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ArribaAbajoCapítulo XIII

Que los indios hacían unos pueblos levadizos y los Padres de la Compañía iban a doctrinarlos


Muchísimos eran los indios que había en este Reino y por su gran multitud he oído decir que los españoles les impusieron el nombre de moscas conque hasta ahora los llaman, porque el durar siempre es propriedad o como esencia de un mal nombre que impuso o la viveza de ingenio o la mala querencia de alguno. Para servirse los españoles de Santa Fe de los pueblos comarcanos distantes de esta ciudad dos y tres días de camino, los emplazaban y señalaban tiempo, de suerte que venían pueblos enteros, y alquilados servían por espacio de un mes, y antes que acabasen con sus tareas los del un pueblo entraban los del otro. Como venían de asiento por el uno o dos meses de su alquiler con sus hijos y mujeres y les faltaban albergues donde pudiesen acogerse de día y dormir de noche, les enseñó la necesidad una industria, y fue escoger cerca de la ciudad un buen puesto donde formaban pueblo con tal facilidad que acontecía hallar con su llegada el campo raso como hoy, y al otro día por la mañana tener el pueblo fundado; mas que maravilla si las casas no eran de fundamento sino unas chozuelas levadizas cubiertas con paja. En ellas vivían con poca o ninguna luz de las cosas del cielo, y consiguientemente sin aprecio de la salvación de sus almas. Algunos en lugar de sus propias mujeres traían a las ajenas o a las que por solteras no tenían dueño. Los domingos no cumplían con el precepto de asistir al santo sacrificio de la misa, y en vez de ir a las iglesias a hacer oración se partían a los montes a coger leña para hacer fuego con que iban haciendo méritos para arder en el del infierno. Si enfermaban, no había quién los visitase ni cuidando de sus almas los confesase; y solía acontecer (¡oh qué lástima!) que solían morir como unas bestias sin   —60→   recebir el Viático para el cielo ni la Extremaunción para fortalecerse en aquel lance tremendo de morir. Y si esta desdicha tenían sus almas, también tenían fracasos sus cuerpos, porque habiendo iglesias cercanas acontecía enterrarlos en los campos, porque como ellos eran, lo uno bárbaros, lo otro chontales y de suyo encogidos, no se atrevían en tierra extraña a buscar los remedios ni para sus almas ni para sus cuerpos.

Compadecido el Colegio de la Compañía de Jesús de las miserias dichas de estos pueblos de prestado, les enviaba, aun en la mayor penuria de sujetos que padecía a los principios algún padre operario que los mirase como a hijos y los encaminase a que fuesen herederos del Eterno Padre sacándolos de la esclavitud del demonio. Iba el padre a visitarlos todas las veces que podía, llevábales alguna limosna de mantenimiento corporal para ganarles las voluntades para lo espiritual. Enseñábales en su lengua los misterios de la fe católica procurando que los entendiese bien su rudeza. Llevábalos en procesión a la iglesia más cercana de sus casas para que los domingos cumpliesen con el precepto de oír misa y a veces los traía por la tarde a nuestra iglesia para catequizarlos con más espacio. Informábase con buena traza de los que no vivían bien y procuraba reducirlos a bien vivir apartándolos con buen modo de la compañía ilícita que tenían. Cuidaba de noticiarse de los que se habían confesado en sus proprios pueblos al tiempo de la cuaresma y los confesaba oyéndoles las culpas que decían en su lengua materna, que para ese efecto la había aprendido el operario de Jesús. Si había enfermos, les llevaba algún regalo, solicitábales los medicamentos administrábales el sacramento de la penitencia, y si eran necesarios los otros procuraba que se los administrasen. Si algunos morían ejercitaba la misericordia enterrando los muertos.

Años ha que estos pueblos levadizos que ordinariamente constaban de doscientos y trescientos indios, no se forman ni se ven, porque estos miserables no se han multiplicado; antes bien se han minorado y consumido con los trabajos de las minas, con las mortandades de pestes y con otras calamidades; y esto ha sido con tal extremo, que muchos de los pueblos que antiguamente estaban en pie están destruidos y apenas hay el día de hoy algún pueblo en este Reino que no esté compuesto de indios que antiguamente eran de tres y cuatro pueblos distintos.



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ArribaAbajoCapítulo XIV

Dichosa conversión de una india que por no haber querido curarse supersticiosamente y por la devoción a Nuestra Señora del Rosario


Una india anciana despegó un día al padre que cuidaba de la congregación de los indios, rogándole que la confesase de espacio porque deseaba declararle las culpas de toda su vida. No fue necesario mucho ruego porque eso deseaba el ansioso celo del operario de la viña del Señor que gustosamente se ocupaba en arrancar las malas yerbas de pecados que brotan en las almas. Haciendo su confesión de espacio le dio licencia para que públicamente pudiese referir lo que sigue: Nací (dijo) y crieme en un pueblo de indios bárbaros y yo también era bárbara y de tan perversa inclinación que no me aficionaba a cosa buena. Hacíame azotar y trasquilar mi cura porque ni aun en las pascuas acudía a la misa, y si alguna vez iba, procuraba luego dormirme o salirme de la iglesia. Era yo muy viciosa y andaba perdida con muchos indios del lugar y muy metida en borracheras. No creía yo en Dios de veras como deben los cristianos, pero sin embargo tenía alguna devoción con Nuestra Señora del Rosario. Enviome su Hijo, como mi Dios y Señor una gravísima enfermedad que me duró cuatro meses y juzgando cierta mujer que me visitaba y asistía que ya yo me iba muriendo, envió a llamar a un Xeque (así se nombra el que es sacerdote de ídolos) y le dio cuenta de mi mal y le pidió que me curase. Entonces el Xeque que había consultado a los demonios, dijo que yo tendría fácil remedio y estaría al punto sana y en adelante sería muy rica y no menos venturosa si ponía en ejecución la receta siguiente porque era del ídolo a quien había consultado. La receta fue, que yo comprase un papagayo y un mico y que los criase por espacio de dos años y que al cabo de ellos llevara esa ofrenda a sacrificarla por manos del Xeque. Oyendo esta superstición respondí alumbrada de Dios y favorecida de su piedad que no quería alcanzar la salud temporal con ese remedio, que por ser pecado me quitaría la eterna salud.

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Habiendo oído este mi dicho el Xeque se fue muy descontento y yo empeoré en tanto grado, que vieron en mí (según dijeron) todas las señas de difunta, y así pareciéndoles que lo estaba me amortajaron y dieron orden de que me enterrasen. Entretanto que hacían estas cosas los vivos me sucedió a mí que estaba como difunta lo que diré ahora. Pareciome que estaba en mi cama con mucha quietud y sosiego aunque estaba enferma y alegróseme el corazón porque vi entrar por la puerta de mi choza a la Serenísima Madre de Dios, Reina de los Ángeles, Señora del Rosario. Venía asentada en una silla de oro teniendo al Niño Jesús en sus brazos hermosísimo por extremo, y aunque no abría los labios para hablarme, me estaba mirando con ojos muy alegres y con un semblante muy risueño. De la cabeza y cabellos de la Virgen salían unos rayos de resplandor semejantes a los del sol cuando raya por la mañana en el Oriente, sus vestidos tenían el lustre del oro más fino. Llegose la Virgen a mí y tocome afablemente la cabeza dicéndome que presto estaría sana. Dicho esto se me desapareció la Virgen y luego vi venir dos niños hijos míos que habían muerto con el agua del santo baptismo ricamente vestidos de tela de oro y cuatro ángeles muchos más hermosos que mis hijos, y los vi con unas cruces de oro en sus frentes; tras de los ángeles llegaron dos religiosos de Santo Domingo y poniendo sus manos sobre mi cabeza hicieron oración por mí y luego salieron de mi choza en procesión con el mismo orden con que entraron. Después de esto desperté como de un dulce sueño y viéndome amortajada comencé a rebullirme y a llamar con más que mediana voz a los de la casa. Acudieron muy espantados del suceso pareciéndoles milagroso, quitáronme la mortaja, preguntáronme muchas cosas pero no quise descubrir nada ni lo he descubierto hasta ahora. Esto dijo la buena india a su confesor y todo su dicho los verificó la mudanza de vida tan agradable a los ojos de Dios que hizo por más de veinte años cuidando de perficionarse en la virtud, y por referir algo en particular escribo que dicen de ella que lloraba amargamente su vida pasada y que se entregó mucho al rigor de las penitencias corporales. Confesábase muy a menudo; gastaba muchos ratos de oración en los templos. Quedole cordialísimo amor a Nuestra Señora del Rosario en cuya presencia andaba ordinariamente diciéndole mil ternuras sin poderse olvidar de la beldad y hermosura de la Virgen que se le representó para la felicidad de su conversión.



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ArribaAbajoCapítulo XV

Desgracias que han sucedido a algunos que no han acudido a sus congregaciones


Desde los principios de la fundación del Colegio de Santa Fe fundaron los padres cinco congregaciones. La primera de Nuestra Señora de Loreto en la cual se alistó el señor presidente don Juan de Borja, los oidores, otros caballeros y también otra gente española que no era de tanta calidad. La segunda de nuestros estudiantes. La tercera de los oficiales mecánicos de la República. Las otras dos de morenos y de indios. Los padres que las han tenido a su cargo y los que las tienen ahora les hacen pláticas los domingos por la tarde, y con este medio se han evitado muchas maldades que en esos días como en días más desocupados se solían cometer. No pocas veces se ha experimentado que algunos que antes de ser congregantes corrían como caballos desbocados tras los vicios; después de ser congregantes han corrido fervorosamente tras las virtudes a que los padres los exhortaban en las pláticas. Muchos se han visto que temblaban de dar un paso contra la ley de Dios. Muchos se ve que comulgan cada mes, y otros cada quince días y otros cada ocho y aun más a menudo. Muchos se han visto de los congregantes que han acudido a las cárceles y al hospital para el socorro de los presos y alivio de los enfermos. Estos y otros frutos espirituales se han cogido por la sementera que han hecho los operarios de Jesús en todas las congregaciones que celosamente en servicio suyo y bien de las almas han formado.

También han tenido su cosecha de desgracias los que no han querido coger el buen fruto ni acudir a las congregaciones donde se siembra el grano escogido de la divina palabra. En esta materia referiré algunos fracasos que sucedieron en esta ciudad de Santa Fe. Hubo un indio que a persuasión del padre de los congregados acudía algunas veces a nuestra iglesia para tener en los oídos una señal de predestinación cual es oír la divina palabra;   —64→   pero cansándose presto dio de mano a los buenos ejercicios que había comenzado y dio en otro mal ejercicio trabando amistad con una india. Cayó enfermo del cuerpo el que ya había caído en la muerte del alma. Súpolo el padre, partiose a visitarle y exhortole a que se dejase llevar a una parte donde se cuidaría de la salud de su cuerpo y del bien de su alma. La razón por que le hizo este exhorto fue porque donde estaba enfermo no tenía otra enfermera si no la que le quitaba la salud del alma yendo desde su casa a la del doliente. Este respondió al padre que iría adonde le mandaba y su obediencia fue hacerse llevar a la casa de su amiga, y en entrando en ella fue empeorando por momentos su mal. Fue allá el padre para reducirlo al bien, pero no quiso admitirlo ni responder palabra buena. Solamente le decía a su india: tú tienes la culpa de que yo esté así. Con esta penitencia murió en manos de la india y a ella le sirvió de escarmiento y lo mostró confesándose en nuestra iglesia y procediendo con edificación en la cofradía del Niño Jesús.

