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ArribaAbajoNº 5

Buenos Aires.- Junio 22 de 1853


CABALLEROS:

Éste es el GALLO nº cinco y tarja: porque al fin, del reñidero aonde me metí he salido tan lucido como un zaino parejero, que pensó lucir su viveza bajo las caronas de un soldao terutero, el cual últimamente lo largó al pobre pingo en el bajo, aonde lo vide el otro día flaco, uñerudo83 y rabón; porque hasta la cola le habían comido las yeguas de pajuera. Por esta razón el Gallo, antes de quedarse enteramente desplumao y sin cola, dirá lo que decía un Andaluz:


   Abur, Perico,
ahí te mando ese Gallo
que clava el pico.

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Memorias de una audencia de Sancho Panza

Ésta no es chanza

Gracias a Dios que me he sacao el lazo del compromiso, en que me puse con el noble auditorio de esta Capital Federal y capada al gusto y satisfaición del señor don Sancho... me equivoqué: del señor don Justo quise decir, pero con el verso de la audencia le atraqué don Sancho a Vuecelencia.

Pues, sí, señores: yo les ofrecí a los puebleros, por empeño de la mocita aquella del fandango, el que les escrebería cinco Gallos al mes, los mesmos que he soltao, desiando agradar a todo bicho, y en la punta a mi amigazo el gacetero del Nacional, que me hizo el cariño de darme una música en su Gaceta para acreditarme con el Porteñaje cuando yo solté mi primer Pollo.

El sargento Aniceto el Gallo

El sargento Aniceto el Gallo.
En traje de Guardia Nacional de Caballería.

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Yo no sé si el amigo Nacional se dará por bien correspondido del Gallo, pero se me afigura que los caballeros alistaos a mi gaceta, ni naides podrá quejarse, diciendo que Aniceto anduvo lecheriando84 para escrebir los cinco Gallos prometidos al mes, desde que en el nº 1 les largué un Pollo de ley, y luego cuatro Jacas hasta la presente: y toda esta fatura por diez pesos que, en el día, de alfalfa se los almuerza cualquier Diputado del Congreso.

¡Ah, hombres tragones! Lo mismo que el Diretor: con sólo la diferencia de que entre todos los congresudos pueden tragárselo a Vuecelencia, pero don Sancho... ¡dale con don Sancho!... el Diretor solo, redepente se ha de tragar a todos los diputaos. ¡Qué buche!

De ahí resulta la grandísima afición que Vuecelencia lo tiene a la Gobernaduría de Buenos Aires, aonde hay tan buenos bocaos, particularmente pichoncitos; y por eso el hombre se lambe por venirse a gobernar en la Capital hasta las Conchas de un lao, y por el otro hasta la Ensenada: con arreglo a la capadura que de nuestra Provincia y por la Custitución de moquillo ha hecho el divino Congreso del Carcarañá85 para llenar los deseos del organicista.


   ¡Qué brutos son los que dicen
que la Virgen es la luna!
ansí son los congresudos
que sueñan la capadura.

  —68→  

¿Con que, nada menos que la Capital hasta las Conchas?... ¿Y la Ensenada? ¡Friolera! Y los gauchos porteños que tenemos a gala en ir a pasiar a nuestro Buenos Aires, ¿por qué nos quiere apartar? ¡Han visto! a la cuenta será para que V. E. se venga con su general Crespín y el gobernador Babas a retozar en la tierra de los generales porteños guapazos que peliaron noblemente por la gloria y grandeza de Buenos Aires; y que nunca sembraron choclos ni zapallos en nuestra provincia para venderlos ellos solos, y privarles ese recurso infeliz a los pobres paisanos, como los generales de aquel lao del Paraná. Vaya, vaya pues, no es nada el tamaño de la Capital que quiere para su recreo el señor don Sancho: ¡qué majadería!... el señor don Justo.

Entonces: si el hombre se acomoda en una capital de este trecho, el diablo que le dé palmada ni lo pille a tiro para merecerle una audencia de aquellas que supo dar antes de hacerse Diretor, cuanto redepente se acomodó de Gobierno en las casas y en la mesma silla del viejo Restaurador don Juan Manuel.

