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ArribaAbajoRosalía

Jornada tercera



Escena primera

Madrigal


 

JULIO - ROSALÍA.

 
   Hay un rincón maldito en el infierno
desde el que, en vaga y celestial penumbra,
para aumentar el sufrimiento eterno,
otro rincón del cielo se columbra.
   ¿Por qué de mi alma el tenebroso invierno
la hermosa luz de tu semblante alumbra,
si es mirarse en tus ojos retratado
hacerle ver el cielo a un condenado?




Escena II

El almez


 

JULIO.

 


I

   Junto a este mismo almez a Rosa un día
hice votos de amarla eternamente.
Se está oyendo en el aire todavía
      de mi acento el rumor.
¿Por qué siento mis votos olvidados,
esclavo de otra fe, nuevos ardores?
Pasa el tiempo de amar y ser amados,
      mas no pasa el amor.


II

   Otro día, a Rosaura encantadora,
al pie del mismo almez juré lo mismo,
y recuerdo que, entonces, como ahora,
      cantaba un ruiseñor.
Pasó el tiempo, y los nuevos ruiseñores
vinieron a cantar a otra hermosura;
porque se van amados y amadores,
      pero queda el amor.


III

   Después, al pie de este árbol, he sentido,
estático mirando a Rosalía,
momentos de emoción, en que he perdido
      para siempre el color.
¡Ay! ¿Pasarán, como pasaron antes,
si no el amor, las almas que lo sienten?
¡Sí! ¡que es siempre, siendo otros los amantes,
      uno mismo el amor!


IV

   Almez, a cuyo pie tanto he adorado;
de amores, que aún vendrán, altar querido;
que enciendes, recordando mi pasado,
      de mi sangre el ardor...
Tú morirás, cual muere nuestra llama,
y otro árbol nacerá de tu semilla,
porque, aunque es tan fugaz todo lo que ama,
      es eterno el amor.


V

   Y cuando el mundo al fin sea extinguido
y se oiga en las regiones estrelladas
del orbe entero el último crujido
      en inmenso fragor,
Dios de nuevo la nada bendiciendo,
de ella hará otros almeces y otros mundos,
e irá un hervor universal diciendo:
      - ¡amor! ¡amor! ¡amor!...-




Escena III

¡Así!


 

ROSALÍA - DANIEL.

 

I


   - Mira hacia allí. Tu eléctrica mirada
¿por qué se eleva con ardor en mí?
¡Es mi pecho un volcán! ¡muero abrasada!
      ¡No me mires así!-


II

   - Mira hacia acá. Tus ojos inconstantes
ya no se clavan con ardor en mí;
si he de vivir, mírame así... como antes...
      Fíjate bien: ¡así!-




Escena IV

Las églogas modernas


 

ROSALÍA - JULIO MONTERO- DANIEL - LA LUNA - EL POETA.

 


I

   Ya había poca luz en la montaña
y era casi de noche en las honduras,
viéndose a un tiempo, en perspectiva extraña,
bajo un monte con luz, valles a oscuras.
En uno de los valles de esta sierra,
se halla un jardín oscuro y pintoresco
que parece olvidado de la tierra;
y del jardín, en el rincón más fresco,
un cenador formado por almeces,
donde no se ve luz ni se oyen ruidos,
y hay tanta paz en su interior, que, a veces,
hacen en él los pájaros sus nidos.
Contándose los dos esos secretos
que suelen escuchar los cenadores,
cuando a oídos discretos
se acercan unos labios habladores,
están al fin de este apacible día
en aquel cenador, sin luz ni ruidos,
sobre un banco, Daniel y Rosalía,
deshojando unas flores distraídos.


II

   Hermosa nieta de su hermosa abuela,
Rosalía, entre flores confundida,
sobre el banco, que el musgo aterciopela,
a Daniel escuchaba embebecida
cuando tenía apenas
la edad en que ya corre por las venas
el alma confundida con la vida.
Además de ser bella,
se admiraban en ella
los lindos pies y las pequeñas manos,
y su cutis tenía
ese matiz que se llamó algún día
el bético color por los romanos.
Pasando en Avilés por gaditana,
en Cádiz se decía
que era prima del sol y peruana,
pues siendo tan morena, Rosalía,
con la tez de su abuela competía
su tez de cuarterona de la Habana.


III

   Nuestro Julio Montero
que a Rosalía con furor amaba,
recuerda cuando Rosa le juraba
que es el último amor el verdadero.
Con respeto profundo
cumplía como noble sus deberes,
y a no encontrar morenas en el mundo
sería un Escipión con las mujeres.
Pero ignorando yo por qué razones
a su ardoroso seno
en el color moreno
le enviaba Satanás mil tentaciones,
fue una tras otra, y en creciente, amando
tras de Rosa, a Rosaura y Rosalía,
las tres morenas y las tres hermosas;
y por eso con honda simpatía
fue en su pecho reinando
la bella dinastía de las Rosas.
Sólo tuvo en el mundo tres amores,
ligero uno, otro grave, otro profundo;
positivo y equívoco el primero;
casto, ardiente y fantástico el segundo;
y ultra-amante y platónico el tercero.
Y, según la sentencia del profeta,
- como los hombres para amar son ciegos-
halló Julio en sus sueños de poeta
en la abuela, en la hija y en la nieta
toda la gracia antigua de los griegos:
y amante, a su pesar, de Rosalía,
estaba tan celoso, tan celoso,
que el pobre, un poco viejo, no sabía
pensar en Luis catorce, que decía:
- A mi edad, mariscal, nadie es dichoso-


IV

   Era tanta la fe con que quería,
que ¡perdonad la execración, Dios mío!
el lecho de su madre quemaría,
si los viese con frío,
por calentar los pies de Rosalía.
No hay crimen ni bajeza
que no cometa un hombre, si celoso
tiene un horno encendido por cabeza;
por eso el día aquel Julio, envidioso,
siendo más bien que un necio un insensato,
¡oh, inocente candor de los sesenta!
quiere escuchar un rato
lo que Daniel a Rosalía cuenta;
y como antes ya dije que tenía
el bello cenador por ambos lados
asientos de granito desgastados,
en uno de los cuales aquel día
juntos están Daniel y Rosalía,
con dejadez asiática sentados,
Julio, que amaba con senil terneza,
y era más bien demente que culpable,
poco antes, sacudiendo la cabeza
como un loco incurable,
queriendo v er y oír el miserable
lo que había en su amor de misterioso,
exaltada su ardiente fantasía
se escurrió cauteloso
cual si fuese un reptil, bajo el asiento
en que estaban Daniel y Rosalía...
Julio en aquel momento
siendo un hombre hasta bello, era espantoso.