Faltaba un mozo platero algunos domingos a la congregación y reparándole el padre le riñó porque faltaba diciéndole que se enmendase en adelante. Prometió la enmienda y cumpliola tan fiel, que el domingo siguiente a la hora de la plática le dijo a un hijo suyo que previniese un caballo, y habiéndole prevenido se subió en él y echó al hijo a las ancas diciéndole: vamos por arena de forjar que esto nos importa más que ir a la congregación. Llegaron a una barranca que hacía una quebrada muy profunda. Al tiempo que sacaban el arena vio que se abría la barranca y que se venía abajo sobre ellos. Dio entonces el padre un grito a su hijo para que se escapase, pero fue tan presto el derrumbarse, que los cogió a ambos la tierra y los sepultó en la quebrada, mas no del todo, pues les dejó descubierta las cabezas; daban voces pidiendo socorro pero como la parte era profunda y descaminado el lugar no había quien los oyese ni quien los sacase de aquella profundidad. Cuatro días habían pasado en esta sepultura fatigados del tormento de la tierra que tenían encima, perdida la voz de gritar, congojados de que llegaba la noche y no les venía remedio. Al fin quiso Dios que lo tuviesen y así dispuso que un congregante que hacía viaje perdiese el camino y se encontrase con el caballo que se había desmandado por aquellos campos. Reconoció que era de su amigo la bestia y como   —65→   la vio con freno y silla, concibió que habría sucedido algún desastrado suceso y con este pensamiento fue caminando hacia la quebrada, oyó unas voces lastimosas y siguiéndolas llegó adonde estaban los medio enterrados, y viendo que él no podía sacarlos sin algún instrumento de barras o palas, dio vuelta a la ciudad, buscó los instrumentos y con ellos desenterró a aquellos dos vivos que quedaron tan atormentados que en breve tiempo fueron muertos, y con tal socorro de la divina piedad que recibieron los Santos Sacramentos de la iglesia y en su sagrado fueron la segunda vez sepultados.

No fue tan dichoso otro vecino de Santa Fe casado y congregante; pero mal congregante y mal casado. Mal congregante porque no quería acudir a las pláticas ni ocuparse en los ejercicios que hacían los buenos congregantes. Mal casado, porque había más de once años que dejando su propria mujer estaba en mal estado con otra que tenía dueño por ser casada, y todo esto era con escándalo de la ciudad. Tenía un amigo de tan buen vivir como él; almorzaron un día y saliéronse a pasear y aconteció que en la calle se cayó de repente el congregante mal casado sin dar muestras de dolor de contrición y dejando sospechas de que su alma se había ido a padecer los dolores del infierno. Sobresaltado con este suceso el compañero se resolvió con eficacia a mudar de vida. Empezó por la confesión dolorosa de sus pecados y vivió loablemente.

A otro hombre le exhortaron mucho a que se alistase y pusiese en el número de los congregantes y necesitaba bien de eso para mudar de vida y entrar en el catálogo de los que vivían bien debajo del piadoso manto y amparo misericordioso de la Virgen Santísima; pero él como necio se resistía haciendo donaire y burla de la congregación pero no le faltó el castigo, pues jugando un día con dos amigas suyas perdió su alma quedando su cuerpo muerto entre las manos de las dos.

Uno de los congregantes se resfrió en la devoción que antes solía tener con la Madre de Dios; ya no acudía a los ejercicios santos de la congregación y reparándolo un hermano suyo hizo oficio de buen hermano rogándole un día que fuese a oír la plática de la congregación; pero al ruego le respondió despechado diciendo que no quería ir ni había de poner los pies en la Compañía.   —66→   Así lo cumplió no yendo aquella tarde, pero aquella misma noche saliéndose a pasear sin saber quién ni cómo ni por qué se sintió de repente herir con una espada en la tetilla y la herida fue tal, que viéndola un cirujano a quien llamaron le desahució de la vida. Cayó entonces el herido en la cuenta y atribuyó su desgracia a castigo de Dios por el resfrío que había tenido en la devoción con su Madre y por las desmesuradas palabras con que había respondido al buen consejo de su hermano. Pidió que le llamasen al padre que cuidaba de los congregantes y confesose con él arrepintiéndose de sus culpas y llorándolas como quien estaba para morir y dar cuenta de ellas al Supremo Juez. Rogole a la Virgen que como piadosísima le perdonase la inconstancia en el servirla y la tibieza en agradarla. Fue cosa de maravilla que a la mañana viniendo segunda vez a curarle el cirujano le halló casi bueno de la herida con admiración de los que le habían visto la noche antecedente casi muerto; pero conservole Dios la vida para que la emplease en servicio de su Madre y así lo hizo renovando su devoción y afervorizando su tibieza y perseverando en santos ejercicios como escarmentado de la herida mortal y como agradecido al favor de la salud y de la vida.

Vivía en Santa Fe un mancebo y vivía tan mal, que no contento con ser malo disgustaba de que los de su casa fuesen buenos. Cuatro años había dejado pasar sin confesarse; los ayunos de obligación y las misas de precepto parece que no hablaban con él pues ni oía misa ni ayunaba; había arrojado el rosario y no rezaba ni una Avemaría y estorbaba a su mujer y a sus hijos que le rezasen porque era en su casa como el perro del hortelano. Estando durmiendo una noche soñó que le llevaban arrebatado los espíritus infernales y con el susto de verse llevado de tan mala canalla y a tan mala parte despertó dando voces y luego determinó ir a hablar bajo y en secreto con el padre de la congregación confesándole todos sus pecados, porque absuelto de ellos no lo llevarían los demonios y no saldría verdadero lo que había soñado. Con este intento se fue a nuestra iglesia, pero le sacaron de ella como por violencia y se le quitó la voluntad de confesarse; pero como Dios la tenía de que se salvase, le movió a que se fuese a oír una plática que se hacía a los congregantes de la Virgen la cual con su intercesión dio tal eficacia a las palabras de su predicador que el mancebo se convirtió y de hecho se confesó.



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ArribaAbajoCapítulo XVI

La Sacristía del Colegio de Santa Fe se hace ilustre con un indiecito mártir por la castidad


Ángeles llaman a los niños y quiso Dios que un niño de hasta once años que servía en el Colegio de Santa Fe de compañero de sacristán mostrase ser un ángel y mártir también, pues murió por la castidad. El caso fue que un indio salvaje (y lo que peor es) nefando se había venido a Santa Fe huyendo de otra tierra por haber cometido el delito que no es para dicho. Queriendo cometer otro de la mesma especie llamó al inocente muchacho, llevole fuera de la ciudad, y estando a la orilla de un río le declaró su nefando intento, pero el niño se resistió como criado y alimentado con la buena leche de la Compañía, y le afeó como pudo y supo la culpa diciéndole que no cometiese tal torpeza porque sería gran pecado y empezó a hacerle plegarias para que le dejase ir, y a dar gritos para que le soltase. Entonces colérico el indio viendo que de grado no le permitía cometer la culpa contra el sexto mandamiento de la Ley de Dios, cometió el pecado con fuerza contra el quinto matando al inocente angelito, bañándole no en su sangre sino en las aguas del río en que le ahogó. Después de cometido el cruel homicidio se volvió a Santa Fe con tanta paz como si fuera nada la maldad que había obrado y como algunos de nuestra casa le viesen venir solo, habiéndole visto ir acompañado del muchacho, le preguntaron por él. No permitió Dios que por excusarse de su pecado dijese alguna mentira; dijo la verdad confesando todo lo que había pasado. Enviaron por el niño al río y hallaron a la orilla difunto el cuerpecito que había sido compañero del alma que había tomado puerto en el cielo. Trajéronle y metiéronle debajo de tierra en nuestra iglesia. Oh insigne iglesia del Colegio de la Compañía de Santa Fe que entre otros cuerpos de santos tienes el de este niño que resucitará glorioso   —68→   y por ventura con la aureola de mártir en el día del juicio. Oh ilustre sacristía que mereciste tener en tu servicio un sacristán, que si no murió por la confesión de la fe murió por no quebrantar un mandamiento de la divina ley. Pena he tenido de que el Annua de mil y seiscientos y once que escrebió este caso no expresase el nombre propio de este niño; pero tengo gozo con entender que está escrito en el cielo2.



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ArribaAbajoCapítulo XVII

Envía desde Lima a nuestra iglesia de Santa Fe una reliquia insignia el señor don Fernando Arias de Ugarte


Habiendo Dios decretado que la sacristía del Colegio de Santa Fe fuese ilustremente honrada con el indiecito sacristán que en ella servía, quiso que no fuese menos sino más ilustre y más honoríficamente insigne nuestra iglesia con la posesión de la cabeza de una de sus once mil Vírgenes. Si el imperio en la iglesia triunfante nobilísimamente se ilustra con las almas de los bienaventurados, cierto es que los templos en la iglesia militante riquísimamente se honran con las reliquias de los cuerpos de aquellas almas bienaventuradas; y así no ha querido Dios que le falte a nuestro templo del Colegio de Santa Fe este lustre, esta riqueza, este honor.

Siendo oidor de Lima (donde después fue constituido arzobispo) el señor don Fernando Arias de Ugarte quiso ilustrar a la ciudad de Santa Fe, patria suya, dándole una santa cabeza de una de las once mil Vírgenes, y pudiendo hacer elección de la iglesia catedral para que en ella se conservase y reverenciase reliquia digna de tanto aprecio; hizo elección de la iglesia de la Compañía y se la envió para que la colocase en su templo, y porque el don fuese precioso no sólo por santo y celestial sino también por su adorno, envió una custodia de plata dorada artificiosamente fabricada que se apreció en más de ochocientos pesos y servía de reclinatorio a la cabeza celestial de la santa Virgen y mártir. De esta preciosísima dádiva hago agradecida mención porque es muy justo que aun después de muerto el señor don Fernando Arias, viva la memoria del beneficio recebido en todos los sujetos de la Compañía que en los futuros siglos vieren y veneraren esta santa reliquia.

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Luego que ella llegó se colocó en un altar con grande adorno en la iglesia mayor de esta ciudad de Santa Fe donde estuvo de hospedaje, y como de prestado por poco tiempo, y después de él se llevó a su propria casa (que era el templo de la Compañía) con una solemne procesión que se formó de los personajes del cabildo eclesiástico, de los oidores de la Audiencia Real, de todas las religiones y de todo lo granado de este Nuevo Reino de Granada. Recibiose en nuestro templo la cabeza con el aparato que se le pudo dar en la tierra. Las paredes estuvieron ricamente adornadas de Boceles y en ellos prendidas elegantes poesías al intento. No faltaron sonoras músicas en el coro. Los altares se aliñearon con curiosidad, y en ella sobrepujaba a todos aquel en que se colocó la calavera del alma de la santa Virgen. Cantose en reverencia suya una misa bien solemne y predicose un sermón bien discurrido al intento.



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ArribaAbajo Capítulo XVIII

Trae al templo nuestro del Colegio de Santa Fe muchas reliquias el padre Luis de Santillán


Después de haberse enriquecido la iglesia de nuestro colegio con la reliquia ya dicha, que era solamente una, quiso Dios que dejase de ser una y fuese la primera, pues tuvo muchos números de reliquias después de sí. No contaba siete años desde su fundación del Colegio de Santa Fe, cuando fue a Europa y volvió de ella el padre Luis de Santillán, siendo procurador de esta provincia. Adquirió en Roma y en otras ciudades los tesoros de algunas reliquias para enriquecer en lo espiritual a estas Indias que tanto han enriquecido a España en lo temporal.

