[Nota preliminar: Obra cedida por la Biblioteca
de la Academia Argentina de las Letras. Digitalización
realizada por Verónica Zumárraga.]
Cuatro palabras de conversación con los lectores
Entrego a la benevolencia pública,
con el título LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO, la
segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan generosa,
que en sus seis años se han repetido once ediciones
con un total de cuarenta y ocho mil ejemplares.
Esto no
es vanidad de autor, porque no rindo tributo a esa falsa
diosa; ni bombo de Editor, porque no lo he sido nunca de
mis humildes producciones.
Es un recuerdo oportuno y necesario,
para esplicar por qué el primer tiraje del presente
libro consta de 20 mil ejemplares, divididos en cinco secciones
o ediciones de 4 mil números cada una -y agregaré,
que confío en que el acreditado Establecimiento Tipográfico
del Sr. Coni, hará una impresión esmerada,
como la tienen todos los libros que salen de sus talleres.
Lleva también diez ilustraciones incorporadas en
el testo, y creo que en los dominios de la literatura es
la primera vez que una obra sale de las prensas nacionales
con esta mejora.
Así se empieza.
Las láminas
han sido dibujadas y calcadas en la piedra por D. Carlos
Clerice, artista compatriota que llegará a ser notable
en su ramo, porque es joven, tiene escuela, sentimiento artístico,
y amor al trabajo.
El grabado ha sido ejecutado por el Sr.
Supot, que posee el arte, nuevo y poco generalizado todavía
entre nosotros, de fijar en láminas metálicas
lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en el
piedra, creando o imaginando posiciones que interpreten con
claridad y sentimiento la escena descrita en el verso.
No
se ha omitido, pues, ningún sacrificio a fin de hacer
una publicación en las más aventajadas condiciones
artísticas.
En cuanto a su parte literaria, sólo
diré que no se debe perder de vista al juzgar los
defectos del libro, que es copia fiel de un original que
los tiene, y repetiré, que muchos defectos están
allí con el objeto de hacer más evidente y
clara la imitación de los que lo son en realidad.
Un libro destinado a despertar la inteligencia y el amor
a la lectura en una población casi primitiva, a servir
de provechoso recreo, después de las fatigosas tareas,
a millares de personas que jamás han leído,
debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos
mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos
en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales, en
su forma más general, aunque sea incorrecta; con sus
imágenes de mayor relieve, y con sus giros más
característicos, a fin de que el libro se identifique
con ellos de una manera tan estrecha e íntima, que
su lectura no sea sino una continuación natural de
su existencia.
Sólo así pasan sin violencia
del trabajo al libro; y sólo así, esa lectura
puede serles amena, interesante y útil.
¡Ojalá
hubiera un libro que gozara del dichoso privilegio de circular
incesantemente de mano en mano en esa inmensa población
diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo
una forma que lo hiciera agradable, que asegurara su popularidad,
sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores! pero:
Enseñando
que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora
y bienestar.
Enalteciendo las virtudes morales que nacen
de la ley natural y que sirven de base a todas las virtudes
sociales.
Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración
hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien.
Afeando
las supersticiones ridículas y generalizadas que nacen
de una deplorable ignorancia.
Tendiendo a regularizar y
dulcificar las costumbres, enseñando por medios hábilmente
escondidos, la moderación y el aprecio de sí
mismo; el respeto a los demás; estimulando la fortaleza
por el espectáculo del infortunio acerbo, aconsejando
la perseverancia en el bien y la resignación en los
trabajos.
Recordando a los Padres los deberes que la naturaleza
les impone para con sus hijos, poniendo ante sus ojos los
males que produce su olvido, induciéndolos por ese
medio a que mediten y calculen por sí mismos todos
los beneficios de su cumplimiento.
Enseñando a los
hijos cómo deben respetar y honrar a los autores de
sus días.
Fomentando en el esposo el amor a su esposa,
recordando a esta los santos deberes de su estado; encareciendo
la felicidad del hogar, enseñando a todos a tratarse
con respeto recíproco, robusteciendo por todos estos
medios los vínculos de la familia y de la sociabilidad.
Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse
del respeto que es debido a los superiores y magistrados.
Enseñando a hombres con escasas nociones morales,
que deben ser humanos y clementes, caritativos con el huérfano
y con el desvalido; fieles a la amistad; gratos a los favores
recibidos; enemigos de la holgazanería y del vicio;
conformes con los cambios de fortuna; amantes de la verdad,
tolerantes, justos y prudentes siempre.
Un libro que todo
esto, más que esto, o parte de esto enseñara
sin decirlo, sin revelar su pretensión, sin dejarla
conocer siquiera, sería indudablemente un buen libro,
y por cierto; que levantaría el nivel moral e intelectual
de sus lectores aunque dijera naides por nadie, resertor por desertor, mesmo por mismo, u otros barbarismos semejantes;
cuya enmienda le está reservada a la escuela, llamada
—5→
a llenar un vacío que el poema debe respetar, y a
corregir vicios y defectos de fraseología, que son
también elementos de que se debe apoderar el arte
para combatir y estirpar males morales más fundamentales
y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista
de una filosofía más elevada y pura.
El progreso
de la locución no es la base del progreso social,
y un libro que se propusiera tan elevados fines, debería
prescindir por completo de las delicadas formas de la cultura
de la frase, subordinándose a las imperiosas exigencias
de sus propósitos moralizadores, que serían
en tal caso el éxito buscado.
