«Caerá
entre sangre el que me hundió en el cieno».
VIII
Mas ¿cómo la terrible molinera
llegó a la ejecución? De esta manera:
Fue
a Nuévalos un día,
en casa de una tía,
audaz se puso
un traje de aldeano, que allí había,
de un paño sin color, a fuerza de uso;
y hecho ya
aragonés, la aragonesa,
al salir de la casa de su
tía
con el pelo cortado a la escocesa,
más
bien que un aldeano, parecía,
el paje más
gentil de una princesa;
y anduvo muchas horas, y aunque
en vano
de Jaime preguntó por el destino,
a todos
los rumores y los ecos;
le dio noticias de él por
el camino,
un vendedor de miel y de higos secos;
y de matar
a Jaime haciendo voto,
marchó a Alhama, a cumplir
su triste suerte.
- ¡Lechera con el cántaro ya roto,
no halló más esperanza que la muerte!
Llega
en fin: sienta plaza de soldado;
pide ser del piquete fratricida;
y así en vengarse, y en matar se empeña,
al verse sin amor y envilecida;
venganza, vive Dios, que
nos enseña
que el corazón a veces desempeña
un papel importante en nuestra vida.
IX
Jaime observa el piquete con espanto,
y Candelaria en tanto
como le ama a pesar de los pesares,
lo mira con furor, mientras su llanto
por dentro de sus
ojos corre a mares.
Y cuando vio que a Jaime le vendaron,
unas nubes de sangre la cegaron;
y, en el postrer momento,
al consumar su intento,
que se creyó casualidad
horrible,
mirando Candelaria al miserable,
echa sobre él
un odio irresistible,
o más bien un amor interminable:
junta a su sien de su fusil la boca;
el gatillo después
con el pie toca,
suena de pronto un tiro,
reza un- ¡piedad,
Señor!- dando un suspiro,
y cae con el cráneo
destrozado,
un momento antes que él, y de esta suerte,
si por verlo matar se hizo soldado,
por no verlo morir
se dio la muerte.
X
Y un instante después, lleno de
celo,
hizo alguien la señal con un pañuelo,
y el ángel del amor tendió sus alas
y se
escondió en el cielo,
por no ver que de Jaime sin
consuelo,
el pecho atravesaron cuatro balas.
XI
Y como a ver morir a aquel soldado,
de
emociones sediento,
subió con gran contento
al Castillo
Romano, hoy arruinado,
ese invariable público, formado
de mil inteligencias sin talento,
cuando vio de dolor desvanecido
que, pasando un segundo,
de una campana eléctrica
el sonido
trajo el perdón pedido,
que llegó
como todo en este mundo;
en un mismo dolor el pueblo unido
lanzó fatal, desolador, profundo,
un ay ¡que más
un ay! fue un alarido.
XII
¡Altos juicios de Dios!- En aquel duelo
un claro sol derrama
tanta luz sobre el suelo
de la Vega
de Alhama,
que parece que el cielo
le dice al pueblo absorto:-
¡vive y ama!
¡Y hasta alegres, del Piedra los ambientes,
llegando a confundirse sonrientes
del Jalón con
las ondas sonorosas,
lo convidan a oír en lontananza
ese canto inmortal de la esperanza
que murmura el concierto
de las cosas!
XIII
Y ¿qué dirán del fin de estos
amores
los que hablan de lo real sin poesía?
Qué
mañana ocultando estos horrores,
el viejo sol que
nace cada día
alumbrando a leales y traidores,
sobre
tanta agonía
un velo vendrá a echar de resplandores;
y dirán además que aunque hoy sentimos
estas
y otras tragedias espantosas,
sucediendo unas cosas a otras
cosas,
pronto han de ver cómo de nuevo oímos
los himnos del Otoño a los racimos,
del Abril las
canciones a las rosas.
XIV
Y afrontando, por fin, de estos amores
el problema profundo,
me preguntáis, lectores
-
«¿qué debemos hacer cuando, iracundo
el destino consienta
estos horrores,
y entre ser y no ser medie un segundo?»-
¡Echar en paz sobre las tumbas flores:
verlo, sufrir, y
despreciar un mundo
tan lleno de Doloras y dolores!
