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Cervantes : Bulletin of the Cervantes Society of America

Volume XVII, Number 1, Spring 1997

PERSPECTIVES ON CERVANTES STUDIES

imagen

Foto Rúquel, Montilla

IN HONOR OF
JOSÉ MARÍA CASASAYAS



THE CERVANTES SOCIETY OF AMERICA

President

JOHN J. ALLEN (1997)

Vice President

CARROLL B. JOHNSON (1997)

Secretary-Treasurer

WILLIAM H. CLAMURRO (1997)

Executive Council

FREDERICK A. DE ARMASMW STEVEN HUTCHINSON
HOWARD MANCINGNE DOMINICK FINELLO
GEORGE A. SHIPLEY, JR.PC EMILIE BERGMANN
EDUARDO URBINASE ALISON P. WEBER
AMY R. WILLIAMSENSW JUDITH A. WHITENACK

Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America

Editor: MICHAEL MCGAHA

Book Review Editor: EDWARD H. FRIEDMAN

Bibliographer: EDUARDO URBINA

Editor's Advisory Council

JUAN BAUTISTA AVALLE-ARCEEDWARD C. RILEY
JEAN CANAVAGGIOALBERTO SÁNCHEZ

Associate Editors

JOHN J. ALLENLUIS MURILLO
PETER DUNNHELENA PERCAS DE PONSETI
DANIEL EISENBERGGEOFFREY L. STAGG
ROBERT M. FLORESALISON P. WEBER
EDWARD H. FRIEDMANAMY R. WILLIAMSEN
CARROLL B. JOHNSONDIANA DE ARMAS WILSON
FRANCISCO MÁRQUEZ VILLANUEVA

Cervantes, official organ of the Cervantes Society of America, publishes scholarly articles in English and Spanish on Cervantes' life and works, reviews, and notes of interest to cervantistas. Twice yearly. Subscription to Cervantes is a part of membership in the Cervantes Society of America, which also publishes a Newsletter. $20.00 a year for individuals, $40.00 for institutions, $30.00 for couples, and $10.00 for students. Membership is open to all persons interested in Cervantes. For membership and subscription, send check in dollars to Professor WILLIAM H. CLAMURRO, Secretary-Treasurer, The Cervantes Society of America, Dept. of Modern Languages, Denison University, Granville, Ohio 43023. Manuscripts should be sent in duplicate, together with a self-addressed envelope and return postage, to Professor MICHAEL MCGAHA, Editor, Cervantes, Department of Modern Languages, Pomona College, Claremont, California 91711-6333. The SOCIETY requires anonymous submissions, therefore the author's name should not appear on the manuscript; instead, a cover sheet with the author's name, address, and the title of the article should accompany the article. References to the author's own work should be couched in the third person. Books for review should be sent to Professor EDWARD FRIEDMAN, Book Review Editor, Cervantes, Dept. of Spanish and Portuguese, Ballantine Hall, Indiana University, Bloomington, Indiana 47405.

Copyright © 1997 by the Cervantes Society of America.



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ArribaAbajoPrólogo

José Ramón Fernández de Cano y Martín



Secretario del VII Coloquio Internacional de la AC

No era preciso apelar a la dudosa fraternidad que reina entre los cervantistas para comprobar que la obra de Cervantes sigue gozando de buena salud, pero sí parecía a mí urgente reunirnos para tomar el pulso al status quaestionis del cervantismo mundial, y averiguar, de paso, por dónde progresan las últimas perspectivas en los estudios cervantinos. El pretexto -si es que para tan altas ocasiones es menester fingir alguno- era, además, idóneo: rendir un sincero y agradecido homenaje a don José María Casasayas Truyols, alma mater de la Asociación de Cervantistas, miembro fundador, espíritu impulsor, aedo difusor y -¿por qué no decirlo?- bolsillo mantenedor de tan ilustre y erudita confradía.

La figura del homenajeado enredó notablemente las labores de organización, pues enseguida comenzaron a llegar desde cualquier rincón del globo adhesiones al acto y propuestas de participación en el coloquio que se anunciaba, lo que acabó por abatir la austeridad y encumbrar el recogimiento que, en un principio, se había pretendido conferir al homenaje; y aunque se mantuvieron a duras penas -y tras rechazar dolorosamente un sinfín de generosos y desinteresados ofrecimientos- las tres ponencias plenarias que imponía la corta duración del evento, las veinte comunicaciones previstas inicialmente, se convirtieron, a la postre, en tres docenas de interesantes trabajos. De esta manera, el VII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas ganó en tradición oral lo que ahora, por desgracia, pierde en transmisión escrita; porque si bien es cierto que la habitual hospitalidad de la revista Cervantes ha dado asilo, una vez más, a una pequeña muestra de los trabajos presentados, no lo es menos que las siempre enojosas limitaciones de espacio han hurtado al estudioso cervantino y al lector curioso un buen puñado   —5→   de fructíferas indagaciones en torno a la figura y a la obra del Insigne Manco, con gran menoscabo para su memoria y no menor detrimento de la fama de los autores que aquí no pueden verse impresos.

Pero amanecerá Dios, y medraremos; porque el Excelentísimo Ayuntamiento de Argamasilla de Alba, atento siempre a cualquier impulso que pretenda dar más lustre a las letras manchegas, ha hecho intención y ánimo de dar a la imprenta otra selección de las comunicaciones que aquí no tienen cabida; las cuales, hermanadas en un volumen de importancia y calidad parejas a las del presente, serán el complemento adecuado -y aún diré que imprescindible- para asomarse a las más novedosas perspectivas en los estudios cervantinos.

