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ArribaEpílogo

 

Gran salón del palacio del Capitolio. -A la derecha del espectador dos puertas; la de primer término conduce a las habitaciones de los esposos RIENZI, la otra a la sala del trono. A la izquierda del espectador, en primer término, una ventana, y en segundo una gran puerta que comunica con otros salones inmediatos al vestíbulo o entrada principal del palacio: en el fondo un gran balcón: este balcón ha de tener una balaustrada muy baja, que permita ver a los personajes del drama cuanto sucede en la plaza del Capitolio, se entiende sin salir de la escena; a los dos lados del balcón dos trofeos de armas al alcance de la mano. En el de la derecha y sirviéndole de remate, el pendón azul, distintivo de RIENZI. Entre la última puerta de la derecha y el trofeo, una pequeña puerta secreta, cuya llave estará en una cajita sobre un mueble de la habitación. Toda la parte del fondo, comprendida entre el balcón y los bastidores de la derecha, tiene que estar dispuesta para derrumbarse en la última escena, dejando descubierto el pasillo o corredor a que da entrada la puerta secreta. Dicho pasillo ha de presentar en esta escena un montón de ruinas incendiadas, que sin embargo dé fácil entrada al actor que por ellas ha de salir. A un lado y otro de la puerta de la izquierda, dos grandes lámparas o candelabros de la época, los cuales han de estar encendidos durante todo el acto. Mesa y sitial a la izquierda. A la mitad del acto empieza el amanecer. El balcón del fondo cerrado con vidrieras de color. La ventana entornada. -Han pasado siete años desde el acto segundo.

 

Escena I

 

RIENZI solo, después un CAPITÁN.

 
RIENZI

 (Sale por la puerta de la derecha, primer término.) 

De mí se aleja el sueño y en el alma
un recelo sin forma me atormenta
con la terrible calma
que suele preceder a la tormenta.

 (Pausa.) 

¿Qué sucede? ¿por qué mi pensamiento
recordando el ayer triste y sombrío
se pierde en el vacío,
y al pensar en mañana
lucha angustioso entre la sombra vana?

 (Acercándose a la ventana y abriéndola.) 

Aún es de noche y en el sueño duerme
la eterna Roma.

 (Separándose de ventana.) 

¡Oh Dios! el alma mía
¡ya de todo en el mundo desconfía!
CAPITÁN

 (Llamando a la puerta.) 

Señor, señor.
RIENZI
¿Quién llama?
CAPITÁN
¿Dais permiso?
RIENZI
Entra: ¿qué quieres?
CAPITÁN

 (Entrando, pero en el último término y aparte.) 

(¡Oh!... no está en el lecho.)

 (Alto.) 

Capitán de la guardia de palacio,
de lo que ocurre preveniros debo.
RIENZI

 (Sentándose y casi distraído.) 

¿Pues qué pasa?
CAPITÁN

 (Acercándose.) 

Cumpliendo su mandato
ayer se publicaron los impuestos,
y en las calles y plazas se enclavaron
antes que el sol abandonase el cielo;
el pueblo recibiólos murmurando.
RIENZI
Siempre lo mismo los recibe el pueblo.
CAPITÁN
Pero aquí no paró, cuando la ronda
fue las calles de Roma recorriendo,
desde algunas ventanas y callejas
con palabras, insultos se la hicieron
y halló sobre los bandos de las leyes
pasquines licenciosos e indiscretos.
RIENZI

 (Con desprecio.) 

Que pague las gabelas toda Roma
y que se vengue con pasquines luego.
CAPITÁN

 (Aparte.) 

(Tal vez en tu cabeza ha de vengarse.)
RIENZI
¿Qué murmuras?
CAPITÁN

 (Alto.) 

Señor, que pasa el tiempo
y aún no pude deciros lo que ocurre.
RIENZI
Prosigue tu relato.
CAPITÁN
No comprendo
el cómo pudo hacerse; pero el caso
es que los nobles juntos con el pueblo
se apiñan en formada muchedumbre
del hondo Tíber en el lado opuesto,
según un parte que leal soldado
me acaba de traer hace un momento.
RIENZI

 (Levantándose.) 