FIN
Los buenos y los sabios
Poema en varios cantos
A mi idolatrado hermano Leandro.
Canto primero
El buen Juan
I
Tocó a Pedro la suerte de soldado;
pero hombre sabio y sin ningún denuedo,
todo desconcertado,
la sentencia escuchó verde de miedo.
Y como en casa
había
otro hermano mas joven que tenía,
como
buen labrador, gustos sencillos,
gran corazón, gran
pie, grandes carrillos,
y unos puños más grandes
todavía,
el padre, por la madre aleccionado,
- «si
a Pedro le ha tocado ser soldado
y tanto el traje militar
le asusta,»-
pregunta a todos de inocencia lleno:
- «¿Hay
cosa más sencilla ni más justa
que vaya por
él Juan siendo tan bueno?»-
Y nadie, por temor o
hipocresía,
contra esta vil sustitución reclama.
Y, pensándolo bien, Juan ¿qué valía,
comparado con Pedro, que tenía
la ambición
del saber y de la fama?
Y el cura, el alguacil y el cirujano,
todo el género humano
encuentra natural, que Juan,
gozoso,
sacrifique a la ciencia de su hermano
su fortuna,
su amor y su reposo.
Y a ninguno subleva esta injusticia
hecha a un ser sin malicia
de aspecto agreste y de carácter
tierno.
¡Oh bondad! Tú despiertas la codicia
de
todos los demonios del infierno!
II
Mientras de Pedro el párroco asegura
que será en religión un alma pura,
y un genio
sin rival en medicina,
se burla él ya de la moral
del cura
amando sin virtud a su sobrina.
Es Pedro un hombre
silencioso y grave,
y, aunque ya tiene vicios,
¿qué
importan en un joven que ya sabe
que fundaron a Cádiz
los Fenicios?
Finge bien la modestia el petulante;
y con
genio y carácter volteriano,
es un mal estudiante
que estudia bien el corazón humano;
y, aunque escaso
de ciencia,
como nació de escrúpulos ajeno,
le enseñó desde niño su conciencia
que ser sabio es más útil que ser bueno.
Dice él, que no ama el oro, y no lo creo;
y blanco
de ira y por envidia flaco,
material por placer, de instinto
ateo,
de rostro afable y de intención bellaco,
vive
con la manía
de maldecir de su feliz estrella,
y
cual buen pesimista en teoría
le va en la vida bien
y habla mal de ella.
III
Pero Juan, que era el bueno, y trabajaba,
¿qué puesto entre sus deudos ocupaba?
Un puesto
tal que, al repartir la madre
los dulces que a los hijos
les feriaba,
- «¿No das a Juan?»- le preguntaba el padre,
y ella decía:- «es cierto, lo olvidaba».-
Por cortedad
huraño,
sólo habla con las mulas y el rebaño
que hacia los campos guía,
sin saber qué
hora es en ningún día,
ni el día, ni
aun el mes, en ningún año.
Siendo tan sobrio
Juan, a falta de olla,
con cebolla y con pan se desayuna,
y ya alto el sol, sin diferencia alguna,
se come por variar
pan y cebolla.
Como es todo mortal falto de trato,
según
San Agustín, o santo o bestia,
por su gran castidad
y su modestia
es Juan un Escipión y un Cincinato.
Para qué sirve el tenedor ignora,
y coge con los
dedos las tajadas,
y ríe, cuando ríe, a carcajadas;
y aúlla como un lobo, cuando llora.
Aunque tiene
cierto aire de limpieza,
dice Pedro su hermano
que, al
tiempo en que se rasca la cabeza,
se peina con los dedos
de la mano.
Prescinde en esta vida del deseo,
de la ilusión,
del oro y de la gloria,
y evita, dando vueltas a la noria,
vendándose los ojos, el mareo.
Y este ser tan benigno
¿es destinado,
sin tocarle la suerte, al heroísmo?
La bondad es el suelo preparado
en que siempre los sabios
han criado
el pan con que se nutre el egoísmo;
y
por eso ya el vulgo ha sospechado
que han de ser y que fueron
un ser mismo,
Juan Lanas, el buen Juan y Juan soldado.