Llegó con su riqueza a Santa Fe, y para que se viese que no era riqueza falsa mostró a la sede vacante y cabildo metropolitano los testimonios auténticos que trajo de las reliquias. Cuales hayan sido estas se verá en la repartición que de ellas se hizo en veinte andas para una procesión de que después trataré; pero ahora haré la nómina de las andas y de los santos.


Primeras andas

En las primeras andas se colocó un relicario de ébano de gran tamaño que incluía en sí dos canillas de las once mil Vírgenes y en medio de ellas una quijada de San Plácido.




Segundas andas

En estas se puso un medio cuerpo dorado que mostraba en el pecho una reliquia de Santa Marina Virgen y mártir. Sobrepúsose con hermosura un relicario de nogal con Agnus Dei muy grande en medio, que por los lados producía varios ramos y en ellos muchas reliquias.



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Terceras andas

Las terceras andas fueron todas de canillas, pues en un relicario de ébano con pie y guarnición de bronce iban tres canillas, la primera de San Fidel mártir, la segunda de una de las once mil Vírgenes y la otra del mártir San Félix.




Cuartas andas

Estas por ser las cuartas tenían un hermoso cuadriángulo de varias reliquias entre las cuales campeaban especialmente una canilla de San Largo y una quijada de San Ciriano mártir.




Quintas andas

Un medio cuerpo se labró de madera que bien adornado representaba la persona de Santa Fabia virgen y mártir, llevando en el pecho un gran pedazo de casco de esta santa, a cuyos lados se pusieron en dos piezas doradas las canillas de San Antolín y de San Secundino porque entrambos fueron mártires dichosos de Jesucristo.




Sextas andas

En estas se colocaron dos relicarios, dorado el uno y plateado el otro. En el dorado descansaban las reliquias de San Ignacio Obispo y de Santa Cecilia Virgen. En el plateado estaban dos costillas de San Constancio mártir.




Séptimas andas

Aquí se colocó un relicario de plata de tres cuartas de alto con dos canillas de los santos Tebeos a quienes iban honrando dos Sumos Pontífices con sus reliquias engastadas en dos cuerpos dorados que representaban su dignidad Pontífica. El del un lado era San Alexandro, el del otro San Eleuterio.




Octavas andas

Un castillo estaba en estas andas plantado; en él se veía una reliquia del vestido de Ignacio que se mostró valeroso en el castillo de Pamplona. Las piezas de batir contra el demonio que había en este castillo, eran algunos cabellos de Santa María Magdalena, que recibió a Jesús en su castillo y también los cabellos y hueso de Santa Juliana mártir; un retazo del cilicio de San Carlos Borromeo, una costilla de San Ponciano, casco de San Crescencio   —73→   mártir, costilla de San Guillermo mártir, mano de San Valentín mártir, dedo de San Marcial mártir; juntamente con reliquias de San Benito Abad y de los Santos mártires Donato, Justo, Sereno, Faustino, Aniceto y Filiberto.




Nonas andas

En la parte superior de unas gradas pusieron una imagen de San Calixto Sumo Pontífice, con una grande reliquia suya en el pecho, y en la grada inferior dos imágenes de los obispos, Eluardo y Porciano con sus reliquias también a los pechos como mostrando que es acción muy religiosa el traer a los pechos las reliquias de los cuerpos santos.




Décimas andas

Un torreón de bronce de excelente hechura y de maravilloso artificio del cual pendía todo género de armas contra el infierno, pues estaban en él las reliquias de los Santos Mártires Lorenzo, español insigne, Claro, Celestino, Basilio, Donato, Timoteo y Marcelino. Aquí lucía el casco de un Santo Niño Inocente, y la cabeza de San Joan Papa y mártir; dos canillas, la una de Sereno, la otra de San Fianosimo mártires; empeine de Santa Margarita Virgen y mártir. Y para honrarlo todo con las insignias sacerdotales se puso en esta torre un retazo de la casulla del Eminentísimo y Santísimo Cardenal Carlos Borromeo.




Undécimas andas

Incluían éstas un hermoso relicario con una redomilla de sangre de San Fulgencio mártir. Dos pedazos de cascos, el uno de San Lucio, el otro de San Ciriano mártires. Ambos encajes de los dos oídos de San Severiano mártir, dedo de San Antonio mártir, dos canillas, una de San Gaudioso y otra de San Vital mártires.




Duodécimas andas

Teníanse aquí en pie tres cálices; en el uno estaba la canilla de San Victorino mártir que es patrón de una de las parroquias de la ciudad de Santa Fe. El segundo cáliz sustentaba un dedo de San Nicolás Obispo. En el tercero estaba un cíngulo de San Carlos Borromeo.



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Décimas tercias andas

Aquí se miraban muela, diente y dedo de San Venancio en un relicario. Una redoma de sangre de San Sabino mártir. Un dedo de San Justo mártir. Las canillas de estos Santos Mártires, Macario, León, Aniceto, Fortunato, Sempronio y Julio. Una chocozuela de San Bonifacio el de Aglaes.




Décimas cuartas andas

Un cofre de terciopelo carmesí que encerraba varias reliquias y encima de sí mostraba en un relicario de plata una canilla de las once mil Vírgenes y dos canillas de los santos Tebeos.




Décimas quintas andas

Aquí levantaba su cabeza uno de los soldados de San Mauricio y le acompañaban dos canillas; el dueño de la una era San Fulgencio mártir y el de la otra Santa Crispina que tuvo juntas las aureolas de la virginidad y del martirio.




Décimas sextas andas

Colocose en éstas la cabeza de San Fortunato que por ser el patrón del Colegio de Santa Fe es su cabeza, como a tal le invoca muchas veces y como de tal ha recebido favores en necesidades urgentes. Acompañaban a esta cabeza la nuca de Santiago mártir y la espada de San Claro confesor.




Décimas séptimas andas

En estas andas estaba un pedazo del casco de nuestro santo padre Ignacio, y no estaba sin gloria accidental, pues tenía a sus lados reliquias de dos hijos de su espíritu, el beato y bienaventurado Luis Gonzaga y el bienaventurado San Stanislao.




Décimas octavas andas

El cuerpo de San Dionisio mártir en un cofre de terciopelo carmesí con su santa cabeza encima.




Décimas nonas andas

En un cofre de terciopelo verde bordado estaba el cuerpo de San Mauro mártir, y porque los ojos mirasen lo más principal pusieron su cabeza encima del cofre.



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Vigésimas andas

Aquí por último campeaba un buen pedazo de Lignum Crucis en una hermosa cruz de ébano con cristales y con guarniciones doradas y con las reliquias de los santos siguientes: San Pedro y San Bartolomé apóstoles; Santa Ana Madre de la Virgen; Santa María Magdalena; San Joan Crisóstomo; San Gregorio Papa; San Hilario Obispo; San Benito; los santos abades Benito, Policarpo, Plácido, Antonio; los mártires San Esteban, San Sebastián, San Eusebio, San Lorenzo, San Bonifacio, San Vicente, San Januario, San Valerio, los santos obispos y mártires, San Calixto; San Aniceto, San Dionisio Areopagita, San Victorino; las Santas mártires y juntamente vírgenes Catarina, Lucía, Inés, Águeda, Cristina; nuestros padres San Ignacio y San Xavier y también los dos hermanos Cosme y Damián, en cuyo día se confirmó nuestra sagrada religión con autoridad de la cabeza de la Iglesia.





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ArribaAbajoCapítulo XIX

Festejo que se hizo a los santos que eran dueños de las reliquias ya nombradas


Como era acto de la virtud de la religión el dar la bienvenida a los santos cuyas eran las reliquias que habían llegado a Santa Fe, trataron los religiosísimos padres provincial y rector hacerles un solemne recebimiento, y como pobres de solemnidad dieron sus trazas valiéndose de las personas que pudieron y saliéronles muy bien sus trazas como se verá en la siguiente relación.

En la víspera del día aplazado para la celebridad se publicó por las calles un certamen poético en que se provocaba a los ingenios a que hiciesen un piadoso desafío, procurando los unos vencer a los otros, tirando con los cañones de las plumas al blanco de los elogios de las reliquias de los santos. Para la publicación de este desafío santo salieron de nuestro Colegio Seminario en mulas compuestas con sus gualdrapas los colegiales todos a quienes acompañaban los otros estudiantes de nuestras escuelas, yendo en caballos bien enjaezados. El que llevaba el cartel del desafío iba armado dando a entender que salía al certamen o a la pelea que se pretendía que hubiese entre los entendimientos, procurando cada uno alcanzar la victoria en los elogios de las reliquias de los cuerpos que fueron como arcas en que estuvieron encerradas las almas que están agora gozando de gloria en la Patria Celestial. Y porque este desafío era de gusto, se significaba con la música de clarines y chirimías que delante de estos estudiantes de a caballo iban tocando unos músicos muy diestros.

Llegó la noche y después de haberle hecho la salva a la Emperatriz de los Cielos con el toque de las campanas y con la oración que la saludó el Ángel San Gabriel, comenzaron todas las iglesias de la ciudad a regocijarla con sonoros repiques, y para que estos fuesen más armoniosos se pusieron tres juegos de chirimías,   —77→   unas veces se alternaban entre sí mismas y otras veces con las campanas. Con esto entraba el regocijo por los oídos y porque no estuviesen tristes los ojos con las tinieblas de la noche, se encendieron luminarias en los balcones de las calles por donde el día siguiente había de andar la procesión. Media hora después de anochecido entraron cien indios de Fontibón a dar gusto en las calles de Santa Fe. Iban a caballo con disfraces de leones, tigres y de otras fieras que si suelen causar temor en sus proprias especies causaron mucho gusto en las apariencias. Cada uno de los indios llevaba un lucido farol en las manos con que se miraba bien y daba gusto la representación del animal bruto que con su máscara representaba. Acompañaba a estos disfrazados un sonoro estruendo de tamboriles y clarines. Delante de ellos iba una multitud de matachines que a trechos de las calles danzaban diestramente al compás de músicos instrumentos. Aumentaron el festejo de esta noche los estudiantes de las escuelas de la Compañía que salieron a pasear concertadamente por las calles llevando invenciones ingeniosas de entretenimiento con que dieron muy buena noche a los vecinos de la ciudad. Si esta noche fue buena no fue menos bueno el día siguiente porque los festejos de la noche fueron indiferentes y los del día fueron espirituales, si bien los de la noche de indiferentes se hicieron espirituales por haberse enderezado al fin religioso del culto debido a los santos que eran los dueños de las preciosas reliquias.



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ArribaAbajoCapítulo XX

Procesión que se anduvo con las reliquias de los santos


Era el templo de los frailes menores del seráfico padre no en menor ni en menos adornado que había en la ciudad de Santa Fe, porque en todas partes como tan religiosos se esmeraban en el culto divino y los fieles les dan limosnas para su aseo. Por esta causa la prudencia del padre rector Francisco de Victoria eligió este templo para que de él saliese la solemne procesión; pidiolo con agrado a los religiosos y estos se lo concedieron con liberalidad.

En este sagrado templo se pusieron en secreto y a tiempo las veinte andas de las reliquias de que hice mención en el capítulo XVIII. Estas estaban ricamente aderezadas por varias personas devotas con gran número de joyas, y aunque hubo personas que les fuesen a la mano por el riesgo que había de que se perdiesen algunas, quisieron más exponerlas a la pérdida que faltar al culto.

