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Novela de la Fuerça de la sangre

Miguel de Cervantes Saavedra





  -fol. 126r-     —115→  

Vna noche de las calurosas del verano, boluian de recrearse del rio en Toledo vn anciano hidalgo con su muger, vn niño pequeño, vna hija de edad de diez y seys años, y vna criada. La noche era clara, la hora las onze, el camino solo, y1 el paso tardo, por no pagar con cansancio la pension que traen consigo las holguras que en el rio o en la vega se toman en Toledo. Con la seguridad que promete la mucha justicia y bien inclinada gente de aquella ciudad, venia el buen hidalgo con su honrada familia, lexos de pensar en desastre que sucederles pudiesse. Pero como las mas de las desdichas que vienen no se piensan, contra todo su pensamiento les sucedio vna que les turbó la holgura y les dio que llorar muchos años.

Hasta veynte y dos   -fol. 126v-   tendria vn cauallero de aquella ciudad, a quien la riqueza, la sangre illustre2, la inclinacion torzida, la libertad demasiada y las compañias libres, le hazian hazer cosas y tener atreuimientos que desdezian de su calidad y le dauan renombre de atreuido.

  —116→  

Este cauallero pues, que por aora, por buenos respectos3 encubriendo su nombre, le llamaremos con el de Rodolfo, con otros quatro amigos suyos, todos moços, todos alegres y todos insolentes, baxaua por la misma cuesta que el hidalgo subia. Encontraronse los dos esquadrones, el de las ouejas con el de los lobos; y, con deshonesta desemboltura, Rodolfo y sus camaradas, cubiertos los rostros, miraron los de la madre y de la hija y de la criada.

Alborotose el viejo, y reprocholes y afeoles su atreuimiento; ellos le respondieron con muecas y burla, y, sin desmandarse a mas, passaron adelante.

Pero la mucha hermosura del rostro que auia visto Rodolfo, que era el de Leocadia, que assi quieren que se llamasse la hija del hidalgo, començo de tal manera a imprimirsele en la memoria, que le lleuó tras si la voluntad y desperto en el vn desseo de gozarla, a pesar de todos los inconuenientes que sucederle pudiessen; y en vn instante comunicó su pensamiento con sus camaradas, y en otro instante se resoluieron de boluer y robarla, por dar gusto a Rodolfo; que siempre los ricos que dan en liberales hallan quien canonize sus desafueros y califique por buenos sus malos gustos. Y assi, el nacer el mal proposito, el comunicarle, y el aprouarle y el determinarse de robar a Leocadia, y el robarla, casi todo fue en vn punto.

Pusieronse los pañiçuelos en los rostros, y,   —117→   desembaynadas las espadas, boluieron, y a pocos pasos alcançaron a los que no auian acabado de dar gracias a Dios, que de las manos de aquellos atreuidos les auia librado.

Arremetio Rodolfo con Leocadia, y, cogiendola   -fol. 127r-   en braços, dio a huyr con ella, la qual no tuuo fuerças para defenderse, y el sobresalto le quitó la voz para quexarse, y aun la luz de los ojos, pues, desmayada y sin sentido, ni vio quien la lleuaua, ni adonde la lleuauan.

Dio vozes su padre, gritó su madre, lloró su hermanico, arañose la criada; pero ni las vozes fueron oydas, ni los gritos escuchados, ni mouio a compassion el llanto, ni los araños fueron de prouecho alguno, porque todo lo cubria la soledad del lugar, y el callado silencio de la noche, y las crueles entrañas de los malhechores. Finalmente, alegres se fueron los vnos, y tristes se quedaron los otros.

Rodolfo llegó a su casa sin impedimento alguno, y los padres de Leocadia llegaron a la suya lastimados, afligidos y desesperados. Ciegos, sin los ojos de su hija, que eran la lumbre de los suyos; solos, porque Leocadia era su dulce y agradable compañia; confusos, sin saber si seria bien dar noticia de su desgracia a la justicia, temerosos no fuessen ellos el principal instrumento de publicar su deshonra. Veianse necessitados de fauor, como hidalgos pobres; no sabian de quien quexarse, sino de su corta ventura. Rodolfo en tanto, sagaz y astuto, tenia ya en su casa y en su aposento a Leocadia,   —118→   a la qual, puesto que sintio que yua desmayada, quando la lleuaua, la auia cubierto los ojos con vn pañuelo, porque no viesse las calles por donde la lleuaua, ni la casa, ni el aposento donde estaua, en el qual, sin ser visto de nadie, a causa que el tenia vn quarto aparte en la casa de su padre, que aun viuia, y tenia de su estancia la llaue y las de todo el quarto, inaduertencia de padres, que quieren tener sus hijos recogidos, antes que de su desmayo boluiesse Leocadia, auia cumplido su desseo Rodolfo, que los impetus no castos de la mocedad, pocas vezes, o ninguna, reparan en comodidades y requisitos que mas los inciten y leuanten. Ciego   -fol. 127v-   de la luz del entendimiento, a escuras robó la mejor prenda de Leocadia, y como los pecados de la sensualidad por la mayor parte no tiran mas alla la barra del termino del cumplimiento dellos, quisiera luego Rodolfo que de alli se desapareciera Leocadia, y le vino a la imaginacion de ponella4 en la calle, assi desmayada como estaua; y yendolo a poner en obra, sintio que boluia en si, diziendo: «¿Adonde estoy, desdichada? ¿que escuridad es esta? ¿que tinieblas me rodean? ¿estoy en el limbo de mi inocencia, o en el infierno de mis culpas? ¡Iesus!, ¿quien me toca? ¿yo en cama, yo lastimada? ¿escuchasme5, madre y señora mia? ¿oyesme6,   —119→   querido padre? ¡Ay, sin ventura de mi, que bien aduierto que mis padres no me escuchan y que mis enemigos me tocan! Venturosa seria yo, si esta escuridad durasse para siempre, sin que mis ojos boluiessen a ver la luz del mundo, y que este lugar donde aora estoy, qualquiera que el se7 fuesse, siruiesse de sepultura a mi honra, pues es mejor la deshonra que se ignora, que la honra que esta puesta en opinion de las gentes. Ya me acuerdo, que nunca yo me lo acordara, que ha poco que venia en la compañia de mis padres; ya me acuerdo que me saltearon8; ya me imagino y veo que no es bien que me vean las gentes. ¡O tu, qualquiera que seas, que aqui estas conmigo», y en esto tenia assido de las manos a Rodolfo, «si es que tu alma admite genero de ruego alguno, te ruego que, ya que has triunfado de mi fama, triunfes tambien de mi vida; quitamela al momento, que no es bien que la tenga la que no tiene honra! Mira que el rigor de la crueldad, que has vsado conmigo en ofenderme, se templará con la piedad que vsarás en matarme; y assi, en vn mismo punto, vendras a ser cruel y piadoso»9.

