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Acto III

 

Mismo escenario. Ya han pasado las fiestas. En la escena ya no está el ÁRBOL, ni el Nacimiento. El ABUELO está sentado en una silla. Delante de él, en el suelo, ANA que está escuchando. Se abre la escena con la melodía de «Vive en esta linda casa».

 

ABUELO.-   (Habla con la misma voz que el ÁRBOL. Como si continuara.)  Y entonces nos fuimos al campo; mi padre escogió un pino joven, lo arrancó de cuajo, lo trajo aquí y aquí lo puso en casa.

ANA.-  Abuelito, ¿qué quiere decir de cuajo?

ABUELO.-  Pues eso, que lo arrancó, no lo cortó. Arrancó con fuerza tirando hacia arriba y salieron las raíces y con las raíces unas pellas de tierra agarradas a ellas. Se lo trajo así para que no muriera. Yo lo regaba cada día un poco.

ANA.-  Abuelito, ¿y el Árbol estaba contento?

ABUELO.-  Yo creo que sí. Enfadado no parecía. Por lo menos no decía nada.

El Abuelo cuenta un cuento

ANA.-   (Sorprendida.)  ¿No?  (Insegura.)  ¿No hablaba?

ABUELO.-   (Carraspea como el ÁRBOL.)  Ejem, ejem... Tú eres muy curiosona, Ana. ¿Quieres que te cuente un cuento? ¿Un cuento muy bonito?

ANA.-  ¡Qué bien! ¿Un cuento? Espero, Abuelito.  (Grita.)  Javi, Fredi, venid. Que el Abuelo nos va a contar un cuento.

 

(Aparecen JAVI y FREDI).

 

JAVI.-  ¿Un cuento? Venga, Abuelo, cuenta.

 

(Se sientan todos delante de él).

 

ABUELO.-   (Carraspea como el ÁRBOL.)  Pues, mirad, le decía a Ana que cuando yo era pequeño, al llegar la Navidad, mi padre fue al bosque y escogió un pino joven muy hermoso y lo trajo a casa. Lo colocó en el salón. A sus pies puso el Nacimiento, con San José, la Virgen y el Niño en su cuna. Y luego nos dio guirnaldas, bolitas, cintas de colores y globitos para adornar el Árbol. Y mientras nosotros estábamos arreglando el Árbol...  (Duda un poco.)  No sé si decirlo... no sé...

FREDI.-  Dilo. Abuelo, dilo todo.

ABUELO.-   (Animado.)  Pues sucedió que el Árbol se puso a... hablar.

 

(Todos lo miran sorprendidos).

 

ANA.-   (Como si estuviera deshojando una margarita.)  ¿Me lo creo, no me lo creo? ¿Me lo creo, no me lo creo? ¿Me lo creo...?

FREDI

 (Cortando.) 

Ana bonita,
Ana galana,
deja al Abuelo
que tiene ganas
de contar el cuento
del Árbol que habla.

JAVI.-    (Insinuante y cómplice.)  ¿Entonces hablaba con vosotros?

ABUELO.-  Sí, hablaba con nosotros. Nos contaba cuentos y hacíamos con él juegos muy divertidos. Nos contaba cuentos breves como...  (Carraspea.)  Como...  (Duda.) ...

FREDI.-

Como aquél que dice...

Este es el cuento de la banasta
y con esto, basta, que basta.

 

(Todos ríen. Y el ABUELO el que más).

 
JAVI.-

Ya, como el otro...

Este es el cuento del plato
en el que comía el gato.

  (Mismo juego.) 


ANA.-  ¿Y también el cuento del mochuelo?

ABUELO.-  ¿De qué mochuelo?

ANA
El cuento de aquel mochuelo
que no tenía pañuelo.

JAVI

 (Continuando.) 

No se podía sonar
y tampoco resfriar.

FREDI

 (Mismo juego.) 

Por eso iba abrigado
con un abrigo forrado.

ABUELO

 (Entusiasmado.) 

Y era un mochuelo señor
que hasta tenía calor.

 

(Todos ríen entusiasmados la intervención del ABUELO).

 

ANA.-  ¿Y no os contaba más cuentos?

ABUELO.-

Sí, como el de la hormiga.