V

   Mientras están del cenador a un lado
Daniel y Rosalía
sentados en el banco, que tenía
por la lluvia el cimiento socavado,
bajo el asiento echado,
y oculto en situación tan vergonzosa,
se acuerda Julio de Rosaura y Rosa
cual de un eco lejano del pasado;
y agolpársele siente,
ya arrepentido de su mal consejo,
el rubor a la frente,
pues tarde ve, que, desdichadamente,
sin llegar a ser sabio, se hizo viejo.
Y ¡pobre Julio! su ansiedad es mucha,
pues cree que encima del asiento imitan
del tormentoso amor la ardiente lucha
las ramas que se agitan...
y es que para un celoso, cuando escucha,
los silencios parece que palpitan.
Mas ¿qué hacen esas almas encantadas
de corazón tan joven como ardiente?
Nonadas nada más, simples nonadas;
lo que se suele hacer naturalmente
cuando brota el amor de dos miradas;
lanzar ayes de amor que hacen un ruido
como de santa intimidad de nido;
esas cosas, henchidas de placeres,
que cuando se aman hombres y mujeres,
se dicen muy cerquita y al oído;
lo que se dice en víspera de bodas,
por lo cual Rosalía, hablando quedo,
murmura como todas
las que van a casarse:- ¡Tengo miedo!-


VI

   ¡Pájaro fascinado, que aturdido
en la boca cayó de la serpiente,
ve Julio, arrepentido,
que nada oye ni ve, pues solamente
como si fuese el aura,
la hija encantadora de Rosaura,
haciéndole cosquillas en la frente
le roza sin querer con el vestido!
Y a aquel roce magnético, sintiendo
los celos de la carne acres y extraños,
sin poder oír nada, estuvo oyendo
diez segundos más largos que diez años;
y unos ojos abría
cual los que abre un ahogado en su agonía
en el fondo del agua;
mas ni el pie vio siquiera a Rosalía,
porque un doblez de encaje de la enagua,
como a un astro una nube, lo cubría;
y su amor maldiciendo,
echa al cielo, gimiendo,
con un resto de juicio,
la mirada de un hombre que está viendo
que en el fondo se echó de un precipicio,
en tanto que despiden a porfía
los ojos de Daniel y Rosalía
relámpagos de luz y de deseos
al rumor de los tiernos cuchicheos
de pájaros nacidos aquel día.


VII

   ¡Ay! una vez que de gentil manera
dio un salto sobre el banco Rosalía
como una cervatilla en la pradera,
Julio vio que el asiento se bajaba
y al grave peso de los dos cedía...
y al verlo, su cabello se erizaba,
y ahogándose, el aliento retenía,
y el curso de su sangre se paraba.
Mas como es su desgracia una vergüenza,
a resistir el peso maldecido
con el valor de un Hércules comienza,
y ya en su hueco de reptil metido
para oír a Daniel y a Rosalía,
ni pudo articular ningún sonido,
ni moverse del sitio en que yacía;
y al fin, cuando repara
que si el banco a la base mal sujeto
baja algo más le aplasta por completo,
toma de Julio la siniestra cara
un color de cabeza de esqueleto.


VIII

   Julio echando hacia arriba
la mirada de un lobo encadenado,
con temor infinito
ve que el cimiento en que el asiento estriba,
por el tiempo y la lluvia descarnado,
deja correr hasta el nivel del suelo
el banco de granito,
como si fuese un témpano de hielo;
y aunque ahora, como antes,
creen oír los amantes
en lo profundo de la sombra un ruido
parecido al rumor de unas congojas,
creyendo que habrá sido
el dulce remolino de unas hojas,
siguen quietos Daniel y Rosalía,
mientras Julio sentía
un momento de angustia inexplicable...
¡Miserable! ¡oh! mil veces miserable!
¡Qué escena tan cruel parecería
si nos pintasen con su ardiente estilo
situación de dolor tan lamentable
el fiero Dante, o el poderoso Esquilo!


IX

   Quejoso Julio de su suerte inicua,
tiende hacia el cielo una mirada oblicua,
y al través de la trémula enramada
ve la luna plateada
que alzándose, cual nunca placentera,
con su luz entre blanca y azulada
cree que le viene a hablar de esta manera:
- Oye, Julio, a tu vieja conocida.
¿Qué suerte adversa a sostener te trajo,
vil Sísifo, esa losa desprendida?
¡Qué amor arriba, y qué dolor abajo!
Nace uno y otro muere: esta es la vida.
¡Asesino de Rosa,
por quien Rosaura se murió de pena!
Ya ves que es esta vida una cadena
en que nace una cosa de otra cosa;
y por eso sin duda al cielo plugo
que sea en esta noche tan serena
Dios tu juez, Rosalía tu verdugo!
¡Qué burla tan amarga de la suerte!
Nada se pierde, Julio, ni se olvida.
Hoy la nieta de Rosa, al darte muerte,
une el fin y el principio de tu vida.
¡Adiós! Se hunde la losa, gime y reza;
aprovecha piadoso
el último momento luminoso
que nos presta al morir naturaleza.
¡Adiós! ¡Adiós! Tu amor era un delirio.
Pide al cielo piedad y muere en calma.
¡Tal vez Dios te perdone, pues que tu alma
a la expiación por el martirio!
Y al soñar que la luna así le hablaba,
metido en aquel lecho de Procusto
el semblante de Julio ya tomaba,
la térrea y fría palidez de un busto,
diciendo, porque a Rosa recordaba,
en vez de blasfemar:- ¡El cielo es justo!-
Y al trasponer la cima de un vallado,
la luna parecía,
que recordando a Julio su pasado
- ¡la expiación!...- cruel le repetía.


X

   Y en tanto que seguía indiferente
la luna su camino,
y que arriba y abajo eternamente
marchaba cada cosa a su destino,
ni sentado, ni en pie, medio apoyados
para contarse el fin de algún secreto,
derriban los amantes por completo
del banco los cimientos socavados.
¡Y en el fatal momento
en que al peso insufrible del asiento
los poros de sus miembros aplastados
brotaban un sudor sanguinolento,
a tientas Rosalía y vacilante
para hacer más graciosa una postura,
sobre el rostro de Julio agonizante
con el pie se asegura;
pisa, se afirma, la sedienta boca
del moribundo con el pie sofoca,
suena un ruido, la losa desprendida
aplasta a Julio en su mortal caída;
y siendo a un tiempo muerto y enterrado,
besó el pie que le ahogaba, el desdichado,
con el último aliento de su vida!




Escena V

El alma en venta


 

JULIO - SATANÁS.

 
   Así con Satanás Julio habló un día:
- ¿Quieres comprarme el alma?- Vale poco.
- Tan solo por un beso la daría.
- Antiguo pecador, ¿te has vuelto loco?
- ¿La compras?- No.- ¿Por qué?- Porque ya es mía.






 
 
FIN
 
 





ArribaAbajoDichas sin nombre


Poema en un canto

Al popular escritor el Sr. D. Ramón de Navarrete y Landa (Asmodeo), su antiguo amigo y compañero.


El Autor                




I

   Lo tengo bien presente:
la quinta de Pombal, honra del Tajo,
se encuentra río abajo, río abajo.
saliendo de Lisboa hacia el Poniente.
En Portugal los sueños son pasiones;
y en el bello jardín que os he nombrado,
hecho por algún sabio enamorado
del arte de avivar las tentaciones,
un día, el más hermoso de mi vida,
bellas y jóvenes rendidos,
jugamos a escondernos, y en seguida,
a volvernos a hallar bien escondidos.


II

   ¡Cuánta divina cosa
se agolpa a arrebatarnos el reposo
en esa edad dichosa
en que es encantador lo peligroso!
Así una inglesa, hasta dar miedo, hermosa
en aquel día para mí dichoso,
merced a la bondad de cierta prima
que me dio cierta fama de poeta,
al verme se animó, como se anima
al soplo del Abril la vïoleta;
y siendo aquella vez la vez primera
que del amor la música escuchaba,
la niña me miraba
poniendo en su mirada el alma entera;
pues su candor, que era su grande encanto
era tan ultra-inglés, que todavía,
teniendo ya quince años, no sabía
por qué los hombres la miraban tanto;
y sin saberlo, ardiente,
no os engaña mi lengua, si os confiesa
que en sus labios tenía, aunque era inglesa,
los mortales perfumes del Oriente.