IV
Juan tiene por amante
a una joven de carnes
excedentes,
que echa mano a la oreja a cada instante
para
ver si están firmes los pendientes;
pendientes de
cerezas que él recoge
en el campo de amor ciego,
y que ella fiel, con bíblicas ternezas,
antes los
luce y se los come luego.
Es María, o Maruja, una
aldeana
que, cual base de un sueño delicioso,
tiene
un tío riquísimo en la Habana,
bonachón,
algo verde y ya gotoso.
Tiene además los ojos como
soles,
y en las sienes, tocando a las mejillas,
dos rizos,
sostenidos por horquillas,
llamados en Triana caracoles.
Responde a los requiebros con cachetes,
y, no estando de
risa amoratada,
parecen sus mofletes
un compuesto de leche
y de granada.
Ama Juan a Maruja tan de veras
que si algo
la pedía
aunque ella le decía:- «lo que quieras,»-
no sabía él tomar lo que quería.
Mas
será para mí gran maravilla
si le es fiel
a Juan Crespo la aldeana,
porque, más que a una doble
cortesana,
tengo yo miedo a una mujer sencilla;
que el
candor con sus honradeces,
tendiéndonos la red de
sus patrañas,
enreda al cortesano con sus dobleces
lo mismo que a las moscas las arañas;
y la fe campesina
es muy paciente,
pero, después de todo,
muy candorosamente
en el campo la gente
acomoda el amor a su acomodo.
V
En conclusión: Pedro obligó
a su hermano
a que fuese a cumplir su mala suerte
como
aquel espartano
que en nombre de su honor y lanza en mano,
mandó a su esclavo a combatir a muerte.
Y al ponerle
en camino,
así Pedro habló a Juan:- «Pues
que el destino
suele hacer de un jayán un caballero,
y un héroe de un furriel adocenado,
no olvides,
Juan, que para ser soldado
el despreciar la vida es lo primero».
Después el cura, de latín henchido,
en vez
de unos doblones,
le echó, con un sermón,
dos bendiciones;
y el padre, algo afligido,
como el cura,
le dio buenas razones.
Total: muchos sermones;
un sermón
muchas veces repetido.
Sólo un viejo pastor, ex-guerrillero,
sacó, rompiendo en llanto,
dos monedas gastadas
por el canto,
de un bolsillo de cuero;
y,- «toma, Juan,
le dijo,
no te doy más porque ya sabes, hijo,
que
es cobarde un soldado con dinero».
Y Juan, casi ofendido
en su ternura,
se alejó más que a prisa,
porque a nadie afligió su desventura:
y es que, según
el cura,
era tan bueno Juan, que daba risa.
Víctima,
en fin, de una implacable ciencia,
partió Juan con
magnánima paciencia.
¡Admira el ver de lo que son
capaces
esos hombres de bien que, pertinaces,
nunca pierden
la fe ni la inocencia!
VI
Mas cuando ya muy lejos, se extinguía
de un sol de otoño la postrera lumbre,
oye Juan,
o cree oír, desde una cumbre
que es su casa un delirio
de alegría.
Y se esforzó en seguir. Pero,
notando
que al llegar de su hacienda a los linderos
el
perro con ladridos lastimeros
le solía llamar de
cuando en cuando,
como al fin se reduce nuestra vida
al
humilde rincón en que nos aman,
quiere ver, con el
alma enternecida,
si en su mansión querida
hay seres
que le lloran y le llaman;
y, por la sombra nuestro Juan
velado,
se volvió hacia su casa apresurado;
porque
es nuestro destino
que pase el porvenir, como el pasado,
la mitad en andar por un camino,
y otra mitad en desandar
lo andado.
VII
Al llegar, mira, Juan por el postigo
lo
que en la choza pasa,
mas se apoya en la esquina de la casa,
lo mismo que en el hombro de un amigo,
al ver desde la
esquina
que, alrededor del fuego que brillaba
el gato de
la casa ya ocupaba
el rincón que él llenaba
en la cocina.
Y al notar con tristeza
que, olvidándose
de él, muchos reían,
mientras pudo observar
con extrañeza
que en la cuadra las mulas no comían
por volver, para verle, la cabeza,
el triste, en actitud
desesperada,
a su dolor se entrega
con la frente apoyada
sobre el tronco del árbol de la entrada
que da sombra
a la casa solariega.