A la hora competente se formó la procesión con este orden: en primer lugar iba la cruz como patíbulo en que había muerto el Rey de los Mártires, cuyas reliquias se habían de seguir después en la procesión. A un lado de la cruz llevaban un cáliz y en él un clavo tocado al original conque nuestro Redentor fue enclavado en la cruz. Al otro lado hacía correspondencia otro cáliz en que iba el hierro de la lanza conque le hirieron el costado después de muerto; si bien no era el original sino otro semejante tocado al mismo original.

Siguieron a la cruz, clavo y lanza, muchos pendones que las cofradías de esta ciudad de Santa Fe y de sus contornos con sus caciques que son las cabezas y señores de los indios, los cuales llevaban muchas hachas encendidas en las manos y caminaban devotamente en compañía del Niño Jesús por ser de su cofradía, la   —79→   cual estaba fundada en nuestro Colegio y en esta ocasión cuidaba celosamente de ella el venerable padre Francisco Varaiz que los procuraba encender en fuego de devoción. Llevaban ocho indios en sus hombros (que menos no podían) en unas andas hermosísimas al Niño Jesús que iba adornado con un vestido de terciopelo azul con flores de oro, y como si no tuviera el vestido estas flores lo cuajaron de perlas y joyas tantas que llegaron a tener el valor de cinco mil pesos.

Tras el Niño caminaban consecutivas las andas de las reliquias con el orden que las mencioné en el capítulo XVIII. Sustentábanlas en sus hombros sacerdotes, así clérigos como religiosos de todas las órdenes que hay en esta ciudad. A cada una de las andas iban asistiendo por los dos lados y por delante unos niños vestidos ricamente como ángeles con alas en los hombros, con ramos en las manos y con guirnaldas en las cabezas.

Anduvo la procesión por sola una calle que aquí llaman Real y nunca mejor que entonces le compitió el epíteto de Real; lo primero porque estaba con grande majestad de doseles, cuadros y otros adornos; lo segundo porque iba por la calle gran multitud de sacerdotes, así de los vecinos de esta ciudad como de los doctrineros de los pueblos, y a los de este estado sacerdotal les da título de cosa real la autoridad del Príncipe de la Iglesia de San Pedro: regale sacerdotium. Lo tercero, porque iba marchando un real de soldados que a la sazón se habían alistado para el presidio de Carare y acompañaron la procesión haciendo salvas con los tiros de sus arcabuces. Lo último, porque se vio andar aquí religiosamente la Audiencia Real con su presidente que lo era el señor don Joan de Borja, caballero del orden de Santiago en el hábito y religioso de la Compañía en el amor.

Dieciséis eran las tropas de indios que discurrían por la calle danzando en la procesión, y aunque eran para alegrar el corazón sus danzas, mas era para mover los corazones a alabanzas de Dios el ver sus mudanzas espirituales, pues los que antes en su gentilidad adoraban ídolos, ya en su cristianismo festejaban imágenes y reliquias de santos.

A la mitad poco más o menos de la Calle Real está el religiosísimo convento de aquel gran patriarca de sangre real Santo Domingo. Allí sus religiosos hijos tenían prevenido un altar aliñado a las mil maravillas en el cual se pusieron las andas donde   —80→   iba el santo Lignum Crucis y se cantó una oración, y después de ella prosiguió la procesión yendo delante de las últimas andas el diácono con la Sábana Santa puesta en una asta a modo de pendón de modo que de todos fuese vista y venerada.

No entró esta procesión en la Compañía porque entonces su iglesia era la mínima de todas las de la ciudad de Santa Fe y no podía caber en ella tanta multitud de andas con tan innumerable gentío como acudía a la fiesta que se celebraba en honor de las reliquias de los santos. La causa porque entonces era la mínima iglesia fue porque el Colegio estaba muy a los principios de su fundación y no podía haberla fabricado grande. La iglesia donde entró la procesión para que se hiciese la fiesta, fue la iglesia mayor de la ciudad con beneplácito de los señores prebendados que quisieron hacer ese servicio a los santos y esa merced a los de la Compañía.

Puestas ya todas las veinte andas en los lugares que les tenía prevenidos la Catedral, y quieta ya toda la gente de la procesión salieron a un tablado bien dispuesto ocho indiecitos de Fontibón, a quienes el padre Josef Dadei no sólo había enseñado la doctrina cristiana sino que también había solicitado que para el culto divino supiesen bien el arte de la música. Estos niños vestidos de hermosas libreas danzaron haciendo un armonioso sarao, y tal que causaba admiración. No contentos con mover a excelente compás los pies, movían también los labios cantando como unos ángeles a los tiempos que les tenían señalados.

Acabado el sarao, se dio principio a la misa mayor con muy buena música en el coro. Para asistir al Evangelio que cantaba el diácono, salieron ocho niños españoles con hachas encendidas en las manos, y acabado el sagrado canto comenzó el diestro baile de los niños al son de cítara y vihuela meneando muy a tiempo las hachas y no con poco arte, a que añadieron la recitación de algunas poesías de arte mayor. Habiendo dádose a esta función su fin dio principio a su sermón el padre provincial Gonzalo de Lira, y lo predicó con la eminencia que solía porque fue un hombre a quien concedió el Señor un gran talento de púlpito.



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ArribaAbajoCapítulo XXI

Represéntase un coloquio de San Victorino mártir; sucede en él un caso milagroso y continúanse las fiestas hasta la Octava


El tablado que en la iglesia mayor sirvió por la mañana para el sarao, sirvió a la tarde para el coloquio. El coloquio fue una representación de la vida y muerte de San Victorino obispo y mártir, y no dejó de ser muy al propósito; lo uno porque entre las otras reliquias celebradas se había llevado en la procesión la canilla de este ínclito mártir. Lo otro, porque a San Victorino le tuvo esta ciudad de Santa Fe tanto afecto desde los principios de su fundación, que le dedicó una iglesia de las parroquias que tiene.

Representose el coloquio muy a gusto de todos, y aumentóseles admirablemente el gusto a todos con un milagroso suceso. Fabricábanse en aquel tiempo en la iglesia mayor unas capillas para su adorno, y en ellas habían levantado unos muy altos andamios necesarios para la fábrica, y pareciéndoles a muchos que este lugar sería acomodado para ver los representantes y oír sus palabras, se encaramaron sobre las tablas. Estándose representando el coloquio dieron a entender los andamios que no podían sufrir sobre sí tan grande peso. Quebráronse las cuerdas con que estaban atados los palos, y las tablas con que forzosamente tablas y palos y más de cien hombres que estaban sobre ellos cayeron sobre gran número de gente que estaba debajo de ellos, y cuando se pensaba que unos estarían heridos y otros casi para morir y aun algunos de ellos muertos, se halló que todos los caídos se levantaron sin lesión alguna y todo paró en festiva risa y en mayor devoción a los santos dueños de las reliquias a cuyas intercesiones con razón se atribuyó lo milagroso de este suceso.

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Gastada casi toda la tarde con el coloquio se llevaron cerca de la noche con grande acompañamiento de gente las andas de las reliquias, y porque no ocupasen mucho lugar en el corto espacio de iglesia tan pequeña, se colocaron con destreza en el altar mayor donde entonces no había retablo sino sólo un sagrario y dos imágenes de bulto a los lados. Las reliquias estuvieron patentes a los ojos por espacio de ocho días, y en ellos iban a verlas y visitarlas muchas personas de dentro y fuera de la ciudad ofreciendo velas de cera para que religiosamente resplandeciesen en su culto y veneración. El día de la Octava ordenó la piadosa devoción del padre provincial Gonzalo de Lira que a los santos se les hiciese fiesta con la solemnidad mayor que fuese posible. Cantó la misa el mismo padre provincial y predicó era ella el padre rector Francisco de Victoria. A la tarde, para dar buen remate a la celebridad predicó un excelente sermón el padre procurador Luis de Santillán, que como fue cuidadoso en traer las reliquias, anduvo curioso en discurrir sus utilidades. Después del sermón no le faltaron las suyas a los que emplearon sus ingenios en las poesías que se pedían en el certamen, pues se ejercitó la justicia distributiva repartiendo los premios según el mérito de cada uno de los poetas.



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ArribaAbajoCapítulo XXII

Favorece San Fortunato a una religiosa que lo eligió por su devoto


Entre las otras monjas del religiosísimo convento de la Purísima Concepción de la Madre de Jesús que emplearon su devota curiosidad en el aliño de las andas, le cupo a Mencía del Espíritu Santo la dichosa suerte de adornar aquellas en que se llevaba la cabeza de San Fortunato mártir, y con esta ocasión le cobró un grande afecto y para mostrárselo le ofreció rezar sin falta cada día una oración en obsequio suyo. Sucedió que habiendo estado embarazada con muchas ocupaciones un día se halló muy cansada a la noche, y siendo así que el cansancio y la necesidad del sueño la obligaron a que dejase de rezar otras devociones, no quiso dejar la que había ofrecido a San Fortunato. Vencida del sueño se acostó en su cama dejando muy cerca de ella la vela encendida y esta emprendió su fuego en la frazada, y estando ésta ardiendo ante las llamas, sintió que la mecían el cuerpo para despertarla y oyó que la decían: «levántate Mencía para no quemarte». Abriendo despavorida los ojos vio las llamas y el humo que casi la ahogaba. Atribuyó la voz saludable que la libró de la muerte a San Fortunato, cuya oración no había dejado aquella noche cuando de cansada se rindió al sueño. Con esta advertencia invocó de nuevo el patrocinio del santo y comenzó a procurar extinguir el fuego con las manos, y aunque estas le quedaron algo quemadas consiguió la victoria de las llamas que apagadas no pasaron adelante quemando la ropa y la celda en que vivía. Con este suceso se avivó más el fuego de la devoción de Mencía, y se emprendió en los corazones de las demás religiosas de suerte que determinaron hacer cada año fiesta solemne de San Fortunato y por tener en su convento alguna prenda suya delante de la cual se cantase la misa, le pidieron al padre provincial un diente del santo mártir, y no pudiendo su piedad negarse a su petición, se la otorgó su caritativa liberalidad.



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ArribaAbajoCapítulo XXIII

Erígese en nuestro colegio una esclavitud del Señor Sacramentado


Cuando en el presente siglo se numeraba el año de seiscientos y quince se erigió en nuestra casa una congregación de esclavos de Nuestro Señor Sacramentado y se alistaron en ella personas de conocida calidad, de oficios honrosos en la República y de hábitos de las órdenes militares. Traían por insignia de su dichosa esclavitud una medalla del Santísimo Sacramento con signo y clavo. Los corteses términos de salutación cuando se encontraban era decir: alabado sea el Santísimo Sacramento. Cuando a este Señor lo sacaban del sagrario para darlo por Viático a los enfermos, era su oficio el irlo acompañando como criados y esclavos suyos.

Tenían como por regla el gastar cada día media hora de la tarde en oración mental. Para que la tuviesen los instruía un padre de los nuestros y les daba puntos de meditación tres veces cada semana. Tanto se movió con esto una persona de rico caudal, que hizo propósito de poner renta bastante para el sustento del padre que se ocupase en dar a los esclavos los puntos de la meditación.