¿Qué dices? ¡Miserables!
CAPITÁN
Cierto es todo,
que subí a la atalaya y desde lejos
entre las vagas sombras de la noche
por la aurora teñidas, logré verlo;
a más de esto se miran en la plaza
varios grupos que rompen el silencio
con algún sordo y continuado muera
o con voces de abajo los impuestos;
qué me mandáis hacer?
RIENZI
¿Pero esa gente
ignora que el pontífice Inocencio,
gobernador de la ciudad de Roma
hace tres meses me nombró? No acierto
cómo se atreven a arrostrar las iras
de aquel que tiene a su favor el cielo.
CAPITÁN
Esa contribución de las gabelas
RIENZI
Capitán, las gabelas son pretexto;
la mano de Colonnas y de Orsinis
a través del tumulto bien la veo.
Si hace siete años los barones todos,
según mi voluntad hubieran muerto,
vieras tranquila la ciudad de Roma
y obediente a la ley todo mi pueblo.
La plebe, acostumbrada al servilismo,
no me quiso seguir, y aquel remedio,
que aunque duro de raíz cortaba
los males que sufrimos hace tiempo,
hoy es inútil ya, pues la nobleza
empieza a levantar su antiguo fuero.
CAPITÁN
Tal vez os quieran infundir espanto.
RIENZI

 (Con vehemencia.) 

¡No lo conseguirán, viven los cielos,
que si una vez con infernales tramas
por su mal y mi mal lo consiguieron,
a los hombres que rigen las naciones
la adversidad les sirve de maestro!
El Capitolio es fuerte, y yo te juro
que si de Roma salgo será muerto.
CAPITÁN
¿Y qué ordenáis hacer?
RIENZI
Dobla la guardia;
que alcen los puentes, y si grita el pueblo,
de los muros del alto Capitolio
baje la muerte a detener su aliento.
CAPITÁN
Pero en tanto se salen con la suya
y no podrán cobrarse los impuestos.
RIENZI
Sí que se cobrarán, mañana mismo.
CAPITÁN
Pues os juro no acierto por qué medio.
RIENZI
Obedece mis órdenes y calla.
CAPITÁN
Perdonadme, señor, mas lo que pienso
es que fuera mejor salgáis al punto.
Aún el sol no lució, y en breve tiempo,
sin que el pueblo supiese vuestra fuga,
pudierais consultar con Inocencio.
RIENZI

 (Con acento pausado.) 

Mentira me parece que te escucho,
que es algo ruin y pobre tu consejo.

 (Con vehemencia.) 

Estás oyendo de mi propio labio
que de salir de Roma seré muerto,
y quieres que me escape como loco
por un motín sin forma y pasajero.
CAPITÁN

 (Con humildad.) 

Soy de los vuestros y salvaros quise.

 (Con desprecio y aparte.) 

(Cumplí con mi deber, habrá uno menos.)
RIENZI

 (En tono de reproche.) 

Siempre los míos mal me aconsejaron;
con todo, Capitán, te lo agradezco:
retírate y cumple mi mandato.
CAPITÁN

 (Aparte y antes de salir, junto a la puerta, ínterin RIENZI se acerca a la ventana,) 

(Tu mandato, sí, sí; pasó aquel tiempo
en que Roma al Tribuno obedecía;
eres un pobre vanidoso y ciego,
¡no ves que la sentencia de tu muerte
la firma la nobleza con el pueblo!)

 (Empieza a amanecer. Se va.) 



Escena II

 

RIENZI solo.

 
 

Este monólogo depende del actor.

 
RIENZI
Siete años hace ya que el pensamiento
soñó la libertad para mi patria.
¡Cuántas penas y cuánto sufrimiento!
Errante y sin destino
en las selvas inmensas
del agreste Apenino,
proscrito, excomulgado,
en sombrío castillo encarcelado,
apuré hasta las heces la amargura.
¡Y aún necesita más la suerte dura!
¡Oh! libertad, fantasma de la vida,
astro de amor a la ambición humana
el hombre en su delirio te engalana,
pero nunca te encuentra agradecida.
Despierta alguna vez, siempre dormida
cruzas la tierra, como sombra vana;
se te busca en el hoy para el mañana,
viene el mañana y se te ve perdida.
Cámbiase el niño en el mancebo fuerte
y piensa que te ve ¡triste quimera!
Con la esperanza de llegar a verte
ruedan los años sobre la ancha esfera
y en el último trance de la muerte,
aún nos dice tu voz, ¡espera, espera!
Sueño no más del alma apasionada
fue que yo te buscase;
esa plebe obcecada
jamás alzará el vuelo
a la región de la verdad eterna.
Yo ambicioné elevarla y mi delirio
puede que pague con atroz martirio.