III

   Yo la miré también con vivo fuego,
y, después de mirarnos,
corrimos a escondernos: si bien luego
jugamos, escondidos, a adorarnos;
que en el mundo el amor siempre está en juego.
Y, mientras llena de inquietudes ella,
de un rincón del jardín tomó el camino,
más rápida y más bella
que una fúlgida estrella
que corre por los cielos sin destino,
yo la seguí atrevido,
sintiéndome exaltado
por el vapor caliente y colorado
que arroja el Tajo por el sol herido;
y en un cierto rincón que parecía,
a trechos arenal y a trechos prado,
se escondió bien a espaldas de un vallado,
para que yo la hallase si quería.
   Mas, lo que es una infamia, es que aquel día
me dijo ella su nombre y lo he olvidado;
y no encuentro manera,
por más que la conciencia me remuerde,
de recordarlo ahora, que era... que era...
Ya lo diré después cuando me acuerde.


IV

   No sé bailar como se baila hoy en día;
mas llegué hasta a baila con elegancia
cuando yo, a los veinte años, escribía
mis versos para el uso de la infancia;
y hoy todavía entiendo
que a correr (no a bailar) nadie me gana,
aunque ya voy teniendo
bastante edad para morir mañana.
   Por eso corrí tanto, aunque sentía
mis nervios por el rayo sacudidos,
cuando al irse a esconder ella corría
como una cierva al escuchar ladridos.
¿Si por estos pueriles devaneos
me mirará, algún día, el cielo airado,
como miran los jueces a los reos?
¿Por qué el tener amor será pecado?
¿Qué mal harán a Dios nuestros deseos?


V

   Y aunque es fama que, ardiente y seductora,
coge el saber la adolescencia al vuelo
y mira con placer, cuando lo ignora,
cuánta ciencia se aprende en una hora,
si es la hora marcada por el cielo,
echado entonces del pudor el velo
ni de una sola esquina
tiraron mis amantes inquietudes,
pues siempre, entre ella y yo, la muselina,
haciendo una aspillera de virtudes,
levantó una muralla de la China.


VI

   Sólo una vez, al estrechar su mano,
robó de mis entrañas el sosiego
un poco de aquel fuego
que ha enterrado a Pompeya y a Herculano.
Víctima del mutismo
que da el amor, cuando en la fiebre toca,
se quedó en celestial sonambulismo;
y no pudiendo hablarme con la boca,
me hablaba con los ojos, que es lo mismo.
¿Estaba ella en el mundo? Lo ignoraba...
Mas ¿cómo se llamaba?... Se llamaba...
¿Echarán nuestros nombres en olvido,
lo mismo que los hombres, las mujeres?
Si olvidan, como yo, los demás seres,
este mundo, lector, está perdido.


VII

   Después quiso el destino
que por un claro enorme que tenía
aquel vallado pérfido de espino,
se asomase, una faz que parecía
conservada en espíritu de vino;
y era la cara extraña
de la madre dichosa de la inglesa,
que a aquel sol, que es igual al sol de España,
tomaba esa apariencia de la araña
pronta siempre al caer sobre su presa,
y que, creyendo un crimen descubierto,
me parecía con la boca abierta
la hiena que olfatea carne muerta
en el viento que sopla del desierto:
mas la joven, prudente,
fingió serenidad con tanta gracia
ante el horror de la acritud materna,
que me hizo ver que, cuando se ama y siente,
en materias de amor y diplomacia
cualquier niña es la mujer eterna.


VIII

   Mientras la madre a su malicia atenta
me echaba unas miradas de soslayo,
miradas mitad sal, mitad pimienta,
la niña, traspasada,
como quien siente el látigo de un rayo,
se volvió del jardín hacia la entrada,
velados de estupor sus ojos bellos,
roja la frente, pálida la boca,
y además llenos de heno los cabellos,
aunque no, como Ofelia, por ser loca;
y mirándonos fuimos a hurtadillas,
cuando ya, huyendo el sol de las estrellas,
nos volvió a la ciudad, entre otras bellas,
un coche empavesado de sombrillas.
Y en tanto que en la eléctrica corriente
de sus calores vírgenes se ahogaba,
besaba con mis ojos santamente
a la niña gentil, que se llamaba...
¡Oh, malhadado olvido!
Para sacar del fondo de mi historia
su nombre en mis entrañas escondido,
¡en vano reavivando mi memoria,
con mi tambor, por la metralla herido,
toco llamada a mi perdida gloria!


IX

   Y cuando el hado adverso
me arrebató hacia España al otro día,
lo mismo que Rousseau, cuando sentía,
me ahogaba en la extensión del universo.
Y ¡lo que es el amor, divino cielo!
aunque olvidé su nombre,
de pensar si habrá amado a algún otro hombre
casi frunzo las cejas como Otelo.
¿Se habrá casado? ¡Oh pensamiento horrible!
¡Cómo arde mi cabeza! ¿Estaré loco?
¿Si habrá muerto de amor? Es muy posible;
¡los niños muy precoces viven poco!


X

   ¿Qué habrán hecho los años envidiosos
de aquella imagen de serena frente,
con uno de esos rostros candorosos
que hacen pecar a un hombre mortalmente?
¿Acaso en este crítico momento
mandará un regimiento
de héroes futuros, cual su madre, hermosos,
como una valerosa coronela,
sorda al ruido del fuego y de las balas?
   Y como el tiempo vuela,
¿formará entre las viejas generalas?
¡Generalas!... Esto es, ¿será ya abuela?
¿Será abuela la niña encantadora
que... (esperad que me acuerde) se llamaba...
¡Diera un millón por recordar ahora
su nombre... que acababa... que acababa...
No sé bien si era en ira, o si era en ora!


XI

   Estoy desesperado
al ver cuánta lectora,
viendo mi olvido, exclamará:- ¡malvado!-
¡Malvado! Sí, señora;
pero yo, ¿qué he de hacer si lo he olvidado?
Mas ¿seré el primer hombre
que se olvidó de una mujer querida?
¡Ay! Yo bien sé que el olvidar su nombre
es la eterna vergüenza de mi vida.
¡Dejad que a gritos al verdugo llame!
¡Que me arranque a puñados el cabello!
¡Soy un infame, sí, soy un infame!
¡Ahórcame, lectora: he aquí mi cuello!


XII

   Mas, si ha de ser ahorcado
por alguna mujer que, consecuente
el nombre de un amor no haya olvidado,
entonces, confiado,
aún pudiera vivir eternamente.
Pero quiero morir, ¡oh rabia! ¡oh mengua!
¡No hay tormento más grande para un hombre
que el no poder articular un nombre
que se tiene en la punta de la lengua!
   ¡Oh tú, mi antiguo fiador, el viento!
Dí a todos, pues lo sabes,
¡cuántas veces mi amor de pensamiento
la remitió memorias por las aves!
¡Recuérdale a mi oído,
canoro ruiseñor de la enramada,
el mágico sonido
de aquel nombre olvidado, aunque querido.
¿Era Sara?... ¿Era Emma?... Nada, nada,
¡no sale, aunque lo tengo aquí escondido!

 
 
FIN
 
 




ArribaAbajoLas flores vuelan

Poema dramático


PERSONAJES
 

 
CLARA,   viuda.
JUSTINA,   su doncella.
SIMONA,   su planchadora.
EL CONDE DEL ESPLIEGO.
ALEJO,   su ayuda de cámara.
GUSTAVO,   poeta.
MÁSCARAS, etc.
 

Lugar de la escena

   

El teatro representa la galería de un baile de máscaras. La música se oirá más o menos durante toda la representación.

 


Acto único


Escena primera

 

GUSTAVO - SIMONA.

 
 

Los actores se pondrán o quitarán la careta, según lo exija la necesidad de la representación.

 
SIMONA
¡El baile está esplendente!
GUSTAVO
Me avergüenzo de verme entre esta gente.
Vertida aquí la población entera,
rueda, como si fuera
una tromba marina,
dando y llevando, al ir por donde quiera,
los codazos que daba Mesalina.
SIMONA

 (Aparte.) 