Perspectivas que no quedarán del todo vislumbradas sin el conocimiento y la lectura de los libros que se presentaron en el transcurso de este VII Coloquio: Ensayo de una bibliografía cervantina, del susodicho Casasayas, quien también anota una edición de los Sonetos y Epitafios de los Académicos de la Argamasilla (pieza rara y curiosa -como todas las que ha impreso la generosidad de don Manuel Ruiz Luque- con la que se obsequió a los participantes en el Coloquio); Juicio Crítico Literario, de los Académicos de La Argamasilla; y La interpretación cervantina del Quijote, de don Daniel Eisenberg, cuyos méritos le llevaron a ser investido Académico de la Argamasilla, no sin haber antes padecido los rigores de un severísimo Juicio Crítico Literario del que, como las recias galeras de Lepanto, salió tocado pero no hundido. El humor, la discreción y la sabiduría de los Académicos de la Argamasilla, con don Rodolfo Mateos Martínez y doña Pilar Serrano de Menchén al frente, tardarán mucho en desaparecer de la memoria de los miembros de la Asociación de Cervantistas. Todo esto no habría tenido lugar sin el buen hacer de don Joaquín Menchén Carrasco y don Pedro Padilla Zagalaz, quienes, desde la Corporación Municipal y la Casa de Medrano -respectivamente-, multiplicaron sus esfuerzos para organizar con brillantez y liberalidad un Coloquio Internacional en la cuna de Tiquitoc, Cachidiablo y Paniaguado. A ellos, y a la entrega y disposición de don Cayo Lara-Moya, alcalde de este lugar de La Mancha, debe el lector estas Actas que ahora tiene en sus manos. Y justo es reconocer, asimismo, la colaboración prestada por la Universidad de Castilla-La Mancha, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la Diputación Provincial de Ciudad Real, que acorrieron gallardamente el municipio argamasillesco en todo lo que éste de ellas necesitara. No puede cerrarse esta tabula gratulatoria sin recordar la labor de los componentes de la Comisión Académica (don Daniel   —6→   Eisenberg, don Joaquín González Cuenca y don Víctor Infantes de Miguel), y sin elogiar la natural gentileza, la encomiable diligencia y la bendita paciencia de don Santiago López de Navia y don José Antonio Cerezo Aranda, Secretarios del Coloquio. En las Indias Occidentales del Norte, con el celo, el rigor y la eficaz presteza que le caracterizan, don Michael McGaha ha velado por la correcta impresión de este volumen. Vaya hasta todos ellos el agradecimiento de la Asociación de Cervantistas. Vale.





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ArribaAbajoArticles


ArribaAbajo Revisión del cautiverio cervantino en Argel

Alberto Sánchez


After a critical overview of recent biographies of Cervantes, this article focuses on scholarship concerning the crucially important five years Cervantes spent as a captive in Algiers, examining such controversial issues as: Was Cervantes a converso? Was he a homosexual? Why did Cervantes's master Hasan Pasha spare his life after he attempted to escape? To what extent was Cervantes influenced by Muslim culture?



Inversión de la biografía de Cervantes

Durante el último tercio de nuestro declinante siglo XX estamos asistiendo a una profunda revisión en el estudio de la personalidad humana, de la vida histórica y concreta del genial creador de Don Quijote.

Hemos pasado, apenas sin transición, desde la biografía romántica, idealizada, «heroica» según Ramón de Garciasol, o «ejemplar y heroica», en la adjetivación de Astrana Marín1, a las atrevidas insinuaciones de Rosa Rossi sobre las ocultaciones de la diversidad social del escritor («converso») y de sus presuntas relaciones homosexuales; o a los perfiles de jugador, pendenciero y hasta dipsómano que le atribuye Cristóbal Zaragoza2.

En vez de proseguir el estudio inagotable de su obra, los últimos biógrafos de Cervantes parecen empeñados en desmontar al autor del elevado pedestal de su estatua. Como se dice muy graciosamente en un reciente libro de Emilio Sola, Cervantes y la   —8→   Berbería, mientras que los biógrafos de Cervantes, del siglo XIX y primera mitad del XX, se esforzaban en buscarle novias a Cervantes (en Nápoles, Lisboa o Madrid), ahora parece que los nuevos investigadores se empeñan en buscarle novios, y no solamente en Argel3. Las elucubraciones acerca de una posible diversidad sexual cervantina se inician por Zmantar y la extensa obra de Combet, Cervantès ou les incertitudes du désir4. Claro está que no todos los biógrafos coinciden en esta línea discrepante. Jean Canavaggio, de larga y brillante ejecutoria en los fastos del cervantismo, en su reciente y admirable biografía de Cervantes, admite juiciosamente el volumen de misterio que todavía encubre la personalidad del escritor5. También la revisión por Garciasol de su biografía cervantina en Claves de España, incorpora las rectificaciones de Castro y Rodríguez Moñino, que algo empañan la ejemplaridad de Cervantes, pero sin alterarla sustancialmente. Otro tanto puede advertirse en el libro de Julián Marías, Cervantes clave española, aunque se expande en consideraciones más generales y abstractas6.

En todo caso, la consideración de Cervantes como clave que nos puede conducir al laberinto de la cultura española (con su Don Quijote de clavero mayor), supone más una interpretación subjetiva que la aclaración objetiva de la auténtica personalidad del autor.

Del mito al hombre era el alentador y promisorio subtítulo que dio Juan Antonio Cabezas a su Cervantes, estimable biografía publicada en 19677. Aparte de ciertas cualidades positivas de la obra, lo cierto es que el hombre Cervantes sigue en ella aureolado entre los nimbos del mito, más bien que contemplado en la realidad histórica. Propiamente es una versión reducida, legible y amena, de   —9→   la monumental, «ejemplar y heroica» vida de Cervantes trazada por Astrana Marín.

En el prólogo orientador declaraba Cabezas: «Lo que he intentado es una moderna biografía literaria de Cervantes, basada en la documentación, obra que no existe en la copiosísima Bibliografía cervantina». Tan absoluta carencia, empero, no es admisible; ahí están las de Navarro Ledesma, Miguel Santos Oliver, Ramón de Garciasol, Sebastián Juan Arbó, Jean Babelon y Miguel Herreros García, entre otras; todas de este siglo y anteriores a la de Cabezas; todas con base documental y exposición más o menos novelesca.

