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Mariano Picón-Salas y la palabra «errancia»1

Cristian Álvarez






Nota introductoria

A partir del hallazgo preciso de la palabra errancia en algunos textos literarios y asimismo en el lenguaje de un personal diálogo epistolar, este artículo presenta una indagación sobre el sentido del término errancia, que Ángel Rosenblat consideraba como un neologismo de Mariano Picón-Salas. Algunos estudiosos de la obra del ensayista merideño incluso han observado con mucho interés ese especial uso de errancia, concluyendo que ella puede caracterizar ciertos elementos que pertenecen a la evolución de su pensamiento. En este sentido, el trabajo expone una investigación que se inicia con la atención hacia esta palabra en la experiencia de la lectura de otros autores y también en el cotidiano intercambio de correspondencia, lo que evidencia el uso extendido de errancia o quizás de una variante de esta. A continuación, tomando en cuenta la observación de Rosenblat, se examina la presencia de la palabra errancia en la mayor parte de la obra de Picón-Salas, tratando de encontrar no sólo cuándo ocurrió su primera aparición en un texto publicado, sino también buscando apreciar el alcance de su significado en el contexto de su pensamiento. Finalmente, se realizan algunas consideraciones sobre la posibilidad de que errancia, al menos en una acepción, sea un neologismo del autor venezolano, confrontando dos hipótesis acerca del origen del término.




De un autor y un vocablo: Mariano Picón-Salas y la palabra errancia

Aunque antes había leído errancia en diversos lugares, a comienzos del 2001 encontré casi simultáneamente en un par de textos de distinto origen dos variantes de ese vocablo especial. Este hecho me permitió pasear por los caminos del lenguaje a través de una palabra siempre asociada con la figura de Mariano Picón-Salas (26 de enero de 1901-1.º de enero de 1965), cuyo centenario celebramos precisamente durante ese año. La primera variante de aquella palabra a la que hago referencia la leí en un correo electrónico que recibí de mi querido amigo y profesor José López Rueda. En mi carta de respuesta -también electrónica- le confié por dónde andaban mis reflexiones:

... Siguiendo las andanzas del lenguaje, Pepe, vi que escribiste «erranza urbana», lo que me llama muchísimo la atención y ya verás por qué. Me gustaría saber si erranza, en el sentido en que la empleas, está recogida en algún diccionario. El punto surge porque encuentro que la erranza que escribes es pariente (variante) de errancia, una palabra que es particularmente cara para Mariano Picón-Salas, con un sentido un tanto diverso, y que Ángel Rosenblat ve como un neologismo original de nuestro autor.


El segundo hallazgo ocurrió poco después, a mediados de enero de 2001. Para entonces leía en el hermoso poemario de Arturo Gutiérrez Plaza, Principios de contabilidad (ganador del III Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz en 1999), la siguiente estrofa del poema «De mano en mano», un interesante texto sobre los libros que en los anaqueles «llevan el itinerario de los días»:

Los más ancianos, los elegidos, son quienes dictan el rumbo de este pueblo nómada, habituado, de mano en mano, a la errancia y el olvido.


(Gutiérrez Plaza, 2000, p. 13)                


Al conversar con el autor sobre su libro, le señalé además que, en estas coincidencias de los tiempos y la escritura, él utilizó en su poema una palabra de Picón-Salas: errancia. Gutiérrez Plaza quedó agradablemente sorprendido por esta observación sobre una palabra que él creía de uso común, y a partir de este diálogo percibí la necesidad de tratar de esclarecer con algo más de precisión los orígenes de la palabra errancia, lo que me permitió dar comienzo a una personal búsqueda sobre el rico vocablo en la prosa de don Mariano. Debo agregar que, además de consultar al profesor López Rueda, también le escribí a Alexis Márquez Rodríguez una carta el 18 de abril del 2001 sobre este asunto, para conocer su perspectiva. En las líneas siguientes trataré de relatar brevemente los aspectos más relevantes de esta pequeña investigación.

Así, comienzo con el señalamiento que realiza Ángel Rosenblat sobre esta palabra y que aludo en las líneas anteriores. En su ensayo «Mariano Picón-Salas», fechado en 1965, nos comenta:

A esa humilde ansia de servir a su tierra respondían sus prolongados viajes, lo que llamaba neológicamente su errancia o su errancia cosmopolita. Nos lo dice en la «Pequeña confesión a la sordina»: «Los europeos que nacieron en el regazo de civilizaciones viejas, ya ordenadas y sistematizadas, no pueden comprender esta instintiva errancia del hombre criollo, la continua aventura de argonautas que debemos cumplir aun para esclarecer nuestras propias realidades. Lo universal no invalida para mí lo regional y lo autóctono».