Es el cuento de la hormiga
que transportaba una miga;
y la seguía otra hormiga,
que transportaba otra miga;
y la seguía otra hormiga,
que transportaba otra miga...

ANA.-  Abuelo, eso no es un cuento: es un rollo.

ABUELO.-  ¡Qué va! Esto es un cuento de nunca acabar.

JAVI.-  ¿De nunca acabar? Pues a nosotros no nos ha contado ninguno...  (Está a punto de revelar su secreto.)  Bueno, digo...  (Los otros lo miran conminándolo a silencio.)  Digo eso... de nunca acabar.

ABUELO.-

Sí, hombre, sí. Yo sé otro de nunca acabar:

¿Te cuento el cuento
del gallo pelado,
que al saltar la tapia
se quedó enredado?

ANA.-   (Lanzada.)  ¡Noooooo!

ABUELO
Yo no te digo que no,
tampoco digo que sí.
Yo sólo pregunto si
¿te cuento el cuento
del gallo pelado
que al saltar la valla
se quedó enredado...?

 

(Todos repiten el juego).

 

FREDI.-  ¿Os divertíais mucho, verdad?

ABUELO.-  Mucho, muchísimo. Nos divertíamos tanto que no queríamos que lo supiera nadie. Además no nos hubieran creído y nos habrían llamado locos. ¿Y sabéis qué hicimos?

JAVI.-  No nos lo digas. ¿A que hicisteis un pacto?

ABUELO.-  ¡Ah, bribón! ¿Cómo lo sabes? Eramos tres hermanos y los tres de común acuerdo hicimos el pacto de no contarlo a nadie lo que nos había pasado con el Árbol. Y sellamos el pacto.

ANA.-   Abuelito, pero tú has roto el pacto ahora, ¿no?

ABUELO.-   (Se entristece.)  No, bueno, sí. Pero los otros, no. Es por ellos.

JAVI.-  ¿Quiénes eran los otros?

ABUELO.-  Mis dos hermanos.

FREDI.-  Nunca nos has hablado de ellos, Abuelo.

ABUELO.-  No hay que hablar de cosas tristes.  (Se pone grave.)  Murieron en la guerra.

JAVI.-  Por eso estás triste, ¿verdad?

ABUELO.-  Sí, porque una guerra es una cosa muy triste.

ANA.-  ¿Y por qué se pelean los hombres?

ABUELO.-  Porque los hombres se quieren poco, muy poco.

FREDI.-   (Cortando.)  Bueno, Abuelo. Tú has guardado el pacto hasta hoy.

ABUELO.-  ¿Hasta hoy?

JAVI.-  Hasta hoy.

ABUELO.-  ¿Hasta hoy?

ANA.-  Hasta hoy.

FREDI.-¿  Estáis sordos? ¡Hasta hoy! Pero, Abuelo, ahora que ya no te obliga el pacto del secreto, dinos una cosa: ¿aquel Árbol amigo también cantaba?

ABUELO.-

Vaya si cantaba. Cantaba como un jilguero. Cantaba unas canciones tan preciosas como ésta:

 (Canta.)  

Vive en esta linda casa
el Árbol de la Amistad,
tavaravarán,
que cuando está con los niños,
hasta se pone a cantar,
tavaravarán.
 

(Repiten todos juntos algo más despacio. Cogidos de la mano y cara al público).

 
Vive en esta linda casa
el Árbol de la Amistad,
tavaravarán,
que cuando está con los niños,
hasta se pone a cantar,
tavaravarán.


 
 
TELÓN
 
 



Abajo

La estrella

PERSONAJES
 

 
CIEGO,   coplero que ya no canta.
SEÑORA VENTANERA,   siempre asomada.
COMPRADOR,   de todas las cosas.
CHICO,   chico.
CURIOSO,   que pasaba y se quedó.
DOS O TRES MIRONES,   que se suman y sólo miran, si quieren.
VOZ,   de la estrella.




 

Época, la de la espera del nacimiento de Cristo. Vestuario, acorde con la época. Plaza de pueblo. Está vacía. Un CIEGO se encamina tanteando hacia un poyo.