¡La pu...janza, el modo de dar audencia que usaba el Diretor de Buenos Aires entre la porteñada! oigan cómo las daba; y esto es la verdad peladita.

Pues, señor: un día, allá por el mes de mayo del año pasao, como a las once de la mañana, desde Palermo, V. E. se largó de poncho, y llegó a la casa principal del Restaurador86.

  —69→  

Se apió el hombre en la puerta, y de poncho no más, como por su casa, se coló echando plantas y sin mirarle a la cara a naides.

Al verlo entrar medio atufao87, todo el mundo le sacó el cuerpo y el sombrero, y así que pasó el zaguán, atrás de él, pero en puntas de pieses, se largaron como sesenta pretendientes de todo pelo y edá, siguiéndole el rastro hasta el fondo del caserío, aonde trepamos todos por una escalera enroscada: y allí arriba Vuecelencia se entró a una sala con las paredes platiadas, y atrás de una mesa muy linda y muy grande había una silla lucida de pana colorada, en la cual el señor Director se sentó medio como envaretao y dijo que: ENTREN TODOS.

¡Ah, Cristo mío, si esa audencia fue cosa de reírse y de llorar! Yo estaba medio cerca de la puerta, cuando a la voz de «ENTREN todos» atropellaron como unas quince viejas que me llevaron por delante hasta adentro, y entonces vide que Vuecelencia frunció el gesto al ver las veteranas; pero, así que comenzaron a entrar las muchachas, se alegró el señor Director y le bailaban los ojitos. Luego entró el machaje88 de todo tamaño, y otra güelta Vuecelencia se puso seriancón, y templando el pecho dijo: «siéntense».

A la voz de siéntense, las mujeres, por ganar las sillas que estaban junto al señor Diretor, se amontonaron y se sentaron como jugando a la gata parida, siempre a vanguardia las más veteranas: entretanto las mozas se quedaron más atrasito,   —70→   cosa que le desagradó al Diretudo. Luego los hombres nos quedamos en pie y formaos hasta de a cuatro de fondo, esperando que nos llegara la audencia y sin resollar naides. Y yo atrás de todos sin pestañar.

Al fin me llamó la atención el oír que Vuecelencia le dijo a una señora de las más allegadas a la mesa:

-¿Qué quiero usté, señora? vamos a ver.

-Señor. Yo soy la infeliz viuda del coronel...

-Bueno: si es viuda, déjese de lástimas. ¿Qué se le ofrece?

-Señor: permítame Vuecelencia explicar...

-Está bueno: diga de una vez.

-Señor general: solicito algún socorro por cuenta de mi viudedá y en consideración a los servicios de mi finado... esposo, en la guerra de la Independencia.

-¡Umb!... ya salimos con la independencia: y ¿a quién le sirvió su marido?

-Señor general, mi esposo sirvió a la patria con los generales Belgrano y San Martín.

-¡Umb!... y, ¿aónde murió su marido?

-Señor: desgraciadamente en Montevideo.

-Y ¿a qué se fue a Montevideo?

-Emigró, señor, porque lo perseguía el general Rosas.

-¡Ésa es mentira, señora! El general Rosas no ha perseguido a naides. Y si su marido se fue a los Salvajes de Montevideo, para unirse a los Gringos89, vaya usté a que la socorran en Montevideo...

  —71→  

Entonces la pobre señora, tragándose la saliva, dio un suspiro, y se salió al tiempo que Vuecelencia le preguntó a un oficial porteño:

-Y usté, ¿qué anda queriendo? ¿ya viene por la oveja?

-Señor, vengo de necesidá a pedirle...

¡Para tomar caña! ¿eh? lárguese, no embrome.

El oficial dio media güelta, y alzó moño con la cara larga, cuando otra señora con dos niñitas se acercó a Su Ecelencia, porque éste la llamó y le dijo:

-¿Qué busca usté con estas muchachitas?

-Excmo. Señor: vengo con ellas a implorar la clemencia de Vuecelencia, porque son güérfanas y desamparadas.

-¿Güérfanas? ¡hay tantas! y ¿cómo son güérfanas?

-Señor: porque el infeliz padre de estas niñas fue degollao en el año cuarenta, junto con el coronel Linche y otros desgraciaos...