Luego el rostro volviendo hacia la
puerta,
en tanto que su cuerpo sostenía
el árbol
que en verano parecía
una jaula de pájaros
abierta,
vio que algunos reían y cantaban;
y al
mirar que sus deudos lo olvidaban,
buscando en su dolor
un compañero,
abrazó con encanto verdadero
el árbol cariñoso en que sesteaban
seis gallinas,
un gallo y un cordero:
y hasta creyó que, respirando
amores,
le daba un tierno «¡adiós!» por vez postrera,
aquel árbol, tan lleno en primavera,
de perfumes,
de ruidos y de flores;
y entonces conoció su alma
encantada
¡cuánto al bueno alboroza
esa canción,
sin nombre, susurrada
por el sauce llorón que está
a la entrada
de la puerta sin puerta de una choza!
VIII
Y, en fin, viendo afligido
que el mundo
de los Crespo, divertido
por festejar a aquel que se quedaba,
al desdichado Juan, que se marchaba,
dejaban de nombrarle
por olvido,
humilde y humillado,
lo mismo que un cachorro
castigado,
de dolor traspasadas sus entrañas,
se
marchó a ser soldado,
al alborear de un día
en que, aplomado,
el cielo se apoyaba en las montañas;
y huyó, y huyendo se mesó el cabello.
¡Ay
del mortal que a conocer empieza
por la primera vez lo que
es tristeza!
¡Ay del que es bueno y se arrepiente de ello!
Y solo, y de sí mismo frente a frente,
empezó
a conocer, aunque con pena,
que es la propia bondad cosa
excelente
para escabel de la ventura ajena.
Y al ver su
porvenir desvanecido,
maldijo.... Pero luego, arrepentido,
echó mano al bolsillo en que tenía,
una estampa
de un santo desollado,
lo besó con furiosa idolatría,
y después, alejándose de lado,
para ver bien
la casa de María,
los ojos se enjugaba, y resignado,
- «¡Cómo ha de ser! ¡cómo ha de ser!»- decía.
IX
De este modo, obediente y con tristeza,
vendido siempre Juan por su ternura,
fue a abismar su cabeza
en esa bruma de la vida oscura,
formada de altivez y de
bajeza,
de injusticia, de envidia y de impostura.
X
Y ahora que sabemos
que lleva la bondad
a esos extremos,
ya escucho esta pregunta en vuestros labios:
- ¿Quién sabe más, los buenos o los sabios?
¡En el día del juicio lo veremos!
FIN
Índice
Con el extracto de las advertencias de primeras ediciones
Prólogo
En este prólogo el autor hace una
defensa de su sistema literario; pero parece más bien
un ataque hecho al pasado. En él encarece la necesidad
de prescindir en la lírica de las escuelas italiana
y francesa, y fundar una escuela nacional poética,
basada en el estilo y formas genuinamente españolas.
Nuestros lectores probablemente opinarán como nosotros,
que en este prólogo hay más ideas de demolición
que de reconstrucción.
I
El tren expreso
El tren
expreso, poema descriptivo, término medio entre lo
real y lo fantástico, historia de amor de dos seres
desgraciados que se ven una hora para llorarse después
toda la vida, es una poesía sencilla y grandilocuente,
que unas veces toca en lo bucólico y que raya otras
en lo épico; pero en la que siempre se hace gala de
un lirismo y de una variedad inagotables.
II
La novia
y el nido
La novia y el nido es una composición de
esas que la filosofía moderna llama subjetivas, cuya
acción pasa dentro de un corazón inocente,
en ese instante supremo en que el primer rayo de luz empieza
a disipar las tinieblas que envuelven santamente el pensamiento
de un alma virgen.
III
Los grandes problemas
Los grandes
problemas es la historia de una mujer que se confiesa a los
diez años, a los veinte y a los treinta, y cuyas tres
confesiones, reducidas a tres dudas o preguntas, abarcan
los grandes problemas hacia los cuales convergen todos los
demás problemas de la vida humana. Más que
la historia de una mujer, es la historia de todas las mujeres.