(Rosenblat, 1965, pp. 292-293)                


¿Será efectivamente errancia con este significado un neologismo de Picón-Salas? Veamos sus textos. «Pequeña confesión a la sordina» constituye el prólogo que realiza Picón-Salas a la primera edición de sus Obras selectas que en 1953 publica Ediciones Edime. El mismo ensayo se mantendrá inalterable en la segunda edición, corregida y aumentada de 1962. Pero el uso de esta palabra por parte de Picón-Salas no se reduce a esta única cita. Nuevamente hallamos errancia en un ensayo que fue publicado por primera vez, mediante varias entregas, en el diario El Universal de Caracas, en abril de 1937, bajo el título «Proceso de la inteligencia venezolana». Aunque habría que constatar con otros artículos periodísticos del autor aparecidos entre 1936 y 1937, tras su regreso a Venezuela después la muerte de Juan Vicente Gómez y luego su nueva partida a Europa como Encargado de Negocios en Checoeslovaquia, tal vez sea este texto el primero que incluye la palabra errancia en la escritura de Picón-Salas para una publicación nacional. Más tarde, en 1940, el escritor recogerá este mismo ensayo con el nombre «Proceso del pensamiento venezolano» en su libro 1941. Cinco discursos sobre pasado y presente de la nación venezolana. Revisando su obra y la coincidencia con su itinerario de moradas, esos escritos que, como él mismo dice, «obligan frecuentemente al lector a largas expediciones por el mapa» (Picón-Salas, 1953, p. ix), vemos que en los textos juveniles de Picón-Salas, anteriores al comienzo de su exilio en Chile en 1923, no se encuentra esta palabra. Acaso su uso coincide con el inicio precisamente de la conciencia de su aventura espacial y existencial lejos del terruño patrio.

Así, la referencia más antigua de errancia con que nos hemos topado por el momento en la prosa de nuestro autor se encuentra en su libro Mundo imaginario, cuya primera edición publicada en Santiago de Chile es de 1927. En «El Mundo imaginario...», especie de presentación de sus narraciones, el joven Picón-Salas nos habla de su «errancia imaginativa», esto es, de una suerte de peregrinar sugerido en el viaje de la imaginación que también suscita «cambios en el alma» en las miradas, estilos y percepciones sobre la realidad y la escritura (Picón-Salas, 1927, p. 7). Hallaremos errancia por segunda ocasión en Odisea de tierra firme, subtitulado «Relatos de Venezuela», cuya escritura concluye en Santiago de Chile, entre 1929 y 1930; su primera edición aparece en Madrid, 1931. En el capítulo primero, «Relación con las Antillas», el autor escribe «leguas y leguas de errancia», con el sentido más general de «vagar», en este caso por la tierra pedregosa del ambiente desértico de la Guajira (Picón-Salas, 1940, p. 33). Pero es en Registro de huéspedes, libro publicado en Santiago de Chile en 1934, donde la palabra adquiere un significado más amplio, asociado a un sino que se escoge a partir de unas singulares condiciones, a veces adversas u oprimentes; un sentido que se va acercando a la definición que se bosqueja en «Pequeña confesión a la sordina». En una de sus «novelas», «Los hombres en la guerra», leemos la aventura de Matías Salazar en el país dominado por Guzmán Blanco: «En tierra menos eléctrica, menos nómade y propicia a la contemplación, Matías Salazar fuera ermitaño. En Venezuela le aúlla un demonio de guerra, sacrificio y errancia» (Picón-Salas, 1934, p. 57).

El mismo sentido lo encontramos también en su «Explicación inicial» de 1940 a Formación y proceso de la literatura venezolana, en la que observa cómo se acentúa «esta errancia venezolana» de exiliados, siguiendo ese como destino de los nacidos en nuestra tierra, como producto de la imposición del orden violento de los grandes caudillos: «Monagas, Guzmán Blanco, Castro, Gómez» (Picón-Salas, 1984, p. 10). Gran parte de los relatos de Odisea de tierra firme y de Registro de huéspedes parecen describir precisamente el curioso valor de esta palabra. Del mismo modo, una imagen similar en la que se retrata el rumbo de Matías Salazar, la leemos en el capítulo V de su novela autobiográfica Viaje al amanecer de 1943. En uno de los cuentos de «Política y religión en el escritorio del abuelo» se escucha la referencia a la aventura desalada y perdida, entre romántica y fatalista, de Luciano Mendible, quien se alza contra el ascenso de Juan Vicente Gómez al poder, hacia el final del año 1908. El pequeño Pablo, el niño protagonista, recuerda: «Admiré la belleza del gesto, la atracción del peligro, aquel sueño de tremenda errancia, de soledad, de destino, de que está lleno el paisaje de mi país» (Picón-Salas, 1987, p. 43).

