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6


   El tiempo sigue en su giro
y nosotros solitarios,
de los indios sanguinarios
no teníamos qué esperar.  790
El que nos salvó al llegar
era el más hospitalario.

   Mostró noble corazón,
cristiano anelaba ser.
La justicia es un deber,  795
y sus méritos no callo,
nos regaló unos caballos
y a veces nos vino a ver.

   A la voluntá de Dios
ni con la intención resisto.  800
Él nos salvó... pero ¡ah, Cristo!
muchas veces he deseado
no nos hubieran salvado
ni jamás haberlo visto.

   Quien recibe beneficios  805
jamás los debe olvidar;
y al que tiene que rodar
en su vida trabajosa,
le pasan a veces cosas
que son duras de pelar.  810

   Voy dentrando poco a poco
en lo triste del pasage.
Cuando es amargo el brebage
el corazón no se alegra,
dentró una virgüela negra  815
que los diezmó a los salvages.

   Al sentir tal mortandá
los indios desesperaos
gritaban alborotados:
«cristiano echando gualicho».  820
No quedó en los toldos vicho
que no salió redotao.

   Sus remedios son secretos,
los tienen las adivinas.
No los conocen las chinas  825
sino alguna ya muy vieja,
y es la que los aconseja
con mil embustes la indina.

   Allí soporta el paciente
las terribles curaciones.  830
Pues a golpes y estrujones
son los remedios aquellos,
lo agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.
—16→

   Les hacen mil heregías  835
que el presenciarlas da horror.
Brama el indio de dolor
por los tormentos que pasa;
y untándolo todo en grasa
lo ponen a hervir al sol.  840

   Y puesto allí boca arriba
al rededor le hacen fuego.
Una china viene luego
y al oído le da de gritos.
Hay algunos tan malditos  845
que sanan con este juego.

   A otros les cuecen la boca
aunque de dolores cruja.
Lo agarran allí y lo estrujan,
labios le queman y dientes  850
con un güevo bien caliente
de alguna gallina bruja.

   Conoce el indio el peligro
y pierde toda esperanza.
Si a escapárseles alcanza  855
dispara como una liebre.
Le da delirios la fiebre
y ya le cain con la lanza.

   Esas fiebres son terribles,
y aunque de esto no disputo,  860
ni de saber me reputo,
será, decíamos nosotros,
de tanta carne de potro
como comen estos brutos.

   Había un gringuito cautivo  865
que siempre hablaba del barco
y lo augaron en un charco
por causante de la peste.
Tenía los ojos celestes
como potrillito zarco.  870

   Que le dieran esa muerte
dispuso una china vieja;
y aunque se aflije y se queja,
es inútil que resista.
Ponía el infeliz la vista  875
como la pone la oveja.

   Nosotros nos alejamos
para no ver tanto estrago.
Cruz sentía los amagos
de la peste que reinaba,  880
y la idea nos acosaba
de volver a nuestros pagos.

   Pero contra el plan mejor
el destino se revela.
¡La sangre se me congela!  885
El que nos había salvado,
cayó también atacado
de la fiebre y la virgüela.

   No podíamos dudar
al verlo en tal padecer  890
el fin que había de tener,
y Cruz que era tan humano:
«Vamos, -me dijo-, paisano,
a cumplir con un deber».

   Fuimos a estar a su lado  895
para ayudarlo a curar.
Lo vinieron a buscar
y hacerle como a los otros;
lo defendimos nosotros,
no lo dejamos lanciar.  900

   Iba creciendo la plaga
y la mortandá seguía;
a su lado nos tenía.
Cuidándolo con pacencia.
Pero acabó su esistencia  905
al fin de unos pocos días.

   El recuerdo me atormenta,
se renueva mi pesar.
Me dan ganas de llorar
nada a mis penas igualo;  910
Cruz también cayó muy malo
ya para no levantar.

   Todos pueden figurarse
cuánto tuve que sufrir;
yo no hacía sino gemir  915
y aumentaba mi aflición,
no saber una oración
pa ayudarlo a bien morir.

   Se le pasmó la virgüela,
y el pobre estaba en un grito.  920
Me recomendó un hijito
que en su pago había dejado,
«ha quedado abandonado
-me dijo-, aquel pobrecito.»