¡Cuántas, al leerle, irán recordando las inocentes
dudas y las tiernas emociones de su infancia! Y ¡cuántas,
también, sumidas en ese mar de dudas que lleva siempre
consigo la lucha entre los afectos del alma y los consejos
de la razón, sentirán desfallecer su ánimo
al contemplar el trágico fin de la heroína
de este poema! Está desarrollado su asunto con una
delicadeza tal de sentimiento, y es tan distinta la forma
en que sus tres cantos se hallan escritos, que parece empezado
por Samaniego, seguido por Byron y terminado por Goethe.
IV
Dulces cadenas
Es un idilio encantador y profundo
el poemita que lleva por título Dulces cadenas. Da
libertad a un canario una joven en el mismo día en
que ella se casa: el pájaro, cansado de una libertad
inútil, vuelve a buscar la prisión en que había
vivido feliz; pero sorprendido por una tempestad, muere ametrallado
por el granizo en la misma ventana de la alcoba nupcial de
su libertadora. El asunto es dramático, el estilo
tierno y el fondo elegíaco.
V
Historia de muchas
cartas
Un joven que abandona su aldea por venir a la corte;
que deja el cielo en que sintió latir su corazón
acariciado por el fuego de un amor puro, para entrar en el
infierno de las grandes ciudades, ese mar inmenso de malas
pasiones; que se acuerda a cada momento de su amada, y que
a cada momento se promete escribirle, dejándolo siempre
para mañana, mañana que no llega nunca: he
aquí el primer canto.- Una pobre niña amante
y confiada siempre, y siempre aguardando la carta que no
llega; buscando también el mañana en que ha
de recibirla, ese mañana que constantemente se renueva
y que poco a poco acaba al fin con su vida sin ver realizado
su deseo: he aquí el segundo canto.
¡Ay! ¡Cuán
verdad es, por desgracia, que esa historia se repite con
frecuencia! Esa carta que indefectiblemente dejamos todos
de escribir para mañana, es acaso el asunto más
profundamente humano tratado en Los pequeños poemas.
Si viviese aquel D. Benito- decía un amigo nuestro-
aquel tipo perfecto del antiguo dómine que con dos
pinceladas maestras nos describió el Sr. Campoamor
en el Personalismo, y pudiese leer esta composición
del que fue su discípulo de latinidad en el Puerto
de Vega, sin duda hallaría en él más
sentimiento, más gracia y más filosofía,
que en todas las obras juntas de ese maldecido Horacio, que,
a pesar de su aticismo, ha sido y seguirá siendo el
tormento obligado de nuestros primeros años.
VI
El quinto no matar
El quinto no matar.-Idilio inimitable.
Unas cuantas niñas encerradas en un colegio, se enteran
de que un pájaro cuenta a la directora todo cuanto
hacen y piensan; creen que ese pájaro fantástico
es una tórtola que hay en el convento, y, para castigar
tan chismoso e inoportuno testigo, deciden matarla de hambre,
no echándole ya más desde aquel día
Migas de pan revueltas con alpiste.
Algún tiempo
después, la tórtola muere de vieja, y las niñas
entran en remordimientos, que dan lástima y risa,
por la muerte que no han causado. El plan, el desarrollo
y las ideas, puestas en boca de la niña que muere
con el pesar de haber contribuido a la muerte del pájaro,
son de una ternura y de una inocencia encantadoras. La idea
de hacer morir con remordimientos por un crimen que no se
ha cometido a una criatura que aún no puede tener
ninguna idea del mal, es un pensamiento precioso. Esta exageración
de virtud, esta purificación de lo que hay más
puro, que es la inocencia, excede en ternura y en santidad
a todos los pensamientos de todos los autores que hasta ahora
se han ocupado en describir paraísos.
VII
La calumnia
La calumnia.- Antes y después de la célebre
aria de Don Basilio en El Barbero de Sevilla, hay y ha habido
varios cuentos, escritos en diferentes idiomas, que tienden
todos a pintar con colores desastrosos los efectos de la
calumnia. Este poemita, es de seguro lo más nuevo
y mejor escrito de cuanto se ha publicado sobre este asunto.