De esta oración mental tenida en reverencia del Santísimo y en presencia suya se siguió gran provecho y se reconoció en mucha reformación de costumbres, tanto que la ciudad de Santa Fe parecía otra ciudad porque con singular estudio se habían consagrado muchos a ser esclavos de este misterio de fe. De este provecho dio verdadero testimonio un dichoso cautivo de este Soberano Señor diciendo de sí mismo que en más de cuarenta años que cada día rezaba vocalmente por espacio de dos horas le parecía no haber sacado tanto fruto, fervor y desengaño como en tres días de oración mental que había tenido delante del Santísimo Sacramento.

Una tarde fue a nuestra iglesia uno de los señores de la Real Audiencia a oír el punto que para meditar se daba a los esclavos. Tomolo en la memoria y fue con los demás a meditarlo con su entendimiento y comunicole Nuestro Señor en la   —85→   oración tan gustoso y devoto sentimiento sobre un verso que se dio de David para la meditación, que por muchos días lo anduvo repitiendo y afirmaba que en toda su vida no había tenido mejor rato que aquel que había gastado en la oración mental con los esclavos del Señor. Uno de estos convidó a otro amigo suyo a que se fuese con él a oír el punto. Oyolo y meditolo con tanto gusto y provecho suyo, que agradecido le dijo a su amigo que jamás había recebido mayor beneficio que el que le había hecho en llevarlo a oír el punto. Dio verdaderamente en el punto porque se mudó en adelante en la condición y costumbres, de suerte que los de su casa estaban admirados experimentando la mudanza de su vida.

Los jueves de cada semana se les hacía plática en nuestra iglesia y en ella descubierto Nuestro Señor Sacramentado, ardiendo en presencia de mucho número de luces, se le cantaba con muy buena música la Letanía de sus elogios atendiendo a ellos y pidiendo misericordia los que se preciaban de ser sus esclavos.

Un domingo de cada mes tenían por estatuto el comulgar juntos a una misa que se les decía antes de la mayor. Todo ese día tenían descubierto al Santísimo Sacramento con mucho aparato de luces, con adorno de ricas colgaduras y devotos cuadros, con olores de cazoletas, pebetes y flores. En este día asistían de seis en seis repartidos, los esclavos por sus horas en oración delante del Señor. Cantábasele una solemne misa con los músicos de la iglesia mayor y de Fontibón, y no contentos con eso hacían que de cuando en cuando se cantasen motetes y villancicos a Cristo Sacramentado. Y para que este culto no descaeciese en lo porvenir, se señalaban cada mes dos diputados que cuidasen del culto del mes siguiente.

Al tiempo que los ciudadanos estaban en estos fervores aconteció que vino de fuera a esta ciudad un religioso recoleto gran predicador, y subiendo con buena ocasión al púlpito dijo que no era esta la ciudad de Santa Fe que pocos años antes había conocido, y añadió que no se espantaba porque los maestros que tenían de espíritu en la Compañía de Jesús estaba claro que habían de hacer esta reformación de costumbres; y por último exhortó a sus oyentes a la perseverancia en acudir a la doctrina de los padres de la Compañía.



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ArribaAbajoCapítulo XXIV

Festejan a San Francisco de Borja en su beatificación y elígenlo por patrón contra los temblores de esta tierra


Acerca de las fiestas con que la ciudad de Santa Fe celebró la beatificación de nuestro padre San Francisco de Borja en el año de seiscientos y veinte y cinco, no me han dado las Annuas más que unas noticias en común diciendo que se hicieron unas reales y suntuosas fiestas. Y para entender en particular cuán suntuosas y reales fueron, no es necesario más que saber que las hizo el señor don Joan de Borja nieto del Santo Padre y presidente de todo este Nuevo Reino de Granada. Quién puede dudar que tiraría la barra hasta donde llegaba su poder, y que en los festejos le ayudaría todo el Reino que le amaba como a padre por haberlo gobernado a fuer de tal por tiempo de más de veinte años.

Creció este festejo con la ocasión del Sínodo provincial que este año de veinte y cinco celebró el señor arzobispo don Fernando Arias de Ugarte con asistencia del señor don Leonel de Cervantes, obispo de Santa Marta, y de otros prelados que tuvieron poderes de la sede vacante de Cartagena y del señor don fray Ambrosio Vallejo, obispo de Popayán, que por enfermo se excusó de la asistencia al concilio provincial. En este con un acuerdo y con afectuosa devoción se eligió a San Francisco de Borja por patrón y abogado contra los temblores que hacían estremecer esta tierra y la ponían en peligro de asolar las casas y matar a sus moradores. Tomó este santo grande a su cargo el patrocinio como lo ha experimentado esta ciudad de Santa Fe en la cesación de sus terremotos.

Con voto públicamente solemne se obligaron a guardar el día de su fiesta y a celebrarla todos los años y fueron cumpliendo con su obligación yendo el cabildo eclesiástico y secular en   —87→   procesión a nuestra iglesia, cantándole en ella la misa unos de los señores prebendados y predicando los elogios del Santo Padre unos de los hijos de la Compañía. En el año de seiscientos y sesenta y seis hubo alguna falta de fidelidad en este voto, porque aunque lo cumplieron el señor arzobispo don fray Juan de Arguinao y sus prebendados, yendo en procesión desde la catedral y asistiendo a la fiesta faltaron a ella los regidores y todos los señores de la Real Audiencia. Viendo esto uno de la Compañía hizo reparo en el defecto del cumplimiento del voto; pero como bien intencionado lo echó a la mejor parte (que así lo saben hacer los que tienen buen espíritu) diciendo que se les habría olvidado, y añadió: «Guárdense del santo no dé algún vuelco a la tierra que les despierte su olvido»; y en verdad que no habló al aire porque sobrevino un gran temblor de tierra que dejó a todos temblando con el temor y miedo.

Al punto comenzó el clamoroso estruendo (aunque devoto) de las campanas tocando a plegarias y rogativas en todas partes; abriéronse las puertas de las iglesias de las sagradas religiones y en ellas se descubrió el Santísimo Sacramento con número de luces y otras imágenes de Cristo Nuestro Bien y de su Santísima Madre para consuelo de los fieles que todos clamaban a Dios misericordia cantando letanías y haciendo muchas otras demostraciones de devoción y compunción y decían todos a voces que aquel era castigo de no haberse hecho la fiesta de San Francisco de Borja, y muchos acudieron a nuestra iglesia trayendo algunas velas para que se encendiesen al santo. La demostración mejor y más substancial fue la que se hizo de casi infinito número de confesiones porque aquella tarde y noche fue continuo el ejercicio de oírlas los religiosos de todas las religiones, que todos con extraordinario espíritu y fervor concurrieron a hacer la causa de Dios. En nuestra iglesia parecían los concursos de confesiones y comuniones como si fuera el jubileo del Año Santo que así sabe Dios trabucar los corazones en honra suya y mucha gloria de los santos como lo fue esta de San Francisco de Borja.

No fueron los de menos sustos los señores de la Real Audiencia y los capitulares del cabildo secular cayeron en la cuenta unos y otros de su falta, y a aquella hora juntó en el real acuerdo a los señores oidores el señor presidente de la Audiencia que entonces era el señor don Diego del Corro Carrascal, clérigo presbítero,   —88→   inquisidor más antiguo del Santo Tribunal de Cartagena. Hicieron su acuerdo y se vio haber sido hecho con acuerdo divino; salió decretado que el domingo siguiente hiciese fiesta en nuestra iglesia el cabildo y regimiento a San Francisco de Borja y que se renovase el voto de hacerla solemne cada año.

Los regidores también hicieron su cabildo y señalaron dos diputados para que agenciasen la fiesta. Así lo hicieron dando, cuenta al padre rector de lo que se había decretado, así en el real acuerdo como en su cabildo pidiéndole cortésmente licencia y predicador, a que correspondió con estimación del decreto, concediendo lo que se le pedía.

Compúsose con grande aliño y aderezose con mucho aseo, nuestro altar mayor; prevínose buen aparato de música con que se cantó la misa con gran solemnidad, y con tan gran concurso del pueblo que no cabía la muchedumbre de gente en nuestra iglesia con ser bien grande; y desde las seis de la mañana hasta casi el mediodía hubo innumerables confesiones y comuniones. Predicó el venerable padre Bartolomé Pérez (que acababa entonces de ser viceprovincial de esta provincia) y el sermón fue digno, de aquella fiesta y de su grande espíritu y ardiente celo con mucho consuelo de todos. Después de la misa mayor comulgaron los señores presidente y oidores de dos en dos en forma de Audiencia, y del mismo modo en forma de cabildo los regidores y capitulares edificando así a todo el pueblo que se admiró viendo tan desusada acción.



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ArribaAbajoCapítulo XXV

Visita el señor don Fernando Arias su arzobispado llevando consigo un padre de la Compañía


No por tercera persona sino por la suya propia (que era la primera) trató el ilustrísimo señor don Fernando Arias de visitar su arzobispado no acobardando a su celo la noticia que tenía de lo trabajoso de los caminos, lo peligroso de los ríos y despeñaderos ni la sobra de incomodidades y falta de las cosas necesarias que en este viaje se habían de ofrecer. Por no ir a la visita sólo determinó ir bien acompañado, y para conseguirlo pidió al padre rector del Colegio de Santa Fe que le diese alguno de sus súbditos por compañero. Dioselo muy a propósito señalando al padre Miguel Jerónimo de Tolosa para que acompañase a su señoría porque juzgó sin engañarse que esta sería una misión de mucho agrado de Dios. Los sucesos que acontecieron en esta visita (que duró más de un año) no los podré yo referir más bien de lo que los dirán algunos capítulos de cartas que el padre Miguel Jerónimo de Tolosa ha tiempos enviaba a su superior y por esta causa los trasladaré aquí.

Llegamos (escribe en una) al primer pueblo de indios del distrito de Mérida en el cual hallamos más de trescientos indios tan bozales, que no sabían hablar ni entender la lengua española y mucho más bozales en el conocimiento de los misterios de nuestra santa fe, y el demonio tenía cerradas las puertas por las cuales les había de entrar este conocimiento, haciendo creer a los curas que era imposible declararles a los indios en su lengua los artículos de la fe católica. Con esta persuasión en espacio de sesenta años que ha que entraron en esta tierra españoles, sólo algunos muchachos y algunos indios mozos saben rezar el credo en español mal rezado y nada entendido. Esta falta de enseñanza que se halló en este primer pueblo se encuentra en todos los   —90→   demás. Cuando llegué a este pueblo supe que la lengua de los indios del distrito de Mérida era general por lo cual deseando hacer algún servicio a Nuestro Señor me puse de propósito a aprenderla y hacer mis cartapacios de ella con intento de tener alguna noticia para que ayudándome que alguna persona pudiese traducir en la lengua de los indios los misterios de nuestra santa fe. Traduje por entonces algunos, y juntando a los indios por las tardes les iba repetidamente leyendo y enseñando los misterios que en mi papel tenía traducidos. Eso hice a los principios que después con el estudio me habilité a poder enseñarlos sin leer. Oían los indios con mucha atención y gusto lo que les enseñaba en su lengua y voy trabajando en ella porque aunque en saliendo del distrito de Mérida no me ha de aprovechar, juzgo será del divino servicio que entiendan los de esta tierra que los misterios de la fe se pueden explicar en la lengua de los indios.