Hacía hincapié en que la suya no sería «obra erudita de difícil lectura e interpretación, ni de sola amena lectura, a semejanza de las que, por prescindir de los documentos, han mezclado peligrosamente y sin discriminación lo verdadero con fábulas folletinescas». He aquí un programa bien loable de cara al gran público. Terminaba reconociendo su deuda a Luis Astrana Marín, que había anulado para siempre (atrevidísima aserción) las leyendas que «más por falta de documentación que por mala fe, se habían mezclado a la apasionante, novelesca, no novelera, biografía del Príncipe de los Ingenios Españoles8». En toda esta retórica, los calificativos de apasionante y novelesca realzan el entusiasmo hagiográfico, superable en el biógrafo científico y objetivo.

Mas no olvidemos que Astrana Marín condenó supercherías de la tradición cervantista, pero imaginó por su parte algunas actuaciones y comportamientos de Cervantes que carecen de comprobación en los documentos por él descubiertos, o comentados con nueva interpretación.

Como ejemplo inicial descollante, señalaremos la formación escolar de Cervantes en el Colegio sevillano de los jesuitas; o la condena en Madrid, por las heridas causadas a un tal Sigura en 1569, según el enigmático documento encontrado por Jerónimo Morán en el pasado siglo; a lo que cabría añadir la inmediata fuga a Italia de Cervantes el mismo año, siguiendo la ruta por tierra que llevan los peregrinos del Persiles, la novela póstuma.

Basten estas referencias generales como punto de partida en la moderna reconstrucción de la biografía cervantina, no tan exhausta de valores notables como suponía Cabezas en 1967.

Por mi parte, he procurado establecer los necesarios puntos de apoyo y crítica bibliográfica para la información elemental e   —10→   indispensable de futuros investigadores en este sector del cervantismo.

Primero, mediante mi colaboración en la Suma Cervantina editada por Avalle-Arce y Riley9.

Más tarde, en la revista Anthropos tracé un bosquejo histórico-bibliográfico razonado de los progresos de la biografía cervantina, desde la de Mayans en el siglo XVIII hasta la de Canavaggio, para mí la más aceptable entre las muchas aparecidas durante el siglo XX10.

Finalmente, en junio de 1994 envié el texto definitivo de mi intervención en un Seminario celebrado en el Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares durante el anterior mes de mayo. Invitado por el profesor Pablo Jauralde Pou, leí una comunicación sobre las Nuevas orientaciones en el planteamiento de la biografía de Cervantes, como continuación y puesta al día de mi citada aportación a la Suma Cervantina, veinte años antes. Todavía no se ha publicado el anunciado Cervantes de Alcalá, donde confío que aparezca mi trabajo.

Con estas humildes credenciales, me propongo ahora concentrar, en un período culminante y cimero, la revisión general de la biografía cervantina que estamos presenciando, no sin cierta perplejidad algunas veces. Quiero invitaros a reflexionar conmigo acerca del cautiverio cervantino en Argel, a la luz de las nuevas biografías, o de estudios especiales dedicados al período más documentado y, quizá por eso, más controvertido actualmente en la peripecia vital de Cervantes. Que no nos ofusque esa flamante luz, tal vez encendida al calor de ideas y teorías de reciente implantación, más que el sereno meditar ante unos testimonios personales de la época, o a la consideración atenta del ambiente histórico, bien estudiado en las últimas décadas.

Después de analizar la huella de Astrana Marín, el legado de Américo Castro o la rápida difusión del «erotismo masoquista» de Combet, llegaba yo a la conclusión de que para renovar y trastocar la biografía cervantina se han tenido más en cuenta las declaraciones y rasgos autobiográficos repartidos a lo largo de la creación literaria del mismo Cervantes que los documentos objetivos y externos, e incluso   —11→   la circunstancia histórica que los rodea. Con lo cual regresábamos a los mismos fundamentos en que se apoyaba la primera biografía de Cervantes por Mayans en 1737. Con la gran diferencia de que la relectura actual de sus libros se hace según la pauta, doctrina y métodos del psicoanálisis y de otras teorías modernas. No sin prejuicios ni anteojeras, como lo debió hacer Mayans.

Esta afirmación es válida principalmente en todo lo que se refiere al cautiverio cervantino en Argel, quizá el periodo mejor documentado y atendido por los estudiosos de la vida de Cervantes. Si acudimos a la extraordinaria y recientísima Bibliografía del Quijote de nuestro admirado colega Jaime Fernández, S. J., profesor de la Universidad Sophia de Tokyo, encontramos cerca de trescientas entradas en torno a la historia del Capitán Cautivo (DQ, I, 39-41), donde quedó reflejada con gran verosimilitud aquella terrible experiencia11.

Y tengamos en cuenta, ante todo, la documentación oficial que consta en la Información, solicitada por Cervantes, de «lo que ha hecho estando captivo en Argel», conocida desde 1894, cuando Ceán Bermúdez se encargó de buscarla en el Archivo de Indias de Sevilla, por encargo de Fernández de Navarrete, que ya dio cuenta de ella en su Vida de Cervantes (Madrid, 1819). Toda la Información y otros valiosos documentos que la complementan pueden leerse hoy cómodamente el la Col. Cervantina dirigida por José Esteban y Gonzalo Santonja12.

El primer documento recogido es el Memorial de Cervantes en solicitud de un cargo vacante de Indias (que le fue denegado) en mayo de 1590. No sé si se habrá advertido la significativa coincidencia cronológica del comienzo del documento con una afirmación de la historia del Cautivo en el Quijote (I, 39).