Nace una niña
con un bello lunar en un costado,
niña que llega a ser una mujer de la más perfecta
virtud. La memoria de aquel lunar, encomiado entre unos por
amor, y publicado por otros con indiferencia, llega a ser
por último, objeto de maliciosas sospechas para todos;
y aquella pobre mujer se da la muerte, desesperada, al verse
constantemente blanco de una hostilidad que se siente y no
se ve. Arrojada por su marido, después de muerta,
en la fosa común, para evitar la vergüenza de
su recuerdo, cuando llega la hora de la rehabilitación,
ni siquiera sus restos mortales pueden encontrarse para ser
honrados, pues la calumnia siguió a la infortunada
esposa hasta más allá de la tumba.
Por lo
mismo que la causa de la tragedia es tan ligera como la existencia
de un lunar, resalta más la filosofía de este
poemita, cuyo plan, admirablemente pensado, está desarrollado
con una energía y una delicadeza de pincel, que no
puede menos de sorprender y encantar al que lo lee.
VIII
Don Juan
El Don Juan, es uno de los poemas más originales,
y acaso el que está escrito con más desenfado
por su autor. Alguna extrañeza, y lo hacemos notar
de propósito, producirá tal vez el sitio elegido
para la acción del segundo canto, que se desarrolla,
no en el cielo, sino en el vestíbulo del cielo: pero,
a los que así piensen, les diremos que, respetando
la moral, en materias de arte, el arte es lo primero.
No
se ha podido hacer una sátira más descarada
contra el sentido moral del género humano, que el
D. Juan de Byron; ni se puede ridiculizar a este personaje
con más originalidad que lo hace el Sr. Campoamor.
Nuestro poeta coge a D. Juan ya viejo, lo mata ignominiosamente
de puro amado, y le hace entrar en el cielo, por desprecio,
redimido por una de aquellas mujeres a quienes siempre había
burlado. La intención y el chiste con que está
desarrollado el pensamiento de este poema, es de un alcance
sin ejemplo. Si el gran vate inglés pudiese leer este
irónico castigo lanzado contra la escandalosa celebridad
de su héroe favorito, es posible que no quisiera cambiar
la brillantez de su estilo por la inimitable gracia y morbidez
del poeta español, pero seguramente envidiaría
la originalidad y el arte de dramatizar un asunto, cualidades
de que Byron carecía totalmente, y en las cuales el
señor Campoamor es maestro consumado.
IX
Las tres
rosas
Las tres rosas, en cuyo desarrollo el Sr. Campoamor
hace gala de una forma nueva y sorprendente, es un poema
dividido en jornadas, y éstas en escenas, cada una
de las cuales encierra un verdadero poemita, el que, aislado,
resulta tan completo como unido al todo de que forma parte.
El lector deducirá al través de la fría
realidad que se advierte en casi todo el poema, la enseñanza
moral que se desprende de una obra en que un mismo personaje,
adorado primero por una mujer de más edad, a quien
abandona infielmente, llega en su edad adulta a ser castigado
por la indiferencia de otra de sus sucesoras.
Aunque no
es nuestro objeto señalar aquí una por una
todas las bellezas de Las tres rosas, creemos deber llamar
la atención de nuestros lectores sobre algunos detalles
que en ésta, acaso más que en ninguna de sus
otras obras, demuestran que no es una hipérbole caprichosa
el aserto de un crítico cuando dice que nuestro autor
suele hablar de las mujeres más apasionadas, con el
mismo, a veces con más pudor, que lo hacen nuestros
místicos al ocuparse de las vírgenes en algunas
de sus descripciones extáticas.
Citaremos únicamente,
en apoyo de lo que decimos, el siguiente terceto:
Al llegar el instante de la hora
en que
se hunde aquel puente que separa
a Eva inocente de Eva pecadora...
X
Dichas sin nombre
Es un idilio precioso: descripción
de una escena campestre, en la cual un joven tuvo la dicha
de jugar en una quinta de Pombal, en Lisboa, con una inglesita
muy bella y cuyo nombre no recuerda.
Seguramente que de
este poemita no se podría decir lo que Enrique Heine,
con algo de desenfado, decía del gran Víctor
Hugo, afirmando que a éste, para ser buen escritor
francés, le faltaban tres cosas: la naturalidad, la
gracia, y el buen gusto. ¡Qué ironía tan natural!