   «Si vuelve, busquemeló,  925
-me repetía a media voz-,
en el mundo éramos dos
pues él ya no tiene madre:
que sepa el fin de su Padre
y encomiende mi alma a Dios.»  930

   Lo apretaba contra el pecho
dominao por el dolor.
Era su pena mayor
el morir allá entre infieles,
sufriendo dolores crueles  935
entregó su alma al Criador.

   De rodillas a su lado
¡yo lo encomendé a Jesús!
Faltó a mis ojos la luz.
Tube un terrible desmayo.  940
Cai como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz.

  —17→  


7


   Aquel bravo compañero
en mis brazos espiró;
hombre que tanto sirvió,  945
varón que fue tan prudente,
por humano y por valiente
en el desierto murió.

   Y yo, con mis propias manos
yo mesmo lo sepulté.  950
A Dios por su alma rogué
de dolor el pecho lleno.
Y humedeció aquel terreno
el llanto que redamé.

   Cumplí con mi obligación,  955
no hay falta de que me acuse,
ni deber de que me escuse
aunque de dolor sucumba.
Allá señala su tumba
una cruz que yo lo puse.  960

   Andaba de toldo en toldo
y todo me fastidiaba.
El pesar me dominaba
y entregao al sentimiento,
se me hacía cada momento  965
oír a Cruz que me llamaba.

   Cual más, cual menos los criollos
saben lo que es amargura.
En mi triste desventura
no encontraba otro consuelo  970
que ir a tirarme en el suelo
al lao de su sepoltura.

   Allí pasaba las horas
sin haber naides conmigo.
Teniendo a Dios por testigo  975
y mis pensamientos fijos
en mi muger y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.

   Privado de tantos bienes
y perdido en tierra agena,  980
parece que se encadena
el tiempo y que no pasara,
como si el sol se parara
a contemplar tanta pena.

   Sin saber qué hacer de mí  985
y entregado a mi aflición,
estando allí una ocasión,
del lado que venía el viento
oí unos tristes lamentos
que llamaron mi atención.  990

   No son raros los quejidos
en los toldos del salvage,
pues aquel es vandalage
donde no se arregla nada
sino a lanza y puñalada  995
a bolazos y a corage.
—18→

   No preciso juramento,
deben creerle a Martín Fierro.
He visto en ese destierro
a un salvage que se irrita,  1000
degollar una chinita
y tirársela a los perros.

   He presenciado martirios
he visto muchas crueldades,
crímenes y atrocidades  1005
que el cristiano no imagina;
pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades.

   Quise curiosiar los llantos
que llegaban hasta mí,  1010
al punto me dirigí
al lugar de ande venían.
¡Me horrorisa todavía
el cuadro que descubrí!

   Era una infeliz muger  1015
que estaba de sangre llena,
y como una Madalena
lloraba con toda gana.
Conocí que era cristiana
y esto me dio mayor pena.  1020

   Cauteloso me acerqué
a un indio que estaba al lao;
porque el pampa es desconfiao
siempre de todo cristiano,
y vi que tenía en la mano  1025
el rebenque ensangrentao.

Martín Fierro meditando en la tumba
de su amigo Cruz

Martín Fierro meditando en la tumba de su amigo Cruz

 
—17→
 


8


   Más tarde supe por ella,
de manera positiva,
que dentró una comitiva
de pampas a su partido,  1030
mataron a su marido
y la llevaron cautiva.

   En tan dura servidumbre
hacía dos años que estaba.
Un hijito que llevaba  1035
a su lado lo tenía.
La china la aborrecía
tratándola como esclava.

   Deseaba para escaparse
hacer una tentativa.  1040
Pues a la infeliz cautiva
naides la va a redimir,
y allí tiene que sufrir
el tormento mientras viva.

   Aquella china perversa  1045
dende el punto que llegó,
crueldá y orgullo mostró
porque el indio era valiente.
Usaba un collar de dientes
de cristianos que él mató.  1050

   La mandaba trabajar,
poniendo cerca a su hijito
tiritando y dando gritos
por la mañana temprano,
atado de pies y manos  1055
lo mesmo que un corderito.