(¡Qué joven tan sabido!
No extrañaré en conciencia
que después de estos trozos de elocuencia
tenga un rato de tos muy merecido.)
GUSTAVO
Aunque es ya mi pobreza tan visible,
con este dominó, no se ve nada
de mi frac de color indefinible.
SIMONA
Vuestra casaca nueva está aviejada.
GUSTAVO
Lo malo es que la vieja está inservible.
¡Sentir la inspiración, ser caballero,
y no tener un céntimo, Dios mío!
SIMONA
Es verdad: el talento, sin dinero,
es un horno sin fuego, que da frío.
Pero no ha de faltar quien os proteja
mientras puedan planchar las manos mías.
GUSTAVO
Tenéis razón, sois cariñosa y franca.
De vos mi gratitud no tiene queja;
os debo el hospedaje de unos días;
me plancháis con primor la ropa blanca,
y me volvéis muy bien la ropa vieja.
SIMONA

 (Aparte.) 

(¡Es buen muchacho! y mi postrer maniobra
será hacerle mi esposo,
porque, aunque tiene ingenio que le sobra,
es mucho mas ingenuo que ingenioso.)
GUSTAVO

 (Aparte mirando hacia el salón.) 

(Tan sólo una esperanza
en su miseria mi talento alcanza.
La busco inútilmente hace una hora.
Tal vez sea el remedio de mis males
el hada encantadora
que escucha con piedad las ansias mías,
y que va a hacer un mes y algunos días
que la colmo de amor y madrigales.)
Conque a bailar, Simona, y con prudencia;
no sea que algún pillo...
SIMONA
¿Dónde hay pillo mayor que mi inocencia?

 (Aparte.) 

(Es tan casto y sencillo,
que tiene un mal recuerdo en su existencia,
porque me vio una vez hasta el tobillo.)
GUSTAVO
Os digo esto...
SIMONA
Es inútil vuestro empeño,
porque soy tan honrada,
que, si encuentro una cosa, busco al dueño
y se la vuelvo, aunque no valga nada.
GUSTAVO
Es en un baile tan continuo el roce...
SIMONA
¿Estoy acaso en Babia?
Yo soy, aunque ninguno lo conoce,
menos en la gramática, una sabia.


Escena II

 

GUSTAVO, SIMONA - Después CLARA - Sucesivamente ALEJO, el CONDE y JUSTINA.

 
 

Los actores se colocarán entre otras máscaras, formando una especie de semicírculo del modo siguiente: GUSTAVO a la derecha del espectador, CLARA, el CONDE, JUSTINA, ALEJO y SIMONA que, delante del proscenio, ya estará cerca de GUSTAVO.

 
 

En un grupo.

 
GUSTAVO
¡Mi Clara!
CLARA
¡Mi poeta!
GUSTAVO
Ya, junto a vos, mi corazón reposa.
CLARA
Perdonad, se me cae la careta...
GUSTAVO
Distracción excusable en una hermosa.
CLARA
Pronto me visteis.
GUSTAVO
Sí, por los reflejos.
CLARA

 (Aparte.) 

(Echo reflejos... ¡ay!... no lo sabía.)
GUSTAVO
Os conocí, al miraros desde lejos,
cual se conoce al sol del medio día.
 

(En otro grupo.)

 
ALEJO
¿Simona?
SIMONA
Por venir más disfrazada,
vengo vestida de beata honrada;
y aquí no me llaméis «Simona mía».
Hoy mi nombre de guerra es «Atalía».
ALEJO
¿Quién es el que os hablaba?
SIMONA
Es el poeta.
ALEJO
Ah! sí, vuestro pupilo :el poetastro.
SIMONA
Va a buscar, como un perro, por el rastro
virtudes con olor a violeta.
 

(En otro grupo.)

 
JUSTINA
¿Quién soy?...
CONDE
Una mujer divina.
JUSTINA
Soy Tina, abreviatura de Justina.
CONDE
Estoy de eso, y de todo, en el arcano.
¡Sublime criatura!
¡Qué virtud! ¡Qué candor! ¡Qué pie! ¡Qué mano!
Y todo en la mayor abreviatura.
JUSTINA
Tenéis conmigo un proceder ambiguo;
y sé muy bien, y no por experiencia,
que se ama más lo nuevo que lo antiguo.
Dudando si me amáis, a veces lloro.
CONDE
Clarísima doncella,
vuestra ama es rica, y me moriré con ella.
Pero a vos, aún casándome, os adoro.
¿Quién habla de llorar a estas alturas?
Tina, y Tina querida,
¿no sabéis, como yo, que se halla el oro
en el fondo de todas las pinturas
de todas las escenas de la vida?
 

(En otro grupo.)

 
CLARA

 (Aparte.) 

(Ni siquiera imagino
cómo existe a su edad tanta inocencia.)
GUSTAVO
Ha sido vuestra entrada en mi existencia
la llegada de Dios a mi destino.
CLARA

 (Aparte, mirando hacia el grupo en que está el CONDE.) 

(Me alegro: el Conde allí. Veré si ahora
en la carnada de los celos muerde,
y en su pecho de viejo, y viejo verde,
deslizo alguna duda roedora.)
GUSTAVO

 (Sacando una camelia del sombrero) 

Doy esta flor que guardo en el sombrero
a la mujer del mundo a quien más quiero.
CLARA
¿La guardáis para mí? Mi dicha alabo.
GUSTAVO
Os juro que vos sola
sois digna de este honor.
CLARA
Y a vos, Gustavo,
¿qué flor os negaría su corola?
GUSTAVO
Os la doy en memoria...
CLARA
Sí, ya entiendo, en memoria de aquel día...
GUSTAVO
Tomad, mi gloria.
CLARA

 (Tomando la flor.) 

Hasta después, mi gloria.
 

(Se aleja mirándole.)

 
GUSTAVO
¡Oh ventura? Me ha dicho ¡gloria mía!
 

(En otro grupo.)

 
ALEJO
¿De dónde es ese mozo?
SIMONA
Un provinciano.
Debe ser un gallego algo asturiano.
ALEJO
Y el pillastre no es feo.
SIMONA
Es muy guapo, y tan listo,
que cuando escribe versos, y los leo,
me recuerda unas cosas que no he visto.
ALEJO
¡Cuidado!...
SIMONA
¡Es tan afable!...
ALEJO
Mira que los poetas no son buenos.
SIMONA
Como tengo esta fama de impecable
nadie me dice nada, o poco menos.
GUSTAVO

  (Mirando de lejos a CLARA.) 

¡Con qué bondad tan bien acentuada
me acarició al partir, con la mirada!
ALEJO

 (Aparte, poniéndose un cigarro en la boca y acercándose a JUSTINA.) 

(Por si al hablar con Tina, cual presumo,
me pongo de vergüenza colorado,
me ocultaré la cara tras el humo
de este habano imitado.)
JUSTINA

  (Aparte, viendo acercarse a ALEJO.) 

(Si ha conocido a su amo, y se me enfada...
No ha conocido nada.
¡Oh, qué hombres tan sencillos!
¡Todo ha degenerado, hasta los pillos!)
ALEJO
¿Pensáis en Dios, hermosa?
JUSTINA
No pienso en Dios, que pienso en otra cosa.
ALEJO
¿En qué pensáis?
JUSTINA
Como futura esposa,
pensando en nuestros cortos intereses,
tengo spleen, como dicen los ingleses.
ALEJO
Lo ahorrado ya...
JUSTINA
No es tren que corresponde
a la ayuda de cámara de un Conde.
ALEJO
¿Pensabais algo más, Tina querida?
JUSTINA
Pensaba que, en estando establecida
a todo halago de los hombres sorda,
pasaré entretenida,
como muchas señoras, esta vida
pensando en no ser flaca ni ser gorda.
ALEJO
¿Y en qué más., y en qué más?...
JUSTINA
Pensaba en suma,
que me voy a casar probablemente,
con un bribón del género corriente
que jura, bebe, juega...
ALEJO
Fuma...
JUSTINA
Y fuma.
 

