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Entrecruzamientos. Cortázar-Fuentes: Fuentes-Cortázar [Fragmentos]

Luisa Valenzuela






A - ENTRADA -El juego

Julio Cortázar, Carlos Fuentes, un argentino y un mexicano. Norte y sur de nuestra América Latina (Homérica Latina la llamó Marta Traba, América Indoafrohispánica, la llamó Fuentes), dos extremos que al entrecruzarse se tocan por momentos y hasta se abrazan.

De ellos hay dos libros al filo de la muerte que dibujan, quizá sin que sus autores se lo hayan propuesto, las sendas poéticas. Las sendas sendas, los caminos que cada uno de ellos fue trazando a lo largo de una obra fecunda y excepcional.

Ambos libros son novelas, pero cobraron existencia de forma muy diferente. El primero quedó flotando en el aire, insustancial, hecho de la materia de la que están hechos los sueños. Tuve el enorme privilegio de conocer su contenido por boca del soñador y creo haber sido la única, por eso mismo asumí por años la misión de difundirlo. En más de una entrevista Cortázar mencionó ese sueño recurrente gracias al cual sabía que su nueva novela estaba al acecho, esperando el momento de pegar el salto hacia la luz; pero nunca antes explicó los detalles con los que habría de sorprenderme durante una memorable tarde en Nueva York a fines de noviembre, 1983.

Por su parte, Fuentes, el 1 de mayo 2012 en la Feria del Libro de Buenos Aires, hizo el anuncio:

«La novela que acabo de terminar, Federico en su balcón, está protagonizada por dos interlocutores: el autor de la novela y el personaje Federico Nietzsche. Como Nietzsche dijo: "Dios ha muerto". Dios, para contradecirlo, le da una segunda vida a Nietzsche, pero le permite observar un mundo donde todo es un eterno retorno».

Julio Cortázar, 26 de agosto de 1914-12 de febrero de 1984.


Carlos Fuentes, 11 de noviembre de 1928-15 de mayo de 2012.                


Más allá de esos dos libros que nos permiten enfocar su obra anterior desde una nueva perspectiva, hay todo tipo de cruces entre ambos escritores que vamos a explorar, aceptando las arbitrariedades propias de la literatura de ficción.

En la palabra ENTRECRUZAMIENTOS una X parecería querer colarse en reemplazo de la Z para honrar la incógnita, como en las matemáticas, y honrar el abrazo como en los mensajes amorosos. La disposición cruzada e invertida que en el quiasma óptico nos permite ver la imagen en toda su profundidad en este caso nos permite leer, desde estos dos autores seminales, la literatura latinoamericana más allá de fáciles etiquetas.

Julio Cortázar y Carlos Fuentes se alimentaron de la literatura que los antecedió y nutrieron la que vendría, y así la cosa: comer y dejarse comer y producir alimento. Producir, producir. Incansables ambos.

Al respecto pienso no sin cierta ironía en Vidas paralelas de Plutarco, lectura favorita -o al menos libro favorito para ser mencionado en entrevistas- de muchos de nuestros autócratas latinoamericanos. Plutarco define su obra como: «Un lance fútil, una palabra, algún juego» que «aclara más las cosas sobre las disposiciones naturales de los hombres que las grandes batallas ganadas, donde pueden haber caído diez mil soldados». Y pienso en las memorables ficciones, esas grandes batallas ganadas.

Cuando le pregunté a Fuentes en 2011 si había calculado cuántas páginas llevaba ya escritas me contestó que no, no las contaba porque no quería competir con el anuario telefónico.

En ambos, Cortázar y Fuentes, titiló el deseo, compulsión o necesidad de decirlo todo. Cortázar lo intentó en la imperecedera Rayuela, Fuentes se largó de cabeza al ruedo con su primera novela, esa obra magna de memorable título: La región más trasparente.

Para decirlo todo hay que romper con lo establecido y nadar contracorriente y darse de cabeza contra las paredes y vomitarlo todo, en lo posible.

Fuentes tenía más facilidad para el vómito integral, sin ambages, sin contenerse ante escatologías y espantos. En cambio Cortázar alguna vez habló de sentirse un caballo, y los caballos no tienen la salvadora capacidad de vomitar. Pero se desbocan. Julio buscaba desbocarse, si bien nunca irse de boca, no; mantener firme la rienda taloneando el lenguaje para llegar lo más lejos posible y tocar los límites de lo inefable. Caballo y a la vez jinete, montando en pelo y sin espuelas.