   Ansí le imponía tarea
de juntar leña y sembrar
viendo a su hijito llorar,
y hasta que no terminaba,  1060
la china no la dejaba
que le diera de mamar.

   Cuando no tenían trabajo
la emprestaban a otra china.
Naides, decía, se imagina,  1065
ni es capaz de presumir
cuánto tiene que sufrir
la infeliz que está cautiva.

   Si ven crecido a su hijito
como de piedá no entienden,  1070
y a súplicas nunca atienden,
cuando no es este es el otro,
se lo quitan y lo venden
o lo cambian por un potro.

   En la crianza de los suyos  1075
son bárbaros por demás,
no lo había visto jamás;
en una tabla los atan,
los crían ansí, y les achatan
la cabeza por detrás.  1080

   Aunque esto parezca estraño
ninguno lo ponga en duda:
entre aquella gente ruda,
en su bárbara torpeza,
es gala que la cabeza  1085
se les forme puntiaguda.

   Aquella china malvada
que tanto la aborrecía,
empezó a decir un día
por qué falleció una hermana,  1090
que sin duda la cristiana
le había echado brugería.

   El indio la sacó al campo
y la empezó a amenazar
que le había de confesar  1095
si la brugería era cierta;
o que la iba a castigar
hasta que quedara muerta.
—19→

   Llora la pobre aflijida,
pero el indio en su rigor  1100
le arrebató con furor
al hijo de entre sus brazos,
y del primer rebencazo
la hizo crugir de dolor.

   Que aquel salvage tan cruel  1105
azotándola seguía,
más y más se enfurecía
cuanto más la castigaba,
y la infeliz se atajaba
los golpes como podía.  1110

   Que le gritó muy furioso:
«Confechando no querés»
la dio vuelta de un revés
y por colmar su amargura,
a su tierna criatura  1115
se la degolló a los pies.

   Es increíble, -me decía-,
que tanta fiereza esista
o habrá madre que resista;
aquel salvage inclemente  1120
cometió tranquilamente
aquel crimen a mi vista.

   Esos horrores tremendos
no los inventa el cristiano.
«Ese bárbaro inhumano,  1125
-sollozando me lo dijo-,
me amarró luego las manos
con las tripitas de mi hijo.»




9


   De ella fueron los lamentos
que en mi soledá escuché.  1130
En cuanto al punto llegué
quedé enterado de todo.
Al mirarla de aquel modo
ni un instante tutubié.

   Toda cubierta de sangre  1135
aquella infeliz cautiva
tenía dende abajo arriba
la marca de los lazazos.
Sus trapos hechos pedazos
mostraban la carne viva.  1140

   Alzó los ojos al cielo
en sus lágrimas bañada,
tenía las manos atadas,
su tormento estaba claro;
y me clavó una mirada  1145
como pidiéndome amparo.

   Yo no sé lo que pasó
en mi pecho en ese istante,
estaba el indio arrogante
con una cara feroz;  1150
para entendernos los dos,
la mirada fue bastante.

   Pegó un brinco como gato
y me ganó la distancia.
Aprovechó esa ganancia  1155
como fiera cazadora.
Desató las boliadoras
y aguardó con vigilancia.

   Aunque yo iba de curioso
y no por buscar contienda,  1160
al pingo le até la rienda,
eché mano dende luego,
a éste que no yerra fuego,
y ya se armó la tremenda.

   El peligro en que me hallaba  1165
al momento conocí.
Nos mantubimos ansí,
me miraba y lo miraba;
yo, al indio le desconfiaba
y él me desconfiaba a mí.  1170

   Se debe ser precabido
cuando el indio se agasape.
En esa postura el tape
vale por cuatro o por cinco.
Como tigre es para el brinco  1175
y fácil que a uno lo atrape.

   Peligro era atropellar
y era peligro el jüir;
y más peligro seguir
esperando de este modo,  1180
pues otros podían venir
y carniarme allí entre todos.

   A juerza de precaución
muchas veces he salvado,
pues en un trance apurado  1185
es mortal cualquier descuido.
Si Cruz hubiera vivido
no habría tenido cuidado.