Los personajes colocados
en escena deberían hablar en su lenguaje peculiar
y propio, con su originalidad, su gracia y sus defectos naturales,
porque despojados de ese ropaje, lo serían igualmente
de su carácter típico, que es lo único
que los hace simpáticos, conservando la imitación
y la verosimilitud en el fondo y en la forma.
Entra también
en esta parte la elección del prisma a través
del cual le es permitido a cada uno estudiar sus tiempos.
Y aceptando esos defectos como un elemento, se idealiza también,
se piensa, se inclina a los demás a que piensen igualmente,
y se agrupan, se preparan y conservan pequeños monumentos
de arte, para los que han de estudiarnos mañana y
levantar el grande monumento de la historia de nuestra civilización.
El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio
idioma, y sería una impropiedad cuando menos, y una
falta de verdad muy censurable, que quien no ha abierto jamás
un libro, siga las reglas de arte de Blair, Hermosilla o
la Academia.
El gaucho no aprende a cantar. Su único
maestro es la espléndida naturaleza que en variados
y majestuosos panoramas se estiende delante de sus ojos.
Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo
de métrico, de rítmico que domina en su organización,
y que lo lleva hasta el estraordinario estremo de que, todos
sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son
espresados en dos versos octosílabos perfectamente
medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de
armonía, de sentimiento y de profunda intención.
Eso mismo hace muy difícil, sino de todo punto imposible,
distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales
del autor, y cuáles los que son recogidos de las fuentes
populares.
No tengo noticia que exista ni que haya existido
una raza de hombre aproximados a la naturaleza, cuya sabiduría
proverbial llene todas las condiciones rítmicas de
nuestros proverbios gauchos.
Qué singular es, y qué
digno de observación, el oír a nuestros paisanos
más incultos, espresar en dos versos claros y sencillos,
máximas y pensamientos morales que las naciones más
antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro
inestimable de su sabiduría proverbial; que los griegos
escuchaban con veneración de boca de sus sabios más
profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platón
y de Aristóteles; que entre los latinos difundió
gloriosamente el afamado Séneca; que los hombres del
Norte les dieron lugar preferente en su robusta y enérgica
literatura; que la civilización moderna repite por
medio de sus moralistas más esclarecidos, y que se
hallan consagrados fundamentalmente en los códigos
religiosos de todos los grandes reformadores de la humanidad.
—6→
Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima,
cierta identidad misteriosa entre todas las razas del globo
que sólo estudian en el gran libro de la naturaleza;
pues que de él deducen, y vienen deduciendo desde
hace más de tres mil años, la misma enseñanza,
las mismas virtudes naturales, espresadas en prosa por todos
los hombres del globo, y en verso por los gauchos que habitan
las vastas y fértiles comarcas que se extienden a
las dos márgenes del Plata.
El corazón humano
y la moral son los mismos en todos los siglos.
Las civilizaciones
difieren esencialmente. «Jamás se hará, dice
el doctor Don V. F. López en su prólogo a LAS
NEUROSIS, un profesor o un catedrático Europeo, de
un Bracma; « así debe ser: pero no ofrecería
la misma dificultad el hacer de un gaucho un Bracma lleno
de sabiduría; si es que los Bracmas hacen consistir
toda su ciencia en su sabiduría proverbial, según
los pinta el sabio conservador de la Biblioteca Nacional
de París, en «La sabiduría popular de todas
las Naciones» que difundió en el nuevo mundo el americano
Pazos Kanki.
Saturados de ese espíritu gaucho hay
entre nosotros algunos poetas de formas muy cultas y correctas,
y no ha de escasear el género, porque es una producción
legítima y espontánea del país, y que
en verdad; no se manifiesta únicamente en el terreno
florido de la literatura.
Concluyo aquí, dejando
a la consideración de los benévolos lectores,
lo que yo no puedo decir sin estender demasiado este prefacio,
poco necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto.
¡Sea el público, indulgente con él! y acepte
esta humilde producción, que le dedicamos como que
es nuestro mejor y más antiguo amigo.
La originalidad
de un libro debe empezar en el prólogo.
Nadie se
sorprenda por lo tanto, ni de la forma ni de los objetos
que este abraza; y debemos terminarlo haciendo público
nuestro agradecimiento hacia los distinguidos escritores
que acaban de honrarnos con su fallo, como el Señor
D. José Tomás Guido, en una bellísima
carta que acogieron deferentes La Tribuna y La Prensa, y
que reprodujeron en sus columnas varios periódicos
de la República. -El Dr. D. Adolfo Saldias, en un
meditado trabajo sobre el tipo histórico y social
del gaucho. -El Dr. D. Miguel Navarro Viola, en la última
entrega de la Biblioteca Popular, estimulándonos,
con honrosos términos, a continuar en la tarea empezada.
Diversos periódicos de la ciudad y campaña,
como El Heraldo, del Azul, La Patria, de Dolores, El Oeste,
de Mercedes, y otros, han adquirido también justos
títulos a nuestra gratitud, que conservamos como una
deuda sagrada.
Terminamos esta breve reseña con La
Capital, del Rosario, que ha anunciado LA VUELTA DE MARTÍN
FIERRO, haciendo concebir esperanzas que Dios sabe si van
a ser satisfechas.
Ciérrase este prólogo,
diciendo que se llama este libro LA VUELTA DE MARTÍN
FIERRO, porque ese título le dio el público,
antes, mucho antes de haber yo pensado en escribirlo; y allá
va a correr tierras con mi bendición paternal.