-Bien hecho: por salvajes unitarios. Vaya con Dios, señora, no me venga con cuentos atrasaos.

Y la pobre señora se largó asustada, como sacando a la rastra a las muchachitas, que salieron abriendo tamaños ojos y chupándose el dedo.

-¿Y usté? (dirigiéndose a otra señora bizarrota): ¿qué quiere, señora?

-Señor: desearía hablar a Vuecelencia reservadamente, porque aquí hay tanta gente...

-Déjese de reserva; en mi audencia no acostumbro tapujos, hable claro y pronto, ¿qué quiere?

-Pero, señor general; por lo menos permítame Vuecelencia hablarle despacio.

  —72→  

-¡Umb!... ¡qué misterio! bueno, hable como quiera.

-Señor (le dijo despacito), yo soy la viuda de fulano a quien Vuecelencia ha conocido.

-¡Ché! ¿usté es la mujer del salvaje unitario fulano, que se pasó a los Franceses de Montevideo para venir con los extranjeros y peliar a don Juan Manuel Rosas? Váyase, señora, y dé gracias a Dios de ser viuda, porque su marido en eso fue un pícaro traidor.

-¡Pero, señor! Mi marido entonces creyó justo hacer lo mismo que Vuecelencia ha hecho ahora, trayendo a los Brasileros para pelear con los Argentinos, y para voltiar a don Juan Ma...

-¡Cállese la boca, la salvajona!... ¡Venga uno y eche a la calle a esta desvergonzada! ¡habrase visto grandísima...!

Y la señora se salió muy fresca dejándolo a Vuecelencia caliente, a punto que con los ojos cuajaos de sangre le soltó una mirada a un mocito pueblero que estaba por delante de mí, al cual le preguntó el Diretor muy retobao:

-¿Y usté, mocito, qué quiere?

-Vengo, Exmo. Señor, en representación de las señoras propietarias de los terrenos en que Vuecelencia ha mandao establecer el campo de inválidos, y...

-¡Ah, grandísimo pícaro! ¡Tinterillo! mándese mudar a escrebir artículos demagogos en el Nacional. ¡Miren qué traza!- Y el mocito90 salió al trote con el rabo entre las piernas y riyéndose de miedo o de la audencia. ¡Qué barbaridá!

  —73→  

-¿Y usté? (a una federala): vamos a ver: ¿qué quiere?

-Señor: vengo por la razón de que yo hice una presentación para Vuecelencia, pidiéndole que por los atrasaos de mi dijunto, que murió en la banda del señor don Juan Manuel, peliando contra los salvajes en el sitio de Montevideo, el que se me pagaran esos atrasaos; pero como Vuecelencia le ha puesto a mi presentación: «Archívese», los escrebientes de abajo no me quieren largar ni la plata ni el papel.

-¿Y yo, qué tengo que hacer con lo que don Juan Manuel le debe a su marido, ni qué darle a usté por los atrasaos?

-¿Cómo no, señor? Si Vuecelencia mesmo le ha puesto la cosa de Archívese.

-Pues bien: si yo le he puesto esa cosa, mejor para usté. ¡Vaya con Dios!

-Pero, señor ¿y cómo he de hacer, si no me largan ni la plata ni el papel?

-Amuélese. ¿Ya sabe?

-Pero, señor: y ¿quién me paga entonces?

-Vaya a que le pague su agüela la tuerta.

Y la pobre federala salió mirándolo de medio lao a Vuecelencia y con la boca cerrada, pero inflando los cachetes como cuisito91; a la cuenta lo iba pu...ti...ando al Diretor: que no se fijó en ella porque se dirigió a un jefe que allí estaba, con traza de veterano, y le dijo:

-¿Y usté quién es, y qué busca?

-Señor general, soy el comendante Tal que   —74→   tengo 25 años de servicios a la patria, y que últimamente hice la campaña de Caseros en el ejército a las órdenes de Vuecelencia, y hasta ahora no he sido socorrido.

-¡Umb! fundillos caídos, ¿eh? Siempre pedigüeños: aguante, amigo, como aguantan los buenos federales servidores de la patria.

-Sí, señor: pero Vuecelencia no sufre lo que yo a la par de mi pobre familia.