 

CIEGO.-    (Camina vacilante. Se detiene hacia el centro.)  Antes, por lo menos, me acompañaba el chico. Pero, ahora, estoy solo. No tengo quien me oriente. Puedo tropezar contra cualquier piedra y caerme. Que Yavé me ayude en estos mis últimos años y me acoja en su seno cuando sea servido llamarme.

VENTANERA.-   (Asomando a la ventana.)  Ciego, no murmures más. Sigue adelantando. Tres pasos más hacia la derecha, y encontrarás el poyo.  (Lo guía desde arriba.)  Así, así. Hacia tu derecha. Un paso más, y ya estás. Eso, descansa tranquilo.

CIEGO.-    (Mientras se sienta.)  Gracias, buena mujer... Yavé te lo pague.

VENTANERA.-  Y tú también, Ciego. ¿Por qué no cantas ya aquellas coplas tan hermosas que tanto nos gustaban?

Un ciego se encamina tanteando hacia un poyo

CIEGO.-  ¡Pobre de mí! Mis manos ya no pueden pulsar la cítara. Y mi garganta apenas suena. Sólo sirve para gemir y llorar mis desdichas. Tengo que vivir de la caridad, y la caridad de la gente cada día es más menguada. Nadie se acuerda del pobre coplero, porque ya no tiene coplas ni gracia.

COMPRADOR.-    (Acercándose.)  ¿Qué vendes, buen hombre? Yo lo compro todo. Porque en cada cosa que compro veo mi negocio. Luego la vuelvo a vender. Me marcho a la montaña, al campo, al desierto. Y allí siempre encuentro gentes que me compran todo lo que vendo. Por eso yo compro barato, para vender de nuevo.

VENTANERA.-   (Desde la ventana.)  Y vendes caro, bribón.

COMPRADOR.-  ¿Caro, yo? Te equivocas.  (Al CIEGO.)  ¿Puedes venderme algo barato, Ciego? Así yo te ayudaré.

CIEGO

  (Sentencioso) 

Yo no vendo barato,
ni vendo caro,
que al que quiera comprarme
le vendo sabio.
Todos los males
al son de mis coplillas
pueden curarse.

COMPRADOR.-   (Con un destello.)  Ya veo. Tú eres como aquéllos que en mi ciudad, Atenas, dicen que se dedican a la sabiduría, y la venden. ¡Pobres necios, no son más que unos charlatanes mentirosos y farsantes! Viven sin trabajar: ésa es su sabiduría, una mentira muy gananciosa.

CIEGO

  (Mismo tono) 

Yo no vendo nada,
pero veo claro;
digo lo que creo,
siento lo que canto.
Y el que no se fíe,
que siga mis pasos,
y verá si en ellos
hay verdad o engaño.

COMPRADOR.-  Muy bien hablas, Ciego.

CIEGO

 (Sigue.) 

La verdad que yo vendo
no cuesta nada.
El que quiera creerla
puede tomarla.

VENTANERA.-  Pero, Ciego, dime una cosa. Antes tus coplas eran divertidas y reíamos tus pullas. Pero ahora, ¿qué verdades puede vender quien no ve nada?

COMPRADOR.-    (Burlón.)  Ahora lo entiendo mejor. Tú eres de ésos que los judíos llamáis profetas. ¿Quieres que te diga lo que pienso? ¡Paparruchas, y nada más que paparruchas! En mi tierra, allá en Grecia, los llamamos poetas, casi igual. ¿Y sabes lo que han hecho? Con su fantasía nos han llenado de dioses el Olimpo. ¡Valientes dioses! Unos dioses que se pelean entre sí y que tienen líos de familia constantes, como cualquier vecino. Divertido, sí es, pero necio. Todo necio.  (Dirigiéndose a la Ventanera.)  ¡Eh, señora, no se vaya Ud. del pico, que lo que voy a decir es más gordo! Porque ahora han llegado los romanos, que son tan poderosos como crédulos, y se han llevado a Roma a todos nuestros dioses. Será para que se entretengan jugando unos con otros. Griegos contra romanos. ¡Ja, ja, ja, ja!

VENTANERA.-    (Con gestos de sorpresa, pero no con cruces, que eso sería un anacronismo.)  Yavé nos proteja. Este hombre es un descreído. Claro que tantos dioses...

CIEGO

 (Sentencioso.) 