Escena III

 

RIENZI, JUANA.

 
JUANA

 (Entra precipitadamente por la puerta de la derecha, segundo término. Con acento breve y con agitación.) 

¡Señor!...
RIENZI
¿Qué ocurre?
JUANA
Desde el alto muro
donde observaba atenta y vigilante,
del sol naciente al resplandor seguro,
vi un jinete seguido de un infante;
a mi vista, el rencor le presta rayos,
y aunque lejano al grupo le veía
entre las armas y flotantes rayos,
a Pedro de Colonna conocía.
Ávida le seguí con la mirada
cruza los muros de la eterna Roma,
a buen paso penetra en la calzada
y en derechura al Capitolio toma;
avanzando mi cuerpo entre la almena
observé que bajaban el rastrillo
y vio mi corazón con honda pena
que el traidor penetraba en el castillo.
Breves minutos pasan; mi deseo
en el alto del muro me enclavaba,
seguí mirando y con espanto veo
que la guardia el palacio abandonaba.
RIENZI

 (Con espanto.) 

¡Qué dices, Juana. ¡Oh Dios, traición funesta!...
JUANA
Todos, señor, en pos de ese villano
en silencio marchaban por la cuesta;
al verles renegué de que mi mano
no pudiese coger una ballesta.

 (Con vehemencia.) 

De tenerla a mi alcance ¡por mi suerte!
que muchos conocieran a la muerte.
RIENZI

 (Consigo mismo.) 

El Capitolio solo, abandonado...

 (Se dirige a JUANA.) 

¿Y el puente?
JUANA
Presentando ancho camino.
RIENZI

 (Consigo mismo.) 

¡Y el pueblo por los nobles sobornado!
¡Terrible se levanta mi destino!

 (A JUANA.) 

Juana, ¿serás leal?
JUANA

 (Con vehemencia.) 

Pide mi vida.
No sé el plan del infame, pero creo
que su intención perversa y atrevida,
esa intención formada en un deseo,
ya no puede saciarse en mi caída;
mi sentencia de muerte la preveo,
y aunque el alma valiente no se aterra,
¡mi corazón al fin es de la tierra!
JUANA

 (Con tristeza.) 

¿Te horroriza morir?
RIENZI

 (En tono de reproche.) 

Cállate, Juana;
si de mi vida sólo dependiera,
a cien muertes seguidas no temiera.
¡La eternidad se encuentra en el mañana!
Yo no tiemblo por mí, pero María,
ídolo de un amor grande y profundo,
no me puede seguir en mi agonía,
la tengo que dejar sola en el mundo.
Ella y mi hijo...
JUANA

 (Con vehemencia.) 

Rienzi, en mí confía;
mi cariño sin nombre y sin segundo
te llevará dos mártires al cielo
si no hallasen la paz sobre este suelo.
Tu hijo en Aviñón vive seguro
ignorando esta vida desastrosa;
nada temas por él, salva a tu esposa
y cumpliré leal lo que te juro.
RIENZI

 (Con cariño a JUANA.) 

¡Noble mujer!
JUANA
El tiempo se apresura;
el palacio indefenso, el pueblo altivo,
hacen temer precisa desventura.
RIENZI

 (Durante las últimas palabras de JUANA, se ha dirigido a un trofeo, ciñéndose precipitadamente la espada.) 

Y por eso a la lucha me apercibo.
JUANA

 (Con asombro.) 

¿Y pretendes seguir en tu locura?
Aún es tiempo de huir.
RIENZI

 (Con indignación.) 

¡Yo fugitivo!
¡Calle tu lengua!
JUANA

 (Con pena.) 