   Un hombre junto con otro
en valor y en juerza crece.  1190
El temor desaparece,
escapa de cualquier trampa.
Entre dos, no digo a un pampa,
a la tribu si se ofrece.

   En tamaña incertidumbre,  1195
en trance tan apurado,
no podía por decontado
escaparme de otra suerte,
sino dando al indio muerte
o quedando allí estirado.  1200
—20→

   Y como el tiempo pasaba
y aquel asunto me urgía,
viendo que él no se movía,
me fui medio de soslayo
como a agarrarle el caballo  1205
a ver si se me venía.

   Ansí fue, no aguardó más
y me atropelló el salvage.
Es preciso que se ataje
quien con el indio peleé.  1210
El miedo de verse a pie
aumentaba su corage.

   En la dentrada no más
me largó un par de bolazos.
Uno me tocó en un brazo,  1215
si me da bien me lo quiebra.
Pues las bolas son de piedra
y vienen como balazo.

   A la primer puñalada
el pampa se hizo un ovillo.  1220
Era el salvage más pillo
que he visto en mis correrías,
y a más de las picardías
arisco para el cuchillo.

   Las bolas las manejaba  1225
aquel bruto con destreza,
las recogía con presteza
y me las volvía a largar,
haciéndomelas silvar
arriba de la cabeza.  1230

   Aquel indio, como todos,
era cauteloso... ¡ay juna!
Ay me valió la fortuna
de que peliando se apotra.
Me amenazaba con una,  1235
y me largaba con otra.

   Me sucedió una desgracia
en aquel percance amargo,
en momentos que lo cargo
y que él reculando va.  1240
Me enredé en el chiripá
y cai tirao largo a largo.

   Ni pa encomendarme a Dios
tiempo el salvage me dio;
cuanto en el suelo me vio  1245
me saltó con ligereza.
Juntito de la cabeza
el bolazo retumbó.

   Ni por respeto al cuchillo
dejó el indio de apretarme.  1250
Allí pretende ultimarme
sin dejarme levantar.
Y no me daba lugar
ni siquiera a enderezarme.

   Devalde quiero moverme  1255
aquel indio no me suelta.
Como persona resuelta
toda mi juerza ejecuto.
Pero abajo de aquel bruto
no podía ni darme güelta.  1260

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  1265
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   ¡Bendito Dios poderoso,
quién te puede comprender!
Cuando a una débil muger
le diste en esa ocasión  1270
la juerza que en un varón
tal vez no pudiera haber.

   Esa infeliz tan llorosa
viendo el peligro se anima.
Como una flecha se arrima  1275
y olvidando su aflición,
le pegó al indio un tirón
que me lo sacó de encima.

   Ausilio tan generoso
me libertó del apuro.  1280
Si no es ella, de siguro
que el indio me sacrifica.
Y mi valor se duplica
con un ejemplo tan puro.

   En cuanto me enderecé  1285
nos volvimos a topar.
No se podía descansar
y me chorriaba el sudor.
En un apuro mayor
jamás me he vuelto a encontrar.  1290

   Tampoco yo le daba alce
como deben suponer.
Se había aumentao mi quehacer
para impedir que el brutazo
le pegara algún bolazo  1295
de rabia a aquella muger.

   La bola en manos del indio
es terrible y muy ligera.
Hace de ella lo que quiera
saltando como una cabra.  1300
Mudos, sin decir palabra,
peliábamos como fieras.

   Aquel duelo en el desierto
nunca, jamás se me olvida,
iba jugando la vida  1305
con tan terrible enemigo,
teniendo allí de testigo
a una muger afligida.
—21→

   Cuanto él más se enfurecía
yo más me empiezo a calmar;  1310
mientras no logra matar
el indio no se desfoga;
al fin le corté una soga
y lo empecé aventajar.

   Me hizo sonar las costillas  1315
de un bolazo aquel maldito;
y al tiempo que le di un grito
y le dentró como bala,
pisa el indio, y se refala
en el cuerpo del chiquito.  1320

   Para esplicar el misterio
es muy escasa mi cencia.
Lo castigó, en mi concencia,
su Divina Magestá.
Donde no hay casualidá  1325
suele estar la Providencia.