La verdad sólo es una:
sólo hay un Dios,
que vendrá a redimirnos
de la opresión.

COMPRADOR.-  Ya está. ¿De qué opresión?  (Sigilosamente.)  ¿Del yugo de los romanos, sin duda, que nos tienen sojuzgados con su paz?

CIEGO
Del yugo del pecado,
que es la mordaza
que a todos los mortales
nos atenaza.

COMPRADOR.-  ¡Válgame el Olimpo entero! Yo no sé qué es pecado. Eso es una invención de los judíos y de los profetas, o de los poetas, como se diga. Yo no peco, porque no hago daño a nadie.

CIEGO.-   (Incisivo.)  ¿Ni a tus esclavos?

COMPRADOR.-    (Enérgico.)  ¡Alto ahí! Mis esclavos me pertenecen y yo hago con ellos lo que quiero, como con mis cosas, como con mis caballos o con mi túnica.

CIEGO.-  ¿Y si hubieras nacido esclavo?

VENTANERA.-  Eso, eso. Si tú fueras esclavo, ¿qué harías?

COMPRADOR.-  Pues aguantarme, majaderos. Y si no, me fugaría.

CIEGO.-  ¿O comprarías tu libertad con el dinero que sacas a los pobres?

COMPRADOR.-  ¡Bah, paparruchas, paparruchas! En este mundo hay ricos, porque hay listos; y hay pobres, porque hay tontos. Sólo los tontos son pobres.

VENTANERA.-    (A ellos.)  Alguien se acerca corriendo. ¿Traerá alguna noticia?

CHICO.-   (Llega jadeante.)  ¿No sabéis la nueva? ¿No os habéis enterado de la noticia? ¿No lo sabéis todavía?

COMPRADOR.-  ¡Desembucha ya, chaval! Cuenta lo que sea que te escuchamos.

CHICO.-  Dicen que ha llegado el tiempo en que se han de cumplir las Escrituras. Y que en Belén de Judá va a nacer un Niño que colmará los deseos de todos los moradores de Israel, como anunciaron los profetas.

COMPRADOR.-  Ya salieron los profetas. Estos judíos...

VENTANERA.-  Calla, descreído. Deja hablar al Chico.

CHICO.-  Dicen que este Niño será el Mesías, el Salvador de Israel. Dicen que nace de madre Virgen y que es Hijo del pueblo y Uno de tantos. Y que vendrán de Oriente reyes y poderosos para adorarlo, que dicen...

CIEGO

  (Cortando.) 

Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.
Y aquéllos que no lo crean
se están cerrando a su gracia,
porque viene a redimirnos
de toda miseria humana.
Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.

COMPRADOR.-    (Intrigado)  ¿Y quién te ha dicho todo eso? Porque si fuera verdad...  (Cambiando.)  ¿Dónde está Belén? ¿Es una ciudad grande? Porque yo podría ir allí, establecerme allí; pondría un negocio. Porque irá mucha gente a Belén. Tendrán que comprar muchas cosas y yo podría ayudarles.

CIEGO

 (Sentencioso.) 

Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.
Que allí sólo ha de venderse
amor y paz a los hombres,
y se humillarán los ricos
y se ensalzarán los pobres.
Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.

VENTANERA.-  ¿Y todo eso lo hará un niño? ¿Será un Niño poderoso, Hijo de reyes, de guerreros, de capitanes, o tal vez de grandes comerciantes?

CHICO.-  Yo de eso no sé nada. Sólo sé que dicen que nacerá en una cueva, porque su Madre no ha encontrado albergue en la ciudad.

COMPRADOR.-  Malo, malo, malo.

VENTANERA.-  ¿Por qué, malo?

CURIOSO.-    (Acercándose.)  Todo eso que dice el Chico yo también lo he oído. Y dicen que como el Niño será pobre, sólo irán los pobres a adorarlo, porque es Dios.

COMPRADOR.-  Malo, malo, malo.

VENTANERA.-  ¿Por qué, malo?

CIEGO
Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.
Disfrutarán de su vista
los limpios de corazón,
los que tienen la mirada
clara como el mismo sol.
Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.