A partir de aquí, el signo trágico y viril de errancia se asume como un camino de peregrinaje, que implica la renuncia, la partida y los ojos atentos del viajero ante un mundo diverso que se abre para poder alcanzar el propio esclarecimiento de la vocación espiritual y de la visión de patria. Así, en su autobiografía intelectual Regreso de tres mundos de 1959, en el capítulo IX «Regreso y promisión», una vez más puede leerse la palabra. Recordando a Francisco de Miranda, «especie de tatarabuelo trágico de los venezolanos errantes», Picón-Salas escribe:

Aunque sean muy pocos los que tienen su genio, su heroica tenacidad y su seducción, muchos le imitaron en la errancia, el profetismo y el proyectismo, y sufrieron, también, la reticencia y encono de quienes, por haberse quedado inmóviles en el terrón en que nacieron, no iban a soportar que el recién llegado trajera ideas y pretensiones incómodas.


(Picón-Salas, 1987, p. 238)                


La definición espiritual del término errancia que puede deducirse a partir de la prosa de nuestro autor resulta muy sugerente, además de mostrar interesantes caminos sobre una palabra que parece caracterizar parte de ese andar aventurero -errante y aun, en ocasiones, con su sentido del yerro- que en el desprendimiento de la querencia y el terruño natal, determina un hacer y un ser hispanoamericano. Como también puede observarse, las citas anteriores colocan la palabra en una situación muy especial con respecto a lo venezolano. Y ese particular y sugestivo significado que le da Picón-Salas lleva a que algunos estudiosos de su obra analicen con especial atención su sentido en los libros autobiográficos de nuestro escritor merideño. Así, podemos ver cómo el asunto se estudia en dos tesis doctorales realizadas en sendas universidades norteamericanas durante la década de los setenta: Thomas D. Morin escribe, en su libro Mariano Picón Salas, un capítulo titulado «"Errancia": A Spiritual Becoming and Intellectual Awakening»; y Esther Azzario, en La prosa autobiográfica de Mariano Picón Salas, encabeza dos capítulos con los títulos «Se inicia la 'errancia'» y «Nuevas etapas en la 'errancia'». Azzario escribe además, probablemente a partir del señalamiento de Rosenblat, que errancia es un «neologismo de referencia autobiográfica creado por Picón-Salas para caracterizar el sino peregrinante que marcó su vida» (Azzario, 1980, p. 17).

Hemos encontrado errancia en los textos de otros autores más recientes con el valor de ese peregrinar errante y vital e incluso con el signo especialísimo que determina la escritura del exilio, en el encuentro y vivencia de un escritor con la otredad de una cultura ajena2. Pero todavía este vocablo no lo hemos hallado en escritores anteriores a Picón-Salas. Y aunque la palabra errancia nos parece tan natural -mas no necesariamente cotidiana- con su justo lugar en el lenguaje de uso en la escritura y en el pensamiento, sin embargo hasta el presente no se encuentra recogida en los diccionarios de la Real Academia Española, ni en el Etimológico de Corominas y Pascual (1996), ni en el de Casares (1994), ni en el de María Moliner (1966; 1997); tampoco en el de americanismos ni en el de venezolanismos. Sólo en el Primer diccionario general etimológico de la lengua española de don Roque Barcia, publicado en 1881, hallamos errancia como una voz antigua con el significado de «error»; en esta obra igualmente nos encontramos a erranza con idéntica definición. También hemos topado errancia como equivalente a erranza en la célebre Enciclopedia Espasa (1979), vocablo que de igual modo es definido como «error», «despropósito, desacierto». Los diccionarios de la Real Academia han registrado erranza -siempre con el sentido de «error» y como voz antigua- desde el tercer tomo del Diccionario de la lengua castellana, mejor conocido como el Diccionario de autoridades y publicado en 1732, hasta la vigésima primera edición de 1992; sólo a partir de la decimocuarta edición de 1914 se apunta el origen de esta palabra en el latín errantia. No obstante este señalamiento, errancia, como una posible variante de erranza, nunca fue recogida como si no hubiera existido ni en el habla ni en documentos, a pesar del registro que hace Roque Barcia (1881). Por otra parte, aunque su relación con errar es clara y puede asociarse a sus diversos sentidos, tampoco erranza se vinculó con el significado de «andar errante». Con toda esta historia, el vocablo erranza fue suprimido en la más reciente edición del Diccionario del año 2001, la vigésima segunda.