(En otro grupo.)

 
CONDE
¿Clara? No hay quien os vea.
CLARA
No me he vestido bien; estaré fea.
Os traía esta flor...

 (Dándole la camelia.) 

CONDE
¡Oh, don divino!
Yo estoy loco de amor.
CLARA
¡Ah! no imagino
que el Conde del Espliego llegue a loco.

 (Aparte.) 

(Veo por el olor que no agua el vino.
Como es un gran señor, beberá un poco.)
CONDE
Tengo celos.
CLARA
¿De veras?
Y ¿de quien?
CONDE
De ese joven que está enfrente.
CLARA
¿De aquel adolescente
que aún se corta las barbas con tijeras?
CONDE
¿Dónde habéis a ese joven conocido?
CLARA
Es un pobre estudiante
que una moza que plancha ha recogido;
que me hizo un madrigal muy divertido
del género llorón y suplicante.
CONDE
Algo más os haría...
CLARA
Es verdad: cierto día
me ha escrito el inocente
otros versos un poco subversivos,
y en ellos me decía
que me adoraba interminablemente,
añadiendo unos puntos suspensivos.
 

(En otro grupo.)

 
SIMONA

 (A GUSTAVO.)  

La que hablasteis, Gustavo, es la señora.
Yo soy su planchadora.
GUSTAVO
Pues planchádnosla bien.
SIMONA
Os daré gusto.
¡Mucho almidón, y mucho fuego!...
GUSTAVO
Justo.
CLARA

  (Aparte, alejándose del CONDE.) 

(A este viejo Narciso
hay que asirle con uñas afiladas.
Inquietarle con celos es preciso.
Está más indeciso
que un zorro entre dos puertas entornadas.)
CONDE

  (Mirando alejarse a CLARA.) 

¡Si viese Clara bella
que regalo esta flor a su doncella!...
CLARA

  (Mirando al CONDE.) 

(¡Cómo mira! Si no es aprensión mía,
se ablandará el ingrato.
Ya está el Conde, lo mismo que estaría
viendo un nido de tórtolas, un gato).
GUSTAVO
Por caridad os ruego
que tanto amor vuestra bondad no irrite.
¿Cuándo no amó la luz un pobre ciego?
CLARA

 (Aparte.) 

(¡Qué humildad! ¡Qué pasión! Esto derrite.)
 

(En otro grupo.)

 
CONDE
Tomad la vida como Dios la ha hecho.
JUSTINA
Estoy celosa como buena amante.
CONDE
Poned, Justina, esta camelia al pecho,
y juntaréis lo hermoso a lo elegante.
JUSTINA
Gracias mil. ¿Conque tengo mejor cara
que mi ama doña Clara?
CONDE
Sí.
JUSTINA
Pero es rica, y tiene tanta suerte
que a los hombres que la aman con delirio
en santos los convierte.
CONDE
¿Cómo?
JUSTINA
Está claro; dándoles martirio.

 (Aparte.) 

(Dejando al Conde muerto de sensible,
daré esta flor a su criado Alejo.
Con estos dos tunantes me manejo
con una diplomacia irreprensible.)
CONDE

  (Aparte.) 

(Habla mucho, y muy mal: esto es que debo
tener su lengua entre sus pies sujeta.
La enredaré, para que esté bien quieta,
en la inmensa amplitud de un traje nuevo.)
ALEJO

  (Viendo acercarse a JUSTINA.) 

¡Oh, qué flor y en qué manos seductoras!
JUSTINA
¿Esta flor? Esta flor os la he comprado
en cambio del reló que me habéis dado,
y que es capaz de señalar las horas.
ALEJO
Esto me prueba...
JUSTINA
Que esa criatura
nunca debió soñar en la ventura
de conquistar una mujer como ésta,
que cree, lo mismo que si fuese un cura,
que vale la virtud lo que nos cuesta.
ALEJO

 (Aparte.) 

(Es una santa, como soy Alejo.)
JUSTINA

 (Aparte.) 

(El día en que se case mi ama Clara,
al Conde me lo dejo,
y me caso con éste hecha una fiera.
¡Vamos, no sé, si yo no me casara,
a dónde pararía mi carrera!)
 

(El otro grupo.)

 
GUSTAVO
¡Que sea eternamente bendecida
esa mirada que mi ser redime,
decidiendo del resto de mi vida!
CLARA

 (Aparte.) 

(No lo entiendo esto bien, pero es sublime.)
GUSTAVO
Os amaré, lo juro,
como vos, sin doblez y sin engaños.
Para toda alma pura, todo es puro.
CLARA

 (Aparte.) 

(¡Oh Abril encantador de los veinte años!)
GUSTAVO
Es para mí el amor cosa tan santa,
que en tan loca embriaguez y en dicha tanta
os consagro mi vida y mi albedrío...
CLARA

 (Aparte.) 

(¡Después de esto, la mar! ¡la mar!¡Dios mío!)
GUSTAVO
Sólo por vos, sería mi deseo
ser rico, ¡ser muy rico!....
CLARA

 (Aparte.) 

(De veras que este chico
visto con buena voluntad, no es feo.)
¡Ay, Gustavo! El tener no importa nada.
Yo soy viuda... porque fui casada;
mi marido tenía,
y me hizo, sin embargo, desgraciada.
GUSTAVO
Lo siento.
CLARA
Fue un bolsista acreditado,
de aplastada nariz, de sien enjuta,
de candidez astuta,
terrible variedad del hombre honrado;
mas cuando iba a empezar su vida honrada,
se murió de una fiebre mal curada.
¡Ah! perdonen los cielos
a aquella alma metálica y piadosa
que, al juzgarme capaz de cualquier cosa,
cayó en el prosaísmo de los celos.
GUSTAVO
¡Qué aprensión!
CLARA
Él ha muerto, pero al cabo
no ha de faltar quien consolarme pueda.
En amor y en política, Gustavo,
se muere un rey, pero la patria queda.
¡Adiós!

 (Aparte.) 

(Veré si el conde, como pienso,
siendo mío por fin, quiere ser rico,
antes que esté mi corazón propenso
a hacer con este chico
de expresiones de amor un gasto inmenso.)
 

(En otro grupo.)

 
ALEJO
Viéndoos todos los días,
por semana os daré siete alegrías.
SIMONA
De celos, esa Tina del infierno,
el corazón me abrasa.
ALEJO
¡Ay Simona!... o Atalía, el tiempo pasa;
pero no pasa en vano.
En la vejez es menester pan tierno,
y el invierno se va, vuelve el verano,
y cuando éste da fin, vuelve el invierno.
Toma.

 (Dándole la camelia.) 

SIMONA
¡Ay qué flor!...
ALEJO
Si Tina lo recela
como tiene un humor tan iracundo...
SIMONA
No tengáis miedo; en cosas de este mundo
alcanzo tanto ya como mi abuela.
ALEJO
En cuanto a aquel galán, tened presente
que me fastidia soberanamente.
SIMONA
Él es tan bueno, como vos ingrato.
ALEJO
Pues casaos con él.
SIMONA

 (Aparte.) 

(¡Ay! de eso trato).
 

(En otro grupo.)

 
CLARA
¿Conque sabéis amar?..
CONDE
Con fanatismo.
CLARA

 (Aparte.) 

(Seré Condesa; llevaré su nombre.
Y eso que está para casarse este hombre
mucho peor de lo que piensa él mismo.)
 

(En otro grupo.)