Confuso dexaron las razones de Leocadia a Rodolfo, y, como moço poco experimentado, ni sabia que dezir,   -fol. 127r [128r]-   ni que hazer, cuyo silencio admiraua mas a Leocadia, la qual con las manos procuraua desengañarse si era fantasma o sombra la que con ella estaua.

  —120→  

Pero como tocaua cuerpo, y se le acordaua de la fuerça que se le auia hecho viniendo con sus padres, caia en la verdad del cuento de su desgracia.

Y, con este pensamiento, tornó a anudar10 las razones que los muchos sollozos y suspiros auian interrumpido11, diziendo: «Atreuido mancebo, que de poca edad hazen tus hechos que te juzgue, yo te perdono la ofensa que me has hecho, con solo que me prometas y jures que, como la has cubierto con esta escuridad, la cubriras con perpetuo silencio, sin dezirla a nadie. Poca recompensa te pido de tan grande agrauio; pero para mi sera la mayor que yo sabre pedirte ni tu querras darme. Aduierte en que yo nunca he visto tu rostro, ni quiero vertele; porque ya que se me acuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor, ni guardar en la memoria la imagen del autor de mi daño; entre mi y el cielo passarán mis quexas, sin querer que las oyga el mundo, el qual no juzga por los sucessos las cosas, sino conforme a el se le assienta en la estimacion. No se como te digo estas verdades, que se suelen fundar en la experiencia12 de muchos casos y en el discurso de muchos años, no llegando los mios a diez y siete; por do me doy a entender que el dolor de vna misma manera ata y desata la lengua del afligido: vnas vezes exagerando su mal,   —121→   para que se le crean; otras vezes no diziendole, por que no se le remedien. De qualquiera manera, que yo calle o hable, creo que he de mouerte a que me creas o que me remedies, pues el no creerme sera ignorancia, y el [no]13 remediarme, impossible de tener algun aliuio; no quiero desesperarme, porque te costará poco el darmele, y es este; mira no aguardes ni confies que el discurso del tiempo temple14 la justa saña   -fol. 127v [128v]-   que contra ti tengo, ni quieras amontonar los agrauios mientras menos me gozares, y auiendome ya gozado, menos se encenderan tus malos desseos. Haz cuenta que me ofendiste por accidente, sin dar lugar a ningun buen discurso; yo la hare de que no naci en el mundo, o que si naci, fue para ser desdichada. Ponme luego en la calle, o a lo menos junto a la yglesia mayor, porque desde alli bien sabre boluerme a mi casa. Pero tambien has de jurar de no seguirme, ni saberla, ni preguntarme el nombre de mis padres, ni el mio, ni de mis parientes, que a ser tan ricos como nobles, no fueran en mi tan desdichados. Respondeme a esto, y si temes que te pueda conocer en la habla, hagote saber que, fuera de mi padre y de mi confessor, no he hablado con hombre alguno en mi vida, y a pocos he oydo hablar con tanta comunicacion, que pueda distinguirles por el sonido de la habla.»

La respuesta que dio Rodolfo a las discretas   —122→   razones de la lastimada Leocadia, no fue otra que abraçarla, dando muestras que queria boluer a confirmar en el su gusto y en ella su deshonra.

Lo qual visto por Leocadia, con mas fuerças de las que su tierna edad prometian, se defendio con los pies, con las manos, con los dientes y con la lengua, diziendole: «Haz cuenta, traydor y desalmado hombre, quien quiera que seas, que los despojos que de mi has lleuado son los que podiste tomar de vn tronco o de vna coluna sin sentido, cuyo vencimiento y triunfo ha de redundar en tu infamia y menosprecio. Pero el que aora pretendes, no le has de alcançar sino con mi muerte. Desmayada me pisaste y aniquilaste, mas aora que tengo brios, antes podras matarme que vencerme, que si aora, despierta, sin resistencia, concediesse con tu abominable gusto, podrias15 imaginar que mi desmayo fue fingido quando te atreuiste a destruyrme.»

Finalmente, tan gallarda y porfiadamente   -fol. 129r-   se resistio Leocadia, que las fuerças y los desseos de Rodolfo se enflaquezieron, y como la insolencia que con Leocadia auia vsado, no tuuo otro principio que de vn impetu16 lasciuo, del qual nunca nace el verdadero amor, que permanece, en lugar del impetu, que se passa, queda, si no el arrepentimiento, a lo menos vna tibia voluntad de segundalle.