¡Oh Dios! funesto alarde!
RIENZI

 (Con altivez.) 

Loco pudiera ser, mas no cobarde.
Escúchame en silencio y no caviles
en torcer mi intención, que vano fuera;
llama a los pajes y en mi nombre diles
que cierren el portón de la barrera.

 (Dirigiéndose con el ademán hacia el balcón.) 

Si ellos tienen las armas de los viles,
yo tengo la defensa de la fiera.
Para llegar a profanar mi solio

 (Dirigiéndose con el ademán hacia la puerta.) 

en escombros verán el Capitolio.
JUANA
Y qué intentas hacer ¿cuál es tu idea?
RIENZI
Que el pueblo no penetre en el palacio,
que me dé tiempo, y pensaré despacio
cómo he de prepararme a la pelea.
JUANA
¿Y María?
RIENZI
Después; cumple el mandato
y te diré los medios de salvarla.
JUANA
¿De aqueste sitio lograrás sacarla?
RIENZI
Yo te juro que sí.
JUANA

 (Aparte.)  

Bien. (¡Insensato!)

 (Se va por la izquierda.) 



Escena IV

 

RIENZI solo, después JUANA.

 
RIENZI
Hablaré al pueblo; sí, siempre me escucha.

 (Pausa.) 

Si no me oyera... entonces a la lucha.

 (Pausa.) 

Mañana el santo Padre
ha de mandarme lanzas y dinero:
¡fue imprevisión la mía
publicar el impuesto en este día!
¡Espíritu del alma, no me dejes!

 (Se acerca a la puerta por donde salió y mira el interior de la estancia.) 

Tranquila duerme, sí, pobre María.
 

(JUANA entra apresurada y cierra la puerta por donde entró, que es la de la izquierda.)

 
RIENZI
Tan pronto ya de vuelta, qué sucede?
JUANA

 (Con breve acento.) 

Que el palacio se encuentra abandonado.
Que no hay un paje, y que tu pueblo puede
penetrar hasta aquí.
RIENZI

 (Con desesperación.) 

¡Ah, desgraciado!
JUANA
Del Capitolio en la inmediata plaza,
todos los miserables reunidos,
se agitan entre gritos de amenazas,
como lobos por hambre enfurecidos.
 

(Desde esta escena hasta la conclusión del acto, no deja de oírse un murmullo sordo, como producido por gritos y voces lejanas. Este murmullo es débil o fuerte, según lo necesitan las situaciones de los personajes. El murmullo en esta escena es débil.)

 
Huye, Rienzi, aún es tiempo, y si no quieres,
pronto, ¡salva a María!
RIENZI

 (Entre el temor y el amor propio.) 

Por mi nombre,
que es la mayor desgracia para el hombre
luchar entre las débiles mujeres.
¡Que tiemblo juraría!
JUANA

 (Con mesura.) 

Vano fuera
imaginar que el hombre no temblará
ante un pueblo sin freno ni barrera.
Azota el viento en el inmenso Sahara
y tiembla huyendo la indomable fiera.

 (Se oye más vivo el rumor.) 

¿Escuchas el rumor de la algazara?
RIENZI

 (Haciendo un movimiento de horror.) 

Lo escuché y con horror a pesar mío
siento en mis venas circular el frío.
JUANA

 (Con insistencia.) 

Abandona tu empresa, y de tu vida
cuídate nada más.
RIENZI

 (Transición desde el terror al heroísmo.) 

Calla, insensata;
tras el fiero huracán que se desata
aparece la tierra más florida.
Luchando moriré. ¿Sabes por suerte
el paso abierto sobre el ancho muro?
JUANA
Sí, le conozco bien, y te aseguro
que él tan sólo te salva de la muerte.
RIENZI

 (Con resolución.) 

De aquí no he de moverme; tú le sigues:
sales por él de Roma presurosa
y en la quinta de Flavio te apercibes
preparando la fuga de mi esposa.
Flavio es amigo fiel, cuanto le pidas
te dará, y a Aviñón marcha al instante,
y de Inocencio cuarto protegidas,
me podéis esperar muerto o triunfante.
 

 (Se dirige a la caja, saca la llave de la puerta y la abre, dejándola en la cerradura.) 