-Cállese: no sea atrevido. Mándese mudar. ¿Oye? y, ¡cuidao! Al momento se salió el hombre con tres cuartas de narices y sin más replicar.

Luego el Diretor le preguntó a otra señora de ojos azules, pero madura:

-Vamos a ver a usté: ¿qué se le ofrece, señora? -Y ésta le habló bajito al Diretor, quien le atajó luego la palabra diciéndole:

-Eso no es verdad, señora: su marido92, cuando fue gobernador, fue un traidor a la causa de la federación, y vendió su provincia a los Porteños; y los hijos de usté fueron unos malevos93, que el uno anduvo haciendo diabluras con Lavalle y el manco Paz94, hasta que el general Rosas lo agarró y lo mandó afusilar... en lo que hizo muy bien; porque así manda la ordenanza, que a los oficiales resertores los afusilen. Y a su otro hijo lo mató Fulano, en tal parte: bien empleao, por barullero; y últimamente toda su familia era y será salvaje unitaria. Con que así, vaya con Dios, que   —75→   yo no puedo atender sino a los federales; y... vení, arrimate vos: (le dijo a un soldao militar), ¿qué querés?

-¿Quién? ¿yo, mi general?

-Sí, vos. Ya te conozco: sos de los pedigüeños de Gualeguaichú95, ladrones de caballos: y, ¿qué andás haciendo en el pueblo?

-Señor: esta mañana he salido recién del hospital, aonde he estao enfermo; y, como me veo tan atrasao de ropa, venía...

-¿Y dónde has echao la ropa que trajiste de Entre Ríos? o ¿no trabajaste allá para vestirte hacer la campaña?

-Sí, señor: allá vendí una yuntita de güeyes que tenía, y con eso me acangallé; pero, como me lastimaron en la aición de Caseros, se me perdieron las maletas con ropa y todo.

-¡Umb! y ¿cómo no has robao otras maletas?

-¿Cómo podía, pues, señor, estando lastimao? y luego en el ejército naides puede trajinar: si no, Vuecelencia los dijuntea96 a los vivos.

-Está bueno: andate no más; después platicaremos. Alléguese usté, paisana, le dijo en seguida a una medio moza que se le puso al frente y... ¿qué trai? vamos a ver.

-Yo vengo, señor general, a pedirle justicia contra un barquero uropeo, que hizo un trato conmigo de unas carretas, que a nombre de Vuecelencia me llevó para Entre Ríos, y ahora recién ha vuelto el barquero y no me quiere pagar, y por eso venía...

  —76→  

-¿No le paga? está bien empleao, para que no se meta a tratar otra vez con los gringos, habiendo tantos criollos con quien ajustarse.

-Pero, señor. ¿Cómo es eso de con los gringos? porque mi marido era gringo, y muy hombre de bien, y muy servidor en esta patria, sin hacerle trampas a naides; de suerte que yo...

-De suerte que, mándese mudar: ya le dije.

-¡Josús! ¡Josús de mi alma! ¡qué gente tan majadera! dijo luego una vieja de antiojos y traza de hurón que se vino arrimando a la mesa, y a la cual el señor Diretor le dijo:

-¿Diaónde sale? ¿Cómo está?

-Para servir a Vuecelencia, Exmo. Señor general.

-¿Qué anda haciendo?

Ando, Exmo. Señor, en muchísimos trabajos: ¡sea todo por Dios! Esta mañana me vine a oír misa a San Francisco, para de allí cruzar a la botica del Inglés a comprar este frasco de espíritu de Léter, que es santa cosa para los acidentes; y luego vine al Mercao a tomar esta docena de güevos para hacerle remedios a la niña menorcita.

-¡Umb! ¿A cuál niña?

-A la de quince años, señor general, ¿no se acuerda Vuecelencia que le dio un ramito? Pues desde esa ocasión está la niña muy enfermita de una especie de pocondría, tan triste, que dicen los médicos que no se le quitará sino sacándola a pasiar, continuamente, y en coche, por esos recreos de Palermo.

  —77→  

-Pues bueno: cúrela y sáquela a pasiar por allá.