 
SIMONA
Señor Gustavo, aunque es una locura,
recordaros quisiera
que, ocupada hace tiempo en mi ternura,
se me olvidó casarme, y soy soltera.
GUSTAVO
Gracias por la noticia.
SIMONA
Lo digo, no sin falta de malicia.
GUSTAVO
¿Una malicia?
SIMONA
Sí; y en su memoria
os regalo esta flor: tomad, mi gloria.
GUSTAVO

 (Con extrañeza al tomar la camelia.) 

¡Calle! ¡Mi flor! ¿No es mi presente? El mismo.
¡Oh, juego vil de la perfidia humana!
¡Entró como el Guadiana en un abismo,
y volvió a salir de él como el Guadiana!
SIMONA

 (Aparte.) 

(¿Luego ha dado esa flor a otra primero
y después vino a mí? ¡Mal caballero!)
GUSTAVO
A este golpe fatal de la experiencia,
todo el palacio de mis sueños cae.
Doy a aquélla una flor, y ésta la trae.
¡Esto enciende una luz en mi conciencia!
CLARA

  (Aparte, mirando al CONDE.) 

(Ya dio el Conde mi flor, mas no me quejo.)
CONDE

  (Mirando a JUSTINA.) 

(Ya no tiene Justina mi presente.)
JUSTINA

  (Mirando a ALEJO.) 

(¿Y la flor que di a-Alejo?)
ALEJO

  (Mirando a SIMONA

(Simona dio mi flor. ¡Ah, delincuente!)
GUSTAVO

  (A CLARA, escondiendo la camelia.) 

El presente que os dí corrió instantáneo
un largo derrotero subterráneo.
¿No es bien que- ¡infame!- con razón os llame?

 (Le vuelve la espalda.) 

CLARA

 (Haciendo que busca la camelia.) 

Dejadme-ver... (¿Qué haré? No sé lo que haga).
 

(Pasando por el lado del CONDE como buscando la camelia.)

 
Conde, sois un infame.

 (Le vuelve la espalda.) 

 (Aparte.) 

(Si se casa conmigo me la paga).
CONDE

 (Haciendo también como que busca la flor.) 

Sí, sí, dejadme ver... (No sé lo que hago.
Si me caso con ella se la pago).

  (A JUSTINA.) 

Tina, por más que os ame,
os tengo que decir que he descubierto
que sois...
JUSTINA
¿Muy consecuente?
CONDE

 (Volviéndole la espalda.) 

Muy infame.
JUSTINA

 (Aparte.) 

Esto me irrita mucho, porque es cierto.
¿Mas quién será el traidor? Alejo ha sido.

  (A ALEJO.) 

¡Infame seductor, me habéis vendido!
 

(Le vuelve la espalda.)

 
ALEJO

 (Aparte.) 

Son tan justas sus quejas,
que ya siento el rubor en las orejas.
¿Mas quién me habrá vendido?
¿Si habrá sido Simona? Por si ha sido,
bueno es que en ella mi rencor derrame:

 (A SIMONA.) 

Me habéis vendido, seductora infame!
 

(Le vuelve la espalda.)

 
SIMONA
¿Yo una infame? ¡Qué escucho!
Oír esta verdad me duele mucho.
¿Qué extraño es que venganza al cielo clame?
¿Señor Gustavo?
GUSTAVO
¿Qué?
SIMONA
Sois ¡un infame!
GUSTAVO
¿Qué escucho? Esto es para que el juicio pierda.
Mando una flor ufano
diciendo- gloria- por la diestra mano,
y- gloria- y flor me vuelven por la izquierda.
Luego un- infame- suelto,
¡Y es como un eco a mis oídos vuelto!
¡La voz como la flor cruzó el abismo!
CLARA

  (Aparte, mirando al CONDE.) 

(El Conde es siempre el mismo).
CONDE

 (Mirando a JUSTINA.) 

(¿Quién me diera saber a qué persona?...)
JUSTINA

  (Mirando a ALEJO.) 

(Estoy de celos llena).
ALEJO

 (Mirando a SIMONA.) 

(¿A quién daría aquella flor Simona?)
SIMONA

  (Mirando a GUSTAVO.) 

¡Bribón!
ALEJO

  (Mirando a SIMONA.) 

(¡Bribona!)
JUSTINA

  (Mirando a ALEJO.) 

(¡Oh, qué bribón!)
CONDE

  (Mirando a JUSTINA.) 

(¡Bribona!)
CLARA

  (Mirando al CONDE.) 

(¡El Conde es un bribón!)
GUSTAVO

  (Mirando a CLARA.) 

(¡Clara no es buena!)
CLARA

  (Mirando al CONDE.) 

(¡Hombres falsos!)
CONDE

  (Mirando a JUSTINA.) 

(¡Mujeres perniciosas!)
JUSTINA

  (Mirando a ALEJO.) 

(¡Miserable!)
ALEJO

  (Mirando a SIMONA.) 

(¡Coqueta!)
SIMONA

  (Mirando a GUSTAVO.) 

(¡Miserable!)
GUSTAVO

  (Reflexionando.) 

¡Todo esto es un enigma indescifrable!
¡La vida es el misterio de las cosas!
Y, pues amo a los pérfidos tan poco,
aunque me llamen loco,
pondré en claro este arcano, porque en suma,
más que al mismo huracán temo a la bruma.

  (A CLARA.) 

¿Y mi flor?
CLARA
Voy a ver... Se habrá perdido...
 

(Haciendo como que la busca se acerca al CONDE con disimulo.)

 
¿Conservaréis mi flor?
CONDE
¿La habrán robado?...

 (A JUSTINA.) 

¿Qué ha sido de mi flor?
JUSTINA
No sé qué ha sido...
 (A ALEJO.) ¿Y mi flor? ¿Y mi flor?
ALEJO
¡Ay, la he olvidado!...

 (A SIMONA.) 

¿Tenéis ahí mi flor?
SIMONA
Sí, la he tenido...

 (A GUSTAVO.) 

Devolvedme mi flor.
GUSTAVO
¿Quién os la ha dado?
SIMONA
Me la ha dado... no sé... se me ha olvidado.
GUSTAVO
¿Y quién os la ha pedido?
SIMONA
No sé... me la pidió... me la ha pedido...
GUSTAVO

  (Aparte.) 

Voy a hacer otra prueba.

  (Dando la flor a SIMONA.

Tomad.
SIMONA
¡Gracias!
GUSTAVO

  (Aparte.) 

(La flor de nuevo envío,
para observar qué viento se la lleva).
SIMONA

  (Después de ocultar la camelia bajo el manto se la da a ALEJO con disimulo.) 

La camelia, bien mío.
GUSTAVO

  (Sin separar la vista de SIMONA.) 

Pronto veré si sube como baja.
ALEJO

  (A JUSTINA.)  

Mi bien, tomad la alhaja.
SIMONA

 (Aparte.) 

(¡Cómo mira! Es que ignora
que el que más mira menos ve...)
GUSTAVO

 (Aparte.) 

(¡Traidora!
No te pierdo de vista.
Terco a esa flor la seguiré la pista.)
JUSTINA
Tomad, Conde, la flor.
CONDE
¿La flor? ¡Qué he oído!
JUSTINA
La tenía enredada en el vestido.
SIMONA

 (Mirando con disimulo a GUSTAVO.) 

(Llegó, como celoso, al triste estado
de un hombre que, espiando, es espiado).
CONDE

  (A CLARA.) 

Tomad la flor.
CLARA
Conde, ¡me maravillo!...
CONDE
La metí distraído en el bolsillo...
CLARA
¿Y la hallasteis al cabo?...
Muy bien, Conde, muy bien...
 

(Mientras GUSTAVO permanece con la vista fija en SIMONA, CLARA le coloca la camelia en la mano izquierda.)