JUANA
¿Me seguirá?

 (Con tono desconfiado.) 

RIENZI
Que sí, te lo he jurado;
en el momento que hable con María
saldrá por la revuelta galería
y en breve tiempo la tendrás al lado.

 (Llevando a JUANA hacia la puerta.) 

Pronto, precédela, que al pueblo escucho
enfurecido.
JUANA

 (Primero alto y luego aparte, antes de salir por la puerta secreta.) 

Adiós y quiera el cielo
que puedas ver cumplido tu desvelo.

 (Por ella volveré si tarda mucho.) 

 (Se va entornando la puerta.) 



Escena V

 

RIENZI solo, después MARÍA.

 
RIENZI
¡Solo!, ¡solo! ¡Dios mío, qué locura!

 (Pausa.) 

¡Bruto! ¡Catón! ¡qué horror! ¡Oh, cielo santo!
¡ten compasión de mí! ¡se me figura
que estoy vertiendo lágrimas de espanto!
MARÍA

 (Con traje blanco y como si acabase de despertar, entra por la puerta derecha, primer término; al ver a RIENZI, con agitación y vehemencia.) 

¡Oh Dios mío! al fin te vi.
RIENZI

 (Abrazándola y procurando ocultar su emoción.) 

¿Qué tienes?
MARÍA
Terror profundo.
Entre sueños te perdí
y encuentro desierto el mundo
cuando le veo sin ti.
RIENZI

 (Con pasión.) 

Serénate, vida mía.
MARÍA
¡Oh qué terrible agonía,
qué espantosa realidad!
¡Si mi sueño parecía
imagen de la verdad!
Sobre el mar ruda tormenta

 (Relatando.) 

el huracán levantaba,
triste noche se acercaba
y aquella mar violenta
contra una roca chocaba.
En ella, inmóvil, aislado,
con un resplandor divino
sobre tu frente grabado,
estabas tú abandonado
de los hombres y el destino.
En una tabla ligera
y luchando con el mar,
quise tu vida salvar
y gritaba: ¡Rienzi, espera,
que ya no tardo en llegar!
Un minuto se sucede;
vacila tu noble planta
que sostenerse no puede,
la roca hundiéndose cede,
y el mar sus olas levanta.
¡Espera, te salvaré!,
en mi frenesí gritaba;
con rudo esfuerzo llegué,
pero ya no te encontré
porque el mar te arrebataba.
RIENZI

 (Abrazándola.) 

Delirios del pensamiento.
MARÍA
Acaso mi corazón
pudo turbarse un momento,
pero a tan viva ilusión
la llamo presentimiento.
Entre el cierzo que gemía
vibró una voz que decía:
«¡Rienzi, sucumbe al destino,
»que está muy lejano el día
»y muy oscuro el camino!
»¡Sé mártir, la eternidad
»en pos de la muerte espera,
»y en los siglos de otra edad
»verás como fue quimera
»en el hoy, la libertad!»
¡Aquesto escuché y creí
que la mar embravecida,
era la plebe homicida
y el Capitolio le vi
en aquella roca hundida!
 

(Durante estos últimos versos el rumor se deja oír con más claridad. Una voz fuera, algo lejana.)

 
VOZ

 (Dentro.) 

Muera el Tribuno, muera...
MARÍA

 (Con horror.) 

¡Cielo santo!
¿No escuchaste esa voz? ¡yo desvarío;
era cierto mi sueño, sí, Dios mío!
Sálvate por favor.
RIENZI

 (Procurando serenarla.) 

Calma tu llanto;
las gabelas, impuesto que es forzoso,
a pagarlas el pueblo se resiste,
y el grito de algún pobre revoltoso
es el vago rumor que fuera oíste.
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

No, Rienzi, sálvate, que el alma mía
no puede equivocarse.
RIENZI
¡Te engañara
siendo cierto el peligro! No, María.
MARÍA
Pues retira el impuesto.
RIENZI
¿Qué probara
con esa acción? temor y no le tengo.
MARÍA

 (Reparando que RIENZI está armado.) 

Y armado estás, ¡oh Dios! tiembla mi mano.
RIENZI

 (Procurando disimular su turbación.) 