-¡Pues no la he de curar... madre mía y señora del Carmen! para asistirla estoy haciendo unos sacrificios...

-Hace bien, cuídela, cosa que sane pronto... y ya le digo, llévela a pasiar.

-¿Por Palermo, señor? y ¿cuándo?

-Cuando le dé la gana.

-Muy bien, Vuecelencia, la llevaré, así que se amejore, aunque tengo miedo que me la muerda, señor...

-Si ya no muerde Purvis97: gruñe no más; vaya sin miedo.

-¡Josús! yo le tiemblo al Purvis; pero con la siguranza que Vuecelencia me da, iré más animada.

-Está bueno: vaya con este hombre. -¡Venga, coronel!

-Señor.

-Vaya con esta señora; diga que le den una orden para que la remedien con quinientos pesos por lo pronto.

-¡Josús de mi alma! ¡qué ángel del cielo es este libertador! Dios lo conserve eternamente; dijo la santulona, rumbiando atrás del adecán para un rincón, aonde estaba la ofecina de los quinientos... Y fue el caso que después que entró el adecán, cuando iba a colarse la vieja, la atropelló un ternero (me pareció), y era el perro Purvis que venía al trote, arrastrando una guasca   —78→   con una lazada en la punta. El mastín, apenas olfatió a Vuecelencia, cerca de la vieja no más, pegó un gruñido, y abriendo tamañas quijadas espantó fieramente a la veterana: la cual, queriendo juirle, metió una pata en la lazada del cabresto de Purvis que, al sentirse sujetao, en primer lugar, del tirón despatarró a la vieja y sobre el lazo98 se dio güelta, y le pegó una sacudida de mordiscones, revolcándola sobre el frasco y los güevos rotos que habían estao podridos.

Por último: mientras Vuecelencia se reía y mandó sacar a Purvis de encima de la vieja, el resto del auditorio salió despavorido, echando diablos, y yo en la punta: concluyendo la audencia de un modo espantoso por la aparición del famoso Purvis, rastreador y mordedor como el señor presidente NONATO de la Capital hasta las Conchas.



  —79→  
Cuatro preguntas

Que le hace al Director un granadero del 1er batallón de línea de Buenos Aires




ArribaAbajo   Pero, dígame, señor:
¿qué hace en San José pintando,
después que echó la balaca
de que venía a tragarnos?
¿Cómo es eso, Diretudo?  5
¡qué! ¿trata de andar gauchando
por las orillas no más?
¡Vean qué andarse empacando!
entonces, ¿cómo presume
venir a diretoriarnos?  10
y si nos reímos al fin,
se ha de salir enojando.
Endurezca y atropelle,
mire que si anda lerdiando
puede que le rezonguemos  15
el día menos pensado,
y también que lo saquemos
hasta su tierra mosquiando.

    ¡Vaya, vaya! Y... digamé:
¿de miñoca99, cómo andamos?  20
ya sabe que el porteñaje
está todo acostumbrao
—80→
a tener mucha moneda,
y a gastarla voraciando;
y asigún lo que me cuentan  25
los que se vienen pasaos,
Vuecelencia anda flacón,
o fingiéndose atrasao:
y siempre haciendo promesas
pero, yerba, ni tabaco...  30
no les da a esos infelices.
No sea, pues, tan ingrato;
lárguele a esa pobre gente
siquiera para cigarros,
que, a costa de ellos, bastante  35
Vuecelencia ha manotiao100;
o al menos denos licencia
para medio remediarlos:
cosa que haremos a gusto,
porque al fin somos paisanos,  40
y «entre güeyes no hay cornadas»;
y luego por este lao,
a decirle la verdá,
no estamos tan desaviaos.
Pero, allá, sus teruteros  45
da compasión el mirarlos,
y en prueba de la evidencia,
atienda el siguiente caso:

    A la Casa de Gobierno
fui el otro día buscando  50
cierta cosa, y al entrar
vi que estaba tiritando
el centinela en la puerta;
—81→
y eso que estaba abrigao
con dos ponchos ¡superiores!  55
buena casaca de paño,
una gorra, ¡cosa linda!
pantalones y zapatos.