 
Tomad, Gustavo.
GUSTAVO
(¡Santo Dios! ¡Santo fuerte!)
SIMONA

  (Aparte.) 

(Ya a Alejo contenté, ¡no es poca suerte!)
ALEJO

 (Aparte.) 

(¡Ya sonríe la pícara Justina!)
JUSTINA

  (Aparte.) 

(A ese tuno de Alejo,
si la flor no me vuelve, me lo dejo.)
CONDE
(Pues es muy fiel, aunque es muy raro, Tina.)
CLARA

  (Aparte.) 

(Es como todos, regular el Conde).
 

(Se acerca a hablar con él.)

 
GUSTAVO

 (Reflexionando.) 

La flor que fue, volvió. ¿Cómo?... ¿Por dónde?...
 

(Vuelve a guardar con rabia la flor en el sombrero.)

 
CLARA

  (Al CONDE.) 

¿Es decir que he de ser precisamente
poetisa o Condesa?
CONDE
¿Poetisa decís? ¿Qué cosa es esa?
CLARA
Poetisa es casarse con Apolo,
un buen mozo que toca como él solo.
CONDE
Pues escoged: al Conde, o al poeta.
CLARA
Entre él y vos ¿quién a dudar se atreve?
Yo soy una completa
filósofa del siglo diecinueve.
CONDE
Pues le voy a decir...
CLARA
¡Qué bobería!
Yo le hablaré, pues soy quien le abandona.
Hablarle vos, podría
comprometer un poco mi persona.
¿No veis que eso sería,
como se dice hoy día,
dejar en descubierto a la corona?
GUSTAVO

  (Viendo acercarse a CLARA.) 

(Ella vuelve hacia aquí.)
CLARA

  (Aparte.) 

¡Firme en la brecha!
GUSTAVO
¿Podré saber por medio de qué arcano,
lo mismo que una flecha
volvió a su dueño por la izquierda mano
la misma flor que os dí por la derecha?
CLARA
¡Ah! ¿Conque fue, y volvió?...
GUSTAVO
Sí.
CLARA
¡Quién creyera
que un objeto robado así volviera!...
La ida es natural, mas la venida...
Vamos, parece un sueño.
GUSTAVO
Llamadle una ilusión desvanecida.
¿Qué corriente esta flor volvió a su dueño?...
CLARA
¡Qué se yo! La... corriente de la vida.
Decís bien ¿quién creyera
que huyesen con tan rápida carrera
a hurtadillas las flores?
Aunque hay cosas mejores y peores
que dan de esa manera
al círculo social la vuelta entera.
GUSTAVO
Pero un don del amor...
CLARA
Precisamente
es el dar una flor, indiferente.
GUSTAVO
¡Una camelia, Clara, tan bonita!...
CLARA
Pero escasa de olores.
Dar una flor, aun al mayor tunante,
eso, ni da ni quita.
Tan solamente es símbolo, el diamante,
de los firmes amores.
Después de todo, joven estudiante,
al amor, el amante,
es lo que al verso, el ripio;
el amor, no el amado, es lo importante;
el príncipe no es nada, ante un principio.
 

(En otro grupo.)

 
ALEJO

  (A SIMONA.) 

¡Cuidado! Si te encuentras oprimida
por un tropel de gente...
SIMONA
No hay cuidado, que yo toda mi vida
he tenido un pudor intransigente.
Sois un impertinente
en encargarme nada,
pues yo, naturalmente,
todo el tiempo que quiero soy honrada.
 

(En otro grupo.)

 
CONDE
¡Tina, cuidado!...
JUSTINA
¡Inútil vigilancia!
No hay hombre que me siga,
que es tanta y tan terrible mi arrogancia,
que, como creen en Francia,
casi llevo un revólver en la liga.
CONDE
Cierto que nada a la bravura iguala
de esos ojos tan bellos,
aunque fulgura en ellos
todo el candor...
JUSTINA

 (Aparte.) 

(De un tigre de Bengala).
 

(En otro grupo.)

 
GUSTAVO
Pero ¡señor!...
CLARA
Todo eso es muy sencillo.
Cuando una flor las almas alboroza,
corriendo el mundo entero,
baja desde el castillo hasta la choza;
y, cambiando después de derrotero,
con un allí te cojo, aquí te pillo,
sube desde la choza hasta el castillo.
GUSTAVO
Pero, Clara, ¿no os llena de horror santo
esa flor que volando va en secreto?...
CLARA
A mí no; ya me dio contra el espanto
mi madre, siendo niña, un amuleto.
Mas ¡qué idea!... ¿Queréis ganar dinero
con la flor que guardáis en el sombrero?...
GUSTAVO
¿Cómo?...
CLARA
Escribiendo versos y probando,
ya que sois tan profundo,
que hay cosas que volando, que volando,
de corazón en corazón, pasando,
dan, en menos de un mes, la vuelta al mundo.
GUSTAVO
Pues, todavía comprender no puedo...
CLARA
¿No comprendéis la ida y la venida
del viaje de esa flor, que es un remedo
del misterioso viaje de la vida?
GUSTAVO
A hacer del mundo a la virtud juguete
mi honor y mi conciencia se rebelan.
CLARA
Pues debéis escribir un buen sainete,
que podéis titular: «Las flores vuelan».
GUSTAVO
¿Llamáis sainete a esta feroz tragedia?
CLARA
Bien, sainete o comedia.
GUSTAVO
Esta flor maldecida,
que en la sombra escondida,
de mano en mano vuela, arrebatada,
que se abisma comprada,
vuelve a surgir vendida,
y se vuelve a abismar, y reaparece;
más bien que una comedia, me parece
un pasaje de Job sobre la vida!
CLARA
¡Ahora sí que estoy de espanto llena!
Hablando de ese modo,
me parece que hacéis la última escena
de un drama en que el verdugo lo hace todo.
GUSTAVO
Viendo morir la luz de mis amores,
¿no he de perder la calma?
¿Son todas las mujeres cual las flores?
CLARA
Toda mujer es una flor con alma.
GUSTAVO
Si eso es verdad, señora, a Dios alabo,
por no haber presentido estos horrores...
CLARA
Pues estas cosas las veréis, Gustavo,
en donde quiera que se críen flores.
 

(En otro grupo.)

 
ALEJO

 (A JUSTINA.) 

Venid con vuestro Alejo
a beber dos botellas de lo añejo.
JUSTINA
Mas...
ALEJO
¿No fiáis de mi bolsillo?
JUSTINA
Nada.
Mas tengo el mío. ¡Allons! Y cuidadito.
ALEJO
¿Tampoco confiáis en mí?...
JUSTINA
Tampoco,
pues, cual roban las aves
granito tras granito,
los hombres, muy suaves, muy suaves,
nos roban el candor poquito a poco.
 

(Se entran al salón de baile. El CONDE se pasea.)

 


Escena III

 

Dichos, menos ALEJO y JUSTINA.

 
CLARA
Pues, decía, que el Conde hace una hora
me ha dicho, oliendo a ponche, que me adora.
GUSTAVO
¿Qué me decís, señora?...
CLARA
Y que está por mí muerto
hace ya muchos años; y por cierto
que era entonces tan viejo como ahora.
GUSTAVO
Eso es darme a entender que yo desista...
CLARA
Tened calma. No sé si os he contado
que, mi esposo el bolsista,
en títulos y en casa me ha dejado
una inmensa riqueza;
deuda de personal, consolidado...
pero entre tantos títulos, no he hallado
ni un título siquiera de nobleza.
GUSTAVO
¿Mas qué tiene que ver mi pecho amante?...
CLARA
Bien, dicho esto, pasemos adelante.
GUSTAVO

 (Aparte.) 

(¡Mi desgracia es completa!)
CONDE

 (Aparte.) 