De este pueblo (prosigue el padre) pasamos la tierra dentro hacia los llanos en busca del pueblo de Aricagua, caminando tres jornadas por despoblado y por sierras altísimas atravesando dos páramos frigidísimos, y el uno de ellos lo pasamos con muy grande aguacero que duró casi toda la noche en el puesto donde nos rancheamos que fue el campo. En la una de las tres jornadas pasamos un muy buen río cuarenta y cuatro veces; y habiendo pasado otras incomodidades llegamos al pueblo en que hallamos setenta personas cristianas en el nombre, pero no en la enseñanza, porque de las cosas de la cristiandad no sabían palabra. Tres años habían pasado sin haber entrado cura a doctrinarlos porque a causa de estar cercanos a indios de guerra infieles no se atreven los sacerdotes a vivir entre ellos. En este pueblo baptizó el señor arzobispo diez y seis niños; para dar a los adultos noticia de las cosas divinas trabajé haciendo catecismo en su lengua, que era diferente de la pasada, y en ella los catequicé oyendo ellos con mucho gusto.

Llegamos a un pueblo llamado Gibraltar donde se trabajó mucho de día y de noche con españoles, indios y negros porque era de tiempo de cuaresma y no había cura, y el señor arzobispo hizo oficio de tal confesando a mucha de la gente. Pasamos a otros lugares de indios adonde el señor arzobispo confirmaba a los que sabían rezar el credo, y yo antecedentemente para que recibiesen la gracia del sacramento de la confirmación, les dictaba   —91→   el acto de contrición en su idioma. En ella les explicaba los artículos de la fe porque ya tenía yo más expedición en hablar su lenguaje. El catecismo que hice mandó su señoría a los curas que lo trasladasen y lo enseñasen a sus feligreses.

Dimos la vuelta hacia la sierra y subiendo por ella llegamos a unos pueblos donde fue Nuestro Señor servido que hubiésemos a las manos cantidad de ídolos, que algunos de ellos miserables adoraban y les echamos en una grande hoguera en medio de la plaza delante de todos haciéndoles una plática contra la idolatría. A toda esta función asistió su señoría con gran gusto y consuelo de su alma. Llegamos también a dos doctrinas de negros donde revalidé no pocos baptismos. Acudí también a algunas confesiones de españoles y en especial de uno que había treinta años que no se confesaba.



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ArribaAbajo Capítulo XXVI

Prosigue el padre Tolosa la relación de la visita


Es cosa tan ordinaria (escribe el padre en tercera carta) trastornar cerros, pasar por pantanos, por lodos y desbarrancaderos que ya no me causa novedad. Habiendo vadeado en ida y vuelta un río caudaloso ochenta veces, llegamos a un pueblo de indios en el cual habría sesenta personas tan poco doctrinadas, que causaba lástima. A ninguna de ellas administró su señoría el sacramento de la confirmación porque no sabían el credo, cuya ignorancia afligía mucho a su católico corazón. Atravesamos una muy alta sierra lloviéndonos a subida y bajada, cayéndose las cargas y las personas, y para evitar las caídas y el riesgo de despeñarlos caminamos el señor arzobispo y yo con mucho lodo y a pie más de media legua.

Prosiguiendo nuestro viaje llegamos a un paso que nos detuvo casi todo el día y vi una cosa de espanto y experimenté la particular providencia de Nuestro Señor. Los años pasados un temblor terrible arrancó de cuajo un cerro muy grande y lo llevó volando por el aire muy grande trecho; y en el lugar donde el cerro estaba quedó una concavidad que no se le halla suelo y se llena de las aguas y lodos que caen de los cerros circunvecinos y a tiempos revienta con grande fuerza y espantoso ruido un río de lodo envueltas en él piedras grandísimas que aporreándose unas con otras van haciendo un ruido formidable. El día que llegamos a este puesto había llovido mucho, de lo cual resultó reventar el volcán (que así llaman la concavidad que dejó el cerro). Y corrió un caudaloso río de lodo y piedras. A su ribera nos detuvimos gran parte del día mojándonos con el agua que llovía y aguardando que menguara la del río para poder pasar. La Providencia del Señor dispuso que las avenidas del barro trajesen dos grandes peñascos que se quedaron enfrente de nosotros y nos sirvieron   —93→   de puente por donde pasamos a la otra parte todos dando gracias a Dios por la puente que nos había dado. Este día nos desayunamos (como otras veces) su señoría y yo a las siete de la noche. Tan achacoso llegó a estar en el día siguiente el señor arzobispo, que no pudo decir misa, y lo sintió muchísimo porque no le había acontecido dejarla día ninguno de decir desde que se ordenó de sacerdote.

Luego después de esto nos vimos en un aprieto grande, y fue que la cantidad de barro y piedras represó un río que habíamos de pasar y soltando la represa por la mañana nos dejó aislados sin poder salir a una parte ni a otra; pero entonces dispuso la Divina Providencia que llegase gente por la una parte del río que cortando un árbol muy grande y muy fuerte que estaba a la orilla lo derribaron de raíz a la ribera donde estábamos que sirvió de puente por donde pasamos, porque con estar el río bien ancho fue el árbol tan largo que alcanzó a entrambas riberas.

Para llegar a la doctrina del río del Oro caminamos once leguas de despoblado y por cuestas asperísimas, derrumbaderos grandes, por una montaña llena de pantanos, por laderas tan peligrosas que en discrepando los pies las mulas habían de caer y parar en una profundidad horrorosa. En un repecho de una subida muy agria, fue necesario descargar las bestias y subir los hombres con las cargas en los hombros. El señor arzobispo no quiso encargar el oficio de arriero a otro, y llevó su petaca a cuestas. Duró este ejercicio tres horas y lo hizo más trabajoso lo ardiente del sol que nos hacía sudar mucho; y en acabando de subir la cuesta nos salió a recebir en lo alto un aire frigidísimo que era muy a propósito para causar un pasmo mortal, mas no quiso Dios que nos dañase.



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ArribaAbajoCapítulo XXVII

Castigo divino en uno de los curas visitados


Entrando el señor don Fernando Arias y en su compañía el padre Miguel Jerónimo a la visita de un pueblo de indios, halló con poca pesquisa, que el pastor de aquellas ovejas estaba herido con la roña de la lascivia, y en vez de curar la que unía en sus feligreses, pegaba públicamente la suya a una indiezuela teniéndola en su casa para tener más a mano la ejecución de sus torpezas. El señor don Fernando ejercitó su amor paternal avisándole de su delito con suavidad para que lo enmendase, y también se valió de su señorío mandándole que echase de su casa la indiezuela para dar a sus ovejas el buen ejemplo que debía darles; pero él se excusaba diciendo que la tenía para cosas lícitas de su servicio y jurando y perjurando afirmaba que eran mentiras, las que de su persona y proceder se habían vendido por verdades. Asimesmo el padre Miguel Jerónimo le habló amigablemente, rogándole muchas veces que obedeciese a su prelado enmendando su culpa que estaba muy manifiesta, y echando a la ocasión de ella fuera de su casa. Nada de esto bastó para que lo ejecutase y por eso su señoría le hizo quitar con fuerza la india y mandó que la llevaran a la casa de su encomendero. Con esto salió fuera de sí el clérigo, y saliendo también de su casa se fue a la ciudad que estaba tres jornadas distantes de su pueblo, y llegando en busca de la india escaló una noche la casa donde estaba, y sacándola por encima de las paredes se volvió con ella a su pueblo y reincidió en vivir escandalosamente como de antes. El encomendero de la india la hizo secretamente sacar de la casa del cura y la hizo esconder en otro pueblo para que no la pudiese hallar. Anduvo como un loco buscándola en muchas partes, y como eran tantas las diligencias que hacía, supo donde estaba: que las cosas que no conviene saber no falta un demonio   —95→   que las diga. Caminando iba con toda priesa al pueblo para sacarla y traerla consigo cuando Dios le atajó sus malos pasos para que no los diese en adelante con su mal ejemplo. Revolviose el tiempo en que iba, amenazaron tempestad los cielos, rompiose una nube y de ella cayó un rayo que convirtió en ceniza su cuerpo. Causó grima el caso y ocasionó lástimas en los corazones de los que le conocieron y supieron los malos pasos en que le cogió la muerte. Luego que la supo el señor don Fernando sustituyó en aquella doctrina a los padres de la Compañía entretanto que señalaba cura proprietario. Después de haber concluido muy a gloria de Dios con la visita de su arzobispado, volvió con felicidad a la ciudad de Santa Fe y yo me vuelvo a ella para proseguir la relación de las cosas que tocan a su colegio.



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ArribaAbajoCapítulo XXVIII

Maravillas de San Ignacio y de San Xavier


El epíteto de Botica Celestial se le puede dar con verdad al colegio de Santa Fe porque tiene la posesión de una milagrosa medicina. Ésta es una carta toda de la mano y pluma de nuestro padre San Ignacio escrita a San Francisco de Borja. Omito el contar las maravillas que ha hecho con mujeres que han estado para parir y con sus criaturas que han estado para nacer, porque esto es muy ordinario, y para esto piden con frecuencia esta carta y la llevan en una vidriera curiosamente acomodada. Referiré sólo dos casos de salud que dio San Ignacio con su carta.

Cayó en esta ciudad enfermo un niño de teta hijo de un señor oidor de Real Audiencia, el mal creció de manera que ya trataban de su entierro porque afirmó el médico que le quedaban pocas horas de vida; pero en muy buena hora repararon que podría importar a su vida el aplicarle la carta milagrosa de nuestro santo padre; llevola uno de sus hijos, aplicósela al niño y luego al punto se alentó tomando la leche del pecho que antes no arrostraba y quedó totalmente bueno. Con esto se manifestó que la carta de San Ignacio es carta de salud. Una señora principal de esta misma ciudad que estaba totalmente desahuciada de la vida de suerte que una noche juzgaron que cuando más duraría hasta el amanecer; pero desvaneciose este juicio con un remedio que le aplicaron, y fue decirle uno de los nuestros un Santo Evangelio sobre la cabeza y ponerle la carta santa sobre el pecho, lo cual le aprovechó tanto que le hizo dar arcadas con un copioso vómito y quedó buena y sana del mal que la había puesto en estado de morir.

Es mucha la devoción que Santa Fe tiene al apóstol de la India San Francisco Xavier; con más viveza se ha seguido en nuestro colegio de Santa Fe con ocasión de haberse colocado en   —97→   una de las capillas de nuestra iglesia, fuera del hermosísimo bulto suyo que está en el retablo del altar mayor un gran cuadro de pincel. Es la figura la de la milagrosa imagen de Potamo, tiene pintadas muchas ciudades y lugares de la Italia en especial del Reino de Nápoles y ducado de Calabria, y muchos enfermos de todo género de enfermedades que a los pies del santo aguardan el movimiento de las aguas de su caridad en la piscina de su poderosa virtud. Esta representación tiene muy movidos los ánimos de los fieles y el santo se va apoderando de los corazones con sus maravillas. Dos señoras de esta ciudad muy estimadoras de la Compañía y que perpetuamente le sirven en lo que se ofrece y pueden, tenían un negrillo esclavo desahuciado de tabardillo. Hallábanse bien afligidas porque además de haber criado al negro les había de hacer gran falta por ser el único moble de su estancia y hacienda. Aunque hicieron cuanto alcanzaron con su extremada caridad de remedios humanos ningunos bastaron. Acudieron a los divinos, por medio de San Francisco Xavier prometiéndole mandar decir algunas misas como lo hicieron con efecto y le encendieron unas velas delante su sagrada imagen en nuestra iglesia, y luego fue cobrando el negro mejoría en lo más rigoroso del peligro y quedó sano.