  —123→  

Frio, pues, y cansado Rodolfo, sin hablar palabra alguna, dexó a Leocadia en su cama y en su casa, y, cerrando el aposento, se fue a buscar a sus camaradas, para aconsejarse con ellos de lo que hazer deuia.

Sintio Leocadia que quedaua sola y encerrada, y, leuantandose del lecho, anduuo todo el aposento, tentando las paredes con las manos, por ver si hallaua puerta por do yrse o ventana por do arrojarse; halló la puerta, pero bien cerrada, y17 topó vna ventana, que pudo abrir, por donde entró el resplandor de la Luna, tan claro, que pudo distinguir Leocadia las colores de vnos damascos que el aposento adornauan. Vio que era dorada la cama, y tan ricamente compuesta, que mas parecia lecho de principe, que de algun particular cauallero. Conto las sillas y los escritorios; notó la parte donde la puerta estaua, y, aunque vio pendientes de las paredes algunas tablas, no pudo alcançar a ver las pinturas que contenian. La ventana era grande, guarnecida, y guardada de vna gruessa reja; la vista caia a vn jardin, que tambien se cerraua con paredes altas, dificultades que se opusieron18 a la intencion que de arrojarse a la calle tenía. Todo lo que vio y notó de la capazidad y ricos adornos de aquella estancia, le dio a entender que el dueño della deuia de ser hombre principal y rico, y no como quiera, sino auentajadamente. En vn escritorio, que estaua junto a la ventana, vio vn cruzifixo pequeño,   —124→   todo de plata, el qual tomó y se le puso en la manga de la ropa, no   -fol. 129v-   por deuocion ni por hurto, sino lleuada de vn discreto designio suyo. Hecho esto, cerro la ventana como antes estaua y boluiose al lecho, esperando que fin tendria el mal principio de su sucesso.

No auria passado, a su parecer, media hora, quando sintio abrir la puerta del aposento y que a ella se llegó vna persona, y, sin hablarle palabra, con vn pañuelo le vendó los ojos, y, tomandola del braço, la sacó fuera de la estancia, y sintio que boluia a cerrar la puerta. Esta persona era Rodolfo, el qual, aunque auia ydo a buscar a sus camaradas, no quiso hallarlas, pareciendole que no le estaua bien hazer testigos de lo que con aquella donzella auia passado; antes se resoluio en dezirles que, arrepentido del mal hecho, y mouido de sus lagrimas, la auia dexado en la mitad del camino.

Con este acuerdo, boluio tan presto, a poner a Leocadia junto a la yglesia mayor, como ella se lo auia pedido, antes que amaneciesse y el dia le estoruasse de echalla19 y le forçasse a tenerla en su aposento hasta la noche venidera, en el qual espacio de tiempo, ni el queria boluer a vsar de sus fuerças, ni dar ocasion a ser conocido. Lleuola, pues, hasta la plaça que llaman de Ayuntamiento, y alli, en voz trocada y en lengua medio portuguessa y castellana, le dixo que seguramente podia yrse a su casa, porque de nadie seria seguida; y antes que ella   —125→   tuuiesse lugar de quitarse el pañuelo, ya el se auia puesto en parte donde no pudiesse ser visto.

Quedó sola Leocadia, quitose la venda, reconocio el lugar donde la dexaron. Miró a todas partes, no vio a persona; pero, sospechosa que desde lexos la siguiessen, a cada paso se detenia, dandolos hazia su casa, que no muy lexos de alli estaua. Y, por desmentir las espias, si acaso la seguian, se entró en vna casa que halló abierta, y de alli a poco se fue a la suya, donde halló a sus padres atonitos y sin desnudarse, y aun sin tener pensamiento de tomar descanso alguno. Quando la vieron, corrieron a ella con   -fol. 130r-   braços abiertos, y con lagrimas en los ojos la recibieron.

Leocadia, llena de sobresalto y alboroto, hizo a sus padres que se tirassen20 con ella a parte, como lo hizieron, y alli, en breues palabras, les dio cuenta de todo su desastrado sucesso, con todas las circunstancias del, y de la ninguna noticia que traia del salteador y robador de su honra. Dixoles lo que auia visto en el teatro donde se representó la tragedia de su desuentura: la ventana, el jardin, la reja, los escritorios, la cama, los damascos, y, a lo vltimo, les mostro el cruzifixo, que auia traido. Ante cuya imagen se renouaron las lagrimas, se hizieron deprecaciones, se pidieron venganças, y dessearon milagrosos castigos. Dixo ansimismo21   —126→   que, aunque ella no desseaua venir en conocimiento de su ofensor, que si a sus padres les parecia ser bien conocelle22, que por medio de aquella imagen podrian, haziendo que los sacristanes dixessen en los pulpitos de todas las parroquias de la ciudad que, el que huuiesse perdido tal imagen, la hallaria en poder del religioso que ellos señalassen; y que ansi23, sabiendo el dueño de la imagen, se sabria la casa, y aun la persona de su enemigo.

A esto replicó el padre: «Bien auias dicho, hija, si la malicia ordinaria no se opusiera a tu discreto discurso, pues esta claro que esta imagen, oy en este dia se ha de echar menos en el aposento que dizes, y el dueño della ha de tener por cierto que la persona que con el estuuo se la lleuó, y, de llegar a su noticia que la tiene algun religioso, antes ha de seruir de conocer quien se la dio al tal que la tiene, que no de declarar el dueño que la perdio, porque puede hazer que venga por ella otro, a quien el dueño aya dado las señas. Y siendo esto ansi24, antes quedaremos confusos, que informados, puesto que podamos vsar del mismo artificio que sospechamos, dandola al religioso por tercera persona. Lo que has de hazer, hija, es guardarla y encomendarte a ella, que pues ella fue testigo de tu desgracia, permitira que aya juez que buelua por tu justicia. Y aduierte, hija, que mas   —127→   lastima   -fol. 130v-   vna onza de deshonra publica, que vna arroba de infamia secreta; y pues puedes viuir honrada con Dios en publico, no te pene de estar deshonrada contigo en secreto. La verdadera deshonra esta en el pecado, y la verdadera honra en la virtud; con el dicho, con25 el desseo y con la obra se ofende a Dios, y pues tu, ni en dicho, ni en pensamiento, ni en hecho, le has ofendido, tente por honrada, que yo por tal te tendre, sin que jamas te mire sino como verdadero padre tuyo.»