   En cuanto trastrabilló
más de firme lo cargué,
y aunque de nuevo hizo pie
lo perdió aquella pisada;  1330
pues en esa atropellada
en dos partes lo corté.

   Al sentirse lastimao
se puso medio afligido.
Pero era indio decidido,  1335
su valor no se quebranta.
Le salían de la garganta
como una especie de aullidos.

   Lastimao en la cabeza
la sangre lo enceguecía;  1340
de otra herida le salía
haciendo un charco ande estaba.
Con los pies la chapaliaba
sin aflojar todavía.

   Tres figuras imponentes  1345
formábamos aquel terno:
ella en su dolor materno,
yo con la lengua dejuera,
y el salvage como fiera
disparada del infierno.  1350

   Iba conociendo el indio
que tocaban a degüello.
Se le erizaba el cabello
y los ojos revolvía,
los labios se le perdían  1355
cuando iba a tomar resuello.
—22→

   En una nueva dentrada
le pegué un golpe sentido,
y al verse ya mal herido,
aquel indio furibundo  1360
lanzó un terrible alarido
que retumbó como un ruido
si se sacudiera el mundo.

   Al fin de tanto lidiar
en el cuchillo lo alcé.  1365
En peso lo levanté
aquel hijo del desierto.
Ensartado lo llevé,
y allá recién lo largué
cuando ya lo sentí muerto.  1370

   Me persiné dando gracias
de haber salvado la vida.
Aquella pobre afligida,
de rodillas en el suelo,
alzó sus ojos al Cielo  1375
sollozando dolorida.

   Me hinqué también a su lado
a dar gracias a mi Santo.
En su dolor y quebranto
ella, a la Madre de Dios,  1380
le pide en su triste llanto
que nos ampare a los dos.

   Se alzó con pausa de leona
cuando acabó de implorar,
y sin dejar de llorar  1385
envolvió en unos trapitos
los pedazos de su hijito
que yo le ayudé a juntar.

Pelea de Martín
Fierro con un indio

Pelea de Martín Fierro con un indio

 
—21→
 


10


   Dende ese punto era juerza
abandonar el desierto,  1390
pues me hubieran descubierto,
y aunque lo maté en pelea,
de fijo que me lancean
por vengar al indio muerto.

   A la aflijida cautiva  1395
mi caballo le ofrecí.
Era un pingo que alquirí,
y donde quiera que estaba
en cuanto yo lo silvaba
venía a refregarse en mí.  1400

   Yo me le senté al del pampa;
era un escuro tapao.
Cuando me hallo bien montao
de mis casillas me salgo.
Y era un pingo como galgo  1405
que sabía correr boliao.

   Para correr en el campo
no hallaba ningún tropiezo.
Los egercitan en eso,
y los ponen como luz,  1410
de dentrarle a un avestruz
y boliar bajo el pescuezo.

   El pampa educa al caballo
como para un entrevero.
Como rayo es de ligero  1415
en cuanto el indio lo toca.
Y como trompo en la boca,
da güeltas sobre de un enero.

   Lo barea en la madrugada,
jamás falta a este deber.  1420
Luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales.
Ansina esos animales
¡es cuanto se puede ver!

   En el caballo de un pampa  1425
no hay peligro de rodar.
Jue pucha, y pa disparar
es pingo que no se cansa.
Con proligidá lo amansa
sin dejarlo corcobiar.  1430

   Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea,
horas enteras emplea,
y por fin, solo lo deja,
cuando agacha las orejas  1435
y ya el potro ni cocea.

   Jamás le sacude un golpe
porque lo trata al bagual
con pacencia sin igual,
al domarlo no le pega,  1440
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.

   Y aunque yo sobre los bastos
me sé sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo.  1445
Con pacencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.

   Ansí todo el que procure
tener un pingo modelo  1450
lo ha de cuidar con desvelo,
y debe impedir también,
el que de golpes le den
o tironén en el suelo.

   Muchos quieren dominarlo  1455
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.  1460
—23→

   Todos se vuelven pretextos
y güeltas para ensillarlo.
Dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo,
que es de miedo del corcobo  1465
y no quieren confesarlo.