La instancia comienza así: «Miguel de Cervantes Saavedra dice que ha servido a V. M. muchos años en las jornadas de mar y tierra que se han ofrecido de veintidós años a esta parte, particularmente en la Batalla Naval...». Y en el Quijote (I, 39) oímos declarar al Capitán al principio de su historia: «éste hará 22 años que salí de casa de mis padres...». Ahora bien, como nos habla, a continuación, que   —12→   presenció la muerte de los condes Egmont y Horn, ejecutados en Bruselas el año 1568, es posible convenir con Francisco Ayala que la historia del Cautivo debió escribirse dieciséis años antes de la publicación del primer Quijote; además, en la vida y sucesos del Cautivo se nombra a Felipe II como viviente al hablar de don Juan de Austria, como «hermano natural de nuestro buen rey don Felipe13».

A mí me atrae singularmente la curiosa repetición de esos 22 años, en la que parecen no haber reparado los biógrafos. Durante esos años discurre, con plena armonía en la novela, el tiempo histórico y el poético; lo cual implica la autenticidad vital de un relato, en parte autobiográfico e integrador de lo que pudiéramos considerar la fase heroica en la propia vida del escritor; tiene su epicentro en el desdichado quinquenio de su cautiverio argelino (1575-1580). Nos acerca a un momento crucial de la historia de España y del Mediterráneo. Por todo lo cual, Emilio González López consideraba a Cervantes como maestro de la novela histórica y precursor muy temprano de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós14. En torno a la esclavitud argelina se han tejido últimamente una serie de audaces conjeturas, que me propongo analizar con la objetividad indispensable.




«Morir como buen soldado, en servicio de Dios y del Rey»

Sabido es que Cervantes luchó como soldado de Marina (que diríamos hoy) en la batalla naval de Lepanto (1571), donde resultó herido y perdió el uso de la mano izquierda, con lo que acreditó el título de Manco de Lepanto, reconocido y ensalzado por quienes le rodeaban. Aunque muchos años más tarde, el anónimo autor del Quijote apócrifo (1614) se burlara inicuamente de esta mutilación y escribiera con descaro en el prólogo de aquella imitación: Cervantes... «como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos». La respuesta de Cervantes, en el prólogo de la 2.ª Parte del Quijote (1615) fue rotunda y definitiva. Replica que su manquedad no nació en trifulca de taberna, «sino en la más alta ocasión que vieron   —13→   los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros». Fue la última y más exaltada de sus rememoraciones literarias de la gesta de Lepanto.

De acuerdo con ello, no había por qué exagerar la actuación de Cervantes, tan clara y previsible en aquella ocasión. Pero así lo han venido haciendo sus hagiógrafos, al interpretar a su modo el testimonio de los doce amigos de cautiverio en la Información de Argel, ante el monje liberador, a petición del mismo Cervantes (1580); y la pedida por su padre en Madrid (1590), en la que deponen cuatro testigos ante Jiménez Ortiz, alcalde de casa y corte. En ambas ocasiones, las preguntas formuladas llevan el sello expresivo de haber sido dictadas o escritas por el propio Cervantes; siempre en defensa de su buen nombre y con la esperanza de obtener futuras mercedes.

En la pregunta IV del segundo cuestionario, se pide declaración acerca del comportamiento del soldado Miguel de Cervantes, enfermo de fiebre el día de la batalla de Lepanto. Se sugiere que, a pesar de las recomendaciones de algunos amigos para que se refugiase bajo cubierta, «pues no estaba sano para pelear», les contestó que «mejor era morir como buen soldado, en servicio de Dios y del Rey». Y peleó valientemente en el peligroso lugar del esquife.

Aquí los comentaristas románticos presentan a un Cervantes macilento, con febriles ojos llameantes, arengando a sus compañeros y dispuesto a sacrificar su vida por Dios y por el Rey.

Pero es evidente que la declaración repite una fórmula invocadora y ritual, idónea para transcribir la hoja de servicios de un soldado que aspira a mejorar de posición, más bien que ante un espejo del suceso real. La misma fórmula se repite otras veces en la primera Información, aunque aplicada a distintas situaciones: a Onofre Ejarque, mercader valenciano, le convencen de que diese dinero para comprar una fragata armada, en la que pudieran escapar algunos cautivos, «persuadiéndole que ninguna otra cosa podía hacer más honrosa, ni al servicio de Dios y S. M. más acepta, lo cual ansí se hizo; y el dicho renegado compró la dicha fragata de doce bancos y la puso a punto, gobernándose en todo por el consejo y orden del dicho Miguel de Cervantes», etc.

A continuación se pregunta «si saben o han oído decir que el dicho Miguel de Cervantes, deseando servir a Dios y a su majestad y hacer bien a cristianos» dio parte en secreto de su intento de fuga a no menos de sesenta cautivos, «toda gente la más florida de Argel».

Las fórmulas oficiales se reiteran; pero no por eso se puede soslayar una valerosa actuación de nuestro escritor en tales ocasiones.

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Jean Canavaggio en su mentada biografía de Cervantes sale al paso de las exageraciones de los hagiógrafos, pero da la razón al escritor cuando afirma en el Quijote que la batalla de Lepanto desengañó al mundo cristiano del error en que estaba creyendo que los turcos eran invencibles por el mar (I, 39). Refrenda esta conclusión la tesis contemporánea del problema, según deduce F. Braudel en El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II (Madrid, 1977).

Con posterioridad, Rosa Rossi, en su profunda revisión del perfil biográfico cervantino, vuelve a poner en duda la calidad de nuestro escritor como héroe; es decir, «un ser humano pronto a sacrificar su vida por Dios y por el Rey15».

De todas formas, no se puede esquivar su presencia en Lepanto, origen de su mutilación, ni la complacencia en la repetida manifestación literaria de aquellos hechos, aparte de su obligada mención en las peticiones oficiales de merced.




Diferencias en el «casticismo» religioso y en el comportamiento varonil

Fue Américo Castro, principalmente en Cervantes y los casticismos españoles (1966), quien argumentó la teoría de segregar a Cervantes de los cristianos viejos, dominadores en la sociedad conflictiva del Siglo de Oro. No se puede negar que las repetidas bromas a propósito de la arbitraria división entre cristianos viejos y nuevos llena las páginas de la obra cervantina. La compenetración y hermandad de Don Quijote, presumiblemente cristiano nuevo, con Sancho Panza, que presume de serlo viejo, podría ser una lección disimulada del gran libro. Bastaría recordar la afirmación del escudero, «que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta» (I, 21); y la respuesta irónica de Don Quijote («y aun te sobra»), para comprender la intención y aguda crítica del autor.