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ArribaAbajoCapítulo XXIX

Cómo la Compañía mostró la fecundidad de su espíritu en el pueblo de Caxicá


En este Nuevo Reino de Granada fue Caxicá el primer pueblo de indios donde la Compañía mostró la fecundidad de su espíritu engendrando hijos (como San Pablo) por medio del Evangelio. Al mismo tiempo en que los padres iban en este pueblo saliendo de la ignorancia de la lengua mosca con su estudio, iban sacando a los indios de las ignorancias de la fe católica con su celo. Por las mañanas enseñaban la doctrina cristiana en su lengua a las niñas y después por la tarde a los niños. Unos días tenían señalados para doctrinar a los viejos y otros a las viejas en que ponían su mayor cuidado por ser más difícil que aprendan habiendo llegado a la vejez. Túvose por traza muy útil y lo fue el disponer que cada día acudiese a nuestra iglesia una capitanía o barrio del pueblo y a cada uno le iban preguntando lo que sabía y luego le daban nueva lición para que la trajese sabida el día siguiente.

Para quitarles la adoración y culto que tan de atrás habían dado a los ídolos, tomaron por medio ponerles a la vista y colocarles en la iglesia la hostia consagrada donde Cristo verdadero Dios y verdadero hombre asiste sacramentado. Instituyeron una congregación de este Soberano Señor y debajo de su amparo fueron alistando gente, y para moverlos a que se alistasen con la vista de ojos les hizo un hermano de nuestra Compañía una buena custodia y viril de plata. Procuraban los padres alimentar a los indios como a hijos de su espíritu con el manjar celestial de la Eucaristía, y muchos de ellos se preparaban con oraciones, disciplinas y ayunos para comerla y se experimentó en la mudanza de sus costumbres que les hacía muy buen provecho la comida. Indio hubo que muriendo de treinta y cinco años lo llevaron virgen a la sepultura, y no hay que admirarlo, porque el   —99→   vino de la sangre de Cristo sabe en todas partes engendrar vírgenes y engendró a este indio virgen en Caxicá.

Entre las hijas espirituales de los dos padres doctrineros fue la mayor (por ser la más espiritual) una india que no contenta solamente con ser buena procurase que lo fuesen los otros, y así acudía a dar cuenta a los padres de cualquier cosa mala que de otros llegaba a su noticia, y estoy con un celo santo y con un perfecto deseo de que se remediasen pecados que estorbasen ofensas de Dios. Y en esto era tan perfecta la buena india, que aun de cosas menudas que entre indios carecen de notable deformidad, daba celosa los avisos. Lloraba con amargura el haberse embriagado en los primeros años de su juventud, y cuando vía beber inmoderadamente a otros se afligía tanto, que no podía reprimir las lágrimas considerando las ofensas de Dios que se podían seguir de la demasiada bebida. Éstas las suelen reservar los indios para los domingos y días de fiestas por las tardes, y así arbitraron los padres hacer entonces procesiones, y fue tan bueno el arbitrio que con él evitaron y estorbaron muchos pecados de embriaguez.

Con las pláticas y sermones que los indios oían acerca del sacramento de la penitencia cobraron tal afecto a la confesión sacramental que la tomaban por remedio de cualquiera aflicción que tenían. En hallándose con alguna pena se iban a poner a las plantas del padre para coger el fruto de su consuelo. Si les daba algún pequeño achaque corporal procuraban confesándose luego sanar en lo espiritual. Los que ordinariamente padecían todos los días algún mal no querían que se les pasase semana ninguna sin confesarse y también tenían por costumbre el oír todos los días misa.

Habiendo un indio capitán caído en una enfermedad, juzgaron los otros por leve su mal; pero él sin embargo se confesó muchas veces disponiéndose para morir y pidió que le diesen el Santísimo Sacramento con grande instancia, pero con una frase y modo de decir tan extravagante, que el padre no la entendía en el sentido que el enfermo la pronunciaba. Decía el enfermo que quería ver a Dios y el padre le respondía que muriendo arrepentido y confesado lo vería en el cielo. No se atrevía a darle el Santísimo Sacramento por Viático, así por entender que aún no lo pedía la enfermedad como porque el enfermo había sido   —100→   acusado de xeque o sacerdote de ídolos. Agravósele el achaque al doliente y dando en aborrecer todo manjar corporal dio en decir repetidas veces que en esta vida no quería más que ver a Dios. La repetición de este dicho le dio en qué pensar y en qué entender al padre, y entendió que el manjar que apetecía el enfermo era el Viático Soberano. Dispúsolo para que lo recibiese y en habiéndoselo dado sin imaginar que moriría tan presto el enfermo, sucedió que en recibiendo al Señor dio muestras de que quería dar su alma al mismo Señor con señales de muerte y así le trujeron luego la Extremaunción, y en acabando de darle la última de las Unciones expiró.



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ArribaAbajoCapítulo XXX

Los caxicaes fueron los primeros músicos de iglesia que hubo en este Reino


No se había visto indio ninguno en este Reino que supiese qué cosa era solfa, no se había oído a ninguno que cantase en iglesia cuando los padres de la Compañía entrando en Caxicá emprendieron que sus indiecitos fuesen los primeros cantores del Reino para oficiar las misas y cantar los divinos oficios. Pusieron escuela de leer y escrebir, y atrayendo a los muchachos les fueron mostrando las letras para que las conociesen por sus nombres, y luego las fuesen formando con la pluma por sus figuras. Después de conseguido esto les fueron enseñando el canto llano y el de órgano, los fueron industriando en la música de flautas, chirimías, violones y otros instrumentos de armonía sonora.

Cuando los muchachos tuvieron alguna destreza en el canto trataron los padres de hacer una fiesta a la Concepción Purísima de la Virgen María que era la titular de la iglesia del pueblo. Convidaron para que cantase aquel día la misa a un religioso que era cura de un pueblo de indios que está cercano a este de Caxicá. Admitió el convite, y oyendo oficiar la misa a los muchachos se asombró de admirado y su admiración le obligó a que varias veces le dijese al diácono, aun cuando estaba en el altar, que nunca entendiera ni creyera jamás que los indios supieran cantar ni oficiar una misa si no lo hubiera visto y oído. Acabada la fiesta no pudo contenerse el religioso, y dándole el parabién al padre que era superior de los dos compañeros que consigo tenía en la doctrina, le dijo estas palabras formales: «Padre mío, yo voy muy consolado y he dado mil gracias a Nuestro Señor habiendo oído a estos niños porque tengo por cosa de milagro el haber salido con esta empresa de que sepan los indios cantar». Los vecinos españoles también hacían admiraciones porque a los indios los juzgaban   —102→   por inhábiles, no sólo para la música sino para otras cosas de menor arte; pero la experiencia ha enseñado que son para mucho más de lo que erradamente pensaban de ellos. Fue indecible lo que se aparroquió y multiplicó de gente la iglesia de Caxicá en los domingos y días festivos con lo sonoro de la música con que se oficiaban las misas cantadas. Parecía que las voces llamaban a los españoles que tenían sus haciendas en puestos circunvecinos, y así dejando otros pueblos que tenían más cercanos se iban a oír la misa cantada al pueblo de Caxicá. Y lo que es más, algunos indios de otros pueblos los dejaban en los días de precepto de oír misa y acudían a oírla con los de Caxicá.

Muy célebre fue la primera Nochebuena que se vio en ese pueblo, que la hizo muy célebre la novedad nunca oída y nunca hasta entonces vista, y fue oír cantar maitines con mucha variedad de instrumentos. Convocaron a todos para esta noche en el día del domingo antecedente y parece que nadie se excusó con decir que era incómoda la hora de la media noche; todos, todos acudieron a escuchar los maitines con devoción y a oír las chanzonetas con alegría; y lo que causó gran edificación fue que no contentos con haber oído la misa primera que se cantó después de los maitines, acudieron después a oír las otras dos misas que se dijeron a diferentes horas del día del nacimiento del Niño Dios.




ArribaAbajoCapítulo XXXI

Efectos de las cruces puestas en Caxicá y del Evangelio recitado sobre las cabezas


Supieron los padres que entre las casas del pueblo estaban en pie algunos árboles junto a unos montecillos donde los indios antes que fuesen cristianos solían tener sus ídolos y ofrecerles sacrificios. Vínoles a los padres la noticia de esto porque inquirieron la causa del temor que tenían de sembrar en aquellos lugares y del miedo que mostraban en cortar algunos palos de aquellos árboles. Luego que supieron esta antigualla perniciosa la destruyeron, lo uno exorcizando aquellos lugares con los santos exorcismos de la iglesia católica. Lo otro haciendo derribar aquellos árboles y levantando en su lugar los de las Cruces Santas que representaban al árbol en que Cristo murió crucificado. Con este hecho ahuyentaron a los demonios y animaron a los indios a que sin temor rompiesen aquellos pedazos de tierra y en ellos hiciesen labranzas de maíz, que es el trigo de que se sustentan. Así lo hicieron en adelante sin recebir el daño que antes habían temido, y experimentado en algunos males que el demonio solía hacerles.

Un día se fue un indio a acusar al demonio (así lo deben hacer todos los tentados) en presencia de su párroco diciéndole que unas veces se le aparecía en figura de hombre y otras en forma de mujer, y que siempre le procuraba persuadir que cometiese algún pecado. Ya estando en la cama le incitaba a que cometiese alguna culpa de torpeza; ya le inducía a que se levantase para ir a beber de gula y embriagarse, ya le aconsejaba que cuando fuese a confesarse callase los pecados graves y le dictaba algunas culpas leves que podía manifestar al confesor. Oyendo estas cosas el buen cura de su alma le mandó que pusiese muchas cruces en su casa, y que bien prevenido hiciese una general confesión de   —104→   toda su vida. Así lo ejecutó obediente el indio y después vivió totalmente libre de la familiaridad y apariciones conque el demonio le había tratado.

Como los de la Compañía eran los padres espirituales que engendraban estos hijos por medio del Evangelio, quiso Dios que fuesen también los médicos que maravillosamente los curasen con el Evangelio. Esto se verá en los dos casos siguientes: Viendo uno de los nuestros a un indio mozo muy acosado de un continuo dolor de estómago que le había puesto flaco el cuerpo y descolorido el rostro, y le obligaba siempre que estuviese sobre el fogón o al sol porque era tan grande el frío que le helaba, que no podía entrar en calor en todo el día, le dio por eficaz remedio que devotamente asistiese a un novenario de misas y le prometió que después de ellas diría sobre su cabeza el Evangelio de San Marcos con que se le quitaría el mal del estómago. El mozo asistió a las misas, el padre le dijo los Evangelios y éstos tuvieron eficacia medicina, pues luego el enfermo comenzó sin otro medicamento a sentirse mejor de su achaque y quedó del todo sano de su mal.

Habiendo de entrar la fe por el oído se halló en el de un muchacho indiezuelo el impedimento de la sordera con tal extremo que no oía palabra ninguna de las que le decían. Viendo esto su padre natural determinó enviarlo a pastorear las ovejas y que en su lugar acudiese a la doctrina otro hermanillo suyo que hacía el oficio de pastor. El que lo era de su alma, por ser su cura, lastimándose de que aquel muchacho se fuese al campo a vivir entre las ovejas como un bruto sin conocimiento de los misterios de la fe, le dijo a su padre que antes de enviarlo lo trajese a la iglesia para que por espacio de nueve días estuviese presente a su misa. Acabada ésta recitaba el sacerdote el Evangelio sobre el sordo, y aconteció que acabándoselo de recitar al nono día le preguntó cómo se llamaba a que prestamente respondió diciendo su nombre. Hízole otras preguntas y a todas ellas satisfizo como quien ya tenía buen oído. Admiráronse los presentes que le habían conocido sordo siempre y dieron gracias a Nuestro Señor que por medio de su Evangelio dio oídos a este sordo; de donde se originó que oyese y creyese los misterios de la fe.