Fuentes en cambio fue un jinete con todos sus atavíos. Su silla de montar conoció la hibridez: criolla e inglesa, cerril y sofisticada; atributos que a veces chocaban entre sí sin por eso mandar al jinete al suelo. Más bien el jinete por los aires echando chispas, a pleno vuelo. Pegaso. Pegasos. La imaginación fue el caballo de ambos, a todo galope. Uno de ellos parecía galopar por las pampas del lenguaje en pos del inalcanzable horizonte, el otro trepaba montañas al tiempo que las rocas se desprendían a su paso y construían ciudades.

Metáforas, éstas, como un correr de los dedos sobre el teclado, trote firme. Sin embargo, curiosamente, ambos en algún momento tomaron la figura del caballo como materialización del deseo.




Z - SALIDA [...]

[...]

«Paradoja, metáfora, imágenes, a qué peligros conducís», afirmó Fuentes ya en su primera novela. Por lo tanto, mejor volver a lo concreto y retener las últimas palabras, es decir, las más categórica y terminantes, que le escuchamos decir durante su conferencia en Buenos Aires, casi de despedida.

«Educación, educación, educación», clamó Fuentes con su mejor histrionismo y su vitalidad a todo vuelo. La inmensa sala en el pabellón principal de la Feria del Libro estaba colmada a reventar, pero no nos lo decía sólo a nosotros, con su voz llena se lo reclamaba al universo.

Su reclamo, casi una invocación, me trajo a la memoria el personaje de la novela Gringo viejo, Ambrose Bierce, quien en su Diccionario del diablo, en la entrada «Novela» anotó: imaginación, imaginación, imaginación.

Educación e imaginación son términos que pueden muy bien consustanciarse. Carlos Fuentes los repartió a manos llenas.

¿Y ahora?

Para salir del laberinto espiralado aquí propuesto se necesita volver al principio del fin. A los dos libros póstumos. Y conjeturar. Porque si sus autores ya están del Otro Lado, el del todo desconocido, no nos queda más remedio que usar sus propias armas, o mejor sus propias herramientas, y atisbar desde la imaginación los posibles desenlaces que nunca serán clausurantes.

Julio Cortázar, gran lector de Borges, no podía ignorar la trama del cuento «El milagro secreto». Allí el dramaturgo checo Jaromir Hladík está a punto de morir fusilado por los nazis. A último momento, Hladík sabe que lo único que le importa es completar su drama Los enemigos y ruega a Dios que le conceda el tiempo necesario: «Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación a la súbita gratitud».

En su propio cuento, «La isla a mediodía», Cortázar demostró conocer el mecanismo. Marini, asistente de vuelo a pesar de su apellido náutico, queda embelesado cada vez que sobrevuelan cierta diminuta isla griega, hasta que una feliz mañana después de elaborados desplazamientos logra llegar a esas playas donde los habitantes lo reciben con cordial sorpresa. Marini se queda a vivir con ellos, feliz, desentendido del accidente aéreo que arroja su cadáver a esas mismas playas.

Por lo tanto propongo que, en el instante supremo de la muerte, Julio pudo escribir entera la novela que se debía a sí mismo, la que lo había estado convocando desde los sueños. Las figuras geométricas, en ese larguísimo instante, se hicieron palabras y Julio pudo llevarse a la eternidad el libro para el cual se había ido preparando toda su vida.

Carlos por su parte, que alguna vez me dijo que ante la disyuntiva cielo/infierno prefería mil veces este último porque allí estaba la gente más interesante, ya en total dominio del secreto del eterno retorno, en el Más Allá se reencuentra y se reencuentra con Federico, don Niche para los íntimos. En cada instancia, el filósofo vuelve a reconocerlo y lo saluda y lo increpa:

-¿Usted es el que me dijo Súper-Súper-Gary-Cooper? ¿El que cree en el libre arbitrio es la actividad de los seres humanos, incluyendo a los personajes de una novela?

Carlos Fuentes entonces le ruega que sigan debatiendo, que tienen más tela que cortar y más historias que contarse.

-De acuerdo, acepta Federico Nietzsche. Pero salgamos al balcón, acá hace demasiado calor.





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