Con estas prudentes razones consolo su padre a Leocadia, y, abraçandola de nueuo, su madre procuró tambien consolarla; ella gimio, y lloró de nueuo, y se reduxo a cubrir la cabeça, como dizen, y a viuir recogidamente debaxo del amparo de sus padres, con vestido tan honesto como pobre.

Rodolfo en tanto, buelto a su casa, echando menos la imagen del cruzifixo, imaginó quien podia auerla lleuado, pero no se le dio nada, y, como rico, no hizo cuenta dello, ni sus padres se la pidieron, quando de alli a tres dias que el se partio a Italia, entregó por cuenta a vna camarera de su madre todo lo que en el aposento dexaua.

Muchos dias auia que tenia Rodolfo determinado de passar a Italia, y su padre, que auia estado en ella, se lo persuadia, diziendole que no eran caualleros los que solamente lo eran en su patria, que era menester serlo tambien en   —128→   las agenas. Por estas y otras razones, se dispuso la voluntad de Rodolfo de cumplir la de su padre, el qual le dio credito de muchos dineros para Barcelona, Genoua, Roma y Napoles, y el, con dos de sus camaradas, se partio luego, goloso de lo que auia oydo dezir a algunos soldados de la abundancia de las hosterias de Italia y Francia: de la libertad que en los alojamientos tenian los españoles. Sonauale26 bien aquel Eco li buoni polastri, picioni, presuto, & salcicie27, con otros nombres deste jaez, de quien los soldados se acuerdan quando de aquellas partes vienen a estas, y passan por la estrecheza e incomodidades de las ventas y mesones de España.   -fol. 131r-   Finalmente, el se fue con tan poca memoria de lo que con Leocadia le auia sucedido, como si nunca huuiera passado.

Ella, en este entretanto, passaua la vida en casa de sus padres con el recogimiento possible, sin dexar verse de persona alguna, temerosa que su desgracia se la auian de leer en la frente. Pero, a pocos meses, vio serle forçoso hazer por fuerça lo que hasta alli de grado hazia; vio que le conuenia viuir retirada y escondida, porque se sintio preñada, sucesso por el qual las en algun tanto oluidadas lagrimas boluieron a sus ojos, y los suspiros y lamentos començaron de nueuo a herir los vientos, sin ser parte la discrecion de su buena madre a consolalla28.

Bolo el tiempo, y llegose el punto del parto,   —129→   y, con tanto secreto, que aun no se osó fiar de la partera. Vsurpando este oficio la madre, dio a la luz del mundo vn niño de los hermosos que pudieran imaginarse. Con el mismo recato y secreto que auia nacido, le lleuaron a vna aldea, donde se crio quatro años, al cabo de los quales, con nombre de sobrino, le truxo su abuelo a su casa, donde se criaua, si no muy rica, a lo menos muy virtuosamente.

Era el niño, a quien pusieron nombre Luys, por llamarse assi su abuelo, de rostro hermoso, de condicion mansa29, de ingenio agudo, y en todas las acciones que en aquella edad tierna podia hazer, daua señales de ser de algun noble padre engendrado, y de tal manera su gracia, belleza y discrecion enamoraron a sus abuelos, que vinieron a tener por dicha la desdicha de su hija, por auerles dado tal nieto. Quando yua por la calle, llouian sobre el millares de bendiciones. Vnos bendecian su hermosura, otros la madre que lo30 hauia parido; estos el padre que le engendró, aquellos a quien tambien criado le criaua. Con este aplauso de los que le conocian, y no conocian, llegó el niño a la edad de siete años, en la qual ya sabia leer latin y romance, y escriuir formada   -fol. 131v-   y muy buena letra, porque la intencion de sus abuelos era hazerle virtuoso y sabio, ya que no le podian hazer rico, como si la sabiduria y la virtud no fuessen las riquezas sobre quien no tienen   —130→   jurisdicion los ladrones, ni la que llaman fortuna.

Sucedio, pues, que vn dia que el niño fue con vn recaudo de su abuela a vna parienta suya, acerto a passar por vna calle donde auia carrera de caualleros; pusose a mirar, y, por mejorarse de puesto, passó de vna parte a otra, a tiempo que no pudo huyr de ser atropellado de vn cauallo, a cuyo dueño no fue possible detenerle31 en la furia de su carrera. Passó por encima del, y dexole como muerto, tendido en el suelo, derramando mucha sangre de la cabeça. Apenas esto huuo sucedido, quando vn cauallero anciano, que estaua mirando la carrera, con no vista ligereza se arrojó de su cauallo y fue donde estaua el niño, y, quitandole de los braços de vno, que ya le tenia, le puso en los suyos, y sin tener cuenta con sus canas, ni con su autoridad, que era mucho32, a paso largo se fue a su casa, ordenando a sus criados que33 le dexassen y fuessen a buscar vn cirujano que al niño curasse. Muchos caualleros le siguieron, lastimados de la desgracia de tan hermoso niño, porque luego salio la voz que el atropellado era Luysico, el sobrino del tal cauallero, nombrando a su abuelo. Esta voz corrio de voca en voca, hasta que llegó a los oydos de sus abuelos y de su encubierta madre, los quales, certificados bien del caso, como desatinados y locos salieron a buscar a su querido, y por ser tan conocido   —131→   y tan principal el cauallero que le auia lleuado, muchos de los que encontraron les dixeron su casa, a la qual llegaron, a tiempo que ya estaua el niño en poder del cirujano. El cauallero y su muger, dueños de la casa, pidieron a los que pensaron ser sus padres que no llorassen, ni alçassen la voz a quexarse, porque no le seria al niño   -fol. 132r-   de ningun prouecho.