Para arengar al pueblo me prevengo.
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

Y aún me quieres decir que tenga calma.
RIENZI

 (Con vehemencia y energía.) 

Basta, por Dios; tu mujeril flaqueza
puede entibiar mi fe.
VOZ

 (Dentro, lejos.) 

¡Muera el tirano!
RIENZI
Dejarás el palacio con presteza
y a Juana seguirás.
MARÍA

 (Con exaltación marcadísima.) 

¡Dios soberano!
Dejarte yo, ¡jamás! ¡muerta primero!
Ningún poder habrá, no, no, ninguno
que de ti me separe; el mundo entero
nada pudiera hacer...
UNA VOZ

 (Dentro, pero lejos.) 

¡Muera el Tribuno!
MARÍA
Contigo he de morir o he de salvarte.
A ese pueblo furioso no le temo;
si lleva sus locuras al extremo
que venga de mis brazos a arrancarte.
RIENZI

 (Desprendiéndose de los brazos de MARÍA.) 

Ese pueblo se rinde con mi acento;
si te miro a mi lado nada digo,
porque tiembla mi amante pensamiento
cuando te siento caminar conmigo.
Huye de aquí, por Dios, sólo un momento,
y si el hado se torna mi enemigo,
te juro que al brillar el nuevo día
sólo tuyo he de ser, esposa mía.
MARÍA
¡Tu corazón luchó noble y valiente,
qué más puedes querer! Sígueme.
VOZ

 (Dentro.) 

¡Muera!
MARÍA
¿No escuchaste el delirio de esa gente?
abandona, por Dios, tanta quimera,
conmigo sálvate.
RIENZI
Más tarde; ahora
cumple mi voluntad y en mí confía.
¿Te olvidaste del hijo que te adora?
¡En nombre de su amor, huye, María!
MARÍA

 (Convencida por las instancias de RIENZI, se decide a huir, pero no sin demostrar una gran violencia en esta resolución.) 

¡Dejarte yo!
RIENZI

 (Llevándola a la puerta casi a la fuerza.) 

Por Dios, que el tiempo pasa.
MARÍA

 (Ya en el dintel de la puerta y echando los brazos a su cuello.) 

¿Me seguirás, lo juras?
RIENZI

 (Procurando dominar su pena.) 

Sí, bien mío;
Juana te espera.  (Aparte.)  (El alma se me abrasa;
de contener mi pena desconfío.)
MARÍA
¡Adiós!
RIENZI

 (Con pasión.) 

¡María!
MARÍA

 (Ya en la galería.) 

¡Adiós!

 (Se va y cierra.) 

RIENZI

 (Que se queda delante de la puerta.) 

Tiemblo perderte
y se estremece el corazón de espanto.

 (Con vehemencia y terror.) 

¡Qué terrible momento el de la muerte!

 (Transición del horror a la pena.) 

¡Perdón! ¡Señor! ¡perdón! ¡la quiero tanto!
UNA VOZ

 (Dentro, lejana.) 

Viva Colonna, ¡viva!
RIENZI

 (Con desesperación.) 

¡Aciaga suerte!
Basta ya, corazón; recoge el llanto
y no borres jamás de la memoria
que me contempla el mundo de la historia.
 

(Se dirige hacia el balcón del fondo y entreabre una de las vidrieras, poniéndose a mirar hacia la plaza y dando la espalda a la puerta secreta por donde salió MARÍA; el rumor crece.)

 
¡Qué imponente es la plebe reunida!
 

(MARÍA abre con precaución la puerta secreta, sale a escena y se va por la puerta derecha del primer término, diciendo antes:)

 
MARÍA
Le esperaré hasta el último momento.
 

(Durante este breve tiempo RIENZI de espaldas no ha visto nada; pero se supone que oye algún ligero rumor hacia la puerta, porque se vuelve rápidamente, y viéndola a medio cerrar, se dirige hacia ella y como refiriéndose a MARÍA.)

 
RIENZI
¡Si volviese otra vez! No, por mi vida;
si escucho el eco de su amante acento
de todo el alma por mi mal se olvida,

 (Llega a la puerta, la cierra, da dos vueltas a la llave y se dirige hacia la ventana.) 

que su amor le domina al pensamiento.