Siguiendo con nuestras rutas de las palabras en la Real Academia Española, lo más parecido al sentido de «andar errante» que hemos podido conseguir en la última edición del Diccionario de lengua española es andancia, descrita como «acción y efecto de andar», e igualmente con el valor de andanza, «suerte»; también vemos cómo andanza en América es «acción de recorrer diversos lugares considerada como azarosa». Asimismo andancia o andanza la hallamos en algunas de las ediciones del diccionario universal Larousse (1965) como un antiguo americanismo con el significado de «correría, viaje». Podemos pensar que, analógicamente, si a andante corresponde andancia, acaso a errante pudiera corresponder errancia. ¿Sucedió en el idioma esta relación que vemos tan naturalmente? ¿Cuándo aparece errancia en nuestra lengua con el valor de peregrinaje o de vagar de un sitio a otro? Salvo las excepcionales referencias de Barcia y de la Espasa ya citadas y que definen la palabra como «error», al fin encontramos errancia en la edición de 1999 del Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos. No sólo es el único diccionario moderno de lengua española que la recoge, sino que también en este sí se define como el «hecho de errar», con el sentido de «vagar», «ir de un lado a otro». El equipo de Seco documenta la palabra con el siguiente párrafo aparecido en un artículo publicado por J. Cotillas en el Diario de Cuenca el 19 de octubre de 1984: «La nuestra es cocina de lo trashumante, de la errancia de muleros y de arrieros, de la errancia de pastores, monjes y guerreros» (Seco, Andrés y Ramos, 1999). Esta cita, como vemos, resulta una referencia bastante reciente en comparación con los textos de Picón-Salas.

¿Consistirá, entonces, errancia, con el sentido de «andar errante», efectivamente en un neologismo de nuestro escritor, como señala Rosenblat en sus cuidadosas y atentas investigaciones, y quien, vale la pena agregar, decía que «Mariano Picón-Salas es sin duda el prosista de más alta calidad que han tenido las letras venezolanas y uno de los grandes prosistas de nuestra lengua» (pp. 298-299)? Márquez Rodríguez piensa que es posible que no sea una invención del autor venezolano o que quizás derivara errancia del francés errance, y que el Dictionnaire moderne français-espagnol / espagnol-français de Larousse traduce como «vagabundeo». Márquez Rodríguez agrega en la carta que me envía:

Creo obvio que de allí viene, aunque no sé si Picón Salas lo importó directamente de ese idioma o lo leyó u oyó en otra parte. No olvides que él era hombre de muchas lecturas y de muchos viajes, y cuando se es así a uno se le cuelan muchas cosas hasta sin darnos cuenta. Y debe ser relativamente nuevo, pues Baralt no lo registra en su Diccionario de galicismos, donde sí figura errático, ca, al que por cierto defiende, lo mismo que a errátil.


En consulta con el profesor José López Rueda, este me apunta que cree que

... la palabra errancia existió siempre en castellano, como lo demuestran Mariano Picón-Salas y el periodista de Cuenca (en el registro de Manuel Seco), dos escritores de regiones muy distantes. Y creo que lo mismo pasa con erranza, que posiblemente se usó antiguamente con el significado de «error». Pero que algunos hablantes (yo entre ellos) usamos todavía con el sentido de «andanza». Y con toda legitimidad, puesto que la formamos de «errar» en el sentido de «vagar». De la misma manera que de «andar» derivamos «andanza».


Conviene añadir, para completar lo apuntado por López Rueda, que el estudioso español Carlos García Gual también utiliza erranza para señalar la ruta aventurera emprendida por los andantes caballeros artúricos y cuyo peregrinaje iba dibujando su ser a la vez que su destino (García Gual, 1983, p. 106). Asimismo, y en un sentido análogo, José Enrique Ruiz-Domènec optará por la palabra errancia al describir precisamente este destino caballeresco que se convierte en una «experiencia existencial», signo que marcará las características de la novela europea en los últimos ocho siglos (Ruiz-Domènec, 1993, pp. 18, 81 y 115).