El cirujano, que era famoso, auiendole curado con grandissimo tiento y maestria, dixo que no era tan mortal la herida como el al principio auia temido.

En la mitad de la cura, boluio Luys en su acuerdo, que hasta alli auia estado sin el, y alegrose en ver a sus tios, los quales le preguntaron llorando que como se sentia.

Respondio que bueno, sino que le dolia mucho el cuerpo y la cabeça. Mandó el medico que no hablassen con el, sino que le dexassen reposar. Hizose ansi34, y su abuelo començo a agradecer al señor de la casa la gran caridad que con su sobrino auia vsado.

A lo qual respondio el cauallero que no tenia que agradecelle35, porque le hazia saber que, quando vio al niño caydo y atropellado, le parecio que auia visto el rostro de vn hijo suyo a quien el queria tiernamente, y que esto le mouio a tomarle en sus braços y traerle a su casa, donde estaria todo el tiempo que la cura durasse, con el regalo que fuesse possible y necessario.

  —132→  

Su muger, que era vna noble señora, dixo lo mismo, y hizo aun mas encarecidas promessas.

Admirados quedaron de tanta christiandad los abuelos; pero la madre quedó mas admirada, porque auiendo con las nueuas del cirujano sossegado36 algun tanto su alborotado espiritu, miró atentamente el aposento donde su hijo estaua, y claramente, por muchas señales, conocio que aquella era la estancia donde se auia37 dado fin a su honra y principio a su desuentura, y, aunque no estaua adornada de los damascos que entonces tenia, conocio la disposicion della, vio la ventana de la reja que caia al jardin, y por estar cerrada, a causa del herido, preguntó si aquella ventana respondia a algun jardin, y fuele respondido que si. Pero lo que mas conocio, fue que aquella era la misma cama, que tenia por tumba de su sepultura, y mas, que el propio escritorio, sobre el qual estaua la imagen que auia traydo, se   -fol. 132v-   estaua en el mismo lugar. Finalmente, sacaron a luz la verdad de todas sus sospechas los escalones, que ella auia contado quando la sacaron del aposento tapados los ojos, digo los escalones que auia desde alli a la calle, que con aduertencia discreta conto, y, quando boluio a su casa, dexando a su hijo, los boluio a contar, y halló caual el numero; y confiriendo vnas señales con otras, de todo punto certificó por verdadera su imaginacion, de la qual dio por estenso cuenta a su   —133→   madre, que, como discreta, se informó si el cauallero donde su nieto estaua, auia tenido, o tenia, algun hijo; y halló que el que llamamos Rodolfo lo era, y que estaua en Italia, y tanteando el tiempo que le dixeron que auia faltado de España, vio que eran los mismos siete años que el nieto tenia. Dio auiso de todo esto a su marido, y entre los dos y su hija acordaron de esperar lo que Dios hazia del herido, el qual, dentro de quinze dias, estuuo fuera de peligro, y a los treynta se leuantó, en todo el qual tiempo fue visitado de la madre y de la abuela, y regalado de los dueños de la casa como si fuera su mismo hijo; y algunas vezes, hablando con Leocadia doña Estefania, que assi se llamaua la muger del cauallero, le dezia que aquel niño parecia tanto a vn hijo suyo que estaua en Italia, que ninguna vez le miraua, que no le38 pareciesse ver a su hijo delante.

Destas39 razones tomó ocasion de dezirle, vna vez que se halló sola con ella, las que con acuerdo de sus padres auia determinado de dezille40, que fueron estas, o otras semejantes: «El dia, señora, que mis padres oyeron dezir que su sobrino estaua tan mal parado, creyeron y pensaron que se les auia cerrado el cielo y caydo todo el mundo a cuestas; imaginaron que ya les faltaua la lumbre de sus ojos y el vaculo de su vejez faltandoles este   —134→   sobrino, a quien ellos quieren con amor, de tal manera, que con muchas ventajas excede al que   -fol. 133r-   suelen tener otros padres a sus41 hijos; mas, como dezirse suele que, quando Dios da la llaga, da la medicina, la halló el niño en esta casa, y yo en ella el acuerdo de vnas memorias, que no las podre oluidar mientras la vida me durare. Yo, señora, soy noble, porque mis padres lo son y lo han sido todos mis antepassados, que con vna mediania de los bienes de fortuna han sustentado su honra felizmente, donde quiera que han viuido.»

Admirada y suspensa estaua doña Estefania escuchando las razones de Leocadia, y no podia creer, aunque lo veia, que tanta discrecion pudiesse encerrarse en tan pocos años, puesto que, a su parecer, la juzgaua por de veynte42, poco mas a menos, y sin dezirle ni replicarle palabra, esperó todas las que quiso dezirle, que fueron aquellas que bastaron para contarle la trauesura de su hijo, la deshonra suya, el robo, el cubrirle los ojos43, el traerla a aquel aposento, las señales en que auia conocido ser aquel mismo que sospechaua. Para cuya confirmacion sacó del pecho la imagen del cruzifixo que auia lleuado, a quien dixo: «Tu, Señor, que fuyste testigo de la fuerça que se me hizo, se juez de la enmienda que se me deue hazer; de encima de aquel escritorio te lleué, con proposito de   —135→   acordarte siempre mi agrauio, no para pedirte vengança del, que no la pretendo, sino para rogarte me diesses algun consuelo con que lleuar en paciencia mi desgracia.