¡Qué gracia de estilo! ¡qué riqueza de imágenes!
y ¡qué variedad de tonos!
XI
Las flores vuelan
Las flores vuelan, capricho literario que no se sabe si
es comedia o poema, está fundado sobre un pensamiento
tan profundo como agudo. Nada hay más gracioso ni
más filosófico que esa flor que, saliendo de
manos de un pobre poeta pasa a las de una dama rica y plebeya;
de ésta a un conde, del conde a la doncella de la
señora, de la doncella al ayuda de cámara del
conde, del ayuda de cámara del conde a la planchadora
de la dama, y desde las manos de la planchadora vuelve a
las del poeta pobre, que fue el primero que echó a
volar la flor, a la cual Calderón, con más
propiedad que a un ave, la hubiera llamado ramillete con
alas.
Herida la imaginación del poeta por aquella
serie de perfidias, por efecto de las cuales vuelve a ser
dueño de la prenda de su amor, pide la flor a la dama,
ésta al conde, el conde a la doncella, la doncella
al ayuda de cámara, el ayuda de cámara a la
planchadora, y la planchadora al poeta, quien se la entrega,
para poder seguir con la vista el vuelo de aquella flor,
símbolo de la inconstancia humana. Pero siéndole
imposible al poeta ver los subterráneos sociales por
donde la flor vuelve a desandar el camino recorrido, se encuentra
de pronto sorprendido con la flor que le devuelve la dama,
y entonces cae en el desencanto de que aquella prenda de
su afecto ha recorrido todo el círculo social, desde
la gran dama hasta la pupilera, sacando por consecuencia
que los afectos, o lo que es lo mismo, las flores que los
representan, vuelan como los pájaros, no a la luz
del día, sino a favor de las tinieblas de los antros
de la vida humana.
XII
El trompo y la muñeca
Los
hombres debían guardar un trompo, y las mujeres una
muñeca, para que en vista de estos símbolos
de inocencia, pudiesen recordar en la vejez, las delicias
de la infancia.
Unir los dos extremos de la vida por medio
del recuerdo de la ignorancia del mal, es un pensamiento
que está aquí desarrollado con una novedad
y una gracia que encantan.
XIII
La gloria de los Austrias
Cuentan las crónicas que un labrador del pueblo de
Cuacos, hizo bajar a pedradas de la cima de un árbol,
al cual se había subido a hurtar fruta, a un niño,
que después fue D. Juan de Austria, vencedor de Lepanto.
Este es el asunto del poema. D. Juan es corrido a pedradas
por el labrador. El emperador interviene con algo de mal
humor en favor del niño. El labrador detiene a aquel
desconocido, en nombre de la ley ultrajada. Un pordiosero
garantiza al Emperador detenido, en agradecimiento de haber
recibido de él algún mendrugo de pan. Pone
en libertad el rústico al Emperador, a ruego del leproso,
y al dirigirse al convento el gran Carlos V, en la región
donde era conocido
- ¡Buen viaje, Majestad!- dice la gente.
- ¡Gracias, gracias!
don Carlos repetía;
y,- ¡buena está mi majestad!-
decía.
La versificación, a pesar de la indocilidad
del metro, parece un trozo de un canto del Ariosto. La anécdota
es graciosa, y la más propia para escribir este dramita,
en el cual la gloria y la grandeza del hombre están
reducidas a ser unas nadas miserables, ante la majestad impersonal
de la razón y de la virtud.
XIV
Los amores en la
luna
Algunas veces hemos oído al ilustre orador,
el Sr. Don Alejandro Pidal y Mon, que Campoamor no idealizaba
lo real, sino que sensualizaba lo ideal. No comprendemos
bien la diferencia de estos dos idealismos, establecida por
el señor Pidal. Este amor de San Francisco de Borja
a la esposa de Carlos V, es de una verdad histórica
incontestable.
Nuestro autor, al trasladar esta pasión
de la tierra a la luna, en vez de sensualizar lo ideal, idealiza
lo real, y he aquí probado que la aserción
del Sr. Pidal, aunque parece ingeniosa, no establece ninguna
diferencia entre los dos idealismos.