 (Tira la llave por la ventana.) 

Ahora a vencer o a conquistar la palma.
 

(Toma su estandarte y abre el balcón del fondo. En tal momento, el rumor y los gritos del pueblo se oyen muy cercanos, pero siempre viniendo de abajo.)

 
Cállese el corazón y empiece el alma.
UNA VOZ
¡Viva Colonna! ¡abajo los tiranos!
RIENZI
 

(Con el pendón en la mano y de la parte de afuera del balcón, intenta arengar al pueblo, pero no lo puede conseguir, porque interrumpen sus palabras con gritos y con voces.)

 
¡Pueblo ilustre!
VARIAS VOCES
¡No! ¡no!
OTRAS
¡Rienzi!
UNA VOZ
¡A la hoguera!
OTRA
¡Viva Orsini!
OTRAS
¡La hoguera!
RIENZI
Los romanos
nunca fueron indignos...
VARIAS VOCES
¡Muera!
OTRA
¡Muera!
RIENZI

 (A pocos pasos del balcón y convencido de que sus esfuerzos son inútiles para arengar al pueblo.) 

¡Qué mal te hice, pueblo desgraciado!
¡Levantarte del polvo y la vileza!
¿Por qué me dejas solo, abandonado,
y te vendes traidor a la nobleza?

 (Dirigiéndose con los ademanes al pueblo.) 

Tu castigo le tienes preparado:
mientras goces cortando mi cabeza,
te ceñirán tus olvidados yugos
esa raza de tigres y verdugos.
Te los mereces, sí; ¡vano delirio
enseñarle la luz al pobre ciego!
¡Ojalá que mi sangre y mi martirio
puedan servirte de fecundo riego!
¡Ojalá que en los siglos venideros
te arranquen de las sombras en que vives
y puedas conquistar los libres fueros
que en el hoy ignorante, ni concibes.

 (Avanza más al centro de la escena y cambia el tono de queja y amargura por uno profético y de entusiasmo, dirigiendo la vista al cielo.) 

¡Inmenso resplandor, lumbre brillante,
reflejo de una luz santificada!
¡libertad que soñé, marcha triunfante
mientras duermo en los reinos de la nada!
Despierta en las regiones de la historia
cuando domine la razón al hombre,
y si no se ha perdido mi memoria
que no se olviden de mi oscuro nombre.

 (Uniendo la acción a la palabra, toma el estandarte con ambas manos, rompe el asta, y haciendo con la tela una especie de tea, lo prende en una de las lámparas, dirigiéndose hacia la segunda puerta de la derecha del espectador.) 

¡Emblema ilustre de mi fe perdida,
cual escarnio de Roma no he de verte!
sigue el destino de mi triste vida,
y si acaso me brinda con la muerte,
abrasando las gradas de mi solio
sálvate de la plebe y sus maldades.

 (Sale por la puerta, y durante un instante queda la escena sola. Vuelve sin el estandarte.) 

¡Ruinas del imponente Capitolio
servidle de sepulcro en las edades!

 (Se va precipitadamente por la puerta de la izquierda.) 



Escena VI

 

MARÍA, después JUANA, luego PEDRO COLONNA y pueblo.

 
MARÍA

 (Sale sobrecogida y horrorizada. Este monólogo depende en un todo de la actriz, que puede elevarlo hasta la sublimidad.) 

¡Oh Dios mío! ¡qué horror, tiemblo de espanto!

 (Pausa breve.) 

El pueblo enfurecido no le escucha;
¡tengo mi corazón yerto de frío!
¡Alma que alientas en el pecho mío!
apresta tu poder para la lucha!

 (Pausa breve.) 

¡Qué intentará! ¡no, no! voy a salvarte,
la fuerza de mi amor me dará aliento
¡yo sabré de sus manos arrancarte!

 (Da un paso hacia el fondo de la escena.) 

¡Pero si ha huido!...

 (Con horror y mirando a todos lados.) 

¡Oh! yo estoy perdida.

 (Transición desde el horror al heroísmo.) 

Toma, Señor, mi vida por su vida.