»Este niño, señora, con quien aueys mostrado el estremo de vuestra caridad, es vuestro verdadero nieto; permission fue del cielo el auerle atropellado, para que, trayendole a vuestra casa, hallasse yo en ella, como espero que he de hallar, si no el remedio que mejor conuenga (y quando no)44, con mi desuentura, a lo menos el medio con que pueda sobrelleuarla.»

Diziendo esto, abraçada con el cruzifixo, cayo desmayada en los braços de Estefania, la qual, en fin, como muger y noble, en quien la compassion   -fol. 133v-   y misericordia suele ser tan natural como la crueldad en el hombre, apenas vio el desmayo de Leocadia, quando juntó su rostro con el suyo, derramando sobre el tantas lagrimas, que no fue menester esparcirle otra agua encima para que Leocadia en si boluiesse.

Estando las dos desta manera, acerto a entrar el cauallero, marido de Estefania, que traia a Luysico de la mano, y viendo el llanto de Estefania y el desmayo de Leocadia, preguntó a gran priessa le dixessen la causa de do procedia.

El niño abraçaua a su madre por su prima, y a su abuela por su bienhechora, y assimismo preguntaua por que llorauan.

«Grandes cosas, señor, ay que deziros», respondio Estefania a su marido, «cuyo remate se   —136→   acabará con deziros que hagays cuenta que esta desmayada es hija vuestra, y este niño vuestro nieto. Esta verdad que os digo me ha dicho esta niña, y la ha confirmado y confirma el rostro deste niño, en el qual entrambos auemos visto el de nuestro hijo.»

«Si mas no os declarays, señora, yo no os entiendo», replicó el cauallero.

En esto boluio en si Leocadia, y abraçada del cruzifixo, parecia estar conuertida en vn mar de llanto. Todo lo qual tenia puesto en gran confussion al cauallero, de la qual salio contandole su muger todo aquello que Leocadia le auia contado, y el lo creyo, por diuina permission del cielo, como si con muchos y verdaderos testigos se lo huuieran prouado. Consolo y abraçó a Leocadia, besó a su nieto, y aquel mismo dia despacharon vn correo a Napoles, auisando a su hijo se viniesse luego, porque le tenian concertado casamiento con vna muger hermosa sobre manera, y tal qual para el conuenia.

No consintieron que Leocadia ni su hijo boluiessen mas a la casa de sus padres, los quales, contentissimos del buen sucesso de su hija, dauan sin cessar infinitas gracias a Dios por ello.

Llegó el correo a Napoles, y Rodolfo,   -fol. 134r-   con la golosina de gozar tan hermosa muger como su padre le significaua45, de alli a dos dias que recibio la carta, ofreciendosele ocasion de quatro galeras que estauan a punto de venir a España,   —137→   se embarcó en ellas con sus dos camaradas, que aun no le auian dexado, y, con prospero sucesso, en doze dias llegó a Barcelona, y de alli, por la posta, en otros siete se puso en Toledo, y entró en casa de su padre tan galan y tan vizarro, que los estremos de la gala y de la vizarria estauan en el todos juntos.

Alegraronse sus padres con la salud y bienuenida de su hijo.

Suspendiose Leocadia, que de parte escondida le miraua, por no salir de la traza y orden que doña Estefania le auia dado.

Las camaradas de Rodolfo quisieran yrse a sus casas luego; pero no lo consintio Estefania, por auerlos menester para su designio.

Estaua cerca la noche quando Rodolfo llegó, y, en tanto que se adereçaua la cena, Estefania llamó aparte las camaradas de su hijo, creyendo, sin duda alguna, que ellos deuian de ser los dos de los tres que Leocadia auia dicho que yuan con Rodolfo la noche que la robaron, y con grandes ruegos les pidio le dixessen si se acordauan que su hijo auia robado a vna muger tal noche, tantos años auia; porque el saber la verdad desto importaua la honra y el sossiego de todos sus parientes; y con tales y tantos encarecimientos se lo supo rogar, y de tal manera les assegurar que de descubrir este robo no les podia suceder daño alguno, que ellos tuuieron por bien de confessar ser verdad que vna noche de verano, yendo ellos dos y otro amigo con Rodolfo, robaron en la misma que   —138→   ella señalaua a vna muchacha, y que Rodolfo se auia venido con ella mientras ellos detenian a la gente de su familia, que con vozes la querian defender, y que otro dia les auia dicho Rodolfo que la auia lleuado a su casa; y solo esto era lo que podian46 responder   -fol. 134v-   a lo que les preguntauan.

La confession destos dos fue echar la llaue a todas las dudas que en tal caso le47 podian ofrecer, y assi determinó de lleuar al cabo su buen pensamiento, que fue este: poco antes que se sentassen a cenar, se entró en vn aposento a solas su madre con Rodolfo y, poniendole vn retrato en las manos, le dixo: «Yo quiero, Rodolfo, hijo, darte vna gustosa cena con mostrarte a tu esposa; este es su48 verdadero retrato; pero quierote aduertir que, lo que le falta de belleza, le sobra de virtud; es noble y discreta, y medianamente rica. Y pues tu padre y yo te la hemos escogido, assegurate que es la que te conuiene.»