   El animal yeguarizo,
perdónenme esta alvertencia,
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido.  1470
Es animal consentido
lo cautiva la pacencia.

   Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda
es bueno que el hombre aprienda,  1475
pues hay pocos domadores,
y muchos frangoyadores
que andan de bozal y rienda.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  1480
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Me vine como les digo  1485
trayendo esa compañera.
Marchamos la noche entera
haciendo nuestro camino
sin más rumbo que el destino
que nos llevara ande quiera.  1490

   Al muerto, en un pajonal
había tratao de enterrarlo,
y después de maniobrarlo
lo tapé bien con las pajas,
para llevar de ventaja  1495
lo que emplearan en hallarlo.

   En notando nuestra ausiencia
nos habían de perseguir.
Y al decidirme a venir,
con todo mi corazón  1500
hice la resolución
de peliar hasta morir.

   Es un peligro muy serio
cruzar juyendo el desierto.
Muchísimos de hambre han muerto,  1505
pues en tal desasosiego
no se puede ni hacer fuego
para no ser descubierto.

   Sólo el albitrio del hombre
puede ayudarlo a salvar.  1510
No hay auxilio que esperar,
sólo de Dios hay amparo.
En el desierto es muy raro
que uno se pueda escapar.

    ¡Todo es cielo y horizonte  1515
en inmenso campo verde!
¡Pobre de aquel que se pierde
o que su rumbo estravea!
Si alguien cruzarlo desea
este consejo recuerde.  1520
—24→

   Marque su rumbo de día
con toda fidelidá.
Marche con puntualidá
siguiéndolo con fijeza,
y si duerme, la cabeza  1525
ponga para el lao que va.

   Oserve con todo esmero
adonde el sol aparece,
si hay ñeblina y le entorpece
y no lo puede oservar,  1530
guardesé de caminar
pues quien se pierde perece.

   Dios les dio istintos sutiles
a toditos los mortales.
El hombre es uno de tales  1535
y en las llanuras aquellas
lo guían el sol, las estrellas,
el viento y los animales.

   Para ocultarnos de día
a la vista del salvage,  1540
ganábamos un parage
en que algún abrigo hubiera,
a esperar que anocheciera
para seguir nuestro viage.

   Penurias de toda clase  1545
y miserias padecimos,
varias veces no comimos
o comimos carne cruda.
Y en otras, no tengan duda,
con reices nos mantubimos.  1550

   Después de mucho sufrir
tan peligrosa inquietú,
alcanzamos con salú
a divisar una sierra,
y al fin pisamos la tierra  1555
en donde crece el Ombú.

   Nueva pena sintió el pecho
por Cruz, en aquel parage.
Y en humilde vasallage
a la magestá infinita,  1560
besé esta tierra bendita
que ya no pisa el salvage.

   Al fin la misericordia
de Dios, nos quiso amparar;
es preciso soportar  1565
los trabajos con costancia.
Alcanzamos a una Estancia
después de tanto penar.

   Ay mesmo me despedí
de mi infeliz compañera.  1570
«Me voy, -le dije-, ande quiera,
aunque me agarre el gobierno,
pues infierno por infierno
prefiero el de la frontera.»

   Concluyo esta relación,  1575
ya no puedo continuar,
permítanme descansar:
están mis hijos presentes,
y yo ansioso porque cuenten
lo que tengan que contar.  1580