    -Con que, yo le pregunté,
¿por qué tirita, paisano?  60
y el mozo me contestó:

    -Quite, amigo; si me ha dao
chucho de ver a ese pobre:
y me señaló un pasao101
que acababa de llegar,  65
y allí estaba acurrucao
en un rincón del zaguán,
temblando como un pelao:
y esa mesma tardecita
lo vi al pobre acangallao.  70

    Infeliz! -Y ¿digamé,
señor Diretor. ¿Qué diablo
le ha hecho el coronel Pinedo
viniéndose con los barcos?
¿Cómo es eso que la escuadra  75
también se le ha resertao?
¿ya empieza el resfaladero?

    Pues, señor, eso está MALO!
no se deje trajinar.
¡Qué! ¿no puede sujetarlos  80
ni con la Custitución?
¡Ah, criollos! ¡si son el diablo
—82→
para eso de someterse
a un presidente guarango!
De balde por allá ajuera  85
lo andan algunos palmiando:
créame lo que le digo:
eso es para embozalarlo.
Ya le alvierto que lo engañan
los Porteños, y que al cabo  90
los de afuera y los de adentro
se han de unir para aventarlo
a la loma del Infierno;
pues todos, desengañados,
vemos ya que Vuecelencia  95
es también ¡FUNDILLOS CAÍDOS!102
desde que no se nos viene
y nos larga un ¡VALE CUATRO!
¡juerte! a ver si nos asusta;
y estamos viendo, al contrario,  100
que allá en San José de Flores
se lo pasa cabuliando
con su recua de dotores
que lo siguen enredando:
que yo, en su lugar, patrón,  105
a todos esos bellacos
se los mandaba a Videla
o a Benítez amarraos,
para que estos los foguiasen
a la par de sus soldaos,  110
a costillas de los cuales
echan plantas esos diablos
congresudos103 enredistas.
—83→

    Véalos si se han turbao
eligiendo a Buenos Aires  115
de capital, calculiando
venirse a la chupandina,
sin más riesgo ni trabajo
que estar tragando y bebiendo
y en las casas paroliando,  120
mientras pelean para ellas,
y se matan los paisanos
unos con otros. ¡Ahi-juna!
Nada, señor, de soldaos,
échelos a las guerrillas  125
a todos los diputaos,
como hacen acá en el Pueblo
con los más encopetaos.

    Ahora, tocante a guerrillas,
creo que estará informao  130
que el otro día arronjó
el viento a la playa un barco,
al cual la Teruterada
se descolgó a trajinarlo
y que de acá el mayor Vila  135
con unos cuantos soldaos
salió de curiosidá,
pero como son tan guapos
los Teruteros, lueguito
a meter bulla empezaron;  140
y el comendante Villar,
al verlos alborotaos,
salió con los Correntinos
que siempre andan desganaos,
y al decirles... vamonós,  145
hasta en pelos se largaron,
—84→
y del primer rempujón
¡a la gran... punta se arriaron
a todo el Teruteraje
que hacía bulla en el bajo.  150

    Luego, por la Recoleta,
en la barranca asomaron
los infantes tamangudos104,
de Vuecelencia, y ganaron
las quintas y las zoteas,  155
y a balazos se trenzaron
con los Guardias Nacionales
del comendante OBLIGADO,
sin que éstos les recularan
la pisada de un chimango.  160

    Y por fin, mi batallón,
cuesta arriba al trote largo,
a bala y a bayoneta
a las casas nos trepamos,
y de allí hasta los corrales  165
como a burros los arriamos,
y nos reímos largamente
del ruido de los tamangos
que por los calcagüesales105
iban los pobres largando.  170

    Antes de eso la trepada
cuasi nos costó muy caro,
porque al cruzar un portillo
por aonde salió puntiando
mi comendante CONESA,  175
—85→
que va siempre adelantao,
allí, por el mesmo medio
de las orejas del blanco106,
un Terutero alarife
le descargó un trabucazo,  180
que estornudó el comendante
con el humo del tabaco;
pero en seguida no más
le cerró piernas al blanco
y atropelló al Terutero...  185
¡que disparó echando diablos!