Atentamente miró Rodolfo el retrato, y dixo: «Si los pintores, que ordinariamente suelen ser prodigos de la49 hermosura con los rostros que retratan, lo han sido tambien con este, sin duda creo que el original deue de ser la misma fealdad; a la fe, señora y madre mía, justo es y bueno que los hijos obedezcan a sus padres en quanto les mandaren; pero tambien es conueniente   —139→   y mejor que los padres den a sus hijos el estado de que mas gustaren, y pues el del matrimonio es nudo que no le desata sino la muerte, bien sera que sus lazos sean yguales y de vnos mismos hilos fabricados. La virtud, la nobleza, la discrecion y los bienes de la fortuna, bien pueden alegrar el entendimiento de aquel a quien le cupieron en suerte con su esposa. Pero que la fealdad della alegre los ojos del esposo, pareceme impossible. Moço soy, pero bien se me entiende que se compadece con el sacramento del matrimonio el justo y deuido deleyte que los casados gozan, y que si el falta, cojea el matrimonio y desdize de su segunda intencion. Pues pensar que vn rostro feo, que se ha de tener a todas horas delante de los ojos en la sala, en la mesa y en la cama, pueda deleytar, otra vez digo que lo tengo por casi impossible. Por vida de vuessa merced, madre   -fol. 135r-   mia, que me de compañera que me entretenga, y no enfade, porque sin torcer a vna o a otra parte, ygualmente y por camino derecho lleuemos ambos a dos el yugo donde el cielo nos pusiere. Si esta señora es noble, discreta y rica, como vuessa merced dize, no le faltará esposo, que sea de diferente humor que el mio. Vnos ay, que buscan nobleza, otros discrecion, otros dineros y otros hermosura; y yo soy destos vltimos. Porque la nobleza, gracias al cielo y a mis passados, y a mis padres, que me la dexaron por herencia; discrecion, como vna muger no sea necia, tonta o boba, bastale, que ni por   —140→   aguda despunte, ni por boba no aproueche; de las riquezas, tambien las de mis padres me hazen no estar temeroso de venir a ser pobre. La hermosura busco, la belleza quiero, no con otra dote, que con la de la honestidad y buenas costumbres; que si esto trae mi esposa, yo servire a Dios con gusto, y dare buena vejez a mis padres.»

Contentissima quedó su madre de las razones de Rodolfo, por auer conocido por ellas que yua saliendo bien con su designio.

Respondiole que ella procuraria casarle conforme su desseo; que no tuuiesse pena alguna, que era facil deshazerse los conciertos que de casarle con aquella señora estauan hechos; agradecioselo Rodolfo, y, por ser llegada la hora de cenar, se fueron a la mesa; y auiendose ya sentado a ella el padre50 y la madre51, Rodolfo y sus dos camaradas, dixo doña Estefania al descuydo: «¡Pecadora de mi, y que bien que52 trato a mi huespeda!; andad vos», dixo a vn criado, «dezid a la señora doña Leocadia, que sin entrar en cuentas con su mucha honestidad, nos venga a honrar esta mesa, que los que a ella estan todos son mis hijos y sus seruidores.»

Todo esto era traza suya, y de todo lo que auia de hazer estaua auisada y aduertida Leocadia. Poco tardó en salir Leocadia y dar de si la improuisa y mas hermosa muestra, que   —141→   pudo dar jamas53   -fol. 135v-   compuesta y natural hermosura.

Venia vestida, por ser inuierno, de vna saya entera de terciopelo negro, llouida de botones de oro y perlas, cintura y collar de diamantes; sus mismos cabellos, que eran luengos y no demasiadamente rubios, le seruian de adorno y tocas, cuya inuencion de lazos y rizos, y vislumbres de diamantes, que con ellos54 se entretexian, turbauan la luz de los ojos que los mirauan.

Era Leocadia de gentil disposicion y brio; traia de la mano a su hijo, y delante della venian dos donzellas, alumbrandola con dos velas de cera en dos candeleros de plata. Leuantaronse todos a hazerla reuerencia, como si fuera a alguna cosa del cielo, que alli milagrosamente se auia aparecido. Ninguno de los que alli estauan embeuezidos mirandola, parece que de atonitos no acertaron a dezirle palabra. Leocadia, con ayrosa gracia y discreta criança se humilló a todos, y, tomandola55 de la mano Estefania, la sento junto a si, frontero de Rodolfo. Al niño sentaron junto a su abuelo.

Rodolfo, que desde mas cerca miraua la incomparable belleza de Leocadia, dezia entre si: «Si la mitad desta hermosura tuuiera la que mi madre me tiene escogida por esposa, tuuierame yo por el mas dichoso hombre del mundo. ¡Valame Dios!, ¿que es esto que veo? ¿es por ventura algun angel humano el que estoy mirando?»

  —142→  

Y en esto se le yua entrando por los ojos a tomar possession de su alma la hermosa imagen de Leocadia, la qual, en tanto que la cena venia, viendo tambien tan cerca de si al que ya queria mas que a la luz de los ojos, con que alguna vez a hurto le miraua, començo a reboluer en su imaginacion lo que con Rodolfo auia passado. Començaron a enflaquezerse en su alma las esperanças que de ser su esposo su madre le auia dado, temiendo que a la cortedad de su ventura, auian de corresponder las promessas de su madre. Consideraua quan   -fol. 136r-   cerca estaua de ser dichosa, o sin dicha, para siempre.

Y fue la consideracion tan intensa, y los pensamientos tan rebueltos, que le apretaron el coraçon de manera, que començo a sudar y a perderse de color en vn punto, sobreuiniendole vn desmayo, que le forço a reclinar la cabeça en los braços de doña Estefania, que, como ansi56 la vio, con turbacion la recibio en ellos. Sobresaltaronse todos, y dexando la mesa, acudieron a remediarla. Pero el que dio mas muestras de sentirlo, fue Rodolfo, pues por llegar presto a ella tropeço y cayo dos vezes. Ni por desabrocharla, ni echarla agua en el rostro, boluia en si; antes el leuantado pecho y el pulso, que no se le hallauan57, yuan dando precisas señales de su muerte, y las criadas y criados de casa, como menos considerados, dieron vozes y la publicaron por muerta.