CURIOSO.-   (A todos.)  ¿Qué hacemos aquí? Vamos a Belén. Si esa Señora está en una cueva y ha de dar a luz, le harán falta muchos auxilios. ¿Por qué no vamos a preguntarle si necesita ayuda?  (A la VENTANERA.)  Señora, Ud. misma podría ayudarla. Y nosotros  (Al CHICO buscaremos leña para hacer fuego, para que el Niño no tenga frío.  (Al COMPRADOR.)  Y Ud. podría darles comida, o ropa, o dinero. A Ud. le sobra de todo. ¡Ande, anímese!

COMPRADOR.-  Malo, malo, malo. Un rey que empieza pidiendo no es un rey; es un mendigo. Y de los mendigos poco hay que esperar.

VENTANERA.-  ¡Habrase visto! Luego se quejará, si la gente critica la avaricia de los poderosos.

CURIOSO.-  Eso es. Luego se lamentarán de que digamos lo que decimos. Pero cuando se trata de ayudar, ni quieren enterarse de las necesidades de los pobres. ¡Vamos todos! Yo voy a mi casa y saco unos panes. Mi mujer ya amasará otros para mis hijos.

VENTANERA.-  Y yo le llevaré miel de mis colmenas y queso de mis ovejas.

CIEGO.-

 (Dirigiéndose al CHICO.)  Muchacho, guíame, acompáñame. Yo no tengo nada, y nada le puedo dar. Pero pediremos limosna en el camino. Y todo lo que nos den se lo entregaremos a esa familia.

Que dicen y dicen bien,
porque son las Escrituras,
que el Niño nace en Belén.

 

(La VENTANERA ha bajado ya y se ha juntado con el grupo que forman el CURIOSO, el CIEGO y el CHICO, y otros dos o tres MIRONES más. Están en disposición de emprender la marcha).

 

CHICO.-  Yo te acompaño, Ciego Nehemías. También yo te ayudaré a pedir en el camino. Y además anunciaré a todos los que veamos la buena nueva: que el Mesías prometido está para llegar y que todos tenemos que ir a adorarlo.

COMPRADOR.-   (Separado del grupo. Desafiante.)  Serán todos los judíos, todos los fanáticos y crédulos, todos los ignorantes. Yo no voy. Yo soy griego y ya tengo bastantes dioses en mi casa. Me sobran. No tengo por qué aguantar ahora a otro, el dios pobre.

CIEGO

  (Al COMPRADOR.) 

Dios quebranta las peñas,
sin su permiso,
y conmueve al soberbio
y al descreído.
¿Quieres que mande el cielo  5
alguna estrella
que te marque el camino
hacia la cueva?

COMPRADOR.-  ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¿Estrellitas a mí? En el cielo hay muchas estrellas que van a su aire. Pero en la tierra las únicas estrellas que lucen algo son las monedas.  (Saca una bolsa de dinero y hace ostentación sacudiéndola para que suene.)  ¿Oís cómo suena? Estas son las llaves que me abren todas las puertas, hasta las de la felicidad. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

CHICO.-  Pues podrías darnos algunas. Se las llevaríamos al Niño que va a nacer. Él también quiere la felicidad. Y de paso tú abrirías las puertas de la cueva.

 

(Risa general).

 

COMPRADOR.-    (Dirigiéndose frío al CHICO.)  Eres listo, chaval. Eres inteligente. Si quieres venirte conmigo, estarás muy bien. Te pagaré buen sueldo. No tendrás que pedir limosna para ningún ciego, ni para ningún desvalido. No vas a ser mi esclavo. Vas a mandar sobre mis esclavos.  (Hace sonar la bolsa de monedas despacio.)  ¿Te interesa mi oferta?

 

(Se nota que el CHICO duda).

 

CIEGO.-  No vayas, muchacho.

VENTANERA.-  No te dejes ganar por la codicia.

CURIOSO. -  Tú eres de los nuestros. Quédate aquí.

CIEGO.-  Tú no te irás, tú tienes buen corazón. Te atrae el dinero, como a todos. Pero tú eres noble y te quedarás con nosotros.

 

(La escena se inunda de luz roja que va subiendo de tono a medida que avanza la discusión).

 

COMPRADOR.-  ¿Estás dudando, no?  (Se pone a dar vueltas a su alrededor.)  