Vuelta de Martín Fierro

Vuelta de Martín Fierro

 
—23→
 


11


   Y mientras que tomo un trago
pa refrescar el garguero,
y mientras tiempla el muchacho
y prepara su estrumento,
les contaré de qué modo  1585
tuvo lugar el encuentro.
Me acerqué a algunas Estancias
por saber algo de cierto,
creyendo que en tantos años
esto se hubiera compuesto;  1590
pero cuanto saqué en limpio
fue, que estábamos lo mesmo,
ansí me dejaba andar
haciéndome el chancho rengo,
porque no me convenía  1595
revolver el avispero;
pues no inorarán ustedes
que en cuentas con el gobierno
tarde o temprano lo llaman
al pobre a hacer el arreglo.  1600
Pero al fin tuve la suerte
de hallar un amigo viejo,
que de todo me informó,
y por él supe al momento,
que el Juez que me perseguía  1605
hacía tiempo que era muerto:
por culpa suya he pasado
diez años de sufrimiento,
y no son pocos diez años
para quien ya llega a viejo.  1610
Y los he pasado ansí,
si en mi cuenta no me yerro
tres años en la frontera,
dos como gaucho matrero,
y cinco allá entre los Indios  1615
hacen los diez que yo cuento.
Me dijo, a más, ese amigo
que andubiera sin recelo,
que todo estaba tranquilo,
que no perseguía el Gobierno;  1620
que ya naides se acordaba
de la muerte del moreno,
aunque si yo lo maté,
mucha culpa tuvo el negro.
Estube un poco imprudente,  1625
puede ser, yo lo confieso,
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pero él me precipitó
porque me cortó primero.
Y amás, me cortó en la cara
que es un asunto muy serio.  1630
Me asiguró el mesmo amigo
que ya no había ni el recuerdo
de aquel que en la pulpería
lo dejé mostrando el sebo.
Él, de engreído, me buscó  1635
yo ninguna culpa tengo;
él mesmo vino a peliarme,
y tal vez me hubiera muerto
si le tengo más confianza
o soy un poco más lerdo.  1640
Fue suya toda la culpa
porque ocasionó el suceso.
Que ya no hablaban tampoco,
me lo dijo muy de cierto,
de cuando con la partida  1645
llegué a tener el encuentro.
Esa vez me defendí
como estaba en mi derecho,
porque fueron a prenderme
de noche y en campo abierto.  1650
Se me acercaron con armas,
y sin darme voz de preso
me amenazaron a gritos
de un modo que daba miedo.
Que iban arreglar mis cuentas  1655
tratándome de matrero,
y no era el gefe el que hablaba
sino un cualquiera de entre ellos.
Y ese, me parece a mí,
no es modo de hacer arreglos,  1660
ni con el que es inocente,
ni con el culpable menos.
Con semejantes noticias
yo me puse muy contento
y me presenté ande quiera  1665
como otros pueden hacerlo.
De mis hijos he encontrado
sólo a dos hasta el momento
y de ese encuentro feliz
le doy las gracias al cielo.  1670
A todos cuantos hablaba
les preguntaba por ellos,
mas no me daba ninguno
razón de su paradero;
casualmente el otro día  1675
llegó a mi conocimiento,
de una carrera muy grande
entre varios estancieros,
y fui como uno de tantos
aunque no llevaba un medio.  1680
No faltaban, ya se entiende
en aquel gauchage inmenso,
muchos que ya conocían
la historia de Martín Fierro;
y allí estaban los muchachos  1685
cuidando unos paregeros.
Cuanto me oyeron nombrar
se vinieron al momento,
diciéndome quiénes eran
aunque no me conocieron,  1690
porque venía muy aindiao
y me encontraban muy viejo.
La junción de los abrazos
de los llantos y los besos
se deja pa las mugeres  1695
como que entienden el juego.
Pero el hombre que compriende
que todos hacen lo mesmo,
en público canta y baila
abraza y llora en secreto.  1700
Lo único que me han contado
es que mi muger ha muerto.
Que en procuras de un muchacho
se fue la infeliz al pueblo,
donde infinitas miserias  1705
habrá sufrido por cierto.
Que por fin a un hospital
fue a parar medio muriendo,
y en ese abismo de males
falleció al muy poco tiempo.  1710
Les juro que de esa pérdida
jamás he de hallar consuelo;
muchas lágrimas me cuesta
dende que supe el suceso.
Mas dejemos cosas tristes  1715
aunque alegrías no tengo;
me parece que el muchacho
ha templao y está dispuesto.
Vamos a ver qué tal lo hace,
y juzgar su desempeño.  1720
Ustedes no los conocen,
yo tengo confianza en ellos.
No porque lleven mi sangre,
eso fuera lo de menos,
sino porque dende chicos  1725
han vivido padeciendo.
Los dos son aficionados,
les gusta jugar con fuego.
Vamos a verlos correr.
Son cojos... hijos de rengo.  1730