, desprendiéndose finalmente por la parte inferior cintas de color, enlazando graciosas coronitas de flores artificiales.

     La vista de estos tres magníficos objetos escitaba, al paso, un delicioso murmullo de aprobación, atrayendo todas las miradas que se fijaban en ellos con asombrosa admiración. La cruz parroquial de San Salvador y San Valero llevaban también un sencillo adorno, que mereció las más justas alabanzas, obteniendo el premio de accesit.

     Seguían al clero los veintiséis ciriales, llevados por los veintiséis personages, con túnicas blancas y corona dorada, que representan los del Apocalipsis, e interpolados con ellos los doce apóstoles. En seguida venían los dignísimos alcaldes de barrio, numerosos convidados, tanto militares, como paisanos, los individuos de la gran Asociación de fiestas, las corporaciones y altos funcionarios, el clero catedral, con sus soberbias andas de plata, el ilustrísimo cabildo, interpolado con los caballeros del Real cuerpo de maestranza, oficiales generales y grandes de España, y toda aquella magestuosa comitiva, ricamente vestida, cubiertos unos de bandas y cruces, y mostrando otros las altas dignidades de la patria, precedía a la hermosa imagen de plata, que representaba el pobre y humilde hijo de un escribano, al penitente religioso; tributando a la pobreza y a la humildad una ovación de más elevado carácter, que las del pueblo romano delante del carro de batalla de sus cónsules y emperadores. Doce niños de San Vicente alumbraban al Santo; y aquellas luces, aquella grandeza, la armonía de las músicas y el aplauso y los vítores de la multitud, que se prosternaba por gratitud y por veneración, arrancaron más de una lágrima de los ojos del hombre pensador. Detrás de la imagen marchaba de preste el Excmo. e Ilmo. Sr. arzobispo, quien a pesar de su edad avanzada y de la larga carrera, no descansó un sólo momento. Acompañábale también el Ilmo. señor obispo de Segorbe; cerraba la procesión la comisión de la asociación de fiestas, el Excmo. ayuntamiento y diputación provincial, el Excmo. Sr. capitán general y el señor gobernador civil de la provincia. Finalmente, bandas de música y una escogida y numerosa escolta terminaba esta solemne procesión.

     Cerca de tres horas duró el desfile de esta religiosa comitiva, que, a pesar de emplear casi todas las de la tarde, era ya de noche cuando pasaba por la calle de la Sangre, y en el momento en que se pudo disfrutar de la magnífica iluminación de los cuarteles de caballería e infantería y de la torre, del telégrafo. Los balcones se veían iluminados todos; y solemne fue el paso, ya de noche, por la plaza de las Comedias, de la Congregación y calle del Mar, entre numerosas músicas, y la admirable iluminación de la iglesia de la Congregación, fuente de la misma plaza, altar del Santo y calle de su. nacimiento. La iglesia de San Esteban estaba radiante de esplendor, como lo estaba la capilla de la casa natalicia; pero fue más sorprendente la entrada en la Catedral. Figuraos la estensa nave del gran templo inundada por tres mil quinientas luces; el altar mayor alumbrado por los veintiséis ciriales de la procesión, y los centenares de luces de los convidados y del clero; el vuelo de las campanas de la gigantesca torre; las músicas que resonaban en la parte esterior; el grande órgano, y las músicas del país llenando de armonías y de estruendo la parte interior; el canto de los sacerdotes, el humo del incienso, la presencia de tanta grandeza, el murmullo de tanto pueblo, y en todos los semblantes la satisfacción y la alegría y tendréis una idea incompleta del aparato con que fue recibido el Santo, para terminar en el templo esta grande ovación secular. La bendición del anciano prelado dio por concluida la función: Valencia quedó orgullosa con su fe, su religión y su genio: hizo lo que pudo. ¡Ojalá la posteridad pueda mucho mas!

     La procesión siguió las calles siguientes: plaza de la Constitución, calle de Caballeros, Tròs-alt, Bolsería, Mercado, Flasaders, Porchets, San Vicente, Sangre, plaza de San Francisco, calle y plaza de las Barcas, calle de la Universidad, plaza de las Comedias, calle de la Cullereta, del Mar, estación en la casa natalicia, plaza de Santo Domingo, arco del Cid, calle del Almirante, San Esteban, donde hizo estación, calle de San Esteban, Palau, Trinquete de Caballeros, plaza de la Congregación, calle del Mar, plaza de Sta. Catalina, calle de Zaragoza, a la Catedral.

     Al pasar la imagen del Santo por la plaza del Cementerio de San Esteban, sorprendió agradablemente la armonía de numerosos pianos de la fábrica del Sr. Gómez, que tocaron la marcha Real, formando un conjunto de sonidos tan agradable, como nuevo.

     Eran cerca de las diez de la noche cuando terminaba esta imponente función religiosa, de la que conservará la generación actual una memoria tan dulce, como imperecedera.

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