Este pequeño
poema, tan original, tan fantástico, tan misterioso
y vago que, según la expresión de una mujer,
parece escrito con luz de luna, es a pesar de su idealismo
lo más profundamente humano que ha salido nunca de
la pluma de un poeta.
XV
La música
Como entendemos
poco de música, dudamos si este poema es una aria
coreada o un cuarteto lírico-poético que ejecuta,
trasportada a uno de los sitios más deliciosos del
Parnaso, la ilustre familia del primer marqués de
Molins.
Problema: el arte divino de música ¿dice
lo que quiere, o más bien, suponemos que nos dice
lo que nosotros queremos?
Un pájaro que canta ¿ríe
o llora?
¿Por qué la misma música que alegra
a unos, entristece a otros? Cuestión importante de
psicología. El mundo exterior no es como parece, sino
como queremos que sea.
XVI
La lira rota
Ginés
el Sevillano, al cual una niña le rompe la guitarra
por arrojarle una moneda, es el tipo eterno de esos talentos
desconocidos que aspirando a la gloria, se encuentran detenidos
en su camino, lo mismo por una dicha que por una mala ventura
de la suerte.
XVII
Los caminos de la dicha
Un tío
paterno aconseja al autor que busque la dicha por la izquierda
del camino de la vida, porque él la ha buscado por
la derecha, y no la ha encontrado. Otro tío materno
le amonesta lo contrario, aconsejándole que tome por
la derecha, porque, según su experiencia, por el lado
izquierdo no se encuentra jamás la dicha deseada.
El autor vacila entre estos dos extremos, y tomando un término
medio, unas veces encuentra por la derecha el hastío
del placer no alcanzado, y otra vez halla por la izquierda
el hastío del goce ya agotado. Resumen: que en la
tierra no hay camino posible para ir a la dicha.
XVIII
Por donde viene la muerte
La eterna cuestión: la
lucha entro lo real y lo ideal.
Creemos con el Sr. Revilla
que esta es una obra de arte perfecta.
XIV
El amor y el
río Piedra
Dos amantes no pueden soportar el dolor
de la ausencia. Ella huye del hogar doméstico; y él,
que es soldado, deserta de su regimiento. Se van a arrojar
al río Piedra, y al verse en las aguas, un sentimiento
de amor los llama a la vida. Se cansan del amor y él
se vuelve a las filas, abandonando a su amada. Han delinquido
por amor, y el amor primero los castiga por locos, y después
la justicia los castiga por delincuentes.
Esta historia
se conoce que es el pretexto para describir las maravillas
del Monasterio de Piedra, donde dicen los que las han visto
que allí la poesía nunca llega a la realidad.
XV
Los buenos y los sabios
Juan es el bueno y Pedro es
el sabio. El bueno trabaja y sufre, para que el sabio ni
sufra ni trabaje. Los hombres todos son, o Juanes o Pedros.
La humanidad se divide en dos partes: en explotadores y en
explotados.
Terminemos ya esta larga
reseña con dos palabras. El género literario
de Los pequeños poemas es tan sencillo y tan filosófico
al mismo tiempo, que, a los jóvenes, nos hace pensar
con seriedad; y a los hombres de edad madura, les inspira
frases como las siguientes, escritas por el célebre
poeta portugués D. A. Feliciano del Castillo, en una
carta que nosotros hemos visto dirigida al ilustrado embajador
de España en Lisboa, el Sr. D. Ángel Fernández
de los Ríos: Cuando leo LOS PEQUEÑOS POEMAS,
a pesar de mis setenta años cumplidos, siento renacer
en mi corazón todos los ardores y todas las alegrías
de la primera edad de mi vida.
De los veinte poemas de que
consta nuestra publicación, se debe asegurar lo que
decía un ilustre escritor definiendo la poesía:
«No se puede sentir más hondo, pensar más alto ni hablar más claro».
Concluiremos esta corta reseña
con una afirmación absoluta, aun a riesgo de desafiar
a la crítica más severa y más preocupada
de lo extranjero y de lo antiguo.
Una colección de
poemas cortos, escritos con la naturalidad, la elevación
y la filosofía de éstos, es un fenómeno
literario, del cual no hay ejemplo en ninguna literatura
del mundo, ni antigua, ni moderna.