Claro está que Cervantes machacaba en hierro frío. Su entremés primero del Retablo de las Maravillas se burlaba de unas autoridades aldeanas, engañadas por Chanfalla y la Chirinos mediante la representación de unas fantasmagorías escénicas que solamente podían ver los que no fuesen hijos ilegítimos ni confesos. Es decir, los que tuvieran pureza o «limpieza de sangre». Arrastrados por la «negra honrilla», todos compiten por ver lo inexistente e incluso añaden detalles.

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Por supuesto, el entremés no fue admitido por los autores o empresarios, y no pudo representarse ante el público. Pero el popular entremesista Quiñones de Benavente, convencido de la gracia cómica del tema, pudo adaptarlo a las exigencias del tiempo, sin más cambio importante que el de suprimir la condición de cristiano nuevo a los incapaces de ver el retablo; bastaba con dejarles la condición tradicional del cuento folklórico, limitada a pedir la filiación legítima de los videntes. Compárese este caso con el desfile militar de los hidalgos (supuestos cristianos nuevos) y los labradores (ranciosos cristianos viejos) en la comedia de Peribáñez y el comendador de Ocaña, de Lope de Vega, donde las burlas recaen sobre la casta judía de los primeros.

Según los documentos cervantinos, publicados a principios de siglo por Rodríguez Marín, los Torreblanca de Córdoba, ascendientes paternos de nuestro escritor, pudieron haber sido confesos en atención a las profesiones de comerciantes de paños o administradores públicos. Pero la explicación de su obra a partir del supuesto de su diferencia de casta, como sostiene Américo Castro, se ha ido abriendo camino, a pesar de no pocos contradictores, alguno de la elevada talla intelectual de Eugenio Asensio. Dado el tema principal que ahora me ocupa, no puedo extenderme más en esta dirección.

Lo que resulta desalentador es la continuidad perdurable del prejuicio antijudaico en un amplio sector de nuestros escritores o estudiosos. Pemán, en su Poema de la Bestia y el Ángel (1938) atribuye caprichosamente al capitalismo judaico internacional la mayor responsabilidad en desencadenar la guerra fratricida de los españoles en 1936 (¿Licencia poética, en extremo licenciosa y tendenciosa o sectaria? ¿Prejuicio ancestral antisemita?).

Un ejemplo muy significativo, dado el medio intelectual en que se manifestó, es el que nos cuenta Rafael Cansinos-Asséns en el tercer volumen de sus memorias, de muy reciente publicación. Nos enteramos con cierta sorpresa que por los años veinte de la presente centuria le fue retenido por unos meses el Premio Chirel de Crítica Literaria, concedido por la R. A. E., al sospechar que era judío... Por tanto, la caducada -moral y legalmente- «limpieza de sangre» ha seguido, más o menos encubierta, hasta bien entrado el siglo XX. Menos mal que, ahora, bastante morigerada, ya que el ofrecimiento por el premiado de presentar su partida de bautismo católico fue suficiente para que le otorgaran el premio, que entonces alcanzaba la cuantía de dos mil pesetas. Claro está que en los siglos XVI y XVII todos los cristianos nuevos   —16→   estaban bautizados, lo que no pudo librarles de enojosos o fatales procesos16.

Pero si el admitir que Cervantes tuviera ascendientes confesos ha convencido a bastantes cervantistas (Franco Meregalli, Alonso Zamora Vicente, Rodríguez Puértolas...), no puede decirse lo mismo respecto a la otra gran diferencia apuntada por Rosa Rossi en su repetido ensayo Escuchar a Cervantes.

Es rotunda y taxativa desde el mismo preámbulo. La figura de Cervantes «ha estado sometida hasta no hace mucho tiempo a los efectos deformantes de dos procesos de encubrimiento. Uno ha sido el relativo a la homosexualidad, un comportamiento definido en tiempo de Cervantes como 'pecado nefando'; un largo proceso de encubrimiento de una realidad humana que ha continuado actuando de forma exclusiva en la cultura occidental y cristiana hasta hoy. Y el otro ha sido el relacionado con el origen hebreo...17».

La nueva gran diferencia de un presunto homosexualismo, originada en parte por el complejo estudio de Combet, al que antes nos referíamos, ha topado con el rechazo general, aunque también ha despertado dudas y recelos (Eisenberg, Goytisolo, Valente). La misma Rossi, en la segunda edición de su librito, prefiere calificar a Cervantes de «perfecto andrógino» para subrayar lo complejo de su sexualidad, y no insistir en la condición de invertido.

En otro sentido, su lectura del comportamiento heroico de Cervantes en Lepanto se aproxima a la valoración actual que hemos expuesto. Pero en la interpretación del pasaje del Quijote sobre el buen trato recibido por Cervantes del cruel Hasan el Veneciano, creemos que ha ido más allá de lo admisible.

Releamos ahora el texto sin anteojeras deformantes:

«Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este   —17→   soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia».


(DQ, I, 40)                


Para mí, la razón es clara y única: la codicia. Si el rey de Argel hace apalear hasta la muerte, como solía hacerse con el rebelde que intenta escapar, pierde el cuantioso rescate, esperado de quien llevaba consigo cartas de don Juan de Austria y el duque de Sesa, acreditando al parecer la alta calidad del prisionero. Había que conservar al precioso rehén, con la esperanza de un caudaloso provecho. Los sacrificados en casos tales -como el pobre jardinero cómplice- eran pobres desgraciados sin posible rescate, a no ser por limosnas piadosas de poca entidad.