  —143→  

Estas amargas nueuas llegaron a los oydos de los padres de Leocadia, que para mas gustosa ocasion los tenia doña Estefania escondidos. Los quales, con el cura de la parroquia, que ansimismo58 con ellos estaua, rompiendo el orden de Estefania, salieron a la sala. Llegó el cura presto, por ver si por algunas señales daua indicios de arrepentirse de sus pecados, para absoluerla dellos; y donde penso hallar vn desmayado, halló dos, porque ya estaua Rodolfo puesto el rostro sobre el pecho de Leocadia.

Diole su madre lugar que a ella llegasse, como a cosa que auia de ser suya; pero quando vio que tambien estaua sin sentido, estuuo a pique de perder el suyo, y le perdiera, si no viera que Rodolfo tornaua en si, como boluio, corrido de que le huuiessen visto hazer tan estremados estremos; pero su madre, casi como adiuina de lo que su hijo sentia, le dixo: «No te corras, hijo, de los estremos que has hecho, sino correte de los que no hizieres, quando sepas lo que no quiero tenerte mas encubierto, puesto que pensaua dexarlo hasta mas alegre coyuntura. Has de saber,   -fol. 136v-   hijo de mi alma, que esta desmayada, que en los braços tengo, es tu verdadera esposa; llamo verdadera, porque yo y tu padre te la teniamos59 escogida, que la del retrato es falsa.»

Quando esto oyo Rodolfo, lleuado de su moroso y encendido desseo, y quitandole el   —144→   nombre de esposo todos los estoruos que la honestidad y decencia del lugar le podian poner, se abalançó al rostro de Leocadia, y, juntando su voca con la della, estaua como esperando que se le saliesse el alma, para darle acogida en la suya. Pero quando mas las lagrimas de todos por lastima60 crecian, y por dolor las vozes se aumentauan, y los cabellos y barbas de la madre y padre de Leocadia arrancados venian a menos, y los gritos de su hijo penetrauan los cielos, boluio en si Leocadia, y con su buelta boluio la alegria y el contento que de los pechos de los circunstantes se auia ausentado.

Hallose Leocadia entre los braços de Rodolfo, y quisiera con honesta fuerça desasirse dellos, pero el le dixo: «No señora, no ha de ser ansi61, no es bien que puneys62 por apartaros de los braços de aquel que os tiene en el alma.»

A esta razon acabó de todo en todo de cobrar Leocadia sus sentidos, y acabó doña Estefania de no lleuar mas adelante su determinacion primera, diziendo al cura que luego luego desposasse a su hijo con Leocadia; el lo hizo ansi63, que, por auer sucedido este caso en tiempo, quando con sola la voluntad de los contrayentes, sin las diligencias y preuenciones justas y santas que aora se vsan, quedaua hecho el matrimonio64, no huuo dificultad que impidiesse   —145→   el desposorio, el qual hecho, dexese a otra pluma y a otro ingenio mas delicado que el mio el contar la alegria vniuersal de todos los que en el se hallaron; los abraços que los padres de Leocadia dieron a Rodolfo, las gracias que dieron al cielo y a sus padres, los ofrecimientos de las partes, la admiracion de las camaradas de Rodolfo, que   -fol. 137r-   tan impensadamente vieron la misma noche de su65 llegada tan hermoso desposorio, y mas quando supieron, por contarlo delante de todos doña Estefania, que Leocadia era la donzella, que en su compañia su hijo auia robado, de que no menos suspenso quedó Rodolfo; y por certificarse mas de aquella verdad, preguntó a Leocadia le dixesse alguna señal por donde viniesse en conocimiento entero de lo que no dudaua, por parecerles que sus padres lo tendrian bien aueriguado.

Ella respondio66: «Quando yo recorde y bolui en mi de otro desmayo, me hallé, señor, en vuestros braços sin honra; pero yo lo doy por bien empleado, pues al boluer del que aora he tenido, ansimismo67 me hallé en los braços de entonces, pero honrada. Y si esta señal no basta, baste68 la de vna imagen de vn cruzifixo, que nadie os la pudo hurtar sino yo, si es que por la mañana le echastes menos; y si es el mismo que tiene mi señora.»

  —146→  

«Vos lo soys de mi alma, y lo sereys los años que Dios ordenare, bien mio», y abraçandola de nueuo, de nueuo boluieron las bendiciones y parabienes que les dieron.

Vino la cena, y vinieron musicos, que para esto estauan preuenidos. Viose Rodolfo a si69 mismo en el espejo del rostro de su hijo; lloraron sus quatro abuelos de gusto; no quedó rincon en toda la casa que no fuesse visitado del jubilo, del contento y de la alegria70. Y aunque la noche bolaua con sus ligeras y negras alas, le parecia a Rodolfo71 que yua y caminaua, no con alas, sino con muletas; tan grande era el desseo de verse a solas con su querida72 esposa.

Llegose en fin la hora desseada, porque no ay fin que no le tenga. Fueronse a acostar todos, quedó toda la casa sepultada en silencio, en el qual no quedará la verdad deste cuento, pues no lo consentiran los muchos hijos   -fol. 137v-   y la illustre73 descendencia que en Toledo dexaron, y agora viuen estos dos venturosos desposados, que muchos y felizes años gozaron de si mismos, de sus hijos y de sus nietos, permitido todo por el cielo y por la fuerça de la sangre que vio derramada en el suelo el valeroso, illustre74 y christiano abuelo de Luysico.





 
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