    De ahí subimos a la torre,
y estuvimos repicando
a salú de Vuecelencia:
y por fin, al abajarnos,  190
un flaire de San Francisco
de gusto me soltó un pavo,
y yo al cura del Socorro
se lo largué de regalo,
por verlo tan guapetón,  195
que nos vino acompañando
junto con el sota cura,
que también de aficionao
se vino a la Recoleta,
y anduvo allí entreverao  200
dando vivas a la Patria
y alentando a los soldaos,
y sin llevar ni un facón
para algún lance apurao.
Con que, señor Diretor,  205
creo dejarlo informao
—86→
de todo lo sucedido,
y también aconsejao
de que... ¡abra el ojo! no sea
que algún mal intencionao  210
lo traiga un día a la Plaza
con Purvis acollarao.




Al señor comendante de los españoles



ArribaAbajo    Pero, dígame, señor:
¿Diaónde diablos ha sacao
esa gente tan guapaza?
¡la pujanza en el ganao
que es bravo hasta lo infinito!  5
y no van a punto errao,
porque es: ¡Tum! ¡y muerto al suelo!
¡Vayan a matar venaos,
que eso es ya barbaridá!
antiyer se han dijuntiao  10
como ochenta Teruteros;
y con ganas se han quedao,
pues se venían lambiendo
al retirarse embarraos:
así el Diretor con ellos  15
—87→
está tan incomodao,
que ayer dijo en San José,
fieramente retobao,
que todos los Españoles
han de ser desgarretaos.  20

    Con que, ya se lo prevengo
para que anden con cuidao.

El Zurdo.



  —[88]→  
Boletín extraordinario de Aniceto el Gallo

La última a vuecelencia

Y...


   Para que los de la Duana
DEL DIRETOR DON JUSTO
TOMEN A GUSTO
LA MAÑANA



ArribaAbajo    Dicen que ayer por Barracas
cierto Urquicista llegó
a un campamento, y sacó
ufano de la petaca
un cuaderno que leyó...  5

    Pidiendo atención,
a la Porteñada
que allí de coplada
se juntó en montón:
—89→

    Y al oír la Custitución  10
que entró a ler el Diputao,
el criollaje alborotao
a cantarle comenzó:
    ¡Cocorocó! ¡Cocorocó!

    Entonces el Urquizano  15
quiso hablar en tono tierno,
pero se volvió un infierno
la reunión, y un paisano
que le arrebató el cuaderno...

    ¡Ésta es embrolla!  20
dijo en seguida;
y una sumida
le dio en la bolla107...
Y el Porteñaje siguió:
    ¡Cocorocó! ¡Cocorocó!  25

    Como flecha a San José
guasquió el Diputao aprisa,
y llegó con la camisa
sucia de... yo no sé qué
a presentársele a Urquiza:  30

    Que de un rincón,
cuanto lo vio,
le preguntó
con aflición:

    ¿Por qué trai tan mal olor?  35
dígame de sopetón,
¿tragan la Custitución
los Porteños? -Sí, señor:
—90→
hoy se han tragao un vapor
que tiene ese mesmo nombre108  40
(contestó asustao el hombre),
y me han dicho allí a la cuadra,
que han hecho tantos empeños
que han logrado los Porteños
tragarnos ¡toda la escuadra!  45
y dicen con insolencia
allá y aquí esos canallas,
que han de tener las agallas
de tragarse a Vuecelencia.
¡Por Dios, señor! no ande lerdo,  50
ni se atorulle por nada:
haya una cuerda ensebada
del macho aquel de su ACUERDO.

    A este tiempo sacudió
las alas un gallo giro,  55
y el Diretor dio un suspiro
al sentir que le cantó:
    ¡Cocorocó! ¡Cocorocó!

    Luego principió el choreo109
del pobrecito don Justo,  60
quien mirando con disgusto,
para aonde estuvo el bocleo,
cuasi se ca...yó de susto;

    Pues viendo el río
abandonao,  65
atribulao
dijo: ¡Dios mío!
—91→

    Hoy mesmo a Gualeguaichú,
si de atrás no me bolean,
espero de que me vean  70
emplumar como ñandú.

    Y el Diputao que escuchó
estas palabras tan tiernas,
con el rabo entre las piernas
también cantando salió:  75
    ¡Cocorocó! ¡Cocorocó!