Diez años cultivaron los obreros de la Compañía esta viña de Caxicá con tanto fruto, que a juicio de varones de ciencia y   —105→   conciencia estaba bastantemente desarraigada su antigua idolatría y promulgado suficientemente el Santo Evangelio en todos los naturales de esta tierra. Al cabo de estos diez años hizo grandes instancias a la Compañía el señor presidente de este Nuevo Reino para que se encargase de la cultura del pueblo de Duitama; pero viendo los superiores que por falta de operarios no podía acudir juntamente a los dos pueblos, se determinaron a que se dejase el de Caxicá por estar bien enseñado y pasase a Duitama que necesitaba más de enseñanza. Llegose el día de la partida y parece que se partían tiernamente los corazones de puro sentimiento, así de los hijos espirituales que quedaban, como de los padres que se iban. Al despedirse repartieron los nuestros a la gente muchas limosnas de maíz y otros mantenimientos. En lugar de los de la Compañía quedó por párroco un clérigo con particulares instrucciones para conservar lo que los nuestros habían trabajado en los indios. Lo que obraron con los de Duitama escribo en el libro 2.º del colegio de Tunja por haber estado subordinados a su rector los operarios de Duitama, y ahora por proceder con el acierto de un buen orden, trataré de la doctrina de Fontibón que está sujeta al colegio de Santa Fe.



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ArribaAbajoCapítulo XXXII

Los padres introducen la fe y expelen la idolatría en el pueblo de Fontibón


La gente de Fontibón era tan extremadamente gentil, que en grado superlativo era nada a la idolatría, y para que se expeliese ésta y se introdujese la fe, escogió el señor presidente don Joan de Borja a los padres de la Compañía. Entraron en Fontibón el padre Juan Baptista Coluchini y el padre Josef Dadei, y lo primero que hicieron fue enseñar la doctrina cristiana a los indios grandes y pequeños en su lengua materna dándoles a entender los artículos de la fe y predicándoles contra la idolatría. De aquí se siguió que en los que de veras eran cristianos hubo gran reformación, y en los que eran sólo en el nombre se vio una total transmutación.

Muchos de los indios empezaron a proceder cuidadosísimamente en la materia de adorar a un solo Dios verdadero y de no dar culto a mentidos dioses con resoluciones firmes de no usar de las supersticiones que antes acostumbraban. No contentos con tener en sí mismos esta cristiandad andaban como perros de rastro buscando a quién cazar en las idolatrías y supersticiones para que las remediase su celoso cura que lo era el padre Josef Dadei, el cual solía hacer delante y a oídos de ellos cristianísimas invectivas contra los idólatras y supersticiosos.

No dejaré de poner aquí en particular el fruto que sacó de ellas una india anciana. Estando ésta con una enfermedad que al parecer le quería quitar la vida, recibió el Soberano Viático para partir a la otra, y estando en este extremo entró a visitarla un viejo forastero y la ofreció beber supersticiosamente el tabaco para consultar al demonio y saber lo cierto de si se había de morir o no. La buena india le desechó de sí azorada y enviando a llamar a uno de los padres que la habían doctrinado pensando, como mujer de buena conciencia, haber culpa donde no la había; contó muy compungida el caso y con lágrimas en los ojos dijo: «¿Qué te parece, padre, de tal atrevimiento? ¿Que habiendo yo comulgado y entregado mi alma a mi Señor Jesucristo viniese el demonio a quererme engañar por medio de aquel viejo?» Preguntole el padre si había dado algún crédito a esa superstición   —107→   y entonces ella con señas y con palabras respondió que no, y después como buena cristiana acabó su vida con señales de que iba a gozar de la eterna.

Tan lejos estaban los muchachos de seguir las idolatrías de sus antepasados, como se manifiesta en el caso siguiente. Halláronse una vez en el campo juntos más de cien indiezuelos, y topando acaso un idolillo de los que habían adorado los gentiles antiguos de aquel pueblo, les cercaron alrededor y le fueron pisando dando de coces y escupiendo, y no contentos con esto le daban gritos burlándose del demonio que había pretendido y alcanzado adoraciones de sus padres y abuelos. Aquí a estos muchachos se les puede decir lo contrario del común proverbio: Bien haya quien a los suyos no se parece; y es cierto que alcanzaron el bien por no parecerse a los suyos en este gentílico mal.

Siendo superior de esta provincia de Fontibón el padre Pedro Navarro, le aconteció, que estando disponiendo a los indios con sus exhortaciones y avisos para que comulgasen en el día de la Asunción de Nuestra Señora del año de seiscientos y quince, le llevaron algunos ídolos para que los despedazasen juzgando, y bien, que el dejar la idolatría era excelente disposición para recebir en sus pechos al Dios verdadero. También en el mismo año y al mismo padre le sucedió descubrir un ídolo de madera del tamaño de un niño como de doce años, a cuyos pies halló algunas ofrendas de cobre y esmeraldas que le habían hecho los idólatras. Púsose el padre Navarro a la hora acostumbrada a enseñar la doctrina cristiana a los niños y niñas del pueblo; y mostrándoles el ídolo les preguntó si aquél era su Dios. Respondieron todos a una voz diciéndole: ese es el diablo; nuestro Dios está en la iglesia en el altar mayor. Oyendo gozoso estas palabras el padre arrojó el ídolo en tierra, y luego los muchachos se pusieron a burlar del que había pretendido adoraciones y conseguido respetos. De tal suerte le pisaron la cara que quedó desfigurado sin narices ni boca. El día siguiente llevó el padre al ídolo al lugar donde estaban congregados para oír la plática los cofrades del Santísimo Sacramento y allí ellos santamente renovaron las afrentas y oprobios que los niños le habían hecho el día antecedente. Después de esto, lo puso el padre en un rincón de su aposento y hacía que cuantos indios entraban y salían de él le escupiesen y pisasen.



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ArribaAbajo Capítulo XXXIII

Cuidan los nuestros del culto del verdadero Dios Sacramentado para quitar el culto de los dioses falsos escondidos


La contraposición del Santísimo Sacramento en el altar se juzgó aprovecharía para desterrar los ídolos de sus escondrijos, y así los padres doctrineros trataron de contraponer el Señor a los ídolos colocándolo en la iglesia de Fontibón donde nunca había estado colocado en Custodia y Sagrario. Tal cual era la iglesia en aquellos principios la mejoraron con el adorno de doseles y cuadros entretejiéndolos con labores de varias ramas de árboles y de diversos frutos.

El día de la gloriosa Virgen y Mártir Santa Lucía se escogió para la colocación, y en la víspera de su día se cantaron unas vísperas tan solemnes con la música que duraron más de tres horas. Acudieron a ellas no sólo los caciques y los demás indios de los pueblos circunvecinos; sino también el señor presidente y oidores que dejando a la ciudad de Santa Fe se fueron a Fontibón acompañados de muchos religiosos y caballeros. De la catedral vino el señor arcediano con mucho acompañamiento de la clerecía; de las doctrinas cercanas los curas seculares y párrocos regulares; de nuestro colegio de Santa Fe acudieron veinte sujetos.

Siguiose el regocijo de la noche con que se celebró este misterio de fe certísimo a la verdad, pero oscuro a la cortedad de nuestro entendimiento. Pusieron muchas luminarias en la iglesia, hubo muchos tiros de fuego con que se hacía la salva a nuestro Salvador que se había de colocar sacramentado en el sagrario. En un castillo que hermosamente se formó en medio de la plaza se subieron tres ternos de chirimías que a oídos de todos tocaban dulcemente en honor de la Santísima Trinidad. Por las cuatro partes de la plaza fueron entrando a caballo cien indios con varias invenciones y disfraces de máscara con que fueron haciendo   —109→   sus paseos con faroles encendidos en las manos, a que se juntaban las muchas candeladas que se pusieron en varias partes con que la noche casi, casi, pareció día.

Amaneció el de la esclarecida Virgen Santa Lucía y alrededor de la plaza se vieron muchas columnas adornadas con variedad de ramas y flores que hacían calles para que pasase por ellas el Rey del Cielo en procesión majestuosa. En tres esquinas se formaron tres altares adornados a lo grandioso y a lo rico, y cerca de ellos tres tablados para unas representaciones de que diré después. A las nueve de la mañana llegó al pueblo de Fontibón la Real Audiencia y gran número de gente de la ciudad de Santa Fe y se comenzó la misa solemne con armonía de música deleitosa; predicó uno de los nuestros muy al intento de la fiesta. Ite Missa est, obedecieron todos saliendo la procesión; precedió la señal de la Santa Cruz con ciriales a los lados; fuéronse siguiendo muchos estandartes de los pueblos circunvecinos; llevaron en andas muchas imágenes de santos; regocijaron la vista muchas danzas de indios; alegraban el oído los sonidos de las chirimías y a los ojos y oídos causaban gusto los tiros fogosos de pólvora. Al fin de todos llevaban sacerdotes revestidos con ornamentos ricos debajo de palio al Sumo Sacerdote escondido en accidentes [de] pan. En llegando al primero de los altares que estaba en la plaza, salió al tablado un niño en figura de un ángel hermoso que tenía preso el vicio de la embriaguez con algunos de los instrumentos que para ella sirven. Allí se representó, que ya en adelante no debía haber embriaguez en este pueblo, por estar avecindado en el Cristo Sacramentado que aborrece las embriagueces. Después se cantó una chanzoneta, luego los versículos y la oración del Santísimo. Pasó la procesión al segundo altar, y saliendo otro ángel al tablado derribó al vicio de la lujuria y se representó que no la había de haber teniendo por morador del pueblo al Dios de la castidad. Continuaron la procesión hasta el tercer altar y salió al tablado cercano el último ángel triunfando de la idolatría y se representó que sólo a este Señor se debe adorar, abominando de otras adoraciones. El remate de oro que tuvo esta sagrada función fue volver a la iglesia con el Señor y meterlo en un sagrario dorado, que para este efecto se había prevenido.

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Al medio día hubo también fiesta corporal, pues se puso la mesa para los señores de la Real Audiencia y para otros personajes, y está claro que comiendo estos no faltó boda para los pobres porque a estos siempre les han acudido misericordiosamente con el sustento corporal los padres doctrineros. En la mesa no sólo tuvieron los convidados manjar para el gusto, sino también un raro sainete para el oído, y fue que se subió en un púlpito un indiecito de diez años vestido con sotana y manteo y bonete y predicó en lengua latina, castellana, griega, italiana, mosca, peruana, valenciana y portuguesa, con pronunciación tan propria, que parecía tener don de lenguas. Al concluir con cada una de ellas cantaba algún motete o chanzoneta. A este niño indiezuelo de tan rara habilidad le llamaban el Apostólico, porque enseñaba y catequizaba a otros y también regía un coro llevando con tanta destreza el compás, que parecía cosa monstruosa en tan tierna edad.

Entre otros frutos que se cogieron de esta colocación, uno fue que los párrocos de otros pueblos fueron previniendo lo necesario para tener decentemente al Señor Sacramentado en sus iglesias, y para esto les fueron dando la licencia que antes no se le había concedido por no tener el aliño necesariamente conveniente para la colocación del Señor en los pueblos de los indios.



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