(¡Desbancarme un poeta!
¡Un ser de utilidad desconocida!)
CLARA
Como soy bien nacida,
que he debido escuchar, bien seos alcanza,
de varios, y de vos, enternecida,
dos mentiras:- amar sin esperanza
y- estar desesperados de la vida!-
GUSTAVO
¿Dos mentiras? ¡Qué escucho!
¿Creéis que mi amor rendido?...
CLARA
¡Ah! sí, ¡el amor! Lo he conocido mucho,
cuando aún no conocía a mi marido.
GUSTAVO
Pero, señora...
CLARA
Acabaré la historia.
GUSTAVO
Vos, sin duda, perdisteis la memoria...
CLARA
Tal vez lo que decís es verdadero:
padecí de unas toses muy nerviosas,
y creo desde entonces, caballero,
que tengo en la cabeza un agujero
por el cual se me pierden muchas cosas.
GUSTAVO
Pero ¿no recordáis que el otro día?...
CLARA
¿Dije alguna locura?
GUSTAVO
¿Locura? Yo creía...
CLARA
Pero ¿quién cree esas cosas, criatura?
GUSTAVO

  (Aparte.) 

(Su frialdad me aterra.
¡Después de abrirme el cielo, me lo cierra!)
CLARA
Lo que os juro, y os juro, suspirando,
que mientras por la noche esté velando,
y mi esposo roncando
con un sueño completo y concienzudo,
lleno, muy lleno, de dolor agudo,
vuestros castos y dulces madrigales
recordará mi pensamiento loco...
porque siempre en los lechos conyugales,
cuando uno duerme bien, duerme otro poco.
GUSTAVO
¡Yo, imbécil, que creía
que ha de morir el que ama
por su Dios, por su Rey y por su dama!...
CLARA
¿Morirse por todo eso? ¡Qué simpleza!
GUSTAVO
¿Qué queréis? ¡no sé amar sin poesía!
CLARA
Si un médico os oyese, os echaría
chorros de agua bien fresca en la cabeza.
GUSTAVO

  (Indignado.) 

Pues, señora bolsista...
CLARA
Precisamente la cuestión es esa;
por eso me decido por el Conde;
por eso voy, adonde
me llamen:- mi señora la Condesa.-
GUSTAVO
Pues vaya usted con Dios.
CLARA

  (Haciéndole una cortesía.) 

Hasta la vista.
GUSTAVO

  (Aparte.) 

(¡Ser gran señora! La cuestión es esa).
CONDE

  (Cogiendo del brazo a CLARA.) 

Ya soy rico. ¡He triunfado!
CLARA

  (Aparte.) 

(¡Gracias a Dios! Por fin seré Condesa.
Es viejo, pero está mal conservado).
 

(Entran en el salón de baile CLARA y el CONDE.)

 


Escena IV

 

GUSTAVO - SIMONA.

 
SIMONA
Vengo a hablaros, Gustavo.
GUSTAVO
Hablad, Simona.
SIMONA
¿Me tenéis por amiga?
GUSTAVO
Y por patrona.
SIMONA
Es igual nuestra suerte.
GUSTAVO
¿Cómo igual?
SIMONA
Porque el que escribe o plancha...
GUSTAVO
Es verdad, es verdad, se quema o mancha.
SIMONA
Y el débil se hace infame.
GUSTAVO
Y grande el fuerte.
SIMONA
He pensado una cosa.
No quiero callar más; yo soy muy llana.
¿Me queréis por esposa?
GUSTAVO
Yo soy muy llano; no, beata hermosa.
SIMONA
¿Y por qué?
GUSTAVO
Porque no me da la gana.
SIMONA
¿Pero es verdad, Gustavo?
GUSTAVO
Sí, Simona;
no os quiero por mujer, ni por patrona.
SIMONA
¡Se muda de mi casa, y no se casa!
GUSTAVO
No me caso, y me mudo de su casa.
SIMONA
Pues debíais casaros.
GUSTAVO
Con la gloria.
SIMONA
¿Y quién es esa joven?
GUSTAVO
Una vieja.
SIMONA
Rica, ¿es verdad?
GUSTAVO
Tanto, patrona mía,
que estropeáis sin piedad la ortografía,
que toda su familia de inmortales
va poblando, al morir, los hospitales.
SIMONA
Tendríais en mis manos un apoyo.
GUSTAVO
No quiero depender de vuestra plancha.
SIMONA
¿Dónde os mudáis?
GUSTAVO
Al medio del arroyo.
SIMONA
Muy buena casa.
GUSTAVO
Al menos es bien ancha.
SIMONA

 (Aparte.) 

(Otro chasco, ¡por vida!...
Este golpe me ha herido como un rayo.
¿Me desmayo?... No, no me desmayo,
pues tengo una galop comprometida.)
 

(Se dirige al salón de baile.)

 
GUSTAVO
Metedme en un pañuelo el equipaje.
SIMONA
Cuando vuelva a mi casa. ¡Adiós!
GUSTAVO
¡Buen viaje!


Escena V

 

GUSTAVO - GRUPOS DE MÁSCARAS.

 
¡Otra ilusión perdida!
¡Suerte común de grandes y pequeños!
¡Siempre que el viento sopla en nuestra vida,
va, más que nubes, arrastrando sueños!
Ya, sin amor, ni protección alguna,
¿qué puedo hacer, Dios mío?
¿Espero con tu ayuda la fortuna,
o busco el medio de tirarme al río?
 

(Empiezan a atropellarle las parejas bailando.)

 
¡Cuánto feliz bailando!
Es que les pesa la conciencia poco.
Faltando aquí al undécimo estorbando,
¿serán ellos los cuerdos y yo el loco?
Maldigo los placeres
de este hormiguero de hombres y mujeres;
pues siendo engañadores y engañados,
verdugos hoy, y mártires mañana,
lo mismo que mi flor, van arrastrados
por el abismo de la vida humana.
 

(Le vuelven a atropellar las parejas.)

 
De aquí me va a arrojar, si no me quito,
el remolino eterno
de este baile maldito,
feliz respiradero del infierno;
donde, de gloria y de virtud exentos,
confundiendo traidores y traidoras
los falsos juramentos,
de efímeros amores,
en rauda confusión, vuelan las horas,
los juegos, las mentiras, los alientos,
los requiebros, las risas y las flores.
 

(Se aumenta la confusión del baile con una galop infernal.)

 
Pues aunque vea la virtud negada,
y la gloria vendida,
sin gloria ni virtud, no diera nada
por el mejor destino de la vida.
¡Sí! Buscaré con incesante anhelo
la virtud y la gloria,
dedicando mi vida a la memoria
de mi madre infeliz que está en el cielo.
¡Sol de la gloria!...
UN GRUPO DE MÁSCARAS
¡Atrás!...
GUSTAVO
¡Por ti me abraso!
¡Oh, virtud!...
OTRO GRUPO
¡Paso!
GUSTAVO
He de decirlo...
OTRO GRUPO
¡Paso!
GUSTAVO
Aunque me arrolle la ciudad entera...
OTRO GRUPO
¡Apartarse!
OTRO
¡Apartarse!
OTRO
¡Fuera!
OTRO
¡Fuera!
GUSTAVO
Señores, poco a poco.
UNO
¡Es un loco!
OTRO
¡Es un loco!
GUSTAVO
¡Eso no es cierto!
OTRO
¡Es un loco!
GUSTAVO
¡Mentira!
 

(GUSTAVO dando vueltas arremolinado por las MÁSCARAS es echado a empujones de la escena en medio de una gritería general.)

 
CLARA

 (Saliendo del salón.) 

¡No es un loco!
¡Es San Juan predicando en el desierto!...
 

(Risa general.)

 
 

(Cae el telón.)

 




 
 
FIN DEL POEMA DRAMÁTICO