Volvamos a la historia de la palabra que hemos tratado de construir con los indicios a nuestro alcance. Del latín errantia, como lo señalaba hasta su 21.ª edición el Diccionario de la Real Academia Española, dio lugar a erranza, con el sentido de «error», pero posiblemente también a errancia con este mismo significado de acuerdo al registro de Barcia, aunque el resto de los diccionarios no lo recogieran. Acaso uno pudiera pensar que errancia pudo caer en desuso, o se circunscribió a algunos ámbitos como suele ocurrir, y más tarde pudo volver a circular. Este fue el caso de errático de acuerdo al Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Corominas relata en su estudio que errático fue recogido por el Tesoro de Covarrubias (1611) y el Diccionario de autoridades (1732), el cual define este vocablo como «voz puramente latina»; con el tiempo -continúa Corominas- se dejó de utilizar, aunque vemos que siempre fue recogido en las ediciones sucesivas del Diccionario de la Real Academia Española, pero resurgió en el siglo XIX por influencia del francés, según lo indica Rafael María Baralt en su Diccionario de galicismos cuya primera edición es de 1855. Quizás, una historia similar pudo suceder con errancia, pero ya no con el sentido de «error», pues su nuevo uso incorporaría el significado de la palabra francesa errance. Esto nos acercaría a la hipótesis que esboza Márquez Rodríguez, pero aún no tenemos documentación que lo pudiera comprobar. En este sentido, habría que tomar en cuenta que el tomo II del Diccionario etimológico de Barcia donde se encuentra el registro de errancia con el valor de «error», fue impreso en 1881, lo que nos sugiere pensar que una evolución posible del significado tendría que ser posterior a esta fecha.

Examinemos otra perspectiva. En latín existe errantia como «acción y efecto de extraviarse» y también como «extravío», definición que tiene su correspondencia con lo espacial, pero que se relaciona también con el sentido de equivocarse y de «error» que vemos en el registro ya señalado de erranza. En el Diccionario etimológico de Corominas y Pascual se describe el origen de erranza en la lengua romance con el significado de «error» (gerranza en las Glosas de Silos en el siglo XI; errança en Vida de Santo Domingo de Silos de Gonzalo de Berceo en el siglo XIII). Pero los diccionarios latinos observan también que errantia es un vocablo derivado del verbo errare: «andar vagando de aquí para allá, errar, caminar a la ventura, andar errante» (Blánquez-Fraile, 1967), sentido que sí se acerca al término errancia que vemos en Picón-Salas, aunque la palabra errantia no esté definida de esta forma en los diccionarios consultados. Sin embargo, errantia con el sentido de «errantes» lo hemos encontrado en textos de Cicerón (Tusculanae Disputationes, liber primus, 62; De Divinatione, liber secundus, XLII, 89) y en la Vulgata (Judas I, 13).

Este significado en latín se asocia a la acción y efecto de errar, de andar o moverse de un lugar a otro, lo cual se identifica con el valor utilizado por el autor merideño para la palabra errancia. Con ello pudiera pensarse en la posible derivación del latín errantia, con el sentido de «andar errante», a la lengua romance y luego al actual castellano como errancia y erranza. Pero esta evolución no ha sido documentada, y no es sino hasta 1999 que el sentido aludido se registra en el Diccionario del español actual. Exceptuando la obra de Barcia que la define como «error», la primera variante errancia aún no la encontramos documentada en textos precedentes a Picón-Salas. Mas, como hemos visto, erranza sí, señalada como voz antigua y también con el significado de «error», según la recogen las ediciones anteriores del Diccionario de lengua española; quizás su supresión en la 22.ª edición obedezca al desuso de su valor como desacierto o yerro. A pesar de todo ello, podemos ver que ambas variantes han pervivido en nuestro idioma, y acaso aquella antigua acepción de «error» pudo quedar relegada y el sentido de la palabra, por su estrecha relación con «errar», extenderse a ese otro valor de «vagar», tal como lo intuye López Rueda.




Conclusión

Nos preguntamos de nuevo: ¿Ocurrió con errancia esta evolución del latín errantia, pasando por la lengua romance hasta el castellano actual? ¿O acaso Picón-Salas la derivó del francés -según lo pensado por Márquez Rodríguez al observar su relativa novedad- o más precisamente del latín, reinventando o redescubriendo este vocablo mediante su escritura, dando así origen a un nuevo sentido de la palabra como lo sugiere Rosenblat? Aunque hasta ahora no hemos encontrado errancia en textos anteriores a los del autor venezolano, lo que parece indudable es que don Mariano, como «escritor nómada» que fue, con el uso preciso de errancia en su prosa llena de sabor, le dio a esta palabra un destino que sobrepasa lo espacial para designar los elementos de un itinerario espiritual.

Después de estas consideraciones y observando la presencia de errancia -y también de erranza- en nuestra lengua, así como el alcance de su significado, tal vez habría que preguntamos algo más: ¿no se ha ganado justamente esta palabra, con su rico y sugestivo sentido, un lugar en el castellano para ser incluida entre los registros del Diccionario de la Real Academia Española?






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