El profesor valenciano Mateu Llopis estudió el área monetaria de los Felipes II y III, el valor monetario del escudo de los Austrias18. En su estudio numismático se aprecian los esfuerzos de la madre de Cervantes para rescatar a su hijo, con intervención de mercaderes y autoridades de Valencia. Pone de relieve la sangría monetaria española que suponían los rescates de Argel. Los 500 escudos de oro pagados para liberar a Cervantes (en la Topografía de Argel se dobla erróneamente esta cantidad) eran una respetable suma en aquellos tiempos.

Creo que la más poderosa réplica a las insinuaciones de Rossi se encuentra en el concienzudo estudio histórico de Emilio Sola y José F. de la Peña, Cervantes y la Berbería, publicado este mismo año19. La más seria de sus objeciones es la falta de documentación de Rossi acerca de las circunstancias locales y cronológicas del cautiverio cervantino. Menciona libros filosóficos y psicológicos de positivo mérito, pero muy pocos de historia. Precisamente ahora que conocemos el mundo mediterráneo y la vida cotidiana en el tiempo de los Austrias mucho mejor que a principios de este siglo, gracias a los estudios de Benassar, Braudel, Camamis, Domínguez Ortiz, Elliott, Kamen, Maravall, Vilar...

Para Emilio Sola, que Hasan el Veneciano tuviese sus efebos o garzones escogidos para un harem masculino, era más un símbolo de poder que una relación personal en aquella sociedad fronteriza   —18→   de corsarios, donde se mezclaban turcos, cristianos cautivos, renegados de diversas procedencias, moriscos españoles y bereberes; de gran libertad sexual y con una lengua franca de uso común. De costumbres irregulares, no comprendidas por la Europa enemiga; la cual, a su vez, también tenía sus esclavos berberiscos, capturados en las luchas mediterráneas y no mejor tratados que los cristianos en Berbería. Como veremos más adelante, incluso se documenta la ejecución de un fraile en Argel, como represalia por la muerte en Valencia de un morisco condenado por la Inquisición.

Pero el argumento decisivo para mí es la presentación cómico-burlesca del homosexualismo en las obras cervantinas. Sirva de ejemplo la comedia de La Gran Sultana, muy aplaudida por el público español en su estreno de los primeros años noventa; el cristiano disfrazado de mujer en el serrallo del gran Sultán es una figura cómica de travestido, que no difiere gran cosa de semejantes situaciones en las revistas musicales modernas. En el mismo Quijote, Gaspar Gregorio, enamorado de la morisca Ana Félix, tiene que disfrazarse de mujer en Argel, «porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer por bellísima que sea» (DQ, II, 63).

En esta línea, me atrae singularmente la burlona mención del pecado nefando en un lugar, olvidado por completo a este respecto. Me refiero al gracioso diálogo de la novela Rinconete y Cortadillo, en un picaresco ambiente sevillano. Un mozo de la «cofradía» de Monipodio confiesa a Rincón, con el mayor comedimiento, que es ladrón «para servir a Dios y a las buenas gentes»; ofuscado ante la réplica de su interlocutor, añade más adelante: «¿no es peor ser hereje o renegado, o matar a su padre y madre, o ser solomico? -¡Sodomita querrá decir vuestra merced- respondió Rincón. -Eso digo- dijo el mozo20».

Me parece ver aquí una doble intención: junto a la broma de transformar jocosamente al homosexual en solomico, la sátira oculta que supone reunir el pecado nefando con la herejía, como los más terribles delitos del hombre. Por supuesto, los dos llevaban aparejada legalmente la más grave de las sanciones: la muerte en la hoguera.

En el libro de Sola se añade, acertadamente, que Cervantes nunca sometió a la burla ni al humor corrosivo ningún concepto o actitud humana de gravedad esencial, como la libertad, la pobreza o la muerte. «A pesar del humor cervantino, el tono de seriedad   —19→   aparece siempre que trata de pobreza, poder o libertad; no en las cuestiones de sexo, en donde con frecuencia, si no casi siempre, el tono es erótico-festivo, en la honda de los medios populares, como recordara Bajtín. Muy al contrario de lo que sucede con la literatura 'papaz' contra-reformista, en la que el sexo tiene siempre tonos terribles de pecado y condenación21».

En lo cual había yo coincidido hace tiempo, a propósito del Quijote y en ratificación ampliada de una fina observación del profesor Neuschäfer: La bondad nunca entró en conflicto con la locura quijotesca22.

Cervantes y la Berbería también podría inducirnos a pensar que la clemencia de Hasan hacia su estropeado prisionero tuviera oculta una razón de ser en los tratos secretos que por aquellos días procuraba mantener Felipe II con los turcos para conseguir treguas en las interminables guerras corsarias del Mediterráneo. Se ofrecían grandes cantidades en sobornos de jefecillos renegados; se les invitaba a la apostasía con el señuelo de tierras y honores en países cristianos.

Finalmente, analiza este mismo libro, con la mayor detención, las declaraciones, obtenidas a instancias de Cervantes, de sus doce compañeros de cautiverio. Se trata de la mencionada Información, verificada «en la ciudad de Argel, que es tierra de moros en la Berbería», a diez días del mes de octubre de 1580, «ante el ilustre y muy reverendo señor fray Juan Gil, redentor de España, de la Corona de Castilla».

Cervantes salía al paso de las maliciosas y encubiertas insidias («cosas viciosas y feas»), vertidas contra él por el doctor Juan Blanco de Paz. De todas las declaraciones, sobresale la más importante y positiva de Antonio Sosa, muy amigo de Cervantes durante los tres años y ocho meses de convivencia en el cautiverio argelino.

Hoy se le atribuye al mismo religioso Dr. Sosa la autoría de la Topografía e historia general de Argel (Valladolid, 1612), publicada por Diego de Haedo, abad del monasterio de Frómista, que nunca estuvo en Argel. Es la única obra histórica de aquel tiempo que cuenta con más detalle y encomio la denodada actuación de Cervantes en el cautiverio.