CHICO.-    (Sin mucha convicción.)  Señor comerciante, no me gusta su forma de obrar, ni su altanería de rico... Si yo fuera rico  (Dudando) , rico y creyente, claro está  (Sigue dudando)  obraría de otra manera. Creería en Dios, amaría a mis semejantes, ayudaría a los necesitados...

COMPRADOR.-   (Sugestivo.)  Y para hacer todo eso, necesitas ser rico, ¿verdad?  (Insinuante.)  Yo te haré rico. Sígueme a mí.

CIEGO.-  Y para hacer todo eso, necesitas ser bueno. Sigue los impulsos de tu corazón.

COMPRADOR.-  Sigue los impulsos de la razón. El que es pobre no puede ser bueno.

CIEGO.-  Sigue los impulsos de la fe. El que no es bueno no puede ser generoso.

COMPRADOR.-  Sigue la conducta de la mayoría. Sólo los fuertes pueden ser dadivosos.

 

(El diálogo se hace más lento. Ráfaga de viento).

 

CIEGO.-  Sigue la conducta de los escogidos. Sólo los generosos son fuertes.

 

(Ráfaga de viento).

 

COMPRADOR.-  Sólo los felices pueden dar.

 

(Ráfaga de viento).

 

CIEGO.-  Sólo los que dan son felices.

 

(Ráfaga de viento).

 

COMPRADOR.-  ¿Vas a escuchar a un mercader o a un ciego?

CIEGO.-  ¿Vas a escuchar la voz del dinero o la voz de la conciencia?

 

(Ráfaga de viento más larga).

 
 

(El CHICO permanece unos instantes dubitativo. Todo el grupo parece expectante. En sus miradas se ve la ansiedad. El CHICO, al final, se acerca al CIEGO).

 

CHICO.-   (Tocando con la mano al CIEGO.)  Vamos, vamos a Belén.

 

(Todos menos el COMPRADOR se agrupan junto al CIEGO. La escena se inunda de luz azulada. Y una voz suena desde fuera).

 
VOZ

 (Sólo voz.) 

Un gozo grande os anuncio,
os anuncio un noble don.
El Mesías prometido
a vosotros ya llegó.
La Escritura se ha cumplido,
su presencia se ha hecho voz.
Entre nosotros tenemos
al que es nuestro Salvador.
Gentes del pueblo, creyentes,
sencillos de corazón,
alzad la frente hacia el cielo,
creed sin miedo al error,
que en la sencillez de un Niño,
se encarna el Hijo de Dios.
Niño humilde y sin riqueza,
sin poder ni ostentación.
Cuando crezca, sus palabras
os llenarán de su amor,
y en ellas está el camino
que os conducirá hasta Dios.
Que no zozobre la nave,
empuñad bien el timón
de la fe en quien nace Niño,
pero que también es Dios.
¡Dichosos serán aquéllos
a quienes baste su voz
para creer la palabra
sembrada en su corazón!

 

(Cambio).

 

COMPRADOR.-   (Volviendo en sí y agitándose junto al grupo.)  ¿Qué ha dicho? ¿Qué voces son ésas? ¿Anuncia un viaje sin guía, sin meta? ¿Sin camino? ¿Cómo puede entenderse esto? ¿Un camino que no va a ninguna parte? ¿Una nave que boga sin rumbo? ¿Que no sabe dónde va?

CIEGO

 (Sentencioso.) 

Para el mar de la vida
no existen cartas:
sólo hay naves que bogan
con esperanza.
Y las estrellas
sólo aquél que las busca
acierta a verlas.

Los actores se ponen en fila y van cogidos de la mano

 

(Una estrella aparece por el horizonte. Disminuye la luz en la escena. Música suave. Todos los actores se ponen en fila y lentamente atraviesan la escena. Sólo se ven sus siluetas. Van cogidos de la mano. Abre la marcha el CHICO, le siguen todos los demás. El penúltimo es el CIEGO. De su mano, con la cabeza gacha, va el COMPRADOR).

 
CHICO

 (Sereno.) 

Cuando Jesús vino al mundo
brilló una estrella en el cielo.
Lo que la estrella anunciaba
no todos supieron verlo.


 
 
TELÓN
 
 



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