 (Dirigiéndose rápidamente hacia la puerta, llama con gritos a RIENZI, pero al cruzar por delante del balcón se detiene horrorizada porque ha visto al pueblo cortando la cabeza a su esposo. Llamando.) 

¡Rienzi! ¡Rienzi!... Jesús, ¿que es lo que veo?
¡La cabeza de Rienzi ensangrentada!
 

(Pausa breve y después transición de la pena a la ira. Dirigiéndose con el ademán al balcón.)

 
¡Maldito seas, pueblo fratricida,
raza indigna, de Dios abandonada,
cada gota de sangre de su vida
con sangre tuya correrá mezclada!
 

(Queda anonadada por la desesperación hasta que oye la voz de COLONNA.)

 
COLONNA
 

(Que viene por los salones de la izquierda, seguido del pueblo, grita desde lejos.)

 
María, ven, mi corazón te espera.
MARÍA

 (Súbitamente se rehace de su desesperación, irguiéndose con sublime arranque dice:) 

¿Aún necesitas más, hambrienta fiera?
pues recoge mi cuerpo inanimado.

 (Uniendo la acción a la palabra se dirige a uno de los trofeos, toma un puñal y se lo hunde en el pecho. Al caer se acuerda de su hijo, se arranca el puñal de la herida, pero al arrancárselo, cae muerta.) 

¡Alma! busca a tu amor,

 (Se hiere.) 

¡hijo!... ya es tarde!
 

(Cae próxima a la puerta secreta. En el mismo momento de caer, el incendio que durante esta última parte de la escena ha ido en aumento, hace que se derrumbe la parte comprendida entre el telón de fondo y los primeros bastidores, dejando descubierta la galería secreta. Por ella aparece JUANA llamando a MARÍA. Entra en escena, y al ver a María queda parada.)

 
JUANA
¡María! ¡muerta! y Rienzi,  (Mira al balcón.) , ¡asesinado!
 

(Con acento sublime y poseída de la desesperación, dirigiéndose al pueblo, cuyos gritos se unen al rumor del incendio, cada vez más vivo.)

 
¡Pueblo cruel! ¡Pantera libertada!

 (Se dirige al cuerpo de MARÍA, se arrodilla y la coge.) 

¡Yo salvaré tu cuerpo idolatrado!
COLONNA
 

(Ya inmediato a la escena, entra en ella al terminar las últimas palabras del siguiente verso.)

 
¡La muerte elegirás si no me amas!
JUANA
 

(Al oír la voz de COLONNA ha tomado el cuerpo de MARÍA en sus brazos. Al entrar COLONNA en escena, le dice desde el mismo dintel de la galería:)

 
¡Búscanos a las dos entre las llamas!
 

(Cae el telón a tiempo que un grupo del pueblo con antorchas entra detrás de COLONNA. La actitud de los personajes es la siguiente: JUANA con MARÍA en los brazos en el dintel de la puerta de la galería. COLONNA en medio de la escena inmóvil y mirando espantado el grupo de JUANA y MARÍA. Detrás de él varios hombres del pueblo con antorchas encendidas e inmóviles y espantados. Todo iluminado por el incendio, cada vez más grande durante esta última escena.)

 





FIN DEL DRAMA

Madrid 13 de diciembre de 1875.

Notas de Rosario de Acuña

En el acto 1.º, escena 4.ª, página 13.

Después del verso:


«las canas que adornaban su cabeza!»

Debe incluirse el siguiente:


«Al casarme, su herencia me legaron»;

El verso inmediato debe comenzar con d minúscula.

En el epílogo, escena 2.ª, pág. 62.

Después del verso:


«en sombrío castillo encarcelado»,

Deben incluirse los dos siguientes:


«escarnio e los nobles
y del ingrato pueblo abandonado»,

Si por circunstancias especiales de las empresas, como ha sucedido en Madrid, no pudiera disponerse la decoración del tercer acto con la mutación que se indica, el final del mismo puede sustituirse de la siguiente manera: la actriz Juana, debe entrar en escena por la puerta secreta, rompiéndola con un hacha, toda vez que la puerta estará practicable en la decoración, y no hay necesidad de derrumbamiento.

Todos los versos que llevan un asterisco al margen pueden suprimirse en la representación.