Pero nuestro apreciado colega Daniel Eisenberg cree que es el mismo Cervantes el autor de la Topografía; lo fundamenta aduciendo   —20→   numerosos paralelos de pensamiento, e incluso de expresión, que presenta esta obra, con pasajes e ideas de libros cervantinos23.

No obstante, los sazonados esfuerzos de Eisenberg por ampliar el censo de libros cervantinos, me parecen más próximos a su objetivo en cuanto al Diálogo de Selanio y Cilena, que podría ser un fragmento de Las Semanas del Jardín (a pesar de las objeciones de Carlos Romero) o quizá de la proyectada segunda parte de La Galatea24.

Pero en el caso de la Topografía, la propuesta parece menos admisible. En efecto, el Diálogo de los mártires de Argel, parte muy sustancial de la Topografía, se ha publicado aislada, al cuidado de Emilio Sola y José M.ª Parreño hace pocos años. Consideran al benedictino Antonio de Sosa como autor del Diálogo y de toda la Topografía con buenas razones. Presenta un conjunto de treinta relatos breves sobre sentencias de muerte ejecutadas en Berbería, desde la época de Jeredín Barbarroja (1529) hasta el final de la de Hasán el Veneciano (1580), el mismo año y mes de octubre de la liberación de Cervantes.

Al final de la jornada 1.ª de la comedia de Los tratos de Argel se hace eco nuestro autor del martirio del fraile valenciano Miguel de Aranda, en represalia por la muerte de un morisco de Oliva, condenado por la Inquisición (tema del relato 23 del Diálogo, a que aludíamos anteriormente).

A pesar de esta coincidencia y de otros muchos paralelos encontrados por Eisenberg, el tono general del Diálogo, netamente contrarreformista y con el acento apologético del martirologio clásico paleocristiano, difiere notablemente del estilo cervantino, tan cercano al abierto humanismo renacentista.




Huella del cautiverio en el pensamiento y en la obra de Cervantes

Para cerrar nuestra exposición, debemos trazar un rápido panorama de los últimos escarceos renovadores en la apreciación del cautiverio y en busca de sus posibles influencias en la psicología de Cervantes y en la inspiración de su obra literaria.

  —21→  

El primer estudio serio de carácter histórico, mediante la utilización de fuentes primarias y fidedignas, incluso de origen musulmán, fue el del arabista y profesor de literatura española Jaime Oliver Asín, sobrino del eminente arabista Asín Palacios, en La hija de Agi Morato en la obra de Cervantes, publicado por la R. A. E. en 1948 como contribución meritoria al IV Centenario del nacimiento de nuestro primer autor25. Allí se documentan con gran precisión los presupuestos rigurosamente históricos de la Vida del Capitán Cautivo y de la comedia de Los baños de Argel, de tema coincidente, junto a otras precisiones sobre la de La Gran Sultana Doña Catalina. Distingue con toda claridad los hechos verídicos de su versión poética y fabulosa. Hasta la aparición en este año de Cervantes y la Berbería, basado en un conocimiento más amplio de los historiadores contemporáneos acerca del ambiente mediterráneo en el siglo XVI, nada hay más fiable que el mencionado estudio de Oliver Asín.

En el orden literario, el más destacable hacia la mitad de este siglo es el de Alonso Zamora Vicente, El cautiverio en la obra cervantina26, si bien dedica alguna extensión al comentario de la Epístola a Mateo Vázquez, que hoy se rechaza como falsificación urdida en el siglo XIX. Con todo, sigue válida e inatacable su afirmación de que el cautiverio fue el hecho primordial que separa la vida de Cervantes en dos mitades diferentes, que impone la transformación de sus ideales y creencias e influye en la creación poética.

El intento más reciente de cambiar la perspectiva de la investigación sobre el cautiverio fue promovido por el Instituto Internacional del Teatro del Mediterráneo, fundado en 1990 y dirigido por José Monleón. Gracias a su iniciativa, se celebraron unas jornadas cervantinas en Madrid y Alcalá de Henares, durante los días 13, 14 y 15 de diciembre de 1993. Se proponían precisar «la influencia del cautiverio en el pensamiento y la obra de Miguel de Cervantes».

De entrada, se cuestionaba la interpretación oficial de la historia de la época y se «apuntaba la sospecha de que Cervantes debe a la cultura musulmana una parte de su tolerante sabiduría».

Intervinieron en las mesas redondas actores, escritores y profesores españoles y norteafricanos, que leyeron sus ponencias con toda libertad, sin atender estrictamente a la incitación de la convocatoria,   —22→   ya que en ella se mezclaban ostensibles evidencias con gratuitas sugestiones: Cervantes es «modelo de trayectoria vital manipulable»; «vamos a estudiar uno de esos puntos oscuros en la biografía del autor del Quijote; porque, ¿qué sucedería si en vez del cautiverio terrible y castigador de Cervantes en tierras argelinas, que nos contaron en el catón, hubiera sido otro, más habitual y placentero, en el que el poeta hubiera podido alcanzar su más alto nivel de creación?». Aunque así no fuera, este Seminario pretende indagar en hechos tan sugestivos como éste o, lo que es lo mismo, estudiar qué tipo de efectos produce el mestizaje generado por todo cautiverio, destierro o exilio, en las gentes del arte y de la Literatura27.

Por amable invitación de José Monleón, tuve el honor de intervenir en la segunda de las «mesas redondas», que enfocaba la clave de todas las reuniones: «la huella del cautiverio en la literatura cervantina».

Nos presentó muy cortésmente César Oliva y actuamos, en ordenada sucesión, López Estrada, catedrático de la Complutense, seguido por mí, Ahmed Abi-Ayad, profesor de la Universidad de Orán, que ahora nos acompaña en Argamasilla, y Celsa Carmen García Valdés, del Consejo de Educación de la Embajada española en Rabat (Marruecos).

Mi comunicación llevaba por título Libertad, humano tesoro, en homenaje a Rubén Darío, autor de la Letanía de Nuestro Señor Don Quijote, aunque en imitación ahora de su sonoro eneasílabo «Juventud, divino tesoro».

Volví a publicarlo en el último tomo de Anales Cervantinos, XXXII (1994), previa la debida autorización, para que pudiera llegar a la esfera más recoleta del cervantismo.

Mi ensayo difería un tanto del propósito inicial de aquellas jornadas, reunidas para estudiar, como hemos adelantado, los efectos del mestizaje generado por el cautiverio en los hombres de letras. Ante todo, expuse mi criterio de que la asimilación de la cultura musulmana por Cervantes no procede de los cinco años de esclavitud en Argel, puesto que ya estaba impregnado de ella a través de la propia cultura materna y española, completamente híbrida y mestiza, o aljamiada y mudéjar si se prefieren las denominaciones de tradición medieval. Que no en balde duró la Reconquista ocho siglos y convivimos luego con los moriscos hasta bien entrado el XVII.

Así lo demuestran los copiosos arabismos del castellano (aceite, albañil, ojalá), que han ido disminuyendo, aunque algunos persistan   —23→   en refranes (abacería, albéitar, alfayate); una copiosa toponimia y la estudiada maurofilia de la literatura clásica española.

Podríamos cifrar esta simpatía en el hecho de atribuir Cervantes el Quijote a un morisco; es decir, un historiador arábigo y manchego. De la significación de Cide Hamete Benengeli, y su posible relación con la comprensiva actitud religiosa de su historia, ha compuesto Juergen Hahn, profesor en California, un librito de innegable interés, aunque no se pueden suscribir algunas de sus afirmaciones28.

Con todo, es evidente que los cinco años de Argel han inspirado a Cervantes en su creación literaria. Lances, percances y motivos de sus comedias de cautivos y de varias novelas ejemplares se han nutrido de aquella triste experiencia. Pero si hubiera que determinar concretamente la motivación suprema inspirada por el cautiverio, yo me inclinaría por la exaltación de la libertad a lo largo de toda su obra y su condenación a todo género de esclavitud y servidumbre. La libertad como corolario indispensable de la dignidad humana y la tolerancia religiosa e ideológica son conceptos básicos del humanismo renacentista plenamente sentidos y divulgados por Cervantes.

La comunicación de López Estrada enfocó la comicidad patente en las obras cervantinas inspiradas por el mundo árabe (aspecto coincidente en parte con las consideraciones que dejamos expuestas en el apartado anterior). Abi-Ayad disertó muy originalmente sobre «una linda y preciosa pareja (Argelia y Cervantes), muy amorosa, a pesar de todas las dificultades y penas sufridas y compartidas en aquella ciudad mediterránea». Por último, Celsa García Valdés puso de relieve muy certeramente el distanciamiento por el que «la nacionalidad y la religión practicada, en sí, no son determinantes de la bondad o villanía de un personaje», puesto que «para Cervantes el ser cristiano no significa nada». Afirmación excesivamente absoluta, aunque la continuación resalte por su exactitud: «hay cristianos buenos y cristianos malos, infieles buenos e infieles malos».

El resumen del moderador Oliva deja la cuestión en una vaguedad ecléctica y pacificadora: «Los cuatro puntos de vista presentados en esta Mesa Redonda, de extraordinario valor todos, distantes en algunas conclusiones, coincidentes en otras, hablaron a las claras de la contemporaneidad del tema y de su riqueza. Riqueza manifestada al hacer posible la pluralidad de enfoques reseñada».

Cuando terminaba de componer estas notas, me envía el admirado amigo y colega Daniel Eisenberg, piloto orientador de este   —24→   Coloquio en Argamasilla, un arriesgado ensayo, aun dentro de su inquietante y bien razonada exposición, bajo la inesperada pregunta de ¿Por qué volvió Cervantes de Argel? Viene a ser como el insólito colofón o reverso de cuanto he venido tratando esta tarde29.

Aquí se plantea la posibilidad teórica de que Cervantes pudiera haber renegado, como tantos cristianos lo hicieron, y quedarse en Argel, en pos del hedonismo de una vida más cómoda y placentera. Entre los renegados de buena posición contaba con varios amigos y cabe en lo posible que alguien le sugiriera tan atrevida y grave decisión. No lo hizo y Eisenberg enumera con evidente cautela y penetración los motivos que le pudieron haber decidido. Entre ellos no cuenta tanto el religioso como la nativa vocación literaria e intelectual, la gran afición del hombre que leía incluso «los papeles rotos de las calles» (DQ, I, 9) y la comunicación o conversación discreta y apacible con personas de buen entendimiento y formación. Por supuesto, los hechos mandan y si alguna vez la tuvo, Cervantes no cayó en la tentación del reniego y la ruptura total con la patria, familia y religión. Consta en varios lugares el cariño que se profesaban, sobre todo, madre e hijo, y las dos hermanas Andrea y Magdalena, que tantos años vivieron con el escritor, incluso después de su matrimonio.

Entre la gran polvareda, perdimos a don Beltrán... Me parece que en las especulaciones últimas en busca de una personalidad evanescente, se ha ido demasiado lejos. ¿No cabría volver a las explicaciones más sencillas ante unos hechos indemostrables documentalmente, de momento?

Eisenberg y Canavaggio han llegado a una conclusión análoga. La de que se nos escapa siempre la intimidad del escritor. Siguen los vacíos y lagunas en nuestro conocimiento de su vida en Argel (como en tantas otras ocasiones de una vida nada fácil). Insiste Eisenberg en su último trabajo en torno a la estancia en Argel, que lo expuesto documental o literariamente corresponde únicamente a lo que permitió que llegara a nuestro conocimiento. Y sugiere que «hubo algo, o aun algos» que no quiso contarnos.

¿Por qué? Confiamos que el estudio riguroso y ponderado de las fuentes manifiestas o el descubrimiento de algún documento ignoto puedan iluminar con mayor claridad la figura humana del príncipe de las letras españolas.





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